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El día de todos los santos que no saben que lo son

Jueves, 1 de noviembre de 2018
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1130312909sermon-mountNoviembre ya está aquí y empieza, como siempre, con lo del más allá: primero, santos, y luego difuntos.

Celebraciones populares en muchísimos sitios del mundo. Seguramente ya vimos la película “COCO”, entrañable la fiesta de los muertitos en México, colores y flores llenan aquellas hermosas tierras. Y, cómo olvidar la celebración de Halloween exportada a todo el mundo: en breve estarán llegando zombies, fantasmas, sangre, huesos y harapos a los centros comerciales.

¿Quiénes son esos Santos y Santas que celebramos cada año y que son multitudes a lo largo de los tiempos?

Creo que son los santos que, mientras están entre nosotros, no saben que lo son. Y cuando dejan este mundo no forman parte de Santoral.

Santas y Santos desconocidos, mínimos, ocultos, sencillos, con biografías que no aparecen en Wikipedia. Personas anónimas que están por ahí como la levadura en el bizcocho, suministrando esperanza en tiempos duros.

Acogen a quien lo necesita aunque vivan en cuarenta metros cuadrados, tengan tres hijos a su cargo y un padre con demencia senil.

Abren la puerta a sus hijos que llegan en paro con los suyos de la mano, poniendo a disposición su pensión de jubilación… ¡A ver si llegamos a fin de mes!

Santos y Santas anónimos que arriesgan sus vidas en la defensa de los que no tienen voz, viéndose atrapados en una maraña legislativa que los toma por delincuentes en vez de samaritanos.

Los hay que se hacen pobres con los pobres adentrándose en el peligroso terreno de lo No-Legal.

Algunos recorren la ciudad de punta a punta para pasar una hora escuchando a alguna anciana o anciano que vive en soledad absoluta y no habla con nadie. Después van a clase a la universidad.

Hay otros que intentan poner paz en su propia familia dividida y enemistada, viendo que todos pierden, y los niños los que más.

Los hay que recorren siete, ocho… diez pueblos en el medio rural, para decir misa cada domingo, cuando ya suman más de cincuenta años de sacerdocio.

Santas y Santos en los pueblos indígenas luchando sin armas por conservar su vida y sus costumbres y la tierra a la que se sienten ligados.

Hay Santos y Santas que no se dejan corromper por el dinero ni el poder. Eso trae problemas, quedan señalados.

¿Cuántos son?… “Una muchedumbre inmensa, incontable, que procede de toda nación, razas, pueblos y lenguas” (Ap 7, 9).

¿De dónde vienen?… “De la gran tribulación” (Ap 7, 14).

¿A dónde van? … A donde “ya no tendrán hambre ni sed; ya no les molestará el sol ni bochorno alguno (…) Dios enjugará toda lágrima de sus ojos” (Ap 7, 15-16).

Cerremos los ojos, respiremos hondo… subamos al monte con Jesús, como hizo aquel día y cada día para contempla a las multitudes viendo a cada uno como pieza única, como “hijos de Dios pues ¡lo somos!”(1Jn 3, 1-3)… y digamos con Él:

“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos”… ¿No empezaste por el final indicando de quien es el Reino de los Cielos? Claro, Tú explicaste que el Reino de los Cielos es aquí y ahora. Así que estos “bienaventurados” son los Santos y Santas que no saben que lo son pero ya están actuando en la realización de tu Reino. Algunos que luego serán elevados a los altares son también esos pobres de espíritu haciéndose pobres con los pobres y elevando la voz por los que no tiene voz, como San Romero de América, elevado al santoral popular desde los corazones de quienes se sintieron amados y defendidos por él. Desde el 14 de octubre pasado es oficialmente San Óscar Arnulfo Romero.

“Bienaventurados los mansos (o humildes) porque ellos poseerán en herencia la tierra. Santos y Santas que saben compartir y repartir para que nadie se quede fuera o se sienta extranjero.

“Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados”  Santas y Santos que arrimarán el hombro para que quien sufre pueda recibir apoyo, dejando su tiempo y su energía en ser consuelo en medio de un mundo hostil.

“Bienaventurados los que tiene hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”Santos y Santas empeñados en que la justicia llegue a todos. Santos y Santas que no se contentan con leyes que no llevan en su esencia del equilibrio de la justicia para todos.

“Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia”. Santas y Santos que se saben pequeños, pero empujan para dar a otros amor y misericordia, y todo les vuelve crecido.

“Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”Estos son Santos y Santas pequeñitos, niños y niñas que todavía no han olvidado quienes son en el corazón de Dios; y también las Santas y Santos que hicieron el camino de regreso hacia dentro cuando entendieron que si no nos hacemos como niños… no hay nada que hacer.

“Bienaventurados los que trabajan por la paz porque ellos serán llamados hijos de Dios”Santos y Santas de un lado para otro clamando por una paz que no llega; pacificando en sus ambientes de familia, trabajo, Iglesia, etc.

“Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos”Santas y Santos perseguidos por la justicia del mundo, por rencores enquistados, por leyes discriminatorias, por razón del color de su piel, lengua cultura o religión, y también por razón de su sexo.

“Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan, y cuando, por mi causa, os acuse en falso de toda clase de males. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros”Santos y Santas que se paran y se plantean de qué manera Te siguen, a Ti que eres el Maestro, el que se subió a la Montaña para dejarnos este Mensaje. Quedan pensativos viendo que no hay nadie que les injurie ni les persiga, o acuse en falso… que no tienen grandes problemas.  ¡Es raro!, piensan. Y exclaman concierto sobresalto interior: ¡Será que estamos rebajando el Evangelio a la medida que marcan los poderes del mundo!

A la caída del sol una suave brisa trae un susurro de voces alegres que sólo escuchará quien tenga abierto el oído del corazón: Vosotros sois la sal de la tierra… y la luz del mundo (Mt 5, 13-14). No lo olvidéis”. Son los Santos y Santas que no sabían que lo eran cuando vivían entre nosotros pero ahora ya lo tienen claro.

Mari Paz López Santos

Para FEADULTA

1 noviembre 2018

Fuente Fe Adulta

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¿Rezar por los difuntos? – (¡Mejor ocúpate de los vivos!)

Jueves, 1 de noviembre de 2018
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6301986548_3b2150603f_mDel blog de Jairo del Agua:

¿Podemos hacer algo por los difuntos? ¿Ellos pueden hacer algo por nosotros? He ahí otro tema de urgente profundización y purificación.

Deberíamos empezar por convencernos de que la muerte, para los cristianos, es una liberación, una meta, una pascua: el paso a la tierra prometida. NO un motivo de tristeza y, menos aún, de penitencia reparadora.

Puede que haya tristeza y llanto por la separación humana, por el dolor sensible, por la tragedia a veces. Pero todo eso debería estar arropado y consolado por la fe (segura confianza) en la felicidad eterna.

Los que mueren, mueren para vivir. No sabemos el camino que aún tendrán que recorrer, pero estamos ciertos de que pasaron definitivamente a la orilla de la Vida.

Por tanto, los signos y oraciones deberían ser de esperanza y alegría por la etapa superada (en la forma posible a cada cual), por el desembarco en los brazos del Padre. En los símbolos litúrgicos debería dominar el blanco y no el morado penitencial que ya no tiene sentido.
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Lo primero que podemos hacer por nosotros y por nuestros difuntos es “aceptar” su descanso en la paz. Ya entraron en la, para nosotros, inalcanzable eternidad. No puedes hacer nada más por ellos, como no puedes operarte de apendicitis por el que entró en el quirófano o como no puedes examinarte por tus hijos.

Esas “ánimas” por las que te preocupas tendrán que hacer, ellas solitas, su propia rehabilitación y su vuelta al Padre para poder ver su rostro. Nada puedes hacer y nada hay que temer porque están caminando bajo el impulso de la Misericordia infinita.

El único y universal remedio, lo que realmente puedes hacer “aquí y ahora” es: “Vencer el mal con abundancia de bien” (Rom 12,21) con el impulso y experiencia de los que partieron. Únicamente puedes ensanchar el bien que pugna por inundar tu vida. Te propongo estos tres avances bajo la sonrisa de tus difuntos:

1. Rectificar los malos funcionamientos que heredaste (parte del pecado original), muy sutiles a veces, porque suelen ser subconscientes y no nos hemos parado a concientizarlos.

2. Perdonar, perdonar de corazón las posibles heridas que te causaron, hasta que no quede ni rastro de resentimiento. No porque necesiten tu perdón, sino porque ese perdón es la medicina que necesitan tus heridas. Y recuerda: perdonar NO es apretar los dientes y olvidar el dolor de tus heridas. Perdonar es comprender. Comprendiendo tu propia fragilidad (conociéndote a ti mismo) entrarás en la comprensión de la limitación de los que te hirieron.

3. Seguir el buen ejemplo que te dejaron. Es la mejor forma de amar y honrar su memoria. Tiene sentido nombrarles en la santa Misa para sentirnos orando “CON ellos”, pero NO “POR ellos”, para seguir sintiendo su aliento y ejemplo de vida, para concientizar que pertenecen a tu misma Iglesia y siguen viviendo en ella.
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15582905686_22791bfc2b_nAmar es admirar y admirar nos lleva a imitar lo que admiramos. Si admiramos (amamos), es que esa persona nos atrae. Si nos atrae, es porque ya tenemos en nosotros algo de eso que admiramos.

La “presencia interior” de tus difuntos (más que su recuerdo cerebral) estimulará eso que pugna por crecer en ti. Esa sería la gran finalidad de honrar a los muertos. ¿Qué admiraste y qué sigues amando en tus difuntos? Si no hay amor, solo queda sensiblería u obligación mental o rutina externa. Nada de su “vida” te ha quedado, solo recuerdos muertos.

Si lo que te queda es amor, es un disparate hacer cambalaches con el Cura o con Dios. Tus difuntos no necesitan estipendios. Ya han desembarcado en las manos del Padre. Dedica tus dineros a los pobres vivos o a las necesidades de la Iglesia caminante. Los que ya pasaron no lo necesitan.

Lo que ellos desean -con toda seguridad- es que aproveches bien su buen ejemplo y rectifiques sus errores, que sigas tu camino y despliegues todos tus dones. ¡Eso será para ellos aire fresco! ¡Eso es lo urgente, realista y espiritualmente eficaz! Lo otro, los negocios espirituales y el “dios negociador”, son pura idolatría.
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Otra cosa es que necesites apoyar el dolor de la ausencia en la ternura del Padre. Hazlo sin reservas. Puede, incluso, que sea un consuelo para ti poner a tus difuntos en la mesa del altar y oír sus nombres. Puede que eso te recuerde su buen ejemplo. Hazlo si es positivo para ti, pero sin pagar contraprestación alguna.

No olvides que la Eucaristía (acción de gracias) es totalmente gratuita, es puro don del Señor, invitación a imitarle: “Haced esto en memoria mía” (Lc 22,19).

No hay culpas que pagar, ni sacrificios purificadores, ni méritos que aplicar para sacar a los muertos del “fuego”.

Lo que intentamos vivir, bajo el signo de una “comida fraterna”, es la vivificante presencia y ejemplo del Señor: amor, unión, paz, alegría… y motivación mutua para caminar hacia los brazos del Padre. Y el ejemplo de los que le siguieron antes que nosotros (nuestros santos y difuntos) nos puede ayudar sobremanera.

¿Todavía crees en el “avaro ídolo” que se queda con tu hambre o tu dinero para “compensar” las culpas de tus muertos? ¿Acaso no descubriste al Dios de los cristianos, todo perdón, todo misericordia, todo atracción, todo gratuidad? Repítelo muchas veces en tu interior: ¡El Dios verdadero es infinita gratuidad! Solo tu cerrazón y alejamiento podrán privarte de su abundancia derramada.
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15582905746_59faeef360_nProcura saltar sobre las esperpénticas fórmulas canónicas: “óyenos”, “acuérdate…” o “recuerda…”. ¿Pero a qué “desmemoriado ídolo” rezamos? ¿Acaso has olvidado tú a tus difuntos? ¿Cómo puede haberlos olvidado su Padre? ¿No se sentiría ofendida una madre terrícola a la que suplicases: acuérdate de tu hijo fallecido? ¿Cómo podemos pronunciar esas necedades? “Guías ciegos…” (Mt 23,16).

Si alguien, desde fuera, observase nuestros rezos oficiales, tendría que concluir que oramos a un “dios con alzhéimer”, al que hay que repetir y repetir que no olvide.

No hemos leído la Escritura y NO creemos en el Dios verdadero que jamás olvida a sus hijos:

“Estoy a la puerta y llamo…” (Ap 3,20).

“¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Aunque ella se olvide, yo no te olvidaré!” (Is 49,15).

“En la palma de mis manos te llevo tatuado” (Is 49,16).

No sigo para no cansarte. Pero sigue tú leyendo, por ejemplo, “El Cantar de los Cantares”
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Me gusta imaginar a nuestros muertos eclosionando bajo la arena como tortuguitas marinas. Unos llegarán más crecidos y otros menos. Unos saldrán muy cerca del agua y otros muy lejos. Pero todos, absolutamente todos, tras la carrera de la última purificación por la arena, se sumergirán en la Inmensidad y encontrarán, por fin, su destino.

