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Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo. 14 Junio, 2020

Domingo, 14 de junio de 2020
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«Yo soy el pan vivo que he descendido del cielo: si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo.»

(Jn 6, 51-58)

Jesús nos habla del pan vivo. Nos habla de un elemento material, que es el pan, y de  un verbo, que habla de dinamicidad y vida, es decir, habla del espíritu.

Nos sitúa en  la realidad total que somos y de cómo hemos de alimentarnos desde nuestra humanidad, para llenarnos de divinidad.

¿Cómo no comer y beber la vida de Jesús si es lo que me permite unificar mi vida? Nuestros cuerpos vibran  al llenarse de la energía que aportan el pan y el vino. Pero no es una energía cualquiera, es la que aporta el espíritu. Vivificando nuestras vidas. Llenándolas de esa vibración incontenible, de quién renueva haciendo novedad su vida todos los días, a través  de la  Eucaristía.

Jesús se nos entrega de una manera total. Entrega todo lo que es. Y eso nos  permite a nosotras entregarnos  también en todo lo que somos. Una entrega que se renueva todos los días, porque todos los días recibimos lo que somos  y entregamos lo que somos.

Muchos hablan de la Eucaristía como un símbolo, y esta palabra, símbolo  significa reunir.  La reunificación de una materia llena de espíritu, puede ser un símbolo. Pero para mí es auténtica presencia de quién se deja comer para dar nueva vida.

Es cierto que hay muchas más presencias de Jesús en el mundo, porque todo lleva semillas de divinidad si lo sabemos “mirar” con los ojos de la transparencia. Pero la Eucarística es la que recibimos a través del saboreo, diluyéndose Dios en nosotras en una unidad llena de común –unión.

La Eucarística es una Presencia viva que todos los días se quiebra para entregarse. Es una invitación a vivir en la plenitud que somos. En  totalidad. Porque sólo podemos  entregarnos cuando somos una con todo.  Entonces sí, la parte es el todo y el todo, la parte.

Dejarnos amasar en las vulnerables semillas que se unifican para formar la masa y, posteriormente, llenas de ese fuego que impregna, entregarse sin miedo, en una donación confiada para ser parte y todo de la humanidad.

ORACIÓN

Gracias Jesús por entregar tu cuerpo y sangre todos los días, siendo alimento de Vida Nueva, que nutre, vivifica y nos hace comprender que nuestra vida, como la tuya, es un entrega sin medida ni tiempo.

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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La eucaristía, el sacramento de nuestra fe.

Domingo, 14 de junio de 2020
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Panes y pecesJn 6,51-59

La eucaristía es una realidad muy profunda y compleja, que forma parte de la más antigua tradición. Tal vez sea la realidad cristiana más compleja y difícil de comprender y de explicar. Podíamos considerarla como acción de gracias (eucaristía), Sacrificio, Presencia, Recuerdo (anamnesis), alimento, fiesta, unidad. Tiene tantos aspectos que es imposible abarcarlos todos en una homilía. Podemos quedarnos en la superficialidad del rito y perder así su verdadera riqueza. Lo que vamos a hacer es intentar superar muchas visiones raquíticas o erróneas sobre este sacramento.

1º.- La eucaristía no es magia. Claro que ningún cristiano aceptaría que al celebrar una eucaristía estamos haciendo magia. Pero si leemos la definición de magia de cualquier diccionario, descubriremos que le viene como anillo al dedo a lo que la inmensa mayoría de los cristianos pensamos de la eucaristía: Una persona revestida con ropajes especiales e investida de poderes divinos, realizando unos gestos y pronunciando unas palabras “mágicas”, obliga a Dios a producir un cambio sustancial en una realidad material. Cuando se piensa que en la consagración se produce un milagro, estamos hablando de magia.

2º.- No debemos confundir la eucaristía con la comunión. La comunión es solo la última parte del rito y tiene que estar siempre referida a la celebración de una eucaristía. Tanto la eucaristía sin comunión, como la comunión sin referencia a la eucaristía dejan al sacramento incompleto. Ir a misa y dejar de comulgar, es sencillamente un absurdo. Ir a misa con el único fin de comulgar, sin ninguna referencia a lo que significa el sacramento, es un autoengaño. Esta distinción entre eucaristía y comunión explica la diferencia de lenguaje entre los sinópticos y Jn en el discurso del pan de vida. Jn hace referencia al alimento, pero alimentarse lo identifica con, “el que cree en mí, el que viene a mí”.

3º.- Cuerpo no significa cuerpo, sangre no significa sangre. No se trata del sacramento de la carne y de la sangre físicas de Cristo. En la antropología judía, el hombre es una unidad indivisible, pero podemos descubrir en él cuatro aspectos: Hombre-carne, hombre-cuerpo, hombre-alma, hombre-espíritu. Hombre-cuerpo era el ser humano en cuanto sujeto de relaciones. Al decir: esto es mi cuerpo, está diciendo: esto soy yo, esto es mi persona. Para los judíos la sangre no era solo símbolo de la vida. Era la vida misma. Cuando Jesús dice: “esto es mi sangre, que se derrama”, está diciendo: esto es mi vida al servicio de todos, es decir, que toda su vida está entregada a los demás.

4º.- La eucaristía no la celebra el sacerdote, sino la comunidad. El cura puede decir misa. Solo la comunidad puede hacer presente el don de sí mismo que Jesús significó en la última cena y que es lo que significa el sacramento. Es el sacramento del amor. No puede haber signo de amor en ausencia del otro. Por eso dice Mt: “donde dos o más estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. El clericalismo que otorga a los sacerdotes un poder divino para hacer un milagro, no tiene ningún apoyo en la Escritura. La eucaristía la celebran todos los cristianos gracias al sacerdocio de los fieles.

5º.- La comunión no es un premio para los buenos. Esta frase la dijo el Papa Francisco en una ocasión y me impresionó por su profundidad. No son los que “que están en gracia” los que pueden acercarse a comulgar. Somos los desgraciados que necesitamos descubrir el amor gratuito de Dios. Solo si me siento pecador estoy necesitado de celebrar el sacramento. Cuando más necesito el signo del amor de Dios es cuando me siento separado de Él. Es absurdo de dejar de comulgar cuando más lo necesito.

6º.- La realidad significada no es Jesús en sí mismo, sino Jesús como don: El don total de sí mismo, que ha manifestado durante toda su vida y que le ha llevado a su plenitud, identificándole con el Padre. Ese es el significado que yo tengo que descubrir. La eucaristía no es un producto más de consumo que me proporciona seguridades. Podemos oír misa sin que nos obligue a nada, pero no puedo celebrar la eucaristía sin comprometerme con los demás. No se puede salir de misa como si no hubiera pasado nada. Si la celebración no cambia mi vida en nada, es que me he quedado en el rito.

7º.- Haced esto no se refiere a que perpetuemos un acto de culto. Jesús no dio importancia al culto. Jesús quiso decir que recordáramos el significado de lo que acaba de hacer. Esto soy yo que me parto y me reparto, que me dejo comer. Haced también vosotros esto. Entregad la propia vida a los demás como he hecho yo.

8º.- Los signos no son el pan y el vino sino el pan partido y el vino derramado. Durante siglos, se llamó a la eucaristía la fracción del pan. No se trata del pan como cosa, sino del gesto de partir y comer. Al partirse y dejarse comer, Jesús está haciendo presente a Dios, porque Dios es don infinito, entrega total a todos y siempre. Esto tenéis que ser vosotros. Si queréis ser cristianos tenéis que partiros, repartiros, dejaros comer, triturar, asimilar, desapare­cer en beneficio de los demás. Una comunión sin este compromi­so es una farsa, un garabato, como todo signo que no signifique nada.

Todavía es más tajante el signo del vino. Cuando Jesús dice: esto es mi sangre, está diciendo esto es mi vida que se está derramando, consumiendo, en beneficio de todos. Eso que los judíos tenían por la cosa más horrorosa, apropiarse de la vida (la sangre) de otro, eso es lo que pretende Jesús. Tenéis que hacer vuestra, mi propia vida. Nuestra vida solo será cristiana si se derrama, si se consume, en beneficio de los demás como la mía.

Celebrar la Eucaristía es comprometerse a ser para los demás. Todas las estructu­ras que están basadas en el interés personal, o de grupo, no son cristianas. Una celebración de la Eucaristía compatible con nuestros egoísmos, con nuestro desprecio por los demás, con nuestros odios y rivalidades, con nuestros complejos de superioridad, sean personales o grupales, no tiene nada que ver con lo que Jesús quiso expresar en la última cena.

La eucaristía es un sacramento. Y los sacramentos, ni son milagros ni son magia. Se produce un sacramento cuando el signo (algo que entra por los sentidos) nos conecta con una realidad trascendente que no podemos ver, ni oír, ni tocar. Esa realidad significada, es lo que nos debe interesar. La hacemos presente por medio del signo. No se puede hacer presente de otra manera. Las realidades trascendentes, ni se crean ni se destruyen; ni se traen ni se llevan; ni se ponen ni se quitan. Están siempre ahí. Son inmutables y eternas.

El ser humano no tiene que liberar o salvar su “ego”, a partir de ejercicios de piedad sino liberarse del “ego”, que es precisamente lo contrario. Solo cuando hayamos descubierto nuestro verdadero ser, descubriremos la falsedad de nuestro yo individual y egoísta que se cree independiente. Estamos hablando del sacramento del amor, del sacramento de la unidad. Si la celebración de la eucaristía no nos lleva a esa unidad, significa que es falsa.

Meditación

No se trata solo de comer, sino de asimilar lo comido.
Si como sin asimilar, se producirá indigestión.
Si comulgo y no me identifico con lo que fue Jesús, me engaño.
Si no llego a lo significado, no hay sacramento que valga.
Realizado el signo, que entra por los sentidos,
queda por hacer lo importante: descubrir y vivir lo significado.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Dios ha muerto.

Domingo, 14 de junio de 2020
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jesus-cruzDios ha muerto, Nietszche ha muerto y yo no gozo de buena salud (Woody Allen)

Mt.18, 16-20

Jesús se acercó y les habló: Me han concedido plena autoridad en cielo y tierra

Los Panteones antiguos eran celestiales, y los dioses podían permitirse el lujo de realizar visitas de placer a las mortales, como por ejemplo Zeus visitando a Dánae, del pintor austríaco Gustav Klimt, y del que según Karl Kraus, representa la libertad femenina.

Richard Wagner mostró el derrumbamiento de su templo en la ópera El ocaso de los dioses.

Asegura Feurbach en La esencia del cristianismo, que Dios ha muerto vencido por el hombre.

¿Será todo esto cierto? Yo personalmente lo deseo, porque si muere, no me quedaré huérfano, razón por la cual me atrevo a hacer mío lo que Esquilo dijo Prometeo: “en una palabra, aborrezco a todos los dioses”, si bien el anteriormente citado filósofo alemán, en otra ocasión dijo: “Homo homini deus est”, lo cual yo tampoco me creo, aunque tampoco lo de Homo homini lupus de Hobbes.

En cambio, sí me hubiera gustado aplicarme lo que alguien dijo del Cid Campeador: ¡Dios, que buen vassallo, si oviesse buen señore!

Mas ya que dios ni es ni existe, -tan solo un bello sueño mitológico-, dejémosle que muera o viva donde más le plazca: posiblemente en los sueños de los filósofos griegos y en los Panteones romanos.

Fiedrich Nietzsche escribió en La gaya ciencia, que “Dios está muerto” (Gott ist tot), y su frase no significa que Nietzsche creyera que existía un Dios, y que, en realidad, había muerto: lo que dijo es una metáfora. El filósofo alemán pretende expresar que no solo Dios murió, sino que el ser humano le mató con el propósito de llegar a un mayor entendimiento del mundo.

En cambio, God’s Not Dead, es una película norteamericana de drama cristiano, dirigida por Harold Cronk en 2014.

La trama de este largometraje relata los esfuerzos del estudiante Josh Wheaton por probar la existencia de Dios en su clase de filosofía, la cual es enseñada por su profesor ateo llamado Jeffery Radisson: un ateo que exige que, si sus estudiantes quieren aprobar, tienen que firmar una declaración de que Dios está muerto.

Josh es el único estudiante en la clase que se niega a hacerlo, por lo que Radisson, estudiante de intercambio chino cuyo padre le había alentado a no convertirse al cristianismo, se levanta y dice: “Dios no está muerto”. Casi toda la clase sigue el ejemplo de Martin, obligando a Radisson a salir del salón, derrotado.

Pero Woody Allen dijo: Dios ha muerto, Nietszche ha muerto y yo no gozo de buena salud.

Miguel de Unamuno no dejó nunca de plantearse la existencia de Dios y el destino del ser humano. Ante el cuadro del Cristo de Velázquez expresaba esas luces y sombras:

 

¿En qué piensas Tú, muerto, Cristo mío?
¿Por qué ese velo de cerrada noche
de tu abundosa cabellera negra
de nazareno cae sobre tu frente?

Miras dentro de Ti, donde está el reino
de Dios; dentro de Ti, donde alborea
el sol eterno de las almas vivas.

Blanco tu cuerpo está como el espejo
del padre de la luz, del sol vivífico;
blanco tu cuerpo al modo de la luna
que muerta ronda en torno de su madre
nuestra cansada vagabunda tierra.

Blanco tu cuerpo está como la hostia
del cielo de la noche soberana,
de ese cielo tan negro como el velo
de tu abundosa cabellera negra
de nazareno cae sobre tu frente?

Miras dentro de Ti, donde está el reino
de Dios; dentro de Ti, donde alborea
el sol eterno de las almas vivas.

Blanco tu cuerpo está como el espejo
del padre de la luz, del sol vivífico;
blanco tu cuerpo al modo de la luna
que muerta ronda en torno de su madre
nuestra cansada vagabunda tierra.

Blanco tu cuerpo está como la hostia
del cielo de la noche soberana,
de ese cielo tan negro como el velo
de tu abundosa cabellera negra

 

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Nos habita y nos nutre.

Domingo, 14 de junio de 2020
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manoscorazJn 6, 51-58

El Evangelio de este domingo ilumina la fiesta del Corpus Christi que la Iglesia celebra. Más allá de los tonos rituales y de tradición de esta fiesta, Juan nos revela su profundo significado tocando uno de los centros neurálgicos de nuestra fe cristiana. Para comprender este discurso de Jesús, identificándose con el Pan de Vida, con el alimento de su carne y sangre, hemos de situarnos en la certeza de que el lenguaje religioso es metafórico. Y, como en toda metáfora, coexisten dos elementos: uno imaginario y otro real; además, hay que tener en cuenta el contexto para comprenderlos.

Pues bien, este famoso sermón de Jesús es pronunciado en la Sinagoga de Cafarnaúm, tras haber realizado el milagro de la multiplicación de los panes y los peces y tras el intento de los judíos galileos de proclamarle rey. Subyace en este contexto la polémica de Jesús con algunos de sus contemporáneos que esperaban a un Mesías que les diera de comer y, otros, como un gran líder que restaurara la verdadera Ley.

