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“El silencio y lo sagrado, entre otros silencios” (3/3), por Javier Elzo.

Sábado, 3 de febrero de 2024
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IMG_2366Calasso, Durkheim y la sociedad divinizada

        Voy a completar esta conferencia, reflexionando con la ayuda de un libro excepcional de Roberto Calasso. “La actualidad innombrable”, que ya he citado más arriba [1].

La sociedad – dios

        Calasso, en las primeras páginas de su trabajo, tras recordar tiempos no tan lejanos en los que “bastaba con divinizar al emperador para asegurar la cohesión social” añade que “ya no. Ahora es necesario divinizar a la sociedad misma”, pues, como dice Durkheim, “ella, (la sociedad) es para sus miembros, lo que un dios es para sus fieles”. (p.27) Así nace, en la era post- moderna, o post -secular, silenciado Dios, la “sociedad divinizada”.

        La referencia a Durkheim, junto a Max Weber, uno de los dos padres de la sociología de la religión, si no de la sociología sin más, me ha retrotraído a mis tiempos de estudiante y a la lectura compulsiva de las 638 páginas (la devoré en una semana, aunque, obviamente, sin asimilarla completamente) de una sus obras magnas, “Les formes élémentaires de la vie religieuse [2], publicación donde se encuentra la citación de Calasso. He localizado en mi ejemplar del libro de Durkheim esta referencia que traslado a continuación, más extensa que en la citación de Calasso, para contextualizarla.

        “De manera general, no hay duda de que una sociedad tiene todo lo que se necesita para despertar en las mentes, por la única acción que ejerce sobre ellas, la sensación de lo divino; porque la sociedad es para sus miembros lo que un dios es para sus fieles. Un dios, de hecho, es antes que nada un ser que el hombre representa, en cierto modo, como superior a sí mismo y del que él cree que depende. Ya sea una personalidad consciente, como Zeus o Yahvé, o fuerzas abstractas como las que están en juego en el totemismo, el creyente, en ambos casos, se siente ligado a ciertos modos de acción impuestos por la naturaleza del principio sagrado con el que se siente en relación comercial. Pero la sociedad también mantiene en nosotros la sensación de una dependencia perpetua. Debido a que tiene una naturaleza propia, diferente de nuestra naturaleza individual, persigue fines que también son especiales para ella, pero como solo puede alcanzarlos a través de nosotros, busca imperiosamente nuestra ayuda. La sociedad exige que, olvidando nuestros intereses, nos hagamos sus servidores, y nos obliga a toda suerte de incomodidades, privaciones y sacrificios sin los cuales la vida social sería imposible. Por lo tanto, en todo momento, estamos obligados a someternos a reglas de conducta y pensamiento que no hemos construido ni deseado, y que a veces son contrarias a nuestras inclinaciones e instintos más fundamentales” [3].

        El texto, soberbio, me sugiere los siguientes subrayados (alimentados por otros textos del propio Durkheim).

  • La sociedad es más que la suma de individuos. Así como la conciencia colectiva es más que la suma de conciencias individuales.
  • La sociedad tiene entidad propia, aunque no es independiente de las personas que la componen, bien al contrario, necesita de las personas para alcanzar sus fines. Hay un “comercio”, dirá Durkheim, entre la sociedad y las personas que la componen.
  • Esa sociedad crea un dios, que “de hecho, es antes que nada un ser que el hombre representa, en cierto modo, como superior a sí mismo y del que él cree que depende”.
  • La sociedad tiene capacidad de coerción sobre los individuos, a partir del momento en que la divinizamos.
  • Esto es independiente de que el dios sea una figura concreta (Zeus o el Dios bíblico, Yahvé), sean fuerzas más o menos abstractas (tótem o las fuerzas de la naturaleza) sea la sociedad, como entidad propia.
  • La religión para Durkheim tiene como objeto crear o mantener cierta cohesión social. Que se haga por el tótem, el temor a la naturaleza, los dioses de la antigüedad o la sociedad de nuestros días, lo esencial no es la verdad de los dioses sino la función que cumplen.
  • Llegados a este punto, la pregunta, brutalmente planteada, es la de saber si salimos ganando, con los dioses totémicos, los dioses personalizados (uno o varios, de los judíos, persas, griegos, romanos, musulmanes, cristianos, etc.) o con el dios de la sociedad, con la sociedad – dios.

La sociedad fuente de lo sagrado

        Pero avancemos en la lectura de Durkheim y en lo que supone la divinización de la sociedad.

        Ya en las conclusiones de su estudio Durkheim escribe que “el ideal colectivo que la religión expresa no es consecuencia de no se sabe bien qué poder innato del individuo, pues es en la escuela de la vida colectiva donde el individuo ha aprendido a idealizar. Es asimilando los ideales elaborados por la sociedad que el individuo es capaz de concebir el ideal. Pues es la sociedad (….) la que le ha contraído la necesidad de alzarse por encima del mundo de la experiencia…”. (p.604). Es, pues, claro para Durkheim, el papel de la sociedad como agente primordial de creación de cosmovisiones, como agente de socialización, como instancia de lo políticamente correcto, de lo obvio, de lo indiscutible, de las certezas indiscutibles.

        Pero que estas cosmovisiones e imperativos, encarnando en cada individuo los ideales colectivos, estos tienden a individualizarse. Pero, insiste fuertemente en ello Durkheim, el ideal personal, aun individualizado, proviene del ideal social, de la conciencia colectiva que en cada momento conforma una sociedad determinada. Esto es particularmente cierto para Durkheim en el caso de la fe religiosa. En la página 607, luego ya avanzado en las conclusiones de su ensayo, podemos leer algo que ya me llamó la atención en mi primera lectura en Lovaina el año 1970, pues lo subrayé. Escribe Durkheim que “una filosofía puede elaborarse en el silencio de la meditación interior, pero no una fe”. Para Durkheim pensar en un individualismo radical que hiciera de la religión algo puramente individual supone desconocer las condiciones fundamentales de la vida religiosa y estas provienen de la sociedad de nuestros semejantes: “las fuerzas morales en las que podamos sustentar y crecer las nuestras son las que nos prestan otros” de la misma forma que “las creencias solamente son activas cuando son participadas”. Todo esto nos muestra la importancia capital que Durkheim concede a la sociedad como tal, más precisamente, a la conciencia colectiva que la sociedad tenga de sí misma.

        Pero, de nuevo aquí también, hay que ir más allá del dato, del hecho (el dominio y la prioridad de la conciencia colectiva sobre la individual en la sociedad) para reflexionar sobre su interpretación. Lo que exige, de forma capital, el silencio personal. Una cosa es que el “acto de fe”, la “experiencia extracotidiana”, en la terminología de Durkheim que, en la mayoría de los casos se produce en un ámbito colectivo, y otra es la asunción personal de tal experiencia como acto de fe, que exige el silencio, la reflexión, el dialogo y, habitualmente el recuerdo de lo recibido en herencia de la familia, educación y ámbito social en el que se ha crecido.

        Ahora bien, ¿cuál puede ser el tenor de esa conciencia colectiva? ¿Dependerá de las condiciones materiales que presidan, en cada momento, la sociedad en cuestión? Sin negar la importancia de estas condiciones materiales, sin embargo, Durkheim, con energía, se separa de una interpretación meramente materialista de la historia. Aquí la citación se impone: “hay que rechazar que mi teoría de la religión sea como un rejuvenecimiento del materialismo histórico: pensar así supondría equivocarse singularmente sobre nuestro pensamiento. Mostrando que la religión es una cosa esencialmente social, no entendemos de ninguna de las maneras que la religión se limite a traducir, en otro lenguaje, las formas materiales de la sociedad y sus necesidades vitales inmediatas. (….) Pues la conciencia colectiva es otra cosa que un simple epifenómeno de su base morfológica, así como la conciencia individual es otra que una simple eflorescencia del sistema nervioso. Para que la primera aparezca se precisa una síntesis sui generis [4] de las conciencias particulares”. Y a renglón seguido Durkheim nos muestra, en términos rotundos, la independencia de la conciencia colectiva respecto de las condiciones materiales de origen y de las conciencias individuales, así como su gran poder de coerción. En efecto, escribirá que “esa síntesis (que da lugar a la conciencia colectiva) tiene el efecto de liberar todo un mundo de sentimientos, de ideas, de imágenes que, una vez hayan nacido, obedecen a leyes que le son propias. Se llaman, se repelen, fusionan, se segmentan, proliferan sin que todas esas combinaciones sean directamente comandadas y necesitadas por el estado de la realidad subyacente. La vida así suscitada goza, incluso, de una independencia bastante grande, originando a veces manifestaciones sin objetivo concreto, sin utilidad alguna, simplemente por el solo placer de afirmarse”. (P.603). En otras palabras, la sociedad se presenta, según Durkheim, como el agente fundante de cosmovisiones, como agente básico de socialización, como instancia de lo políticamente correcto, de lo obvio, de lo indiscutible, de las certezas indiscutibles que condicionan en gran medida la conciencia individual. Lo mismo cabe decir, añado, de la fe religiosa. De ahí que Durkheim en su definición de la religión, introduzca la iglesia.

        En conclusión, frente a la sociedad estamos ante un dios absoluto, aunque necesitado en su origen, y después en su actuar, de los humanos. Es un dios todopoderoso, arbitrario, omnisciente, juez de los hombres (y mujeres, claro) pero que necesita de esos hombres y mujeres para ejercer su divinidad. Pues de ellos proviene. Durkheim no entra a discutir si hay una realidad divina, más allá de la humana, que esa realidad sea un tótem o un dios personal, o una realidad abstracta, pero sí reconoce, y de qué manera, su autoridad para sus “creyentes”, sus “fieles” (los humanos) una vez originados por la conciencia colectiva de la sociedad considerada, que así adviene, origen de la divinidad que, a su vez, deviene controlador de esa misma sociedad. Insisto, poco importa la forma que adopte esa divinidad, pero, eliminados, o consideradas rémoras de tiempos pasados los dioses de las religiones de antaño, sean animistas, naturalistas, o personales (unipersonales como los monoteísmos – Yahvé, Jesús el Cristo, Ala-, o colectivos- los politeísmos), ya solamente queda la propia sociedad que se eleva así a la condición de divinidad todopoderosa.

Cerrando estas páginas, que no concluyendo.

        Manifestaciones de lo sagrado, como fenómenos extra- cotidianos pueden darse en un conjunto de personas (ante un emotivo o fuerte encuentro religioso; ante un gol casi al final de un partido de futbol, ante un concierto multitudinario) o individuales (en una relación amorosa potente; un abandono religioso ante una situación complicada)

        Nos inclinamos a pensar que la divinización de la sociedad, que acabamos de mostrar, tras la exculturación social de lo religioso en general y de los dioses religiosos más en particular, en realidad nos lleva, en el actual mundo secular, a una nueva “guerra de dioses”. Pero, de entrada, debemos formularnos la cuestión de saber qué consecuencias tiene para nosotros, ciudadanos en la tercera década del siglo XXI, el hecho de que hayamos delegado en la sociedad, divinizándola, el sistema de legitimación de las relaciones sociales, de los valores dominantes que nos dicen lo que es bueno y lo que es malo, y cuáles son las prioridades por las que debemos esforzarnos para mantener, al menos, un simulacro de cohesión social.

