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Entradas Etiquetadas ‘Infierno’

Escalera

Jueves, 22 de febrero de 2024

Del blog Nova Bella:

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Subimos al cielo y descendemos al infierno una docena de veces al día;

por lo menos, eso me pasa a mí.

*
May Sarton,
Diario de una soledad

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***

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Todo

Sábado, 1 de abril de 2023
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Del blog Nova Bella:

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Al fin y al cabo siempre llevamos todo con nosotros… Dios, el cielo, el infierno, la tierra, la vida, la muerte, y muchos siglos.

*

Etty Hillesum

***

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“En camino a La Paz (I)”, por José Arregi

Lunes, 6 de diciembre de 2021
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paloma_de_la_paz_by_azafranzDe su blog Umbrales de Luz:

No es fácil definir la PAZ, plenitud de todos los bienes. Sabemos lo que es hasta que empezamos a decirlo o, para poder decirlo, miramos un diccionario, y de pronto caemos en la cuenta de nuestra ignorancia. Pero más dolorosa que la ignorancia es la carencia de paz. ¿Podrán las palabras ayudarnos a saberla y a gustarla, a acogerla en nosotros o a caminar hacia ella, aquí y ahora?

Leo en la RAE, en la entrada Paz¸ algunas de sus acepciones: 1. Situación en la que no existe lucha armada en un país o entre países. 2. Relación de armonía entre las personas, sin enfrentamientos ni conflictos. 3. Estado de quien no está perturbado por ningún conflicto o inquietud.

Nuestra ignorancia y perplejidad persisten. En efecto, la primera de las acepciones recogidas es insuficiente y engañosa: no basta que no haya guerra para que haya paz; como no basta “la tranquilidad del orden” –según la definición de la paz propuesta por San Agustín poco antes de la caída del Imperio Romano–: no hay paz si no hay justicia, por mucho orden que haya, impuesto a la fuerza. Si la primera acepción se queda corta, las otras dos se pasan, pues la “relación de armonía sin conflicto” alguno o el “estado personal no perturbado por ninguna inquietud” simplemente no existen.

¿Tendremos, pues, que emigrar a otro planeta en busca de paz? La humanidad –o lo que vaya resultando de ella– algún día lo hará. ¿Hallará la paz? No es seguro que en el universo infinito exista algún planeta perfecto sin “enfrentamientos ni conflictos” y que no sea “perturbado por ningún conflicto o inquietud”. Y aun cuando existiera, nadie mientras vivamos nosotros podrá llegar a él. ¿Tendremos, pues, que esperar la paz para después de la muerte? San Agustín enseñó que solo en el “cielo” después de la muerte y del fin del mundo gozaremos de la vida “eterna”, mejor, de la vida plena, la dicha y bienaventuranza plenas, la PAZ plena (lo que pasa es que a la inmensa mayoría de los humanos la destinaba al infierno eterno…).

Sea como fuere, la paz la deseamos aquí y ahora, y no tiene por qué ser la paz perfecta del diccionario. Dejemos, pues, de lado los planetas perfectos, existan o no existan, y dejemos la “vida de después”. Vivimos aquí, y aquí nos perturban conflictos e inquietudes, y aquí y ahora deseamos la paz que no hallamos en ninguna parte.

No existe, pero a ella aspiramos. Si no hubiera agua, si no fuéramos agua, no tendríamos sed. Si no hubiera paz, si no fuéramos paz, ¿la podríamos desear? Tal vez exista la paz, pero no lo seamos. ¿Aspiramos acaso a lo que no existe ni somos? Tal vez existamos en la paz y no somos conscientes de ello. O quizá somos paz, pero no sabemos cómo llegar a ser eso que somos.

Pienso que aspiramos a lo que somos en el fondo, en  y es nuestro horizonte común. Pero aspirar de verdad significa caminar. Somos caminantes en camino a la paz que es y que somos.

¿Qué seríamos, qué sería la humanidad sin el sueño, el aguijón, la utopía o la esperanza de la paz? La esperanza no significa esperar o aguardar que algo suceda. Eso sería, en lenguaje de Ernst Bloch –pensador marxista crítico–, una esperanza dormida. La esperanza “despierta” es crítica del presente con su conflicto violento o su (des)orden establecido, y es estímulo del futuro que hay que crear. Esperar significa caminar con espíritu y respiro, dar pasos en dirección hacia la utopía, aunque nunca la alcancemos.

