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Archivo para Domingo, 28 de marzo de 2021

¿Quién es este que viene?

Domingo, 28 de marzo de 2021
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Domingo de Ramos

*

¿Quién es este que viene,
recién atardecido,
cubierto por su sangre
como varón que pisa los racimos?

Éste es Cristo, el Señor,
convocado a la muerte,
glorificado en la resurrección.

¿Quién es este que vuelve,
glorioso y malherido,
y, a precio de su muerte,
compra la paz y libra a los cautivos?

Éste es Cristo, el Señor,
convocado a la muerte,
glorificado en la resurrección.

Se durmió con los muertos,
y reina entre los vivos;
no le venció la fosa,
porque el Señor sostuvo a su elegido.

Éste es Cristo, el Señor,
convocado a la muerte,
glorificado en la resurrección.

Anunciad a los pueblos
qué habéis visto y oído;
aclamad al que viene
como la paz, bajo un clamor de olivos.
Amén.

***

El pueblo que fue cautivo
y que tu mano libera
no encuentra mayor palmera
ni abunda en mejor olivo.
Viene con aire festivo
para enramar tu victoria,
y no te ha visto en su historia,
Dios de Israel, más cercano:
Ni tu poder más a mano
ni más humilde tu gloria.

¡Gloria, alabanza y honor!
Gritad: “¡Hosanna!”, y haceos,
como los niños hebreos
al paso del Redentor.
¡Gloria y honor
al que viene en el nombre del Señor!
Amén.

*

(Himnos de las Primeras Vísperas y de los Laudes de la Liturgia de las Horas del Domingo de Ramos)

***

No se puede abordar la vida de Jesús a sangre fría, porque ahí se juega el destino del hombre: Jesús se presenta como el Maestro de la vida.

          Sus lágrimas nos conmueven aún más al aproximarse el domingo de Ramos, donde asistimos a una especie de triunfo del Señor que no le lleva a engaño. Pocos días antes de su crucifixión, lleva sobre sí a toda la humanidad, a toda la historia, a todo el universo, a la luz de esta revelación formidable que hará de la muerte de Dios una afirmación de su omnipotencia.

          ¿Cómo puede llorar Dios? ¿Qué significa esto? ¿No se repite hasta el infinito que Dios es omnipotente? Pues bien, no: lo que Dios ha revelado al mundo es precisamente el fracaso de un Dios que se revela como amor, que no es otra cosa que amor. ¿Y qué puede hacer el amor? Sólo amar. Y cuando el amor no encuentra amor, cuando siempre choca con un rechazo obstinado, se queda impotente, y sólo puede ofrecer las propias heridas. Si Dios no se hubiese comprometido con nuestro destino y nuestra historia hasta morir en la cruz, sería un Dios incomprensible y escandaloso. Por suerte, Jesús nos ha librado de tal escándalo y ha abierto los ojos de nuestro corazón: él imprime en lo más hondo de nuestra alma ese rostro de un Dios silencioso, de un Dios incapaz de obligarnos y que se entrega en nuestras manos, de un Dios que nos concede un crédito insensato; de un Dios, finalmente, que no puede entrar en nuestra historia sin el consentimiento de nuestro amor. Quien no se aleja de sí mismo para tomar contacto con Jesús no puede pretender haberlo encontrado.

*

Maurice Zundel,
Scintille, Cinisello B. 1990, 98s.

***

***

Pregón al inicio de la Semana Santa.

Éste es el tiempo de la historia,
de la historia pura y dura
que sucede cada día a todas horas;
de la pasión de Dios desbordada
sobre nosotros y las realidades humanas
que gritan y mueren machacadas.

Éste es tiempo de muerte y vida,
de salvación a manos llenas;
del nosotros compartido,
del todos o ninguno;
de gestos que destilan esperanza
y del silencio respetuoso y contemplativo.

Tiempo de amor, tiempo de clamor;
tiempo concentrado, tiempo no adulterado;
tiempo santo, humano y divino,
para sorberlo hasta la última gota;
tiempo en el que Dios nos toma la delantera
y nos ofrece la vida a manos llenas.

Tiempo de fidelidad y Nueva Alianza
por encima de lo que sabemos,
queremos, soñamos y podemos.
Es el tiempo de todos los que han perdido,
de los que han sufrido o malvivido,
y de los que se han dado sin medida a su ejemplo.

Es el tiempo de la memoria subversiva,
de Dios haciendo justicia
en el templo y en la historia
y dándonos su espíritu y vida.
¡Es Semana Santa, humana y divina,
gratuita y portal de la Pascua florida!

*

Florentino Ulibarri

***

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“Jesús ante su muerte”. Domingo de Ramos – B (Marcos 14,1–15,47)

Domingo, 28 de marzo de 2021
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21_D-RAMOS_B_1434692Jesús ha previsto seriamente la posibilidad de una muerte violenta. Quizá no contaba con la intervención de la autoridad romana ni con la crucifixión como último destino más probable. Pero no se le ocultaba la reacción que su actuación estaba provocando en los sectores más poderosos. El rostro de Dios que presenta deshace demasiados esquemas teológicos, y el anuncio de su reinado rompe demasiadas seguridades políticas y religiosas.

Sin embargo, nada modifica su actuación. No elude la muerte. No se defiende. No emprende la huida. Tampoco busca su perdición. No es Jesús el hombre que busca su muerte en actitud suicida. Durante su corta estancia en Jerusalén se esfuerza por ocultarse y no aparecer en público.

Si queremos saber cómo vivió Jesús su muerte, hemos de detenernos en dos actitudes fundamentales que dan sentido a todo su comportamiento final. Toda su vida ha sido «desvivirse» por la causa de Dios y el servicio liberador a los hombres. Su muerte sellará ahora su vida. Jesús morirá por fidelidad al Padre y por solidaridad con los hombres.

En primer lugar, Jesús se enfrenta a su propia muerte desde una actitud de confianza total en el Padre. Avanza hacia la muerte, convencido de que su ejecución no podrá impedir la llegada del reino de Dios, que sigue anunciando hasta el final.

En la cena de despedida, Jesús manifiesta su fe total en que volverá a comer con los suyos la Pascua verdadera, cuando se establezca el reino definitivo de Dios, por encima de todas las injusticias que podamos cometer los humanos.

Cuando todo fracasa y hasta Dios parece abandonarlo como a un falso profeta, condenado justamente en nombre de la ley, Jesús grita: «Padre, en tus manos pongo mi vida».

Por otra parte, Jesús muere en una actitud de solidaridad y de servicio a todos. Toda su vida ha consistido en defender a los pobres frente a la inhumanidad de los ricos, en solidarizarse con los débiles frente a los intereses egoístas de los poderosos, en anunciar el perdón a los pecadores frente a la dureza inconmovible de los «justos».

Ahora sufre la muerte de un pobre, de un abandonado que nada puede ante el poder de los que dominan la tierra. Y vive su muerte como un servicio. El último y supremo servicio que puede hacer a la causa de Dios y a la salvación definitiva de sus hijos e hijas.

José Antonio Pagola

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“Pretendían prender a Jesús a traición y darle muerte”. Domingo 28 de marzo de 2021. Domingo de Ramos

Domingo, 28 de marzo de 2021
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24-ramosB cerezoLeído en Koinonia:

Isaías 50,4-7: No me tapé el rostro ante los ultrajes, sabiendo que no quedaría defraudado.
Salmo responsorial: 21: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Filipenses 2,6-11: Se rebajo, por eso Dios lo levantó sobre todo.
Marcos 14,1-15,47: Pretendían prender a Jesús a traición y darle muerte.

