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La secularización llega (¿para quedarse?) a la católica Italia: apenas uno de cada cinco va a misa

Sábado, 26 de agosto de 2023
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Iglesia-vacia_2227887222_14567719_660x371Un tercio de los italianos no acuden nunca a los templos: la pandemia ha agudizado la tendencia

Según informa Settimana News citando a Istat (el CIS italiano), en 2022 apenas un 18,8 por ciento de los ciudadanos afirmó acudir a misa al menos una vez por semana. Casi el doble, el 31%, no han pisado una iglesia en todo el año, salvo para acudir a una boda o un funeral

En diócesis como Milán, los bautizos cayeron a la mitad en dos décadas, mientras que las bodas se desplomaron, pasando de 18.000 en la década de los 90 a 4.000 en la actualidad

Los templos se vacían en la antaño católica Europa. Lo vemos en España, en Irlanda, en Portugal… y sí, también en la mismísima Italia. Según informa Settimana News citando a Istat (el CIS italiano), en 2022 apenas un 18,8 por ciento de los ciudadanos afirmó acudir a misa al menos una vez por semana. Casi el doble, el 31%, no han pisado una iglesia en todo el año, salvo para acudir a una boda o un funeral.

Tal y como demuestran los datos, y aunque la pandemia agudizó el descenso en la celebración de los sacramentos, la bajada en la práctica religiosa es una constante en los últimos veinte años, en una caída similar a la ocurrida en España. Así, se ha pasado del 36,4% de la población en 2001, que decía ser ‘practicante’, a menos del 19% el año pasado. El fin de la pandemia no supuso una mejora, sino todo lo contrario.

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(Pincha en la imagen para ampliarla)

Las estadísticas confirman lo apuntado desde hace años por la mayor parte de las diócesis italianas. Así, la de Milán, una de las diócesis más grandes del mundo, comprobó cómo los bautizos cayeron a la mitad en dos décadas, mientras que las bodas se desplomaron, pasando de 18.000 en la década de los 90 a 4.000 en la actualidad.

El alejamiento de los templos se evidencia en todas las franjas de edad, donde se ha descendido la práctica religiosa a la mitad, aunque es más acusada entre adolescentes y jóvenes, donde el descenso alcanza los dos tercios.

Fuente Religión Digital

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“Secularización no significa negar a Dios”, por Leonardo Boff

Jueves, 3 de agosto de 2023
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Formas de vivir el cristianismo hoy

“El eje estructurador de la sociedad moderna ya no reside en el mundo religioso, sino en la autonomía de las realidades terrestres, en el mundo secular. De ahí que se hable de secularización”

“Esto no significa negar a Dios, solo que Él ya no representa más el factor de cohesión social. En su lugar entra la razón, los derechos humanos, el proceso de desarrollo científico que se traduce en una operación técnica productora de bienes materiales, y el contrato social”

“El proceso de secularización puso de manifiesto algunas formas de vivir el mensaje cristiano en el continente latinoamericano y brasilero: el cristianismo y oficial y tradicional, el cristianismo cultural, el cristianismo de compromiso y un cristianismo secularizado o camino ético”

“Tal vez hoy la gran mayoría de nuestro país y del mundo entero vive ese tipo de vida que, en dialecto cristiano, llamaríamos un cristianismo anónimo y secularizado. Estimo que este fue el deseo originario de Jesús de Nazaret”

Los grandes analistas de la historia nos confirmaron que vivimos desde hace un siglo una fase nueva del espíritu de nuestra cultura. Es la fase de la secularización. Con esto se quiere significar que el eje estructurador de la sociedad moderna ya no reside en el mundo religioso, sino en la autonomía de las realidades terrestres, en el mundo secular. De ahí que se hable de secularización.

Esto no significa negar a Dios, solo que Él ya no representa más el factor de cohesión social. En su lugar entra la razón, los derechos humanos, el proceso de desarrollo científico que se traduce en una operación técnica productora de bienes materiales, y el contrato social.

No cabe aquí discutir los avatares y trasformaciones de ese proceso. Cabe recordar las que ha traído para el campo religioso, especialmente para el cristianismo de versión católica romana.

Había un desajuste enorme entre los valores de la modernidad secularizada (democracia, derechos humanos, libertad  de conciencia, diálogo entre las iglesias y religiones etc) y el catolicismo tradicional. Este desfase fue superado por el Concilio Vaticano II (1962-1965) en el cual la Iglesia  jerárquica  trató de acompasar su paso, conocido con el nombre de aggiornamento, poner al día el caminar de la Iglesia con el caminar del mundo moderno.