        Es posible que el futuro nos depare otra guerra de dioses, cuyas primicias ya están a la vista. Los dioses del mundo secular nos muestran un politeísmo que nada tiene que envidiar al de las civilizaciones griegas y latinas, por limitarme al mundo occidental. Pero, a diferencia de las greco-romanas, los dioses de nuestros días son puramente seculares, no permiten atisbo del “más allá” como Zeus, Júpiter etc. A lo sumo, pero en tono menor, un humano casi dios, como el emperador nipón, pero hemos quedado que nos limitamos al mundo occidental. Y, si me aprietan las tuercas, al del sur este europeo: España, Francia, Portugal e Italia con sus diversas regiones (naciones, pueblos, autonomías, …) de personalidades bien distintas, en unas regiones más marcadas que en otras.

        Lo hemos visto en Durkheim, aunque también en nuestra sociedad actual: la manifestación colectiva de lo religioso. Así en las peregrinaciones y encuentros, a menudo multitudinarios, en lugares o eventos especiales como Lourdes, Fátima, Medjugorje, la Semana Santa, etc., y muchas fiestas locales en las que la celebración religiosa tiene arraigo. Pero, solamente el silencio permite una reflexión de lo sagrado y, en consecuencia, una jerarquización y un discernimiento de las diferentes modalidades de sacralidades en la actual era emergente, la era post-secular.

        Las personas que nos asomamos a los 80 años de edad, hemos transitado en nuestra biografía de la era de la cristiandad a la era post-secular, siendo la era secular, aún la dominante en España, la que ha tenido el mayor recorrido en nuestras vidas.

        Pero cuándo constatamos, con Peter Berger los “innumerables altares de la modernidad” y con Hans Joas, la crítica a la tesis weberiana del desencantamiento con la modernidad, la racionalidad, y la arreligiosidad institucionalizada, oteamos en el horizonte la era post-secular. Así observamos, por un lado, presencia de toda suerte de sacralidades laicas, en gran medida consecuencia de los límites de la era secular: la nación, el pueblo, el dinero, el culto al cuerpo, lo “natural”, el sexo, etc., y por el otro la emergencia de otra sacralidad religiosa, a menudo en pequeños colectivos, una sacralidad más de convicción que de adhesión, modalidad de religiosidad, esta última, en la era de la cristiandad, en neto declive social, lo que no quiere decir que haya que echar por la borda un cuerpo de doctrinas que la tradición de veinte siglos de cristianismo ha ido elaborando. Repitámoslo para cerrar este texto. Solamente el silencio, interior y exterior, permite que se abra paso una lectura reflexiva de las diversas sacralidades. Lectura que, solamente será fructífera si se desarrolla en un diálogo que exige el silencio propio para escuchar al otro. El silencio no es solipsismo. El silencio supone apertura al otro, en lo más profundo de su otredad. Solamente con esa condición la relación “yo-tu” puede tener como norte y objetivo la fraternidad y una ética universales. Religiosa o laica, pero universal. Aunque un cristiano puede bucear en el ethos del amor para cimentar su actitud y comportamientos (lo que no significa que estos sean acordes al ethos que predica), mientras que el laico, habitualmente, debe limitarse a la racionalidad con sus aporías. Pero, todos necesitan del silencio para bien aprehender vitalmente lo que defiendan.

Donostia San Sebastián 12 de agosto de 2021

Javier Elzo

NOTAS:

[1] Ed. Anagrama, Barcelona 2018, 173 p.

[2] El libro se editó el año 1912. En mi biblioteca he encontrado la edición de 1968, PUF, que leí y anoté en Lovaina en mis años de estudiante, edición con la que trabajo en estas líneas. Obviamente hay edición castellana de esta obra magna de la sociología: “Las formas elementales de la vida religiosa”. Alianza, Madrid, 1983. Pero las citas de mi texto provienen de la traducción que yo mismo he realizado del original en francés.

[3] Emile Durkheim. “Les formes élémentaires de la vie religieuse”, Presses Universitaires de France, Paris 1968, pp. 295-296. La traducción es mía.

[4] En cursiva en el original

Fuente Atrio

Espiritualidad , ,

“El silencio y lo sagrado, entre otros silencios” (2/3), por Javier Elzo.

Viernes, 2 de febrero de 2024
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IMG_23662ª Parte: “El silencio y lo sagrado

        Breve clarificación de unos conceptos

        Hay que clarificar, de entrada, algunos conceptos de uso común. Hay que distinguir entre sagrado /profano, trascendente/ inmanente (o mundano) y religioso/secular. Los conceptos sagrado, trascendente y religioso no son sinónimos. El concepto de sagrado apunta a un fenómeno antropológico universal que resulta de la experiencia humana de fenómenos extra – cotidianos. El concepto de trascendente designa las representaciones de una separación entre la esfera de lo divino y la de la realidad terrestre: estas representaciones no constituyen en absoluto un fenómeno antropológico universal. En cuanto al concepto de religioso tiene sentido plenamente desde la aparición de la opción secular.

La sociedad del ruido

        Arnoldo Liberman en su reflexión, ya mentada, “El otro silencio”, nos recuerda cómo George Steiner en El Castillo de Barba Azul hace una crítica demoledora de lo que él llama “la sociedad del ruido”. En nuestra sociedad la música estrepitosa, el estrépito en sí mismo, el aturdimiento feroz, han pasado a ser primordiales en nuestra vida cotidiana. Lo que antes era recogimiento, pausa reflexiva, comunicación serena y valiosa y que se realizaba en entornos silenciosos y en espacios íntimos, ahora estamos dominados por alborotadas y rotundas vocinglerías que no tienen límite y que invaden cualquier campo habitable. Vivimos en un mundo (y en una cultura) donde el silencio es un lujo prohibido, una antigualla recordada pero estéril, un deseo o un anhelo oculto pero difícil de hallar. El ruido ha creado cultura (si así puede decirse) pero esta cultura es intolerante, totalitaria, inexpresiva, ensordecedora, “anda en ruidosa motocicleta” (como dice un amigo).

Cuando el silencio es necesario

                En la compañía de Arnoldo Liberman, parafraseándole, quiero recordar la necesaria presencia del silencio en actos sustanciales del ser humano: leer, hacer el amor, asistir a un concierto, caminar por un parque, etc. Pero esos actos, aparentemente sólidos, así como la instrumentalización de los clásicos ritos iniciáticos del sentido de la vida, resultan un actual sinsentido en la sociedad del ruido, y que exigen un esfuerzo y un valor. El silencio es un enemigo del ciudadano y del habitante de la metrópolis, es un enemigo al que parece temerse porque nos llevaría a nuestros propios interrogantes y a nuestras verdades más íntimas. Lluís Duch, el monje intelectual heterodoxo del Monasterio de Montserrat, doctor en Teología y profesor de filosofía moral, pensador profundamente cristiano y humanista, autor de un pensamiento que ha calado escribe que “lo mejor de la religión es que crea herejes”. Es autor de una búsqueda que llamó “Dios después de Auschwitz” y ha insistido en que “sin ética no hay mística” y que “nadie debe sentirse extranjero” en el mundo. Señala que: “el hombre no puede prescindir de construir absolutos”, o si se quiere decir de otra manera, la idolatría es una presencia casi constante en la vida de los seres humanos. Es decir, el intento de dominar lo indomable, de expresar colectivamente lo inexpresable, de reducir lo indefinido a definido, son todas, formas que tenemos en el fondo para ejercer o controlar el poder o el miedo. Los seres humanos siempre queremos una referencia a algo que consideramos intangible, la necesitamos: es decir, siempre construimos lo sagrado, lo intocable, lo impalpable y esto es a causa de nuestra finitud. Las apetencias de infinito eran evidentes en la antigua URSS, en el nacionalsocialismo o, actualmente, en el American way of life, en todas partes, países de ruidos. Para muchos seres humanos la noche se ha tornado tan ruidosa como el día y una habitación silenciosa un infierno y una tortura”.

El silencio religioso de un creyente

        Hay que aprender a callar, no temer el silencio, regresar a la palabra válida y al diálogo constructivo, redefinir el concepto mismo de la cultura: se trata de un mandato imperativo. Cabe decirlo enfáticamente: la palabra debe dejar que el silencio hable. Aprender que el silencio no es mudo, que – como lo decía nuestro querido e idolatrado Anton Bruckner- Dios estaba más cerca cuando callaba. Así en su impresionante Motete, “Locus iste”.

Locus iste a Deo factus est, inaestimabile sacramentum, irreprehensibilis est. (Este lugar fue hecho por Dios, un sacramento de valor incalculable, libre de todo defecto).

        El texto se centra en el concepto del lugar sagrado, basado en la historia bíblica de la Escalera de Jacob, el dicho de Jacob “Ciertamente el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía” (Génesis 28:16), y la historia de la zarza ardiente donde a Moisés se le dice “quita tus zapatos de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra santa” (Éxodo 3: 5). (Traducción de Enrique Yuste)

        En el Oratorio Elías de Felix Mendelssohn, podemos escuchar levitando un fragmento que dice así:

ELÍAS: Señor, la noche cae a mi alrededor, ¡no estés lejos de mí! ¡No me escondas tu rostro! Mi alma está sedienta de ti, como la tierra árida.
UN ÁNGEL: Sal ahí fuera, y ponte en el monte ante Yavé y su gloria resplandecerásobre ti. Cubre tu rostro, pues Yavé está cerca.
CORO: (Elías) vio pasar a Yavé, y un viento poderoso que rompía los montes y quebraba las piedras pasó delante de él, pero Yavé no estaba en elviento. Vio pasar a Yavé, y la tierra tembló y el mar rugió, pero Yavé no estaba en el terremoto. Tras el terremoto vino un fuego, pero Yavéno estaba en el fuego. Y tras el fuego vino un ligero y suave susurro. Y en el susurro vino Yavé. [1]

        ¿Y si Dios se manifestara, no con truenos y relámpagos, terremotos y fuegos, esto es, no al modo de grandes tratados ni en fórmulas perentorias e impositivas, sino en la insinuación (“a Dios nadie le ha visto, jamás” dirá el teólogo y filósofo Bellet, recordando los textos de Juan el Evangelista), al modo de susurro, “brisa tenue”, como traduce Schökel el texto de arriba? Lo que exige un silencio

        Como dice Roberto Calasso, “lo divino es aquello que Homo saecularis ha borrado con cuidado e insistencia. Lo ha suprimido del léxico de lo que existe. Pero lo divino no es como una roca que todos ven inevitablemente. Lo divino debe ser reconocido” [2].

        Aquí nos topamos con lo que no pocos cristianos del mundo de hoy entienden y viven su fe en el Dios, como la que se manifiesta en Jesús de Nazaret, quien llama a su Padre con el término, cercano y respetuoso al mismo tiempo, de Abbà (termino arameo, el lenguaje de Jesús, que significa “mi padre”, “papa”, “aitatxo” en euskera). Es una oración en la que no se privilegia la oración de alabanza, ni la oración de agradecimiento, menos aún la oración de petición, sino la oración de escucha, de confianza y abandono. Es una oración de silencio.

