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La Ley de la semilla: Jesús vence perdiendo…

Domingo, 21 de marzo de 2021
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¡Queremos ver a Jesús!

Hoy me adhiero, Señor,
al grupo de los que quieren verte
-saludarte, presentarse,
escucharte, hablarte…-.
Como a aquellos griegos gentiles,
pero curiosos e inquietos,
que acudieron a Felipe para conocerte,
también a mí me has tocado y despertado
abriéndome el horizonte
con tu presencia, mirada y mensaje.

Pero, ¿quién me acercará hasta ti?
¿Quién me llevará a tu presencia?
¿Quién me ayudará a superar las murallas
-culturales, religiosas, personales-
que nos separan y me retienen?
¿Quién será el anfitrión de nuestro encuentro?
¿Quién se hará cargo de este deseo
que surge de lo más hondo de mi ser
y me acompaña noche y día
desde la primera vez?

¿Tu Iglesia que se dice católica?
¿Sus vicarios, obispos, presbíteros…
y demás padres señores y dignidades
tan seguros e inflexibles en sus verdades?
¿La Curia Vaticana y sus jefes?
¿Los monseñores y cardenales?
¿Los guardianes de la doctrina y creadores de leyes?
¿Los teólogos que hablan y escriben en otro lenguaje?
¿Los liturgos que no sintonizan con la gente?
¿Los nuevos grupos y comunidades que emergen?…

¿Quién será el anfitrión de nuestro encuentro?

Entre tus discípulos y apóstoles
siempre hubo, y seguro que las hay hoy,
personas cercanas y humildes,
con los pies en la tierra, en el “humus”,
y los ojos fijos en ti;
hermanos atentos y sin ambiciones;
pastores que huelen a lo que deben oler;
pobres despojados hasta de su ser;
creyentes que se siembran sin temor a desaparecer;
hombres y mujeres que gozan al estar junto a ti…

¡Ojalá tenga la suerte
de toparme con ellos hoy,
aquí, en casa, o en los caminos,
o en las plazas, o en las fiestas, o en el templo…
o en cualquier lugar,
sea espacio sagrado o profano;
…o en el reverso de la historia
tan olvidado y arrinconado,
pero que tanto te preocupa a ti
y a todos los que siguen tus huellas!

¡Que llegue esa hora
para estar en tu compañía, Jesús!

*

Florentino Ulibarri

***

En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban:

– “Señor, quisiéramos ver a Jesús.”

Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó:

– “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará.

Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.”

Entonces vino una voz del cielo:

– “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.

La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel. Jesús tomó la palabra y dijo:

– “Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.”

Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.

*

(Juan 12,20-33)

*

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Hablar del anonadamiento de Jesús es ciertamente una tarea imposible. El hombre Jesús vence perdiendo. Vence negándose a sí mismo como hombre el poder de dominar, de afirmarse frente a los otros y sobre los otros. De esta realidad tenía una conciencia muy lúcida que transparentaba en toda su enseñanza y en toda su vida.

Investigadores curiosos o gente ansiosa de conocimientos o experiencias excepcionales, algunos griegos querían verle en sus últimas días en Jerusalén. Jesús utiliza esa bellísima imagen que tanto recuerda la parábola del Reino de los Cielos: “Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto” (Jn 1 2,24). El grano de trigo no es otro que él mismo: Jesús. La kénosis de la encarnación llegará a sus últimas consecuencias en la pasión y muerte de cruz. Pero la imagen del grano de trigo que muere y produce la espiga y luego el pan, tiene también una relación evidente con el misterio de la eucaristía.

La vitalidad de esa semilla sepultada es prodigiosa. La ley de la semilla es morir para multiplicarse: no tiene otro sentido ni otra función que la de ser un servicio a la vida. Lo mismo el anonadamiento de Jesucristo: germen de vida sepultado en la tierra. Para Jesús, amar es servir y servir es desaparecer en la vida de los otros, morir para hacer vivir.

Todo don de sí mismo es una semilla de amor que hace que nazca amor. Allí donde es más difícil aceptar el anonadamiento de ser esclavos unos de otros y de ser comidos por los otros, es donde se cosecha más abundantemente el fruto de la caridad.