Comienza con la metáfora del pan bajado del cielo. Para un israelita el pan bajado del cielo no puede ser otra cosa que el maná que recibieron sus antepasados en el desierto, para ellos un signo sagrado de la acción salvadora de Dios y que nadie había cuestionado hasta entonces. Sin embargo, Jesús se expresa superando esta tradición y recuperando un sentido nuevo y provocador. Él es el pan vivo bajado del cielo, el nuevo alimento de Dios que no sacia el hambre como necesidad fisiológica sino el hambre de sentido de la vida que es nutrido por su misma naturaleza. Sus oyentes no han comprendido esta metáfora y, situados en la literalidad de sus palabras, discuten porque lo que dice es imposible: –¿Cómo puede éste darnos de comer su carne? Esto es lo que nos ocurre cuando el lenguaje religioso metafórico lo intentamos convertir en una verdad absoluta real desde nuestras categorías humanas y no percibimos la realidad y el elemento que la representa; se corre, así, el riesgo de sacralizar el significante y diluir su significado. Claramente, con esta afirmación, Jesús se ha desmarcado de su propia tradición religiosa.

Este discurso de Jesús va girando en espiral hasta llegar a un núcleo que parece una radiografía de lo que es el ser humano en su esencia: –Quien come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él–, es decir, lo más profundo de lo que somos está hecho de un intercambio permanente entre la humanidad y la Divinidad. Jesús no parece pretender formatear las mentes de los judíos para instalar su programa sino resaltar la libertad para elegir adherirse a su movimiento que es mucho más que una forma de vivir: es una nueva conciencia de la existencia.

Jesús avanza en su discurso y va mostrando a un Dios que es la fuente de la vida humana: – El Padre que me ha enviado, posee la vida, y yo vivo por Él. Así también el que me coma vivirá por mí -. Parece una danza que va entrelazando la vida humana en la vida divina revelando el sentido de la encarnación de Dios. Un Dios que se hace carne / Cuerpo no para deleitarse en su obra creadora, sino para agrandarla, no para recordar obsesivamente sus miserias y límites sino para liberarlos y que sea más real su presencia a través de ella. Así mismo, con su sangre supera el vínculo cerrado endogámico del judaísmo e inaugura una nueva familia abierta a todos: “quien quiera…”–; una nueva humanidad cuyo alimento es para todo ser y todo ser digno de pertenecer a ella.

FELIZ DOMINGO

 14 de junio de 2020

Rosario Ramos

Fuente Fe Adulta

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Somos vida viviéndose en forma humana.

Domingo, 14 de junio de 2020
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435F30C7-250C-41B7-8E01-4CD0233A9722Fiesta de “Corpus Christi”

14 junio 2020

Jn 6, 51-58

“Yo soy la vida” (Jn 11,25).

          Es sabido que en la redacción del cuarto evangelio participaron diferentes autores que fueron rehaciendo o glosando el original. En lo que a la metáfora del “pan de vida” se refiere, se perciben dos modos de explicarla notablemente diferentes: según un autor, el “pan” es la palabra que Jesús, en cuanto “alimento” y fuente de vida para el ser humano; sin embargo, otro glosador posterior identifica al “pan” con la “carne”, probablemente para subrayar la importancia del rito y el lugar central que debía otorgarse a la celebración de la eucaristía en la comunidad. Si, en un primer momento, los discípulos afirmaban que su alimento era la palabra de Jesús, más tarde insistirán en que el verdadero alimento es su cuerpo, presente en el pan que comulgan.

          Más allá de la interpretación teológica y su insistencia en la “materialidad” física del cuerpo de Cristo que se hace presente en el pan –así lo proclama la doctrina de la “transubstanciación”–, el texto evangélico habla sobre todo de comunión y de vida: “Habita en mí y yo en él…; yo vivo por el Padre…, el que me come vivirá por mí”. Aquí se encuentra la clave espiritual.

          “Padre” es una metáfora intercambiable por la de “Vida”. Todo es vida, en un despliegue admirable de formas que, a nuestros ojos, parecieran, en ocasiones, ocultarla. Pero cualquier forma, toda forma es, en realidad, vida.

          La vida no es algo que tenemos; tampoco es algo en lo que nos movemos. La vida no es un “contenedor” dentro del cual aparecemos nosotros, así como el resto de los seres. Somos la vida, que temporalmente se expresa en esta forma.

          El Padre, Jesús, nosotros, todos los seres… somos, en nuestra identidad profunda, vida. Porque solo la vida es. Todo lo demás son formas que ex-isten.

         Eso significa, en lo concreto, que no somos nosotros los que vivimos la vida –como con frecuencia tendemos a pensar–, sino que es la vida la que se vive en –o nos vive a– nosotros.

        Se nos hace presente, una vez más, nuestra realidad paradójica: somos vida expresándose en una forma impermanente. Teniendo en cuenta los dos polos de la paradoja, la sabiduría consiste en vivir la persona –que tenemos, en la que nos experimentamos– como un cauce por el que la vida –que somos– fluye. Lo cual tiene una traducción tan concreta como revolucionaria con respecto a nuestra forma habitual de funcionar: se trata de vivir diciendo “sí”.

          Decir “sí” a la vida implica alinearse con ella, recibir todo lo que viene, amar lo que es, agradecer, bendecir, confiar, responsabilizarse…, en la certeza de que la propia sabiduría de la vida va conduciendo todo el proceso. El objetivo solo es uno: crecer en la comprensión de lo que realmente somos. Tal comprensión, cuando es experiencial, equivale a liberación. No somos un yo separado de la vida y enfrentado a ella –esta creencia constituye la fuente de todo sufrimiento mental–, sino la misma vida y, a la vez, un cauce particular por el que la vida se expresa en todo momento.

¿Cómo me sitúo ante la vida?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Mientras exista hambre en el mundo, la Eucaristía no será plena, (P Arrupe)

Domingo, 14 de junio de 2020
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9FDE193A-80CD-4EE1-8C0A-D343111392EFDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

  1. Corpus christi: cuerpo de Cristo.

         Celebramos hoy la fiesta del Cuerpo de Cristo, es decir la presencia de Cristo en nosotros y en nuestras comunidades cristianas.

         La presencia de Cristo no es una cuestión fisiológica (seamos delicados), se trata de que Cristo está siempre presente en medio de los creyentes: donde estáis dos o más reunidos en mi nombre, allí estoy yo. (Mt 18,20). Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin de los tiempos. (Mt 28,19). Guardad mi presencia en medio de vosotros, haced esto en memoria mía, (1Cor 11).

         El Señor está presente en toda asamblea cristiana por pequeña y humilde que sea, JesuCristo en medio de nosotros: comparte nuestra vida.

JesuCristo fue feliz comiendo con sus discípulos junto al lago, con los dos de Emaús, con publicanos y pecadores, que somos nosotros.

El Señor nos invitó a guardar su memoria en medio de nosotros.

  1. Vivir en eucaristía: en agradecimiento

Eu – Xaris: buen regalo, buena gracia.[1]

Celebrar la Eucaristía no es sola ni principalmente celebrar un mero rito, sino vivir en actitud de agradecimiento: agradecidos a la vida, que cantaba Violeta Parra. Gracias a la vida que me ha dado tanto… Gracias a Dios, gracias a nuestros padres y familia, a nuestros amigos, compañeros, gracias a nuestros maestros, a los médicos que nos cuidan,

De bien nacidos es ser agradecidos”, dice un refrán castellano. Todo esto es también celebrar la Eucaristía

  1. Eucaristía es Multiplicar los panes en plena pandemia y en un mundo

que vive-muere de hambre.

La multiplicación de los panes no es una cuestión de magia o de prestidigitación, sino de solidaridad.Es un milagro que el ser humano dé, pero cuando Cristo está presente en nuestra mente y en nuestro corazón, cuando celebramos la Eucaristía con lo poco que hay, apenas cinco panes y dos peces, se reparte y llega para todos.

En muchos momentos y también en esta etapa de enfermedad y, por tanto de crisis económica, laboral, etc. Eucaristía es la solidaridad del pueblo con los que tienen carencias. Pensemos en los bancos de alimentos, en los comedores sociales, en el P. Ángel, en la hermana Winie Mutuku (hija de la caridad premiada hace algunas semanas por el gobierno de Kenia por su labor de dar comida a los niños)

Se saciaron todos e incluso llega a sobrar. La multiplicación de los panes es multiplicar la vida.

         El milagro es la solidaridad y la generosidad.

         La solución a la crisis económica no está tanto en la economía, cuanto en el corazón y solidaridad de las personas, en la ética.[2] Lo que transforma el mundo no son las leyes, sino el corazón.

Multiplicar los panes es tener buen corazón y compartir.

Celebrar la Eucaristía es también hacer lo que podamos para crear una sociedad justa, para crear trabajo, viviendas y educación para todos

  1. La Eucaristía es una mesa, un banquete abierto a todos.

La Eucaristía hemos de situarla en el contexto de las muchas comidas, cenas salvíficas que Jesús celebró con mucha gente: comidas de encuentro y de vida.

  • o San Juan no sitúa la Eucaristía no tanto en la última Cena, sino en el cp. 6: en la multiplicación de los panes, (Jn 6). El pueblo tiene hambre (entonces y ahora). Cristo es pan de vida: Yo soy el pan de vida (Jn 6).
  • o El Reino de los cielos se parece a un banquete, (Mt 22,24), especialmente para los desheredados, para los pobres.
  • o Recordemos cómo Cristo resucitado come con sus compañeros y discípulos.
  • o Los dos de Emaús reconocen la Vida al partir el pan (Lc 24, 13-35, v 30: Jesús tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio).
  • o Junto al lago Jesús les dice a los suyos si tienen algo que comer, comen pan y pescado (Lc 24, 36-49) y cuando compartieron el pan, se les abrió la inteligencia y comprendieron (v 45).

La Eucaristía no es un precepto para cumplir con la Iglesia y salvar mi alma. No me imagino a Jesús diciendo a los suyos: tenéis que ir a Misa los domingos, etc. Les dijo: guardad mi presencia en medio de vosotros, ¿Cuándo, cuántas veces?

La Eucaristía es algo más, más serio y profundo: la eucaristía es  vida. Impregnemos nuestra vida de Vida. Disfrutemos de la vida.

         A veces pensamos en una Iglesia de perfectos, gente de élite, milimétricos en moral, espartanos en ética, puros hasta el escrúpulo. Sin embargo la Iglesia nunca fue así y nunca lo será, porque estamos los que estamos: pecadores profundos, que amamos la vida, pero no acertamos.

  1. Yo soy el pan de vida, quien coma de este pan, vivirá

         El Señor es nuestro alimento. Pero no se trata, al menos no se trata únicamente de comer fisiológicamente un trozo de pan en el que creemos que está el Señor. Más bien comer el pan de vida es alimentar nuestra existencia, nuestro pensamiento y corazón de JesuCristo. Si alimentamos nuestra mente y vida del amor del Señor, del servicio, de la solidaridad, etc., tendremos vida, vida plena, definitiva.

         A modo de ejemplo: vivir no es meramente engullir unas vitaminas, proteínas, etc., sino que vivir es convivir en respeto, paz, servicio en la familia, en la amistad, en el pueblo, en las ideologías, en la iglesia, etc., la Vida, el pan de vida, vivir es vivir en la paz del Señor, en solidaridad, en acogida.

  1. La mesa del Señor está abierta a todos.

         Se hace extraño cómo el rigor litúrgico y moral han ido reduciendo “los cubiertos de los comensales” de la mesa de JesuCristo y no precisamente por las normas sanitarias, sino por un rigorismo moral y ritual.

Para los que viven del entramado moral-litúrgico, la Eucaristía es un restaurante de no sé cuántas estrellas y con la “rigidez litúrgica del desfile del día de la victoria”. Para los que andamos como podemos en la vida, la Eucaristía es la última Cena, es Emaús, pobres hombres y mujeres desesperanzados, incluso traidores, (Judas[3] y Pedro), pero que tienen la fortuna de encontrarse con Cristo y se sientan a la mesa con él.

Sin embargo es de mucho consuelo saber que la mesa del Señor está abierta a todos, especialmente a los pecadores y publicanos.

         La mesa de los ricos y de los poderosos está cerrada a los pobres. La mesa del Señor está abierta incluso a Judas y le ofrece un trozo de pan.

         Jesús disfrutaba comiendo con los pobres, pecadores. Él mismo era pobre y era buena gente.

¿Y nosotros?

Da mucho alivio saber que todos tenemos sitio en la casa, en la mesa, en la fiesta del Padre. No importa nuestra condición moral, nuestro pecado. Sí, somos hijos pródigos, publicanos, “magdalenas”, hemorroísas, pero Dios nos sienta a su mesa y encantado. Dios nos tiene ya preparado el sitio para el banquete. Nuestro sitio es sobre todo su corazón, su amor.

         Tenía mucha razón el Padre Arrupe cuando decía que: Mientras exista hambre en el mundo, la Eucaristía no será plena.

  1. La Eucaristía crea la Iglesia.

         Cristo dijo a los suyos: “haced esto en memoria mía…”, y va y nos inventamos el sagrario.[4] ¡No! Lo que Jesús nos dijo es: “quiero estar en medio de vosotros: en vuestro pensamiento, en vuestro corazón, en vuestras opciones y decisiones, en vuestra vida, en vuestros pobres. Se trata de que El Señor esté presente en nosotros, haced esto en memoria mía…

         Conforme, Cristo está en el sagrario, ¿pero está en mi vida y en la nuestras parroquias y diócesis?

  1. Dadles vosotros de comer.

         Demos gracias a Dios, que eso es la Eucaristía: acción de gracias.

         Hay gente que se pregunta con un cierto escándalo: ¿Y qué hace Dios que permite el hambre en el mundo, la guerra, que tantos niños mueran de paludismo?

         Pues la respuesta está en el evangelio de hoy: Dios nos ha hecho a nosotros

Dadles vosotros de comer

[1] “Eu” en griego significa bueno y “Xaris” es la misma palabra que el ángel le dijo a María: Dios te salve María, llena eres de gracia (“Xaris”).

[2] Del mismo modo que una buena salud no está solamente en Osakidetza (Seguridad Social), sino en una buena ética.

[3] Nunca ha dicho nadie, ni la iglesia que Judas esté condenado.

[4] El sagrario tiene el sentido de una cierta prolongación de la Eucaristía, especialmente en la vida monástica, así como también para los enfermos

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“Corporis mysterium” . Desconcierto teológico

Lunes, 24 de junio de 2019
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2Corpus_Christi_-_Toledo-Venta-de-AiresDel blog de Ramón Hernández Martín Esperanza Radical:

Frente a la celebración del Corpus esta semana, abordo el tema con inmensas precauciones, sabedor de que puedo incomodar, encabritar y hasta escandalizar a muchos. Pero al cirujano no le debe paralizar el hecho de tener que echar mano del bisturí, sobre todo cuando la vida está en juego. Tal es el caso o algo parecido. ¡Con lo bonito que sería dejar que las cosas fluyan mansamente y que te lleve la suave corriente!

 Eucaristía escorada

Diré groso modo, como base, que en el siglo XIII se produce un gran revuelo al abordar el tema de la “presencia real” de Cristo en la Eucaristía, con secuelas importantes para la vida de los creyentes. La preocupación por el tema de tal presencia, tan debatido entonces, lleva a la especulación teológica a servirse de la filosofía griega. Los términos “substancia” y “accidentes” son el eureka definitivo para la racionalización de un gran misterio: el pan y el vino, sin perder apariencia y consistencia, llevan en su misma entraña, en su substancia, el cuerpo y la sangre de Cristo. Cristo, por tanto, se hace realmente presente en ellos como “substancia”. ¡Aleluya! El poder de consagrar que otorga a los sacerdotes el sacramento del orden obra, por así decirlo, un gran milagro físico-metafísico. ¡Gran logro teológico!, y sin embargo….

No, el tema no ha quedado zanjado ni fijado para siempre. Es más, la Eucaristía resultante sale malparada de esa racionalización metafísica, pues su condición de “sacramento”, que convierte a Cristo en pan de vida y bebida de salvación, pierde fuelle al convertirse la Eucaristía en una especie de segunda encarnación y, por ello, en objeto de un trato “personal” que no encaja en el sacramento ni a machamartillo.