Un año más, pedimos disculpas a quienes buscarán un comentario bíblico-teológico «normal» para un domingo de Ramos; esperamos que podrán encontrarlo fácilmente en la red. Nosotros esta vez queremos volver a tratar de hacer un comentario pensando en aquellas personas que –como también nosotros ante el comentario que teníamos ya redactado– se sienten mal ante ese conjunto de conceptos bíblicos que se repiten y enlazan indefinidamente sin salir de un bucle teológico-litúrgico dentro el cual muchos de nosotros –que pensamos como personas seculares, de la calle, con las preocupaciones diarias de la vida– sentimos que casi nos asfixiamos.

En efecto, muchos de nuestros comentarios bíblicos al uso pareciera que se mueven en «otro mundo», un mundo propio de referencias teológicas intrasistémicas, que funcionan con una lógica diferente a la real, y que parecen estar de antemano inmunizados contra toda crítica, porque, en ese ambiente bíblico-litúrgico al que están destinados, en las homilías, todo debe ser escuchado y recibido sin discusión, sin espíritu crítico, «con mucha fe». Los que tenemos una fe más o menos crítica, una fe que no quiere dejar de ser de personas de hoy y de la calle, nos preguntamos: ¿es posible celebrar la semana santa de otra manera? ¿Así como buscamos «otra forma de creer», hay «otra forma de celebrar y acoger la semana santa»?

Veamos. Comencemos preguntándonos: ¿qué sienten, qué sentimos, ante la semana santa, muchas personas creyentes de hoy?

Muchos creyentes adultos (trabajadores, profesionales de las más variadas ramas, y también intelectuales, o simples personas cultas) se sienten mal cuando, en semana santa, por la especial significación de tales días, o por acompañar a la familia –y con el recuerdo de una infancia y juventud tal vez religiosa–, entran en una iglesia, captan el ambiente, y escuchan la predicación. Se sienten de pronto sumergidos de nuevo en aquel mundo de conceptos, símbolos, referencias bíblicas… que elaboran un mensaje sobre la base de una creencia central que fuera del templo uno nunca se encuentra en ningún otro dominio de la vida: la «Redención». Estamos en Semana Santa, y lo que celebramos –así perciben en el templo– es el gran misterio de todos los tiempos, lo más importante que ha ocurrido desde que el mundo es mundo: la «Redención»… El «hombre» fue creado por Dios (sólo en segundo término la mujer, según la Biblia), pero ésta, la mujer, convenció al varón para que comieran juntos una fruta prohibida por Dios. Aquello fue la debacle del plan de Dios, que se vino abajo, se interrumpió, y hubo de ser sustituido por un nuevo plan, el plan de la Redención, para redimir al ser humano que cayó en «desgracia de Dios» desde la comisión de aquel «pecado original», debido a la infinita ofensa que dicho «pecado» le infligió a Dios.

Ese nuevo plan, de Redención, exigió la «venida de Dios al mundo», mediante su encarnación en Jesús, para así «asumir nuestra representación jurídica ante Dios y pagar por nosotros a Dios una reparación adecuada» por semejante ofensa infinita. Y es por eso por lo que Jesús sufrió indecibles tormentos en su Pasión y Muerte, para «reparar» aquella ofensa y redimir así a la Humanidad, y consiguiéndole el perdón de Dios y rescatándola del poder del demonio bajo el que permanecía cautiva.

Ésta es la interpretación, la teología sobre la que se construyen y giran la mayor parte de las interpretaciones en curso durante la semana santa. Y éste es el ambiente ante el que muchos creyentes de hoy se sienten mal, muy mal. Sienten que se asfixian. Se ven trasladados a un mundo imaginario que nada tiene que ver ni con el mundo real de cada día, ni con el de la ciencia, el de la información, o el del sentido más profundo de su vida. Por este malestar, otros muchos cristianos no sólo se han marchado de la semana santa tradicional, sino que se han alejado de la Iglesia.

¿Hay otra forma de entender la Semana Santa, que no nos obligue a transitar por el mundo manido de esa teología en la que tantos ya no creemos?

¿«No creemos», hemos dicho? Ante todo hay que decir –para alivio de muchos– que efectivamente, se puede no creer en tal teología. No se trata de ningún «dogma de fe» (si lo fuera, tampoco ello la haría creíble). Se trata de una genial construcción interpretativa del misterio de Cristo, debida a la intuición medieval de san Anselmo de Canterbury, que desde su visión del derecho romano, construyó, «imaginó» una forma de explicarse a sí mismo el secreto sentido de la muerte de Jesús. Estaba condicionado por muchas creencias propias de la Edad Media, e hizo lo que pudo, y lo hizo admirablemente: elaboró una fantástica interpretación que cautivó las mentes de sus coetáneos tanto, que perduró hasta el siglo XXI. Habría que felicitar a san Anselmo, sin duda.

El Concilio Vaticano II es el primer momento eclesial que supone un cierto abandono de la hipótesis de la Redención, o, para decirlo de otra manera, de una interpretación de la significación de Jesús más allá de la Redención. Por supuesto que en los documentos conciliares aparece la materialidad del concepto, numerosas veces incluso, pero la estructura del pensamiento y de la espiritualidad conciliar van más allá de él. El significado de Jesús para la Iglesia posconciliar –no digamos para la Iglesia con espiritualidad de la liberación– deja de pasar por la redención, por el pecado original, por los terribles sufrimientos expiatorios de Jesús y por la genial «sustitución penal satisfactoria» ideada por Anselmo de Canterbury… Desaparecen estas referencias, y cuando sorpresivamente se oyen, suenan extrañas, incomprensibles, o incluso suscitan rechazo. Es el caso de la película de Mel Gibson, que fue rechazada por tantos espectadores creyentes, no por otra cosa que por la imagen del «Dios cruel y vengador» que daba por supuesta, imagen que, evidentemente, hoy no sólo ya no es creíble, sino que invita vehementemente al rechazo.

¿Cómo celebrar la semana santa cuando se es un cristiano que ya no comulga con esas creencias? Uno se siente profundamente cristiano, admirador de Jesús, discípulo suyo, seguidor de su Causa, luchador por su misma Utopía… pero se siente mal en ese otro ambiente asfixiante de las representaciones de la pasión al nuevo y viejo estilo de Mel Gibson, de los viacrucis, los pasos de las procesiones de semana santa, las meditaciones las siete palabras, las horas santas que retoman repetitivamente las mismas categorías teológicas del san Anselmo del siglo XI… estando como estamos en el siglo XXI…

Bajo la semana santa que oficialmente se celebra, no dejan de estar, allá, lejos, bien adentro de sus raíces ancestrales, las fiestas que los indígenas originarios ya hacían sus celebraciones sobre la base cierta del equinoccio astronómico. Se trata de una fiesta que ha evolucionado muy diferentemente en cada cultura, y muy creativamente al ser heredada de un pueblo a otro, y al contagiarse de una religión a otra. Una fiesta que fue heredada y recreada también por los israelitas nómadas como fiesta del cordero pascual, y después transformada por los israelitas sedentarios como fiesta de los panes ácimos, en recuerdo y como reactualización de la Pascua, piedra angular de la identidad israelita… Fiesta que los cristianos luego cristianizaron como la fiesta de la Resurrección de Cristo, y que sólo más tarde, con el devenir de los siglos, en la oscura Edad Media, quedó opacada bajo la interpretación jurídica de la redención…

¿Por qué quedarse, pues, prendidos de una interpretación medieval, cautivos de una teología y una interpretación que no es nuestra, que ya no nos dice nada, y que podríamos abandonar porque ya cumplió su papel? ¿Por qué no sentirse parte de esta procesión tan humana y tan festiva de interpretaciones y hermenéuticas, de mitos y «grandes relatos» incesantemente renovados y recreados, y aportar nosotros también a esta trabajada historia nuestra propia parte, lo que nos corresponde hoy, con creatividad, responsabilidad y libertad? No podemos dejar de pensar que «Otra semana santa es posible»… ¡y urgente! Y también legítima, por lo menos.