Que el Señor nos conceda llegar a esta entrega total de nuestro ser cada vez que deseemos demostrar lo que valemos con discursos de niñatos petulantes y desconsiderados. Que nos conceda sumergirnos en su misterio de humildad y de gloria a pesar de nuestra incapacidad de comprenderlo

*

A. M. Cánopi,
L’annientamento di Cristo, perpetuato nel mistero eucaristico…, en “Deus absconditus”,
Ghiffa 1980, 60-69, passim.

***

***

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“Una ley paradójica”. 5 Cuaresma – B (Juan 12, 20-33)

Domingo, 21 de marzo de 2021
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05_cuar_b-600x399Pocas frases encontramos en el evangelio tan desafiantes como estas palabras que recogen una convicción muy de Jesús: «Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto».

La idea de Jesús es clara. Con la vida sucede lo mismo que con el grano de trigo, que tiene que morir para liberar toda su energía y producir un día fruto. Si «no muere» se queda encima del terreno. Por el contrario, si «muere» vuelve a levantarse trayendo consigo nuevos granos y nueva vida.

Con este lenguaje tan gráfico y lleno de fuerza, Jesús deja entrever que su muerte, lejos de ser un fracaso, será precisamente lo que dará fecundidad a su vida. Pero, al mismo tiempo, invita a sus seguidores a vivir según esta misma ley paradójica: para dar vida es necesario «morir».

No se puede engendrar vida sin dar la propia. No es posible ayudar a vivir si uno no está dispuesto a «desvivirse» por los demás. Nadie contribuye a un mundo más justo y humano viviendo apegado a su propio bienestar. Nadie trabaja seriamente por el reino de Dios y su justicia si no está dispuesto a asumir los riesgos y rechazos, la conflictividad y persecución que sufrió Jesús.

Nos pasamos la vida tratando de evitar sufrimientos y problemas. La cultura del bienestar nos empuja a organizarnos de la manera más cómoda y placentera posible. Es el ideal supremo. Sin embargo, hay sufrimientos y renuncias que es necesario asumir si queremos que nuestra vida sea fecunda y creativa. El hedonismo no es una fuerza movilizadora; la obsesión por el propio bienestar empequeñece a las personas.

Nos estamos acostumbrando a vivir cerrando los ojos al sufrimiento de los demás. Parece lo más inteligente y sensato para ser felices. Es un error. Seguramente lograremos evitarnos algunos problemas y sinsabores, pero nuestro bienestar será cada vez más vacío y estéril, nuestra religión cada vez más triste y egoísta. Mientras tanto, los oprimidos y afligidos quieren saber si le importa a alguien su dolor.

José Antonio Pagola

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“Si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto”. Domingo 21 de marzo de 2021. Domingo quinto de Cuaresma

Domingo, 21 de marzo de 2021
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23-cuaresma B5 cerezoDe Koinonia:

Jeremías 31,31-34: Haré una alianza nueva y no recordaré sus pecados. 
Salmo responsorial: 50: Oh Dios, crea en mí un corazón puro. 
Hebreos 5,7-9:  Aprendió a obedecer y se ha convertido en autor de salvación eterna. 
Juan 12,20-33: Si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto.

En medio de la aflicción que se siente al ver Jerusalén destruida y a los judíos divididos entre los que se quedaron y los que fueron deportados, se oyen las palabras del profeta Jeremías como un canto al perdón y la esperanza. Con razón los expertos llaman a estos capítulos de Jeremías el «libro de la consolación». Dios quiere comenzar de nuevo con su pueblo, proponiendo sellar una «nueva alianza», que genere relaciones nuevas entre Dios y su pueblo. ¿Qué tipo de alianza? Una que ya no esté escrita en tablas sino en el corazón mismo del ser humano. Dios deja claro que no es la simple ley, por sí misma, sino su espíritu, lo que nos acerca a Dios. Cuando se tiene a Dios «en el corazón», la ley se humaniza, se des-absolutiza, se acata desde el corazón, sin legalismos, con sinceridad, y el ser humano entra a formar parte del pueblo de Dios. Con ello, el otro regalo que nos hace Dios es acceder gratuitamente a su conocimiento. No hay que pagar ni matrícula ni mensualidades, no hay que ser mayor o menor, ni de una raza u otra: Dios se revela en la historia de cada pueblo, sin discriminaciones, sin olvidar a ninguno.