Unos lo habrán intuido y gozado ya en esta vida. Para otros será una sorpresa verse liberados de inconsciencias, errores, oscuridades y rebeldías. Se encontrarán con el Padre que negaron o ignoraron y empezarán a comprender… Tal vez todo eso requiera el esfuerzo que no hicieron en vida, la rehabilitación necesaria para ser capaces de “ver” lo que no quisieron o pudieron ver en esta tierra.

¿Cómo será esa rehabilitación? Eso pertenece al misterio y no se nos ha revelado. Lo que sabemos con certeza es que “Dios lo será todo en todos” (1Cor 15,28). Esa es nuestra fe, esa nuestra esperanza, esa la alegría de recordar a nuestros muertos. Por eso, cuando pongas a tus seres queridos sobre el altar, piensa que ya caminan o han llegado a la Luz, sin posible retorno.

Nada cambiará con tus rezos, ni el difunto, ni el Dios de la Misericordia que se derrama permanentemente sobre todos: sobre nosotros y sobre ellos.

Lo único que puede cambiar es tu corazón. Todavía estás en camino y puedes elegir. Todavía puedes cambiar e inundar tu vida de bien y paz, para desembarcar más cerca de la Felicidad cuando eclosiones en la ribera del Mar.

Tu cambio, tu elección del bien, repercute en la Iglesia universal. Eso te están gritando desde el otro lado -estoy seguro- los que te quieren. Tu propio progreso no te costará un céntimo, solo algún esfuerzo. Pero merece la pena, ya lo verás.

¡Y cómo alegrarás a los que te esperan!

 

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Vivir definitivamente felices.

Jueves, 1 de noviembre de 2018
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3b722f_53248patronosDel blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:

01. UNA MUCHEDUMBRE INMENSA: LA HUMANIDAD.

En un lenguaje enigmático, solemne -y con la caja de los truenos preparada-, la apocalíptica (1ª lectura) nos habla de una muchedumbre inmensa, es decir de toda la humanidad significada con ese número simbólico de 144.000 (12 tribus x 12), que va llegando a la casa del Padre pasando por la gran tribulación de la vida.

Todos –toda la humanidad- estamos marcados en la frente por nuestro Dios: todos estamos destinados a la vida, a la salvación.

La fiesta de hoy, Todos los Santos, es la misma que la de mañana: Todos los difuntos. Son como dos caras de la misma moneda. Toda la humanidad está sellada y llamada a la vida.

La memoria de los santos, que son nuestros mayores, nuestros difuntos, la memoria de JesuCristo nos hace bien, nos reconcilia. La Comunión de los Santos: una especie de memoria, de solidaridad y “circularidad” entre los que se fueron y los que quedamos. Ellos se acuerdan de nosotros y de un modo más amable. Ellos oran por nosotros.

02. HACIA TI MORADA SANTA: HACIA LA VIDA ETERNA:

Todos los Santos es fiesta de gran esperanza, porque nos anuncia nuestro futuro, el futuro absoluto. Hacia Ti, morada santa, cantamos.

Creemos -fe- en la vida eterna, que no es lo mismo que una vida “indefinida”, sin fin. No es lo mismo vida “sin fin” que vida plena, definitiva. No es lo mismo amontonar años o tiempo que la vida plena de JesuCristo.

El papa Benedicto se preguntaba y nos preguntaba en el comienzo de su encíclica: Spe Salvi ¿DE VERDAD QUEREMOS VIVIR ETERNAMENTE?

Muchas personas rechazan hoy la fe simplemente porque la vida eterna no les parece algo deseable. En modo alguno quieren vida eterna, sino la presente y, para esto, la fe en la vida eterna les parece más bien un obstáculo.

Seguir viviendo para siempre -sin fin- parece más una condena que un don.

Queremos vivir sin fin, (¿), pero vivir siempre, sin un término, sólo sería a fin de cuentas aburrido y al final insoportable.

Decía San Ambrosio que la inmortalidad es más una carga que un bien, si no entra en juego la gracia. No debemos deplorar la muerte, ya que es causa de salvación. (San Ambrosio).

La eliminación de la muerte o su aplazamiento ilimitado crearían una situación imposible y no comportaría beneficio alguno para el individuo mismo ni para la humanidad.

Pero vivimos como una contradicción, un contraste interior en nuestra propia existencia:

o Por una parte, no queremos morir, los que nos aman, sobre todo, no quieren que muramos.

o Por otra parte, sin embargo, tampoco deseamos seguir existiendo ilimitadamente y mucho menos queremos seguir existiendo como vivimos en este estado de cosas, (más de lo mismo, no).

o Tampoco la tierra ha sido creada con esta perspectiva de una vida indefinida. La Tierra y el universo (o pluriversos) terminarán simplemente por las leyes cósmicas.

03. ¿QUÉ VIDA QUEREMOS?

santos-2Entonces ¿qué es lo que realmente queremos? La pregunta de fondo que está tras esta cuestión es: ¿Y qué es realmente vida? ¿Qué significa “eternidad”? En el fondo lo que deseamos es felicidad, libertad, paz, amor, serenidad, una vida bienaventurada, feliz. En el fondo queremos la felicidad.

Un poco por educación y otro poco porque desconocemos completamente cómo son estas cosas, nos imaginamos que el cielo es como “Disneylandia” o como “la casa de la pradera”. Pero la vida definitiva no es eso. El cielo no es un lugar, decía el mismo papa Benedicto, sino un estado, una situación, personal y comunitaria”.

“El cristianismo no anuncia sólo una salvación cualquiera del alma en un impreciso más allá, en el cual todo aquello que en este mundo nos ha sido precioso y querido será cancelado, sino que promete la vida eterna” (Benedicto XVI)

Además tenemos la experiencia de que la vida feliz, la vida definitiva no es ésta. Solemos decir que “esto no es vida”. Tenemos una sabia ignorancia de lo que es la vida. Tenemos una nostalgia profunda de vida definitiva.

La vida definitiva es esta que tenemos “entre manos” pero vivida desde JesuCristo: He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. Todo el evangelio de San Juan está lleno de alusiones a la vida: Yo soy el pan de vida, el agua de vida, Yo soy la Resurrección y la vida, etc.

La eternidad no es una continua sucesión de días en el calendario, sino el momento pleno de satisfacción y plenitud en el que Dios y la humanidad nos abraza y nosotros abrazamos a Dios y a la humanidad.

La vida eterna es bienaventuranza.

Bienaventurados

La eternidad es el momento de sumergirnos en el océano de amor infinito en el cual el tempo -el antes y el después ya no existe-.

Este momento es la vida eterna.

No sabemos más, vivimos en una docta ignorantia, una sabia ignorancia.

Confiamos en Cristo, nos fiamos de Él. Sé de quién me he fiado.

04. ESPERANZA

El ser humano nunca ha sabido tanto de sus orígenes y tan poco de su destino.

Entre el Génesis, Darwin y los bing-bang del origen, sabemos, más o menos, de dónde venimos, pero estamos escasos de horizontes y de futuro absoluto. ¿Hacia dónde vamos?

Por otra parte, la postmodernidad científico-nihilista en la que vivimos tan llena de adelantos y progresos, va de victoria en victoria hasta la derrota final. Vivimos en el club de los proyectos vivos y las esperanzas muertas.

Sin embargo el ser humano es una sed infinita, una esperanza de plenitud, aunque tal plenitud no está en nuestras manos. Pero la sed nos habla del agua, el hambre nos habla de algún alimento.

¿La esperanza infinita no nos estará hablando de Dios?

Sin embargo la esperanza tiene poca, más bien nula, presencia en grandes sectores de la sociedad, de la vida cultural, de la vida política, incluso de la vida eclesiástica.

El animal puede seguir caminando a oscuras, hacia el muro infranqueable o hacia el abismo.

El hombre se resiste a caminar si no presiente uno puerta abierta al futuro» (Teilhard de Chardin).

Es sano vivir en la frontera: nada está cerrado ni tan siquiera por la muerte. Miremos la vida con esperanza y ojos de plenitud.

La esperanza es el keroseno que nos lanza siempre hacia adelante.

Esperemos en lo más hondo de nuestro ser y sembremos esperanza en la medida que podamos.

El cristianismo es una esperanza infinita en la misericordia de Dios.

Nuestro corazón está inquieto y solamente descansará cuando te encuentre, decía san Agustín.

todoslossantos***

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Miércoles 01 de Noviembre de 2017. Todos los Santos

Miércoles, 1 de noviembre de 2017
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Leído en Koinonia:

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Apocalipsis 7,2-4.9-14

Apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua

Yo, Juan, vi a otro ángel que subía del oriente llevando el sello del Dios vivo. Gritó con voz potente a los cuatro ángeles encargados de dañar a la tierra y al mar, diciéndoles: “No dañéis a la tierra ni al mar ni a los árboles hasta que marquemos en la frente a los siervos de nuestro Dios.” Oí también el número de los marcados, ciento cuarenta y cuatro mil, de todas las tribus de Israel.

Después esto apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritaban con voz potente: “¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!” Y todos los ángeles que estaban alrededor del trono y de los ancianos y de los cuatro vivientes cayeron rostro a tierra ante el trono, y rindieron homenaje a Dios, diciendo: “Amén. La alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén.”

Y uno de los ancianos me dijo: “Ésos que están vestidos con vestiduras blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido?” Yo le respondí: “Señor mío, tú lo sabrás.” Él me respondió: “Éstos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero.”

Salmo responsorial: 23

Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor.

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos. R.

¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos. R.

Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob. R.

1Juan 3,1-3

Veremos a Dios tal cual es

Queridos hermanos: Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. Todo el que tiene esperanza en él, se purifica a sí mismo, como él es puro.

Mateo 5,1-12a

Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:

“Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.”

***

Homilía de Monseñor Romero sobre los textos litúrgicos de hoy

1 de Noviembre de 1977
El Paisnal

Yo he querido venir con mucha devoción, con mucho cariño, a esta celebración que se está realizando en la Iglesia de El Paisnal. Fue una invitación, una invitación, una iniciativa, de las queridas religiosas oblatas al Sagrado Corazón que, en colaboración convalientes catequistas y asesoradas por la pastoral de la Arquidiócesis, están manteniendo esta llama de la fe, en este difícil ambiente de Aguilares, de El Paisnal y de todos los cantones.

Mi presencia aquí, quiere ser entonces, un apoyo a esta pastoral, a esta hora heroica, de quienes no se avergüenzan de la Iglesia en estas horas de prueba, como acaba de decir al Apocalipsis, “la gran tribulación”.

PALABRA DE ÁNIMO

Quiero ser mi presencia de pastor, junto a las religiosas y a ustedes, queridos catequistas, casi como la presencia del Padre Grande aquí muerto entre dos campesinos: Manuel y Nelson Rutilio. Aunque el Padre Grande, don Manuel y Nelson ya terminaron su faena, y ahora se unen a esa turba de los santos en el cielo, para que nosotros contemplemos -pastor y fieles miremos a través de estas tumbas, no sólo el Día de Difuntos, que se celebrará mañana, sino a los santos del cielo, la gran muchedumbre venida de la gran tribulación por los caminos de las Bienaventuranzas, que se acaban de proclamar en el evangelio. Para decirles, también, no sólo a las hermanas y a los catequistas, sino a los fieles, sobre todo aquellos que se encuentran un poco acobardados, miedosos, huyendo: que no tengan miedo, que vale la pena seguir estos caminos que no terminan en una tumba sino que se abren al horizonte del cielo.

Y vengo, queridos hermanos, para decirles en este ambiente donde la persecución, el atropello, la grosería de unos hombres contra otros hombres ha marcado de sangre y de humillación, a decirles el lenguaje claro de la Iglesia. Que no se confunda este lenguaje, este mensaje de esperanza y de fe de la Iglesia, con el lenguaje subversivo, con el lenguaje político de la mala ley, de los que pelean por el poder, de los que disputan las riquezas de la tierra, de los que hablan de liberaciones únicamente a ras de tierra, olvidando las esperanzas del cielo, de los que han puesto sus ilusiones en sus haciendas, en sus haberes, en sus capitales, en su poder; para decirles a todos, hermanos, que el lenguaje de la Iglesia no hay que confundirlo con esas idolatrías; y que los idólatras y los que le sirven a los idólatras no tienen por qué temer este lenguaje nítido, limpio de corazón, claro que la Iglesia predica.
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“Creer en el Cielo”. Todos los Santos” – A (Mateo 5,1-12).

Miércoles, 1 de noviembre de 2017
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31-852867En esta fiesta cristiana de «Todos los Santos», quiero decir cómo entiendo y trato de vivir algunos rasgos de mi fe en la vida eterna. Quienes conocen y siguen a Jesucristo me entenderán.

Creer en el cielo es para mí resistirme a aceptar que la vida de todos y de cada uno de nosotros es solo un pequeño paréntesis entre dos inmensos vacíos. Apoyándome en Jesús, intuyo, presiento, deseo y creo que Dios está conduciendo hacia su verdadera plenitud el deseo de vida, de justicia y de paz que se encierra en la creación y en el corazón da la humanidad.

