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Jesús, ese desconocido.

Domingo, 20 de junio de 2021

tempestad-calmada¿Has entrado por los hontanares del mar o paseado por la hondura del océano? (Job 38, 16)

Domingo XII del TO

Mc 4, 35-40

Él dormía en la popa sobre un cojín. Lo despertaron y le dijeron:
-Maestro, ¿no te importa que naufraguemos?

De Jesús no tenemos un conocimiento real mientras no le reconozcamos mostrando un cristianismo de acción en nuestras obras. Hasta que, como a Pablo, se nos caigan de los ojos las escamas en Damasco (Hch 1, 18) y trabajemos más que nadie (1 Cor 15, 10) al servicio de los otros. Curada nuestra ceguera física y espiritual, empezaremos a ser verdaderos discípulos suyos y podremos decir con Juan que nos consta que conocemos a Dios y a Jesús si cumplimos sus mandamientos (1 Jn 2, 3), si desplegamos en nosotros y en los demás su vida plenamente.

“Un personaje ante el que la historia no ha sabido nunca ser indiferente, y que por ello entra en la aventura del tercer milenio vivo y controvertido”. Es la respuesta que Juan Arias, teólogo y escritor almeriense da al título de su best seller Jesús, ese gran desconocido (Edit. Maeva 2001) El que mayor repercusión ha tenido en la historia de los últimos veinte siglos, que ha condicionado profundamente la vida, el arte, la cultura, las costumbres de más de mil millones de personas que creen en él, explica. Un Jesús que ya Pablo en Colosenses 1, 15 reconocía ser en sus obras, en sus palabras y vida, el “rostro humano de Dios”, la “imagen de Dios invisible”.

Y que sin embargo, podríamos añadir, uno de los menos considerados por el pensamiento laico en nuestros días. Ya Don Ramón del Valle Inclán puso en boca de uno de los protagonistas de Luces de bohemia con lenguaje de su época, que “la religiosidad de España –y podrían legítimamente derribarse Pirineos- es como la de una tribu en el centro de África”.

El telón de esta obra trágico-cómica del desconocimiento se corre ya en el Antiguo Testamento“En mi lecho, por las noches / he buscado al que ama mi alma; / lo busqué, mas no lo hallé” (Cant 3, 1), se lamentaba ya la bienamada en el Cantar de los Cantares. Marcos nos dice que pocos le conocen realmente en su pueblo: “De dónde saca éste todo eso?” “¿No es éste el artesano, el hijo de María?” (Mc 6, 2-3). Natanael, sentado bajo la higuera, le replica a Felipe que de Nazareth no puede salir cosa buena (Jn 1, 46). María Magdalena pensó que era el hortelano al verle detrás de ella, sin reconocerle (Jn 20, 14-15). Los de Emaús caminaron y cenaron con él ignorando su identidad. Y ya en el Cenáculo, los discípulos acaban tomándole por un fantasma.

San Juan de la Cruz lamenta su desorientación en estos versos:

“Entréme donde no supe
y quedeme no sabiendo,
toda sciencia trascendiendo”

El verdadero conocimiento lo da el amor. Serán los ojos y el corazón de Juan y María de Magdala los que antes, mejor y más profundamente, reconocerán al Jesús resucitado. María, con su “¡Maestro“! (21, 16), Juan  diciéndole a Pedro: “Es el Señor” (Jn 21, 7). Los místicos, empedernidos buscadores de Dios, no han cesado en su búsqueda desde la noche obscura del alma. Ya el monje Simeón, siglo X, se lamentaba: “A menudo veía la luz. A veces se me aparecía en el interior de mí mismo, cuando mi alma poseía paz y el silencio, o bien no aparecía más que a lo lejos, e incluso se escondía del todo”.

Como a Job, nos interroga hoy Dios a nosotros: “¿Has entrado por los hontanares del mar o paseado por la hondura del océano?” (Job 38, 16). Un entrar o pasear por hontanares y mares que llevan al conocimiento en profundidad de uno mismo, de los otros, de Dios y de Jesús. Quien así vive, es una nueva creatura y nuestro interior se va renovando cada día, como apunta Pablo en 2 Cor 4, 14-17. Simplemente mentalizándonos que para conseguirlo, la mejor imagen de Dios y de Jesús la tenemos en el rostro del hombre, haciendo que la mirada suya y nuestra se fundan “en un divino-humano mutuo abrazo“.

SANDALIAS DE DIOS

No hurtes tus sandalias peregrinas
a mis desnudos pies llenos de llagas.

Lucieron dos en los divinos tuyos.
En los míos,
todos los astros se encendieron.

Tus ojos y los míos,
en cómplice ambiloquio las miraron,
y las miradas tuya y mía se fundieron
en un divino-humano mutuo abrazo.

(SOLILOQUIOS, Ediciones Feadulta)

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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