Adoración

Santa-EucaristiaLa insistencia en probar la presencia real hace que lo “sacramental” derive a “personal”. De ahí al acompañamiento y a la adoración de Cristo en las especies solo media un paso imperceptible. Y así, lo que únicamente debería servir para comida de salvación deriva en “presencia física” de un Dios digno de ser adorado y acompañado en su soledad. En ese contexto, la festividad del Corpus resulta tan lógica como desatinada.

Tal desajuste teológico y desbarajuste piadoso me obligan a gritar con fuerza que la Eucaristía queda desvirtuada al perder su enorme fuerza sacramental de transformación de nuestra conducta. Partir y compartir el pan de vida exige mucho más que genuflexiones. Además, nada hay en el pan y en el vino que invite a hincar la rodilla.

La conversión de la presencia real en “personal” polariza la piedad cristiana. Asombra el aplomo con que el cantor de la Eucaristía, Santo Tomás de Aquino, trata este sacramento, pero su teología, sólidamente sustentada en la transubstanciación, acentuó tanto la “presencia” que desnaturalizó un sacramento que fundamenta y expresa la Iglesia misma.

De poco han servido las advertencias del mismo Jesús en Jn 4,21-24: Créeme, mujer, que se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adorarán ustedes al Padre… se acerca la hora, y ha llegado ya, en que los verdaderos adoradores rendirán culto al Padre en espíritu y en verdad… Dios es espíritu, y quienes lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad”.

Partir el pan

Debemos rescatar el significado y la virtualidad de partir y compartir el cuerpo y la sangre del Señor, gesto ritual frente al cual palidece la incuestionable belleza de la celebración del “Corpus”. Que para ello los cristianos nos sirvamos de pan y vino desmonta de un plumazo cualquier atisbo de canibalismo entre nosotros. Se come pan y se bebe vino con la fuerza significativa de comunión efectiva con un Cristo que es vida y salvación. La tradición cristiana anterior lo expresaba mejor hablando de “simbolismo ontológico”, aunque fuera una expresión menos solemne e ingeniosa que la de “transubstanciación”.

Dicha tradición realzaba la virtualidad eucarística al identificar a cada comensal con un grano de trigo y otro de uva. Por ello, los cristianos somos en ella, al mismo tiempo, comida y comensales. La “comunión indigna” sobre la que advierte San Pablo en 1 Cor 11:27-32 denuncia el egoísmo de “no compartir”.  Partir (ascética) y compartir (caridad) es la clave del cristianismo.

Para convertirse en Eucaristía, el cristiano debe seguir el proceso a que son sometidos los granos de pan y uva: de siega, trilla, molienda, fermentación y cocción, en un caso; de vendimia, pisado y fermentación, en el otro. Se trata de comportamientos ascéticos muy exigentes. Resuena en ello el “niégate a ti mismo” evangélico (Mt 16:24).

Compartir el pan

“Compartir” mete en danza nuestra propia vida, pues debemos hacerlo no solo con lo que tenemos, sino también con lo que somos. Debemos poner nuestra carne en el asador del mandamiento del amor. Esa es la madre del cordero del cristianismo.

La razón estriba en que la auténtica “presencia personal” de Cristo no está en el pan de vida y en la bebida de salvación, sino en cada uno de los seres humanos sin excepción, a tenor de lo que dice el mismo Jesús en Mt 25:40: “… a mí me lo hicisteis”. De ahí que la única manera de acercarse a Cristo es alimentarlo, vestirlo, acompañarlo y adorarlo en todos y cada uno de los seres humanos. Un cristiano no debería hincar su rodilla más que ante otro ser humano y más cuanto más necesitado sea, pues Jesús se identifica con él.

Compartir_el_panDe atenernos a esta esplendorosa verdad, la de ver a Dios en cada ser humano, los cristianos cambiaríamos por completo, de forma radical, nuestros comportamientos depredadores y pondríamos en solfa los de todos los demás. Nadie ha podido jamás ni podrá en el futuro proclamar una verdad tan esplendorosa y trascendente, tan libre de demagogias y soflamas populistas. La presencia de nuestro Dios es tan fuerte que aflora invasora en el rostro doliente de todo ser humano, también en el de los agnósticos, ateos, descreídos y desesperados de la vida. Lo hace, además, de forma especial en el de los pobres y desvalidos para que podamos echarle una mano. Teniendo esa conciencia, jamás podremos negarnos a auxiliar a otro ser humano cualesquiera sean su situación y condición.

Frente a un imaginario dilema entre Eucaristía y el ser humano más depravado, el cristiano debe decantarse por el último. En la imposible hipótesis de tener que pisotear la Eucaristía o darle una bofetada a un pederasta asesino, el cristiano debería optar por lo primero, pues entre ambos hay la diferencia que media entre un alimento y quien lo come. El “sagrario” donde realmente habita Dios es el hombre. Repito que la extraordinaria virtualidad de la Eucaristía dimana de que, en ella, todos somos al mismo tiempo comida y comensales, de que participar en su celebración nos exige partirnos y compartirnos.

Fuente Religión Digital

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Hacia un idolatría de la Eucaristía.

Domingo, 23 de junio de 2019
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lidolatrie-de-leucharisrie

[…] El mismo Cristo  debe asfixiarse en nuestros ostensorios de oro, en nuestros cálices incomparables, en nuestros copones incrustados de joyas, Él quiso sólo la paja del Pesebre o la madera de la cruz. El culto exagerado de la Eucaristía tiende a hacer de nuestras iglesias templos paganos.

*

Louis Evely

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Condúceme de lo irreal a lo real, condúceme de las tinieblas a la luz, condúceme de la muerte a la inmortalidad.

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Brihadaranyaka Upanishad

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Una liturgia sin compromiso místico

Los faraones de Egipto han sido divinizados y los monumentos no dejan de representar su investidura divina. Cuando, más tarde, Alejandro el Grande conquistó Egipto, no creyó que pudiera asegurar su dominación sobre las colonias sin hacerse reconocer como Dios. Del mismo modo los emperadores romanos, para consolidar la unidad de su imperio, aceptaron, luego finalmente impusieron, esta divinización de Roma y de su persona.

Pero esta divinización del faraón provocaba también, casi necesariamente, la “faraonización” de dios. Había una simbiosis, una suerte de comunidad de vida en la que las reacciones eran recíprocas y, finalmente, la imagen de la divinidad se amoldaba a la del faraón divinizado.

¿Hasta qué punto esta situación ha sido reproducida a lo largo de los siglos, incluso en el pensamiento de Israel? ¿En qué medida nuestra liturgia no guarda vestigios de este intercambio ambiguo entre la realeza terrestre y la realeza divina? ¿Hasta qué punto incluso el concepto de la realeza divina no es simplemente una emanación de la realeza humana?

¿En qué medida, en Bizancio, la liturgia de Palacio y la liturgia de Santa Sofía no coincidían en una misma imagen, donde la realeza divina y la realeza humana se confundían de nuevo?

Y en qué medida nuestra liturgia no es todavía una supervivencia de las liturgias reales que no comprometen nunca el fondo del alma? ¿No podemos pensar, a veces, que en nuestra misma liturgia, se trata de rendir homenaje a un soberano, de procesiónar alrededor de su altar, de erigirle un santuario dedicado a él, y una vez hecho esto, queda con Dios, todo esto que puede realizarse y celebrar sin ninguna especie de compromiso místico?

Algo extremadamente peligroso

Es evidente que, si el hombre de la calle es tan a menudo completamente extraño a lo que pasa en nuestras iglesias, es porque no pasa allí ningún acontecimiento susceptible de tocarlo aunque sea un poco. El no se siente allí de ninguna manera alcanzado y concernido a lo más íntimo de él mismo.

Hay una religión aparente que  no asume compromiso profundo. Esto es extremadamente grave, y podemos preguntarnos hasta qué punto esto no es a causa de la Eucaristía que llegamos a una confusión tan radical sobre la esencia misma del mensaje de Jesús.

Una especie de materialismo religioso, el peor de todos; puede trágicamente establecerse alrededor de la Eucaristía; tenemos un catalizador de paladio, un pararrayos celeste, sobre la casa, podemos dormir tranquilo, Dios está allí en su cajita y lo tenemos constantemente a nuestra disposición.

¿Nos hemos cuestionado suficientemente sobre  el valor de nuestras comuniones? ¿sobre el valor de esos niños? ¿Qué producen? ¿Qué cambian?

En las comuniones sin compromiso, donde se cuenta con el opus operatum (un efecto producido infaliblemente por el hecho de que se recibe el sacramento), en las comuniones donde mecánicamente se debe ser santificado porque se abrió la boca o se tendió la mano para recibir la hostia: hay allí algo extremadamente peligroso porque no se ve en absoluto toda la exigencia que está en la base de una conversión verdadera, y que supone a un nuevo nacimiento; no vemosen absoluto la exigencia de la comunión que implica esta transformación radical donde se pasa del mí posesivo al mi oblativo. Incluso, ¿cuántos sacerdotes  que celebran la misa cada día todavía pueden, quizá, estar todavía allí?

Resituar la Eucaristía en la perspectiva evangélica

Debemos pues resituar la Eucaristía, hay que situarla allí dónde la vida de la Iglesia debe encontrar su unidad, hay que situarla en su sitio, es decir en la perspectiva evangélica que se nos impone en los últimos encuentros del Señor con sus discípulos.

La última consigna que resuena en todas las páginas delrelato joánico, es que os améis unos a otros como yo os he amado. Y esta consigna es también el criterio que hace reconocer a los discípulos de Jesús: ” en esto os reconocerán que sois mis discípulos, si os amais los unos a los otros.

Y para dar una lección a sus discípulos, Jesús les lavó los pies. “Esto es lo que es amar a tu prójimo: lo que he hecho es para que hagáis vosotros lo mismo los unos a los otros”.

Por extraño que pueda parecer, la Eucaristía parece haber desaparecido, ni siquiera se nombra en este lugar, ¿por qué? Debido a que está implícita en esta mandato (lavatorio de los pies). Está implícitamente contenida en el mandato y en la consigna final del Señor: “Amaos los unos a los otros”, ya que es exactamente la misma cosa.

“Os conviene que yo me vaya “

Recordemos las trágicas palabras de Jesús en el discurso después de la Última Cena: “Es bueno que yo me vaya porque, si no me voy, el Paráclito, el Espíritu Santo, no vendrá a a vosotros”. ¿Cómo no ver en estas palabras la confesión de un fracaso? Jesús nunca convirtió a nadie … ¡a nadie! Ni la muchedumbre, ni los sacerdotes, ni las autoridades, ni Herodes ni sus discípulos, ni incluso el discípulo amado que se dormirá como los otros enseguida en el Jardín de la Agonía: no ha convertido a nadie.

Y la llamada suprema que les dirige  a sus discípulos en el lavamiento de los pies se quedará sin eco: no comprenden que el reino de Dios está dentro de ellos mismos.

No comprenderán que es para hacer nacer este reino interior que Jesús se arrodilla delante de ellos para lavarles los pies, y no comprenden  que es para arrancar la piedra de nuestros corazones que Jesús muere sobre la cruz. Y la última pregunta que le harán a Jesús justo antes de la Ascensión será significativa de esta total  incomprensión.

¡La humanidad de Jesús debe pues desaparecer! Y es sólo en lo invisible, en el fuego del Pentecostes, como encontrarán a su Maestro como una presencia interior, no lo verán en lo sucesivo ya más delante de ellos sino dentro de ellos, y es en aquel momento cuando lo reconocerán. ¿Podemos desde entonces imaginar un solo instante que Nuestro Señor nos haya dado la Eucaristía para que refabriquemos con este sacramento un culto idolátrico, para que pudiéramos poseerlo allí, al alcance de nuestra mano, encerrándole en una caja para que nos pertenezca? ¿ Podemos concebir un materialismo igual por parte del Señor? ¿Cómo podemos imaginar que les hubiera robado su presencia visible a los Apóstoles para restituirnos en la hostia un foco de idolatría, como si pudiéramos disponer de Dios como el resultado de un objeto? Es absolutamente imposible, es exactamente lo contrario que sucede cuando Jesús nos da la Eucaristía.

*

Maurice Zundel

La Rochette, 1963

(Fuente)

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***

En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban.

Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle:

“Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.”

Él les contestó:

“Dadles vosotros de comer.”

Ellos replicaron:

“No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.”

Porque eran unos cinco mil hombres.

Jesús dijo a sus discípulos:

“Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.”

Lo hicieron así, y todos se echaron.

Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.

*

Lucas 9, 11b-17

***

El milagro de la multiplicación de los panes tiene lugar allí donde en el pueblo de Dios se escucha la Escritura cuya exégesis mesiánica nos proporcionó Jesús, y, por consiguiente, allí donde se respeta la Escritura y se obedece su Palabra, que encuentra su expresión actual en la asamblea de la comunidad.

Eso significa: allí donde se vive la vida cotidiana bajo el lema de la voluntad de Dios […]. El milagro de la multiplicación de los panes tiene lugar allí donde se celebra el banquete mesiánico, al que Jesús quiso invitarnos precisamente a todos, a los justos y a los pecadores, a los sanos y a los enfermos, a los invitados de la primera hora y a los que se quedan mirando los toros desde la barrera, es decir, allí donde se ha hecho posible, a continuación, la integración y la unanimidad de aquellos que quieren ponerse al servicio ae la construcción del pueblo de Dios. Eso significa: allí donde al convivium, o sea, al banquete de la eucaristía, le corresponde de nuevo el convivir, o sea, la convivencia de los creyentes que precede y sigue a la eucaristía, y encuentra su síntesis festiva en la celebración de semana en semana, de una fiesta a la otra.

El milagro de la multiplicación de los panes tiene lugar allí donde se vuelve vital la fe en que el hombre no vive sólo de pan, sino que vive, en primer lugar, de la Palabra de Dios, de su promesa y de la voluntad de aquel que se ha creado un pueblo al que debe llevar a una tierra que mana leche y miel. Eso significa que el milagro tiene lugar asimismo allí donde los creyentes se atreven a dar pruebas de su propia fe y a ponerla a prueba.

*

R. Pesch,
Il miracolo della moltiplicazione dei pañi. C’é una soluzione per la fame nel mondo?,
Brescia 1997, pp. 182ss, passim.

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“En medio de la crisis”. Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo – C (Lc 9,11-17)

Domingo, 23 de junio de 2019
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10-CORPUS-CHRISTI-C-600x441Muchas personas siguen sufriendo de muchas maneras crisis económica. No nos hemos de engañar. No podemos mirar a otro lado. En nuestro entorno más o menos cercano nos iremos encontrando con familias obligadas a vivir de la caridad, personas amenazadas de desahucio, vecinos golpeados por el paro, enfermos sin saber cómo resolver sus problemas de salud o medicación.

Nadie sabe muy bien cómo irá reaccionando la sociedad. En algunas familias podrá ir creciendo la impotencia, la rabia y la desmoralización. Es previsible que aumenten los conflictos. Es fácil que crezca en algunos el egoísmo y la obsesión por la propia seguridad.

Pero también es posible que vaya creciendo la solidaridad. La crisis nos puede hacer más humanos. Nos puede enseñar a compartir más lo que tenemos y no necesitamos. Se pueden estrechar los lazos y la mutua ayuda dentro de las familias. Puede crecer nuestra sensibilidad hacia los más olvidados.