Ser caminante de la paz es la condición y el modo para construir, paso a paso, la paz concreta y posible, una paz parcial y verdadera. Es también la manera de vivir en paz, no en la paz plena inexistente, pero sí en una paz real y suficiente para seguir caminando.

¿Y cómo, en nuestra condición limitada e incierta, podremos seguir caminando cada día a pesar de todo? Señalo tres aspectos o formas fundamentales del camino a la paz: adentrarnos más a fondo en nosotros mismos, hacernos próximos del hermano, de la hermana herida, sumergirnos en la naturaleza que nos rodea y somos. No son tres caminos, sino tres dimensiones de un mismo y único camino. Cada uno implica a los otros; si falta uno faltan todos.

(Versión libre del artículo publicado en euskera en la revista HEMEN 68, diciembre de 2020, pp. 7-8).

Aizarna, 23 de Noviembre de 2021

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“¿Existe el infierno?”, por José Mª Castillo, teólogo

Jueves, 14 de junio de 2018
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infiernoDe su blog Teología sin censura:

Hablo del Infierno porque lo que estamos viviendo se parece a eso, a un infierno. Pero, es claro, cuando se habla de este asunto, lo primero que a mucha gente se le ocurre es la pregunta que siempre asusta y preocupa: ¿existe el infierno?

La respuesta – para empezar – es rápida y firme. Si la palabra “infierno” se refiere a la condenación eterna, al fuego eterno y a toda esa jerga que, durante siglos, han usado machaconamente los curas en sus sermones para asustar y someter a la gente, entonces lo digo con toda seguridad: No existe en infierno. No puede existir. Porque si existe el infierno, tal como lo explican los predicadores de la represión, entonces el que no existe es Dios. El Dios del infierno no puede ser verdad.

Y lo explico. El infierno, entendido como explican los clérigos, es un castigo. Un castigo eterno, que por tanto no tendrá nunca fin. Lo cual quiere decir que el infierno eterno sólo tendrá una finalidad: hacer sufrir. Pero, si Dios es Bueno y es Bondad, ¿puede hacer ese Dios una atrocidad tan espantosa y repugnante? Un castigo (todo castigo), se justifica “como medio”, para conseguir algo que es bueno (educar, evitar males mayores, humanizarnos…). Un castigo que no es, ni puede ser, sino un “fin en sí”, eso no puede provenir nada más que de la maldad. Si existiera el infierno, el que no puede existir, ni ser verdad, sería Dios. El Dios-Bondad sería, en realidad, el Ser más cruel y vengativo que se haya podido inventar.

Por otra parte, la Iglesia no ha definido nunca, como dogma de fe, la existencia del infierno. Lo que la Iglesia ha enseñado es que, si alguien muere en pecado mortal, ése se condena. Pero lo que la Iglesia nunca ha definido es que alguien haya muerto en pecado mortal. Ni la Iglesia puede definir semejante cosa. Porque todo lo que trasciende este mundo (por ejemplo, a partir de la muerte), eso ya no está al alcance de todo lo que es inmanente, incluida la misma Iglesia.

Esto supuesto, el Evangelio dice: “Si tu mano te hace caer, córtatela… Si tu pie te hace caer, córtatelo… Y si tu ojo te hace caer, sácatelo…” (Mc 9, 40-49). ¿Qué quiere decir aquí Jesús? La respuesta es clara. La integridad ética es tan central e importante en la vida, que se tiene que anteponer a la integridad corporal. Lo que es la ponderación más fuerte, que se puede hacer, de la honradez y la honestidad.

Estamos en tiempos, en los que abunda tanto la degradación y la corrupción, que tenemos que ser más tajantes que nunca en este problema capital. Hay que estar dispuestos, a perder no sólo ganancias, posesiones y caprichos, sino incluso a quedarnos mancos o tuertos, incluso a que nos arranquen la piel (si es necesario), con tal de no incurrir en la mentira, el engaño o la “doble vida”, para ganar dinero, ser importantes o alcanzar puestos de poder y mando.

Es una vergüenza lo que estamos viendo y viviendo. ¿Cómo es posible que la riqueza global de nuestro país aumente cada año y, al mismo tiempo, cada año haya más gente desesperada porque no puede llegar a fin de mes? ¿Dónde se mete y se acumula tanta riqueza a costa de tanta gente pasando necesidades extremas?

