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“Sacerdotisa de tí misma”, por Skilpe Apel (Guatemala)

Domingo, 23 de febrero de 2014
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Jesus abrazo mujerLeído en Eclesalia

Con Jesús de Nazareth se inaugura una nueva era, un nuevo tiempo, en el cual se manifiesta la absoluta bondad de la divinidad. En él, la Divina Sabiduría adquiere el rostro humano del hermano, de quien acompaña, acoge y libera de cargas impuestas por otros. De ahí que el culto al templo y la mediación de personas especializadas para vincularnos con la divinidad dejan de tener sentido. Los mediadores de lo sagrado quedan sin oficio, porque Jesús recuerda que la sacralidad habita a todo ser humano, indistintamente de su condición social, sexo, raza u opción de vida.

Sin embargo, como dice Antonio Machado: caminante, no hay camino, se hace camino al andar. El camino al misterio, a lo sagrado, nadie te lo puede indicar. Sólo tú tienes la llave del sentido de tu vida. Sólo tú tienes acceso al manantial divino que brota de lo más íntimo de tu ser, en donde habita el silencio, en donde te puedes encontrar contigo misma; donde confluyen tu pasado, tu presente, tu futuro.

Descubrir lo sagrado que habita en ti, te lleva a encontrar la vida plena que ofrece Jesús. Ese es el agua viva del cual puedes beber y puedes ofrecer a quienes te rodean (cf. Jn 4,14). Está en tus manos la luz que ilumina las profundas zonas de tu interior para que puedas descubrir la razón de que se haya visto disminuida tu conciencia de divinidad: la imagen de Dios en ti (cf. Gn 1,27).

Resulta que tu miedo más grande no es por tu limitación o incapacidad, sino que temes brillar con tu propia luz y ser absolutamente poderosa, dueña de tu propia vida. Es tu luz, no tu sombra, lo que te aterra, porque nos han enseñado a ocultarla. Tomar el papel de víctima o pequeña no le sirve al mundo. Callar, no anuncia; el inmovilismo no genera; la esterilidad no da a luz.

Viviendo desde tu manantial puedes llegar a sanar tu propia vida. Las enfermedades y padecimientos están vinculados de una u otra manera con la negación de tu ser, de tu pasado, de tus potencialidades o con las sombras que buscan ser iluminadas por tu conciencia sagrada. La salud solamente puede brotar de ti misma (de donde ha brotado también el padecer), de tu habilitación como santa e inmaculada en el Señor (cf. Ef 1,4), siendo coherente con tu interior.

Sólo hay verdadera conversión cuando descubres el misterio que te habita, cuando asumes tu condición divina. Amando, descubres la Presencia Divina en ti y te vinculas con ella. Cuando dejas de responder a las expectativas de otros, dejas de fingir, dejas de seguir caminos de otros, para encaminarte en la búsqueda del sentido de tu propia existencia; entonces serás capaz de asumir el sacerdocio constituido por Jesucristo y asumirás responsablemente tu condición de hija de Dios y hermana de la creación.

Más allá de transmitirse o infundirse, el sacerdocio nace de lo más profundo de la conciencia humana. Cuando se le deja brotar y se tiene el valor, como Jesús, de hablar con la propia voz desde aquello que nos habita, que ve más allá de lo obvio, escucha lo que otros no escuchan, porque se han abierto los ojos y los oídos de la interioridad. Sólo desde lo más profundo del ser, se puede proclamar la Sabiduría Divina iluminando a quienes nos rodean. El sacerdocio sagrado de la Divinidad busca ser anunciado y compartido con quienes aún no han encontrado el camino.

Este trabajo nadie lo puede hacer por ti. Nadie puede ni debe tomar decisiones por ti porque nadie asume ni vive las consecuencias de ellas. Atrévete a dejarte iluminar por la sabiduría de quienes comparten tu camino: maestras, sanadoras, abuelas, tías, hermanas y encamínate.

Cuando ya no te importen los cánones, cuando por ti misma puedas distinguir la verdad de la mentira; cuando ya no le temas a la opinión de los demás y distingas desde tu interior el bien del mal, entonces habrás entrado en consonancia con tu ser divino. No temas, a Jesús le llamaron loco, hereje y lo crucificaron.

Hoy ya no te clavan en una cruz, pero pueden acabar contigo, callar tu alma, tu conciencia, la verdad que te habita. Sin embargo, la verdad y la autenticidad de lo divino no muere nunca, la luz que brilla trasciende los umbrales de los límites humanos y brillará por siempre, porque es sagrada.

Esa es la verdad que te hará realmente libre y sacerdotisa de ti misma.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

silkeapel@gmail.com

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