También nuestras comunidades cristianas pueden crecer en amor fraterno. Es el momento de descubrir que no es posible seguir a Jesús y colaborar en el proyecto humanizador del Padre sin trabajar por una sociedad más justa y menos corrupta, más solidaria y menos egoísta, más responsable y menos frívola y consumista.

Es también el momento de recuperar la fuerza humanizadora que se encierra en la eucaristía cuando es vivida como una experiencia de amor confesado y compartido. El encuentro de los cristianos, reunidos cada domingo en torno a Jesús, ha de convertirse en un lugar de concienciación y de impulso de solidaridad práctica.

Hemos de sacudir nuestra rutina y mediocridad. No podemos comulgar con Cristo en la intimidad de nuestro corazón sin comulgar con los hermanos que sufren. No podemos compartir el pan eucarístico ignorando el hambre de millones de seres humanos privados de pan y de justicia. Es una burla darnos la paz unos a otros olvidando a los que van quedando excluidos socialmente.

La celebración de la eucaristía nos ha de ayudar a abrir los ojos para descubrir a quienes hemos de defender, apoyar y ayudar en estos momentos. Nos ha de despertar de la «ilusión de inocencia» que nos permite vivir tranquilos, para movernos y luchar solo cuando vemos en peligro nuestros intereses. Vivida cada domingo con fe, nos puede hacer más humanos y mejores seguidores de Jesús. Nos puede ayudar a vivir con lucidez cristiana, sin perder la dignidad ni la esperanza.

José Antonio Pagola

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“Comieron todos y se saciaron”. Domingo 23 de junio de 2019. Festividad del cuerpo de Cristo

Domingo, 23 de junio de 2019
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35-CorpusC cerezoLeído en Koinonia:

Génesis 14, 18-20: Sacó pan y vino:
Salmo responsorial: 109, 1. 2. 3. 4: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.
1Corintios 11, 23-26: Cada vez que coméis y bebéis, proclamáis la muerte del Señor.
Lucas 9, 11b-17: Comieron todos y se saciaron.

La primera lectura (Gen 14,18-20) es un antiguo texto legendario, originalmente quizás de naturaleza política-militar, en el que el misterioso personaje Melquisedec rey de Salem ofrece a Abraham un poco de pan y vino. Se trata de un gesto de solidaridad: a través de aquel alimento, Abraham y sus hombres pueden reponerse después de volver de la batalla contra cuatro reyes (Gen 14,17). El pasaje, sin embargo, parece contener una escena de carácter religioso, siendo Melquisedec un sacerdote según la praxis teológica oriental.

El gesto podría contener un matiz de sacrificio o de rito de acción de gracias por la victoria. El v. 19, en efecto, conserva las palabras de una bendición. Las palabras de Melquisedec y su gesto ofrecen una nueva luz sobre la vida de Abraham: sus enemigos han sido derrotados y su nombre es ensalzado por un rey-sacerdote. El capítulo 7 de la Carta a los Hebreos ha construido una reflexión en torno a Cristo Sacerdote a la luz de este misterioso texto del Génesis, según la línea teológica ya presente en las palabras que el Sal 110,4 dirige al rey-mesías: “Tú eres sacerdote para siempre al modo de Melquisedec”.

La segunda lectura (1Cor 11,23-26) pertenece a la catequesis que Pablo dirige a la comunidad de Corinto en relación con la celebración de las asambleas cristianas, donde los más poderosos y ricos humillaban y despreciaban a los más pobres. Pablo aprovecha la oportunidad para recordar una antigua tradición que ha recibido sobre la cena eucarística, ya que el desprecio, la humillación y la falta de atención a los pobres en las asambleas estaban destruyendo de raíz el sentido más profundo de la Cena del Señor.

Se coloca así en sintonía con los profetas del Antiguo Testamento que habían condenado con fuerza el culto hipócrita que no iba acompañado de una vida de caridad y de justicia (cf. Am 5,21-25; Is 1,10-20), como también lo hizo Jesús (cf. Mt 5,23-24; Mc 7,9-13). La Eucaristía, memorial de la entrega de amor de Jesús, debe ser vivida por los creyentes con el mismo espíritu de donación y de caridad con que el Señor “entregó” su cuerpo y su sangre en la cruz por “vosotros”.

Esta lectura paulina nos recuerda las palabras de Jesús en la última cena, con las que cuales el Señor interpretó su futura pasión y muerte como “alianza sellada con su sangre” (1 Cor 11,25) y “cuerpo entregado por vosotros” (1 Cor 11,24), misterio de amor que se actualiza y se hace presente “cada vez que coman de este pan y beban de este cáliz” (1 Cor 11,26). La fórmula del cáliz eucarístico, semejante a la fórmula de la última cena en Lucas (Mateo y Marcos reflejan una tradición diversa), está centrada en el tema de la nueva alianza, que recuerda el célebre paso de Jer 31,31-33. Cristo establece una verdadera alianza que se realiza no a través de la sangre de animales derramada sobre el pueblo (Ex 24), sino con su propia sangre, instrumento perfecto de comunión entre Dios y los hombres.

La celebración eucarística abraza y llena toda la historia dándole un nuevo sentido: hace presente realmente a Jesús en su misterio de amor y de donación en la cruz (pasado); la comunidad, obediente al mandato de su Señor, deberá repetir el gesto de la cena continuamente mientras dure la historia “en memoria mía” (1Cor 11,24) (presente); y lo hará siempre con la expectativa de su regreso glorioso, “hasta que él venga” (1 Cor 11,26) (futuro). El misterio de la institución de la Eucaristía nace del amor de Cristo que se entrega por nosotros y, por tanto, deberá siempre ser vivido y celebrado en el amor y la entrega generosa, a imagen del Señor, sin divisiones ni hipocresías.

El evangelio de hoy relata el episodio de la multiplicación de los panes, que aparece con diversos matices también en los otros evangelios (¡dos veces en Marcos!), lo que demuestra no sólo que el evento posee un cierta base histórica (no necesariamente milagrosa), sino que también es fundamental para comprender la misión de Jesús.

Jesús está cerca de Betsaida y tiene delante a una gran muchedumbre de gente pobre, enferma, hambrienta. Es a este pueblo marginado y oprimido al que Jesús se dirige, “hablándoles del reino de Dios y sanando a los que lo necesitaban” (v. 11). A continuación Lucas añade un dato importante con el que se introduce el diálogo entre Jesús y los Doce: comienza a atardecer (v. 12). El momento recuerda la invitación de los dos peregrinos que caminaban hacia Emaús precisamente al caer de la tarde: “Quédate con nosotros porque es tarde y está anocheciendo” (Lc 24,29). En los dos episodios la bendición del pan acaece al caer el día.

El diálogo entre Jesús y los Doce pone en evidencia dos perspectivas. Por una parte los apóstoles que quieren enviar a la gente a los pueblos vecinos para que se compren comida, proponen una solución “realista”. En el fondo piensan que está bien dar gratis la predicación pero que es justo que cada cual se preocupe de lo material. La perspectiva de Jesús, en cambio, representa la iniciativa del amor, la gratuidad total y la prueba incuestionable de que el anuncio del reino abarca también la solución a las necesidades materiales de la gente.

Al final del v. 12 nos damos cuenta que todo está ocurriendo en un lugar desértico. Esto recuerda sin duda el camino del pueblo elegido a través del desierto desde Egipto hacia la tierra prometida, época en la que Israel experimentó la misericordia de Dios a través de grandes prodigios, como por ejemplo el don del maná. La actitud de los discípulos recuerda las resistencias y la incredulidad de Israel delante del poder de Dios que se concretiza a través de obras salvadoras en favor del pueblo (Ex 16,3-4).

La respuesta de Jesús: “dadles vosotros de comer” (v. 13) es un recurso literario para poner en destaque la misión de los discípulos. Éstos, aquella tarde cerca de Betsaida y a lo largo de toda la historia de la Iglesia, están llamados a colaborar con Jesús, preocupándose por conseguir el pan para sus hermanos. Después de que los discípulos acomodan a la gente, Jesús “tomó los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, los partió y se los iba dando a los discípulos para los distribuyeran entre la gente” (v. 16).

Al final todos quedan saciados y sobran doce canastas (v. 17). El tema de la “saciedad” es típico del tiempo mesiánico. La saciedad es la consecuencia de la acción poderosa de Dios en el tiempo mesiánico (Ex 16,12; Sal 22,27; 78,29; Jer 31,14). Jesús es el gran profeta de los últimos tiempos, que recapitula en sí las grandes acciones de Dios que alimentó a su pueblo en el pasado (Ex 16; 2Re 4,42-44). Los doce canastos que sobran no sólo subraya el exceso del don, sino que también pone en evidencia el papel de “los Doce” como mediadores en la obra de la salvación. Los Doce representan el fundamento de la Iglesia, son como la síntesis y la raíz de la comunidad cristiana, llamada a colaborar activamente a fin de que el don de Jesús pueda alcanzar a todos los seres humanos. Leer más…

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Corpus Christi 2019. Pan bendecido, multiplicado y repartido

Domingo, 23 de junio de 2019
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Panes y pecesDel blog de Xabier Pikaza:

10 presencias reales de Cristo. Corpus Christi 2019.

Misa en el Mundo, misa en la Iglesia

Conforme al evangelio de este domingo del Corpus 2019 (Lc 9, 12‒17), el Cuerpo de Cristo no se identifica en primer lugar con pan de la Liturgia Eucarística Sacral (la Misa, celebrada por oficiantes  clérigos), sino con el pan de la Mesa Social, que Jesús bendijo y multiplicó y que sus discípulos (clérigos y/o laicos) tienen que bendecir (poner al servicio de la vida de todos) y multiplicar al servicio de todos los hambrientos en el campo abierto de la vida, fuera de las posibles iglesias en sí mismas.

 Muchas veces he tratado en este blog de la fiesta sagrada del Cuerpo de Cristo, con Misa Oficial. Hoy, en cambio, por exigencia del mismo evangelio debo presentar el tema del pan bendecido y multiplicado a campo abierto (en todo el mundo, para todos), al servicio de la vida, comentando el pasaje de Lucas, para ocuparte después de las varias presencias de Cristo (de Dios) como pan para los hombres. Nos hallamos, pues, ante una eucaristía social, ante el pan de la oración de Jesús (el pan nuestro de cada día), que los creyentes (laicos antes que curas) bendicen, multiplican y comparten.

Texto. Lucas 9, 12-17

Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle: Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado. Él les contestó: Dadles vosotros de comer. Ellos replicaron: No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar comida para todo este gentío. Porque eran unos cinco mil hombres. Jesús dijo a sus discípulos: Decidles que se recuesten en grupos de unos cincuenta. Lo hicieron así, y todos se recostaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.

BENDIJO LOS PANES, LOS PARTIÓ Y SE LOS DIO PARA QUE LOS REPITIERAN

           Multiplicación-de-los-panes-y-los-peces.-Iglesia-del-Cachorro  Estas palabras condensan el motivo de la multiplicación de los panes y los peces (comida normal, en el entorno del “mar” de Galilea) y forman un elemento clave de la vida y mensaje de Jesús. Más que un milagro físico de aumento material de comida, ellas nos sitúan ante un milagro de comunicación y alimentación, en un contexto marcado por el hambre, la división de grupos sociales y la oposición entre personas puras (que pueden compartir la mesa) e impuras (que no pueden acercarse a la mesa de los puros).Frente al pan del diablo de las tentaciones (Mt 4 y Lc 4), que sirve para esclavizar a los hombres, eleva aquí Jesús el pan bendecido que se multiplica y reparte entre todos los hombres, como Cuerpo de Cristo, primera eucaristía.

             Este pasaje de las multiplicaciones (con los de 6, 35-44 y 8, 1-10 y Mt 14, 13-31; 15, 32-39) constituye la mejor demostración histórica del interés de Jesús por la comida, que él identificará en la Última Cena con su propio cuerpo mesiánico. Anterior y más importante que la Última Cena de “curas” (que la Iglesia Católica ha reservado sin razón a sus ministros oficiales) es esta Comida Diaria de hambrientos, que Jesús quiere celebrar con todos sus seguidores, con los hombres y mujeres de todos los pueblos, como lo recuerda la liturgia de este Corpus Christi.  Lo primero es pan compartido de cada día, que se abre la fraternidad y, sobre todo, a la bendición de Dios.

 ‒ Este pan de Jesús la comida que Jesús comparte con todos, a cambio abierto, es pan de eulogía/bendición y de eucaristía/agradecimiento. Nuestro pasaje dice que Jesús, “alzando los ojos al cielo, bendijo los panes” (eulogêsen autous). El evangelio de Lucas utiliza así la fórmula israelita de la “eulogía” o beraká, que nos sitúa en el ámbito de las grandes oraciones de la tradición bíblica (desde el Sal 103, 1.20 hasta Ef 1, 3). Ésta es la fórmula empleada en la primera multiplicación de Marcos y Mateo, aunque en la segunda, apelando a la tradición de sus comunidades, ellos emplean más bien de acción de gracias (eukharistêsas: cf. Mc 8, 6; Mt 15, 36), más apropiada a la piedad de las comunidades cristianas helenistas.

La eulogia o beraká  tiene un sentido más teológico, en la línea del Antiguo Testamento, donde Dios mismo se presenta como eulogêtos, baruk, es decir, el Bendito (en latín benedictus, como en la oración de Zacarías, Lc 2, 68). Ésta es la expresión que se emplea en los textos más solemnes de la Biblia, desde Sal 68, 20 y Gen 27:29, con 1 Rey 10, 9, hasta Sal Sal 8, 40. 41 y Dan 2, 20 con Rom 1, 25; 9,5. En sentido estricto, solo Dios merece toda bendición, por su misma realidad, por su grandeza. En esa línea, toda oración israelita, y en fondo toda oración cristiana, es una beraká, es decir, una bendición dirigida a Dios, tanto por sí mismo como por los dones que él ofrece a los hombres.

Pues bien, esta bendición de Dios es el pan de cada día, compartido y multiplicado por los hombres. En ese contexto de la multiplicación, la beraká o bendición se dirige directamente a Dios que es el bendito (Baruk), por dos razones.

 (a) Por los dones que Dios ofrece a los hombres, que en este caso son el pan y los peces, con los que se puede alimentar a los hambrientos.

(b) Por la comunicación que se establece a través de los dones (pan y peces) entre todos los que comparten la comida.

 En esa línea, el gesto entero de comer juntos, en pleno campo, participando de una misma comida, es una beraka o bendición. Desde ese fondo podemos y debemos distinguir los tres tipos de bendición que han sido destacados por la tradición israelita.

 ‒ Hay una bendición o beraká de tipo inmediato al alcance de todos, en especial de los padres de familia, que podría entenderse en la línea de una magia buena. En ese sentido, la palabra pronunciada por un hombre dotado de poderes tiene beraka, es decir, ejerce un influjo fuerte y casi automático de forma que se cumple de manera inexorable. En un estadio de ese tipo se sitúan las bendiciones de numerosos relatos de la historia patriarcal o de los tiempos primeros de Israel (Gen 27, 1-46; 32, 26-32; Num 22, 6 etc.).

Hay un tipo de bendición judía propia del culto, que se despliega en un plano de liturgia sacerdotal. Ya no es una palabra autónoma que cumple casi mecánicamente lo que dice, sino un elemento del culto, regulado y sistematizado para la protección del individuo y del conjunto de la comunidad. En ese contexto se sitúan los salmos de bendición y otros pasajes de carácter celebrativo de la Biblia (Sal 21, 4 s; 118, 26; 115, 12-15; Dt 27, 12-13).