El transfondo de todos los textos conciliares era el mundo moderno desarrollado. En América Latina, en las distintas conferencias episcopales, se procuró asumir las visiones del Vaticano II en el contexto del mundo subdesarrollado, cosa prácticamene ausente de los textos conciliares. De ahí nació una lectura liberadora, pues se entendía el subdesarrollo como desarrollo de la pobreza y de la miseria, por lo tanto, de la opresión que exige liberación.

Aquí se encuentran las raíces de la Teología de la Liberación que tiene como base la práctica de las Iglesias empeñadas en la superación de la pobreza y de la miseria, a partir de los valores de la práctica de Jesús y de los profetas.

El proceso de secularización puso de manifiesto algunas formas de vivir el mensaje cristiano en el continente latinoamericano y brasilero.

Sociedad_2566253363_16582032_660x371La primera es el cristianismo y oficial y tradicional, traído en el contexto de la colonización que significó un transplante del cristianismo europeo, vigente hasta hoy en día: con su doctrina, sus dogmas, sus sacramentos, ritos, santos y santas y fiestas. La referencia principal es la misa y la adhesión sin restricciones a las enseñanzas oficiales del magisterio. De más del 70% de católicos, sólo el 5% asiste a misa.

Hay otra forma que llamaríamos cristianismo cultural, que desde la colonización ha impregnado la sociedad. El pueblo respira cristianismo en sus valores humanísticos de respeto a los derechos humanos, de cuidado de los pobres, en forma de asistencialismo y paternalismo, de aceptación de la democracia y de convivencia pacífica con otras iglesias o caminos espirituales. No niegan el valor de la Iglesia, pero no es una referencia existencial, bien porque no ha renovado sustancialmente su estructura clerical-jerárquica, su lenguaje doctrinal o sus símbolos heredados del pasado.

Existe otro tipo de cristianismo, el cristianismo de compromiso. Se trata de personas que, vinculadas a la Iglesia jerárquica, asumen su fe en sus expresiones sociales y políticas. Su referencia principal no es la Iglesia institucional, sino la categoría del Jesús histórico, del Reino de Dios. El Reino no es un espacio físico ni se parece a los reyes de este mundo. Es una metáfora para una revolución absoluta que implica nuevas relaciones individuales -conversión-, sociales – relaciones de fraternidad-, ecológicas -guardar y cuidar el Jardín del Edén, es decir, la Tierra viva- y, por último, una nueva relación religiosa -una apertura total a Dios, visto como Abba-papá querido, lleno de amor y misericordia. Estos cristianos crearon sus movimientos como la JUC, la JEC, el Movimiento Fe y Política, la Economía de Francisco y Clara y otros. El Reino se realiza en todos los lugares donde se viven los valores presentes en la tradición de Jesús. El Espíritu Santo llega antes que el misionero.

Hay otra forma de vivir el cristianismo, sin referirse conscientemente a él, un cristianismo secularizado. Son personas que pueden calificarse de agnósticas o ateas, o que simplemente no se definen. Pero siguen un camino ético centrado en el amor, de fidelidad a la verdad, de respeto a todas las personas sin discriminación, de preocupación por los empobrecidos, de cuidado de lo Creado y otros valores humanistas.

Pues bien, estos valores son el contenido de la predicación del Jesús histórico. Como leemos en los cuatro evangelios, siempre estuvo de parte de la vida y de los que tienen menos vida, curándolos, compadeciéndose de ellos, defendiendo a las mujeres, en contra de la tradición extremadamente patriarcal de la época, y llamando a una apertura sin restricciones a todos, hasta el punto de afirmar que “al que venga a mí no le diré que se vaya” (Jn 6,37).

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En el evangelio de San Mateo (25,41-46), que podemos llamar el evangelio de los ateos humanistas, se dice que “quien haya atendido a un hambriento o a un sediento, a un peregrino o a un enfermo, o a alguien que está en la cárcel, a mí me lo habéis hecho” (v. 45).

“Para vivir el cristianismo hay que vivir el amor, tener compasión y sentir el dolor del otro. Quien no vive estos valores, por muy piadoso que sea, está lejos de Cristo y sus oraciones no llegan a Dios”

Por eso, para vivir el cristianismo hay que vivir el amor, tener compasión y sentir el dolor del otro. Quien no vive estos valores, por muy piadoso que sea, está lejos de Cristo y sus oraciones no llegan a Dios.