Creer en el cielo es para mí rebelarme con todas mis fuerzas a que esa inmensa mayoría de hombres, mujeres y niños, que solo han conocido en esta vida miseria, hambre, humillación y sufrimientos, quede enterrada para siempre en el olvido. Confiando en Jesús, creo en una vida donde ya no habrá pobreza ni dolor, nadie estará triste, nadie tendrá que llorar. Por fin podré ver a los que vienen en las pateras llegar a su verdadera patria.

Creer en el cielo es para mí acercarme con esperanza a tantas personas sin salud, enfermos crónicos, minusválidos físicos y psíquicos, personas hundidas en la depresión y la angustia, cansadas de vivir y de luchar. Siguiendo a Jesús, creo que un día conocerán lo que es vivir con paz y salud total. Escucharán las palabras del Padre: Entra para siempre en el gozo de tu Señor.

No me resigno a que Dios sea para siempre un «Dios oculto», del que no podamos conocer jamás su mirada, su ternura y sus abrazos. No me puedo hacer a la idea de no encontrarme nunca con Jesús. No me resigno a que tantos esfuerzos por un mundo más humano y dichoso se pierdan en el vacío. Quiero que un día los últimos sean los primeros y que las prostitutas nos precedan. Quiero conocer a los verdaderos santos de todas las religiones y todos los ateísmos, los que vivieron amando en el anonimato y sin esperar nada.

Un día podremos escuchar estas increíbles palabras que el Apocalipsis pone en boca de Dios: «Al que tenga sed, yo le daré a beber gratis de la fuente de la vida». ¡Gratis! Sin merecerlo. Así saciará Dios la sed de vida que hay en nosotros.

José Antonio Pagola

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1.11.17. Todos los Santos: 144.000, muchedumbre inmensa (Ap 7)

Miércoles, 1 de noviembre de 2017
Comentarios desactivados en 1.11.17. Todos los Santos: 144.000, muchedumbre inmensa (Ap 7)

22886066_879292175581309_8155188667611233547_nDel blog de Xabier Pikaza:

Quizá el texto más significativo de la liturgia del día de Todos los Santos sea el de la segunda lectura Apocalipsis 7, 1-17. También son importantes las palabras finales del libro (Ap 21-22), que recogen y expresan la liturgia de la Jerusalén Celeste. Pero nuestro pasaje es decisivo para entender el cielo-cielo de los santos finales, y el cielo-tierra que debemos crear en la historia.

Ap 7, 1-17 Consta de dos partes, que se completan simbólicamente, indicando el sentido de la santidad, desde dos perspectivas distintas:

a. Por un lado, santos son los 144.000 “soldados” de Israel, judíos leales a la alianza de Dios, 12.000 mil por cada tribu, es decir, simbólicamente, los buenos judíos, aquellos que han luchado por la verdad y la justicia, apareciendo así como una punta de lanza (promesa y principio) de la nueva humanidad.

b. Por otro lado, los santos son “una muchedumbre inmensa” de todas las naciones, los amados de Dios, llamados a su gloria. No son santos por lo que ellos hacen, sino porque Dios les ama.

No hay unos santos de primera (que serían los primeros 144.000) y otros de segunda (la multitud inmensa, que viene del llanto…), sino una sola santidad que se da y expresa en la unión de unos y otros, los esforzados de la primera lista, los reconciliados de la segunda, unos y otros cantando la gloria de Dios, que es la gloria de una vida donde intentamos desterrar el llanto, la sed y el hambre de los pobres.

Este pasaje se puede y se debe leer en tres planos:

a. Los 144.000 que luchan (¿luchamos?) a favor de la verdad y la justicia… con la muchedumbre inmensa de los llamados de todos los pueblos. Este capítulo de los santos del Apocalipsis aparece así como un canto de esperanza: Vivimos abiertos al futuro de Dios, y la muerte no es la última palabra.

b. Los fieles del tiempo de la historia, que siguen a Jesús… con todos aquellos que son amados por Dios, que han de ser amados por los hombres, viviendo en fraternidad, sin hambre ni llanto, por gracia del Cordero, y por gracia de los restantes hombres, reconciliados en Cristo, por encima de las bestias actualmente dominantes (Ap 13).

c. Todos los que sufren, los perseguidos y hambrientos...Este pasaje marca así una gran protesta contra el hambre y el llanto que hoy dominan sobre el mundo. La santidad de los 144.000 se expresa allí donde somos capaces de luchar contra ese llanto que proviene de la injusticia concreta, que Ap 13-13 personalizó en el Imperio militar, el Falso Profeta y los Comerciantes prostituidos (la Gran Ramera del Capital asesino)…

Ésta es la santidad de todos, unos y otros a favor de la creación de Dios, de manera que los hombres y mujeres no tengan ya más hambre máterial, pues todos coman… pero tengan hambre de Dios y comunión de amor, todos y todas. Estas es la señal de la santidad: Que todos puedan comer amarse en esperanza sobre la tierra creada por Dios.

412Para todos, buen día de Todos los Santos, con las palabras de la postal que sigue, que tomo de mi Comentario al Apocalipsis, donde explico y comento algunas cosas que quizá parezcan más oscuras.

Imagen: El Barco de los Santos… del Colegio de San Francisco Javier de | Tepotzotlán Edo. Mex. Arriba María y Jesús, dirigen el barco, abajo reman los Padres de la Iglesia, en cubierto los Santos Fundadores, entre ellos Ignacio y Francisco, Domingo, Bernardo y Pedro Nolasco… El buen viento del Espíritu llena de fuerza la vela del Barco de la iglesia.
De nuevo buen día de los Santos.


a. 144.000 salvados, todo Israel (Ap 7, 1-8).

Después de esto, vi cuatro ángeles de pie sobre los cuatro ángulos de la tierra. Sujetaban a los cuatro vientos para que no soplase viento alguno sobre la tierra, ni sobre el mar ni sobre los árboles.

Y vi otro ángel que subía del oriente con el sello del Dios Vivo y gritó con voz fuerte a los cuatro ángeles que tenían el poder de dañar tierra y mar: No dañéis a la tierra, ni al mar ni a los árboles hasta que sellemos en sus frentes a los servidores de nuestro Dios.

Y oí el número de los sellados: eran ciento cuarenta mil y cuatro mil sellados de todas las tribus de los hijos de Israel (doce mil por cada una de las tribus)… (Ap 7, 1-4).

Como he dicho, estos 144.000 son los “comprometidos de Dios”, los voluntarios de la “Guerra del Cordero” (de la que trata el conjunto del Apocalipsis). son el signo del verdadero Israel, son los elegidos de la Iglesia de Jesús, son todos los que “luchan” a favor de la justicia, con las armas de Cristo. Ellos son los primeros señalados, ungidos y marcados de la historia, pues no viven para sí, sino para el triunfo de la nueva humanidad.

– Cuatro ángeles, extremos del mundo, cuatro vientos… (Ap 7, 1). Los ángeles son poderes cósmicos, como los Vivientes de Ap 4, y dirigen los cuatro aires (bóreas/norte, austro/sur, euro/este y céfiro/oeste) de la tierra. Ellos pueden retener los vientos, de forma que no soplen, dejando sin aliento a los que deben respirar sobre la tierra; o hacer que estallen con furia destructora de huracán, matando lo que encuentran a su paso, o hacerlos portadores del veneno de la peste…

La vida entera es aire, respiración del cosmos. Aquí parece que la muerte se ha extendido sobre el mundo pues los ángeles retienen todo el aire y ya no puede respirar la tierra, ni moverse vivo el mar, ni recibir aliento ningún árbol (7, 1). Pues bien, sobre ese tiempo de muerte se expresa la salvación de los israelitas, elegidos de Dios, es decir, la salvación de los que trabajan a favor los demás, como debieron hacer los judíos, como hacen los auténticos cristianos y, de un modo más extenso, todos los que ponen su vida al servicio de la Vida.

– Tiempo de espera (7, 2-3). Sobre ese fondo de muerte (falta el aire) se escucha la voz del ángel de oriente (puerta del sol, cuna de la vida), diciendo a los ángeles del viento que no dañen tierra, mar, ni bosque para que los signados (sellados) del Dios Vivo reciban el sello. Los degollados preguntaban ¿hasta cuándo? Dios había respondido: hasta completarse el número de mártires (Ap 6, 11): ellos, los degollados, sostenían el universo. Aquí emerge otra vez la misma idea: los ángeles del mundo se disponen a cortar el aire a los vivientes, destruyendo lo que existe (tierra, mar, arbolado).

Pues bien, Dios les responde que respeten la vida hasta que el Ángel de Oriente marque a los elegidos de Dios. Es el momento ya aquí, sobre la tierra, en camino de elección y de servicio a favor de los demás. Ellos, los amenazados y elegidos (sellados) sostienen con su fidelidad el mundo entero: no viven los mártires a merced de los verdugos sino, al contrario, por gracia de los mártires pueden vivir los verdugos . Por ellos, por los mártires-testigos de Dios sopla el viento bueno sobre el mar, la tierra, el arbolado. Ellos, los que ponen su vida al servicio de los demás, sostienen la Vida del Universo de Dios (con el Cristo). Sin ellos el mundo se habría apagado.

– Ciento cuarenta y cuatro mil (Ap 7, 4-8). Es número simbólico de culminación israelita, marcados con el sello de Dios, como en Ez 9, 4-6: doce mil para cada una de las tribus de Israel, citadas en forma solemne, como en liturgia de posesión sagrada, con José y a Manasés como distintas y dejando a un lado a Efraín y Dan que ciertas tradiciones presentan como culpables de idolatría (cf. Jc 17-18; Os 5, 3-4). Leer más…

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1. XI. 14. “Todos los Santos”

Miércoles, 1 de noviembre de 2017
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imagenes-de-santosDel blog de Xabier Pikaza:

Empecemos haciendo una breve distinción:

— En la terminología ordinaria de la iglesia católica, sólo algunos hombres y mujeres especialmente destacados por sus virtudes morales son llamados santos, y declarados tales (después de ser beatos) a través de un proceso de canonización canónica, bastante complejo (del que hablaré al final de la postal)

— En Nuevo Testamento, santos son todos los cristianos, pues han sido elegidos y santificados por el Espíritu de Cristo. Así dice Pablo a los de Roma que han sido «llamados a ser santos» (cf. Rom 1, 7; 1 Cor 1, 2). También llama santos a los ángeles de Dios, como hacía la apocalíptica judía (cf. 1 Tes 3, 13. Pero eso no ñe impide llamar santos a todos los cristianos (cf. Rom 16, 2. 15; 1 Cor 1, 2; 6, 1; 2 Cor 1, 1; Flp 1, 1 etc).

— En la línea anterior, conforme a la primera Iglesia de Jerusalén, santos son los pobres (como sabe el mismo Pablo: cf. 2 Cor 8, 4; 9, 1; Rom 15, 26), de forma que venerarles, alabando así la gloria de Dios, es acompañarles, en gesto de comunión y servicio social, concreto. Desde ese fondo, los textos más “judíos” (jesuánicos) del NT, como Mt 25, 31-45 (y la parábola de Lázaro y Epulón) suponen que son santos excluidos sociales, los hambrientos y oprimidos.

Desde ese triple fondo quiero ofrecer una simples reflexiones que pueden ayudarnos a situar mejor al tema, poniendo de relieve no sólo la santidad del “cielo” sino la de la “tierra” (Imágenes, junto a las más conocida que que evoca a los canonizados por Roma, con María, La madre de Jesús, presento otras dos muy significativas: una de “Santos inocentes”, según la novela de Delibes (película de Camús), otra tomada de una pintura de Maximino Cerezo Barredo). Buen día a todos.

Texto litúrgico: Apocalipsis 7,9-14

Después esto apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritaban con voz potente: “¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!”

Y todos los ángeles que estaban alrededor del trono y de los ancianos y de los cuatro vivientes cayeron rostro a tierra ante el trono, y rindieron homenaje a Dios, diciendo: “Amén. La alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén.”

1. Un recuerdo histórico. Lo sagrado, numinoso y santo

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En general, a partir de una obra R. OTTO, buen conocedor del judaísmo, titulada Das Heilige (Lo santo: 1917), se ha venido definiendo la religión como experiencia de santidad. Santo es aquello que se opone a lo profano (a las cosas ordinarias de cada día), viniendo a presentarse como pavoroso, tremendum (temor), porque se impone sobre el hombre, sacándole de sí mismo y atrayéndole de un modo muy fuerte. En ese contexto, las primeras notas de “lo santo”, que R. Otto deducía de la experiencia del judaísmo (partiendo, sobre todo de sus grandes teofanías: Ex 3; Is 6…) son la majestad y la energía.

(a) Lo santo o numinoso es majestad, del latín maius, algo que es siempre más grande. En ese sentido, lo santo es lo supremo, aquello que aparece como exceso de ser, como superabundancia o plenitud que desborda todas las posibles concreciones históricas y objetivas. En ese sentido, lo santo es siempre “más”, de manera que ante el despliegue de la Majestad surge el pavor, la sensación de pequeñez suprema: el hombre no puede esconderse o resguardarse, nada pueda hacer, sino sólo descubrirse criatura, nada, quitarse las sandalias, taparse el rostro, pues no se puede ver a Dios (cf. Ex 3, 5; 33, 20-23).