No vamos a desarrollar aquí nosotros una nueva interpretación de estas fiestas. Bástenos ahora cumplir una pretensión doble: aliviar a los que se sentían culpables por desear que «otra semana santa fuera posible», por una parte, y, por otra, de invitar a todos a la creatividad, libre, consciente, responsable y gozosa. No en todas partes o en cualquier contexto será posible, pero sí lo será en muchas comunidades concretas. Si no lo es en la mía, podría serlo en alguna otra comunidad más libre y creativa que tal vez no esté muy lejos de la mía… ¿por qué no preguntar, por qué no buscarla?

Aunque los señalaremos concretamente en los próximos días, recordamos que los temas de la Pasión de Jesús están recogidos ampliamente en la serie «Un tal Jesús», principalmente en los episodios 106 a 126. Los audios y los guiones de estos episodios pueden recogerse libremente de http://radialistas.net/category/un-tal-jesus/ Por su carácter dramatizado, y por la mentalidad crítica con la que ya pudo ser escrita hace treinta años, la serie «Un tal Jesús» presenta, de un modo muy pedagógico, la visión de la vida de Jesús desde la perspectiva de la teología de la liberación. Leer más…

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Domingo de Ramos 2021. Jerusalén, ciudad de la Pascua cristiana

Domingo, 28 de marzo de 2021
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DD44C464-07F7-47B0-A841-56713FC90D17Del blog de Xabier Pikaza:

Celebramos mañana (28.3) el comienzo de la Pascua, con la entrada de Jesús en Jerusalén. Pero aquí no trataré del asna prestada, ni del canto de Hosanna, ni de los ramos, sino de la ciudad como tal, de su origen, de sus rasgos principales, y de la importancia que ella tuvo en el mensaje, vida y muerte de Jesús.

Jesús empezó su pascua entrando en Jerusalén. También nosotros debemos empezar la nuestra entrando en la ciudad, volviendo al principio, dejando nuestra seguridad engañosa y arriesgándonos a empezar desde el vacío de todo lo anterior, hacia la plenitud de la confianza en aquello que viene.

¿Cómo debemos sentirnos? ¿Qué hacer? ¿Qué significa hoy para nosotros, en el conjunto de la iglesia, volver con Jesús a Jerusalén? ¿Que perdemos al hacerlo, qué ganamos, con quién vamos?

Todas éstas preguntas quedan abiertas para los lectores, si llegan al final de lo que digo y quieren plantearlas a partir de mi propuesta sobre el sentido de Jerusalén y nuestra entrada en ella.

Buen día de Ramos a todos. ¡Nos vemos en Jerusalén, no el año que viene, sino éste! Todos los días y años son buenos para empezar desde Jerusalén.

1. Jerusalén en el Judaísmo(1)

 Al principio no formaba parte de la tierra y religión de las tribus federadas de israelitas libres, que se oponían a las “duras” ciudades cananeas, donde dominaban reyes, sacerdotes y soldados, por encima del pueblo. Una vieja historia bíblica concibe las ciudades como herencia de Caín, el homicida (Gen 4, 17). Es más, las perversiones del mundo se condensan en Babel, ciudad y torre soberbia, que divide y enfrenta a los humanos (cf. Gen 11, 1-9).

CB9C5B3A-69F8-4504-B581-6D0A74D524EAPero más tarde, a partir del Rey David (siglo X a. C.), los israelitas empezaron a conquistar las ciudades cananeas, y entre ellas Jerusalén (Sión), fortaleza jebusea, con un templo dedicado al Dios Elyón, que recibía culto de pan y vino (cf. Gen 14, 18-24)

David, rey muy humano y político, la convirtió en ciudad y corte de su dinastía, y ella apareció como morada del Rey divino, que no vive ya en la estepa, como recordaban las viejas tradiciones del Éxodo (cf. también Hab 3, 3), sino que se ha vuelto “ciudadano”, como saben los salmos reales (cf. Sal 2; 48).

Desde entonces, y de un modo especial tras el exilio y el dominio persa (desde el siglo V a. C.), Jerusalén se ha vuelto centro y lugar de referencia para el judaísmo.Más que un conjunto de muros y casas, la ciudad es signo de elección divina, centro del mundo, morada del gran Dios. La colina de Sión, su núcleo inicial y simbólico, se ha vuelto corazón de Israel y del conjunto de la humanidad. Así aparece como Hija-Sión (Novia-amiga de Dios) y llega a convertirse en símbolo de la creación, garantía de elección divina, signo y promesa de bienaventuranza.

Ciudad de Dios, experiencia y teología básica. Jerusalén fue ciudad fuerte de los jebuseos y permaneció fuera de dominio de las tribus de Israel, hasta que fue conquistada  David (en torno al 1000 a. C.). Algunos años más tarde, Salomón construyó en su colina sagrada (era de trigo, Sión) un templo israelita, que sigue conservado sus grandes rasgos simbólicos, aunque recreados desde una perspectiva israelita.

(a) Sión-Jerusalén es el Monte de Dios, como aparece en textos de la profecía clásica (Is 24,12-15; Ez 28,12-16) en una perspectiva cúltica cercana al paganismo ambiental. En línea semejante se sitúan los pasajes más antiguos sobre el Dios que habita (o se desvela) en el Sinaí (cf. Dt 33,16; 38, 2; Sal 68,9; Hab 3,3-4).

(b) Es la Casa de Dios. Suele hablarse de varios espacios sagrados: Dios tiene un templo sobre el cielo, en su altura trascendente; pero, al mismo tiempo, se supone que él habita de un modo especial en el santuario de la tierra; también se dice que mora en una ciudad sagrada, vinculada a la montaña o centro de la tierra.

(c) Bajo Sión nace el Río primigenio de la vida, que suele presentarse como torrente que brota del subsuelo del templo: allí se juntan las aguas superiores (espacio fundante de Dios) y las inferiores (que fecundan esta tierra).

En esa línea, el templo, con su ciudad y montaña, con sus aguas de vida y su liturgia, puede tomarse como lugar de la victoria de Dios sobre las fuerzas malas del cosmos y la historia (cf. Sal 46; 76; 92-93 etc.). Así lo canta un salmo:

«Grande es Yahvé y muy digno de alabanza en la ciudad de nuestro Dios, su monte santo, altura hermosa, alegría de toda la tierra; el monte de Sión, altura del cielo (=Safón), ciudad del Gran Rey. Entre sus baluartes Dios se ha demostrado como alcázar (=Roca).