El silencio “religioso” de un ateo

        No hace mucho tiempo mantuve una larga conversación con un amigo, al que conozco bien, y con quien disfruto y aprendo conversando. Mi amigo, Dr. en Física y que trabaja en un centro de investigación de rango internacional, hace años que me confesó que era ateo. Ateo de convicción. Desde muy joven. Hablando de estas cosas, tras manifestarme su fascinación por la montaña, me confesó esto: “a menudo cuando estoy solo en la montaña, solo en el bosque nevado, tengo la certeza de que no estoy solo. En realidad, percibo, siento, que hay un espíritu, “el espíritu del bosque” que está ahí, que me protege, que me acompaña en la soledad y en el silencio de bosque”. Me recordó el libro de otro amigo que tituló “Sobre el Dios que está ahí” y no pude no decirle que no otra cosa era la experiencia religiosa. La experiencia religiosa no es otra cosa que lo que experimentamos en ciertas experiencias humanas, que no nacen en nosotros, que son externas a nosotros, con lo que, de entrada, derrumbamos las tesis de Feuerbach, a lo que denominamos, unos, experiencia religiosa, otros, experiencia secular o laica. Estamos ante lo sagrado en la terminología de Emile Durkheim.

Hans Joas, Habermas y Fraijó, ante el silencio de lo religioso en la sociedad de hoy

        En la actualidad el individualismo es omnipresente. Incluso un individualismo, no necesariamente utilitarista ni egocéntrico, pues mira a la universalidad ética del comportamiento, por ejemplo, en la defensa y promoción de los Derechos Humanos, en la custodia de la Tierra etc. Al mismo tiempo, en la cosmovisión judeo-cristiana, se habla expresamente de tradición bíblica, que incluye la tradición judía, así como la tradición cristiana. En la tradición bíblica el descentramiento moral es esencial. En esta concepción los seres humanos están obligados a tomar en consideración no solamente los otros seres humanos que pertenezcan a la misma familia, a la misma nación, a la misma religión, o la misma clase social sino a todos los seres humanos, comprendidas también las generaciones futuras. Es el “ethos del amor” bíblico.

        Por otra parte, filósofos como Kant, Rawls y Habermas, han elaborado una orientación universalista de este tipo desarrollando en detalle la lógica de la reflexión y la discusión moral universal, bajo el prisma de una ética racionalista. Pero una cuestión queda sin respuesta, nos apunta Hans Joas:

¿qué es lo que tiene que motivar a los seres humanos a reflexionar a las cuestiones morales y a la significación que pueden tener para la forma como ellos conciben y llevan su vida, máxime cuando tal reflexión corre el riesgo de ir en contra de sus propios intereses? Otro punto todavía queda muy oscuro: ¿cómo llegar a los individuos sensibles a los sufrimientos de los otros, teniendo en cuenta qué es cierto que esta sensibilidad no es el resultado de una argumentación racional?

        En esto reside, señala Joas, la superioridad de estos cristianos del amor – expresión a la que yo prefiero, la singularidad de estos cristianos del ethos del amor – incluso frente a formas de filosofía moral universalista y, evidentemente, frente a todas las formas de individualismo. La asunción de fe en un Dios que ama al hombre sin condiciones, conlleva una fe cristiana que puede, ciertamente, liberar el campo a la capacidad de amar, en los cristianos, y en todas las religiones del amor universal, sin condiciones y sin excepciones.

        Pero, a la reflexión que acabamos  de formular, parafraseando el texto de Joas, cuyo original es de 2014, hay que añadir la que realizó, años después Habermas, que presentamos a continuación. En efecto, Jürgen Habermas, a la demanda de “Le Monde des Livres” (“Le Monde“, 28/02/2018) redactó unas líneas sobre algunos de los temas centrales de su obra. Entre ellos su preocupación por encontrar un espacio a la creencia religiosa y a los creyentes, cuestión que le ocupa desde el final de los años 1990. Traigo aquí, traducido por mí, lo esencial de su aportación al cotidiano francés.

        “Debemos reservarnos la posibilidad de traducir contenidos semánticos enterrados, provenientes de tradiciones religiosas, ya que pueden ensanchar el horizonte conceptual de nuestro discurso público y nuestras sensibilidades trastornadas (“sensibilités tourneboulées”). Conceptos filosóficos, por muy cargados que sean, como “poder de la voluntad “, “ley”, autonomía “, “individualidad”, “conciencia”, “crisis”, “historicidad” y “emancipación” se han abierto paso en nuestro vocabulario actual. Pero, a la luz de la historia de los conceptos, varios siglos de constante trabajo filosófico han demostrado indispensable la importación de intuiciones con connotaciones religiosas al espacio universalmente accesible de los fundamentos racionales. (….)

        Esta elaboración discursiva de intuiciones enterradas no cuestiona en modo alguno el ateísmo metodológico practicado por los filósofos occidentales desde Hobbes y Spinoza. La moralidad basada en la razón tiene sus propios cimientos y no necesita apoyo religioso. El problema es más bien la desaparición de la solidaridad. Es legítimo que la moralidad racional atienda sus prescripciones, teniendo en cuenta al individuo. De repente, el surgimiento de una acción unida, que lleva por ejemplo a un movimiento social, pasa a depender de la improbable coincidencia y focalización de decisiones que emanan de conciencias individuales dispersas. En otras palabras, ¡es tan probable que suceda como que un camello atraviese el ojo de una aguja! Observo la tendencia actual a la disolución de la solidaridad, que acompaña directamente a la colonización de nuestro mundo vivida por los imperativos de una conducta cuya racionalidad es la del mercado. La mercantilización invasiva de las relaciones sociales, favoreciendo un tipo de comportamiento conforme a una racionalidad instrumental y egoísta, socava el poder abstracto de las normas universales y embota nuestra capacidad de reaccionar ante situaciones normativamente intolerables. Por el contrario, las comunidades religiosas se nutren (“puisent”), a través del culto, en las mismas fuentes de solidaridad. (en el “ethos del amor”, añado yo).

        Ciertamente, dada la naturaleza particularista de los dogmas y las creencias, estas energías pueden descarrilar y volverse hacia afuera con una violencia explosiva dirigida contra otras confesiones religiosas. Pero, ¿no es ésta una razón más para recordar la larga relación que la filosofía ha mantenido con estas fuentes religiosas que ha buscado racionalizar? Mientras la religión siga siendo una forma actual de la mente, representará un acicate plantado en la carne de la modernidad. No debe perder su tono, su vigor para trascender lo existente; lo que es capaz de generar lo realmente nuevo es esta facultad de una “trascendencia” que, viniendo desde dentro de nuestro mundo, y ya no desde el cielo, se esfuerza por ir más allá de él. La novedad de las mutaciones tecnológicas queda rápidamente obsoleta”.

        Es pues claro, el anhelo no satisfecho de un agnóstico de la profundidad y sinceridad como Habermas, quien, sosteniendo “el ateísmo metodológico” en la filosofía, y la moralidad racional sin necesidad de la religión, manifiesta sin ambages la aporía con la que se encuentra, al hablar de la solidaridad universal, sin acepción de personas.

        Este planteamiento lo resume magníficamente Manuel Fraijó en un artículo publicado en el diario “El País”, el año 2016, del que extraigo los últimos párrafos.

        “El afán por “durar” (Spinoza), la esperanza de algún género de futuro tras la muerte parece haber acompañado desde muy tempranamente a los seres humanos. Platón aseguró que no todo lo nuestro perece: perdura el alma inmortal. Una gran obsesión pareció acompañar siempre a este filósofo: el mundo sensible no puede, no debe, erigirse en explicación del mundo espiritual.

        Platón ha sido generosamente heredado. Solo una muestra: imposible no recordar el postulado de la inmortalidad kantiano. Un mundo que niega la felicidad a seres dignos de ella y se la otorga a los que no la merecen no puede ser la máxima expresión de lo que nos cabe esperar. Es lícito, obligado incluso, soñar con escenarios más justos. Kant, afirma Adorno, postuló la inmortalidad para huir de la “desesperación”, para abrirse “al ansia de salvar”. Y es que los defensores de la esperanza comprendieron siempre que no hay mejora en este mundo que alcance a hacer justicia a los muertos; las mejoras nunca las disfrutarán los que ya se fueron. Incontables seres humanos llegaron al final de sus días sin que hubiese sido tenida en cuenta su humilde solicitud de una vida digna; siempre fueron meros aspirantes a lo elemental, candidatos injustamente rechazados. De ahí que algunos grandes espíritus, ansiosos de reparar injusticias, hayan soñado con que nadie muera del todo para siempre. “La esperanza perdida de la resurrección —escribe Habermas— se siente a menudo como un gran vacío”. Es un anhelo profundamente humano. Eso sí: un anhelo de incierto cumplimiento. Laín Entralgo lo formuló así: “lo cierto es siempre lo penúltimo y lo último es siempre incierto”.

        Y, obviamente, son las religiones —especialmente las monoteístas— las más reacias al relato de la hamaca vacía (el mero recuerdo de alguien fallecido). Desde siempre ofrecieron su palabra de honor de que, tras la muerte, habrá nuevas acogidas, nuevos inicios, libres ya del signo de la actual precariedad. Eso sí: las religiones no informan de lo que saben, sino de lo que creen. De ahí que grandes creyentes como el cardenal Newmansuplicasen: “Que mis creencias soporten mis dudas”. En este sentido, el “más allá” no es científicamente verificable ni, por tanto, refutable. Las religiones consideran que algo puede ser significativo sin ser científico. Entre paréntesis: parece que, al principio, la nueva vida, la resurrección, solo se esperaba para los mártires, es decir, para los más afectados por el mal y el sufrimiento; pero lentamente se fue abriendo paso el convencimiento de que en mayor o menor medida todos terminamos compartiendo la condición de mártires: la muerte, que no es solo el final de la vida, sino su permanente amenaza, se encarga sobradamente de ello.

        Para concluir, escribe Fraijó: de especial trascendencia continúa siendo el anuncio cristiano de la resurrección de Jesús de Nazaret como anticipo de la resurrección universal. El teólogo Moltmann asegura que la resurrección de Jesús “ha hecho historia”. Es cierto: al menos iluminó muchos últimos instantes y suavizó innumerables despedidas” [3].

        Joas, Habermas y Fraijó nos manifiestan los dilemas de una racionalidad que se satisface a sí misma cuando se la pone en relación con una religión, la cristiana, aunque no solamente la cristiana, si defiende el ethos universal del amor. Y universal, quiere decir universal, sin excepciones espacio-temporales. Pero haremos bien los creyentes en no olvidar la reflexión de Newman de que “mis creencias soporten mis dudas”, pues, como decía Maurice Bellet, “una fe que no duda es una fe dudosa”.

        Claro que otra cosa es la práctica en los comportamientos de los creyentes que, en mil y una ocasiones de la historia, han mostrado que estaban bien lejos de la universalidad del amor. Ya Gandhi dijo que “cuando leo el Evangelio me siento cristiano; pero cuando veo a los cristianos me doy cuenta de que ellos no viven según el Evangelio”, el mismo Gandhi que sostenía que “nunca es bueno el amor a los otros, cuando es exclusivo y con excepciones. Yo no puedo amar a los hindúes o a los musulmanes y odiar a los ingleses”, añadía. Sí, la radicalidad no es solamente cosa de los violentos.

