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“Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida”. Domingo 16 de agosto de 2015. Domingo 20º ordinario

Domingo, 16 de agosto de 2015
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46-ordinarioB20 cerezoDe Koinonia:

Proverbios 9,1-6: Comed de mi pan y bebed el vino que he mezclado:
Salmo responsorial: 33: Gustad y ved qué bueno es el Señor.
Efesios 5,15-20: Daos cuenta de lo que el Señor quiere.
Juan 6,51-58: Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.

Esta primera lectura de hoy es como un anuncio de lo que Jesús, sabiduría del Padre, va a decir en el evangelio que leemos en este domingo. Jesús, Sabiduría encarnada, ha preparado para nosotros su banquete, ha mezclado el vino, y ha puesto la mesa eucarística, y despacha a sus evangelizadores a todos los sitios a invitar a las gentes a su Eucaristía. Y nos sigue diciendo a todos nosotros: «vengan a comer mi pan». El pan y el vino que la sabiduría ofrece, son el pan y el vino que nos ofrece Jesucristo, Sabiduría eterna, son su Cuerpo y su Sangre. En estos pocos renglones es fácil descubrir la figura de Cristo. La Sabiduría es figura y representación del Hijo de Dios. En el evangelio de San Mateo (22,4) se leen unas palabras de Jesús muy parecidas a estas: «»vengan, que mi banquete está preparado». Este banquete es para todos, para sabios e ignorantes, para prudentes e imprudentes. Es lo que dirá San Bernardo: «si eres imprudente, acércate al que es Fuente de toda Sabiduría, y El te dará la prudencia que necesitas». Para algunos parece que la vida no nos hubiera enseñado nada. Como que no somos capaces de sacar lecciones de nuestras amargas experiencias. No saber sacar lecciones provechosas de las experiencias de la vida es la «inexperiencia». La lectura de hoy nos invita a dejar la inexperiencia y a adquirir la «prudencia», que es la virtud por medio de la cual cuando tenemos que escoger entre dos cosas, escogemos la que mejor nos aproveche para nuestra vida. Los entendidos dicen que por inexperiencia se entiende aquí el no saber gobernar y dirigir la propia vida.

En la segunda lectura de hoy encontraremos una frase muy parecida a esta que acabamos de comentar en el libro de los Proverbios, cuando la carta a los Efesios nos invita a no ser insensatos, sino sensatos. Este texto distingue tres exhortaciones. La primera se concreta en una doble llamada a aguzar la inteligencia para orientar la propia vida como corresponde al momento especial que se está viviendo y que, por el hecho mismo de poder vivirlo es de suyo el mejor. Lo que debe preocupar al cristiano es en realidad saber en cada momento, y en medio de la maldad dominante, qué es lo que Dios quiere realmente de él. La segunda exhortación es concreta: no emborracharse. Refleja las llamadas de los sabios a tener cuidado con el vino, pero también puede ser que se piense en los cultos paganos a Dionisios, donde el vino era el medio para unirse más estrechamente a la divinidad. Por último, la exhortación es a la alabanza, que el creyente debe dirigir siempre a Dios Padre en nombre del Hijo y a impulsos del Espíritu, y con sentimientos de gratitud por todos sus dones.

Juan desarrolla el tema de la «incomprensión» para adentrarnos de forma didáctica en el conflicto entre los practicantes de la religión judía y los cristianos. La eucaristía desató sospechas entre israelitas, romanos y griegos. No podían entender como una comunidad de creyentes podían celebrar con gozo y entusiasmo la muerte de su Señor y Maestro. Sin embargo, lo que en realidad no entendían era el misterio pascual. Jesús había resucitado, superando el cerco de una muerte violenta e injusta, y ahora vivía en medio de sus seguidores. Él se había convertido en principio de vida para aquellos que yacían inermes bajo la opresión de una religión agobiada por un sinnúmero de preceptos o por una religión que adoraba al déspota de turno. La presencia de Jesús liberaba a sus seguidores del caos informe de religiones mistéricas que abundaban en el mundo antiguo y de las rígidas disposiciones de una religión étnica.