Y confieso que lo que más me indigna, en este vergonzoso asunto, es que sean los grupos sociales más religiosos, los partidos políticos más católicos, los amigos de los obispos y hasta los mismos obispos, quienes utilizando unos sus paraísos fiscales, otros manejando hábilmente sus silencios, y otros con los brazos cruzados porque no quieren meterse en líos, entre todos, hemos hecho un mundo insoportable. ¿Qué tenemos que hacer (unos por lo que hacemos, otros por nuestra pasividad) para que se nos caiga la cara de vergüenza? Por lo menos – digo yo – “tener vergüenza”.

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“¿Qué queremos decir cuando decimos infierno?”, por Andrés Torres Queiruga

Miércoles, 13 de septiembre de 2017
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torres-queiruga-infierno“El infierno no es nunca un castigo de Dios, sino una ‘tragedia’ para Él”

“Que Dios es amor y que sólo quiere y busca por todos los medios nuestra salvación”

(Andrés Torres Queiruga, teólogo).- El texto está tomado del no 93 de Encrucillada: Revista Galega de Pensamento Cristián, y existe una versión más amplia en un pequeño libro publicado por Sal Terrae, 1995. Empieza afirmando que, afortunadamente, del infierno se habla poco, pues bastantes estragos ha hecho; pero que es preciso hablar, porque los tópicos y las aberraciones siguen proliferando. Por brevedad, omite la introducción, que aclara los presupuestos hermenéuticos e insiste en una lectura no fundamentalista de la Biblia.

2. Lo intolerable en el tratamiento del infierno

Criticar la historia pasada es nuestro derecho, pero los juicios están siempre expuestos al riesgo de la injusticia y de la intolerancia. Lo advierto, porque la intención primaria de lo que aquí intento decir no se dirige a juzgar el pasado, sino -mucho más modestamente- a iluminar el presente. Más de una vez, algo que hoy resulta realmente inconcebible, pudo estar justificado en su época histórica. ¿Quién puede, por ejemplo, calibrar el efecto moralizador que la predicación del infierno tuvo sobre costumbres bárbaras e inhumanas o frente a autoridades ante las que no cabía otro freno ni control? 1 Aparte de que los significados reales funcionan en sus contextos concretos, de forma que palabras, imágenes o conceptos perfectamente asimilables en un momento dado pueden resultar insoportables en otro distinto.

Hablar de “intolera­ble”, por tanto, se refiere aquí, ante todo, a lo que hoy no debe ser afirmado por una teología “honesta con Dios” ni anunciado por una predicación respetuosa con la dignidad de los oyentes actuales (por otra parte, trabajados en nuestro tiempo por una larga y nueva tradición de libertad y tolerancia).

2.1 No “castigo”, sino “tragedia” para Dios

En este sentido conviene empezar afirmando que de ningún modo resulta ya lícito hablar del infierno como castigo por parte de Dios o, mucho menos aún, como venganza. Hemos oído tantas veces este tipo de expresiones, que puede acabar esca­pándosenos lo monstruoso que en sí mismas insinúan. Pues convierten a Dios en un ser interesado, que castiga a quien no le rinde el debido “servicio”; en un juez implacable, que persigue al culpable por toda una eternidad; y, en definitiva, en un tirano injusto, que crea sin permiso, que no deja más alterna­tiva que la de servirlo o de exponerse a su ira y que castiga con penas “infinitas” fallos de criaturas radicalmente débiles y limitadas.

congregaciones

No digamos ya si, encima, por una lectura literalista de ciertos pasajes (sobre todo Rm 9-11, que en el fondo quieren decir lo contrario) 2, se habla de predestinación al infierno. Y no de modo metafórico, sino ateniéndose a una literalidad que proviene de autores tan grandes como San Agustín, quien con toda seriedad la interpreta como decisión definitiva e incon­dicional de Dios, en el sentido de que, con total independencia de la conducta futura de las personas -ante praevisa merita-, destina sólo unas a la salvación, mientras deja a otras -vassa irae, vasos de ira- destinadas de manera irreversible a la condenación como una massa damnata (en definitiva, culpable, que para eso pecó Adán…).