 San Juan subraya en sus epístolas: “Dios es amor y quien vive en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1Jn 4,16). En otro lugar, afirma: “el que hace el bien es de Dios” (3Jn 1,11).

Aquí se realiza lo que decía el gran teólogo alemán Dietrich Bonhöffer, que participó en la resistencia al nazismo y en un atentado frustrado contra Hitler: vivir como si Dios no existiera” (etsi Deus non daretur), pero vivir un modo de vida en amor y fidelidad a la vida, a semejanza del Justo y Santo de Nazaret.

Tal vez hoy la gran mayoría de nuestro país y del mundo entero vive ese tipo de vida que, en dialecto cristiano, llamaríamos un cristianismo anónimo y secularizado. Lo importante no es el nombre sino el tipo de vida que se vive, en el amor, la compasión y la apertura a todos.

Estimo que este fue el deseo originario de Jesús de Nazaret, muerto y resucitado, pues él vino ante todo para enseñarnos a vivir.

*Leonardo Boff ha escrito El Cristianismo mínimo, Vozes 2011; Saudade de Dios: la fuerza de los pequeños, Vozes 2012; La amorosidad de Dios-Abba y Jesús de Nazaret, Vozes 2023.

Traducción de María José Gavito Milano

Fuente Religión Digital

Cristianismo (Iglesias), Espiritualidad ,

El arzobispo de Denver culpa a la igualdad transgénero por la disminución de la asistencia a la iglesia

Martes, 14 de marzo de 2023
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E4CD239D-A3E9-45CA-A10F-E2A3C6B8C7CFArzobispo  Samuel Aquila

Un arzobispo de Colorado sugirió que la igualdad transgénero es responsable de la disminución de la asistencia a la iglesia solo unas semanas después de sugerir que se culpó injustamente a la iglesia por la intensificación de la retórica anti-LGBTQ+ que contribuyó a un tiroteo masivo el año pasado.

El arzobispo Samuel Aquila de Denver hizo sus comentarios contra las personas transgénero durante una misa en el aniversario de Roe v. decisión de Wade en enero. El Colorado Times Recorder citó a Aquila diciendo:

“‘Nos preguntamos por qué nuestras iglesias están vacías. . .Ya sea la CRT [Teoría Crítica de la Raza], [o] la ideología transgénero…. hemos dejado de pertenecer a Jesucristo’”.

El año pasado, tras el tiroteo masivo en el Club Q en el que murieron cinco personas y otras 25 resultaron heridas, Aquila publicó un artículo de opinión en el Wall Street Journal rechazando las afirmaciones de que la retórica y las políticas duras de la arquidiócesis contribuyeron a un clima hostil contra las personas LGBTQ+.

En el artículo de opinión, según el Colorado Times Recorder,, el arzobispo denunció a los medios de comunicación por “fomentar [eng] más virulencia y división que paz y unidad” tras el tiroteo “ya que la prensa ha culpado a las comunidades religiosas, incluida la católica Church, con la que el tirador no tiene conexión aparente”. Agregó: “Para The Denver Post o para otros medios, retratar [la enseñanza de la iglesia] como odio no es más que ideología y una disminución del bien común”.

Aquila también defendió las enseñanzas de la iglesia LGBTQ negativas al argumentar que “no es discriminatorio decirle a alguien que crees que sus creencias no se ajustan a la naturaleza, es un acto de caridad“. Amplió esta idea en una entrevista del 21 de diciembre con el locutor de radio Dan Caplis de Denver, explicando:

“Si bien nosotros [la Iglesia Católica] aceptamos a todos donde están, eso no significa que afirmemos sus comportamientos. Y hay una gran diferencia entre aceptar y afirmar. Sería como dejar que un niño que quiere poner su mano sobre una estufa caliente, no advertir a ese niño o agarrar la mano de ese niño, y explicarle al niño por qué no es bueno tocar esa estufa caliente”.

El arzobispo expresó su preocupación por los efectos nocivos de la polarización en la sociedad, diciendo: “Necesitamos volver a la civilidad en nuestra sociedad, y quiero decir, honestamente, ambos lados del pasillo son culpables de caer en la trampa del vitriolo y el odio y hablar palabras unas contra otras que no son parte de una sociedad civil y ciertamente no son parte del bien común”.