        Nada de todo esto, la universalidad del “ethos del amor” cristiano, en base a bucear en la figura y mensaje de Jesús de Nazaret, que denomina Abbà a Dios Padre, es posible sin el silencio interior, el silencio introspectivo, el silencio de escucha, el silencio de oración. Lo mismo cabe decir de la universalidad ética basada en la racionalidad humana como refieren los grandes filósofos arriba mentados. En efecto, es preciso el silencio interior para dar cabida a un atisbo de solidaridad con pretensiones de universalidad. Y esto, no viene de por sí. Es consecuencia de una reflexión, en silencio, (una oración en los religiosos) sobre el necesario impulso para la solidaridad.

        Y es también, en el silencio del temor, de la angustia por los hechos y actitudes de la vida pasada, que hemos mostrado más arriba. que el creyente puede reconocer que no ha sido fiel al mensaje heredado, haciendo buena la reflexión de Gandhi, de que estaba de acuerdo con el mensaje los evangelios, pero no con los creyentes que lo incumplían.

        Pero, hay que añadir, que las reflexiones y los comportamientos se complican, aún más, cuando las divinidades devienen seculares. Más todavía cuando es la propia sociedad la nueva divinidad de los tiempos actuales.

NOTAS:

[1] El texto original se encuentra en 1 Reyes, cap. 19, 10-13

[2] Roberto Calasso, “La actualidad innombrable”. Anagrama, Barcelona, 2018, p. 50

[3] Manuel Freijó. “La hamaca vacía”. El País, 13 de agosto de 2016. Yo subrayo.

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“El silencio y lo sagrado, entre otros silencios” (1/3), por Javier Elzo.

Jueves, 1 de febrero de 2024
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IMG_2366Este texto de Javier Elzo recoge los materiales usados por él para una intervención en el Curso de Verano 2021 de UPV/EHU, dirigido por Javier Urra con el título “El silencio. Sin aditivos” en Donostia- San Sebastián. Creo que es un texto básico para lo que queremos que sea ATRIO, donde el encuentro entre personas se produzca siempre en esa dimensión de escucha y palabras auténticas. Atrio invitará a ello presentando el texto en tres viernes seguidos. El guión previo que adelanta el autor muestra cada parte  en el contexto global. AD.

  •     Introducción

    1. – Los silencios en algunas de sus muchas acepciones

  1. El silencio introspectivo
  2. El silencio en relación con la escucha
  3. El silencio condición de la relación.
  4. El mutismo y sus variantes
  5. El silencio de la comunidad tácita
  6. El otro silencio de Arnoldo Liberman. Auschwitz
  7.  La muerte como el silencio absoluto. Jacques Sédat
  8.  El silencio angustioso.
  9.  Las trampas de la imprescindible memoria. Paul Ricoeur


2.- 
“El silencio y lo sagrado”

  1. Breve clarificación de unos conceptos
  2. La sociedad del ruido
  3.  Cuando el silencio es necesario
  4.  El silencio religioso de un creyente
  5.  El silencio “religioso” de un ateo
  6.  Joas, Habermas y Fraijó ante el silencio de lo religioso en la sociedad de hoy

    3.-  Calasso, Durkheim y la sociedad divinizada. La sociedad y los individuos

  1.  La sociedad – dios
  2.   La sociedad fuente de lo sagrado
  3.   Experiencias colectivas y ruidosas de lo sagrado y su interpretación personal y silenciosa

        Cerrando estas páginas, que no concluyendo.

  •  Sacralidades religiosas y laicas
  •   ¿Hacia una nueva guerra de dioses?

Introducción

        Cuando el mes de septiembre del año pasado, poco después de finalizado el curso sobre “Los miedos”, también en el marco de estos Cursos de Verano de la EHU/UPV, y también dirigido por Javier Urra, nuestro director nos envió un correo señalándonos que el título del curso de este año 2021, sería “El silencio. Sin aditivos”. Aquel verano de 2020 estuve trabajando en los contenidos de un libro, para mi excepcional, de un sociólogo alemán, no muy conocido en España, Hans Joas, del que no se habían traducido al castellano sus últimas publicaciones. Particularmente, la última, editada en alemán en 2019, traducida, entre otros idiomas al francés, idioma en el que lo leí, releí y llegué a escribir 120 páginas con recortes del libro, y añadidos de otros autores y reflexiones mías. El título del libre, en castellano, es “Los poderes de lo sagrado. Una alternativa al relato del desencantamiento” en referencia, principalmente, a los trabajos de Max Weber de hace un siglo y, también al de Marcel Gauchet de 1985, “El desencantamiento del mundo”, así como a la abundante literatura de los, – ya minoritarios, pero hace cincuenta años, muy mayoritarios -, defensores de la tesis de secularización. El libro de 330 páginas y otras cien de nutridas notas y bibliografías, libro de gran densidad, que exige lectura atenta con papel y bolígrafo, me resultó de enorme riqueza intelectual, que me obligaba a detenerme en su lectura pues no había página que no me incitara a la reflexión. Pero no voy a comentar aquí el libro, pero, si me detengo un poco en él, es para mostrar la razón inmediata, del motivo o circunstancia, por el que propuse a nuestro director, Javier Urra, el título de mi aportación a este curso, “El silencio y lo sagrado” y así redacté las líneas en las que explicitaba algunas ideas que pensaba exponer en mi conferencia, como aparecen en el Programa del Curso. Algunas de estas ideas provenían del libro de Hans Joas, en cuya lectura estaba enfrascado.

        Pero, meses después, a medida que se acercaba la fecha de esta intervención, me iba informando de otras reflexiones sobre “el silencio” de diferentes autores que iba anotando en mi Cuaderno de trabajo, junto a las ideas que, sobre “el silencio”, bullían en mi cabeza. Constaté, rápidamente, que el silencio, las ideas sobre el silencio, nos mostraban que el término “silencio” era polisémico, que reflejaba realidades bien distintas y, no solamente eso, sino que las valoraciones que cabía hacer de diferentes manifestaciones de “silencios” eran muy diversas. Desde las heroicas hasta las más abyectas e ignominiosas. De ahí que, como acabo de hacer, creo que es más correcto hablar de “los silencios” que de “el silencio”. Además, con la coletilla de “sin aditivos” al término Silencio, que nos enviaba nuestro director, nos permitía pasar al plural.

        En consecuencia, voy a entretenerme en esta conferencia en dos partes muy diferenciadas. En primer lugar, en la presentación de diferentes significados asociados al término silencio, para, en segundo lugar, centrarme en el silencio en relación a lo sagrado.

Primera Parte. Los silencios en algunas de sus muchas acepciones.

El silencio introspectivo

        En efecto, hay silencios y silencios. Comencemos por el silencio introspectivo. Es ese silencio en nuestro alrededor, fuera de nosotros que buscamos y llegamos a exigir para poder introducirnos en nuestro yo más profundo mediante el ejercicio de la meditación. Es un silencio que exige recogimiento, un tiempo de descanso del ajetreo cotidiano con el propósito de reencontrarnos y renovarnos. Hay, además, lugares donde se requiere el silencio porque participa en el desarrollo de la vida interior, en el trabajo sobre uno mismo, en la meditación y, en los creyentes, en la oración. Un ejemplo manifiesto de este silencio es el de la vida monástica. La vida monástica nos invita a cultivar el silencio en toda circunstancia, en el quehacer diario, en el compartir las comidas, en la oración: “ya no se trata de interioridad, sino de intimidad entre Dios y cada hombre”, dirán no pocos monjes. Quizá Ustedes han visto el extraordinario film- reportaje, “El Gran Silencio”, en el que un cineasta, tras 17 años de larga espera, obtuvo el permiso para filmar durante casi seis meses la vida cotidiana de los cartujos de la “Grand Chartreuse” al pie de los Alpes franceses. Un film absolutamente extraordinario, que capta y mantiene la atención del espectador, pese a su larga duración.

        Pero este silencio introspectivo no es privativo de los monjes ni de los claustros de la vida monástica. Muchas personas buscan ese silencio en su vida cotidiana, cuando ponen en paréntesis el bullicio del día a día, para encontrarse consigo mismos. Unos practican el yoga, otros peregrinan a Guadalupe, a Lourdes, en búsqueda de ese silencio, otros hacen el Camino de Santiago, o un parte de mismo, en silencio, un Camino de Santiago, en el que la motivación religiosa se da en menos de la mitad de los que hacen el Camino. Luego la búsqueda del silencio exterior, lo repito, no es privativo de la experiencia religiosa. Cuantitativamente hablando, en la era secular, dominante en nuestros días, cabe afirmar que, en este modelo de silencio, hay una mayoría de personas que lo ejercen sin motivación religiosa alguna: simplemente se buscan a sí mismos.

El silencio en relación con la escucha

        Hay que detenerse también en el silencio que está fundamentalmente del lado de la escucha del otro, o de los otros. Exige estar en silencio, tiene que haber un silencio interior para poder escuchar al otro, aprehendiendo lo que realmente quiere decir. Es un silencio difícil y, desgraciadamente, poco frecuentado en demasiadas ocasiones. Pero, si no se aplica el silencio interior cuando el otro está expresándose, normalmente quiere decir que estamos pensado en replicarle más que en escucharle. Es una situación que podemos encontrar en los pugilatos dialecticos en muchos “debates” en los parlamentos, donde no se escucha al otro, sino que, en el mejor de los casos, se subraya algo de lo que el otro esgrime para oponerse o, también, se le contesta sin atender en nada a lo que ha dicho. “¿Qué tiempo hace? Manzanas traigo”.        El silencio de escucha es tanto la condición del habla del otro como la condición del propio habla como sujeto, en la medida en que uno responde en su propio nombre y no en lugar del otro, que actuaría como interlocutor impositivo, y que, al final anularía nuestro propio razonamiento. En efecto, cuando interrumpimos el silencio interior para interrumpir al otro, podemos decir que, al romper el discurso del otro, corremos el riesgo de poner nuestras palabras en las suyas.

El silencio condición de la relación

        Como corolario de lo anterior, cabe decir que el silencio es también, la condición de la relación. Para que haya una relación, tenemos que poder hacer el silencio interior. Pero, este silencio interior significa que estamos en lo relativo, es decir, escuchamos al otro como el discurso de un sujeto que nos habla, nos interpela, en un nivel de horizontalidad, donde todos estamos al mismo nivel. Algunos, como Jacques Sedat [1], a quien sigo en esta parte de mi reflexión, afirman que “no puede haber relación con el otro excepto en su propia relatividad con él. Solamente hay relación en lo relativo “. Pero no siempre es así. Pues no todas las relaciones con otra u otras personas se dan en un nivel de horizontalidad. Por ejemplo, cuando estamos en una relación de autoridad y, no digamos, de poder. El alumno ante su profesor, el marinero ante su capitán, el soldado ante su superior, el hijo menor ante sus padres, etc., etc. Aquí vivimos en una relación de diferenciación jerárquica en la que el silencio puede tener diferentes formas y modo de expresarse. Tanto, por decirlo simple y brevemente, en el lado del superior como en el del inferior.