La carta a los hebreos destaca las actitudes de Jesús en el cumplimiento de la voluntad del Padre. El pasaje recuerda la escena del huerto de los Olivos, cuando Jesús ora al Padre ante la posibilidad de ser librado de la muerte. La oración tuvo como efecto el fortalecer a Jesús para llevar a cabo su misión, no ahorrarle la realización de la misión. Los cristianos tenemos mucho que aprender en este sentido, pues, la mayoría de las veces, nuestras palabras más que oraciones o súplicas parecen «órdenes dadas a Dios para que no se haga su voluntad». El texto nos acerca también al sufrimiento que asume Jesús como prueba de su obediencia a los designios del Padre. Oración y sufrimiento de Jesús son signos concretos de esta solidaridad que comparte con toda la Humanidad. Por este acercamiento tan perfecto a la voluntad del Padre es por lo que Jesús se convierte en manifestación de la presencia de Dios entre nosotros, camino y modelo de salvación abierto a todos los hombres y mujeres del mundo.

En el evangelio de Juan vemos a judíos -o convertidos al judaísmo- que vienen a Jerusalén con motivo de la fiesta pascual. En medio de la caravana aparecen algunos griegos que aprovechan para pedir a Felipe: «quisiéramos ver a Jesús». La pregunta no es «¿dónde está?», a lo que probablemente cualquiera les hubiera respondido con una información adecuada, sino una petición que va unida al deseo de la mediación de los discípulos para conocer personalmente a Jesús. Los discípulos son reconocidos por su cercanía al maestro y se convierten en mediadores, testigos y compañeros de camino para quienes quieren ver a Jesús. El hecho de que sean griegos quienes buscan a Jesús tal vez quiera ser un símbolo de universalidad del evangelio, pues «incluso los paganos buscan a Jesús». La ocasión es aprovechada para anunciar que el tiempo de las palabras y los signos está llegando a su fin, pues se acerca la «hora» del «signo» mayor: su pasión y muerte en la cruz.

Jesús acude a una breve parábola. Sólo el grano de trigo que muere da mucho fruto. Esta brevísima parábola presenta una vez más, de otro modo, la lección fundamental del Evangelio entero, el punto máximo del mensaje de Jesús: el amor oblativo, el amor que se da a sí mismo, y que por ese perderse a sí mismo, por ese morir a sí mismo, genera vida.

Estamos ante una de las típicas «paradojas» del evangelio: «perder» la vida por amor es la forma de «ganarla» para la vida eterna (o sea, de cara a los valores definitivos); morir a sí mismo es la verdadera manera de vivir, entregar la vida es la mejor forma de retenerla, darla es la mejor forma de recibirla… «Paradoja» es una figura literaria que consiste en una «contradicción aparente»: perder-ganar, morir-vivir, entregar-retener, dar-recibir… Parecen dimensiones o realidades contradictorias, pero no lo son en realidad. Llegar a darse cuenta de que no hay tal contradicción, captar la verdad de la paradoja, es descubrir el Evangelio.

Y estamos ante un punto alto de la revelación cristiana. En Jesús, se expresa una vez más el acceso de la Humanidad a la captación esta paradoja. En la «naturaleza», en el mundo animal sobre todo, el principal instinto es el de la auto-conservación. Es cierto que hay mecanismos diríamos «altruistas» controlados hormonalmente para acompañar los momentos de la reproducción y la cría de la descendencia o para la defensa de la colectividad, pero no se trata verdaderamente de «amor», sino de instinto, un instinto puntual excepcional sobre el gran instinto de la auto-conservación, que centra al individuo sobre sí mismo. La naturaleza animal está centrada sobre sí misma. Lo que pueda ser contrario a esta regla no es más que una excepción que la confirma.

El ser humano, por el contrario, se caracteriza por ser capaz de amar, por ser capaz de salir de sí mismo y entregar su vida o entregarse a sí mismo por amor. La humanización u hominización sería ese «descentramiento» de sí mismo, que es centramiento en los demás y en el amor. La parábola que estamos reflexionando expresa un punto alto de esa maduración de la Humanidad; tanto, que puede ser considerada como una expresión sintética de la cima del amor. En el fondo, esta parábola equivale al mandamiento nuevo: «Éste es mi mandamiento, que se amen los unos a los otros ‘como yo’ les he amado; no hay mayor amor que ‘dar la vida’» (Jn 15,12-13). Las palabras de Jesús tienen ahí también pretensión de síntesis: ahí se encierra todo el mensaje del Evangelio. Y en realidad se encierra ahí todo el mensaje religioso: también las otras religiones han llegado a descubrir el amor, la solidaridad… el «descentramiento» de sí mismo como la esencia de la religión. Jesús es una de esas expresiones máximas de la búsqueda de la Humanidad, y del avance de la presencia de Dios en su seno…