Desafortunadamente, el llamado del arzobispo Aquila para volver a la civilidad suena vacío cuando se trata de personas LGBTQ+, ya que ha sido uno de los obispos anti-queer y anti-trans más estridentemente de los EE. UU. Anteriormente comparó los matrimonios entre personas del mismo género con la bestialidad, se opuso a la Ley de Igualdad, culpó a los sacerdotes homosexuales por el abuso sexual del clero y apoyó la terapia de conversión. El año pasado, la Arquidiócesis de Denver, bajo su liderazgo, aprobó una política anti-transgénero para parroquias y escuelas, y despidió a una trabajadora religiosa lesbiana por su matrimonio. Tales retóricas y acciones no superan la polarización; lo profundizan.

Como cualquier líder de la iglesia, el arzobispo haría bien en usar su púlpito para enfatizar mensajes de inclusión y no violencia en lugar de exclusión. Sin embargo, es especialmente necesario hacerlo, ya que él pastorea una comunidad que aún sufre a raíz de un devastador tiroteo masivo anti-LGBTQ+.

—Ariell Simon (ella/ella) y Robert Shine (él/él), New Ways Ministry, 8 de marzo de 2023

Fuente New Ways Ministry,

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“Un cristianismo para la era secular y post- secular”, por Javier Elzo

Miércoles, 11 de agosto de 2021
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poder-cristianismo_2274382566_14967384_667x375La libertad individual, no está inicialmente frenada más que por la libertad de los otros y algunas reglas indispensables al vivir juntos. Pero es una libertad vacía, sin contenido, una libertad negativa, una libertad que nos expone a toda suerte de alineaciones y a dependencias

En Europa occidental las Iglesias católica y protestante han aprendido poco a poco a integrar su autocomprensión en el hecho de que no representan ya en la actualidad, ellas solas, las normas de lo religioso en la era secular y ya, aunque en germen en España, todavía, la era post – secular

Una laicidad democrática y no autoritaria no debe descalificar y deslegitimar los interlocutores religiosos bajo el pretexto que estarían en contra de ciertas evoluciones, incluso en el caso de que hubieran sido legalizadas

23.07.2021 | Javier Elzo

La ‘ultra modernidad’ (que otros denominan ‘era postmoderna’ y que, en el contexto de lo religioso, nosotros preferimos el termino de ‘era post-secular’), es el resultado de todo un proceso que ha conducido al ser humano occidental a buscar emanciparse de numerosas coacciones colectivas, religiosas y otras, que limitaban su libertad individual. Hoy, esta última, no está inicialmente frenada más que por la libertad de los otros y algunas reglas indispensables al vivir juntos.

Pero esta libertad está vacía, no tiene contenido, es una libertad negativa, una libertad que nos expone a toda suerte de alineaciones y a dependencias, una libertad qué siendo objeto de manipulaciones exteriores nos lleva al fundamentalismo del mercado y al dictado de lo tenido por correcto. En una sociedad liberal la cuestión del sentido de la vida es reenviada a la esfera privada, a la intimidad de cada uno, pues la sociedad, en ella misma, no es portadora de sentido. La sociedad, aunque divinizada, está radicalmente secularizada.

En la sociedad occidental ultramoderna, (EEUU, Francia, Gran Bretaña, Alemania y centro Europa, los países nórdicos, y gran parte de España), la radicalización incluso de la secularización está conduciendo a lo religioso al corazón de la vida colectiva pública. Es un retorno activo, no siempre visible, de la participación de los actores e instituciones religiosas en la elaboración del bien común individual y colectivo, mientras que se ha creído poder encerrar lo religioso en la conciencia individual privada y en la práctica de ritos al interior de los edificios de culto. Es la exculturación sociocultural y política de lo religioso. Algo a lo que nunca el cristianismo ha querido reducirse. Un retorno que acepta inscribirse en el marco del debate público democrático y que no demanda nada de particular más que de participar, al lado y con los otros, en una discusión colectiva sin que la calificación religiosa de los contribuyentes sea un motivo de descalificación o de marginalización. Tampoco de supremacía.

¿Por qué hablamos de una radicalización de la secularización? Porque los ideales seculares que hemos tenido tendencia a presentarlos como alternativas a los ideales religiosos se encuentran ellos mismos desencantados. Ya no es la creencia en las promesas políticas la que viene a reemplazar la creencia en las promesas religiosas; tampoco la creencia en la autoridad de los “maîtres d’école” (grandes intelectuales) se sustituiría a la de los sacerdotes; el reconocimiento del profesionalismo de los asistentes sociales reemplazaría el compromiso existencial de las mujeres y hombres de caridad; la confianza acordada a los técnicos y sabios reemplazaría aquella acordada a los saberes y técnicas tradicionales. Pues todas estas autoridades seculares están ellas mismas quebrantadas, puestas en discusión.