El mutismo y sus variantes

       Así llegamos al mutismo como otra variante del silencio. O estamos atrincherados en una fortaleza interior que nos impide o desaconseja comunicarnos con el otro, o nos encerramos en un silencio que significa: “no quiero decirle nada al otro”. Si continuamos reflexionando sobre el silencio como condición para la relación, hemos de reconocer que, a menudo, el mutismo es una forma de silencio, que puede ser libremente adoptado (aun con motivaciones bien diversas) o forzado, por ejemplo, en al caso de una relación jerárquica.

        Hay diferentes manifestaciones de mutismo. Mutismo, tras consumos de drogas, por enfurruñamiento. Los jóvenes cuando sus padres les indican o abroncan, (así en la película “Historias del Kronen”), al descubrir su estado por haber abusado del alcohol o consumido drogas; en una entrevista, Marisol Touraine, siendo ministra con Hollande, confesaba que cuando su padre, el gran Alain Touraine se enfadaba, guardaba mutismo total durante dos días o, como me decía mi peluquera que cuando su pareja la enfadaba estaba dos o tres días sin dirigirle palabra alguna. 

       En una relación asimétrica puede haber un mutismo parcial por parte del superior. Por ejemplo, cuando un profesor se limita a decir con tacto a un alumno que debe estudiar más sin humillarle por un examen catastrófico.

       También en una relación horizontal, paralela, por ejemplo, en una matrimonio o pareja bien avenida, cuando uno de los dos enmudece ante alguna inconveniencia del otro, manifestándole con el silencio, su respeto y cariño. Es un mutismo de oro que mantiene la armonía de la pareja.

El silencio de la comunidad tácita

        En este orden de cosas, cabe una breve referencia al silencio que los antropólogos llaman comunidad tácita. Es el hecho de que las parejas no hablan mucho, sobre todo cuando llevan muchos años juntos. A menudo las únicas palabras que se intercambian se limitan a “pásame la sal”, porque no saben hablar y todo se desarrolla al nivel de los actos de la vida cotidiana, de su repetición, como si todo hubiera ya sido dicho. Se habla más con los amigos y amigas, en el trabajo, en los lugares de ocio y se calla, o habla menos, en el hogar. Encontramos en la vida social, incluso en nuestra vida cotidiana, silencios organizados de esta manera.

El otro silencio de Arnoldo Liberman. Auschwitz

        Quiero traer aquí el inicio de un texto de un buen amigo mío, judío ashkenazi, que nació hace 90 años en Argentina en donde sus padres recalaron huyendo del horror nazi. Me refiero a Arnoldo Liberman, musicólogo y psicoanalista. A menudo me envía sus textos antes de publicarlos. Este que hoy traigo aquí, y que no creo haya publicado todavía, lo titula “El otro silencio”. Lo inicia con estas palabras: “El silencio. Era el mismo silencio, el día de la partida, en el patio de la gran sinagoga que servía de lugar de agrupamiento. Locos de rabia, los nazis corrían en todas direcciones dando alaridos y golpeaban a los hombres, mujeres y niños, no tanto para hacerles daño como para quebrar su silencio. Pero la multitud guardaba silencio. Ni un grito. Ni un gemido. Herido en la cabeza, un anciano se ponía de pie con aspecto despistado. El rostro ensangrentado, una mujer caminaba sin aminorar el paso. Nunca se había conocido un silencio semejante. Ni un suspiro. Ni una queja. Ni siquiera los niños lloraban. El silencio perfecto del último acto. Los judíos hacían mutis. Para siempre”. Y cierra así su texto Liberman con unos versos que Pardo Zapatero cita, de autor aparentemente anónimo:

    1. “La botella ya vacía
      el mensaje por descifrar
      Ludwig se ha quedado dormido
      Sólo quedan los pajarillos /
      que en el olvido están
      junto al chapoteo de carcajadas
      la manía y tu callar”.

        “Tu callar”: ¿es necesario insistir que el otro silencio es Auschwitz?

La muerte como el silencio absoluto

        De una forma no tan trágica como la del exterminio de los judíos en el nazismo alemán, cabe hablar también la muerte como el silencio absoluto, en expresión de Jacques Sédat. “El silencio absoluto es muerte. Rendir el alma es perder la posibilidad tanto del habla como del silencio, ya que el silencio es correlativo del habla. El silencio definitivo ya no es silencio en el sentido de que el silencio es una experiencia subjetiva del sujeto. El muerto no guarda silencio desde este punto de vista. Está en el vacío, como sea que lo llamemos. Pero, el silencio es siempre, como el habla, una categoría del sujeto. El silencio de las estrellas no es silencio”.  

El silencia angustioso
     

Pues, un sujeto se construye con palabras y con silencios, que se concluye con la muerte. Pero, entre tanto, también está el silencio agonizante, el silencio angustioso: cuando uno se entrega al otro, al decirle al otro “te quiero”. Es un riesgo, una aventura. Es abrirse y comprometerse frente a alguien sin tener ningún poder sobre él, sin tener la seguridad de un eventual retorno positivo. Los que hemos vivido la experiencia del enamoramiento y hemos dado el paso de declararlo a la persona amada, sabemos de la angustia en la espera de la respuesta. En este caso, la ansiedad es, amén de legítima, evidente. Es abrirse en canal al otro lo que preocupa. Que puede ser fuente de sufrimiento si la respuesta es negativa. Es “el mal de amores” tantas veces evocado en la literatura de todos los tiempos y de todos los idiomas.

Las trampas de la imprescindible memoria. Paul Ricoeur

        Hay un silencio ante lo que es difícilmente verbalizable. Es, ciertamente el silencio del espacio que se produce en el análisis psicoanalítico. Un silencio muy difícilmente interpretable. Nunca se sabe lo que sucede en el silencio hasta que se llegue al habla. Entretanto no se puede interpretar, es decir, poner palabras en algo que no conoces. Es un silencio de espera por lo que pueden surgir como pensamientos, ya que la regla del análisis es dejarlos surgir, libremente. Y es, precisamente, esta libertad de expresión la que causa problema. Pues, a menudo, es un silencio de vergüenza para decir cosas difíciles que la psique humana, en un principio de autodefensa, lo envía al ámbito del subconsciente inconsciente. En el idioma francés hay una distinción entre el subconsciente consciente, con el término “reprimé” que lo diferencia del subconsciente inconsciente para el que utiliza el término “refoulé”. Para el que no encuentro término en castellano. 

       Pero esta situación se da también fuera del espacio psicoanalítico del que, si se trata del “refoulé” no tenemos consciencia, pero está ahí. Tiene que ver con lo que Paul Ricoeur denomina “las trampas de la memoria”, cuando se refiere a la memoria reprimida, memoria que hace que distorsionemos la memoria de lo sucedido para quedarnos con lo que nos satisface y ocultemos y tratemos de olvidar lo que nos denigra o nos avergüence de nuestro comportamiento, actitud o valores del ayer. Es, exactamente, lo que sucede, con la memoria de la guerra, del terrorismo, situaciones en la que, solamente a través del tiempo y la búsqueda de la verdad, es posible llegar a un relato compartido. Y no siempre. Así, más de un siglo después, no se ha llegado a un relato compartido del origen de la primera guerra mundial.

        Estamos ante un silencio de vergüenza para decir cosas difíciles que la psique humana, en un principio de autodefensa, lo envía al ámbito del subconsciente, a menudo, inconsciente. Según el concepto judío de memoria, nos recuerda Arnoldo Liberman, la memoria es antes que nada un asunto hermenéutico, pues consiste en ver lo que algunos intentan considerar olvidable o menos relevante. Pero, sin memoria, las injusticias pasadas dejan de ser injusticias pues dejan de existir. Sin memoria nos quedamos sin identidad. El sujeto se vuelve amnésico. Sin memoria la racionalidad sucumbe. Por eso la memoria es la única jurisprudencia posible, la que impide olvidar lo que no debe ser olvidado. La que es capaz de oír el silencio de los muertos y recordarlos para que no mueran por segunda vez.

        En las personas, existe el temor de que ciertas cosas del pasado estremezcan y nos flaqueen. Hay ciertas verdades que tenemos la impresión de que si las contamos nos amenazarán, ya que el trauma fue muy duro y decirlo será revivirlo. Lo que nos lleva al silencio. Se necesita tiempo para domesticar pensamientos terribles relacionados con hechos que pueden habernos trastornado, antes de poder transformarlos en palabras y salir de ese silencio cercano al terror, ese terror que, al superar el bloqueo y las digamos, vuelvan a la memoria del presente y las revivamos de nuevo, mientras que, sin embargo, es diciéndolas, como podemos conjurar el efecto que pueden haber tenido en nosotros, que puede llegar a ser un terror interior. Es el efecto benéfico de una confesión, una declaración a otro, de algo que nos pesaba en la conciencia y que nos impedía la serenidad de espíritu. Es, por eso, el efecto benéfico de una confesión, una declaración a otro de algo que nos pesaba en la conciencia y que nos impedía la serenidad de espíritu y descerrajar la verdad.

        He aquí un ejemplo de un silencio difícil a negociar. De aquí, daremos el paso el próximo viernes a la segunda parte de este texto, sobre el silencio y lo sagrado.

[1] En Sophie Périac-Daoud et al., « Silences », Érès, 2004, p, 233 y ss.

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“Visitar un lugar sagrado”, por Magda Bennásar Oliver, sfcc

Martes, 28 de febrero de 2023
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BTS_ambientgrace_chatfield_044Grace Cathedral en San Francisco, California. Foto: Grace Cathedral

Esta es la definición de peregrinar, según el diccionario: visitar, ir hacia un lugar, uno, que sabemos y sentimos como sagrado.

La mayoría de nosotrxs al oír la palabra peregrinar, peregrinación… pensamos en los lugares emblemáticos (Jerusalén, La Meca, Santiago de Compostela, Vezelay, Sainte-Baume… los dos últimos lugares de peregrinación de María de Magdala) que a lo largo de la historia han acogido y siguen acogiendo a millones de personas que buscaban y buscamos: paz, perdón, luz, sanación, inspiración…

Y, precisamente, para acercar ese lugar sagrado a los más pobres, enfermos, a la mayoría de mujeres dominadas por varones o por superioras, o a los que no podían o a las que no les dejaban ir, se fueron diseñando en las entradas de las grandes catedrales europeas Laberintos. Una de las primeras es la Catedral de Chartres en el siglo XII.

El laberinto es un arquetipo de la dimensión del peregrinar a nuestro propio centro y al centro de Todo, para los que estamos en búsqueda real, no sólo teórica.

Es un espacio sagrado, terapéutico que recoge sabiamente las vueltas y revueltas de la vida, que si las caminamos en confianza, como en una peregrinación real, nos ponen en conexión íntima con la Fuente, con el Centro, con nuestro propio Shalom.

Caminar el Laberinto de la mano del Buen Pastor, guiadas por su luz, aún en medio de las más densas tinieblas, puede ayudarnos a captar esos matices que tal vez, cuando estamos caminando en los senderos y rutas afuera, son más físicos: subidas difíciles, frío y calor, curvas que nos confunden y podemos tener la sensación de alejarnos del centro, cuando en realidad estamos llegando, pero no lo vemos…y si estamos conectadxs, seguimos esa intuición, esa voz interior que nos conecta con el entorno y nos arropa y acompaña.