Jesús era el pan vivo, bajado del cielo, para alimentar a una muchedumbre que añoraba una vida de paz y plenitud. Para ellos la verdad no residía en un sistema abstracto de proposiciones o en la adecuación lógica de la ideología a la realidad. Para ellos la verdad era una praxis de vida que transformaba al ser humano y lo habilitaba para vivir en comunión con sus congéneres y con el universo.

Hace unos meses, José Antonio Pagola, reconocido especialista en cristología, se publicaba estas reflexiones en torno a la eucaristía:

Los estudios sociológicos lo destacan con datos contundentes: los cristianos de nuestras iglesias occidentales están abandonando la misa dominical. La celebración, tal como ha quedado configurada a lo largo de los siglos, ya no es capaz de nutrir su fe ni de vincularlos a la comunidad de Jesús.

Lo sorprendente es que estamos dejando que la misa «se pierda» sin que este hecho apenas provoque reacción alguna entre nosotros. ¿No es la eucaristía el centro de la vida cristiana? ¿Cómo podemos permanecer pasivos, sin capacidad de tomar iniciativa alguna? ¿Por qué la jerarquía permanece tan callada e inmóvil? ¿Por qué los creyentes no manifestamos nuestra preocupación con más fuerza y dolor?

La desafección por la misa está creciendo incluso entre quienes participan en ella de manera responsable e incondicional. Es la fidelidad ejemplar de estas minorías la que está sosteniendo a las comunidades, pero ¿podrá la misa seguir viva solo a base de medidas protectoras que aseguren el cumplimiento del rito actual?

Las preguntas son inevitables: ¿No necesita la Iglesia en su centro una experiencia más viva y encarnada de la cena del Señor que la que ofrece la liturgia actual? ¿Estamos tan seguros de estar haciendo hoy bien lo que Jesús quiso que hiciéramos en memoria suya?

Reflexiones para hacer nos pensar a todos, principalmente a los responsables de la inmovilidad de la liturgia de la Iglesia. Leer más…

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Dom 16. 8. 15. Carne somos, de carne vivimos: Un escalón en la vida de Dios

Domingo, 16 de agosto de 2015
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10547169_672471736219787_269985049_nDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 20, tiempo ordinario. Juan 6, 51-58. En el estadio actual de evolución somos inviables, no podemos resolver nuestros problemas económicos y ecológico, sociales y espirituales (culturales): o ascendemos a un nivel distinto de humanidad o terminamos matándonos y muriendo todos.

Éste es un diagnóstico cada vez más extendido, éste el problema, hic Rhodus, hic salta (¡aquí esta Rodas, aquí es preciso dar el salto!), como decía Esopo y repitieron muchos pensadores del siglo XIX. Pues bien, en este nivel nos sitúa hoy el Evangelio de Juan, culminando el gran sermón de los domingos anteriores.

‒ Juan nos lleva al límite infranqueable de una “gnosis” en la que sólo importa la vida interior de cada creyente, una experiencia de identificación con lo Absoluto, un Jesús espiritual como símbolo de vida, con un grupo de amigos también espirituales, formando una comunidad de liberados vivos en la tierra. Pues bien, en ese límite, sin más salida, la vida humana muere sin remedio.

‒ Pues bien, ese mismo paso al límite infinito (in-humano) le ha obligado a formular, por contraste, la exigencia suprema de comunión inter-personal, como experiencia del Dios de Cristo, en línea de comunicación nueva y más alta, en la frontera donde se unen lo material y lo espiritual, allí donde un hombre (varón o mujer) es carne y sangre de otros hombres, en gesto y tarea, en éxtasis y gozo de nueva comunión
ESCRITO 28
‒ Necesario es el pan de trigo que los hombres han de compartir, necesaria la justicia para que ellos vivan sin matarse. Necesaria, por tanto, es también la eucaristía de pan y vino, por la que ellos reciben, regalan y comparten los bienes materiales (y en especial la comida) como signo del Dios que es Comunión en Cristo.