Esta secularización de los ideales seculares es particularmente neta en el dominio de la política, con el aumento del desenganche e incredulidad de los ciudadanos hacia la política, hacia los políticos, como muestran Informes Internaciones, incluso con afán prospectivo. Pienso, por ejemplo, en el Informe de Tendencias Globales” que publicó en marzo pasado el Consejo Nacional de Inteligencia de EE UU. En tal coyuntura es llamativo constatar que, tanto en los filósofos y sociólogos agnósticos o ateos como André Comte-Sponville, Jürgen Habermas, Salvador Giner, Edgar Morin, como en los inscritos en una tradición religiosa como Paul Ricoeur, Pierre Manent, Jesús Martinez Gordo, Andrés Torres Queiruga, encontramos diversas formas de reconsiderar el ámbito y el papel de lo religioso, en el marco de las sociedades secularizadas y pluralistas de hoy, en el sentido de un reconocimiento de la legitimidad de su participación en los debates públicos a condición que no quieran imponer nada. Entiéndase bien.

No se trata de una vuelta de lo religioso en el sentido en el que se volvería a un estado anterior a la “era secular” que diría Charles Taylor, en las relaciones Iglesia-Estado, cómo si las religiones volvieran a recuperar el poder sobre la sociedad y los individuos. Este último planteamiento solamente es sostenido por los nostálgicos de la “era de cristiandad” que, afortunadamente, no ha de volver. En la actualidad, se trata de reconfigurar el espacio y el papel de lo religioso en las sociedades radicalmente secularizadas dónde las promesas seculares están, ellas mismas, desencantadas.

El cristianismo en medio de la modernidad desencantada 

En tal coyuntura, tanto lo religioso como que lo secular evolucionan y reajustan sus relaciones: un cristianismo cada vez más desmitologizado y valorando, defendiendo y postulando su ética universal de la fraternidad, “el ethos del amor” universal e incondicional, como sostiene Hans Joas, este cristianismo encuentra positivamente una política o un político desescatologizado y desencantado en la búsqueda de fuerzas convincentes y motivantes para construir la sociedad de mañana. De ahí las sinergias positivas entre lo político y lo religioso, lo que no impide que haya conflictos y desacuerdos profundos como se ha visto en el caso del “matrimonio para todos” en Francia, y la ley de eutanasia, y de las uniones “trans”, en España. Pero, en eso consiste la democracia moderna.  Leer más…

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Luis Francisco Marco Benlloch: El infierno de un cura al que la Iglesia del franquismo echó “por rojo”

Viernes, 4 de octubre de 2019
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3dicolebin“Denunciado por compañeros de sotana”  

“En su primer destino conoció a gentes sin nada y con mucha hambre que vivían apiñadas penosamente y abandonadas en cuevas junto a las tapias de un convento de frailes”

“Las cartillas de racionamiento, la comida, las escuelas… Impulsó con brío lo más elemental”

“A la hora de formalizar la salida, el Obispo quiso que firmara un papel –ha sido siempre la táctica de la jerarquía- en el que ‘yo reconocía que era un vicioso pecador contra el sexto y noveno mandamientos y pedía a mi madre la Santa Iglesia de Roma, que me perdonara'”

A Luis Francisco Marco Benlloch le mandaron con 24 años a Museros, su primer destino, a reemplazar provisionalmente al cura que se había muerto. El franquismo navegaba a toda máquina y lo controlaba todo, no daba puntada sin hilo. Allí conoció les Coves de Massamagrell, gentes sin nada y con mucha hambre que vivían apiñadas penosamente y abandonadas en cuevas junto a las tapias de un convento de frailes, principalmente gitanos. Aquella realidad le congeló el corazón y también el alma.

Escribió al arzobispo Olaechea dándole cuenta de lo que había visto y pidiendo cura de almas para aquella gente, el prelado, navarro de origen, erigió una parroquia, Nuestra Señora del Rosario, y le nombró párroco fundador a pelo, sin casa abadía ni nada, una simple y ruinosa ermita le serviría de templo parroquial. Se llevó su tienda de campaña de boy scout y durmió la primera noche en la puerta del ermitorio. De madrugada un gitanillo le despertó para que acudiera a atender a unos heridos resultantes de una pelea entre calós a navaja limpia. Poco pudo hacer, estaban en situación irreversible y uno a uno les dio la absolución “en peligro de muerte”.