Hay finalmente un tipo de bendición sapiencial, de tipo moralista, como muestra por ejemplo Prov 3, 33 cuando afirma que la maldición de Dios amenaza a la casa del malvado mientras que el hogar del justo es bendecido (cf. también Job 31, 30). En esa línea podemos comprender algunos momentos básicos de la bendición/maldición cristiana (como el de Mt 25, 31; cf. Dt 28), que ratifican la experiencia del cumplimiento de la justicia de Dios.

 A partir de aquí puede entenderse el paso del lenguaje de la bendición más judía, que era dominante en el mensaje de Jesús y de la primera iglesia al lenguaje de la eucaristía (acción de gracias), que empezará a imponerse en las comunidades helenistas donde, más que bendecir a Dios por el pan compartido de los pobres, se le da gracias (eucaristía) por aquello que ha realizado en Jesús a favor de los hombres. En esa línea se sitúa (como he dicho) la segunda multiplicación de Mc 8, 6 y Mt 15, 36, donde no aparece ya la palabra eulogia/beraka, sino la eucaristía (euvcaristh,saj, eukharistêsas, dando gracias), que tiene un matiz más mesiánico, de respuesta al don ya recibido. Más que bendecir a Dios por lo que él es, los cristianos le dan gracias por aquello que él ha hecho y por lo que sigue haciendo a favor de los hombres.

Ésta ha terminado siendo la palabra más utilizada para indicar la liturgia cristiana, llamada precisamente eucaristía (más que eulogía o beraka), de manera que ella se entiende así como respuesta agradecida de los hombres por aquello que Dios les ha concedido, especialmente por la salvación que él ha ofrecido en Cristo, una salvación que se recuerda al darle gracias, y que se vincula de un modo especial a las comidas, como en este caso y en la última cena (Mt 26, 27; Mc 14, 23; Lc 22,17.19; Jn 6,11.23). Así lo ha entendido y expresado especialmente Pablo (cf. Rom 1, 21; 14, 6; 1 Cor 11, 24; 14,18; Flp 1, 3 etc.). Ciertamente, Dios sigue estando en el fondo como el Bendito, pero los fieles recuerdan de un modo especial su acción a favor de ellos, dándole gracias.

Pero después, en una tradición ya más influenciada por la pascua mesiánica y por las “comidas” de acción de gracias, por la muerte y resurrección de Jesús, los cristianos han insistido más en la eucaristía que en la eulogía o beraká, y de esa forma, la “cena del Señor” (es decir, la liturgia cristiana) tiende a llamarse sin más eucaristía, al menos desde el tiempo de san Justino, Apol. 1, 65. De todas formas, significativamente, los mismos relatos de la segunda multiplicación y de la cena de Jesús (cf. Mc 8, 7, varios manuscritos; Mt 26, 27), traducidos al hebreo, tienden a decir que Jesús “bendijo” (%r<b’y>w:, hizo la beraká), en vez de decir, como en el original que “dio gracias” (pues para los judíos sigue siendo fundamental la beraká, más que la eucaristía).

             De todas formas, en el contexto primitivo de Lc 12 (y en la vida de Jesús) el signo más importante de Jesús  es el pan bendecido, multiplicado y compartido por Jesús y sus primeros seguidores en el campo abierto, donde vienen todos. Eso significa que la bendición social del pan multiplicado y compartido por todos es más importante que la eucaristía más sacral del pan y vino de la última cena y de la celebración ya oficial de los “ministros” oficiales de la iglesia.

  En la iglesia posterior se ha dado un “exceso” (una hipertrofia o “enfermedad” de la eucaristía sacramental reservada a los clérigos, como signo de poder), y un eclipsamiento creciente de la bendición y multiplicación del pan de alimento y vida para todos. En ese sentido debemos recordar que el primer “cuerpo de Cristo” es (son) el pan y los peces de las multiplicaciones/alimentaciones, antes que el pan y vino de la eucaristía privadas de los fieles.

OVIEDO, 06-06-2010, PROCESIÓN DEL CORPUS. AUTOR JESÚS DÍAZ De todas formas, la bendición y la eucaristía son las dos palabras básicas de la liturgia cristiana. La bendición o beraká proviene directamente del judaísmo, y ha tenido mucha importancia en todo el cristianismo primitivo, y así se conserva no sólo en los recuerdos de Israel, sino también en las oraciones de los creyentes, que bendicen a Dios por los dones de la vida (compartiendo con y por Jesús los panes y los peces).

Pero la experiencia de la pascua de Jesús ha sido tan grande, y ha sido tan fuerte la vivencia de la gracia (kharis, eucaristía), evocada especialmente por Pablo, que los cristianos posteriores han destacado más el lenguaje de gracia/eucaristía que el de la bendición, de manera que, aún siendo muy significativa para ellos, la beraká no ocupa ya el centro de su religiosidad que se ha vuelto más sacral, menos social.

 CUERPO DE CRISTO, NUEVE FORMAS DE PRESENCIA

             Partiendo del evangelio de este día de Corpus (Lc 9, 12‒17) quiero recordar y  recoger las diversas formas presencia de Cristo en la celebración de la vida (plano social) y de la entrega de amor de Jesús (plano litúrgico):

1. En primer lugar, Cristo está presente en los pobres y hambrientos, como sabe Mt 25, 31‒46 (tuve hambre…) y como ratifica el texto de Lc 9 par. (la primera bendición de Jesús, su Beraká, consiste en dar de comer a los hambrientos, en el ancho mundo, a judíos y gentiles, a cristianos confesados y a todos los que van y vienen. Sin esta primera presencia bendita de Cristo en los hambrientos carece de sentido hablar de una fiesta del “cuerpo de Cristo” que son los pobres del mundo. No se puede hablar de presencia en el rito y la palabra, en la celebración y en la comunidad… si no se pone de relieve la especial presencia de Cristo en los necesitados y los pobres, con los que hace el camino de la vida, en búsqueda de Reino. Si la comida no es comida abierta a los pobres no puede ser comida eucarística.

2. La primera eucaristía es dar de comer a los hambrientos…Bendecir el pan significa multiplicarlo al servicio de la vida de los pobres. Éste es el pan bendecido de las multiplicaciones, pan que parte y comparte, no un pan elitista de los ricos que no can y no portante (pan del diablo), aunque que el pan eucarístico de una iglesia que ha construido grandes catedrales para “poner en el altar al Santísimo”, pero a veces a olvidado a los más que santísimos, que son los pobres. El Jesús del evangelio está presente allí donde se bendice y comparte (se regala y multiplica) la comida.

3. Cristo está presente también, en segundo lugar, pero de un modo especial, Misa-Quilombos_2095000554_13332988_390x270en el pan y el vino consagrados de la Cena del Señor, es decir, en las “especies eucarísticas”, que son dos signos básicos de la vida humana, vinculados a la comida compartía y la fiesta, en el ámbito mediterráneo en el que vivió Jesús y nació el cristianismo. Éste es el Cristo que está presente en la vida entera que se entrega y comparte en amor por los demás. Más que el pan y los peces materiales, más que el vino de la vida, el verdadero “pan de vida” para un hombre o una mujer, para un niño o un enfermo, es otro ser humana que le da su vida, compartiéndola con él. La disputa teológica medieval y posterior sobre la Eucaristía se ha centrado en estos signos, insistiendo en la necesidad de que el pan sea pan y el vino sea vino… distinguiendo accidentes, substancia y transubstanciación, ha sido y es muy importante, pero esa disputa no puede monopolizar el tema. Lo que importa no son las “especies” como tales, sino el pan de la vida (y de la muerte) de Jesús que se convierte en verdadera eucaristía.

4. Jesús está presente en la celebración, es decir en el rito, realizado en nombre de Jesús, por los representantes de la comunidad, en su doble forma. (a)  En primer lugar por todos los creyentes, que son ministros del pan compartido de las multiplicaciones, pero también, en segundo lugar, en el pan‒vino de los celebrantes oficiales (obispos, presbíteros, se entiendan como sacerdotes estrictos o no). El rito es presencia actuante, y en ella se incluye el “mito”, es decir, la narración que evoca el sentido de esa presencia, es decir, la palabra de la vida que se multiplica al darse, la palabra de recuerdo de Jesús que entregó su vida diciendo “esto es mi cuerpo”.. Un rito que no hace presente aquello que evoca está muerto… Un rito no se puede razonar, demostrar. Si se razona y explica no es rito, es otra cosa. Desde el principio de la humanidad existen ritos de diverso tipo, especialmente sacrificios en los que expresa lo sagrado (sacrum-fácere), en los que se hace presente Dios. Dios no es alguien a quien se demuestra, sino alguien a quien se hace presente, al evocarle y al llamarle, en gestos (ritos).

5. Cristo está presente como cuerpo de vida en la palabra, de llamada, de diálogo y consuelo y de revelación, es decir, es decir, en el mensaje actualizado de Jesús, en su evangelio (Biblia), pero no sólo en la Biblia sino en la palabra de todos los hombres y mujeres que proclaman con su vida la primacía de la comunión interhumana… Éste es la palaba que hace presente lo que dice. La verdadera palabra no deja lo dicho fuera, lejos, sino que lo acerca, lo hace presente. La palabra dice lo que parecía estar lejos, el que encuentra las palabras de Dios, ése lo hace presente. Ésta es la novedad cristiana: Jesús se atreve a hablar y habla en nombre de Dios, al prometer y al curar, al anunciar el Reino y al ir regalando su vida al servicio del Reino. La Presencia originaria de Dios se hace Palabra que los hombres pueden escuchar, que siguen escuchando a través del Evangelio.

6. El Dios de Jesús está presente en la Palabra y Gesto de Comunicación (de 15317_es--xlamor y vida) no sólo de los creyentes “oficiales”, sino de todos los hombres y mujeres que se aman, que se aman y alimentan con su vida. Sólo en este contexto de amor mutuo, que viene del principio de los siglos y que Jesús ha ratificado en su mensaje y en su vida tiene sentido la celebración del Cuerpo de Cristo como Homilia, es decir, como palabra compartida, que anima y edifica a la comunidad. Sólo en ese fondo, en ese clima de “homilía” (palabra compartida), la comunidad puede asumir y asume la palabra de Jesús, hablando en su nombre, diciendo su nombre “esto es mi cuerpo” (es el Cuerpo de Cristo, sino nuestro cuerpo o comunidad humana). La comunidad de los creyentes “dice” por tanto la palabra de Dios, es Dios hecho palabra, es decir comunicación… Esa misma palabra (memorial: Esto es mi cuerpo) es la presencia, como certeza, como llamada, como participación. El mismo gesto (rito) de la comunidad que se reúne, que recuerda a Jesús, dice su Palabra, y toma en nombre el pan y el vino es Presencia de Dios. La presencia más honda en esta línea es el rito (es decir, la celebración), centrado en el pan y el vino… como signo del recuerdo-presencia de Jesús.

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Fiesta del Corpus Christi. Ciclo C.

Domingo, 23 de junio de 2019
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Melquisedec2Melquisedec ofrece pan y vino a Abrán

Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

La institución de la Eucaristía se celebra el Jueves Santo. ¿Qué sentido tiene dedicar otra fiesta al mismo misterio? Podríamos decir que, en el Jueves Santo, el protagonismo es de Jesús, que se entrega. En la fiesta del Corpus, el protagonismo es de la comunidad cristiana, que reconoce y agradece públicamente ese regalo. Esta fiesta comenzó a celebrarse en Bélgica en 1246, y adquirió su mayor difusión pública dos siglos más tarde, en 1447, cuando el Papa Nicolás V recorrió procesionalmente con la Sagrada Forma las calles de Roma. Dos cosas pretende: fomentar la devoción a la Eucaristía y confesar públicamente la presencia real de Jesucristo en el pan y el vino.

            En el ciclo C, las lecturas centran la atención en el compromiso del cristiano con Jesús, al que debe recordar continuamente con gratitud (2ª lectura), porque él lo sigue alimentando igual que alimentó a la multitud (evangelio).

1ª lectura. ¿El primer anuncio de la Eucaristía? (Gn 14,18-20)

El c.14 del Génesis cuenta una batalla casi mítica de cinco reyes contra cuatro, en la que termina tomando parte Abrán (no es una errata, el nombre se lo cambió más tarde Dios en el de Abrahán). Al volver victorioso, el rey de Salén (Jerusalén), que es sacerdote del Dios Altísimo, «le ofreció pan y vino» y lo bendijo. En respuesta, Abrán le da el diezmo del botín recuperado.

Este breve pasaje está plagado de misterios que no podemos tratar aquí. Pero contiene dos datos que explican su elección para esta fiesta; 1) Melquisedec no es solo rey, es también sacerdote, 2) Lo que ofrece a Abrán no es una comida normal (un cabrito o un ternero) sino pan y vino; además, lo bendice.

Siglos más tarde, el autor de la Carta a los Hebreos estableció un paralelismo entre Melquisedec y Jesús. Con estos elementos, no es raro que los Padres de la Iglesia vieran en esta escena un anuncio de la Eucaristía y que los artistas plasmaran esta idea. Lo mejor que Melquisedec pudo ofrecer a Abrán es pan y vino. Lo mejor que Jesús nos ofrece es su pan y su vino.

En aquellos días, Melquisedec, rey de Salén, sacerdote del Dios altísimo, sacó pan y vino, y bendijo a Abrán, diciendo: «Bendito sea Abrán por el Dios altísimo, creador de cielo y tierra; bendito sea el Dios altísimo, que te ha entregado tus enemigos.» Y Abrán le dio un décimo de cada cosa.

2ª lectura. “En recuerdo mío” (1 Corintios 11,23-26)

            De la institución de la Eucaristía tenemos cuatro versiones: las de Mateo, Marcos, Lucas y Pablo (Juan no la cuenta). Las dos más parecidas son las de Lucas y Pablo. Quien lee los relatos de Mt y Mc tiene la impresión de que Jesús bendice el pan y el vino uno después del otro, como hacemos nosotros en la misa. En cambio, Lucas y Pablo distinguen dos momentos: el pan, al comienzo de la cena; el vino, cuando ha terminado (ateniéndose a la forma de celebrar la Pascua los judíos).

Hermanos: Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó un pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.» Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía.» Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.

            Ofrezco en color rojo lo que añaden Lucas y Pablo a propósito del pan: «esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía. Lucas repite a propósito de la sangre que se derrama por vosotros. Pablo omite este detalle, pero añade después de la copa: cada vez que hagáis esto, hacedlo en memoria mía. Y termina con una reflexión personal: «Por consiguiente, cada vez que coméis este pan o bebéis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que vuelva.»

            Dos veces insiste Pablo en que esto hay que realizarlo «en memoria mía». Me evoca la imagen de un padre o una madre que, antes de morir, entrega un foto suya a los hijos diciéndoles: «acuérdate de mí». En mi opinión, lo que pide Jesús es que lo recordemos en todo lo que hizo por nosotros a lo largo de su vida. La eucaristía nos obliga a echar una mirada al pasado y agradecer todo lo que hemos recibido de Jesús. Pablo no omite la mirada al pasado, pero la limita a la muerte de Jesús, su acto supremo de entrega; y la proyecta luego al futuro, «hasta que vuelva».

            Pablo escribe estas palabras por los desórdenes que se habían introducido en la celebración de la Eucaristía en Corinto, donde algunos se emborrachaban o hartaban de comer mientras otros pasaban hambre. Por eso les advierte seriamente: cuando celebráis la cena del Señor, no celebráis una comida normal y corriente; estáis recordando el momento último de la vida de Jesús, su entrega a la muerte por nosotros. Celebrar la eucaristía es recordar el mayor acto de generosidad y de amor, incompatible con una actitud egoísta.

