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Jesús ¿está en nuestra barca?

Domingo, 20 de junio de 2021

jespe191Del blog de Tomás Muro, La verdad es Libre:

  1. tempestades en la iglesia. El mar y la noche

Las cuatro veces que aparece en los evangelios el simbolismo de la barca y la tempestad en el lago (Mt 14,22-36; 16, 5-12; Mc 4,36; 6,46) se trata de relatos eclesiales, de dificultades y galernas en la Iglesia naciente y en todo momento histórico de la Iglesia.

  •  La barca es la Iglesia, el arca de Noé, donde se salva el ser humano de los naufragios de la vida. Siempre la barca (de Pedro) ha sido considerada como el símbolo de la Iglesia. La comunidad es esa pequeña chalupa que, a veces, puede navegar a la deriva.
  •  Las tempestades son los problemas, los hundimientos, las rupturas tanto personales como eclesiásticas, las enfermedades, la pandemia, la muerte….
  •  El relato de la tempestad presenta las dificultades por las que atravesaba la Iglesia primitiva en los primeros tiempos en el imperio romano, así como también las galernas internas.
  •  El mar y la noche son símbolos telúricos de peligro, evocan el caos inicial.
  •  Dificultades y tempestades en la vida y en la Iglesia han existido siempre, también hoy. Recordemos las grandes discusiones y rupturas que se han producido en la historia de la Iglesia.

También hoy vivimos entre borrascas y tormentas en la Iglesia. Nuestras propias tormentas personales y sociales. La pandemia es una gran tempestad que azota a la humanidad. El papa Francisco se ve discutido por altas y bajas jerarquías de la Iglesia. Incluso en nuestra propia diócesis las aguas no bajan tranquilas ni mucho menos: marginaciones, divisiones y tristezas embargan a muchos cristianos laicos y sacerdotes. La realidad de nuestra iglesia local es la de una de las tempestades eclesiales que relatan los evangelios.

  1. tenían miedo.

Es normal sentir miedo cuando uno va en una barca que se hunde. Sin embargo no es muy normal que alguien, Jesús, navegue tan tranquilo y dormido en aquella barca que se iba a pique.

Jesús asocia el miedo a la falta de fe (confianza). El enemigo de la confianza, de la fe no es el error, la heterodoxia, sino la falta de confianza. Miedo y fe están en contradicción. Quien confía no teme y quien teme, no confía.

Aquellos discípulos, primeros cristianos, tenían miedo en la sociedad romana, quizás a la persecución, quizás a las ansias de poder de algunos de ellos, la cuestión es que “aquello” se hundía.

También se puede sentir miedo en la vida y en la Iglesia:

+ La educación que recibimos muchas generaciones era no de miedo, sino de pánico al pecado, a la condenación. Una moral que rebosaba pecado, culpabilidad, angustia, escrúpulo. Tal moral y educación infundía pavor.

+ Miedo también  a la intransigencia y fanatismo jerárquico.

+ La pandemia que estamos viviendo es una tempestad que nos infunde miedo, cuando no angustia.

         + Miedo a los propios fracasos, a la enfermedad y, finalmente, a la muerte

  1. El miedo y la angustia paralizan, bloquean.

Cuando sentimos miedo o angustia nos quedamos paralizados. El miedo es una enorme fuerza negativa: miedo a que las cosas cambien, miedo a que me quiten el puesto, miedo a qué nos deparará el futuro en tal situación política, eclesiástica. El miedo, el pánico fundamentalista paraliza a gran parte de la jerarquía. ¿A qué es debido si no, que el papa Francisco encuentre tantas dificultades para dar pequeños pasos hacia una reforma eclesial y de la Curia?

Escribía K. Rahner que el único tuciorismo (opción por una mayor seguridad) permitido hoy en la vida práctica de la Iglesia es el tuciorismo de la audacia.[1] Abrir puertas, caminos y puentes es infinitamente más sensato y noble que seguir cavando trincheras.