Por fortuna, esta doctrina, que, como justamente dice Berthold Altaner, “parte de una idea de Dios que nos hace estremecer”3, nunca ha sido plenamente acogida en la iglesia. Pero tampoco cabe negar su influjo, obscuro y subterráneo, a lo largo de la teología4, reforzando sombras y fantasmas que nunca hubieran debido acercarse siquiera a nuestra idea ni a nuestro hablar de Dios. En todo caso, su evocación sirve de aviso saludable para no mantener conceptos o representaciones con una carga tan peligrosamente negativa.

Para comprender la gravedad del peligro, basta con traer a la memoria que el despertar crítico de la Ilustración encontró aquí uno de los más graves motivos de escándalo y rechazo de la fe, con enormes consecuencias culturales. No cabe ignorar que, si se da por válida esa concepción, los argumentos resul­tan muy difícilmente refutables. De modo paradigmático argu­menta Hume: 1) que resulta inaceptable un castigo eterno para ofensas limitadas de una criatura frágil, y 2) que, encima, ese castigo no sirve para nada, puesto que sucede cuando ya “toda la escena ha concluido”5.

Este tipo de críticas tiene siempre algo de esquemático e injusto; pero, en lugar de protestar contra ellas, lo que conviene es hacerlas imposibles, revisando conceptos obsoletos y recuperando el sentido genuino de la experiencia cristiana. Porque desde la intuición de un Dios que crea por amor, más aún, que desde Jesús acabamos descubriendo como “Padre” que consiste en amar (1 Jn 4,8.16), en la condenación -sea ella lo que sea, dejémoslo por ahora- de cualquier hombre o mujer sólo cabe ver no algo que Dios desea, quiere o impone, sino todo lo contrario: algo que El padece, con lo que sufre, pero que no puede evitar. ¿Cómo podría ser de otro modo, si crea únicamente por nosotros y para nosotros: para comunicarnos su amor y su salvación, buscando tan sólo nuestra realización y nuestra felicidad?

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Apena ver que algo tan obvio haya podido quedar tanto tiempo recu­bierto por lógicas extrañas al evangelio o por simples rutinas del pensamiento. Cuando además basta la razón normal para verlo, siempre que se acerque a este campo con la actitud y las categorías apropiadas. ¿No es esto lo que sucede con un padre o una madre simplemente honestos y normales, cuando ven que un hijo entra en el camino de la autodestrucción: en la droga, pongamos por caso? Le darán sus mejores consejos y lo ayudarán con todas sus fuerzas; pero, si persiste, no lo “castigarán”, añadiendo desgracia a su desgracia o haciendo aún más perdurable el proceso de su autodestrucción. Más bien sucederá lo contrario (y cualquiera que tenga el mínimo con­tacto con alguno de estos casos desgraciados, sabe muy bien que esto no es retórica): sufrirán con él y aún más que él, sentirán como propio el fracaso de su hijo.

Si, alertados por la crítica y animados por una razón verda­deramente humana, prestamos atención a la revelación evangéli­ca, eso mismo resulta evidente más allá de toda comparación. Ya sé que hay algunos pasajes -en realidad, para una lectura crítica del Nuevo Testamento, muy pocos y en directa contradicción con otros- que parecen no cuadrar con esto, pues hablan de casti­go, de gehenna o de tinieblas… Pero veremos que tienen otra explicación. Y, desde luego, en una elemental corrección hermenéutica, deben ser leídos desde la clave central de la experiencia bíblica: todo lo que Dios hace o manifiesta va exclusivamente dirigido a la salvación.

ortodoxia

Basta con mirar la actitud de Jesús con los pecadores, o simplemente leer con corazón limpio la parábola del hijo pródigo, para ver por dónde va aquella clave. O, para verlo afirmado de manera explícita, examinar las palabras en las que San Pablo intenta descubrir el núcleo de la actitud divina ante el destino humano:

“¿Cabe decir más? Si Dios está a favor nuestro, ¿quién podrá estar en contra? Aquel que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo es posible que con él no nos regale todo? ¿Quién será el fiscal de los elegidos de Dios? Dios, el que perdona. Y ¿a quién tocará condenarlos? A Cristo Jesús, el que murió, o mejor dicho, el que resucitó, el mismo que está a la derecha de Dios, el mismo que intercede en favor nuestro (Rom 8, 31-34).