Pues mira: los reyes se aliaron, para atacar juntos, pero al verla así quedaron aterrados, huyeron despavoridos. Allí les agarrón un temblor y dolores como de parto, como viento oriental que destroza las naves de Tarsis…

Rodead a Sión y recorredla, contando sus torreones, fijaos en sus defensas, observad sus baluartes, para que podáis decir a la próxima generación. Éste es Dios, nuestro Dios eterno, nuestro guía para siempre» (cf. Sal 48, 1-15).

      El salmo supone que en Sión hay un templo, construido por los hombres. Pero el verdadero santuario es la ciudad entera, concebida al mismo tiempo como centro del mundo (tierras y naciones la rodean) y altura suprema, vértice del cielo (Safon, monte del norte de Siria en que habitan, conforme a los mitos de Ugarit, Fenicia y Palestina, los dioses y diosas).

Por eso, siguiendo la costumbre del entorno pagano, los fieles que cantan este salmo identifican su monte/ciudad/santuario con la montaña original del cosmos. De esa manera, la colina de Sión (monte del templo) viene a presentarse como centro del mundo, omphalos sagrado, altura de Dios, lugar donde los cielos se unen con la tierra.

Esa misma Roca-Templo se concibe después como ciudad; no habita Dios en la altura desierta de una cumbre nevada (el Safón geográfico de Siria), ni en la roca del sur donde se engendran las tormentas (Sinaí). El Dios de la montaña se ha hecho ciudadano: es Gran Rey (soberano del cosmos) siendo, al mismo tiempo, Rey concreto de Sión y protector de sus habitantes. Ciertamente, la ciudad del templo tiene defensas militares o baluartes; pero su defensa principal, su roca firme o alcázar inexpugnable es el mismo Yahvé que, sin dejar su altura o cielo, ha puesto su lugar de habitación real sobre la tierra: Sión es su trono, Jerusalén su ciudad; los que en ella habitan son sus cortesanos; los restantes hombres y países han de someterse ante Sión.

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Domingo de Ramos. Ciclo B

Domingo, 28 de marzo de 2021
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A8 DOMINGO DE RAMOS jpgDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Este domingo se lee el relato de la Pasión de Jesús en el evangelio de Marcos, precedido de dos lecturas: una del libro de Isaías y otra de la carta a los Filipenses. Dada su extensión, la Conferencia Episcopal permite que, atendiendo a la índole de la asamblea, se lea una sola de las dos lecturas, o incluso que solo se lea el evangelio. Pero ambas ayudan grandemente a comprender la pasión de Jesús.

 El Siervo (Jesús) acepta el plan de Dios (Isaías 50,4-7)

«Jesús murió porque hizo la cosa más inadecuada (entrada triunfal) en el momento más inadecuado (semana de Pascua) y en el sitio más inadecuado (Jerusalén)». ¿Una imprudencia? ¿Un suicidio? La lectura de Isaías indica que Jesús sabe perfectamente que le esperan golpes, insultos y salivazos. Ha sido el Padre quien se lo ha comunicado. Y él no se echó atrás. Lo aceptó, convencido de que el Padre lo ayuda y no quedará defraudado.

Al mismo tiempo, el Padre le ha encomendado «decir al abatido una palabra de aliento». Y quien sufre hasta la muerte es la persona más capacitada para animar a los que sufren.

 El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo,
para saber decir al abatido una palabra de aliento.
Cada mañana me espabila el oído,
para que escuche como los discípulos.
El Señor Dios me abrió el oído;
yo no resistí ni me eché atrás.
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban,
las mejillas a los que mesaban mi barba;
no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos.
El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes;
por eso endurecí el rostro como pedernal,
sabiendo que no quedaría defraudado.

Por la cruz a la victoria (Filipenses 2,6-11)

El Siervo estaba convencido de que no quedaría defraudado. Y eso mismo ocurre con Jesús. La lectura de la pasión no es la historia de un fracaso, sino de un triunfo. A la muerte más cruel e infamante, la de cruz, sigue el nombre sobre todo nombre y la adoración de todas las creaturas.

 Cristo Jesús, siendo de condición divina,
no retuvo ávidamente el ser igual a Dios;
al contrario, se despojó de sí mismo
tomando la condición de esclavo,
hecho semejante a los hombres.
Y así, reconocido como hombre por su presencia,
se humilló a sí mismo,
hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo exaltó sobre todo
y le concedió el nombre sobre todo nombre;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor  para gloria de Dios Padre.

Pasión de Jesucristo según san Marcos (14,1-15,47)

             Ofrezco un amplio comentario en las páginas 420-457 de José Luis Sicre, El evangelio de Marcos. Comentario litúrgico al ciclo B y guía de lectura, Editorial Verbo Divino 2020. Aquí indico solamente dos aspectos que considero importantes.

¿Quién es Jesús?

El relato del capítulo 15 supone un gran contraste con el de los dos capítulos anteriores (13-14). En estos, Jesús se enfrenta a toda clase de adversarios en diversas disputas y los vence con facilidad. Ahora, los adversarios, derrotados a nivel intelectual, deciden vencerlo a nivel físico, matándolo (14,1). Lo que más se destaca en Jesús es su conocimiento y conciencia plena de lo que va a ocurrir: sabe que está cercana su sepultura (14,8), que será traicionado por uno de los suyos (14,18), que morirá sin remedio (14,21), que los discípulos se dispersarán (14,27), que está cerca quien lo entrega (14,42). Las palabras que pronuncia en esta sección están marcadas por esta conciencia del final y tienen una carga de tristeza. Como cualquiera que se acerca a la muerte, Jesús sabe que hay cosas que se pierden definitivamente: la cercanía de los amigos («a mí no siempre me tendréis con vosotros»: 14,7), la copa de vino compartida (14,25). No falta un tono de esperanza: del vino volverá a gozar en el Reino de Dios (14,25), con los discípulos se reencontrará en Galilea (14,28). Pero predomina en sus palabras un tono de tristeza, incluso de amargura (14,37.48-49), con el que Marcos subraya ―una vez más― la humanidad profunda de Jesús.

Cuatro veces se debate en estos capítulos la identidad de Jesús: el sumo sacerdote le pregunta si es el Mesías (14,61), Pilato le pregunta si es el Rey de los judíos (15,2), los sumos sacerdotes y escribas ponen como condición para creer que es el Mesías que baje de la cruz (15,31-32), el centurión confiesa que es hijo de Dios (15,39). A la pregunta del sumo sacerdote responde Jesús en sentido afirmativo, pero centrando su respuesta no en el Mesías, sino en el Hijo del Hombre triunfante (14,62). A la pregunta de Pilato responde con una evasiva: «Tú lo dices» (15,2). A la condición de los sumos sacerdotes y escribas no responde. Cuando el centurión lo confiesa hijo de Dios, Jesús ya ha muerto.

Los discípulos

Se entristecen al enterarse de que uno de ellos lo traicionará; pero, llegado el momento, todos huyen. Una vez más, Pedro desempeña un papel preponderante. Se considera superior a los otros, más fiel y firme (14,29), pero comenzará por quedarse dormido en el huerto (14,37) y terminará negando a Jesús (14,66-72). En este contexto de abandono total por parte de los discípulos adquiere gran fuerza la escena final del Calvario, cuando se habla de las mujeres que no sólo están al pie de la cruz, sino que acompañaron a Jesús durante su vida (15,40-41).