Cuando estamos en un espacio como el Laberinto, podemos caminar cerrando los ojos casi del todo, respirando, equilibrando el paso, y así ir descubriendo también dentro, durante esa travesía, nuestras noches largas o esa necesidad compulsiva de encontrar atajos y ponerle nombre, y mirarlo de frente, y dejarlo ir o acogerlo. El laberinto nos da la autoridad interior para seguir, optar, soltar, acoger.

¿Atajos? No los hay. Sólo está la Ruah que a través del itinerario de Jesús, nos hace de espejo y nos sostiene, siempre y sobre todo cuando parece que el camino es demasiado difícil. También está la comunidad que camina conmigo y en silencio, cada una en su surco, en su trayectoria en un mismo sentir.

Hace años, entré en la Catedral Episcopaliana de San Francisco de California, con dos compañeras de comunidad. Era mediodía, (como para la Samaritana), en pleno centro financiero de una de las ciudades más cosmopolitas e interreligiosas del mundo.

Al entrar y ver, y oír, fue automático en las tres, descalzarnos e iniciar la caminata, acompañadas por personas descalzadas de todas las razas y religiones, con sus trajes de ejecutivos y ejecutivas o sus saris, o sus hábitos, o sus vaqueros. Todxs en un silencio cálido, acompañado por una música de fondo, íbamos caminando buscando nuestro centro. ¡Impresionante!

Todavía se me pone la carne de gallina cuando recuerdo aquella experiencia. Al fondo de la catedral presidía una imagen iluminada con numerosas velas, era un icono de María de Magdala. Allí venerada, admirada, invocada como la primera apóstol. Maestra de generaciones. Gracias hermanxs episcopalianxs.

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Secciones de la colcha conmemorativa del SIDA cuelgan en la nave de Grace Cathedral en San Francisco, California. Foto: Grace Cathedral

Muy parecido el sentimiento, unos años después, al de apoyar la frente en el Muro de las Lamentaciones de las mujeres, en Jerusalén, en una peregrinación cuyo objetivo era conectar con el sentir de nuestras hermanas mayores de los orígenes: conocer su cultura, su religión…nos llevó a conocer su espacio sagrado. Rezar llorando, lamentando su dolor en el muro de sus lamentaciones, donde millones de mujeres siguen llegando de cualquier parte del mundo porque siguen en la diáspora, unas como judías, otras como cristianas que no nos dejan estar en nuestros espacios sagrados, por ser mujeres. Otras como buscadoras de las causas del holocausto que siguen experimentando en sus almas y/o cuerpos porque siguen sintiéndose desplazadas y hambrientas en los campos de concentración provocados por las guerras, el machismo, la ablación…

Preguntemos a nuestras hermanas de Irán, Afghanistán, Africa, cómo se sienten. ¿Dónde encuentran la fuerza para seguir luchando año tras año, gobierno tras gobierno? No nos equivoquemos, hay respuestas. Tenemos que encontrarlas, para que todas encontremos la puerta, la ruta al espacio seguro.

Iniciar nuestro tiempo de Cuaresma con una oportunidad de peregrinar con otras personas con esa búsqueda es en sí un espacio sagrado, un regalo en estos tiempos tan complejos.

También en presencia de madre Tierra, en plena naturaleza del País Vasco, donde las imágenes de rebaños cuidados, respetados están en cada ventana de donde haremos el retiro, música juguetona de agua que corre y, si tenemos suerte, nieve amorosamente dejada en el monte alto, como algodón, para que disfrutemos de un paisaje idílico en una casa donde se cuida el mínimo detalle.

Sentir la belleza de ese lugar sana las heridas, los roces, las pequeñeces que pueden a veces impedirnos hacer la experiencia. Sigo impactada por varios comentarios de nuestra hermana Patricia en Veracruz: le pregunté si la gente iba a la playa, que tienen ahí mismo, cuando la temperatura es tan alta de hasta 48º, y dijo no, mi mar está contaminado, el dinero consigue tapar la boca del gobierno para que la industria siga echando enormes cantidades de residuos en su mar, que es nuestro mar.

Y no menos importante, la gran novedad turística: la construcción del Tren Maya. Puede parecer una idea preciosa para conocer estas culturas. Para su construcción habrá una deforestación incalculable con lo que esto significa para el Planeta y para sus gentes, y una mayor expropiación de tierras sagradas que pertenecen a poblaciones indígenas, supervivientes de la continua colonización. Como dice Euronews: No comment! ¿Qué siento, qué sientes?

Cuaresma, tiempo de peregrinación interior para buscar la luz que nos indique cual debe ser nuestro siguiente paso, en nuestra lucha por la justicia y la igualdad, con todos, en especial con las mujeres.

Nos encantaría verte y compartir vida y mesa en sororidad.

Espiritualidad Integradora Cristiana espiritualidadcym@gmail.com

Magda Bennásar Oliver, sfcc

Fuente Fe Adulta

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¿Son los bares queer más sagrados que las iglesias?

Jueves, 9 de febrero de 2023
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1200x1200bb“Experimenté ese amor genuino y auténtico en los bares gay más de lo que lo había experimentado mientras crecía en las cuatro paredes de la iglesia”, dijo el músico Trey Pearson.

Esa oración me llamó la atención cuando la vi como subtítulo de una historia reciente de Religion News Service titulada “Los bares queer ofrecen un espacio sagrado para la comunidad LGBTQ“. La frase llamó la atención de mis ojos, pero también me dolió el corazón. Estoy muy feliz de que algunas personas queer puedan encontrar aceptación y apoyo en los bares comunitarios, que es un aspecto importante del espacio sagrado. Pero me dolió darme cuenta de que tantos católicos LGBTQ+ no pueden encontrar ese espacio sagrado en sus parroquias locales.

El artículo de noticias explicaba la afirmación de Pearson:

Cuando el músico Trey Pearson se declaró gay en 2016, le costó su comunidad de fe y su carrera como artista cristiano. Pero desde el momento en que puso un pie en Union Café, un bar gay en Columbus, Ohio, se sintió abrazado por drag queens, cantineros y clientes por igual.

“ ‘Hay mucha gente espiritual en la comunidad LGBTQ, gente que tiene fe’, observó Pearson, quien tiene una carrera musical renovada fuera del mundo de la música cristiana. “Ese lugar se convirtió en un espacio tan significativo para mí, donde tenía estas conversaciones con otras personas queer, que compartían sus viajes sobre cómo llegaron a aceptarse a sí mismos”.

Pearson dijo que desde entonces lo han recibido con calidez en los bares de los ‘barrios gay’ en todo Estados Unidos, desde Boystown en Chicago hasta West Hollywood. Le dijo a RNS que es su amor incondicional lo que hace que los bares queer sean sagrados.

“ ‘Siempre escuché acerca de amar como Jesús. Pero no importa quién seas, puedes caminar en este lugar, y serás amado y no tendrás que ocultar una parte de quién eres’, dijo. “Experimenté ese amor genuino y auténtico en los bares gay más de lo que lo había experimentado mientras crecía en las cuatro paredes de la iglesia”.

Esos sentimientos deberían ser una llamada de atención para los líderes católicos y las parroquias. Las personas LGBTQ+ están encontrando un ambiente más sagrado en los bares que en las iglesias parroquiales. Sin embargo, lo que creo que es más importante acerca de las declaraciones de Pearson son las palabras adicionales que usa para describir el espacio sagrado: “abrazado”, “significativo”, “conversaciones”, “viajes”, “aceptarse a sí mismo”, “calidez”, “sin reservas”. amor”, “amar como Jesús”, “no tienes que ocultar una parte de quién eres”, “amor genuino y auténtico”.

Cuando New Ways Ministry lleva a cabo talleres sobre el desarrollo del ministerio parroquial católico LGBTQ+, siempre incluimos un segmento sobre lo que las personas LGBTQ+ quieren de las parroquias católicas. La lista de elementos incorpora muchos de los temas de la descripción de Pearson. Desafortunadamente, las personas LGBTQ+ no siempre encuentran ese tipo de ambiente en todas las parroquias, y han decidido buscar lugares alternativos donde existan estos valores. Con demasiada frecuencia, han encontrado burla, condescendencia, proclamación de doctrina, requisitos de admisión y solicitudes para ocultar partes de su auténtico ser.

Creo que lo que los líderes de la iglesia que se oponen a las declaraciones positivas del Papa Francisco sobre las personas LGBTQ+ no entienden es que lo que realmente está llamando a la iglesia a hacer es adoptar los valores y brindar las experiencias que Pearson ha descrito. Aunque Pearson los encontró en un bar, no en una iglesia, no disminuye el hecho de que se trata de acciones e ideas verdaderamente pastorales. El Papa Francisco les recuerda a los líderes de la iglesia que solo a través de la aceptación radical, la bienvenida, el abrazo, el diálogo y el amor incondicional se crea un espacio sagrado. Ninguna cantidad de arte litúrgico, arquitectura o decoración puede sustituir estas acciones.

En el lado positivo, tenemos una serie de increíbles faros de esperanza en el panorama de las parroquias católicas: comunidades eclesiásticas que verdaderamente practican estas cualidades y hacen de sus santuarios espacios verdaderamente sagrados no solo para las personas LGBTQ+ sino para todas las personas que han sido marginadas y son sinceramente buscando lo divino. Este artículo sobre los bares queer me recordó que lo divino no son las cosas abstractas y de otro mundo, sino las cosas que ayudan a las personas a crecer en el amor y en una relación más cercana consigo mismas y con las personas en sus vidas. Esos milagros cotidianos de poder aceptarse a uno mismo y conectar lo que los demás son el verdadero camino hacia Dios.

 Si está buscando una parroquia católica amigable con LGBTQ+, consulte la lista en línea de New Ways Ministry de dichas comunidades, que suman más de 300 en los EE. UU. y muchas otras en todo el mundo. Estas parroquias enumeradas son solo aquellas de las que hemos oído hablar. Dado que nos enteramos de nuevas parroquias más de varias veces al mes, sabemos que cada vez más parroquias se están volviendo acogedoras. Si conoce una parroquia de este tipo, complete nuestro formulario en línea para recomendar que también se incluya en la lista. Si su parroquia desea comenzar el proceso de desarrollo del ministerio católico LGBTQ+, visite nuestras páginas web para obtener recursos educativos de Parish Life, Next Steps, nuestro curso en línea para desarrollar el ministerio LGBTQ+, Journeys,  nuestra serie de reflexión bíblica, o comuníquese con New Ways Ministry para programar un taller o consulta presencial o en línea.

–Francis DeBernardo, New Ways Ministry, February 2, 2023

Fuente New Ways Ministry

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Todas nuestras relaciones son sagradas

Viernes, 8 de octubre de 2021
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índiceLa publicación de hoy es del colaborador invitado Maka Black Elk (Oglala Lakota). Maka es el Director Ejecutivo de Truth and Healing (Verdad y Sanación) en la Red Cloud Indian School, una escuela jesuita K-12 en Pine Ridge, SD. Es un alumno de Red Cloud y continuó su educación jesuita en la Universidad de San Francisco. Más tarde obtuvo su maestría en Educación para la Paz en Teacher’s College, Columbia University, y en Liderazgo Educativo en la Universidad de Notre Dame. Puede obtener más información sobre el trabajo que realiza en Red Cloud haciendo clic aquí.