No había nada en aquel núcleo poblacional y comenzó por lo más básico, lo existencial. Las cartillas de racionamiento, la comida, las escuelas, impulsó con brío lo más elemental para la dignidad humana. Al tiempo, comenzó a formar una comunidad cristiana que fue una iglesia vida, de los pobres, pero viva. Sus prédicas no eran las tópicas de común uso en las iglesias de su tiempo, que suelen seguir siendo las mismas de ahora en muchos lugares.

“Luis Marco se negó a firmar aquella mentira, tomó el papel y lo hizo trizas”

Pronto fue acusado de rojo, de comunista, denunciado por compañeros de sotana y por autoridades. A Olaechea le llegaban las quejas, pero le entendía. El arzobispo solía ir a Jefatura de Policía a sacar detenidos de la brigada política-social y solía enfrentarse a Franco, que le respetaba, incluso quiso congraciarse con él nombrándole Consejero del Reino.

Por el contrario, el obispo auxiliar, González Moralejo, lo atosigaba, perseguía, abroncaba, le hacía la vida imposible, le llamaba a cada queja, y al final logró expulsarle del clero y de la Diócesis. Fue un golpe duro para él. Terminaba con esa acción un periplo por diferentes pueblos en los que cuando llegaba era llamado al cuartelillo de la Guardia Civil donde ya había llegado su ficha policial urgida por su superior y advertido de lo que debía y no hacer entre sus parroquianos.

El obispo auxiliar al final consiguió lo que quería: “Vete a tu casa. No te quiero de cura en esta Diócesis, y no consentiré que vayas a ninguna otra, por bien de la Iglesia”. Fue muy duro aquel momento para él y su familia. El Concilio Vaticano II había concluido. “Espero que al espíritu del Concilio no le pase como a mí y lo tiren de su casa”, pensó. A la hora de formalizar la salida, el Obispo quiso que firmara un papel –ha sido siempre la táctica de la jerarquía- en el que “yo reconocía que era un vicioso pecador contra el sexto y noveno mandamientos y pedía a mi madre la Santa Iglesia de Roma, que me perdonara y fuera comprensiva conmigo y, en consecuencia, me liberara de la obligación del celibato y de la carga del sacerdocio, por bien de mi alma y de la Santa Madre Iglesia”.

Luis Marco se negó a firmar aquella mentira, tomó el papel y lo hizo trizas. Fue desterrado del territorio eclesiástico valenciano. Comenzó a rehacer su vida por lo civil, siempre perseguido por la sombra de Moralejo. Trabajo que encontraba, informe negativo contra él que llegaba y era despedido. Estudios que intentaba hacer, comenzados se le hacía desistir por presiones del Obispo. Se encontró, eso sí, con gente maravillosa que le apoyó, el profesor y sacerdote Agustín Andreu, le pasó trabajos de traducción en los que se necesitaba saber griego, hebrero, francés, inglés, alemán y latín, lenguas que dominaba desde su época de estudiante. Sigue siendo un gran latinista.

 Quiso hacer Magisterio y opositar, y de nuevo la garra de Moralejo cayó sobre él, sólo que le salió una mujer valiente y respondona, republicana y de izquierda, de gran fama internacional como pedagoga, que le plantó cara al Obispo y le dijo que no iba a consentir interfiriera en sus obligaciones y responsabilidades. Así Marco pudo ser Maestro Nacional y ganarse el pan dignamente como un civil, con el suplemento molestoso de que pueblo al que era mandado siempre le tocaba acudir a dar explicaciones al comandante de puesto de la Guardia Civil, que ya había sido alertada.

Casó con María Dulce, enfermera, que fue y es su bálsamo y ángel de la guardia, tuvo cuatro hijos y al final su fe y constancia –nunca ha abandonado la Iglesia- le llevó a un precioso paraíso aquí en la tierra, Marines Nuevo, donde ejerció el magisterio con sus grandes cualidades humanas e intelectuales.

“Nunca he abandonado la Iglesia, la Iglesia ha sido uno de mis grandes amores de toda la vida. Hoy me considero miembro de la Iglesia del silencio. La Iglesia, desgraciadamente instalada en el mundo de los privilegios y el poder no se adapta a ser la Iglesia libre y pobre, cuya única fuerza sea el Espíritu Santo. Necesita el poder económico y social y declara enemigo a quien no piensa así. Para mí, miembro vivo de la Iglesia del silencio todo esto son signos positivos, porque anuncian que todos los poderes de la Iglesia se vienen abajo. Así quedará la Iglesia de los pobres creyentes, que será solidaria con los más débiles del mundo, la que buscará servir a la humanidad y no servirse de ella para dominarla”, escribe en un libro titulado “Don Dico, cura de barrio: La Iglesia de los pobres”, en el que detalla lo más fuerte de lo que le ha ocurrido en su vida a causa del Evangelio, un libro digno de una película, de una obra de teatro o de un novelón. Aparte ha escrito otros cinco libros, variaciones sobre el mismo tema. Igual que su esposa, una delicadísima y brillante poetisa.