‒ Pero más necesario es el pan de la carne humana, la misma vida que se da y recibe de un modo gratuito. El hombre es el único viviente conocido que puede regalar su vida, viviendo de esa forma en unidad de amor con otros, el único que puede dar su sangre, siendo así sangre de los otros.

‒ Por eso dice Jesús “el que bebe mi sangre tiene vida eterna”, el que la bebe y comunica, sabiendo así que somos cada uno por sí y todos unidos la savia de Dios, como ha vuelto a desarrollar el mismo Juan en el capítulo diez de su evangelio.

Comer la carne de Cristo y beber su sangre significa convertir la propia vida en alimento para los demás. Aquí, en esta más alta montaña de la Vida humana, escalada por Jesús por todos (para todos) recibe su sentido y tendrá futuro la existencia humana, superando la violencia de muerte que actualmente nos domina.

Buen domingo a todos, domingo de comunión mesiánica, de vida compartida. Frente a un “capital” que nos divide (unos comen y destruyen a los otros), Jesús ofrece el ideal de una vida que une, en amor y entrega mutua.

Texto: Juan 6,51-58

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.” Disputaban los judíos entre sí: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”

Entonces Jesús les dijo: “Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su Sangre, no tenéis vida en vosotros.

El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que como este pan vivirá para siempre.

Un contrapunto, Antiguo y Nuevo Testamento

Al antiguo testamento le resulta escandaloso todo intento de buscar una comunión con Dios, pues él es trascendente y nadie puede introducirse en su misterio. Dios es lejanía de poder, grandeza y fuerza, de manera que ningún viviente puede acompañarle en su existencia. Sin embargo, dicho eso, tras haber negado toda posibilidad de unidad de naturaleza con Dios, Israel ofrece los cimientos para una nueva experiencia de comunión con Dios en términos de alianza.

En ese contexto nos introduce Jesús, pues como dice Heb 2, 14, el mismo Dios ha decidido «comulgar» con los hombres, entrando en de tal forma en nuestra historia que participa de la carne y de la sangre de los hombres (cf. también 2 Ped 1, 4: estamos en comunión con la naturaleza divina).

No se trata de restablecer sin más el mito antiguo del parentesco del hombre con Dios, en la línea de los dioses, semidioses, héroes y santones de casi todos los pueblos, sino de aceptar la gracia del Dios que ha querido comulgar con nuestra carne y nuestra sangre, hacerse mundo en nuestro mundo, historia en nuestra historia.

Sólo porque nos fundamos esta primera koinonia (comunión) incarnatoria, sólo porque Dios asume en Cristo, Logos-hijo, nuestras «especies humanas» (carne y sangre), de una vez y para siempre, nosotros − simples hombres – tenemos un acceso en comunión a lo divino, podremos comulgar con Dios por medio de la carne y de la sangre de Jesús, que es nuestro Cristo, comulgando así los unos en y con los otros.

Ésta es la experiencia de fondo de1 Jn 4,10: En esto consiste el misterio, no en que nosotros hayamos conseguido sin más la comunión con lo divino sino en que Dios, el santo, haya querido comulgar con nuestra historia, haciéndose así Vida compartida entre los hombres. Fundado en esta experiencia, Pablo puede definir a los cristianos como aquellos que «han sido convocados a vivir en koinonia con Jesucristo, Hijo de Dios» (1 Cor 1, 9). Éste es el sentido de fondo del sermón del pan de vida de Jn 6 que hoy comentamos.