Las lecturas litúrgicas de hoy (el pasado domingo, día 3) se pueden encontrar haciendo clic aquí.

En las lecturas litúrgicas de hoy, se nos recuerda que “Dios los hizo hombre y mujer” al crear la humanidad (Mc 10, 6). Cuando comencé a reflexionar sobre este versículo, los primeros pensamientos que me vinieron a la mente fueron las formas en que este pasaje se usa con tanta frecuencia para socavar la legitimidad de las personas LGBTQ. Quiero reconocer especialmente a la comunidad no binaria que reconoce las limitaciones del binario de género, la idea de que solo hay dos géneros opuestos, y nos muestra las formas en que podemos trascenderlo. Muchos de nosotros estamos familiarizados con los sentimientos y experiencias cuando las Escrituras se utilizan como arma para negar nuestra humanidad y nuestro valor.

índiceUna vez escuché decir que el primer error admitido por Dios fue hacer que el hombre estuviera solo. Dios dice: “No es bueno que el hombre esté solo” (Gn 2, 18) y así crea muchas cosas que deambulan por la tierra. Todos estamos en relación unos con otros, y Dios descubrió que eso era bueno. También he oído decir en muchos espacios católicos que estamos hechos para relacionarnos unos con otros a imagen y semejanza de Dios. Si bien ciertamente estamos hechos el uno para el otro, está claro en las Escrituras que el hombre estaba destinado a estar en muchas relaciones con muchas cosas.

Vengo de origen indígena y católico. En mi cultura Lakota usamos una frase en particular cuando rezamos, “Mitakuye Oyasin“. Traducido de forma aproximada significa: “Todas nuestras relaciones“. Es un recordatorio de que estamos conectados con todo y con todos. Somos regalos los unos para los otros, y la creación también trae muchos más regalos. Crear es un acto hermoso y sagrado y, por lo tanto, el regalo de un hombre y una mujer es hermoso. Pero esto no significa que otras relaciones no importen. Todas nuestras relaciones amorosas tienen carácter sagrado. Hay belleza en todas las formas en que encontramos y expresamos el amor.

Debido al don de la creación, todos venimos de una familia y muchas personas LGBTQ han creado nuevas familias. Tenemos el derecho inherente de pertenecer a una familia, ya sea en la que nacimos o en una que creamos por nuestra cuenta. Incluso la vida religiosa es una elección de un nuevo tipo de familia. Nuestras relaciones son válidas y vivificantes independientemente de su capacidad “natural” para producir vida.

Dios es FamiliaLas escrituras de hoy celebran el regalo que un hombre y una mujer pueden traer a la creación. Está bien celebrar eso y saber que no tiene por qué disminuir los dones especiales que las personas LGBTQ también traen al mundo y a la Iglesia: el don de nuestra expansión de la familia, el don de nuestra apertura, el ejemplo de lo nuevo y diferente. tipos de relaciones y, sobre todo, nuestro regalo de amor.

El mismo Cristo eligió vivir una vida llena de muchas relaciones y conexiones. Eligió poderosos lazos de hermandad. Hizo conexiones profundas en sus amistades con mujeres. Nos mostró con sus acciones que el amor no es solo el don de un hombre y una mujer. Así que elegí celebrar eso y vivir en el espíritu de mi oración Lakota, Mitakuye Oyasin. Todas nuestras relaciones son sagradas.

—Maka Black Elk, 3 de octubre de 2021

Fuente New Ways Ministry

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Hacer sagrado.

Lunes, 15 de mayo de 2017
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Del blog Nova Bella:

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Del amor se enfrenta al mundo y transforma lo que ve, lo transciende: “Detenerse a mirar,/ hacer sagrado” y esto es decisivo. Si ya lo es el detenerse en la vorágine de la vida, lo es mucho más el hecho de que lo mirado se transmuta en sagrado, en una de sus acepciones ‘digno de veneración o culto.

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De la poética de Juan Antonio González Iglesias

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Antinoo, Museo de Pérgamo

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“El elemento que divide”, por José Mª Castillo

Martes, 19 de enero de 2016
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religion-dividesDe su blog Teología sin Censura:

El elemento extraño a la realidad tangible, visible, palpable, demostrable, que es el hecho religioso, es además un elemento que divide. Porque rompe la homogeneidad de lo real. En cuanto que fractura, divide y separa “lo sagrado” de “lo profano”. Por eso, hay espacios sagrados (los templos…) y espacios profanos (la calle, la casa, el campo…). Como también hay tiempos sagrados (tiempo de oración, tiempo de celebración, cuaresma, Pascua, Ramadán…) y tiempos profanos (tiempo de trabajo, de descanso, de diversión…). Hay, además, personas sagradas (sacerdotes…) y personas profanas (los laicos). Hay objetos sagrados (un crucifijo, una patena…). Y objetos profanos (un vaso, una silla…).

Pero ocurre que la religión no solamente divide, sino que además privilegia. Es decir, donde se hace presente el hecho religioso, por eso mismo se fractura la homogeneidad de lo real. Y además, la misma creencia que rompe la homogeneidad de la realidad, además de eso, carga la mano a favor de lo sagrado. Y establece una desigualdad insalvable. Porque, en la misma medida en que la creencia se intensifica, en esa misma medida la desigualdad se agranda. Por poner algunos ejemplos muy sencillos: cuando entramos en un templo, bajamos la voz o incluso nos quedamos en silencio; si estamos ante un difunto, ante una imagen sagrada…, callamos, agachamos la cabeza, nos componemos la vestimenta… En las personas que tienen fe, estos comportamientos son inevitables, son “lo que tiene que ser”.

La consecuencia, que todo esto entraña, es que, en los países en los que está fuertemente implantada la religión, por eso mismo en tales países se implantan también no pocas desigualdades. Y la religión reclama privilegios que no están al alcance de quienes se consideran y se declaran laicos. Lo que, en importantes ámbitos de la vida y de la convivencia, es origen de enfrentamientos, rivalidades, conflictos, problemas económicos, políticos, sociales, etc.

Lo más original del cristianismo está en que, según los evangelios, Jesús no quiso nunca privilegios. Ni soportó desigualdades. Y por eso se enfrentó a los “hombres de la religión”, que había en aquel tiempo y en aquel pueblo. Es más, Jesús se puso de parte de los samaritanos, de los extranjeros, de los pecadores, de los publicanos, de los más pequeños, de los últimos, de las mujeres y de los niños. No para darles la limosna que tranquiliza la conciencia, sino para que los menos apreciados por la religión tuvieran la igualdad en dignidad y derechos, que, en nombre de “lo sagrado”, se les había quitado. Cuando la religión divide, eso no es religión, sino “anti-religión”. Y si no hay otra manera de vivir una religión que nos una a todos, habrá que inventar otra manera de poner en práctica el Hecho Religioso.

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Sagrado

Sábado, 3 de octubre de 2015
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Del blog Nova Bella:

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“No le tengas miedo a lo sagrado y a los sentimientos, de los cuales el laicismo consumista ha privado a los hombres transformándoles en brutos y estúpidos autómatas adoradores de fetiches”

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Pier Paolo Pasolini

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“Las tres preocupaciones de Jesús”, por José Mª Castillo

Domingo, 26 de abril de 2015
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Multiplicación-panes-y-peces-copiaDe su blog Teología sin censura:

Con frecuencia ocurre que los especialistas y estudiosos de los evangelios afinan tanto en el análisis de los textos, que bien puede ocurrir – y ocurre – que se cumple aquello de que “el árbol tapa el bosque”. Quiero decir, sucede muchas veces que los detalles y discusiones en torno a un episodio, una palabra, la raíz original de un nombre, pueden acaparar la atención de un comentario hasta el extremo de que nos centramos y nos limitamos al detalle, al tiempo que perdemos la visión del conjunto. Con lo cual bien puede ocurrir que lleguemos a saber casi todo de casi nada. Y con el detalle o los detalles, perdemos de vista (o no caemos en la cuenta de) lo más fundamental, que es lo que el gran relato del Evangelio, en su conjunto, nos quiere enseñar. Sin olvidar lo que acertadamente supo formular J. Habermas, siguiendo a Th. Adorno: “el todo no es igual a la suma de sus partes”. Vamos, pues, a pensar brevemente en algo que pertenece a ese “todo” que nos transmiten los evangelios.

Pues bien, si hacemos memoria y pensamos en el conjunto de lo que nos transmiten los relatos evangélicos, pronto se da uno cuenta de que, en esos relatos, se repiten (casi de principio a fin) tres hechos, que sin duda nos revelan las tres preocupaciones fundamentales que vivió y expresó Jesús. En efecto, en los evangelios se habla insistentemente de: 1) curaciones de enfermos; 2) comidas o cuestiones relacionadas con la comida, 3) relaciones humanas, las mejores relaciones que se pueden (y se deben) mantener entre seres humanos. Basta repasar los evangelios, teniendo en cuenta los tres hechos que acabo de apuntar, para tomar conciencia de que, efectivamente, tres temas que aparecen una y otra vez, en el conjunto de los relatos evangélicos, son hechos, situaciones o dichos de Jesús, relacionados con: 1) la salud; 2) la alimentación; 3) las relaciones humanas.

Por supuesto, todos sabemos que estos tres hechos se realizaron y sucedieron de forma que en ellos se implican temas de notable importancia, como es, por ejemplo, la cuestión de la historicidad de los relatos o su significación religiosa, como ocurre – por ejemplo – en el tema de las curaciones de enfermos: ¿son relatos de milagros? ¿son, más bien, un género literario propio de aquel tiempo? Todo esto, y mil cosas más, se pueden discutir. Pero, desde luego, lo que no admite discusión es que Jesús tuvo la enorme fuerza de atracción, que ejerció sobre las gentes más humildes y desamparadas de aquel pueblo, por la sencilla razón de que la gente encontraba en Jesús la respuesta que buscaba para sus carencias y necesidades más básicas y apremiantes.

Es evidente que a todos los seres humanos nos interesa y nos preocupa el tema de la salud. Como nos preocupa también tener asegurado el pan de cada día. Y que a todos nos interesa el hecho de que nos estimen, nos respeten y nos quieran. Como no soportamos el odio, el desprecio, el abandono, la soledad y el desamparo. Estas cosas son tan básicas, que en ellas se juega nuestra felicidad o nuestra desgracia. Y nadie pone en duda que en estas tres preocupaciones coincidimos todos los seres humanos, sea cual sea nuestra cultura, nuestra educación, nuestras creencias, nuestro nivel económico, social o cultural. Es evidente, por tanto, que Jesús dio en el clavo. Y respondió a las demandas fundamentales de nuestra humanidad.