Segundo anuncio de la Eucaristía (Lucas 9,11b-17)

            Si la lectura del Génesis ha sido considerada el primera anuncio de la Eucaristía, la multiplicación de los panes es el segundo.

En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban. Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle:

            ‒ «Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.»

            Él les contestó: «Dadles vosotros de comer.»

            Ellos replicaron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.»

            Porque eran unos cinco mil hombres.

            Jesús dijo a sus discípulos: «Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.»

            Lo hicieron así, y todos se echaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.

            Lucas, siguiendo a Marcos con pequeños cambios, describe una escena muy viva, en la que la iniciativa la toman los discípulos. Le indican a Jesús lo que conviene hacer y, cuando él ofrece otra alternativa, objetan que tienen poquísima comida. La orden de recostarse en grupos de cincuenta simplifica lo que dice Marcos, que divide a la gente en grupos de cien y de cincuenta. Esta orden tan extraña se comprende recordando la organización del pueblo de Israel durante la marcha por el desierto en grupos de mil, cien, cincuenta y veinte (Éx 18,21.25; Dt 1,15). También en Qumrán se organiza al pueblo por millares, centenas, cincuentenas y decenas (1QS 2,21; CD 13,1). Es una forma de indicar que la multitud que sigue a Jesús equivale al nuevo pueblo de Israel y a la comunidad definitiva de los esenios.

            Jesús realiza los gestos típicos de la eucaristía: alza la mirada al cielo, bendice los panes, los parte y los reparte. Al final, las sobras se recogen en doce cestos.

            ¿Cómo hay que interpretar la multiplicación de los panes?

            Podría entenderse como el recuerdo de un hecho histórico que nos enseña sobre el poder de Jesús, su preocupación no sólo por la formación espiritual de la gente, sino también por sus necesidades materiales.

            Esta interpretación histórica encuentra grandes dificultades cuando intentamos imaginar la escena. Se trata de una multitud enorme, cinco mil personas, sin tener en cuenta que Lucas no habla de mujeres y niños, como hace Mateo. En aquella época, la “ciudad” más grande de Galilea era Cafarnaúm, con unos mil habitantes. Para reunir esa multitud tendrían que haberse quedados vacíos varios pueblos de aquella zona. Incluso la propuesta de los discípulos de ir a los pueblos cercanos a comprar comida resulta difícil de cumplir: harían falta varios Hipercor y Alcampo para alimentar de pronto a tanta gente.

            Aun admitiendo que Jesús multiplicase los panes y peces, su reparto entre esa multitud, llevado a cabo por solo doce personas (a unas mil por camarero, si incluimos mujeres y niños) plantea grandes problemas. Además, ¿cómo se multiplican los panes? ¿En manos de Jesús, o en manos de Jesús y de cada apóstol? ¿Tienen que ir dando viajes de ida y vuelta para recibir nuevos trozos cada vez que se acaban? Después de repartir la comida a una multitud tan grande, ya casi de noche, ¿a quién se le ocurre ir a recoger las sobras en mitad del campo? ¿No resulta mucha casualidad que recojan precisamente doce cestos, uno por apóstol? ¿Y cómo es que los apóstoles no se extrañan lo más mínimo de lo sucedido?

            Estas preguntas, que parecen ridículas, y que a algunos pueden molestar, son importantes para valorar rectamente lo que cuenta el evangelio. ¿Se basa el relato en un hecho histórico, y quiere recordarlo para dejar claro el poder y la misericordia de Jesús? ¿Se trata de algo puramente inventado por los evangelistas para transmitir una enseñanza?

            El trasfondo del Antiguo Testamento

            Lucas, muy buen conocedor del Antiguo Testamento vería en el relato la referencia clarísima a dos episodios bíblicos.

            En primer lugar, la imagen de una gran multitud en el desierto, sin posibilidad de alimentarse, evoca la del antiguo Israel, en su marcha desde Egipto a Canaán, cuando es alimentado por Dios con el maná y las codornices gracias a la intercesión de Moisés. Pero hay también otro relato sobre Eliseo que le vendría espontáneo a la memoria. Este profeta, uno de los más famosos de los primeros tiempos, estaba rodeado de un grupo abundante de discípulos de origen bastante humilde y pobre. Un día ocurrió lo siguiente:

«Uno de Baal Salisá vino a traer al profeta el pan de las primicias, veinte panes de cebada y grano reciente en la alforja. Eliseo dijo:

― Dáselos a la gente, que coman.

El criado replicó:

― ¿Qué hago yo con esto para cien personas?

Eliseo insistió:

― Dáselos a la gente, que coman. Porque así dice el Señor: Comerán y sobrará.

Entonces el criado se los sirvió, comieron y sobró, como había dicho el Señor»

(2 Re 4,42-44).

            Lucas podía extraer fácilmente una conclusión: Jesús se preocupa por las personas que le siguen, las alimenta en medio de las dificultades, igual que hicieron Moisés y Eliseo antiguamente. Al mismo tiempo, quedan claras ciertas diferencias. En comparación con Moisés, Jesús no tiene que pedirle a Dios que resuelva el problema, él mismo tiene capacidad de hacerlo. En comparación con Eliseo, su poder es mucho mayor: no alimenta a cien personas con veinte panes, sino a varios miles con solo cinco, y sobran doce cestos. La misericordia y el poder de Jesús quedan subrayados de forma absoluta.

            ¿Sigue saciando Jesús nuestra hambre?

            Aquí entra en juego un aspecto del relato que parece evidente: su relación con la celebración eucarística en las primeras comunidades cristianas. Jesús la instituye antes de morir con el sentido expreso de alimento: “Tomad y comed… tomad y bebed”. Los cristianos saben que con ese alimento no se sacia el hambre física; pero también saben que ese alimento es esencial para sobrevivir espiritualmente. De la eucaristía, donde recuerdan la muerte y resurrección de Jesús, sacan fuerzas para amar a Dios y al prójimo, para superar las dificultades, para resistir en medio de las persecuciones e incluso entregarse a la muerte. Lucas volverá sobre este tema al final de su evangelio, en el episodio de los discípulos de Emaús, cuando reconocen a Jesús “al partir el pan” y recobran todo el entusiasmo que habían perdido.

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Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. Ciclo C. 23 de junio, 2019

Domingo, 23 de junio de 2019
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Jesús se puso a hablar a la gente del Reino de Dios, y curó a los que lo necesitaban.”

(Lc 9, 11b-17)

Así empieza el evangelio que la liturgia nos propone para la fiesta de hoy: Jesús hablando del Reino y curando. Y ese es el núcleo fuerte de la eucaristía: ser un tiempo y un espacio para el encuentro sanador con Dios y con los hermanos.

Jesús era único en el arte de saber perder el tiempo a favor de la debilidad humana. Los evangelios nos lo muestran una y otra vez, aquí y allí, en público y en privado, entablando conversaciones, haciéndose comida y también agua viva.

Para esto he venido” llegará a decir. Ha venido para comunicarnos la Buena Noticia de que Dios es Bondad y Amor.

El pan y el vino son la bondad y el amor de Dios derramados, derrochados sin cálculo ni medida. La medida la ponemos con nuestra hambre y nuestra sed.

¿Cómo iríamos a la Eucaristía si estuviéramos convencidas de que vamos a encontrarnos con la Bondad y el Amor de Dios?

Es cierto que tantos años de historia y una buena capa de rito, en ocasiones nos dificulta el encuentro con lo más esencial, pero no es excusa. Podemos hacer el esfuerzo por escarbar hasta encontrar el tesoro. Tenemos la responsabilidad de buscarlo, de encontrarlo y compartirlo.

Como personas cristianas tenemos la misión de ser “otros Cristos”, estamos aquí para la misma tarea en la que se ocupó Jesús: anunciar la Bondad y el Amor de Dios.

Y lo mejor de todo es que él mismo nos acompaña, nos anima y nos alienta. Él se hace pan pequeño y cotidiano para fortalecernos y vino alegre y abundante para devolvernos la esperanza. Nos quiere embriagadas para ser capaces de vivir el reino en el que siempre se oye música de fiesta.

Oración

Sácianos, Trinidad Santa, con tu pan y embriáganos con tu vino, para que también nosotras seamos parte de tu Cuerpo y tu Sangre. Amén.

*

Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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Es más cómodo adorar a Jesús que imitarle en la entrega.

Domingo, 23 de junio de 2019
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Lachapelle1-1-758x474Lc 9,11-17

Es muy difícil no caer en la tentación de decir sobre la eucaristía lo políticamente correcto y dispensarnos de un verdadero análisis del sacramento más importante de nuestra fe. Son tantos los aspectos que habría que analizar, y tantas las desviaciones que hay que corregir, que solo el tener que planteármelo me asusta. Hemos tergiversado hasta tal punto el mensaje original del evangelio, que lo hemos convertido en algo totalmente ineficaz para llevarnos a una vida espiritual. Para recuperar el sacramento debemos volver a la tradición.

Lo último que se le hubiera ocurrido a Jesús, es pedir que los demás seres humanos se pusieran de rodillas ante él. Él sí se arrodilló ante sus discípulos para lavarles los pies; y al terminar esa tarea de esclavos, les dijo: “vosotros me llamáis el Maestro y el Señor. Pues si yo, el Maestro y el Señor os he lavado los pies, vosotros tenéis que hacer lo mismo”. Esa lección nunca nos ha interesado. Es más cómodo convertirle en objeto de adoración que imitarle en el servicio y la disponibilidad para con todos los hombres.

Hemos convertido la eucaristía en un rito cultual. En la mayoría de los casos no es más que una pesada obligación que, si pudiéramos, nos quitaríamos de encima. Se ha convertido en una ceremonia rutinaria, carente de convicción y compromiso. La eucaristía fue para las primeras comunidades el acto más subversivo imaginable. Los cristianos que la celebraban se sentían comprometidos a vivir lo que el sacramento significaba, conscientes de que recordaban lo que Jesús había sido y comprometiéndose a vivir como él vivió.

El problema de este sacramento, es que se ha desorbitado la importancia de aspectos secundarios (sacrificio, presencia, adoración) y se ha olvidado totalmente su esencia, que es su aspecto sacramental. Con la palabreja “transustanciación” no decimos nada, porque la “sustancia” aristotélica es solo un concepto que no tiene correspondencia alguna en la realidad física. La eucaristía es un sacramento. Los sacramentos ni son ritos mágicos ni son milagros. Los sacramentos son la unión de un signo con una realidad significada.

Lo que es un signo lo sabemos muy bien, porque toda la capacidad de comunicación, que los seres humanos hemos desplegado, se realiza a través de signos. Todas las formas de lenguaje no son más que una intrincada maraña de signos. Con esta estratagema hacemos presentes mentalmente las realidades que no están al alcance de nuestros sentidos. Ahora bien, todos los sonidos, todos los gestos, todos los grafismos, que sirven para comunicarnos son convencionales, no se pueden inventar a capricho. Si me invento un signo que no dice nada a los demás, será solo un garabato.

El primer signo es el Pan partido y preparado para ser comido, es el signo de lo que fue Jesús toda su vida. La clave del signo no está en el pan como cosa, sino en el hecho de que está partido. El pan se parte para comerlo, es decir, el signo está en la disponibilidad de poder ser comido. Jesús estuvo siempre preparado para que todo el que se acercara a él pudiera hacer suyo todo lo que él era. Se dejó partir, se dejó comer, se dejó asimilar; aunque esa actitud tuvo como consecuencia que fuera aniquilado por los jefes de su religión. La posibilidad de morir por ser como era, fue asumida con la mayor naturalidad.

El segundo signo es la sangre derramada. Es muy importante tomar conciencia de que para los judíos, la sangre era la vida misma. Si no tenemos esto en cuenta, se pierde el significado. Tenían prohibido tomar la sangre de los animales, porque como era la vida, pertenecía solo a Dios. La sangre está haciendo alusión a la vida de Jesús que estuvo siempre a disposición de los demás. No es la muerte la que nos salva, sino su vida humana que estuvo siempre disponible para todo el que lo necesitaba. El valor sacrificial que se le ha dado al sacramento no pertenece a lo esencial y nos despista de su verdadero valor.

La realidad significada es una realidad trascendente, que está fuera del alcance de los sentidos. Si queremos hacerla presente, tenemos que utilizar los signos. Por eso tenemos necesidad de los sacramentos. Dios no los necesita, pero nosotros sí, porque no tenemos otra manera de acceder a esas realidades. Esas realidades son eternas y no se pueden ni crear ni destruir; ni traer ni llevar; ni poner ni quitar. Están siempre ahí. En lo que fue Jesús durante su vida, podemos descubrir esa realidad, la presencia de Dios como don.

El principal objetivo de este sacramento, es tomar conciencia de la presencia divina en nosotros. Pero esa toma de conciencia tiene que llevarnos a vivir esa misma realidad como la vivió Jesús. Toda celebración que no alcance, aunque sea mínimamente, este objetivo, se convierte en completamente inútil. Celebrar la eucaristía pensando que me añadirá algo automáticamente, sin exigirme la entrega al servicio de los demás, es un autoengaño. Si nos conformamos con realizar el signo sin alcanzar lo significado, solo será un garabato.

En la eucaristía se concentra todo el mensaje de Jesús, que es el AMOR. El Amor que es Dios manifestado en el don de sí mismo que hizo Jesús durante su vida. Esto soy yo: Don total, Amor total, sin límites. Al comer el pan y beber el vino consagrados, lo que quiere decir es que hago mía su vida y me comprometo a identificarme con lo que fue e hizo Jesús. El pan que me da la Vida no es el pan que como, sino el pan en que me convierto cuando me doy. Soy cristiano, no cuando como sino cuando me dejo comer, como hizo él.

El ser humano no tiene que liberar o salvar su “ego”, a partir de ejercicios de piedad, que consigan de Dios mayor reconocimiento, sino liberarse del “ego” y tomar conciencia de que todo lo que cree ser, es artificial y anecdótico y que su verdadero ser está en lo que hay de Dios en él. Intentar potenciar el “yo”, aunque sea a través de ejercicios de devoción, es precisamente el camino opuesto al evangelio. Solo cuando hayamos descubierto nuestro verdadero ser, descubriremos la falsedad de nuestra religiosidad que solo pretende acrecentar el yo, y no solo aquí y ahora sino para siempre.

La comunión no tiene ningún valor si la desligamos de signo sacramental. El gesto de comer el pan y beber el vino consagrados es el signo de nuestra aceptación de lo que significa el sacramento. Comulgar significa el compromiso de hacer nuestro todo lo que Es Jesús. Significa que, como él, soy capaz de entregar mi vida por los demás, no muriendo, sino estando siempre disponible para todo aquel que me necesite. Es una pena que sigamos oyendo misa sin pensar en la importancia que tiene celebrar una eucaristía.

Todas las muestras de respeto hacia las especies consagradas están muy bien. Pero arrodillarse ante el Santísimo y seguir menospreciando o ignorando al prójimo es un sarcasmo. Si en nuestra vida no reflejamos la actitud de Jesús, la celebración de la eucaristía seguirá siendo magia barata para tranquilizar nuestra conciencia. A Jesús hay que descubrirlo en todo aquel que espera algo de nosotros, en todo aquél a quien puedo ayudar a ser él mismo, sabiendo que esa es la única manera de llegar a ser yo mismo.