(b) Lo Santo es energía, es decir, poder originario, que se expresa en forma de fuego o de viento, de inmenso terremoto. Dios viene, todo tiembla, como en el Sinaí (cf. Ex 19, 16-22).

(c) Pues bien, en esa línea, desde el mensaje de Jesús, santo es cada hombre y mujer: es presencia del misterio de Dios, tiene valor infinito, no por sus virtudes morales (¡que son buenas!), sino por el hecho de que Dios ama a cada uno, y habita en su interior… de un modo especial, esa santidad de Dios se despliega, según la Biblia, en los pobres y excluidos, huérfanos, viudas, extranjeros… en todos los expulsados de la vida.

2. Primera lectura: Visión de Isaías 6, 1-13, el Dios Santo.

santosSanctus de Dios. Este pasaje marca un momento importante en la revelación del Dios israelita como santidad. El profeta ve a Yahvé sentado sobre un trono alto y sublime, llenando el templo con los bordes de su manto. A su lado había unos serafines que cantaban Qados, Qados, Qados Yhavé Seba’ot… (¡Santo!Santo!¡Santo!).

Éste es el atributo primordial de Dios, su santidad. Todo lo que existe sobre el mundo es realidad profana, valor que se consume, vanidad y muerte. A Dios se le define, en cambio, como Santo, en palabra que no pueden pronunciar los hombres de la tierra. Por eso la proclaman sin cesar, en alternancia antifonal, los músicos celestes, sacerdotes/serafines que expresan la potencia laudatoria, paradójica y sacral del cosmos.

Los hombres son santos. Éste es el canto de Yahvé, Dios que ha revelado su nombre a Moisés en el desierto (cf. Ex 3, 14). Los serafines no pueden contemplarle, pero cantan. No alcanzan su misterio más profundo pero pueden y quieren alabarle, pronunciando sacralmente su nombre y su mismo sobrenombre: es Seba´ot, el elevado, el que “hace la guerra” con su ejército de estrellas; es Dios victorioso, que reina y extiende desde el cielo su dominio sobre todo lo que existe. Por eso continúa el canto, en contrapunto de gozosa admiración: ¡la tierra toda está llena de tu gloria! Pues bien, este Dios de la santidad hace a los hombres santos, a todos…Por eso, Isaías se siente llamado a proclamar la santidad de Dios en la vida de todos los hombres.

3. Código de la santidad, una santidad más ritual.

El llamado Código de la Santidad, que constituye la culminación del libro del Levítico (Lev 17-26), constituye una especie de “ritual de la santidad”, que debe regular la vida de lo sacerdotes (y después de todos los israelitas), manteniéndoles separados de la contaminación del mundo. Es una santidad que no se expresa en la pobreza de los excluidos y en el amor de aquellos que les ayudan sino en el culto litúrgico y en el cumplimiento de los mandamiento. Así lo indica de un modo especial el conjunto de mandamientos incluidos en el capítulo 19, que empieza así:

«Sed santos, porque yo, Yahvé, vuestro Dios, soy santo. Cada uno de vosotros respete a su madre y a su padre. Guardad mis sábados… No acudáis a los ídolos, ni os hagáis dioses de fundición…» (Lev 19, 2-4).

Los israelitas han de ser santos en sentido ritual más que moral (¡no se excluye lo moral!) , en sentido religioso más que puramente ético… Son santos porque han resguardado su vida dentro del cerco de separación que Dios mismo ha fundado a través de su Ley sagrada. Leer más…

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Ocho puertas para entrar en el Reino de Dios. Fiesta de todos los Santos

Miércoles, 1 de noviembre de 2017
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Carrera 100 ms vallaDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

En la Fiesta de Todos los Santos, la lectura del evangelio recoge las bienaventuranzas. Es una forma de indicarnos el camino que llevó a tantos hombres y mujeres a lo largo de la historia a la santidad. Resulta imposible comentar cada una de ellas en poco espacio. Me limito a indicar algunos detalles fundamentales para entenderlas.

Las bienaventuranzas no son una carrera de obstáculos

Muchos cristianos conciben las bienaventuranzas como una carrera de obstáculos, hasta que conseguimos llegar a la meta del Reino de Dios. Y la carrera se hace difícil, tropezamos continuamente, nos sentimos tentados a abandonar cuando vemos tantas vallas derribadas. «No soy pobre material ni espiritualmente; no soy sufrido, soy violento; no soy misericordioso; no trabajo por la paz… No hace falta que un juez me descalifique, me descalifico yo mismo.» Las bienaventuranzas se convierten en lo que no son: un código de conducta.

Las bienaventuranzas son ocho puertas para entrar en el Reino de Dios

El arquitecto de la basílica de las bienaventuranzas la concibió con ocho grandes ventanas que permiten ver el hermoso paisaje del lago de Galilea. Prefiero concebir las bienaventuranzas no como ocho ventanas, sino como ocho puertas que permiten entrar al palacio del Reino de Dios. Para entenderlas rectamente hay que advertir donde las sitúa Mateo: al comienzo del primer gran discurso de Jesús, el Sermón del Monte, en el que expone su programa e indica la actitud que debe distinguir a un cristiano de un escriba, de un fariseo y de un pagano.

A diferencia de los políticos, capaces de mentir con tal de ganarse a los votantes, Jesús dice claramente desde el principio que su programa no va a agradar a todos. Los interesados en seguirlo, en formar parte de la comunidad cristiana (eso significa aquí el «Reino de los cielos»), son las personas que menos podríamos imaginar: las que se sienten pobres ante Dios, como el publicano de la parábola; los partidarios de la no violencia en medio de un mundo violento, capaces de morir perdonando al que los crucifica; los que lloran por cualquier tipo de desgracia propia o ajena; los que tienen hambre y sed de cumplir la voluntad de Dios, como Jesús, que decía que su alimento era cumplir la voluntad del Padre; los misericordiosos, los que se compadecen ante el sufrimiento ajeno, en vez de cerrar sus entrañas al que sufre; los limpios de corazón, que no se dejan manchar con los ídolos de la riqueza, el poder, el prestigio, la ambición; los que trabajan por la paz; los perseguidos por querer ser fieles a Dios.

Pero las bienaventuranzas son ocho puertas distintas, no hay que entrar por todas ellas. Cada cual puede elegir la que mejor le vaya con su forma de ser y sus circunstancias.

Evitar dos errores

En conclusión, las bienaventuranzas no dicen: «Sufre, para poder entrar en el Reino de Dios». Lo que dicen es: «Si sufres, no pienses que tu sufrimiento es absurdo; te permite entender el evangelio y seguir a Jesús».

No dicen: «Procura que te desposean de tus bienes para actuar de forma no violenta». Dicen: «Si respondes a la violencia con la no violencia, no pienses que eres estúpido, considérate dichoso porque actúas igual que Jesús».

No dicen: «Procura que te persigan por ser fiel a Dios». Dicen: «Si te persiguen por ser fiel a Dios, dichoso tú, porque estás dentro del Reino de Dios».

Pero, al tratarse de los valores que estima Jesús, las bienaventuranzas se convierten también en un modelo de vida que debemos esforzarnos por imitar. Después de lo que dice Jesús, no podemos permanecer indiferentes ante actitudes como la de prestar ayuda, no violencia, trabajo por la paz, lucha por la justicia, etc. El cristiano debe fomentar esa conducta. Y el resto del Sermón del Monte le enseñará a hacerlo en distintas circunstancias.

Las puertas y el palacio

Finalmente, no olvidemos que estas ocho puertas nos permiten entrar en el palacio y sentarnos en el auditorio en el que Jesús expondrá su programa a propósito de la interpretación de la ley religiosa, de las obras de piedad, del dinero y la providencia, de la actitud con el prójimo… Este gran discurso es lo que llamamos el Sermón del Monte. Limitarse a las bienaventuranzas es como comprar la entrada del cine y quedarse en la calle.

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Todos santos y todos pecadores.

Miércoles, 1 de noviembre de 2017
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solemnidad-todos-los-santosMt 5, 1-12

Los matemáticos dicen que la distancia de cualquier número, por grande que sea, al infinito, es siempre infinita. Para Dios todos somos iguales, no hay posible distinción. ¿Qué sentido tiene entonces el marcar las diferencias entre unos y otros? La fiesta de “Todos los Santos”, entendida como diferencia de perfección entre los seres humanos no tiene mucho sentido. Por eso le he cambiado el título y he puesto: Todos santos; aunque también podía haber puesto “Todos pecadores” y sería exactamente igual de cierto. Para Dios no hay diferencia ninguna, porque nos ama a todos por lo que Él es.

Si por santo entendemos un ser humano perfecto, significaría que ya ha llegado a su plenitud y por lo tanto se habrían acabado sus posibilidades de crecer. Pero su verdadero ser, y por lo tanto su perfección, nada tiene que ver con su biología o con su moralidad. A esa parte de nuestro ser no afectan las limitaciones, sean del orden que sean. Es una realidad que permanece siempre intacta. Descubrir, vivir y manifestar ese verdadero ser, es lo que podíamos llamar santidad.

Cuando creemos que para ser santo tenemos que anular los sentidos, reprimir los sentimientos, machacar la inteligencia y someter la voluntad, nos estamos exigiendo la más torpe inhumanidad. La plenitud de lo humano solo se alcanza en lo divino, que ya está en nosotros. Vivir lo divino que hay en nosotros es la meta de lo humano. El verdadero santo no es el perfecto. El santo nunca descubrirá que lo es. Por favor, que nadie caiga en la tentación de aspirar a la “santidad”. Aspirad solo, a ser cada día más humanos, desplegando el amor que es Dios y está en vosotros.

Cuando hemos puesto la santidad en lo extraordinario, nos hemos salido de todo marco de referencia evangélico. Si creemos que santo es aquel que hace lo que nadie es capaz de hacer, o deja de hacer lo que todos hacemos, ya hemos caído en la trampa del ideal de perfección griega, que durante siglos se nos ha vendido como cristiana. Cuando un joven le dice a Jesús: “Maestro bueno”. Jesús le responde: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno más que Dios. ¿Qué hubiera contestado si le hubiera llamado santo?

Todos somos santos, porque nuestro verdadero ser es lo que hay de Dios en nosotros; aunque la inmensa mayoría no lo hemos descubierto todavía, y de ese modo, tampoco podemos manifestar lo que somos. Somos santos por lo que Dios es en nosotros, no por lo que nosotros somos para Dios. La creencia generalizada de que la santidad consiste en desplegar las virtudes morales, no tiene nada que ver con el evangelio. Recordemos: “Las prostitutas y los pecadores os llevan la delantera en el reino de Dios”. Para Jesús, es santo el que descubre el amor que llega a él sin mérito ninguno por su parte. La perfección moral es consecuencia de la santidad, no su causa.

Debemos tener mucho cuidado a la hora de hablar de los santos como “intercesores”. Si lo entendemos pensando en un Dios, que solo atiende las peticiones de sus amigos o de aquellos que son “recomendados”, estamos ridiculizando a Dios. En (Jn 16,26-27) dice Jesús: “no será necesario que yo interceda ante el Padre por vosotros, porque el Padre mismo os ama”. Lo hemos dicho hasta la saciedad, Dios no nos ama porque somos buenos o por recomendación de uno que los es, sino porque Él es amor.

Se puede entender la intercesión de una manera aceptable. Si descubrimos que esas personas que han tomando conciencia de su verdadero ser, son capaces de hacer presente a Dios en todo lo que hacen, pueden ayudarnos a descubrirlo, y por lo tanto pueden acercarnos a Dios. Descubrir que ellos confiaron en Dios a pesar de sus defectos, nos tiene que animar a confiar más nosotros. No solo valdría para los que conviven con ellos, sino para todos los que después de su muerte, tuvieran noticia de ‘su vida y milagros’. Sería el camino más fácil para que creciera el número de los “conscientes”.

Debemos tener cuidado con la “comunión de los santos”. No se trata de unos “dones” o unas “gracias” que ellos han merecido y que nos ceden a nosotros. Es ridículo cuantificar y almacenar los bienes espirituales. Todo lo que nos viene de Dios es siempre gratuito y nunca se puede merecer. “Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Ahora bien, en el momento que se tiene conciencia de la unidad, se comprende que todo lo que hace uno repercute en el todo. La doctrina de Pablo es esclarecedora: “Todos formamos un solo cuerpo”.

En esta fiesta celebramos la bondad, se encuentre donde se encuentre. Es una fiesta de optimismo, porque, a pesar de los telediarios, hay mucho bien en el mundo si sabemos descubrirlo. Es cierto que mete más ruido uno tocando el tambor que mil callando. Por eso nos abruma el ruido que hace el mal y no nos queda espacio para descubrir el bien. Hoy es el día de la alegría. La Vida y el Bien triunfan sobre la muerte y el mal. La vida merece siempre la pena. Esta alegría de vivir tenemos que mantenerla a pesar de tanto sufrimiento y dolor como hay en nuestro mundo. A pesar de que muchos seres humanos consumen su existencia sin enterarse de lo que son, y se conforman con vegetar.