Comulgar unos de (con) otros

Comulgar significa participar en Cristo: aceptar su palabra, seguir su camino, revestirse de su muerte, incorporarse a su resurrección, transformarse con su gloria, de manera que podemos ser así (por él) los unos en los otros:

— Convivimos y con-sufrimos con él;
— somos con-crucificados, con-sepultados, co-resucitados, con-glorificados;
— con él coheredamos y co-reinamos
(cf. Rom 6, 4-8; 8, 17; 2 Cor 7, 3; Gál 2, 19; Col 2, 12-13; Ef 2, 5-6; 2, 2).

Toda nuestra existencia de creyentes se interpreta a manera de comunión de vida y muerte, de camino y esperanza con el Cristo. Por eso, la comunión «en lo santo» significa «participación en la santidad de Dios», a través de Jesucristo. Leer más…

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Los nadies

Jueves, 14 de mayo de 2015
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800px-Vincent_van_Gogh_-_The_State_Lottery_Office_F970Leído en Cristianismo y Justicia:

Victor Codina. El periodista y escritor uruguayo Eduardo Galeano, recientemente fallecido, escribió el poema Los nadies, verdadera pieza antológica de literatura crítica, accesible en la web, del que transcribimos un fragmento:

Los nadies: los hijos de nadie,
los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados,
corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos,
rejodidos:
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones,
sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos,
sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal,
sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies,
que cuestan menos
que la bala que los mata.

Este  poema, típico de una época en algunos aspectos ya lejana, sigue siendo actual pues su contenido profundo sigue  inspirando hoy movimientos sociales, movimientos de indignados, movimientos indígenas, movimientos feministas, de minorías sexuales, de ecologistas e impulsa a los participantes del Foro social mundial a proclamar que otro mundo es posible.

Más aún, los nadies actualizan la tradición bíblica del Éxodo, de los profetas de Israel que denunciaban la injusticia, de las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret, de sus parábolas del buen samaritano, de Lázaro y el rico comilón, y del juicio final en el que Jesús se identifica con los pobres y los constituye jueces de la humanidad.

Y aunque esta tradición bíblica muchas veces fue olvidada y se exhortaba a los nadies a la resignación y se les consolaba con el cielo futuro… siempre se mantuvo en la Iglesia  una línea profética que llamaba a los pobres vicarios de Cristo  y que inspiró a numerosos movimientos religiosos, de mujeres y de hombres, que desde Francisco de Asís a Charles de Foucauld fueron sensibles a los pobres. Los nadies están presentes en la opción de la Iglesia latinoamericana por los pobres y en las teologías liberadoras. Los nadies subyacen en la formulación de Juan XXIII que deseaba que la Iglesia fuese ante todo Iglesia de los pobres, en el sueño del Papa Francisco de una Iglesia pobre y de los pobres y en su revolución de la misericordia y la ternura.

Los nadies hoy son no solo los oprimidos, sino los excluidos, los desechables, las masas sobrantes, son los emigrantes de Lampedusa, las víctimas del terrorismo yihadista, los niños muertos en Siria por armas químicas. Los nadies son aquellos de los que Bartolomé de las Casas decía que Dios siempre tiene memoria de ellos, son los que conmueven el corazón misericordioso del Padre, los que el Espíritu, llamado padre de los pobres, alienta en sus luchas por la vida y por un mundo mejor.

El anciano obispo poeta del Brasil, Pedro Casaldàliga afirma que solo hay dos absolutos, Dios y el hambre, es decir, parafraseado el poema de Eduardo Galeano, Dios y los nadies.