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Domingo de Ramos. 28 de marzo, 2021

Domingo, 28 de marzo de 2021
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El Señor los necesita”.

(Mt 21, 1-10)

El Domingo de Ramos es la puerta grande de la Semana Santa. Después el camino se irá estrechando y haciéndose cada vez más difícil, pero empieza a lo grande.

Jerusalén, la Ciudad Santa, recibe a Jesús entre gritos de júbilo y alabanza. Al llegar Jesús la gente espontáneamente empieza a alfombrar el camino con sus capas y con ramos. Y aclaman al que llega: “-Viva, bendito el que viene en nombre del Señor!¡Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David! ¡Viva el Altísimo!”

Es una explosión de alegría que nadie sospecha que acabará dramáticamente. O quizá sí. El protagonista parece saber muy bien de qué va la historia. Es una historia de amor entregado.

Pero, ¿esas gentes que gritan alegres pueden sospechar que unos días más tarde vocearán el terrible: “-¡Crucifícale!, ¡Crucifícale!”?

Con todo, ¡no adelantemos acontecimientos! No vale, nosotros ya conocemos el final…

Pero hoy es Domingo de Ramos y en medio de todos esos gritos y gestos de alegría hay un detalle tierno que nos puede pasar desapercibido.

El Señor los necesita”. ¿A quién necesita el Señor? Tendríamos que preguntar a las personas expertas pero en todo el evangelio solo aparece una necesidad de Jesús y es esta.

Jesús manda a sus discípulos con este recado: “Y si alguien os dice algo, diréis que el Señor los necesita, pero en seguida los devolverá.

¡Una borrica y su pollino! Eso es lo que Jesús necesita, y solo un ratito, porque “los devolverá pronto”. Es el gran día de Jesús, pero él solo necesita una borrica y su pollino. ¿Qué necesitaríamos nosotros si fuera nuestro gran día? ¿Pensaríamos en una borrica? ¡No! También es verdad que aquí, en nuestro primer mundo, una borrica es casi un animal exótico (¿quién ha visto de cerca una borrica en el último año?).

En tiempos de Jesús también era algo especial. No todo el mundo tenía una borrica. El mismo Jesús la toma prestada. Pero ya que tenía que pedirlo prestado podría haber pedido un caballo. Sin embargo a él le va lo humilde y además quiere “necesitarlo”. ¡Qué suerte!

Oración

Déjanos, en este Domingo de Ramos, ser la borrica. Deja que sintamos que nos necesitas. Amén.

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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La muerte de Jesús importa por ser manifestación y consecuencia de su vida.

Domingo, 28 de marzo de 2021
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aiss_10Mc 14-15

Como en el caso de la purificación del templo, no podemos pensar que la entrada en Jerusalén fue una manifestación multitudinaria. Hubiera sido la ocasión ideal, que los dirigentes judíos estaban esperando, para prender a Jesús. Probablemente se trató de un pequeño grupo de seguidores que se unieron a los discípulos en aclamaciones espontáneas. Jesús había desarrollado toda su actividad en Galilea, y la mayor parte de los peregrinos que venían a la fiesta eran galileos. Muchos de ellos reconocerían a Jesús, que también subía a Jerusalén, y se unieron a su grupo.

Lo verdaderamente importante en el relato de la pasión, está más allá de lo que se puede narrar. Lo esencial de lo que ocurrió no se puede meter en palabras. Lo que los textos nos quieren transmitir hay que buscarlo en la actitud de Jesús que refleja plenitud de humanidad. Lo importante no es la muerte física de Jesús sino descubrir por qué le mataron, por qué murió y cuales fueron las consecuencias de su muerte para los discípulos. Semana Santa es la ocasión privilegiada para plantearnos la revisión de nuestros esquemas teológicos sobre el valor de la muerte en la cruz.

Estamos en el mejor momento del año para tomar conciencia de la coherencia de toda la vida de Jesús. Dándose cuenta de las consecuencias de sus actos, no da un paso a tras, y las acepta plenamente. Es una advertencia para nosotros, que estamos siempre acomodándonos para evitar consecuencias desagradables. Sabemos que nuestra plenitud está en darnos a los demás pero seguimos calculando nuestras acciones para no ir demasiado lejos, poniendo límites “razonables” a nuestra entrega; sin darnos cuenta de que un amor calculado es egoísmo camuflado.

¿Por qué le mataron? La muerte de Jesús es la consecuencia directa de un rechazo frontal y absoluto por parte de los jefes religiosos de su pueblo. Rechazo a sus enseñanzas y rechazo a su persona. No debemos pensar en un rechazo gratuito y malévolo. Los sacerdotes, los escribas, los fariseos no eran gente depravada, que se opusieron a Jesús porque era buena persona. Eran gente religiosa que pretendía ser fiel a la voluntad de Dios, que ellos encontraban en la Ley. También para Jesús era prioritaria la voluntad del Padre, pero no la buscaba en la Ley sino en el hombre.

¿Era Jesús el profeta, como creían los que le seguían, o era el antiprofeta que seducía al pueblo? La respuesta no era tan sencilla. Por una parte, Jesús iba claramente contra la Ley y contra el templo, signos inequívocos del antiprofe­ta. Pero por otra, los signos de amor a todos eran una muestra de que Dios estaba con él, como apuntó Nicodemo. Lo mataron porque denunció a las autoridades religiosas que, con su manera de entender la religión, oprimían al pueblo. Le mataron por afirmar, con hechos y palabras, que el valor del hombre concreto está por encima de la Ley y del templo.

¿Por qué murió? No podemos saber lo que Jesús experimentó ante su muerte. Ni era un inconsciente ni era un loco ni era masoquista. Tuvo que darse cuenta que los jefes religiosos querían eliminarlo. Lo que nos importa a nosotros es descubrir las poderosas razones que Jesús tenía para seguir diciendo lo que tenía que decir y haciendo lo que tenía que hacer, a pesar de que estaba seguro que eso le costaría la vida. Tomó conscientemente la decisión de ir a Jerusalén donde estaba el peligro. Que le importara más ser fiel a sí mismo que salvar la vida es el dato que nosotros debemos valorar. Demostró que la única manera de ser fiel a Dios es ponerse del lado del oprimido.

No se puede pensar en la muerte de Jesús desconectándola de su vida. Su muerte fue consecuencia de su vida. No fue una programación por parte de Dios para que su Hijo muriera en la cruz y de este modo nos librará de nuestros pecados. Jesús fue plenamente un ser humano que tomó sus propias decisiones. Porque esas decisiones fueron las adecuadas, de acuerdo con las exigencias de su verdadero ser, nos han marcado a nosotros el camino de la verdadera salvación. Si nos quedamos con el Hijo, que murió por obediencia al Padre, hemos malogrado su muerte y su vida.

¿Qué consecuencias tuvo su muerte? Hay explicaciones teológicas de la muerte de Jesús que se siguen presentando a los fieles, aunque la inmensa mayoría de los exégetas y de los teólogos las han abandonado hace tiempo. No debemos seguir interpretando la muerte de Jesús como un rescate exigido por Dios para pagar la deuda por el pecado. Además de ser un mito ancestral, está en contra de la idea de Dios que el mismo Jesús desplegó en su vida. Un Dios que es amor, que es Padre, no casa muy bien con el Señor que exige el pago de una deuda hasta el último centavo.