Se comprende bien que Hans Urs von Balthasar no exagera, sino que expresa la dinámica más fina y más sensible de la actitud de Dios en cuanto nos es dado entreverla, cuando cali­fica de “trágica” la situación:

Trágica no solo para el hombre que puede frustrar el sentido de su existencia, su propia salvación, sino para Dios mismo, que se ve forzado a tener que juzgar allí donde quería salvar y -en el caso extremo- a tener que juzgar justo porque únicamente quería aportar amor. De este modo el tener-que-ser-repudiado del hombre que repudia el amor de Dios, aparece como una derrota de Dios, que fracasa en su propia obra de salvación6.

Estas ideas pueden sonar novedosas y aun atrevidas. En realidad, enlazan con lo más profundo y mejor de la tradición cristiana sobre Dios. Véase, si no, lo que dice el Maestro Eckhart en uno de sus sermones:

La verdad es que Dios sentiría una alegría tan grande e inefable por el que le fuese fiel, que el que frustrase esa alegría le frustraría totalmente en su vida, su ser, su deidad…, le quitaría la vida, si es que uno puede hablar así7.

En inmediata continuidad con las palabras antes citadas, von Balthasar prosigue con toda razón afirmando que “este aspecto del juicio debe ser hecho patente desde los escritos neotestamentarios: no como punto final sino más bien como punto de partida para una ulterior reflexión más profunda”.

2.2 Contra el abuso moralizante

Punto de partida, pues. Y cabría decir más: también principio que debe sustentar toda la reflexión, determinando su lógica, sin que en ningún momento pueda ser anulado o puesto en cues­tión por intereses ajenos o lógicas divergentes, que acaben por anularlo. Con lo cual se están enunciando dos capítulos de verdadera transcendencia en la cuestión. Leer más…

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“Infierno”, por José Mª Castillo, teólogo

Martes, 29 de agosto de 2017
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36121459720_4b6ef97be6_zDe su blog Teología sin Censura:

Recientemente he publicado, en esta misma página, una memoria muy resumida de la excelente Semana Bíblica sobre el tema de “La Muerte, que han explicado los profesores Alberto Maggi y Ricardo Pérez Márquez, del “Centro Studi Biblici G. Vannucci”, de Montefano (Italia). En este Encuentro, yo intervine para exponer (de forma resumida) dos temas necesariamente relacionados (para los creyentes) con la muerte: el pecado y el infierno.

Confieso que me ha impresionado la reacción de muchos lectores de Religión Digital. No por la violencia y la agresividad de algunos de tales lectores, en sus comentarios, sino por la ignorancia que dejan patente en lo que dicen. Cuando una persona no tiene más respuesta que el insulto, para expresar su desacuerdo, es que carece de argumentos para rebatir lo que piensa que debe rechazar.

Pero vamos al asunto que interesa. Ante todo, el “infierno”. En la enseñanza del Magisterio de la Iglesia, no está definida, como dogma de fe, la existencia del infierno.

Lo que el Magisterio papal ha enseñado es que “quienes se van de este mundo en pecado mortal” se condenan (Denz.-Hün., 1002, 1306). Pero lo que no está definido en ninguna parte es que alguien haya muerto en pecado mortal. Ni de Judas se puede afirmar tal cosa. Porque trasciende este mundo. Y jamás ha estado, ni podrá estar a nuestro alcance. Por tanto, aunque en algunos documentos eclesiásticos aparezca la palabra “infierno”, semejante término no pasa de ser una mera hipótesis, que nadie ha dicho que exista realmente.

Además -y esto es lo más elocuente- si el infierno existiera, solamente Dios lo podría haber hecho; y solamente Dios lo podría mantener. Pero realmente ¿es eso posible? El infierno, por definición, es un castigo. Y un castigo eterno. Ahora bien, un castigo -sea el que sea- se puede programar y realizar como medio o como fin. Como “medio”, lo hacemos constantemente: se castiga para educar, para corregir, para evitar que un delincuente siga delinquiendo, etc. Pero, si el castigo es “eterno”, en ese caso (único), no puede ser medio para nada. O sea, no tiene (ni puede tener) otra finalidad que hacer sufrir.

Pero en este supuesto, ¿se puede compaginar la bondad absoluta de Dios con la maldad absoluta que lleva en sí mismo el hecho de hacer sufrir sin otra posible finalidad que hacer sufrir?