Imagen extraída de: Wikicommons

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“¡Hambre!”, por José María Castillo, teólogo

Domingo, 5 de octubre de 2014
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hambre_canariasLeído en su blog Teología sin censura:

El último informe de Cáritas afirma que en España hay ahora mismo dos millones y medio de ciudadanos “en riesgo de exclusión social”. Es decir, hay dos millones y medio de personas que pasan hambre. O se ven abocados a pasarla. Y lo peor de todo es que esta situación dramática se va agravando de día en día. Digan lo que digan los políticos, el crecimiento económico, que ellos anuncian a bombo y platillo, estará beneficiando a banqueros, empresarios importantes y propietarios de grandes fortunas. Pero, lo que es a la clase media y de ahí para abajo, realmente lo que está ocurriendo da miedo. Mucho miedo. Sobre todo, lo que están teniendo que soportar los que se ven más castigados por esta maldita crisis: las familias numerosas y las madres que solas, ellas solas, tienen que sacar una casa adelante. Así lo dice Cáritas, que sin duda sabe de esto más que el ministro de economía. Y bastante más que el de hacienda.

De hambre saben los que la padecen
. Los que nunca hemos vivido en la miseria, no tenemos ni idea de lo que es eso. Porque pasar hambre debe ser, tiene que ser, la crueldad más canalla que hay en la vida. El hambre es la fuerza apremiante que brota del instinto más básico que tenemos todos los vivientes en las entrañas mismas de la vida y para la vida. Pero el hambre no es sólo carencia. Además de eso, es también amenaza. El hambriento – sin necesidad de ponerse a pensarlo – se tiene que sentir amenazado. Amenazado por la falta de fuerzas, por la depresión y la tristeza, la desgana de todo lo que no sea quitarse el hambre. Amenazado por el peligro de las no pocas enfermedades que sobrevienen a quienes carecen de lo indispensable para seguir viviendo. Y amenazado, además, por la vergüenza. Es demasiado humillante no tener ni para comer o tener que vivir de limosna. Eso le roba la dignidad a cualquiera. Y el que se ve forzado a convivir en esas condiciones, pierde la poca autoridad que pueda tener hasta en su propia casa y ante su familia. Incluso llegará a ser un “don nadie”. O más simplemente, un “nadie”, como bien dijo Eduardo Galeano. Los incontables “hijos de nadie, los dueños de nada. Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos”. Los “que no son, aunque sean. Los que no son seres humanos, sino recursos humanos. Los que no tienen cara, sino brazos. Los que no tienen nombre, sino número”. Los que no figuran en ninguna parte, a no ser en la página de sucesos de la prensa local. “Los nadies, los que cuestan menos que la bala que los mata”. Y ahora también, los que representan menos que la patera en la que mueren ahogados, huyendo del hambre y de la muerte.

El hambre es un sufrimiento físico. Y además es también una humillación social. Hay familias que nunca pasaron hambre. Y ahora, por no decir que la están pasando, prefieren quedarse en casa, para que nadie se entere que se ven obligados a vivir de la caridad. Por eso yo estoy seguro de que el número de personas que pasan necesidad es, en este momento, bastante mayor del que nos dicen las estadísticas oficiales. Y es que, en los tiempos que corren, las cosas se han puesto de forma que, en las familias educadas en la “cultura del orden y de la religión”, la presión que ejerce en ellas la “cultura de la vergüenza” puede llegar a ser más determinante que la “cultura de la culpa”. Y prefieren morirse de hambre en un rincón de su casa, antes que ir a ponerse en la cola de Cáritas para que la ayuda de los necesitados les alcance.

Muchas veces he pensado que Jesús debió pasar hambre. Tuvo que pasarla y sufrirla. Y verse humillado, como uno más entre los muchos “lázaros” de todos los tiempos. Si no, ¿cómo se explica que el tema del hambre y la escasez esté tan presente en los evangelios (Lc 15, 14. 17; 4, 25; Mc 13, 8 par; Mt 24, 7; Lc 21, 11)?. ¿Por qué a Jesús se le conmovían las entrañas cuando veía a la gente hambrienta (Mc 8, 3 par; Mt 15, 32)? ¿A qué viene que el verbo griego peinaô, “sentir hambre”, se repita tantas veces en el Evangelio, hasta el extremo de que, para Jesús, saciar el hambre es más importante que cumplir con la religión (Mc 2, 25; Mt 12, 3; Lc 6, 3)? En la parábola del llamado “hijo pródigo, el muchacho aquél, que tiró una fortuna “viviendo como un perdido”, volvió a la casa de su padre porque se moría de hambre (Lc 15, 14 ss). Y en el juicio final, el criterio de Dios será premiar, no al que fue fiel observante de ritos sagrados y ceremonias santas, sino al que dio de comer a los que pasan hambre, dio de beber a los que tienen sed, se puso de parte de los que están enfermos, acogió a los extranjeros…. (Mt 25, 31-46).