Las bienaventuranzas nos descubren el verdadero rostro del “santo”. ¿Quién es dichoso? ¿Quién es bienaventurado? Felicitar a uno porque es pobre, porque llora, porque pasa hambre, porque es perseguido, sería un sarcasmo para el común de los mortales. Sobre todo si le engañamos con la promesa de que lo serán más allá. Haber reservado la palabra “bienaventurado” para los que han muerto, es una manipulación del evangelio inaceptable. Aquí abajo, el dichoso es el rico, el poderoso, el que puede consumir de todo sin dar un palo al agua. Esa escala de valores queda trastocada por el evangelio.

Las bienaventuranzas no se pueden entender racionalmente, ni se pueden explicar con argumentos. Cuando Pedro se puso a increpar a Jesús, porque no entendía su muerte, Jesús le contestó: “Tú piensas como los hombres, no como Dios”. Solo entrando en la dinámica de la trascendencia, podemos descubrir el sentido de las bienaventuranzas. Solo descubriendo lo que hay de Dios en mí, podré darme cuenta del verdadero valor. Para que una persona sea dichosa le tenemos que dar aquello que considera el valor supremo para ella. Tenga lo que tenga, si no lo percibe como valor absoluto, no le hará feliz.

Las bienaventuranzas no son un “sí” de Dios a la pobreza y al sufrimiento, sino un rotundo “no” de Dios a las situaciones de injusticia, asegurando a los pobres lo más grande que pudieran esperar, el amor que es Dios. En Él los pobres pueden esperar, tener confianza. No para un futuro lejano, sino ya, aquí y ahora. Puede ser bienaventurado el que llora, pero nunca el que hace llorar. Puede ser feliz el que pasa hambre, pero no el que tiene la culpa del hambre de los demás. Buscar la salvación en las seguridades terrenas, es la mejor prueba de que no se ha descubierto el amor de Dios. Aún en las peores circunstancias imaginables, las posibilidades de ser, nadie puede quitártelas.

En la celebración de este día, no tenemos que pensar en los “santos” canonizados, ni en los que desarrollaron virtudes heroicas, sino en todos los hombres que descubren la marca de lo divino en ellos, y ese descubrimiento les empuja a mayor humanidad. No se trata de celebrar los méritos de personas extraordinarias, sino de reconocer la presencia de Dios, que es el único Santo, en cada uno de nosotros. El merito será siempre de Dios.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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“Los santos de Teresa”, por Gema Juan OCD

Miércoles, 1 de noviembre de 2017
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todoslossantos

De su blog Juntos Andemos:

Teresa de Jesús tenía, entre los santos, algunas predilecciones. No es que tuviera una idea original sobre lo santo, ella bebía de las fuentes de la fe y entendía que la santidad es la vida en Cristo. De ahí que siempre recordara que había que poner los ojos en Él.

Se sentía unida a la gran nube de testigos pero, entre ellos, algunos le resultaban más próximos. Por eso, le hubiera gustado conocer lo que decía san Serafín de Sarov: que uno de los oficios del Espíritu Santo es trenzar, unir todo lo que es para Dios en el mundo, para darle un gracias inmenso, con las voces de todos los que ponen sus pequeños hilos para la trenza.

Le hubiera gustado, porque vivía consciente de esa comunión que liga a todos los seres humanos, los presentes y los que viven otra vida en Dios. Teresa experimentó algo que Elizabeth A. Johnson formula muy bien: que «existe una comunidad de compañeros íntimamente relacionados en la gracia, que se extiende a lo largo de todo el mundo y que va más allá de la muerte». Esa comunión –dice ella– crea un «parentesco de esperanza».

Con algunos «compañeros de gracia» experimentó ese vínculo en la tierra. Con su «santico», Juan de la Cruz. Con «aquella mi amiga santa», Maridíaz o con fray Pedro de Alcántara del que, aunque alababa su ascetismo, más le conmovía que «con todas esa santidad, era muy afable… y tenía muy lindo entendimiento».

Teresa aborrecía cualquier tipo de pantomima y amaba la autenticidad. Estando en Sevilla, no precisamente pasándolo bien, escribía que estaba contenta porque allí no había «memoria de esa farsa de santidad que había por allá [Castilla], que me deja vivir y andar sin miedo que esa torre de viento había de caer sobre mí».

De ahí que esos compañeros fueran tan valiosos por su veracidad, porque medían su vida con la de Jesús e iban por el camino que Él fue. Pero también porque veía cumplida su intuición: que la santidad y la amabilidad debían ir de la mano. Y esa intuición nacía de una profunda creencia: que la humanidad de Jesús revelaba la santidad del Padre.

Teresa –como Jesús– sabía que nada era despreciable. Entendía que lo que para unos es leve, para otros es muy costoso, y que vivir ligados, trenzando con el Espíritu, es mucho más constructivo. La teóloga Barbara Brown escribía que «por causa de todos los santos, por causa de unos y de otros, y por causa del Dios que nos une a todos podemos hacer mucho más de lo que cualquiera de nosotros ha podido soñar hacer en solitario».

Por eso, vivía fuertemente la unión con otros seguidores de Jesús que habían recorrido antes que ella el camino. Los recuerda por el «gran provecho y aliento [que] nos da su memoria».

Dejando aparte a san José –el hombre que vivió el amor en el anonimato, en pura fe, a la sombra del misterio y rodeado de silencio– que era «el» santo de Teresa, sus predilectos fueron los santos que habían sido grandes pecadores antes de conocer a Jesús, antes de convertirse; le alentaban mucho. Se veía entre ellos, aunque no como ellos.

Al mismo tiempo, admiraba y sentía muy cerca a los santos «que convirtieron muchas almas», porque decía que esa era la inclinación que había en ella: la de servir, la de mostrar lo bueno que es Dios y acompañar, a cuantos pudieran, a los ríos de vida y alegría que manan siempre de Él, que es la fuente de todo.

Teresa veía en los santos vidas imitables, es decir, descubría a través de ellos diferentes caminos para seguir a Jesús; los sentía como aliados en la fe y como una inspiración para vivir las Bienaventuranzas.

Por eso, decía que era contrario al Espíritu creer que es «soberbia tener grandes deseos y querer imitar a los santos». Es posible esa comunión de vida que da alas para todo lo bueno. Y le preocupaba esa dejadez humana que, a veces, es capaz de borrar el bien y perder el norte, porque apreciaba mucho «la labor que el espíritu de los santos pasados dejaron».

Descubría huellas imborrables en los apóstoles, en Agustín, en muchos fundadores y, sobre todo, en María Magdalena, que encabeza la lista de sus queridas «grandes amadoras», como había llamado a Catalina mártir.

Lo que cautivaba de todos ellos a Teresa era el profundo amor a Jesús. Un amor que había cambiado sus vidas, que había reflotado lo mejor de ellos y los había lanzado a una aventura apasionante. Y sentía que era posible apoyarse en esas huellas para crear otras nuevas y seguir iluminando la senda hacia un mundo mejor.

«Amigos fuertes de Dios», eso son los santos. Una comunidad viva donde Dios sigue realizando su obra de amor, a través de todas las épocas y en medio de todos los acontecimientos. Con ellos, Teresa sigue diciendo:

«Dejemos estas cosas que en sí no son, si no es las que nos allegan a este fin que no tiene fin, para más amarle y servirle, pues ha de vivir para siempre jamás, amén, amén. A Dios sean dadas gracias».

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Todos santos, aquí y ahora.

Martes, 1 de noviembre de 2016
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La vida futura es el opio del pueblo, es una mistificación que hace esperar del futuro un cambio que no se habría producido o por lo menos no se ha preparado en el presente.

La verdadera fe cristiana no es la fe en una vida futura, sino en la vida eterna, y si es eterna, sólo se necesita un momento de reflexión para comprender que ya se ha iniciado. Vivimos ahora, o no viviremos nunca.

*

Luis Evely, “Ese hombre eres tú” (1957), p. 58

***

 

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:

“Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.

Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.

Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.

Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.

Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.

Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.”

*

Mateo 5,1-12a

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ortodoxa-20140925-articulo-02

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“Creer en el Cielo”. Todos los Santos” – B (Mateo 5,1-12).

Martes, 1 de noviembre de 2016
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31-852867En esta fiesta cristiana de «Todos los Santos», quiero decir cómo entiendo y trato de vivir algunos rasgos de mi fe en la vida eterna. Quienes conocen y siguen a Jesucristo me entenderán.

Creer en el cielo es para mí resistirme a aceptar que la vida de todos y de cada uno de nosotros es solo un pequeño paréntesis entre dos inmensos vacíos. Apoyándome en Jesús, intuyo, presiento, deseo y creo que Dios está conduciendo hacia su verdadera plenitud el deseo de vida, de justicia y de paz que se encierra en la creación y en el corazón da la humanidad.

Creer en el cielo es para mí rebelarme con todas mis fuerzas a que esa inmensa mayoría de hombres, mujeres y niños, que solo han conocido en esta vida miseria, hambre, humillación y sufrimientos, quede enterrada para siempre en el olvido. Confiando en Jesús, creo en una vida donde ya no habrá pobreza ni dolor, nadie estará triste, nadie tendrá que llorar. Por fin podré ver a los que vienen en las pateras llegar a su verdadera patria.

Creer en el cielo es para mí acercarme con esperanza a tantas personas sin salud, enfermos crónicos, minusválidos físicos y psíquicos, personas hundidas en la depresión y la angustia, cansadas de vivir y de luchar. Siguiendo a Jesús, creo que un día conocerán lo que es vivir con paz y salud total. Escucharán las palabras del Padre: Entra para siempre en el gozo de tu Señor.

No me resigno a que Dios sea para siempre un «Dios oculto», del que no podamos conocer jamás su mirada, su ternura y sus abrazos. No me puedo hacer a la idea de no encontrarme nunca con Jesús. No me resigno a que tantos esfuerzos por un mundo más humano y dichoso se pierdan en el vacío. Quiero que un día los últimos sean los primeros y que las prostitutas nos precedan. Quiero conocer a los verdaderos santos de todas las religiones y todos los ateísmos, los que vivieron amando en el anonimato y sin esperar nada.

Un día podremos escuchar estas increíbles palabras que el Apocalipsis pone en boca de Dios: «Al que tenga sed, yo le daré a beber gratis de la fuente de la vida». ¡Gratis! Sin merecerlo. Así saciará Dios la sed de vida que hay en nosotros.

José Antonio Pagola

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Martes 01 de Noviembre de 2014. Todos los Santos

Martes, 1 de noviembre de 2016
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58-TodoslossantosALeído en Koinonia:

Os animamos también a leer la Homilía de Monseñor Romero sobre los textos litúrgicos de hoy

Apocalipsis 7,2-4.9-14: Apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua.
Salmo responsorial: 23: Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor.
1Juan 3,1-3:Veremos a Dios tal cual es.
Mateo 5,1-12a: Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.

Se celebra hoy la Solemnidad de Todos los Santos. Qué bueno sería que los «santos» en ella celebrados no se redujeran sólo a los del “mundo católico”, los santos de nuestro pequeño mundo, de la Iglesia Católica, sino a «todos los santos del mundo», a los santos de un mundo verdaderamente «cat–hólico» (etimológicamente, según el todo, referido al todo), o sea, «universal». ¿No queremos celebrar en este día a todos los santos que están ya ante Dios? ¿Pues cómo vamos a limitarnos a pensar en «catálogo romano de los santos», de los «canonizados» por la Iglesia católica romana, según esa práctica llevada a cabo sólo desde el siglo XI, de «inscribir» oficialmente a los santos particulares de nuestra Iglesia, en ese libro? ¿Será que quienes figuran oficialmente inscritos durante 9 siglos en esta sola Iglesia son «todos los santos»… o tal vez serán sólo una insignificante minoría entre todos ellos?

Es decir: pocas fiestas como ésta requieren ser «universalizadas» para hacer honor a su nombre: la festividad de «todos los santos». Por tanto, hay que hacer un esfuerzo por entenderla con una real universalidad. Ésta es una fiesta «ecuménica»: agrupa a todos los santos. Es más que ecuménica, porque no contempla sólo a los santos cristianos, sino a «todos», todos los que fueron santos a los ojos de Dios. Ello quiere decir, obviamente, que también incluye a los «santos no cristianos»… a los santos de otras religiones (debería ser una fiesta inter-religiosa), e incluso a los santos sin pertenencia a ninguna religión, los «santos paganos» (Danielou tituló así un libro suyo), los santos anónimos (éstos deben ser verdadera legión), incluso los «santos ateos», a los que el pasaje de Mt 25,31ss pone en evidencia («cada vez que lo hicieron con alguno de mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron»).

Una fiesta, pues, que podría hacernos reflexionar sobre dos aspectos: sobre la santidad misma (¿qué es, en qué consiste, qué «confesionalidad» tiene…?), y sobre el «Dios de todos los santos». Porque muchas personas todavía piensan -sin querer, desde luego- en «un Dios muy católico». Para algunos Dios sería incluso «católico, apostólico… y romano». O sea, «nuestro». O «un Dios como nosotros», de hecho. Pudiera ser que, también… un poco… hecho «a imagen y semejanza» nuestra.