Para los discípulos, la muerte fue el revulsivo que les llevó al descubrimiento de lo que era verdaderamente Jesús. Durante su vida lo siguieron como el amigo, el maestro, incluso el profeta; pero no pudieron conocer el verdadero significado de su persona. A ese descubrimiento llegaron por un proceso de maduración interior, al que solo se puede llegar por experiencia. La muerte de Jesús les obligó a esa profundización en su persona y a descubrir en aquel Jesús de Nazaret, al Señor, al Mesías al Cristo y al Hijo. En esto consistió la experiencia pascual. Ese mismo recorrido debemos hacerlo nosotros.

A nosotros hoy, la muerte de Jesús nos obliga a plantear la verdadera hondura de toda vida humana. Jesús supo encontrar, como ningún otro ser humano, el camino que debemos recorrer todos para alcanzar plenitud humana. Amando hasta el extremo, nos dio la verdadera medida de lo humano. Desde entonces, nadie tiene que romperse la cabeza para buscar el camino de mayor humanidad. El que quiera dar sentido a su vida, no tiene otro camino que el amor total, hasta desaparecer.

La interpretación de la muerte de Jesús determina la manera de ser cristiano. Ser cristiano no es subir a la cruz con Jesús, sino ayudar a bajar de la cruz a tanto crucificado que hoy podemos encontrar en nuestro camino. Jesús, muriendo de esa manera, hace presente a un Dios sin pizca de poder, pero repleto de amor, que es la fuerza suprema. En ese amor reside la verdadera salvación. El “poder” de Dios se manifiesta en la vida de quien es capaz de amar entregando todo lo que es.

Meditación

Ningún sufrimiento salva por sí mismo, tampoco el de Jesús.
Lo que salva es la fidelidad a su verdadero ser,
Vivir una verdadera humanidad, es perder el miedo a la muerte.
El miedo a la muerte es la esclavitud más difícil de superar.
Toda opresión nace de esta esclavitud.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Plenamente Humano.

Domingo, 28 de marzo de 2021
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domingo-de-ramosNo se puede ser cristiano sin ser desesperadamente humano (Teilhard de Chardin)

25 de marzo. Domingo de Ramos

Mt 21, 1-11

Cuando entró en Jerusalén, toda la población conmovida preguntaba: ¿Quién es éste? Y la multitud contestaba: Es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea.

En su película Últimos días en el desierto (2015), el director colombiano Rodrigo García explora un Jesús que desde su humanidad transforma a quienes se cruzan en su camino. García no quería mostrar al Jesús divino, elevado, como nos lo han mostrado algunos directores, sino uno más cercano con el que pudiéramos conectarnos de otra manera. Ewan McGregor, actor escocés, desempeña el papel de Jesucristo y de un demonio, que le acecha, le cuestiona y le reta. Jesús le responde, no con la divinidad que yace bajo su piel sino desde su humanidad, contestando con la certeza del que se sabe amado y siguiendo el instinto de su corazón.

Una fuerza interior que le lleva a la plenitud de su ser. Plenitud que, como nos cuenta Alma, Mahler repetía en su versión de artista una y otra vez: “Todas las creaturas de la naturaleza se engalanan sin cesar para Dios. Así que todo hombre tiene tan sólo una obligación: mostrarse ante Dios y ante los hombres tan hermoso como sea posible.

Y plenitud, como la que nos propone alcanzar “La danza de la flor”. La he danzado un jueves en Másquesilencio. Me encanta su forma y su significado, y también la música que mentalmente pongo en ella. De pie, el cuerpo erguido, pienso en la esencia de mi ser que, como el de todo rosal, hunde sus raíces en la tierra. Intento darle vida y, para ello, abro en cruz los brazos, doblo levemente las rodillas y, bajando el cuerpo, hago ademán de recoger en el cuenco de las manos la semilla que nace en el campo. Con ellas, juntas en gesto de oración, las elevo hasta mi corazón, las abro sobre él para entregársela y que le dé calor. Torno a cerrarlas, y las vuelvo a subir por el centro de mi rostro como haciéndola crecer hasta ser árbol. Voy abriendo mis brazos y los elevo con las manos abiertas hacia arriba hasta acariciar el cielo. Ofrezco esa simiente a la tierra que la crio y ha dado vida, y a cuantos crecen y viven en virtud de su fuerza. Finalmente bajo de nuevo las manos hacia el suelo, le doy gracias, y repito el gesto de devolverle la semilla para que continúe naciendo y dando frutos en eterna sementera. Te invito a bailar mi “Danza de la flor” y a ser feliz haciéndolo, como quizás lo fueron los que aclamaron a Jesús en su entrada en Jerusalén este domingo de mantas, de palmas y de ramos.

El jesuita granadino Leandro Sequeiros (1942), licenciado en Teología, doctor en Ciencias Geológicas y catedrático de Paleontología, nos propone un triunfante entrar en nuestro particular Jerusalén para reconciliarnos con nosotros mismos y trascendernos. No hace mucho le escuché decir en una conferencia: “Prestigiar, difundir y extender una dimensión espiritual para la armonía y reconciliación del ser humano con la realidad natural y social, puede ser un primer paso para reencontrarse con uno mismo y reivindicar la posibilidad de trascender nuestra propia limitación intelectual, social y emocional. Y todavía no hemos llegado a lo religioso y menos aún a lo cristiano”.

Teilhard de Chardin, otro sabio y también científico como Sequeiros, también reiteró la necesidad de crecer y de dar vida a nuestra vocación de discípulos de Jesús: “No se puede ser cristiano sin ser desesperadamente humano”. ¿No será ésta la respuesta mejor a la pregunta que hacía aquella mañana el pueblo? “Cuando entró en Jerusalén, toda la población conmovida preguntaba: ¿Quién es éste? Y la multitud contestaba: Es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea” (Mt. 21, 10-11).

Un profeta visionario, peregrino del Espíritu, que nos enseñó, en boca de San Juan de la Cruz, a darle a la caza alcance.

LA GAVIOTA

Soñé que era gaviota y que volaba
el cercano Ecuador de Tierra y Cielo.
Yo confiado navegaba
al socaire del aire de tus alas.

¿Cómo haces, gaviota,
peregrina del Viento,
para amar nuestra Tierra
y liberarte
de las frías cadenas de los cielos?

”Solamente… ¡¡Porque también yo sueño
realidades!!”

(NATURALIA. Los sueños de las criaturas. Ediciones Feadulta)

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Domingo de Ramos (B)

Domingo, 28 de marzo de 2021
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domingo_ramos_b-600x400Mc 11,1-10 (Entrada en Jerusalén).

Al atardecer se juntaron a cenar. Alguien les devolvió la dignidad perdida, robada. El silencio se tornó Luz, Vida, Presencia. Ayer. Hoy.