Respondiendo a la pregunta ¿qué es el diablo? Decía B. Häring: El diablo es el pesimismo. Abandonarse a la angustia que disminuye las energías; creer que el mal vencerá, vivir esperando siempre lo peor: así es como el diablo tienta hoy … Por desgracia el diablo tiene muchos aliados que solamente se lamentan y no hacen nada por descubrir nuestras fuerzas positivas, no hacen nada por comprender la lucha que en el mundo contemporáneo se lleva a cabo contra los “espíritus malignos” personificados en la violencia y en los abusos de poder.[2]

La fe de muchos naufraga ante las amenazas y las presiones del miedo. Entonces es cuando hay que recordar que Jesús no ha abandonado la barca. El navega con ellos. Es capaz de derrotar la tempestad. La certeza de la presencia de Jesús fortalece la frágil fe de la comunidad.

  1. Angustia y confianza

         Resulta casi absurdo que en medio de la galerna Jesús estuviese tan tranquilo durmiendo a popa de la barca. Pero Jesús estaba tranquilo.

(Es evidente que este relato de la tempestad calmada es de tipo simbólico, no se trata de una “mala mar”, sino de un torbellino comunitario-eclesial).

         La angustia es un pavor (miedo) difuso y generalizado ante una realidad imprecisa que hace imposible toda esperanza.

         También nosotros podemos estar angustiados como los discípulos en la barca. También a nosotros nos pueden dominar las fuerzas telúricas del mal.

         Jesús está tranquilo, duerme en pleno “tifón” porque vive confiado en Dios. Frente a la angustia: serenidad, confianza en Dios. La fe no seda, eso es cosa del valium, orfidal y demás… La fe serena. ¿Por qué tener miedo? (No olvidemos que no es lo mismo estar dormido que estar en paz).

estoy callado y tranquilo,

como un niño recién amamantado

que está en brazos de su madre.

(Salmo 131,2)

         ¿Vivo tranquilo y sereno porque Cristo va en mi, en nuestra barca?

  1. Cuando Cristo no está, esto se hunde.

         ¿No te importa que nos hundamos?

         Jesús callaba, dormía… Es el “silencio de Dios” que calla también ante las tormentas y tempestades.

El papa Pablo VI -tras el asesinato de su amigo, el político Aldo Moro-, en 1978, pronunció una oración que causó un cierto escándalo: Pablo VI le “preguntaba a Dios”: ¿Dónde estaba -Dios- para que aquel asesinato no  Hubiera sucedido? ¿Dónde estaba Dios en el holocausto ante los miles y miles de exterminados? ¿Dónde está Dios ante la pandemia que nos asola?

         En el evangelio queda reflejado que aquellas comunidades sentían que se hundían cuando notaban la ausencia de Cristo, la ausencia de Dios. (Mc 6,46).

  1. ¿Aún no tenéis fe?

         ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?

         Cuando la fe embarga nuestra vida, la tempestad cesa.

         En la vida nos puede pasar “de todo”, nos va a pasar de todo. Está muy bien acudir a la psicología, a la medicina, pero nuestra angustia y miedos cesarán cuando descansemos y confiemos en el Señor.

         Cuando el Señor está ausente, estamos siempre con el agua al cuello.

Cuando Jesús está presente en la barca -aunque sea dormido-, el viento cesa y torna la calma. Una paz profunda embargará nuestra existencia. Es esta una experiencia muy profunda, muy íntima más allá de las doctrinas y normas, más allá de la ortodoxia y preceptos. La serenidad, la calma, el buen sentido acontecen en el fondo de nuestro ser, cuando Cristo navega en nuestra barca, en nuestra vida. ¿Siento que Cristo va en mi barca y nos acompaña como a los dos de Emaús?

Gran parte de las cuestiones eclesiásticas son secundarias, reformables, incluso prescindibles. Las grandes cuestiones de la vida: el sentido, el horizonte absoluto, la muerte, el pecado, hallan serenidad en Cristo.

Quien importa que vaya en la barca es Cristo. Cristo calma nuestra existencia, nuestra angustia, nuestras tempestades. Cristo calmará las tempestades y luchas en el seno de la Iglesia.

Si Cristo estuviera en nuestra Iglesia viviríamos lo que hemos escuchado en el Evangelio:

El viento cesó y vino una gran calma.

[1] K. Rahner,  Escritos de Teología VII, 93.

[2] T. Becket, U. Benedetti, Una comunitá legge il vangelo di Marco, Bologna, Ededb, 1999, 171

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