Todo esto supuesto, no hay que calentarse mucho la cabeza para llegar a una conclusión: o creemos en Dios o creemos en el infierno. Armonizar ambas creencias, ocultando lo que interesa para “que cuelen”, y sobre todo para meter miedo a los indefensos oyentes de tantos apasionados sermones de iglesia, eso es usar (y abusar) de Dios, para conseguir lo que a nosotros nos conviene.

Es verdad que, al negar la existencia del infierno, dejamos al descubierto el problema de la justicia divina. La justicia de la que echamos mano para explicarnos la solución última que tendrá la incontable cantidad de maldades que vemos y sufrimos en este mundo. Pero lo que, en este caso, tenemos que preguntarnos es, si no ocurre, más bien, que le cargamos a Dios que sea él quien haga la justicia que nosotros no tenemos ni la libertad ni el coraje de hacer.

Además, no es lo mismo el “delito” que el “pecado”. Quienes, según sus creencias, se vean a sí mismos como pecadores, se las tendrán que ver con Dios. Pero, si somos honestos y coherentes, tendremos que aceptar que este mundo está tan destrozado y es causa de tanto sufrimiento porque somos nosotros los que permitimos y aceptamos que las leyes, la justicia y el derecho, no existan, en unos casos; no se apliquen, en otros, de manera que los incipientes e incompletos Derechos Humanos, que hemos llegado a redactar, en los asuntos de más graves consecuencias, se queden en meros enunciados que jamás se aplican en defensa de quienes tienen que soportar lo más duro de la vida.

¿Y le vamos a exigir a Dios que nos saque las castañas de fuego? ¿Para eso nos va a servir la religión? ¿Para exigirle a Dios que resuelva lo que nosotros tendríamos que resolver? Si este mundo está tan roto como está, no es porque Dios lo ha hecho así. Lo hemos hecho nosotros. Y a nosotros nos corresponde humanizarlo y hacerlo más habitable.

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Fallece Fred Phelps, el patriarca de la familia ‘más odiada y homófoba’ de Norteamérica. Las víctimas del líder religioso homófobo Fred Phelps le ofrecen tras su muerte el respeto que él les negó.

Sábado, 22 de marzo de 2014
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repositorio_obj_3233_1395058221Tras el fallecimiento de Fred Phelps, líder y fundador de la homófoba iglesia baptista de Westboro, se han producido reacciones de todo signo. Dados la profunda intolerancia y el absoluto desprecio por los sentimientos ajenos de que hacían gala tanto él como sus acólitos en las diversas acciones públicas que llevaban a cabo, muchos han deseado pagarles con la misma moneda. Sin embargo, son de destacar las reacciones llenas de decencia y humanidad de tres de sus principales víctimas: los padres de Matthew Sheppard y el padre de Matt Snyder, que tuvieron que soportar en su día cómo Phelps y sus gregarios celebraban la muerte de sus hijos y los insultaban en su propio funeral.

Os lo venimos contando desde hace unos días, Fred Phelps, fundador de Iglesia Baptista de Westboro, se encontraba al borde de la muerte y en la madrugada del pasado miércoles fallecía, a los 84 años de edad, en un hospicio de Kansas en el que se encontraba internado por su familia. Ya lo anunció hace unos días en su perfil del Facebook Nathan, el hijo desterrado del clan y activista LGTB en Canadá. Denunciaba que le habían impedido despedirse de su padre. A pesar de ser una de las familias más odiada y homófobas de Norteamérica, defensores de los derechos de los gays se han opuesto a organizar convocatorias de protesta en el funeral de Phelps. Petición que estamos seguros que desobedecerán los seguidores de Templo Satánico. Amenazan con celebrar una ‘Misa Rosa’ para convertir en gay el espíritu del anciano homófobo.

Como informábamos hace unos días, la familia de Fred Phelps había comunicado el precario estado de salud del líder de la iglesia baptista de Wetsboro. Según su hijo Nate, que rompió su relación con la iglesia hace 37 años, su padre se encontraba en un hospital de caridad ubicado en Topeka, su ciudad de residencia. Nate Phelps también informaba que desde el pasado agosto de 2013 el fundador de la secta de Wetsboro había sido expulsado de la misma.

 A pesar de las protestas de los actuales integrantes de la iglesia, que calificaban la información de rumor y a los periodistas que la difundían de “niñas de colegio a la espera de algún chisme”, finalmente se ha comunicado el fallecimiento del autoproclamado pastor religioso la noche del pasado miércoles.