En este momento tenemos en España, y en Europa entera, muchos problemas apremiantes. Los políticos tienen demasiadas cosas que les urgen antes de que se les echen encima las próximas elecciones (las que sean). Pero, ¡por lo que más quieran!, como dijo el Nobel de Economía, Paul Krugman, “Acabad ya con esta CRISIS”. Que se podría terminar, si es que hubiera voluntad política de acabar con ella. Cosa que se puede hacer. Sencillamente, repartiendo mejor lo que tenemos. Los derechos fundamentales son los mismos para todos. Y el derecho más fundamental de todos es el derecho a comer. Y comer con dignidad. Teniendo muy presente que cuando los gobernantes no gestionan las cosas de forma que este derecho quede garantizado y satisfecho, tales gobernantes no pueden tener derecho a gobernarnos, por muchas mayorías absolutas que les amparen. El derecho a vivir tiene que estar siempre por encima del derecho a mandar. La vida está antes que el poder. No sé cómo se puede resolver este dilema. Pero, al menos, que me dejen decir lo que siento cuando veo que el poder se ha superpuesto al hambre y a la dignidad. Y, por tanto, ya vemos como la cosa más natural del mundo que el derecho a mandar esté por encima del derecho a vivir como personas que merecen un respeto.

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“Cosas de la noche: el hambre”, por Gema Juan OCD.

Lunes, 26 de mayo de 2014
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14198467322_d095e96a15_mDe su blog Juntos Andemos:

En ocasiones, al leer a Juan de la Cruz, da la impresión de que le urge algo. No es solo que no quiere perder el tiempo, sino que le cuesta mucho ver cómo lo pierden lo demás. «¿En qué os entretenéis?» es uno de sus gritos más hondos.

Ha visto que lo de entretenerse no es por vicio –al menos no solo–, sino que algunas puertas se han cerrado –«para tanta luz estáis ciegos, y para tan grandes voces sordos»– y hay necesidad de volver a abrirlas. Va a empeñarse en ayudar a abrir los ojos y los oídos, para que ciegos y sordos puedan percibir «la ternura y verdad de amor con que el inmenso Padre regala». Eso quiere Juan: abrir, no una vez, sino muchas, porque la vida también es insistencia.

Y así, al tratar de cómo vivir en apertura –«verdadera libertad», lo llama él– y de cómo andar con Dios –«camino de unión», en palabras suyas–, dice que va a dar unos avisos «breves y pocos… que son tan provechosos y eficaces como compendiosos». Nada de falsas modestias… sabe que puede decir una palabra iluminadora, y se ha comprometido con el don que tiene.

Para abrir los ojos y los oídos, Juan invita a algo tan extraño como es «saber y poder entrar en la noche». Y lo primero que dice es que sin hambre no hay nada que hacer, no se camina. Si se tiene hambre, se irá a buscar el pan –sea cual sea ese pan–, aunque el sitio al que se tenga que ir esté muy lejos… tanto como en lo profundo de uno mismo y de la propia vida.

Juan conocía muy bien lo que era tener hambre. La había sentido en sus tripas y en su alma. Seguramente, hubiera dado la razón a Maritain, cuando este decía que el ser humano necesita más metafísica que carbón —y no dijo que no necesitara carbón.