La actitud universalista, la amplitud del corazón y de la mente hacia la universalidad, a la acogida de todos sin etiquetas particularistas, siempre nos cuestiona la imagen de Dios. Dios no puede ser sólo nuestro Dios, el nuestro, el que piensa como nosotros e intervendría en la historia siempre según nuestras categorías y de acuerdo con nuestros intereses… Dios, si es verdaderamente Dios, ha de ser el Dios de todos los santos, el Dios de todos los nombres, el Dios de todas las utopías, el Dios de todas las religiones (incluida la religión de los que con sinceridad y sabiendo lo que hacen optan con buena conciencia por dejar a un lado “las religiones”, aunque no «la religión verdadera» de la que por ejemplo habla Santiago en su carta, 1,27). Dios es «católico» pero en el sentido original de la palabra. Está más allá de toda religión concreta. Está «con todo el que ama y practica la justicia, sea de la religión que sea», como dijo Pedro en casa de Cornelio (Hch 10).

Hoy nos parece todo esto tan natural, pero hace apenas 50 años que estamos pensando de esta manera -los años que hace que se celebró el Concilio Vaticano II-. En las vísperas de aquel Concilio, el famoso teólogo dominico Garrigou-Lagrange (avanzado, progresista, y por ello perseguido) escribía, con la mentalidad que era común en el ambiente católico: «Las virtudes morales cristianas son infusas y esencialmente distintas, por su objeto formal, de las más excelsas virtudes morales adquiridas que describen los más famosos filósofos… Hay una diferencia infinita entre la templanza aristotélica, regulada solamente por la recta razón, y la templanza cristiana, regulada por la fe divina y la prudencia sobrenatural» (Perfection chrétienne et contemplation, Paris 1923, p. 64). Danielou, por su parte, afirmaba: «Existe el heroísmo no cristiano, pero no existe una santidad no cristiana. No debemos confundir los valores. No hay santos fuera del cristianismo, pues la santidad es esencialmente un don de Dios, una participación en Su vida, mientras que el heroísmo pertenece al plano de las realidades humanas» (Le mystère du salut des nations, Seuil, Paris 1946, p. 75). Todas las grandes figuras de la humanidad, personajes como Sócrates o como Gandhi… sólo podrían considerarse héroes, no santos. No quedarían incluidos hoy en esta fiesta, según la visión católico-romana de aquellos tiempos preconciliares, porque «santos», sólo podrían serlo los buenos cristianos, ¡y católicos! Ésta es una de las tantas «rupturas» que realizó el Concilio Vaticano II.

La primera lectura bíblica de esta fiesta litúrgica, del Apocalipsis, aun estando redactada en ese lenguaje no sólo poético, sino ultra-metafórico, lo viene a decir claramente: la muchedumbre incontable que estaba delante de Dios era «de toda lengua, pueblo, raza y nación»… En aquel entonces, hablar de «las naciones» implicaba a las religiones, porque se consideraba que cada pueblo-raza-nación tenía su propia religión. A Juan le parece contemplar reunidos, en aquella apoteosis, no sólo a los judeocristianos, sino a «todos los pueblos», lo que equivale a decir: a todas las religiones.

Si corregimos así nuestra visión, estaremos más cerca de «ver a Dios tal como es» (segunda lectura), tal como podremos verle más allá de los velos carnales del chauvinismo cultural o el tribalismo religioso -que no son muy distintos-. Obviamente, esos «ciento cuarenta y cuatro mil» (doce al cuadrado, o sea, «los Doce», o «las Doce ‘tribus’ de Israel», pero elevadas al cuadrado y multiplicadas por mil, es decir, totalmente superadas, llevadas fuera de sí hasta disolverse entre «toda lengua, pueblo, raza y nación»), esos ciento cuarenta y cuatro mil, o los entendemos como un símbolo macroecuménico, o nos retrotraerían a un fantástico tribalismo religioso.

Las bienaventuranzas comparten esta misma visión «macro-ecuménica»: valen para todos los seres humanos. El Dios que en ellas aparece no es «confesional», de una religión, no es «religiosamente tribal». No exige ningún ritual de ninguna religión. Sino el «rito» de la simple religión humana: la pobreza, la opción por los pobres, la transparencia de corazón, el hambre y sed de justicia, el luchar por la paz, la persecución como efecto de la lucha por la Causa del Reino… Esa «religión humana básica fundamental» es la que Jesús proclama como «código de santidad universal», para todos los santos, los de casa y los de fuera, los del mundo «católico»…

Si a propósito de la festividad de Todos los Santos se nos sugiere el texto de las Bienaventuranzas, es porque ellas son en verdad el camino de la santidad universal (y supra-religional, simple y profundamente humana); en y con las Bienaventuranzas como carta de navegación para nuestra vida es posible alcanzar la meta de nuestra santificación, entendida como la lucha constante por lograr en el cada día el máximo de plenitud de la vida según el querer de Dios.

En la homilía, en la oración, en la conversación que tengamos sobre el tema, no dejemos de nombrar hoy a Gandhi, que tiene que ir de la mano con Francisco de Asís; a Martin Luther King acompañado por Mons. Oscar Arnulfo Romero –finalmente reconocido como «mártir» por Roma–; a la mística santa Teresa con el incomparable Ibn Arabí; al inefable Juan de la Cruz con el místico Nisagardatta («¡Yo soy Eso!»)… La manera de cambiar la vieja mentalidad «tribal», que también nos ha afectado en la concepción de la santidad, es practicar, conversar, manifestar la nueva mentalidad macroecuménica.

Dentro de la perspectiva cristiano-católica, para una aplicación más parenética de este precedente comentario exegético, recomendamos como la mejor referencia el capítulo V de la Constitución Dogmática de la Iglesia “Lumen Gentium”, del Vaticano II, sobre el “Universal llamado a la santidad”. Antes del Concilio se solía pensar que había una especie de «profesionales de la santidad», que se dedicaban de un modo especializado a conseguirla, como los monjes y los religiosos/as, que se decía que vivían en el «estado de perfección»; a los demás, los laicos/as o seglares, como que se les consideraba de alguna manera dispensados de tener que tender a la santidad. Leer más…

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1.11.16.Fiesta de todos los Santos, cristianos y no cristianos

Martes, 1 de noviembre de 2016
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icone_toussaintDel blog de Xabier Pikaza:

1 del XI del 2016. Fiesta de los amigos de Dios, es decir, de todos los hombres y mujeres, que nos han precedido y que han hecho posible que seamos lo que somos.

Les damos gracias porque han sido lo que son, una fuente de Vida: de su herencia heredamos, con su voz cantamos, de su viva recibimos Vida, con aquel que es un Dios de Vivos, no de muertos (cf. Mc 12, 27), “origen e impulso” de todos los santos.

Quizá debería hablar de la fiesta litúrgica cristiana de “Todos los santos”, que recoge, desde la perspectiva del hemisferio norte, al comienzo del otoño, la experiencia de una culminación del año (del verano), que desemboca en la plenitud de Dios, a quien vemos como Vida o Santidad. Todos los hombres y mujeres que han sido recibidos en Dios y por Dios son santos, “testigos” de lo humano. Así los celebra la iglesia católica, recordando a los que han formado parte de la historia de su salvación: patriarcas y profetas, apóstoles y evangelistas, confesores y mártires, testigos de la vida…

Pero aquí he querido tratar de los santos en sentido más extenso, como un signo de la hondura misteriosa de la humanidad. Más que santos en sentido personal (humano), los tomo ahora como símbolos sagrados, que forman parte de la constelación numinosa de nuestra existencia.

No quiero precisar su tipo de vida concrta (histórica, en el tiempo…), sino presentarlos como aureola de sacralidad, signo de sentido de aquello que somos. No escribo sólo para cristianos o devotos de esta fiesta, sino para aquellos que quieran trazar una lista de antepasados o poderes en el fondo positivos que han hecho posible que seamos lo que somos.
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La iglesia católica ha creado una “lista de santos” reconocidos de un modo oficial, recopilados en los libros de los santos y beatos de Roma (entre los últimos están Sor Isabel de la Trinidd, el P. Pavoni, Mons. González o el Cura Brochero, recién canonizados).

Pero la experiencia cristiana de los santos puede y debe ser mucho más grande y ha vinculado a todos los personajes religiosos, a todos los mediadores sagrados, no sólo del cristianismo, sino delas diversas religiones, grandes y pequeñas, de oriente y occidente (en sentido histórico y simbólico).

Entre ellos, los mayores santos son los pobres y excluidos de la vida, como la niña de la segunda imagen. Pero no quiero tratar de esos santos inocentes en especial, sino de las figuras de seres con aureola de santidad, que han ido apareciendo en las diversas religiones y culturas.

En ese contexto más amplio he querido expandir el tema, hablando de los mediadores sagrados, de tipo personal o suprapersonal, de carácter angélico o humano, simbólico y real, que abren sobre el mundo unos espacios de veneración y nos capacitan para vincularnos de algún modo a lo divino.

En este contexto quiero celebrar con gozo a santos que probablemente nunca han vivido en el sentido externo, aunque los celebre la liturbia: Jorge y Demetrio, Barlaam y Josafat y tantos otros que han sido signo de protección celeste para muchos hombres buenos: Henoc y Matusalén, Adán y Eva, Noé y Judit, Tobías y Ana la grande, con Judit, Ester y Sara, Agar y Rebeca etc.

En algunos momentos, los santos pueden formar un “sistema”, cuando están organizados de forma unitaria y cerrada, ellos solos, con sus vidas bien probadas, en línea de investigación histórica. Otras veces aparecen a manera de conjuntos más extenso. Estos son algunos de los más significativos, dentro de una lista que podría extenderse casi hasta el infinito. Desde ese fondo quiero ofrecer así una posible “lista” de figuras sagradas (divididas en cinco grandes grupos), para orientación de los lectores, que pueden buscar y trazar otras, este día de los Santos.

Empezaré por los Santos “cristianos”, seguiré por otras figuras sagradas

I. SANTOS DE JESÚS .

Son el signo de la presencia y permanencia de la vida de Jesús en la historia. Han sido venerados en primer lugar por el pueblo, que los ha “canonizado” con su “culto”, pero después la iglesia oficial se ha reservado la facultad de canonizar o beatificar, fijando aquellos santos que pueden ser venerados por los fieles. Se han trazado así las listas de santos y santas, según categorìas que reflejan una visión eclesial de tipo bastante jerárquico. Estas son anguas categorías básicas de santos: mártires, obispos, doctores, presbíteros, vírgenes, confesores, santos varones, santas mujeres… Aquí queremos indicar algunos “modelos” básicos de santos según la tradición primera de la Iglesia.

1. Pobres, excluidos. Para Jesús, santos son ante todo los pobres y excluidos, como indica Mt 25, 31-46: el hambriento y sediento, en desnudo o emigrantes, el enfermo o encarcelado… Los hombres y mujeres que sufren (huérfano, viuda, extranjero en el Antiguo Testamento) son la Señal de Dios, son el signo de su presencia. Ellos son los “hermanos de Jesús”, los más pequeños, signo y presencia de la santidad de Dios, Dios mismo hecho debilidad en el camino de la vida.

2 . Santos son todos los cristianos. Para Pablo, santos son todos los creyentes: santos de un modo expreso, porque han sido trasformados por el signo de Cristo, en el bautismo… Todos los cristianos, sin distinción, por el amor de Dios que les acoge y vincula con su vida en Cristo. Son santos porque Dios les ama, no porque ellos realicen cosas extraordinarias.

3. Santos son los testigos de la vida, es decir, los mártires: aquellos que (muriendo o sin morir) mantienen en el mundo el testimonio de los valores de la humanidad, de la fe en los demás, de la honradez moral. Por eso podemos presentarlos como testigos de la vida, del valor de una vida que se expresa no sólo en hombres y mujeres como Jesús o los grandes profetas, sino en una multitud inmensa de gentes que han sido y siguen siendo portadoras de valores humanos, una “nube de testigos”, como dice la carta a los Hebreos, cap. 11.

4. Santos son los portadores de vida, hombres y mujeres que han querido vivir, simplemente eso; que han aceptado la vida y la han expandido, que beben del gozo de la tierra y que ayudan a beber a otros, sabiendo que la vida es don, regalo que compartimos, todos, todos, en el mundo. A ellos les recordamos, por ellos vivimos. Somos en gran parte aquello que nos han legado los que han vivido ante nosotros: por eso les recordamos con agradecimiento.

5. Hay algunos especiales, que podemos llamar santos, por su especial luminosidad, por su valor moral, por su presencia compasiva, por su esfuerzo callado al servicio de los demás. Entre ellos posemos contar a San Francisco y San Serafín de Sarov Quizá no podamos definirlos, pero vivimos por ellos. Por eso, un día como hoy, agradecemos su presencia y vivimos de su gracia. Estamos inmersos en un mundo de ángeles y santos, de poderes de vida… Somos portadores de la santidad de Dios, de su belleza. Hoy es la fiesta de los Santos.

II. RELIGIONES.

Las religiones modernas han tendido de presentar como “santos” a una serie de personajes que han hecho posible el surgimiento de las grandes religiones. Son los garantes del orden religioso en este mundo y en el mundo superior.