Tanto Fred Phelps como su familia se dieron a conocer por campañas como “God Hate Fags” (Dios odia a los maricones), que incluían actos llenos de odio homófobo en funerales, donde insultaban a los fallecidos mientras agradecían a su Dios por su muerte. Por ello se esperaba una reacción semejante por parte de muchos a quienes estas acciones habían indignado.

 Sin embargo, desde organizaciones como la National Gay and Lesbian Task Force se lanzaba un mensaje conciliador: “Fred Phelps no será extrañado por la comunidad LGBT, las personas con VIH o por los millones de personas decentes en todo el mundo que han encontrado lo que él y sus seguidores hacen profundamente hiriente y ofensivo”, declaraba la directora ejecutiva Darlene Nipper, aseverando que a través de sus acciones, él trajo un innecesario dolor y sufrimiento a miles de familias, incluyendo a las familias de militares, en su momento de mayor dolor y duelo. Si bien es difícil encontrar algo bueno que decir de sus opiniones o acciones, ofrecemos nuestras condolencias a sus familiares en lo que debe ser un momento doloroso para ellos”.

Las palabras de sus víctimas

 Una de sus víctimas es Albert Snyder, padre de un soldado fallecido en combate, durante cuyo funeral Fred Phelps y sus acólitos se manifestaron dando “gracias a Dios” por su muerte, por considerar que era una señal del odio de Dios hacia los Estados Unidos por su tolerancia hacia la homosexualidad, entre otras “abominaciones”. Snyder mantuvo un largo proceso contra la iglesia baptista de Westboro por esta acción, aunque finalmente el Tribunal Supremo de los Estados Unidos denegó su demanda, considerando que este tipo de manifestaciones están amparadas por la Primera Enmienda.

 Tras haberle dado a conocer el estado terminal del pastor baptista, Albert Snyder era interrogado al respecto, declarando lo siguiente: “No me gusta la iglesia baptista de Westboro, no tengo nada bueno que decir de ellos, pero si en estos momentos, o cuando él muera, dijera algo malo sobre ellos, me pondría al mismo que él, y no quiero estar a su mismo nivel. No me gusta el odio”. Ante la idea de pagar con la misma moneda, Snyder consideraba que Fred Phelps “tiene el mismo derecho que todos deben tener a ser enterrado en paz. Dos errores no hacen un acierto.”

 Otras de sus víctimas son Dennis y Judy Shepard, cuyo hijo Matthew fue brutalmente torturado y asesinado por ser gay. El horror por aquella muerte terrible ocasionó la aprobación de la ley contra los crímenes de odio que lleva su hombre. Los miembros de la iglesia baptista de Westboro se presentaron en un acto en su homenaje con carteles en los que se podía leer “Matt Shepard se pudre en el infierno”, y “No a la leyes especiales para maricones”.

 Judy Shepard hablaba en estos términos sobre el fallecimiento del líder homófobo: “En cuanto a la muerte de Fred Phelps, Dennis y yo sabemos qué solemnes son estos momentos para cualquier persona que pierde a un ser querido. Por respeto a todas esas personas y por nuestro deseo de borrar el odio, hemos decidido no hacer más comentarios”.

De este modo, tanto Albert Snyder como Dennis y Judy Shepard han ofrecido a la familia del ahora fallecido la consideración, la humanidad y el respeto que en su momento muchos de ellos les negaron.

Su historia…

El Southern Poverty Law Center describe a la Iglesia Baptista de Westboro como posiblemente ‘el grupo de odio más detestable en América’. Su fundador, Fred Waldron Phelps, nació en Meridian, Misisipi, 13 de noviembre de 1929. Su padre fue un detective privado empleado por la línea de ferrocarriles cuyo su trabajo era prevenir que los pasajeros viajaran en los trenes ilegalmente. Fred recuerda que muchas veces su padre llegaba a casa “con sangre hasta los hombros”. La madre de Fred, Catherine Phelps, se quedaba en casa cuidando a los hijos. Todos en la familia eran miembros devotos de la Iglesia Metodista Episcopal del Sur. Catherine murió de cáncer de la garganta a la edad de veintiocho, cuando Phelps tenía ocho años. Ésta fue su primera experiencia significativa y una que parece haberle afectado enormemente. Poco después de la muerte de su madre, su tía abuela materna, Irene Jordan, se mudó con la familia y llegó a ser como una segunda madre para Phelps; ella murió en un accidente automovilístico en 1950, poco antes del vigésimo primer cumpleaños de Fred.