Se ha ido corriendo la voz. Viene Jesús, el galileo, el Maestro. Le acompaña mucha gente, bueno, no tanta, pero lo importante es que está presente. Viene a celebrar la fiesta de la Pascua con sus amigos, con las mujeres que iban con él desde el principio, con su familia. Y ahí entramos todos los que le seguimos desde hace tiempo. La entrada en Jerusalén resulta chocante, viene montado en un borriquillo rodeado por toda la gente que le quiere; él parece feliz. ¡Hosanna! ¡Viva! ¡Bendito el que viene en nombre del Buen Dios! El burro lo encontraron en el pueblo atado a una puerta. El dueño, de lejos, nos hizo señas para que nos lo lleváramos; estaba preparado para que lo montara. ¡Hosanna! ¡Viva!

– ¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?

– El dueño os enseñará una sala grande en el piso de arriba.

– Al atardecer se juntaron a cenar. Tomad. Esto es mi cuerpo. Luego, cogió una copa y todos bebieron.

Era la última de muchas comidas/cenas. Jesús intuye lo que va a pasar. En ningún momento se escondió ni dio marcha atrás en su denuncia ante los sacerdotes corruptos del templo, ni ante las trampas de la Ley que siempre recaían sobre los mismos, los más débiles, ni ante los jerarcas del poderoso Imperio romano. Mas en esa noche especial, cargada de tensión, de temor, quería recordarles una sola cosa: debéis ser pan y haceros pan para los demás, como yo os he enseñado.

Así pues, en la vida cotidiana y en cualquier circunstancia, ser pan, buscar el bien, ser pacientes, pacificar conflictos, desencuentros, malentendidos, ponerse en lugar del otro, dejar a un lado la hipocresía y el egoísmo disfrazado y justificado tantas veces, rechazar todo aquello que provoque violencia, injusticia, opresión, cerrazón.

Otros cumplían condena por haber cometido delito. Pero algún día saldrían. Vosotros plantearos la vida de otra forma: traficantes, falsificadores, mujeres prostituidas, ladrones, acusados de violencia machista, asesinos… malas compañías, familias rotas, o quizá, todo lo tuvieron en contra desde que nacieron hasta llegar allí. También ellos encontraron un trocito de pan donde agarrarse: talleres, ayuda psicológica, educación a distancia, “proyecto hombre”, alcohólicos anónimos o el reencuentro casi olvidado de la “misa” del sábado. Algunos decidieron pedir perdón y en cuanto se lo permitieran, regresarían a su casa para comenzar una nueva etapa de sus vidas. Ese día, comieron algo especial. Alguien, aún sin conocerle, les había devuelto su dignidad, la certeza y la consciencia de que era posible empezar de nuevo, pasar página y adaptarse a nuevas oportunidades…

Familias, gente en paro, madres solteras, personas excluidas por ser diferentes, extranjeros, personas sin hogar, enfermos, comunidades cristianas, hermanos y hermanas de familias religiosas, alejados, minorías étnicas, jóvenes, mayores, niños, comparten el pan partido, la vida entregada, que rescata a los crucificados de la sociedad.

Jesús Nazareno, de familia humilde, descubrió que era Hijo amado de Dios, al que llamó Abba; recorrió pueblos y aldeas anunciando una buena noticia para todos los que malvivían, viudas, niños, pobres y oprimidos, comió con todos, se saltó las normas de la ley y los ritos poniendo por encima a las personas, hablaba con autoridad, desde su experiencia de Dios, no de oídas, denunció el abuso de impuestos que llevaba a las personas a perder su tierra, convirtiéndose en esclavos, malhechores o prostitutas. Se granjeó la antipatía y la enemistad de los sacerdotes del templo y de los romanos porque el Reino de Dios que predicaba chocaba frontalmente con ellos.

Su vida y sus obras fueron el detonante que hizo estallar la hipocresía y la opresión de unos y otros. Su condena a muerte fue la consecuencia de su vida. Él no la buscó pero tampoco la evitó. La fidelidad y la confianza en su Abba revelaron su plena humanidad. Jesús, Dios hecho hombre, se nos desvela como la Palabra y la revelación más plena de Dios. El Espíritu estaba en Él.

No sabemos explicar la raíz última de tanta maldad. El odio, las guerras, el sufrimiento de los inocentes, la explotación infantil, el hambre, la persecución y la tortura, la violencia, la injusticia, la pandemia del Covid, el maltrato a la tierra, los océanos, los ríos, la contaminación, el cambio climático, el peligro nuclear.

Nosotros también hemos levantado esas cruces y hemos crucificado a muchos inocentes como Jesús Nazareno. Él desenmascara nuestras mentiras y cobardías. En la soledad de la cruz, nos cuestiona nuestra fe, nuestra complicidad e indiferencia ante las víctimas. Celebrar la semana santa es contemplar al Crucificado en el Misterio de su muerte y acercarse a los crucificados de todos los tiempos.

Llama la atención en ese largo proceso del juicio y posterior condena, el silencio de Jesús. Excepto unas pocas palabras, él calla. Ya ha dicho todo lo que tenía que decir. Han visto sus obras y a la gente que le seguía. No necesita convencer a nadie. No hay marcha atrás. Sólo le queda un último paso: la aceptación final hasta sus últimas consecuencias. Un estado de consciencia lúcida en la que se abre un vacío lleno de Luz aun en la noche más oscura, en el dolor más insoportable, en el total abandono, en la desolación más absoluta.

Quizá, cada uno/a lo experimenta de forma distinta o se prepara para ese encuentro definitivo de diversas maneras, si es que es posible… Luego, será/es la Vida, la Luz, el Amor, la Presencia, el abrazo, el beso, la plenitud, la gloria, la resurrección, el reencuentro…

¡Shalom!

Mª Luisa Paret

Fuente Fe Adulta

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El silencio de Jesús

Domingo, 28 de marzo de 2021
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NocheDomingo de Ramos

28 marzo 2021

Mc 15, 1-39

En el relato del proceso que culminaría en muerte, llama la atención el silencio de Jesús, apenas roto por una primera respuesta simple y las llamadas “siete palabras”, ya en la cruz; palabras que, seguramente, fueron creadas con posterioridad por los propios evangelistas.

 Sabemos que el silencio puede nacer de distintos “lugares” y encerrar actitudes muy diferentes: del miedo al desprecio, de la cerrazón a la ira contenida. Sin embargo, en una persona sabia como Jesús, el silencio parece estar dotado de una doble intencionalidad: por una parte, significa acallar la mente al haber comprendido la imposibilidad de entender lo que está sucediendo desde el plano mental; por otra, implica una actitud aceptación profunda y de rendición consciente a lo que es.

 Es, con seguridad, el silencio más elocuente: no hay discusión, justificación ni reproche; no hay gemidos de necesidades ni gritos de condena. El yo está acallado. La persona está anclada y viviéndose desde “otro lugar”. Un lugar que se rige por parámetros completamente distintos a aquellos con los que se maneja el ego.

 Tal silencio es elocuente porque no es un mero gesto o comportamiento, sino que manifiesta un estado de ser, en el que la persona, transcendida la identificación con el yo, se comprende y se vive desde su (nuestra) verdadera identidad, ahí donde somos y nos reconocemos en unidad con todo lo que es.

 Decir que el silencio es un estado de ser equivale a afirmar que, en lo profundo, más allá de la locuacidad del mundo mental y su jungla de palabras, pensamientos, emociones y deseos, somos silencio consciente.

 En el estado mental nos debatimos constantemente porque no hacemos sino girar en torno al yo, con sus miedos y sus necesidades, sus frustraciones y sus anhelos… Y el yo siempre va a necesitar explicar, justificar, gritar, condenar, suplicar. Es su modo de funcionar.