Pero es Maritain quien da la razón a Juan, que se ocupaba –y ocupa– de la gente hambrienta, con tanto tesón. Como quien ha comprendido que el ser humano no es una marioneta rota ni un robot programable. Que no está determinado ni es puro azar, pero está desmadejado y no marcha tan bien como podría hacerlo.

No sirve comida rápida, avisa, porque a la larga, lo que hace esa comida es «enflaquecer al alma y cegarla», cerrar las puertas. Humilde paciencia y constancia serán esenciales. Y, aunque haya tropiezos en el camino, se puede avanzar a base de confiar y permanecer.

Entonces, Juan va a hablar de tener hambre de Jesús, convencido de que por ahí otras hambres se curan. Por aquello de que «otra inflamación mayor de otro amor mejor» apaga fuegos menores. Él lo llama «ordinario apetito», o sea, tener hambre por costumbre: «traiga un ordinario apetito de imitar a Cristo en todas sus cosas, conformándose con su vida, la cual debe considerar para saberla imitar y haberse en todas las cosas como se hubiera él».

Una pregunta surge, inevitablemente: ¿es necesario ir «de noche» a por el pan?

En realidad, esto no es una idea extravagante de un santo del siglo XVI, ni una manía ascética o un modo de hacer la vida más difícil. Ni es porque a Kant nada le fascinara más que ver el cielo estrellado. A la vista de lo que dice Juan, y han contado otras gentes que se han atrevido a esta aventura, la noche guarda un tesoro que solo se descubre al alba y, algunas cosas destartaladas, únicamente se pueden recomponer durante la noche.

La noche tiene muchas formas, y Juan las irá mostrando, por si puede evitar que alguno se pierda. Se entra en ella dejando caer resistencias, se trata de «no impedir al todo» y, a la vez, de decidir «arrojarse al todo». Son dos avisos importantes para empezar: Dios siempre está queriendo darse, hay que dejar de impedírselo y prescindir de lo que no alimenta.

Juan explica que el inicio de la noche está marcado por el hambre y por una experiencia clave que se presenta en la vida, de diferentes maneras: cuando se cae en la cuenta de que es posible entretenerse en nada y dejar pasar la vida. Y se descubre, al mismo tiempo, que el amor cerca la existencia y merece la pena vivir en él.

Nada sucede rápidamente y el maestro va poco a poco: hay que hacer ensayos, y preparar lentamente lo que se ha de comer. Juan va a decir que es bueno dejar de lado lo que no ayuda a vivir en el amor, es decir, «cosas que no importen para el servicio y honra de Dios».

La suavidad marca el comienzo. Lo que Juan pide es un poco de soltura de uno mismo y no poner mucha resistencia a las llamadas de la vida. Cuando habla de ir dejando lo que no contribuye al amor, dice: «en cuanto lo pudiere excusar buenamente». Así de considerado y flexible es: cuanto y como se pueda. Y anima: «procure siempre inclinarse»… procurar… inclinarse. No hay ninguna imposición, no puede haberla en el amor. Pero deja caer ese «siempre», invitando a insistir y permanecer, a no dejar pasar las oportunidades.

Por ahora, hay hambre y se busca el pan, en medio de la noche. El punto de apoyo es claro: si hay hambre de Jesús y de la vida que ofrece, hay que hacer como Él, que se alimentaba de la voluntad del Padre. Habrá que comer muchas veces, porque el Padre es «todo bueno», luce «sobre buenos y malos» y «come con pecadores». Así que su alimento se mastica poco a poco.

El camino de la noche hay que iniciarlo con frecuencia, pero dice Juan que, cuando por fin se hace de día, Dios se convierte en luz, una luz que atraviesa todo y «es al alma el mismo Dios muchas lámparas», que dan luz y calor, y noticia y amor. Es bueno saberlo, para animarse a avanzar. Después de cada noche, cada vez que amanece, una lámpara de Dios se enciende.

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