Meditación

La Única Realidad es el Amor (Dios) que está en ti,
los signos son solo medios para descubrirla y vivirla.
En cada eucaristía que celebre,
debo sentir dentro de mí, lo que significa el rito.
Al comulgar, manifiesto y fortalezco la intención
de ser como Jesús, pan que se deja comer.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Corpus Christi

Domingo, 23 de junio de 2019
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manoscorazDios viene a nosotros, para saciar nuestra sed, a través de la Eucaristía y del hermano pobre, el que no tiene ropa, el sin techo o el enfermo. (Teresa de Calcuta)

23 de junio 2019. FESTIVIDAD DEL CORPUS CHRISTI

Lc 9, 11b-17

Comieron todos y quedaron satisfechos 

Celebramos la fiesta del amor y, como escribió Joaquín García-Escudero en Apuntes sobre las emocionesEl amor, como la compasión, están cimentados en la empatía, y si para el budismo la compasión es el estado en el que se desea que nadie sufra, el amor es el estado en el que se desea que todos alcancen la felicidad.

Existe un AMOR con mayúsculas que supone el amor supremo de la filantropía y de la solidaridad. Su cualidad más destacada es la gratuidad porque se da indiscriminadamente y sin esperar nada a cambio. Cuando la mente se encuentra en este estado amoroso, el cerebro desencadena los circuitos de recompensa y emerge un sentimiento de alegre felicidad que podemos detectar en las personas que se dedican a hacer el bien ayudando a los demás.

Esta clase de amor es más bien escaso porque requiere una anulación del egoísmo que no es lo que se lleva en la sociedad actual”.

 

Decir te amo no es suficiente, hay que pasar de letra a la música y degustar el concierto, pues lo que realmente apreciamos es escuchar un entrañable ¡Te Amo!, pero con voz de hechos.

Tan solo de esta manera tiene para nosotros sentido aquello de Pan del Cielo que, según Lc. 9, 17 “Comieron todos y quedaron satisfechos”.

Un triticum panem cultivado en campos personales y un vitis vinífera, guardado con mimo en las cubas de nuestras ancestrales bodegas.

“La Eucaristía hace madurar un estilo de vida cristiano. La caridad de Cristo acogida con el corazón abierto nos cambia, nos transforma, nos vuelve capaces de amar, no según una medida humana, siempre limitada, sino según la medida de Dios, o sea sin medida”, dijo el Papa Francisco.

Teniendo en consideración que, como dijo Teresa de Calcuta, Dios viene a nosotros, para saciar nuestra sed, a través de la Eucaristía y del hermano pobre, el que no tiene ropa, el sin techo o el enfermo”.

PAN DEL CIELO

Un día el Dios cristiano se hizo carne,
y dijo que su carne era pan vivo,
para que, quien lo coma, en él se encarne
y viva de un manjar definitivo.

Y es un pan verdadero; el Pan del cielo,
un pan de solidaria unión fraterna,
de comunión total modelo,
porque anticipa ya la vida eterna.

Un pan que se fracciona y se reparte,
una copa de vino envejecido,
una mesa en que todo se comparte,
donde todo en común, siempre es servido

Sacramento de amor y de unidad,
sacramento que me habla del hermano
y de mutua fraternidad y caridad;
sacramento que define al cristiano.

José Luis Martínez SM

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Tú, todos y todo

Domingo, 23 de junio de 2019
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mis_munHace años, bastantes… pero ¿qué importa el tiempo para lo que quiero contar? Siendo una joven estudiante, asistía asiduamente al catecumenado de jóvenes de mi parroquia. Lo llevaba un cura de esos que por muchos que años que pasen, no se olvidan; esos que dejan pistas gravadas a fuego, que fijo era el fuego del Espíritu Santo, porque siguen dentro en perfecto estado.

Se llamaba Francisco Caballero, y coloquialmente Paco o D. Paco. Eran catecumenados a los que asistíamos, cada viernes por la tarde-noche, más de cien jóvenes, animados por los entonces nuevos vientos de Concilio Vaticano II.

En una de esas reuniones escuché algo que me llegó profundo, era de un tal Teilhard de Chardin y hablaba de “La Misa sobre el Mundo”. Debí tomar nota al voleo e imagino que no se ajustaría exactamente al apellido del mencionado autor. D. Paco se explayó intensa y espiritualmente sobre el concepto la misa sobre el mundo, y a mí me lo dejó prendido para siempre.

Unos días después, muy resuelta, me fui a la librería San Pablo y le di el papel donde tome nota de los datos. Salí con el único libro del autor que tenían, titulado “El medio divino”. En cuanto llegué a casa, ansiosamente, me puse a buscar algo que tratara de la misa sobre el mundo. Nada.

Atravesé página tras página en lectura diagonal. Nada. Eso sí, concluí: “Esto no hay quien se lo lea… teología pura y dura”. Lo subí a la estantería, y resistió dos mudanzas.

Pero el concepto enigmático de la misa sobre el mundo quedó sembrado acompañándome en tantas misas: unas vivas y musicales, recién adaptadas a las nuevas libertades de la liturgia. Otras no tanto, farragosas liturgias que despistaban de la esencia.

Imaginaba la misa sobre el mundo, en espacio abierto, en maravillosos paisajes de montaña donde una gran piedra delante de mí sería el altar para celebrar la Eucaristía frente a los valles y montes que contemplarían mis ojos bajo el cielo. También en lo alto de un vertical acantilado ante una espectacular puesta de sol… la misa sobre el mundo, ara de ofrenda y alabanza, Eucaristía ante la inmensidad del océano.

Ambos paisajes de extendía sin fronteras, conteniendo las gentes del mundo, las alegrías, el sufrimiento, la bondad, los errores, los deseos, la oración, el silencio, el trabajo, la creatividad, la dicha y la desdicha, todo lo que acompañan a la humanidad desde el instante primero; todo lo que vive en la naturaleza: árboles, plantas, flores, insectos, pájaros, peces… la misa sobre el mundo conteniéndolo todo y a todos.

En la vida espiritual la búsqueda y el deseo de encontrar, van moldeando aún sin pretenderlo. Lecturas, experiencias, personas, oración, silencio y Mesa Compartida (Eucaristía)… una gracia y muchos tesoros para el camino de la vida.

Hoy, Jesús, te veo, ante todos aquellos que te seguían con hambre (Lc 9, 11b-17) y que los Doce no sabían qué hacer con ellos, creyendo que no eran de su incumbencia. Y sigo mirando cómo actúas y cómo nos enseñas que para Ti, todos somos tuyos, nadie se queda fuera y hay que organizarse. “Haced que se sienten en grupos de unos cincuenta cada uno”.

Creo no confundirme, entendiendo que nos dices que nos juntemos en pequeñas comunidades, nos cuidemos, comamos y celebremos, pero sin olvidar que la Comunidad total eres Tú y todos y todo; que la Iglesia somos todos porque Tú eres el que unificas y nos enseñas la Unidad.

Te imagino mirando a aquella multitud, desde algún montículo, cuando “el día comenzaba a declinar”, atento y compasivo a las necesidades de la gente y enseñando que el milagro de la Comunidad, cuando se vive desde la verdad, da para repartir y hasta sobra.

Pasados los años, pude leer el texto completo de La Misa sobre el mundo y vuelvo a hacerlo cuando noto el peligro interior de cerrar compuertas, las de mi corazón y, también, las de mi Iglesia.

Aquí quedo ahora “escuchando” a Teilhard de Chardin, en La Ofrenda con la que empieza “La Misa sobre el Mundo”:

“…Una vez más, Señor, ahora ya no en los bosques del Aisne, sino en las estepas de Asia, no tengo ni pan, ni vino, ni altar, me elevaré por encima de los símbolos hasta la pura majestad de lo Real, y te ofreceré, yo, tu sacerdote, sobre el altar de la Tierra entera, el trabajo y el dolor del Mundo”.

Sólo te reconoceremos, Cristo, cuando veamos a toda la humanidad y a toda la creación en Ti. Sólo desde el Amor se transparenta esta Realidad.

Sí, un día, veinte años después, tomé de la estantería “El medio divino”, lo leí con pasión y me ayudó a comprender que estamos llamados a zambullirnos en el medio divino, sin miedo y con la confianza de que Tú nos convocas a todos.

Mari Paz López Santos

Corpus Christi -2019

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Todo es cuerpo de Cristo.

Domingo, 23 de junio de 2019
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lachapelle020Fiesta de «Corpus Christi»

23 junio 2019

Lc 9, 11b-17

El texto parece subrayar el contraste entre dos actitudes: la de los discípulos –que se inclinan por despedir a la gente para que puedan buscarse comida y alojamiento– y la de Jesús que insta a asumir como propio el problema de los demás.

La primera tiene el color de la indiferencia o, al menos, de la comodidad. La segunda, el del compromiso que nace del amor y, en último término, de la comprensión.

Todos los detalles que aparecen en la narración nos hacen ver que se trata de un relato cargado de simbolismo: cinco y dos, cinco mil, grupos de cincuenta, doce… Tras el simbolismo, de lo que se habla –más allá de la compasión que Jesús manifiesta– es de cómo “alimentar” al pueblo, cómo ayudar a vivir a los demás, saliendo de nuestra cápsula narcisista y comprendiendo que todo otro es no-separado de mí.

En realidad, si no hubiera quedado enredado en ritos y creencias que, con el tiempo, se fueron complicando y enmarañando cada vez más, ese sería el sentido que podríamos percibir en la celebración de la eucaristía.

El “Corpus Christi” es una metáfora de la unidad. Porque todos somos “Cuerpo de Cristo” –todos participamos de la llamada “naturaleza crística”–, si utilizamos le término “Cristo” para nombrar nuestra verdadera identidad. En lenguaje más simple puede expresarse así: Lo que es Jesús, lo somos todos; él es un “espejo” en el que, sencillamente, podemos vernos reflejados.

Y solo así parece entenderse el significado de la llamada “Última Cena”, en la que Jesús, tomando el pan, dijo: “Esto soy yo”. El pan, alimento básico de aquella cultura, era un símbolo de todo lo real. Con lo cual, Jesús estaría diciendo: “No hay nada que no sea yo”. A quien le extrañe este modo de presentarlo, puede recordar una expresión de Jesús, del todo equivalente a esta, que aparece recogida en el Evangelio de Tomás, donde el Maestro de Nazaret afirma: “Yo soy todas las cosas”. Quien habla así es alguien que ha comprendido experiencialmente la verdad de lo que somos.

Más allá de creencias, ritos, incluso parafernalias que han ido añadiéndose a lo largo de los siglos y que, en gran medida, han desvirtuado el significado original, la eucaristía es la celebración de la unidad, que nace de la comprensión de lo que somos y que se plasma, como muestra el evangelio que estamos comentando, en compasión eficaz al servicio del necesitado.

Comprensión, unidad, compasión…, ¿qué vivo?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Fe Adulta

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La Eucaristía no es un rito. Solidaridad.

Domingo, 23 de junio de 2019
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eucaristia-720_270x250Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

Corpus Christi: cuerpo de Cristo.

Celebramos hoy la fiesta de la presencia de Cristo en nosotros en la celebración de la Eucaristía.

La presencia de Cristo no es una cuestión fisiológica (seamos delicados), se trata de que Cristo está siempre presente en medio de los creyentes: donde estáis dos o más reunidos en mi nombre, allí estoy yo. (Mt 18,20). Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin de los tiempos. (Mt 28,19). Guardad mi presencia en medio de vosotros, haced esto en memoria mía, (1Cor 11).

Tampoco se trata de que la Eucaristía sea un simple rito.

La Eucaristía es la reunión de los cristianos que celebran la presencia del Señor, el pan de vida, la solidaridad. El Señor está presente en la asamblea cristiana, en medio de nosotros: comparte nuestra vida.

El Señor nos invitó a guardar su memoria en medio de nosotros: haced esto en memoria mía.

Vivir en eucaristía: en agradecimiento

Eu – Xaris: buen regalo, buena gracia.[1]

Celebrar la Eucaristía no es sola ni principalmente celebrar un mero rito, sino vivir agradecidamente: agradecidos a la vida, que cantaba Violeta Parra. Gracias a la vida que me ha dado tanto… Gracias a Dios, gracias a nuestros padres y familia, a nuestros amigos, compañeros, gracias a nuestros maestros, a los médicos que nos cuidan, gracias por tantos favores que nos hacen en la vida.

“De bien nacidos es ser agradecidos”, dice un refrán castellano. Vivir agradecidamente es muy humano y muy cristiano.

Multiplicar los panes en plena crisis y en un mundo que vive-muere de hambre.

En esta fiesta del Corpus hemos escuchado el evangelio de la multiplicación de los panes según S Lucas. Es un hecho que impactó mucho en la Iglesia naciente, pues los evangelios narran este hecho hasta siete veces.

La multiplicación de los panes no es una cuestión de magia o de prestidigitación, sino de solidaridad.Es un milagro que el ser humano dé, pero cuando Cristo está presente en nuestra mente y en nuestro corazón, cuando celebramos la Eucaristía con lo poco que hay, apenas cinco panes y dos peces, se reparte y llega para todos. Nos saciamos todos e incluso llega a sobrar. La multiplicación de los panes es multiplicar la vida, el trabajo, la solidaridad.

El milagro es la solidaridad y la generosidad.

La solución a la crisis económica no está tanto en la economía, cuanto en el corazón y solidaridad de las personas. Lo que transforma el mundo no son las leyes, sino el corazón.

Multiplicar los panes es tener buen corazón y compartir.

Celebrar la Eucaristía es también hacer lo que podamos por la vida, por crear una sociedad justa: respeto a todas las personas, crear trabajo, viviendas y educación para todos.

La caridad organizada está muy bien, Cáritas, porque siempre habrá necesidades de todo tipo; pero la solución a la miseria y pobreza social no está en Cáritas, sino en la solidaridad y en la justicia.

La Eucaristía es una mesa, un banquete abierto a todos.

La Eucaristía hemos de situarla en el contexto de las muchas comidas, cenas salvíficas que Jesús celebró con mucha gente: comidas de encuentro y de vida.

Recordemos:

o El encuentro del hijo pródigo con el Padre se sella con un banquete, porque ese hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida (Lc 15, 11-32). Es la Eucaristía.
o A Jesús le echaban en cara que comía con pecadores y publicanos, (Mc 2,16). En el fondo eran Eucaristías reconciliadoras.
o Recordemos el encuentro de Jesús con Zaqueo: hoy tengo que cenar en tu casa: ha entrado la salvación a esta casa, (Lc 19, 1-10).
o Recordemos la infinidad de momentos en los que Jesús evoca el banquete, el banquete de bodas, el banquete del Reino, la comida como encuentro de salvación (Mt 22,1-14).
o San Juan no sitúa la Eucaristía no tanto en la última Cena, sino en el cp. 6: en la multiplicación de los panes, (Jn 6). El pueblo tiene hambre. Cristo es pan de vida: Yo soy el pan de vida (Jn 6).
o El Reino de los cielos se parece a un banquete, (Mt 22,24), especialmente para los desheredados, para los pobres.
o Recordemos cómo Cristo resucitado come con sus compañeros y discípulos.
o Los dos de Emaús reconocen la Vida al partir el pan (Lc 24, 13-35, v 30: Jesús tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio). La decepción (depresión) de los dos de Emaús se tornas en vida: arde su corazón.
o Junto al lago Jesús les dice a los suyos si tienen algo que comer, comen pan y pescado (Lc 24, 36-49) y cuando compartieron el pan, se les abrió la inteligencia y comprendieron (v 45).
o La multiplicación de los panes, que hemos escuchado en el Evangelio es una Eucaristía (Lc 9, 11b-17: v 16: Jesús tomando los cinco panes, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio para que los sirvieran a la gente).