Dice Marco que la Iglesia “necesita el poder económico y social y declara enemigo a quien no piensa así

Le conocí en su época de profesor de latín, vigoroso, vitalista, hombre de profunda fe en Dios. Le he visto estos días en su casa de Marines, a la que he llegado sin avisar. Sigue igual, con su mismo nivel intensísimo de fe en Dios, y también en los hombres, y en la radicalidad del Evangelio. Con su gran sentido del humor, signo de su enorme inteligencia, todo ello a pesar de lo que ha sufrido, del infierno que su propia Iglesia le ha montado. Con sus 83 años y los tres ictus que también ha superado. De verdad, una vida digna de ser llevada al cine, que nunca podría reflejar la dureza de su sufridísima experiencia humana, de su amor por la gente pobre y necesitada, desnutrida y sin los mínimos vitales de subsistencia. Un hombre de Dios machacado como lo fueron todos los grandes profetas de la Biblia.

Fuente Religión Digital

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El Foro “Curas de Madrid y Más” clama contra la Iglesia autoritaria, infantilizadora y discriminatoria

Martes, 5 de marzo de 2019
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17FC755D-7C1D-4F9B-BDE8-A0718CD910FBAborda en un coloquio abierto el reto de poner a la Iglesia al día

Aboga por “la secularización de la Iglesia” y un mayor toma de contacto con el mundo moderno.

”Aunque somos pocos y vamos teniendo muchos años, nosotros, que nos ilusionamos con el horizonte eclesial que abrió aquel “aggiornamento”, seguimos siendo el futuro”

(Jesús L. Sotillo).- El pasado día 11 de febrero, respondiendo a la convocatoria del Foro “Curas de Madrid y Más”, nos reunimos unas treinta personas para, en el curso del su 4º Coloquio abierto, narrar y escuchar nuestras experiencias y nuestros sueños en torno a tres cuestiones:

¿Qué tipo de cristiano o cristiana me enseñaron a ser?
¿Qué tipo de cristiano o de cristiana he ido siendo lo largo de mi vida?
¿Qué tipo de cristiano o de cristiana creo que debería hoy y en el futuro inmediato abundar en nuestra Iglesia?

Entre los asistentes, algunas y algunos que rondaban los ochenta años nos contaron que el tipo de cristiano que les enseñaron a ser fue el de hombres y mujeres que viven preocupados de lo negativo, de lo que no hay que hacer, de las tentaciones a las que no hay sucumbir, de los castigos divinos que hay que evitar. Era un modo de ser cristiano en el que, como dijo una de las participantes, resultaba difícil amar al Dios en el que era obligado creer. Más aún, se lo describían con unos rasgos que, según su propia expresión, lo convertían en un ser al que no sólo no se podía amar sino al que se llegaba a odiar, pues era un temible maltratador de quienes le desobedecían.

Otras y otros asistentes que rondaban, que rondábamos, los sesenta años, más o menos, todavía alcanzamos a recibir en nuestra infancia una formación cristiana de ese tipo. Pero, más pronto o más tarde, empezaron a llegarnos otras voces, las de quienes habían tenido conocimiento de los textos que “los padres conciliares” fueron aprobando en las sesiones del Concilio de Vaticano II.

Esos otros “catequistas” nos enseñaron una manera distinta de seguir a Jesús de Nazaret, un modo diferente de ser cristianos. Nos invitaron a preocuparnos del mundo actual, del “mundo moderno”, a tratar de conocerlo, apreciando y disfrutando lo que tiene de sabiduría y de bondad. Y, a su vez, nos movieron a luchar de modo incansable por aliviar el dolor, el sufrimiento, las injusticias, las miserias de tantos hombres y mujeres que hoy en día lo siguen pasando mal.

En esa lucha, de diferentes modos, nos implicamos y en ella nos hemos mantenido durante mucho tiempo. Aunque, como dijo otra de las intervinientes, con el correr de los años fuimos descubriendo que en nuestro ser creyentes debía haber un hueco también para, individual y comunitariamente, pensar en Dios, meditar en torno a su misterio, alabarle por la bondad que creemos posee y ejerce con sus criaturase implorar su ayuda y su luz.