1. Místicos, gurus. budas y bodisatvas. Son los virtuosos de la interioridad religiosa y han actuado de un modo especial en las religiones de la India y China. De allí vienen los grandes meditantes (gurús, yoguis, maestros zen) que descubren lo divino en su vida interior y ayudan a realizar el mismo camino a los demás. Son expresión del misterio escondido de Dios que se revela a través de su experiencia interior. En esta línea se sitúan los grandes “gurús”, los iniciadores en la contemplación, tanto en el budismo como en el hinduísmo y taoísmo. Leer más…

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La fiesta de los que…

Martes, 1 de noviembre de 2016
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La primera canonización tuvo lugar cuando Jesús subió aquel día a la montaña y con gran solemnidad declaró felices a los pobres, a los que están afligidos por causa del Reino, a los mansos que no recurren a la violencia, a los que tienen hambre y sed de la justicia, a los misericordiosos, a los que no tienen doblez en su corazón, a los que trabajan por conseguir la paz, a los perseguidos por causa de la justicia. Todos ellos son declarados felices porque son los que más se parecen a Dios.

Pero las bienaventuranzas no solo declaran sino que “apelan”. De hecho, dejando abierto ese sujeto, “los que…”, se integra tanto a los que ya lo están viviendo como resulta una llamada para todos los demás, ya que te dan ganas de ser bueno. Sientes que te gustaría entrar a formar parte de esa lista que se dibuja con tanta belleza. En realidad la fiesta de los santos es la celebración de la fiesta de un montón de “los que” innominados que han vivido y viven haciendo Reino.

En este año de la misericordia seguramente hemos escuchado que, mientras Levítico exhorta a ser santos (Lv 19,2), Lucas reinterpreta esta apelación y nos la traduce. Lo que nos hace más parecidos a Dios es la “misericordia”: sed misericordiosos como vuestro Padre Dios es misericordioso (Lc 6,36). La santidad, entonces, se mide y se juega únicamente en la “aprojimación” no en la “separación”. Pues “prójimo” es por definición el que practicó la misericordia, el samaritano (Lc 10,37).

El evangelio de Mateo tiene una comprensión parecida. El texto que hoy leemos se encuentra al principio (Mt 5,1-12) y está en relación con otro que cierra los cinco grandes discursos: el juicio final (Mt 25,31-46). No en vano si aquí se llama bienaventurados a los misericordiosos, pues se les promete que alcanzarán misericordia, allí se les vuelve a llamar “benditos”venid benditos de mi Padre– y se les indica quién les alcanzará misericordia: aquellos hermanos pequeños con los que ellos han practicado misericordia. Como en la parábola del samaritano, el criterio último y definitivo no será la religión, las palabras, las buenas intenciones sino lo que habéis hecho a uno de estos hermanos míos más pequeños.

Pues bien, según la Escritura cuando alguien vive así, la tierra se llena de fiesta porque es explosión de una fraternidad muy diferente a la del hermano mayor de la parábola. Es una fraternidad no regida por el mérito sino por las necesidades de los otros, instada no por lo que es legal sino por lo que es justo (Mt 20,1-16). No es de extrañar que cuando un acto así suceda, haya fiesta y alegría por todo lo alto en el cielo. Y también que, cuando ocurra lo contrario, Dios diga: “¡estoy harto!” (Is 1,11).

Así la primera página de Isaías presenta el contra-modelo de santidad. Dios está cansado de sacrificios que consagran la injusticia. Por eso, insta a llenar el culto de fraternidad. Vivir abiertos a Dios –esto es el culto– es “no vivir cerrados a la propia carne” (Is 58,4), esto es al prójimo. Y esto se traduce en una serie de acciones que son los indicadores de estar en un año de gracia (Is 61,1-3) y que, además, forman parte del programa de Jesús (Lc 4,18-19). Pues son las señales referidas a Juan Bautista ante su pregunta –¿eres tú el que había de venir?– y las señales identificadoras de los hombres y mujeres configurados por las bienaventuranzas (Mt 5,3-12).

A todos los que viven se les declara felices y se les promete la herencia de la tierra, ya que son el emblema de cómo poseer la promesa sin violentarla, de cómo servir al otro sin hacerle sentir inferior, de cómo vivir la no dislexia entre ser hijo y hermano. La tierra espera reyes no de espadas sino de arados, gente no de lanza sino de podaderas, pastores no mercenarios sino que den su vida, jornaleros que no se apropien de la herencia, maestros que se ciñan la toalla como siervos. Santos que no estén alejados sino de esos que se hacen prójimos y se manchan con las miserias. Esa es la fisonomía de los misericordiosos porque fue la fisonomía del Hijo de Dios.

Marta García Fernández

Fuente Fe Adulta

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Reflexión

Martes, 1 de noviembre de 2016
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lider-preguntaNuestra mente es un artefacto extraño capaz de plantear preguntas a las que luego no sabe responder. Que nos permite conocer cosas complejas como la teoría de la relatividad o la mecánica cuántica, pero nos veda el camino para saber quiénes somos, a dónde vamos o de dónde venimos. Da la impresión de que el ser humano está mucho más capacitado para conocer el mundo que le rodea que para entender su propia esencia, lo que nos lleva a plantear la siguiente pregunta: ¿Qué sabemos de nosotros mismos?…

Y sabemos que somos unos seres singulares conscientes de su propia existencia y de la inexorabilidad de la muerte. Capaces de percibir nuestro entorno y desentrañar las pautas de funcionamiento del mundo material; de relacionarnos con otros seres que comparten nuestro mundo; de crear arte y disfrutar con él; de pensar, de hablar, de sentir amor, odio, lealtad, envidia, felicidad o angustia; de supeditar —a veces— las pasiones irracionales a nuestra voluntad… Capaces, también, de imaginar un mundo que transciende a nuestros sentidos; de ansiar la existencia de un Ser Supremo con el que encontrarnos después de la muerte…

Pero no sabemos nada más. Como decía Leibniz, no sabemos por qué existe algo y no nada; ni conocemos el objeto de este mundo, ni sabemos quién estableció las leyes físicas que determinan su funcionamiento, ni de dónde surgió la materia, ni por qué un día la materia se vio alentada por el soplo de la vida, ni por qué, miles de millones de años después, unos animales se convirtieron en seres humanos. Tampoco sabemos si este mundo en el que vivimos tiene algún sentido marcado por Alguien de quien todo depende o si todo es fruto del azar; ni qué pintamos nosotros en todo esto…

Ante esta falta de información caben varias posturas distintas. La primera consiste en afirmar que en nuestro mundo no hay más realidad que la que vemos o entendemos; que el ser humano es una simple máquina sometida a leyes físicas y controlada por unos impulsos eléctricos que produce el cerebro; que hasta los sentimientos más nobles, como el amor, la felicidad o la lealtad, pueden explicarse como meros procesos bioquímicos; que no existe una ley moral universal y que las acciones humanas son simplemente libres.

La segunda consiste en afirmar que el mundo ha sido creado por Dios, y que es Dios quien da sentido tanto al mundo en que vivimos como a nuestra propia existencia; que la persona humana está formada por un cuerpo material que va a morir, y por un alma inmortal, de naturaleza espiritual, portadora de los valores que dan sentido a la vida; que existe una Ley de Dios que coincide con la ley moral que todos llevamos impresa en nuestro interior.

Todavía existe una tercera postura que identifica a Dios con el conjunto del Cosmos. Esta postura —el panteísmo— concibe a la persona humana como parte de Dios. Dios no creó el mundo quedándose fuera; Dios es el mundo; tanto material como espiritual. Spinoza afirma que fuera de Dios no existe ninguna realidad. Hegel sostiene que “Dios toma conciencia de sí mismo en la conciencia racional de los hombres”, y añade que el ser humano encuentra la felicidad al hacerse consciente de que su propio progreso está propiciando la realización de Dios en la historia…

La pregunta por nosotros es la más importante si queremos vivir con sentido, y la fiesta de Todos los Santos es quizás una buena ocasión para preguntarnos por nuestra esencia y nuestro destino. Porque podemos tomarnos la vida en serio o pasar por ella como reses que van al matadero sin mirar a derecha o izquierda; es decir, podemos vivir ajenos al hecho mismo de la vida sobrenadándola por la superficie, y podemos zambullirnos de lleno en ella.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Fuente Fe Adulta

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Todos santos, aquí y ahora.

Domingo, 1 de noviembre de 2015
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La vida futura es el opio del pueblo, es una mistificación que hace esperar del futuro un cambio que no no se habría producido o por lo menos no se ha preparado en el presente.

La verdadera fe cristiana no es la fe en una vida futura, sino en la vida eterna, y si es eterna, sólo se necesita un momento de reflexión para comprender que ya se ha iniciado. Vivimos ahora, o no viviremos nunca.

*

Luis Evely, “Ese hombre eres tú” (1957), p. 58

***

 

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:

“Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.

Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.

Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.

Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.

Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.

Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.”

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Mateo 5,1-12a

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“Creer en el Cielo”. Todos los Santos” – B (Mateo 5,1-12).

Domingo, 1 de noviembre de 2015
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31-852867En esta fiesta cristiana de «Todos los Santos», quiero decir cómo entiendo y trato de vivir algunos rasgos de mi fe en la vida eterna. Quienes conocen y siguen a Jesucristo me entenderán.

Creer en el cielo es para mí resistirme a aceptar que la vida de todos y de cada uno de nosotros es solo un pequeño paréntesis entre dos inmensos vacíos. Apoyándome en Jesús, intuyo, presiento, deseo y creo que Dios está conduciendo hacia su verdadera plenitud el deseo de vida, de justicia y de paz que se encierra en la creación y en el corazón da la humanidad.

Creer en el cielo es para mí rebelarme con todas mis fuerzas a que esa inmensa mayoría de hombres, mujeres y niños, que solo han conocido en esta vida miseria, hambre, humillación y sufrimientos, quede enterrada para siempre en el olvido. Confiando en Jesús, creo en una vida donde ya no habrá pobreza ni dolor, nadie estará triste, nadie tendrá que llorar. Por fin podré ver a los que vienen en las pateras llegar a su verdadera patria.

Creer en el cielo es para mí acercarme con esperanza a tantas personas sin salud, enfermos crónicos, minusválidos físicos y psíquicos, personas hundidas en la depresión y la angustia, cansadas de vivir y de luchar. Siguiendo a Jesús, creo que un día conocerán lo que es vivir con paz y salud total. Escucharán las palabras del Padre: Entra para siempre en el gozo de tu Señor.

No me resigno a que Dios sea para siempre un «Dios oculto», del que no podamos conocer jamás su mirada, su ternura y sus abrazos. No me puedo hacer a la idea de no encontrarme nunca con Jesús. No me resigno a que tantos esfuerzos por un mundo más humano y dichoso se pierdan en el vacío. Quiero que un día los últimos sean los primeros y que las prostitutas nos precedan. Quiero conocer a los verdaderos santos de todas las religiones y todos los ateísmos, los que vivieron amando en el anonimato y sin esperar nada.

Un día podremos escuchar estas increíbles palabras que el Apocalipsis pone en boca de Dios: «Al que tenga sed, yo le daré a beber gratis de la fuente de la vida». ¡Gratis! Sin merecerlo. Así saciará Dios la sed de vida que hay en nosotros.

José Antonio Pagola

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“Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”. Domingo 1 de noviembre de 2015. Domingo 31 ordinario. Todos los Santos

Domingo, 1 de noviembre de 2015
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58-TodoslossantosALeído en Koinonía:

Apocalipsis 7,2-4.9-14: Apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua.
Salmo responsorial: 23: Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor. 1Juan 3,1-3Veremos a Dios tal cual es.
Mateo 5,1-12a: Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.

Se celebra hoy la Solemnidad de Todos los Santos. Qué bueno sería que los «santos» en ella celebrados no se redujeran sólo a los del “mundo católico”, los santos de nuestro pequeño mundo, de la Iglesia Católica, sino a «todos los santos del mundo», a los santos de un mundo verdaderamente «cat–hólico» (etimológicamente, según el todo, referido al todo), o sea, «universal». ¿No queremos celebrar en este día a todos los santos que están ya ante Dios? ¿Pues cómo vamos a limitarnos a pensar en «catálogo romano de los santos», de los «canonizados» por la Iglesia católica romana, según esa práctica llevada a cabo sólo desde el siglo XI, de «inscribir» oficialmente a los santos particulares de nuestra Iglesia, en ese libro? ¿Será que quienes figuran oficialmente inscritos durante 9 siglos en esta sola Iglesia son «todos los santos»… o tal vez serán sólo una insignificante minoría entre todos ellos?

Es decir: pocas fiestas como ésta requieren ser «universalizadas» para hacer honor a su nombre: la festividad de «todos los santos». Por tanto, hay que hacer un esfuerzo por entenderla con una real universalidad. Ésta es una fiesta «ecuménica»: agrupa a todos los santos. Es más que ecuménica, porque no contempla sólo a los santos cristianos, sino a «todos», todos los que fueron santos a los ojos de Dios. Ello quiere decir, obviamente, que también incluye a los «santos no cristianos»… a los santos de otras religiones (debería ser una fiesta inter-religiosa), e incluso a los santos sin pertenencia a ninguna religión, los «santos paganos» (Danielou tituló así un libro suyo), los santos anónimos (éstos deben ser verdadera legión), incluso los «santos ateos», a los que el pasaje de Mt 25,31ss pone en evidencia («cada vez que lo hicieron con alguno de mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron»).