Si las semillas somos nosotros, ¿a qué debemos morir? Esta hora neoliberal que vive el mundo, aunque se haya dado un notable avance en aspectos como la tecnología, la intercomunicación mundial, y hasta un notable desarrollo económico (tremendamente desequilibrado), no podemos dejar de descubrir un cierto «retroceso» en humanización: frente al pensamiento utópico, a las «ideologías» (en el sentido positivo de la palabra) que buscaban la «socialización» humana, la realización máxima posible de la solidaridad entre los humanos y la colectividad, la realización de una sociedad fraterna y reconciliada, tras el fracaso simplemente económico, militar o tecnológico de alguno de los sectores en conflicto, ha acabado por imponerse la vuelta a una economía supuestamente «natural», descontrolada, sin intervención, dejada al azar de los intereses de los grupos, llegándose a proclamar que «la persecución del propio interés sería la mejor manera de contribuir para el bien común» [fisiocracia, Tableau de Quesnay…]. El neoliberalismo, con su programa de «adelgazamiento del Estado», su disminución de los programas sociales y la proclamación de un mercado supuestamente «libre», ha vuelto a hacer de la sociedad humana una «ley de la selva», donde cada uno busca su propio interés, incluso creyendo, paradójicamente, que con ese interés propio es como mejor colabora al bien común…. Es una ideología enteramente contraria al Evangelio, y contraria al mensaje de todas las religiones. Es por eso que podemos considerarla como la proclamación de una nueva religión, la del egoísmo insolidario. Afortunadamente hay cada vez más señales de que este eclipse de la solidaridad y este retroceso de la hominización trasparenta cada vez más su verdadera naturaleza, y la inconformidad surge por doquier. «Otro mundo es posible», a pesar del esfuerzo de la propaganda neoliberal por convencernos de que «no hay alternativa» y de que estamos en el «final (insuperable) de la historia»… Si, con el evangelio, creemos que «no hay mayor amor que dar la vida», que la ley suprema es «morir como el grano de trigo: para dar vida» (evangelio de este domingo), deberíamos comprometernos en hacer que la sociedad se concientice sobre la necesidad de superar políticas económicas tan «naturales» y tan poco «sobrenaturales» como la actual política neoliberal.

Post-data crítica sobre el evangelio de Juan

El evangelio de ese domingo y de estas semanas es el de Juan. Un evangelio bien diferente de los sinópticos. El último que se escribió. Un evangelio que refleja una reflexión y una elaboración teológica muy sofisticada, de difícil comprensión, con frecuencia: el evangelio de la comunidad de Juan. Leer más…

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Se muere… Atraer todo a la vida Dom 21.3.21. Más allá de la eutanasia: Grano de trigo que muere… Atraer todo a la vida

Domingo, 21 de marzo de 2021
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C40EA60F-A7B6-4911-BE1D-5FF4CAF0F845Con todos mis respetos, afirmar esto “este domingo de la semana triste de la eutanasia legal en España (una eutanasia al servicio del capital, no del amor en gratuidad y de la vida) es una generalización abusiva y muy poco empática con el sufrimiento, la dignidad y la libertad de la persona. 

Del blog de Xabier Pikaza:

Éstas son las dos afirmaciones básicas del evangelio de este domingo 5 de Cuaresma. (a) Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. (b) Cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí (Juan 12, 20-33).            

En esa línea podemos hablar de la buena muerte o “eu-tanasia” verdadera: (a) Morir dando Vida, como el trigo en la tierra, para que exista cosecha de pan/comunión sobre la tierra. (b) Morir por elevación, como Jesús, para que así otros muchos puedan recibir una herencia más grande de Vida.

La misma muerte puede y debe interpretarse así como “elevación” (ana-stasia), es decir, resurrección. Ciertamente, las leyes de un mundo que no piensa mas que en la producción material y el dinero (¡de algunos!) puede aprobar diversos tipos de eu-tanasía que, en el fondo, es dis-tanasia (mala muerte): Que triunfe el capital, que sigan sometidas y mueran, si hace falta, las personas.

