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“Cosas de la noche: el hambre”, por Gema Juan OCD.

Lunes, 26 de mayo de 2014
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14198467322_d095e96a15_mDe su blog Juntos Andemos:

En ocasiones, al leer a Juan de la Cruz, da la impresión de que le urge algo. No es solo que no quiere perder el tiempo, sino que le cuesta mucho ver cómo lo pierden lo demás. «¿En qué os entretenéis?» es uno de sus gritos más hondos.

Ha visto que lo de entretenerse no es por vicio –al menos no solo–, sino que algunas puertas se han cerrado –«para tanta luz estáis ciegos, y para tan grandes voces sordos»– y hay necesidad de volver a abrirlas. Va a empeñarse en ayudar a abrir los ojos y los oídos, para que ciegos y sordos puedan percibir «la ternura y verdad de amor con que el inmenso Padre regala». Eso quiere Juan: abrir, no una vez, sino muchas, porque la vida también es insistencia.

Y así, al tratar de cómo vivir en apertura –«verdadera libertad», lo llama él– y de cómo andar con Dios –«camino de unión», en palabras suyas–, dice que va a dar unos avisos «breves y pocos… que son tan provechosos y eficaces como compendiosos». Nada de falsas modestias… sabe que puede decir una palabra iluminadora, y se ha comprometido con el don que tiene.

Para abrir los ojos y los oídos, Juan invita a algo tan extraño como es «saber y poder entrar en la noche». Y lo primero que dice es que sin hambre no hay nada que hacer, no se camina. Si se tiene hambre, se irá a buscar el pan –sea cual sea ese pan–, aunque el sitio al que se tenga que ir esté muy lejos… tanto como en lo profundo de uno mismo y de la propia vida.

Juan conocía muy bien lo que era tener hambre. La había sentido en sus tripas y en su alma. Seguramente, hubiera dado la razón a Maritain, cuando este decía que el ser humano necesita más metafísica que carbón —y no dijo que no necesitara carbón.

Pero es Maritain quien da la razón a Juan, que se ocupaba –y ocupa– de la gente hambrienta, con tanto tesón. Como quien ha comprendido que el ser humano no es una marioneta rota ni un robot programable. Que no está determinado ni es puro azar, pero está desmadejado y no marcha tan bien como podría hacerlo.

No sirve comida rápida, avisa, porque a la larga, lo que hace esa comida es «enflaquecer al alma y cegarla», cerrar las puertas. Humilde paciencia y constancia serán esenciales. Y, aunque haya tropiezos en el camino, se puede avanzar a base de confiar y permanecer.

Entonces, Juan va a hablar de tener hambre de Jesús, convencido de que por ahí otras hambres se curan. Por aquello de que «otra inflamación mayor de otro amor mejor» apaga fuegos menores. Él lo llama «ordinario apetito», o sea, tener hambre por costumbre: «traiga un ordinario apetito de imitar a Cristo en todas sus cosas, conformándose con su vida, la cual debe considerar para saberla imitar y haberse en todas las cosas como se hubiera él».

Una pregunta surge, inevitablemente: ¿es necesario ir «de noche» a por el pan?

En realidad, esto no es una idea extravagante de un santo del siglo XVI, ni una manía ascética o un modo de hacer la vida más difícil. Ni es porque a Kant nada le fascinara más que ver el cielo estrellado. A la vista de lo que dice Juan, y han contado otras gentes que se han atrevido a esta aventura, la noche guarda un tesoro que solo se descubre al alba y, algunas cosas destartaladas, únicamente se pueden recomponer durante la noche.

La noche tiene muchas formas, y Juan las irá mostrando, por si puede evitar que alguno se pierda. Se entra en ella dejando caer resistencias, se trata de «no impedir al todo» y, a la vez, de decidir «arrojarse al todo». Son dos avisos importantes para empezar: Dios siempre está queriendo darse, hay que dejar de impedírselo y prescindir de lo que no alimenta.

Juan explica que el inicio de la noche está marcado por el hambre y por una experiencia clave que se presenta en la vida, de diferentes maneras: cuando se cae en la cuenta de que es posible entretenerse en nada y dejar pasar la vida. Y se descubre, al mismo tiempo, que el amor cerca la existencia y merece la pena vivir en él.

Nada sucede rápidamente y el maestro va poco a poco: hay que hacer ensayos, y preparar lentamente lo que se ha de comer. Juan va a decir que es bueno dejar de lado lo que no ayuda a vivir en el amor, es decir, «cosas que no importen para el servicio y honra de Dios».

La suavidad marca el comienzo. Lo que Juan pide es un poco de soltura de uno mismo y no poner mucha resistencia a las llamadas de la vida. Cuando habla de ir dejando lo que no contribuye al amor, dice: «en cuanto lo pudiere excusar buenamente». Así de considerado y flexible es: cuanto y como se pueda. Y anima: «procure siempre inclinarse»… procurar… inclinarse. No hay ninguna imposición, no puede haberla en el amor. Pero deja caer ese «siempre», invitando a insistir y permanecer, a no dejar pasar las oportunidades.

Por ahora, hay hambre y se busca el pan, en medio de la noche. El punto de apoyo es claro: si hay hambre de Jesús y de la vida que ofrece, hay que hacer como Él, que se alimentaba de la voluntad del Padre. Habrá que comer muchas veces, porque el Padre es «todo bueno», luce «sobre buenos y malos» y «come con pecadores». Así que su alimento se mastica poco a poco.

El camino de la noche hay que iniciarlo con frecuencia, pero dice Juan que, cuando por fin se hace de día, Dios se convierte en luz, una luz que atraviesa todo y «es al alma el mismo Dios muchas lámparas», que dan luz y calor, y noticia y amor. Es bueno saberlo, para animarse a avanzar. Después de cada noche, cada vez que amanece, una lámpara de Dios se enciende.

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