Una fiesta, pues, que podría hacernos reflexionar sobre dos aspectos: sobre la santidad misma (¿qué es, en qué consiste, qué «confesionalidad» tiene…?), y sobre el «Dios de todos los santos». Porque muchas personas todavía piensan -sin querer, desde luego- en «un Dios muy católico». Para algunos Dios sería incluso «católico, apostólico… y romano». O sea, «nuestro». O «un Dios como nosotros», de hecho. Pudiera ser que, también… un poco… hecho «a imagen y semejanza» nuestra.

La actitud universalista, la amplitud del corazón y de la mente hacia la universalidad, a la acogida de todos sin etiquetas particularistas, siempre nos cuestiona la imagen de Dios. Dios no puede ser sólo nuestro Dios, el nuestro, el que piensa como nosotros e intervendría en la historia siempre según nuestras categorías y de acuerdo con nuestros intereses… Dios, si es verdaderamente Dios, ha de ser el Dios de todos los santos, el Dios de todos los nombres, el Dios de todas las utopías, el Dios de todas las religiones (incluida la religión de los que con sinceridad y sabiendo lo que hacen optan con buena conciencia por dejar a un lado “las religiones”, aunque no «la religión verdadera» de la que por ejemplo habla Santiago en su carta, 1,27). Dios es «católico» pero en el sentido original de la palabra. Está más allá de toda religión concreta. Está «con todo el que ama y practica la justicia, sea de la religión que sea», como dijo Pedro en casa de Cornelio (Hch 10).

Hoy nos parece todo esto tan natural, pero hace apenas 50 años que estamos pensando de esta manera -los años que hace que se celebró el Concilio Vaticano II-. En las vísperas de aquel Concilio, el famoso teólogo dominico Garrigou-Lagrange (avanzado, progresista, y por ello perseguido) escribía, con la mentalidad que era común en el ambiente católico: «Las virtudes morales cristianas son infusas y esencialmente distintas, por su objeto formal, de las más excelsas virtudes morales adquiridas que describen los más famosos filósofos… Hay una diferencia infinita entre la templanza aristotélica, regulada solamente por la recta razón, y la templanza cristiana, regulada por la fe divina y la prudencia sobrenatural» (Perfection chrétienne et contemplation, Paris 1923, p. 64). Danielou, por su parte, afirmaba: «Existe el heroísmo no cristiano, pero no existe una santidad no cristiana. No debemos confundir los valores. No hay santos fuera del cristianismo, pues la santidad es esencialmente un don de Dios, una participación en Su vida, mientras que el heroísmo pertenece al plano de las realidades humanas» (Le mystère du salut des nations, Seuil, Paris 1946, p. 75). Todas las grandes figuras de la humanidad, personajes como Sócrates o como Gandhi… sólo podrían considerarse héroes, no santos. No quedarían incluidos hoy en esta fiesta, según la visión católico-romana de aquellos tiempos preconciliares, porque «santos», sólo podrían serlo los buenos cristianos, ¡y católicos! Ésta es una de las tantas «rupturas» que realizó el Concilio Vaticano II.

La primera lectura bíblica de esta fiesta litúrgica, del Apocalipsis, aun estando redactada en ese lenguaje no sólo poético, sino ultra-metafórico, lo viene a decir claramente: la muchedumbre incontable que estaba delante de Dios era «de toda lengua, pueblo, raza y nación»… En aquel entonces, hablar de «las naciones» implicaba a las religiones, porque se consideraba que cada pueblo-raza-nación tenía su propia religión. A Juan le parece contemplar reunidos, en aquella apoteosis, no sólo a los judeocristianos, sino a «todos los pueblos», lo que equivale a decir: a todas las religiones.

Si corregimos así nuestra visión, estaremos más cerca de «ver a Dios tal como es» (segunda lectura), tal como podremos verle más allá de los velos carnales del chauvinismo cultural o el tribalismo religioso -que no son muy distintos-. Obviamente, esos «ciento cuarenta y cuatro mil» (doce al cuadrado, o sea, «los Doce», o «las Doce ‘tribus’ de Israel», pero elevadas al cuadrado y multiplicadas por mil, es decir, totalmente superadas, llevadas fuera de sí hasta disolverse entre «toda lengua, pueblo, raza y nación»), esos ciento cuarenta y cuatro mil, o los entendemos como un símbolo macroecuménico, o nos retrotraerían a un fantástico tribalismo religioso.

Las bienaventuranzas comparten esta misma visión «macro-ecuménica»: valen para todos los seres humanos. El Dios que en ellas aparece no es «confesional», de una religión, no es «religiosamente tribal». No exige ningún ritual de ninguna religión. Sino el «rito» de la simple religión humana: la pobreza, la opción por los pobres, la transparencia de corazón, el hambre y sed de justicia, el luchar por la paz, la persecución como efecto de la lucha por la Causa del Reino… Esa «religión humana básica fundamental» es la que Jesús proclama como «código de santidad universal», para todos los santos, los de casa y los de fuera, los del mundo «católico»…

Si a propósito de la festividad de Todos los Santos se nos sugiere el texto de las Bienaventuranzas, es porque ellas son en verdad el camino de la santidad universal (y supra-religional, simple y profundamente humana); en y con las Bienaventuranzas como carta de navegación para nuestra vida es posible alcanzar la meta de nuestra santificación, entendida como la lucha constante por lograr en el cada día el máximo de plenitud de la vida según el querer de Dios.

En la homilía, en la oración, en la conversación que tengamos sobre el tema, no dejemos de nombrar hoy a Gandhi, que tiene que ir de la mano con Francisco de Asís; a Martin Luther King acompañado por Mons. Oscar Arnulfo Romero –finalmente reconocido como «mártir» por Roma–; a la mística santa Teresa con el incomparable Ibn Arabí; al inefable Juan de la Cruz con el místico Nisagardatta («¡Yo soy Eso!»)… La manera de cambiar la vieja mentalidad «tribal», que también nos ha afectado en la concepción de la santidad, es practicar, conversar, manifestar la nueva mentalidad macroecuménica.

Dentro de la perspectiva cristiano-católica, para una aplicación más parenética de este precedente comentario exegético, recomendamos como la mejor referencia el capítulo V de la Constitución Dogmática de la Iglesia “Lumen Gentium”, del Vaticano II, sobre el “Universal llamado a la santidad”. Antes del Concilio se solía pensar que había una especie de «profesionales de la santidad», que se dedicaban de un modo especializado a conseguirla, como los monjes y los religiosos/as, que se decía que vivían en el «estado de perfección»; a los demás, los laicos/as o seglares, como que se les consideraba de alguna manera dispensados de tener que tender a la santidad. Leer más…

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1.11.15. Todos los Santos 1. El cielo del cielo (Ap 21-22)

Domingo, 1 de noviembre de 2015
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12185127_513012422209288_3530182175293467253_oDel blog de Xabier Pikaza:

La misa de la fiesta del Día de los Santos (1.11) tiene dos lecturas fundamentales:

1. La primera, más simbólica, está tomada del Apocalipsis (Ap 7), que culmina en una visión armónica del Nuevo Cielo y de la nueva tierra (Ap 21-22). Ciertamente, esa visión puede y debe aplicarse a la vida en esta tierra, a la armonía de los pueblos y las gentes, a la imagen bíblica de la Paz final (Shalom). No es por tanto una visión de huida (sufrir aquí, en este valle de lágrimas, para gozar después en la eternidad de Dios), sino más bien de compromiso para crear el cielo en la tierra.

2. La segunda, del evangelio, está tomada de las bienaventuranzas de Mt 5, que ofrecen un programa de transformación personal social, en este mismo mundo, partiendo de los pobres…. Presentaré esta lectura del Evangelio pasado mañana, Dios mediante, el día de víspera de la fiesta.

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Hoy quiero evocar la gran utopía de la nueva humanidad del Apocalipsis. Se trata de un texto simbólico, una gran sinfonía del cielo, que ha de entenderse como se siente y se entiende una ópera musical, con escenarios y cantos gozo y libertad… de un “cielo” que se adelante y comienza en la tierra.
Sin esa utopía es difícil vivir, sin una gran esperanza es difícil crear (no sólo soportar), sin la certeza de que Dios está en el fondo y final de nuestro camino se empobrece la existencia de los hombres.

De ese cielo del cielo del Apocalipsis trata la postal de hoy…, del cielo del Más Allá que se hace Más Acá, porque la vida del hombre se mueve siempre entre dos riberas. El texto es largo., no es para leerlo entero o de seguido. Está tomado de mi libro sobre El Apocalipsis (Verbo Divino, Estella 2000)
Primera Imagen: Visión del cielo de Zurbarán (Ángel y P. Nolasco)
Segunda Imageen: Ciudad celeste del Beato

Introducción

Hay muchas imágenes cristianas del cielo o paraíso, pero entre todas destaca una, la del Apocalipsis (Ap 21-22). Por eso la comentaré comentarla con cierto detalle, distinguiendo y uniendo dos visiones

(a): una más breve (Ap 21, 1-6) donde se presenta el tema en perspectiva de Bodas mesiánicas (unión de Cristo con la humanidad-esposa);

(b) otra más extensa (Ap 22, 9-27) donde se describe la “geografía” del cielo, entendido como “cubo” de Dios y paraíso.

Lo haré de un modo simbólico, destacando las imágenes, los signos. Dios mediante, volveré a evocar esas imágenes mañana, poniendo de relieve que ellas se aplican a la vida de los hombres en la tierra, con el mismo Apocalipsis, mostrando que lo más actual y más nuevo (el novísimo por excelencia) es el descubrimiento de que somos (podemos se cielo) en este mundo. Somos como un cielo quebrado, que sólo vemos a ratos, como en un espejo, pero somos cielo, realidad llena de misterio, que dura para siempre (mientras pasa).

Tenemos que buscar y cultivar aquí los instantes de cielo, por nosotros (para ser felices) y por los demás (para que lo sean). Si creemos en eso (el cielo aquí, especialmente para los otros, podremos creer en el cielo “después”, pues nada verdadero acaba. De los símbolos de ese cielo/después, que empieza aquí tratan estos dos pasajes del Apocalipsis que he querido comentar. Quien tenga tiempos para leerlos, vea por sí mismo su sentido y goce con los signos del profeta Juan, el autor del gran libro. Quien no tenga tanto tiempo o interés, acabe ya el aquí el recorrido del blog, este día.
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1. Primera visión (Ap 21, 1-6).

Texto:

Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existe más. 2 Y yo vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén que descendía del cielo de parte de Dios, preparada como una novia adornada para su esposo. 3 Oí una gran voz que procedía del trono diciendo: “He aquí el tabernáculo de Dios está con los hombres, y él habitará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. 4 Y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos. No habrá más muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas ya pasaron.”
5 El que estaba sentado en el trono dijo: “He aquí yo hago nuevas todas las cosas.” Y dijo: “Escribe, porque estas palabras son fieles y verdaderas.” 6 Me dijo también: ¡Está hecho! Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tenga sed, yo le daré gratuitamente de la fuente de agua de vida.

Comentario

Pone de relieve el tema de las “bodas” de Dios y de los hombres, por medio de Cristo. El cielo es, según eso, un amor culminado. “Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva…” (Ap 21, 1). Así empieza la escena, haciendo suya la tradición de Is 65, 17; 66, 20 (cf. 2 Ped 3, 13), reasumiendo y superando el principio de toda la Escritura (Gen 1,1): el primer cielo y la primera tierra, han cumplido su misión y ya no ofrecen nada a los humanos. Al final no está el fracaso. A los ojos del Apocalipsis la historia no termina por pecado o vejez, cansancio o muerte sino la culminación mesiánica.
La primera creación duraba siete días, organizados de forma cósmica, progresiva, en armonía temporal septenaria. Ahora no existen días, ni habrá mar como abismo vinculado al miedo (21, 1), ni serán necesarios los astros arriba, pues no existe un arriba y abajo, día ni noche. Todo habrá culminado (cf. 21, 23). Desde ese fondo se entienden los tres rasgos principales de esa nueva creación:

(a) La Ciudad Santa, Nueva Jerusalén (Ap 21, 2). La antigua no había podido permanecer, pues se había convertido en signo de soberbia y pura lucha (cf. Babel: Gen 11), solemne prostituta (cf. Ap 17). Frente a ella se ha elevado, cumpliendo la esperanza de Israel, la Buena Ciudad, signo de unión con Dios y de justicia: la Santa Jerusalén que baja de Dios.

(b) Baja del Cielo, desde Dios (Ap 21, 2), como había prometido Ap 3, 12-13. Ciertamente, el cielo es la culminación de la vida de los hombres y se despliega en forma de “tierra nueva”; pero no puede brotar de la tierra, sino que viene de Dios. En esa línea, podemos decir que Dios mismo ha bajado y se “encarna” entre los hombres; éste es el cielo.

(c) Como Novia que se adorna… (Ap 21, 2). Es ciudad de amor, belleza de bodas, lugar de encuentro con Dios (y de los hombres entre sí). El primer mundo se convirtió en campo de lucha: no hubo armonía y bodas verdaderas. Ahora, esta Ciudad está madura para el amor, ciudad adornada, amor que es cielo, sin muerte, amor de Cristo con la humanidad. En ese sentido podemos decir que el cielo cristiano es la plenitud del mensaje y de la vida de Jesús. Leer más…

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