En contra de eso, el evangelio es una enseñanza y camino de vida donde todo esté al servicio del ser humano, esto es, de las personas, de manera que la misma muerte sea don de amor, grano de trigo que produce mucho fruto, elevación de amor que atrae  y enriquece a otras personas.

Desde ese fondo desarrollo este domingo de la semana triste de la eutanasia legal en España (una eutanasia al servicio del capital, no del amor en gratuidad y de la vida) una breve visión de la muerte como herencia y don de vida en la Biblia. Buen domingo a todos.

Israel

 En un primer momento, la muerte aparece como expresión de la realidad cósmica del hombre: morimos como mueren los vivientes, vegetales y animales. Pe­ro la nueva experiencia de Yahvé como “Dios de vivos”, sin pareja sexual (no hay Dios de muertos, ni dualidad divina) y la misma visión de la historia como proceso creador de vida, hacen que Israel haya entendido la vida-muerte del ser humano en el mundo como don de amor para los otros, como semilla y principio de vida mas alta.

Esa experiencia israelita ha entrado en contacto con las religiones de la interiori­dad a través del espiritualismo griego, de manera que en un momento dado, pudo parecer que los judíos reinterpretarían su antropología en moldes de dualismo, partiendo de la división de alma y cuerpo. Pero, en general, Israel se mantuvo fiel a su experiencia histórica, interpretando al hombre como viviente unitario, que despliega su vida en diálogo con Dios y con los otros. Conforme a la Biblia, el hombre no es divino en sentido espiritualista: no es alma que se debe liberar de la materia para hallar su hondura eterna, sino un viviente de este mundo, que muere como los restantes animales, pero con la particularidad de que puede hacerlo poniendo su vida al servicio de la Vida de Dios, esto es, delos demás seres humanos..

En esa línea, los israelitas han descubierto que el hombre vive en alianza con Dios, de manera que sólo en el encuentro original y final con el Creador alcanza su verdad y sentido. De esa manera, han podido hablar de una vida que puede trascender el límite de la muerte. En ese contexto se define la singularidad israelita, frente a otras religiones:

(a) Las religiones de la naturaleza no dan importancia a la muerte, pues la ven como un momento del proceso cósmico, en el que todo nace y muere; por eso, los individuos como tales son una realidad pasajera; los pobres y excluidos constituyen sólo un elemento del sistema en el que unos nacen altos y otros bajos, unos sanos y otros enfermos, para belleza del conjunto.

(b). Lasreligiones de la interioridad tampoco conocen en sentido estricto la tragedia de la muerte, pues ella pertenece sólo al cuerpo, el alma no muere; las mismas divisiones sociales son en este mundo secundarias, pues lo que importa es el alma y ella puede ser, y es, igualmente divina en todos los hombres. Desigualdades sociales y muerte no son más que apariencia exterior de un sistema donde solo importan las almas.

(c) En contra de eso, los judíos han dado una importancia especial a la muerte, pues la han visto como posible ruptura del diálogo con Dios, llegando a interpretarla a veces como un “castigo”: los hombres deberían superar la muerte y culminar la vida en Dios, pero por su propio pecado han caído en manos de ella y la han visto de un modo personal y social, como efecto de injusticia.

La Biblia sabe que un tipo de muerte humana  se encuentra relacionada con el pecado y, de un modo especial, con la opresión e injusticia de este mundo. Lógicamente, la muerte de los justos y los pobres (perseguidos, expulsados) abre el gran interrogante: ¿Dónde se halla Dios, cómo responde a estos males?

En ese contexto ha surgido la experiencia y esperanza de la resurrección, que en un primer momento se aplica a todo el pueblo, después a algunos (en Israel) y finalmente a todos los humanos, en un proceso y camino que viene de Ez 34 a Sab 1-2, pasando por Dan 12 y el 2º Mac 6-7. Los perseguidos de la historia, los que mueren expulsados y oprimidos, claman a Dios y esperan su respuesta. Aquí se plantea el tema de la resurrección.

  1. Cristianismo.
  2. La muerte de Jesús.

Los cristianos no tienen una revelación especial sobre la muerte. Ellos saben, como los judíos, que el hombre es mortal, pero que puede abrirse, por misericordia de Dios, a una vida que está por encima de  un tipo de muerte en la que todo se confunde o todo acaba El hombre no es simple tierra, animada por un tiempo, que vuelve al polvo inicial, para reiniciar el ciclo eterno del destino cósmico; tampoco es pura y simple alma espiritual que se libera de la tierra, para volver de esa forma a lo divino, sino persona que se hace a sí misma, asumiendo la suerte de su pueblo (y de la humanidad) en camino de esperanza.