Pero este asunto no acaba aquí. Es capital, al hablar de estas cosas, tener muy presente que, tal como los evangelios presentan y relatan estas tres preocupaciones de Jesús, seguramente lo más llamativo no es que Jesús se interesara por la salud, la alimentación y las relaciones personales de la gente. Lo más chocante de todo es que Jesús antepuso la solución de estos tres problemas a las normas y exigencias de la religión. No puede ser mera coincidencia o casualidad la insistente repetición de las curaciones de enfermos precisamente en el día (el sábado) que eso estaba prohibido por la religión. Como tampoco puede ser una coincidencia ocasional el hecho de comer cuando los más religiosos ayunaban, o saltarse los rituales de lavatorios y purificaciones que imponían los rabinos, como tampoco pudo ser un mero descuido el hecho de ponerse a frotar espigas de trigo arrancadas en día de sábado. Y así sucesivamente.

Como resumen de lo que vengo explicando, se puede recordar el episodio de la curación del manco en la sinagoga (Mc 3, 1-6; Mt 12, 9-14; Lc 6, 6-11), precisamente un sábado. Jesús le dijo al manco que se pusiera de pié y en el centro. Y “echándoles una mirada de ira” , a los que estaban al acecho para denunciarle (Mc 3, 2 par), les hizo esta pregunta: “¿Qué está permitido en sábado, hacer el bien o hacer daño, salvar una vida o matar?” (Mc 3, 4 par). En realidad, lo que Jesús estaba preguntando es esto: “¿Qué permite la religión, curar y dar vida, o causar dolor y quitar la vida? En otras palabras, ¿qué es lo primero: la religión o la vida? Jesús no lo dudó un instante: “Echándoles una mirada de ira y apenado por su obcecación”, le dijo al manco: “Extiende el brazo” (Mc 3, 4 b). Y el hombre quedó curado. El relato termina diciendo que, al salir, los fariseos se fueron en busca de los partidarios de Herodes, para ver cómo podían asesinar a Jesús. Allí, por tanto, la pasión de Jesús por la vida, por la plenitud de la vida que le faltaba al manco, le costó a Jesús la seguridad de su propia vida. O para decirlo más claro, entre el sometimiento a la religión y la defensa de la vida, Jesús optó, sin dudarlo, por la vida, por la plenitud de la vida, por la alegría y la felicidad que nos proporciona el hecho de saber que tenemos nuestra vida bien asegurada.

Y conste que lo que he dicho sobre la salud y la vida, se podría decir igualmente por la comida compartida con todos y para todos. Lo que quedó patente – por poner algún ejemplo – en la multiplicación de los panes, en las comidas con pecadores y gentes de mal vivir o en el banquete del Reino, al que no entraron los invitados oficiales, mientras que allí se metió hasta el último de los mendigos y vagabundos de los caminos. De la misma manera que aquí tendríamos que recordar la inconcebible generosidad, en las relaciones humanas, que subyace a todo el sermón del monte y a los discursos y parábolas de Jesús, de principio a fin de sus enseñanzas. Hasta terminar con el sobrecogedor discurso del juicio de las naciones (juicio final) (Mt 25, 31-46), en el que ya ni se menciona la religión, las creencias o las prácticas sagradas de cada cual. Sólo queda en pie lo que de verdad le interesó a Jesús y lo que quedará en pie en el momento definitivo, a saber: cómo se ha portado cada cual con sus semejantes, sobre todo con quienes más sufren en la vida. Aquí y en esto se centró y concentró la religión de Jesús.

¿Qué nos vienen a decir estas tres preocupaciones fundamentales de Jesús? Parece que, en sana lógica, de lo dicho se pueden deducir las siguientes conclusiones:

1. Lo que más preocupó a Jesús – y en consecuencia, por lo que más se interesó – no fueron realidades que pertenecen al ámbito de “lo sagrado” (el templo, los rituales, las leyes que dictaban los rabinos…), sino a “lo profano” (la salud de las personas, la comida compartida por todos, las mejores relaciones humanas de todos con todos).

2. Es evidente que, si lo dicho es cierto, de ahí se sigue que Jesús desplazó el centro de la religión. Ese centro, de acuerdo con lo que dice el Evangelio, no está en el templo, sus sacerdotes y sus ceremonias, sino que está en la calle, en el trabajo, en la casa, en la convivencia con los demás, en la profesión y en el descanso, en nuestra conducta y en nuestra forma de vida. Esto es lo central en nuestra relación con Dios, según lo que nos dejó Jesús como recuerdo y memoria de su vida y su destino.

3. En la Iglesia – por causa de un largo proceso histórico que ahora no podemos desentrañar y analizar – hemos cometido el error de pretender armonizar y hacer compatible lo que Jesús vio que era irreconciliable e incompatible, a saber: los rituales sagrados con la ética que nos marcó Jesús. La vida de Jesús fue conflictiva, hasta terminar en su muerte violenta, porque Jesús se dio cuenta de que el obstáculo, que le impedía ponerse de parte de la vida y de la felicidad de la vida (con todas sus consecuencias), era precisamente la sumisión y la observancia religiosa de las normas, los rituales y las prácticas sagradas que imponían los sacerdotes y los maestros de la Ley.

4. De ahí, la incoherencia en que vivimos en la Iglesia. Nos hemos empeñado en mantener las observancias del templo, de los sacerdotes y de la liturgia, con lo cual lo que realmente conseguimos es tranquilizar nuestras conciencias y tener la idea de que somos cristianos creyentes a carta cabal, cuando en realidad lo que hemos conseguido con eso es destrozar la ética que nos marcó Jesús con su forma de vivir y con sus enseñanzas. Y así, ahora nos encontramos con el brutal contraste de tantos cristianos que se confiesan creyentes practicantes, cuando en realidad son ladrones y embusteros que saben armonizar las mejores relaciones posibles con la Iglesia y las peores relaciones imaginables con los pobres, los enfermos, los extranjeros y con todos los que no se someten a lo que a ellos les interesa.

Comprendo que todo esto es duro y difícil de decir. Pero es más duro más difícil tener que sufrirlo.

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La mesa.

Domingo, 11 de mayo de 2014
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Del blog de la Communion Béthanie:

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Hay  días en que la mesa es sagrada,
porque el pan que partimos
tiene el gusto maravilloso
del encuentro y del amor.
Ese día, Dios está en el umbral de tu casa.

Hay días en que el vino es sagrado,
porque provoca la embriaguez,
no la que vuelve loco el espíritu
sino la embriaguez que te coge el corazón.
Ese día, Dios está muy cerca de ti.

Hay días en que la acogida es sagrada,
porque tu hermano está en la puerta,
busca su lugar,
tiene hambre de pan y sed de vino y posiblemente más…
Ese día, Dios está de rodillas para servir .

Hay días en que el pueblo es sagrado,
porque es llamado a compartir en memoria de Jesús…
Y, si tú también, te unes a ellos
para recibir y para dar,
Ese día, Dios, eso es seguro,
está sentado a tu lado.

*

Robert Riber
Mil Textos, Fenêtres Ouvertes

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“Sacerdotisa de tí misma”, por Skilpe Apel (Guatemala)

Domingo, 23 de febrero de 2014
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Jesus abrazo mujerLeído en Eclesalia

Con Jesús de Nazareth se inaugura una nueva era, un nuevo tiempo, en el cual se manifiesta la absoluta bondad de la divinidad. En él, la Divina Sabiduría adquiere el rostro humano del hermano, de quien acompaña, acoge y libera de cargas impuestas por otros. De ahí que el culto al templo y la mediación de personas especializadas para vincularnos con la divinidad dejan de tener sentido. Los mediadores de lo sagrado quedan sin oficio, porque Jesús recuerda que la sacralidad habita a todo ser humano, indistintamente de su condición social, sexo, raza u opción de vida.

Sin embargo, como dice Antonio Machado: caminante, no hay camino, se hace camino al andar. El camino al misterio, a lo sagrado, nadie te lo puede indicar. Sólo tú tienes la llave del sentido de tu vida. Sólo tú tienes acceso al manantial divino que brota de lo más íntimo de tu ser, en donde habita el silencio, en donde te puedes encontrar contigo misma; donde confluyen tu pasado, tu presente, tu futuro.

Descubrir lo sagrado que habita en ti, te lleva a encontrar la vida plena que ofrece Jesús. Ese es el agua viva del cual puedes beber y puedes ofrecer a quienes te rodean (cf. Jn 4,14). Está en tus manos la luz que ilumina las profundas zonas de tu interior para que puedas descubrir la razón de que se haya visto disminuida tu conciencia de divinidad: la imagen de Dios en ti (cf. Gn 1,27).

Resulta que tu miedo más grande no es por tu limitación o incapacidad, sino que temes brillar con tu propia luz y ser absolutamente poderosa, dueña de tu propia vida. Es tu luz, no tu sombra, lo que te aterra, porque nos han enseñado a ocultarla. Tomar el papel de víctima o pequeña no le sirve al mundo. Callar, no anuncia; el inmovilismo no genera; la esterilidad no da a luz.

Viviendo desde tu manantial puedes llegar a sanar tu propia vida. Las enfermedades y padecimientos están vinculados de una u otra manera con la negación de tu ser, de tu pasado, de tus potencialidades o con las sombras que buscan ser iluminadas por tu conciencia sagrada. La salud solamente puede brotar de ti misma (de donde ha brotado también el padecer), de tu habilitación como santa e inmaculada en el Señor (cf. Ef 1,4), siendo coherente con tu interior.

Sólo hay verdadera conversión cuando descubres el misterio que te habita, cuando asumes tu condición divina. Amando, descubres la Presencia Divina en ti y te vinculas con ella. Cuando dejas de responder a las expectativas de otros, dejas de fingir, dejas de seguir caminos de otros, para encaminarte en la búsqueda del sentido de tu propia existencia; entonces serás capaz de asumir el sacerdocio constituido por Jesucristo y asumirás responsablemente tu condición de hija de Dios y hermana de la creación.

Más allá de transmitirse o infundirse, el sacerdocio nace de lo más profundo de la conciencia humana. Cuando se le deja brotar y se tiene el valor, como Jesús, de hablar con la propia voz desde aquello que nos habita, que ve más allá de lo obvio, escucha lo que otros no escuchan, porque se han abierto los ojos y los oídos de la interioridad. Sólo desde lo más profundo del ser, se puede proclamar la Sabiduría Divina iluminando a quienes nos rodean. El sacerdocio sagrado de la Divinidad busca ser anunciado y compartido con quienes aún no han encontrado el camino.

Este trabajo nadie lo puede hacer por ti. Nadie puede ni debe tomar decisiones por ti porque nadie asume ni vive las consecuencias de ellas. Atrévete a dejarte iluminar por la sabiduría de quienes comparten tu camino: maestras, sanadoras, abuelas, tías, hermanas y encamínate.

Cuando ya no te importen los cánones, cuando por ti misma puedas distinguir la verdad de la mentira; cuando ya no le temas a la opinión de los demás y distingas desde tu interior el bien del mal, entonces habrás entrado en consonancia con tu ser divino. No temas, a Jesús le llamaron loco, hereje y lo crucificaron.

Hoy ya no te clavan en una cruz, pero pueden acabar contigo, callar tu alma, tu conciencia, la verdad que te habita. Sin embargo, la verdad y la autenticidad de lo divino no muere nunca, la luz que brilla trasciende los umbrales de los límites humanos y brillará por siempre, porque es sagrada.

Esa es la verdad que te hará realmente libre y sacerdotisa de ti misma.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

silkeapel@gmail.com

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