Tanto amigos como enemigos recuerdan al joven Phelps como un muchacho astuto y callado que era popular en la escuela secundaria, a pesar de que no era muy sociable con una clara tendencia de ser prepotente y arrogante. Como el mismo confesó, nunca salió con chicas ni tuvo ningún interés en miembros del sexo opuesto. En el anuario escolar de su año de graduación, sus compañeros de clase escribieron que llegaría a ser boxeador profesional.

Durante su adolescencia, los padres de Phelps le habían criado para ingresarse en el servicio militar; al graduarse fue admitido en la academia militar West Point. Se hizo amigo de otro muchacho, John Capron, con quien pasó la mayoría del tiempo. Fred le presentó a su hermana Marta-Jean, con quien finalmente se casaría John.

En la primavera de 1946, Phelps y Capron asistieron a un oficio religioso en la Iglesia Metodista East End de Meridian y se emocionaron con el sermón. Joe Clay Hamilton, un compañero de la escuela de Fred, recordaría años después: “Los dos aprendieron teología. Phelps y Capron se emocionaron mucho con la religión, tanto que no podían distinguir la realidad del idealismo”.

Ese sermón es lo que Phelps calificó su “despertar” para la creación de su Iglesia pero enfocada desde el fanatismo religioso, cargado de odio apasionado y tendencias excéntricas. Hizo de su slogan ‘Dios odia a los maricas’ una religión confeccionada a su medida.

En enero de 1947, Phelps abandonó West Point sin asistir a una sola clase. Su padre volvió a casarse con una mujer divorciada de 39 años llamada Olive Briggs. El hijo rompió las relaciones con su padre, citando prohibiciones bíblicas sobre el matrimonio con divorciados.

Aproximadamente un año después del nacimiento de Fred hijo, en el 54, la familia Phelps se mudó a Topeka, Kansas, donde Fred había sido invitado por el pastor Leaford Cavin, para servir como copastor en la Iglesia Bautista Eastside, una congregación bautista tradicional y conservadora que sin embargo no compartía ninguna de las ideas o prácticas que luego caracterizarían a Phelps. Sus feligreses le recuerdan con el sobrenombre de ‘reverendo del Infierno. El espíritu de odio que caracterizaría la actitud de Fred se mostró en sus sermones casi inmediatamente. Por ejemplo, como una forma de animar a las esposas y a los niños a que se sometieran a la autoridad del padre en casa, Phelps sugirió que los padres los golpearan si fuera necesario; en otra ocasión fue obligado a pagar la fianza de un hombre al que había aconsejado golpear a su esposa en la cara hasta que “se sometiera”.

Los fundadores de la Iglesia Bautista Westboro estaban compuestos por miembros de la secta ‘Identidad Cristiana’ y del Ku Klux Klan. Una religión que ha evolucionado hasta transformarse en la fantochada que es hoy en día con apenas 100 seguidores, el 95% integrado por miembros del clan Phelps, que dedican su tiempo a manifestarse con total falta de respeto y del don de la oportunidad para culpar a los gays de todos los males que suceden en Norteamérica.

“Durante más de 20 años, Phelps y los miembros de su iglesia de Topeka han hostigado durante los duelos de personas gays fallecidas a sus familiares en cualquier punto de Kansas”, asegura Thomas Witt, director ejecutivo de la asociación Igualdad de Kansas. “Él y sus seguidores han mostrado un profundo desprecio por la intimidad y el dolor de los demás durante muchos años pero ahora es el momento de que nuestra comunidad supere la tristeza, la ira y los conflictos que esta familia sembró y demuestren al mundo que somos gente solidaria y compasiva que respeten la privacidad y la dignidad de todos“, concluyó el activista.

Por su parte, el actor y abogado gay, George Takei, cuando se enteró de la noticia del fallecimiento del patriarca de los Phelps dijo: “No siento ni consuelo, ni alegría por la muerte de este hombre. No vamos a bailar sobre su tumba, ni a llevar en su funeral carteles que digan “Dios odia a Fred”. Es tentador pero no puede ser. Fred era una alma atormentada que lo pagó con muchas personas. El odio nunca gana al final. En su lugar, va siempre un final solitario”.

Fuente Ragap y Dosmanzanas

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