 Sin embargo, cuando acallamos la mente y se silencian los pensamientos –cesa nuestra identificación con ellos–, se abre ante nosotros –cada cual puede experimentarlo– una espaciosidad silenciosa que permite la entrada al estado de presencia, en el que se modifican por completo nuestras referencias anteriores. Desde ahí, todo se ve y se vive de manera radicalmente distinta.

 Es un estado de quietud y de luz, de ecuanimidad, de paz y de plenitud. Seguimos notando en nuestra persona todo aquello que la afecta, sigue habiendo sensaciones de todo tipo y movimientos mentales y emocionales. Pero estamos en ese “otro lugar” que, en realidad, es nuestra “casa”, Aquello que somos en profundidad.

 El silencio del sabio queda reflejado –hasta donde el lenguaje puede hacerlo– en estas palabras de Nisargadatta: “Compare usted la conciencia y su contenido con una nube. Usted está dentro de la nube, mientras que yo la miro. Está usted perdido en ella, casi incapaz de ver la punta de sus dedos, mientras que yo veo la nube y otras muchas nubes y también el cielo azul, el sol, la luna y las estrellas. La realidad es una para nosotros dos, pero para usted es una prisión y para mí un hogar”.

¿Cuál es mi experiencia de silencio?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Domingo de Ramos: el poder acaba por levantar la cruz y el carisma acaba por morir en ella

Domingo, 28 de marzo de 2021
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laurus-nobilis-1Del blog de Tomás Muro, La Verdad es libre:

  1. Domingo de Ramos: entrada en Jerusalén.

         La cuaresma concluye con la extraña entrada de Jesús en Jerusalén. La vida es también una larga peregrinación que termina a las puertas de la Jerusalén celestial.

  1. Una extraña entrada en Jerusalén.

         Desde su nacimiento, Jesús entró mal en la humanidad: vino a los suyos, pero no le recibimos (Jn 1,11).

La entrada de Jesús en Jerusalén es un tanto extraña y un tanto “irónica”. ¿El rey de los judíos entrando en burro en la capital, en Jerusalén?

 Jerusalén estaba repleta de gente que había acudido a celebrar la Pascua judía. Podían juntarse en Jerusalén unas cien mil personas (J Jeremías).

Sin embargo, probablemente esta entrada no fue un hecho masivo, tumultuoso. Los evangelistas nos presentan a Jesús entrando en la “metrópoli” en un asno. Todo esto nos remite a una interpretación más bien cristiana que estrictamente histórica de la entrada en Jerusalén.

Sea como fuere:

  •  Jesús sube a Jerusalén sabiendo lo que le espera, no huye de lo que le sobreviene.
  •  Lo de Jesús no tiene nada que ver con una entrada en un carro de combate. Tampoco tiene nada que ver con la entrada pontifical de un obispo en su diócesis, ni con otras entradas triunfales de tipo deportivo o de noches triunfales electorales.
  •  Las cosas de Jesús van por otros derroteros, el cristianismo van por otro lado al del poder y el triunfo: Jesús camina por la humildad, servicio (siervo de los siervos) y entrega de su vida.
  •  El profeta Zacarías anunciaba con gozo que el Mesías será sencillo y humilde. Alégrate Jerusalén porque llega tu rey victorioso y humilde sobre un asno… (Zac 9,9).
  1. Jesús no es un hombre de poder. poder y carisma.

         Hay muchas formas de entrar en la vida, en las situaciones, en los problemas, en los pueblos y por razones e intereses muy diversos y, por tanto, con actitudes diferentes. Muchas son entradas de poder, sea en el orden político, entradas eclesiásticas de obispos en sus diócesis, entradas militares, entradas deportivas triunfales (¡qué pena que no se pueda sacar la gabarra! (¿) Jesús entró en Jerusalén de modo muy distinto.

El poder sirve para muchas cosas, pero no sirve para que los hombres se vuelvan buenos. El poder no sirve para liberar o sanar la libertad humana, sino sólo para suprimirla. La gracia, en cambio, hace buenos a los hombres y libera la libertad humana. El poder obliga, la gracia ayuda.

El poder crea cuarteles o campos de concentración; el carisma edifica comunidad. El poder impone silencio, el carisma habla hasta con su silencio. El poder sólo es capaz de preservar, el carisma es capaz de transmitir. El poder sospecha siempre, desconfía siempre; el carisma alienta siempre, apuesta siempre.

El poder da la seguridad de la instalación, el carisma se mantiene en la inseguridad de Abrahán. El poder se ama sólo a sí mismo, la gracia ama a los hombres. El poder se atribuye carismas, el carisma no se atribuye poderes. El poder suplanta al Espíritu, el carisma transparenta al Espíritu. Y por eso, el poder acaba por levantar la cruz y el carisma acaba por morir en ella. En una palabra: el poder es de este mundo como todos los sanedrines: el carisma es del cielo como Jesús.

La Iglesia y los eclesiásticos nunca podrán prescindir de un cierto poder, porque están en este mundo, aunque quiera Dios que no sean del mundo. El poder es la pasión más fuerte del ser humano.

Cuando la Iglesia no tema desprenderse de poder será una Iglesia que se fía de Dios más que de sí misma. Creo que esta es la razón principal por la que el papa Francisco no puede llevar a cabo la reforma de la curia y otras reformas.

Una Iglesia que aplasta el carisma es una Iglesia que se fía de sí misma más que de Dios.

Una Iglesia en que domine el poder, sólo sabrá pensar que el mundo es el hijo pródigo; y estará secretamente ansiosa de verlo fracasar con las bellotas, para demostrarse a sí misma que ella tenía razón.

Una iglesia en que se viva una dialéctica del poder, no es la Iglesia de Jesús entrando en un asno en Jerusalén y lavando los pies de sus discípulos.

Una Iglesia en que viva en el carisma nunca querrá ser el hermano mayor del pródigo y sentirá temor de no amar bastante a su hermano pecador

Una iglesia que viva del carisma nunca se sentirá superior, y no será fanática ni juzgará con dureza.

El Vaticano II fue una apuesta por el carisma: respiramos espíritu y libertad. El postconcilio, hasta el papa Francisco, ha significado la tentación del poder: por eso tanta gente ha vuelto a perder interés por la Iglesia (y algunos de los que no lo han perdido es porque tienen en ella un interés “interesado”. Siempre y en todo hay arribistas).

         Jesús entra en nuestros pueblos y ciudades, pero nuestra vida transcurre dañada por los intereses económicos, que azotan a los más débiles. ¿Por qué la vacuna -la que fuere- no llega a los pueblos más pobres? ¿Por qué dos mil millones de personas en el mundo no tienen acceso al agua corriente?

         Necesitamos que entren no los poderosos, los tanques, los grandes economistas, el capital, sino el servicio, la entrega, la bondad.

Nuestra entrada en la vida ¿se parece a la de Jesús?

  1. Confianza radical de Jesús en Dios Padre.

Jesús es muy consciente de su situación. Está amenazado de muerte. No huye.

El domingo de Ramos termina en el domingo de Pascua. El Éxodo termina en la libertad y en la tierra de promisión, la muerte en la Vida.

Celebremos con gozo los acontecimientos de esta Semana Santa, que son los de Jesús, pero son también nuestras propias vivencias y esperanzas.

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