Finalmente, un tercer grupo, el de los que andaban en el entorno de los cuarenta o el de los treinta años, contó que, generalmente, ya no tuvieron una formación cristiana preconciliar, sino conciliar, y que se sumaron a ese modo de ser cristiano que, creyendo que Dios es bueno, vive sereno, confiando en su amor providente, y tratando de que en nuestro mundo cada vez haya más personas que puedan vivir con dignidad, gozando y disfrutando lo que de hermoso tiene la existencia.

Pero llegó el pontificado de Juan Pablo II y se implantó en las altas esferas eclesiales el firme y decidido propósito de llevar a la Iglesia al día de antes de que Juan XXIII, en 1959, concibiera y pusiera en marcha el Concilio Vaticano II, o, más aún, a mucho tiempo antes, a la época del Concilio Vaticano I, en 1870, cuando la jerarquía eclesial, con Pío IX al frente, dio la espalda de forma oficial al “mundo moderno”, reafirmándose en su condena de las nuevas ideas que había ido alumbrando. Y en esas hemos estado y en esas hemos vivido desde entonces hasta ahora, cuando, aún bajo el gobierno del papa Francisco, quienes quieren mantener a la Iglesia en el pasado mantienen sus convicciones y conservan mucho poder.

Poco les importa que su estrategia pastoral no la haya mejorado, sino que la ha conducido a una situación peor que la imperante el 16 de octubre de 1978, cuando el cardenal Wojtyła fue elegido como sucesor de Juan Pablo I. Desde que la pusieron en marcha millones de mujeres y de hombres se han alejado de los templos católicos y muchos millones más han dejado de prestar atención a lo que piensen o enseñen quienes los regentan.

Y no es por ignorancia, egoísmo o depravación moral. La mayor parte de ellas y de ellos considera que muchos de los artículos de nuestro credo han perdido credibilidad, que muchos de los preceptos de nuestro código moral no son beneficiosos para bienestar humano y que nuestra estructura organizativa es autoritaria, infantilizadora y discriminatoria. Y, lo que es más desesperante, que no hay voluntad de cambiar nada de eso.

Nosotros, que creímos en el acercamiento al “mundo moderno“, contemplamos desolados ese éxodo. Nosotros que seguimos considerando una tarea inexcusable “la secularización de la Iglesia”, queremos que en ella vuelvan a abundar y se les permita vivir con sosiego los cristianos que retoman ese espíritu. Y que lo hagan, que lo hagamos, siendo conscientes de que hoy ya no es el 8 de diciembre de 1965, cuando Pablo VI clausuró solemnemente el Vaticano II. En 2019 el mundo es muy distinto al de aquel tiempo.

Hoy las investigaciones científicas en diferentes campos del saber humano, incluido el del estudio del pasado eclesial y el del pasado bíblico, han aportado muchos conocimientos de los que entonces no disponíamos y que han de ser tenidos en cuenta. Hoy la ciencia y la técnica, en sus diferentes modalidades, han contribuido a cambiar en muchos aspectos nuestra sociedad y nuestros modos de vivir en su seno.

Y, aunque como fruto de todo ello, se han producido numerosas mejoras en lo tocante al respeto de los derechos humanos y al mejoramiento de la vida de las personas, sigue habiendo mucho dolor, sigue habiendo muchas injusticias, muchas desigualdades, muchas tristezas, muchas angustias. Por eso el cristianismo que nos gustaría ver crecer y actuar, con el que soñamos y por el que trabajamos, sigue siendo un cristianismo que nos lleva a mantener como tarea inexcusable el reto de poner a la Iglesia al día, al día de hoy, no al de cuando fueron aprobado los documentos conciliares.

Por eso, aunque somos pocos y vamos teniendo muchos años, nosotros, que nos ilusionamos con el horizonte eclesial que abrió aquel “aggiornamento”, seguimos siendo el futuro, pues no solo no hemos renegamos de esos sueños, sino que los conservamos vivos. Y los hemos actualizado para sean todavía más soñadores, más del mañana e incluso del pasado mañana. Nos anima el deseo y la esperanza de que, al irse haciendo realidad, la Iglesia, además de decir que lo es, vuelva realmente a ser para muchos luz, levadura y sal en el ámbito del creer y del actuar.

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Fuente Religión Digital

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