La Eucaristía no es un precepto para cumplir con la Iglesia y salvar mi alma. No me imagino a Jesús diciendo a los suyos: tenéis que ir a Misa los domingos, etc. Les dijo: guardad mi presencia en medio de vosotros.

La Eucaristía es algo más, más serio y profundo que una norma de ir a Misa: la eucaristía es vida. Impregnemos nuestra vida de Vida. Disfrutemos de la vida.

A veces pensamos en una Iglesia de perfectos, gente de élite, milimétricos, estrechos y leguleyos en moral, espartanos en ética, puros hasta el escrúpulo. Sin embargo la Iglesia nunca fue así y nunca lo será, porque estamos los que estamos: pecadores profundos, que amamos la vida, pero no acertamos.

La mesa del Señor está abierta a todos.

Se hace extraño cómo el rigor litúrgico y moral han ido reduciendo “los cubiertos de los comensales” de la mesa de JesuCristo.

Para los que viven del entramado moral-litúrgico, la Eucaristía es un restaurante de no sé cuántas estrellas y con la “rigidez litúrgica del desfile del día de la victoria”. Para los que andamos como podemos en la vida, la Eucaristía es la última Cena, es Emaús, pobres hombres y mujeres desesperanzados, incluso traidores, (Judas[2] y Pedro), pero que tienen la fortuna de encontrarse con Cristo y se sientan a la mesa con él.

Es de mucho consuelo saber que la mesa del Señor está abierta a todos, especialmente a los pecadores y publicanos.

La mesa de los ricos y de los poderosos está cerrada a los pobres, probablemente “por razones de seguridad”. La mesa del Señor está abierta incluso a Judas y le ofrece un trozo de pan.

Jesús disfrutaba comiendo con los pobres, pecadores. Él mismo era pobre y era buena gente.

¿Y nosotros?

Da mucho alivio saber que todos tenemos sitio en la casa, en la mesa, en la fiesta del Padre. No importa nuestra condición moral, nuestro pecado. Sí, en cierto sentido todos somos hijos pródigos, publicanos, “magdalenas”, hemorroísas, pero Dios nos sienta a su mesa y encantado. Dios nos tiene ya preparado el sitio para el banquete. Nuestro sitio es sobre todo su corazón, su amor.

La Eucaristía crea la Iglesia.

Cristo dijo a los suyos: “haced esto en memoria mía…”, y va y nos inventamos el sagrario.[3] ¡No! Lo que Jesús nos dijo es: “quiero estar en medio de vosotros: en vuestro pensamiento, en vuestro corazón, en vuestras opciones y decisiones, en vuestra vida, en vuestros pobres. Se trata de que El Señor esté presente en nosotros, en nuestras vidas, haced esto en memoria mía…

Conforme, Cristo está en el sagrario, ¿pero está en mi vida y en la nuestras parroquias y diócesis?

Dadles vosotros de comer.

Demos gracias a Dios, que eso es la Eucaristía: acción de gracias.

Celebrar la Eucaristía es un gozo, independientemente del cura y de los ritos, vivir agradecido a Dios y a la vida, es una honda satisfacción.

Hay gente que se pregunta con un cierto escándalo: ¿Y qué hace Dios que permite el hambre en el mundo, la guerra, que tantos niños mueran de paludismo?

Pues la respuesta está en el evangelio de hoy: Dios nos ha hecho a nosotros

Dadles vosotros de comer

[1] “Eu” en griego significa bueno y “Xaris” es la misma palabra que el ángel le dijo a María: Dios te salve María, llena eres de gracia (“Xaris”).

[2] La Iglesia nunca ha dicho de nadie, ni de Judas, esté condenado.

[3] El sagrario tiene el sentido de una cierta prolongación de la Eucaristía, especialmente en la vida monástica, así como también para los enfermos.

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10.6.18. Dios o Satán. Discusión entre Jesús y los escribas (Mc 3, 22-30).

Domingo, 10 de junio de 2018
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82d797b0-0bf7-4947-b180-582db1fae786Del blog de Xabier Pikaza:

Dom 10, tiempo ordinario. Ciclo B.Éste es un pasaje de controversia social y escatológica, una disputa múltiple.

— Acusación de los escribas (3, 22) y respuesta simbólica (parabólica: cf. 3, 23) de Jesús (3, 23-29), estructurada en forma de quiasmo con una advertencia del redactor (3, 30), recogiendo en paréntesis o aparte narrativo la acusación de los escribas (cf. 3, 22).

Respuesta de Jesús con elementos de tipo sapiencial y apocalíptico (3, 23-27), que desemboca en una revelación escatológica (3, 28-29), centrada en el perdón universal de Dios y el pecado “imperdonable” de los hombres (que consiste en destruir a los pequeños).

Se plantea así el tema clave del enfrentamiento de Jesús y los Escribassobre la acción y presencia del Diablo (Belcebú), que negador de libertad y de salvación de los pequeños.

97fa4731-de73-4953-b421-18ed44fd6706 Los escribas acusan a Jesús llamándole endemoniado, porque se opone a su pretensión de dominio destructor, de fondo falsamente religioso.

Jesús se defiende, insistiendo en el pecado contra el Espíritu Santo, que consiste en no dejar que Dios (su enviado mesiánico) libere a los pobres y posesos. Éste es el pecado de aquellos que negando a los otros se niegan y destruyen a sí mismos.

Buen domingo a todos.

Texto. Mc 3, 22-30:

(a. Acusación). 22 Y los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: Tiene dentro a Belcebú y con el poder del Príncipe de los demonios expulsa a los demonios.

(b. Discusión) 23 Jesús los llamó y les propuso estas comparaciones:¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? 24 Si un reino está dividido contra sí mismo, ese reino no puede subsistir. 25 Si una casa está dividida contra sí misma, esa casa no puede subsistir. 26 Si Satanás se ha rebelado contra sí mismo y está dividido, no puede subsistir, sino que está llegando a su fin. 27 Nadie puede entrar en la casa del Fuerte y saquear su ajuar, si primero no ata al Fuerte; sólo entonces podrá saquear su casa.

(c. Profundización) 28 En verdad os digo: todo se les perdonará a los humanos, los pecados y cualquier blasfemia que digan, 29 pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás; será reo de pecado eterno.30 Porque decían: ¡tiene un espíritu impuro!.

Los escribas le acusan de expulsar demonios con ayuda de Belcebú,

evangelio-de-marcossu señor, dueño malo de la casa del mundo, para destruir el judaísmo: bajo capa de bien (ayuda a unos posesos), arruina o destruye a todo el pueblo, entregando al conjunto de Israel en manos del Diablo. Remitiendo al tiempo de Jesús, esta disputa nos sitúa en el principio de la iglesia, donde los discípulos, expertos exorcistas (cf. 3, 14-15), reciben el rechazo oficial de los escribas (3, 22). He dividido la escena tres partes. (a) Acusación de los escribas. (b) Discusión sobre Satanás. (c) El perdón. (d) Ratificación.

(a) Acusación de los escribas (3, 22), que bajan (katabantes) de la altura sagrada de Jerusalén, ciudad donde se anudan las tradiciones del pueblo, centrado en el templo. Rechazar su doctrina supone rechazar a Dios. Ellos traen la autoridad de la Ley, son hombres del Libro (sopherim) y están encargados de entenderlo y comentarlo para el pueblo. Lógicamente, al acusar a Jesús, ellos están condenando de hecho a su comunidad. Por eso, tal como aquí está narrada, la escena debe situarse en el tiempo de las disputas eclesiales, más que en el tiempo de Jesús.

Si estos que vienen de Jerusalén con poder de control pueden ser judíos rabínicos, pero también judeocristianos de la línea de Santiago. No se dice dónde están: ¿dentro, fuera de la casa? Evidentemente, no están en el corro, al interior del grupo, acogiendo la voluntad de Dios (cf. 3, 32-34). No vienen a escuchar, saben lo que debe saberse de antemano. Tienen una ley y según ella definen lo bueno y lo malo (lo judío y lo antijudío). No lo hacen por cuestiones de dogma separado de la vida, sino desde su propia visión de la pureza judía, amenazada por Jesús. Así le acusan:

− Tiene a Belcebú (3, 22) que significa Señor de la casa. Ese nombre se podía entender en sentido positivo: el mismo Dios, quizá Jesús, es Señor de la morada/casa del mundo y así puede realizar los exorcismos, expulsar a los demonios, curar a los enfermos y acoger a los posesos, leprosos, paralíticos (cf. 1, 21-2, 17). Pero aquí tiene sentido negativo: Belcebú es Señor de la morada demoníaca, Dios de suciedad (o de las moscas), un ídolo pagano (quizá originario de Ekron, en la franja filistea), identificado por los judíos con el Diablo. Jesús sería por tanto un anti-dios, encarnación de lo satánico.

− Y con poder del Príncipe de los demonios expulsa a los demonios (3, 22). El reino de lo malo tiene un Príncipe, llamado en hebreo Satán o tentador, a quien en griego nombran Diablo; en otras versiones ha tomado el nombre de Mastema o Azazel y se dice que se ha opuesto a Dios y lucha contra su poder sobre la tierra. A sus órdenes combaten los innumerables demonios o espíritus menores que llenan el mundo y lo infestan de locura, enfermedad y muerte.

La condena de los escribas resulta coherente: Sólo el Dios de Israel es para ellos el Señor de la Morada Buena y ejerce su reinado desde Jerusalén, salvando a los humanos a través del judaísmo; el Diablo, en cambio, es Señor de la Morada Mala y quiere destruir la obra de Dios por todos los medios a su alcance. Al servicio de ese Diablo obra Jesús: parece bueno lo que hace; como un hombre piadoso ayuda a posesos y enfermos, pero en realidad actúa así para engañar a los ingenuos, destruyendo al judaísmo y encerrando a los humanos bajo el reino implacable de Satán.

Ésta es la sentencia final de unos letrados oficiales que han venido de Jerusalén para observar a Jesús y definir con autoridad el sentido de su obra. Han verificado su conducta, han sopesado su intención de fondo y su manera de enfrentarse al poder de lo satánico en el mundo. Han visto claro y pueden emitir su veredicto.

No se sientan en el aula de condenas capitales (como harán en 14, 53-66, con sacerdotes y ancianos), pero a nivel social y religioso ya han fijado la sentencia: ¡Culpable de magia diabólica o satanismo! Este tribunal se coloca en el lugar de Dios, en cuyo Nombre (viniendo de Jerusalén y apoyándose en su Ley) dicta sentencia. No se limita a rechazar algunos rasgos menores del mensaje de Jesús: no le acusa por desviaciones secundarias. Ha visto lo que hace y desde Dios emite sentencia:

— Es una sentencia teológico-social. El tema de discusión no es Dios, en plano de teoría o de experiencia individual sino saber cómo se expresa, a través de quién (de qué comunidad o iglesia) actúa, cómo se manifiesta en la vida social. El tema de fondo es el de saber cuáles son las mediaciones sociales de la manifestación y presencia de Dios.

— Es sentencia razonada y razonable. Los escribas no parecen envidiosos o engañado: piensan que el movimiento de Jesús es un peligro pues destruye la identidad social del pueblo israelita. Por eso su más hondo deber (cf. Dt 17) les obliga a dar sentencia: piensan que Jesús es emisario de Satán y así lo tienen que decir, en nombre de Jerusalén y el judaísmo.

Los demonios son muchos: son poderes del mal que oprimen y destruyen a los hombres. El Príncipe de los demonios, a quien el texto llama también Satanás (3,23), recibe aquí el nombre popular de Belcebú, un viejo «Dios de la casa» (de origen quizá filisteo), a quien los judíos han interpretado como «Dios o Señor de las moscas», es decir, de los vivientes inferiores, infectos, de este mundo.

La acusación sigue la lógica de todas las noticias precedentes sobre el exorcismo de Jesús: expulsa a los demonios, los demonios le conocen y confiesan… ¿No será que actúa en colaboración con ellos? ¿No será que quiere destruir las bases de la santidad israelita, buscando un nuevo pueblo de leprosos-publicanos, dominados por Satanás? La acusación se encuentra bien articulada: a través de su (aparentemente bueno) exorcismo, Jesús seduce al pueblo. Esto es lo que quieren mostrar los escribas, utilizando para ello su poder o control sobre la ley, queriendo destruir así las pretensiones del falso profeta nazareno. Leer más…

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Este es mi cuerpo. Esta es mi sangre.

Domingo, 3 de junio de 2018
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Mi cuerpo es comida

Mis manos, esas manos y Tus manos
hacemos este Gesto, compartida
la mesa y el destino, como hermanos.
Las vidas en Tu muerte y en Tu vida.

Unidos en el pan los muchos granos,
iremos aprendiendo a ser la unida
Ciudad de Dios, Ciudad de los humanos.
Comiéndote sabremos ser comida,

El vino de sus venas nos provoca.
El pan que ellos no tienen nos convoca
a ser Contigo el pan de cada día.

Llamados por la luz de Tu memoria,
marchamos hacia el Reino haciendo Historia,
fraterna y subversiva Eucaristía.

*

Pedro Casaldáliga

***

El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:

“¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?”

Él envió a dos discípulos, diciéndoles:

“Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?” Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena.

Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Mientras comían. Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo:

– “Tomad, esto es mi cuerpo.”

Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron. Y les dijo:

“Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios.”

Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos.

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Marcos 14,12-16.22-26

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Vivir la misa. La expresión se ha vuelto ya un lugar común. Pero nunca es suficiente: especialmente en un período como el nuestro, en el que cristianismo está sometido a un trabajo de esencialización, en el que se ve disminuida toda estructura y ayuda desde el exterior, se hace más urgente que nunca la insistencia en estas ideas «esenciales». Urge enseñar de qué modo concreto puede y debe ser introducida la eucaristía en la vida de cada día, de qué manera puede y debe convertirse verdaderamente en aquella luz que explica y da su significado a los acontecimientos humanos.

Quien no tiene nada para ofrecer-sufrir no puede «participar» en la eucaristía: Cristo sufre y se inmola; también nosotros debemos sufrir-inmolarnos con él. Y estos sentimientos de víctima constituyen el alma de la misa. ¿Cómo se puede aplicar a la vida esta doctrina? Con un método muy sencillo: a menudo nuestras ¡ornadas laborales están llenas de cruces: el frío, el calor, el cansancio; contratiempos, fracasos, incomprensiones; enfermedades, fastidios, soledades; desánimos, depresiones, angustias: todo esto constituye un material preciosísimo para ofrecer durante la misa, que -para decirlo con el Concilio de Trento asume valor en virtud de los dolores de Cristo; es ofrecido por Cristo al Padre y por amor a la pasión de Cristo es aceptado por el Padre. Saber aceptar la vida con paciencia es vivir el sacrificio de la misa.

Vivir la comunión. Se trata de otro axioma clásico que implica convertir en «mística» la unión sacramental durante la jornada laboral: ésta debe llegar a ser un continuo «permanecer en Cristo». De este modo se prolonga «místicamente» la comunión: debemos adquirir la costumbre de trabajar, hablar, pensar por-con-en Cristo; se trata de adquirir la costumbre de hacerlo todo bajo el influjo, lo más actual-continuo que sea posible, de Cristo.

Es menester que nos ejercitemos en preguntarnos con frecuencia: «¿Cómo se comportaría Cristo si estuviera en mi lugar?». Es preciso que adquiramos la costumbre de «conmesurarnos» con él.

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A. Dagnino,
La vida cristiana o el misterio pascual del Cristo místico,
Gnisello B. 19887, pp. 509-511; 534-539, passim).

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