En ese contexto, Jesús ha entregado su vida hasta la muerte, a favor del Reino, cumpliendo así la voluntad de Dios: por eso, en el momento de su muerte, él ha protestado: “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15, 34; cita de Sal 22). Jesús no había formulado una teoría sobre la muerte, ni había dicho que la muerte no existe, sino que había anunciado un Reino de Dios que está por encima de la misma muerte. Pues bien, él ha anunciado el Reino de Dios, que es vida, pero le han matado. El cristianismo posterior nace de dos fuentes. (a) Del mensaje y movimiento de Jesús a favor del Reino de Dios. (b) De la experiencia de la muerte de Jesús. Todo el Nuevo Testamento es un pensamiento sobre la Muerte, el descubrimiento del sentido de la muerte de Jesús.

  1. Ha sido una muerte natural. Jesús ha muerto en primer lugar porque es humano. No es superman, como un fantasma divino que camina sobre el mundo, sin poder morir, sino un hombre concreto, nacido de mujer, sometido a la ley de la vida y de la muerte de la tierra (cf. Gen 4, 4). Murió por ser mortal, de tal manera que si no le hubieran ajusticiado con violencia hubiera expirado por enfermedad o vejez, como suponen algunas tradiciones tardías de origen musulmán, recogidas por narraciones e historias que le hacen marchar a Cachemira, después de haber logrado que sus amigos-sabios le bajaran de la cruz y curaran sus heridas. Sea como fuere, Jesús habría muerto.
  2. Muerte bendita, a favor de los demás. Jesús no ha muerto sólo porque era mortal (por naturaleza), sino por amor: porque ha entregado su vida al servicio de los marginados, enfermos y oprimidos, anunciándoles el Reino que es salud y vida universal. Por anunciar y ofrecer vida a los amenazados por la muerte violenta le han matado. Por eso decimos que murió por nuestros pecados, es decir,por el pecado de violencia de aquellos que le mataron. Murió por gracia, en defensa de su proyecto de Reino, a favor de los pobres y expulsados.
  3. Murió cumpliendo la voluntad de Dios. Ante el gesto provocador de Jesús, al servicio de los pobres, en contra del templo sagrado de Jerusalén, muchos pensaban que Dios es garante y defensor del orden establecido. Por eso, ellos interpretan el gesto de Jesús como blasfemia contra Dios. Lógicamente, en nombre del Dios de su Ciudad y su Templo (que es Dios del sistema), tuvieron que matarle, apelando para ello a las razones de la Biblia, que manda aniquilar a los herejes (cf. Dt 13). Aquellos que le mataron optaban por el Dios de sus instituciones. Jesús optó por el Dios del Reino, y llamando a ese Dios entregó la vida. Los cristianos piensan que la verdad de Dios, su identidad más profunda, se expresa en esa muerte de Jesús y no en un tipo de verdad general o de teoría filosófico/religiosa.

El Dios de la muerte de Jesús.

Los cristianos interpretan la muerte de Jesús como el momento fundamental de la revelación de Dios, de manera que el signo de la cruz les distingue de judíos y musulmanes (sin necesidad de que ese signo se convierta en oposición o enfrentamiento, sino todo lo contrario). La Cruz (muerte) de Jesús puede y debe ser su signo distintivo, pero no para oponerles a los judíos (¡diciendo que ellos, como tales, mataron a Jesús, cosa que es mentira!), ni para oponerles a los musulmanes (¡acusándoles de querer el triunfo externo más que la entrega de la vida!), sino para dialogar mejor con ellos.

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Angustia y oración. Domingo 5º de Cuaresma. Ciclo B

Domingo, 21 de marzo de 2021
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si el grano de trigo muere germina y da frutoDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

La primera lectura, de tono profundamente optimista, anuncia una nueva alianza entre Dios y el pueblo. Todo tendrá lugar de forma fácil, casi milagrosa, sin especial esfuerzo para Dios ni para nosotros. En cambio, las dos lecturas siguientes ofrecen una imagen muy distinta: la nueva alianza entre Dios y el pueblo implicará un duro sacrificio para Jesús. Un sacrificio que le sumerge en la angustia y le mueve a rezar al Padre. Esta trágica experiencia se recuerda hoy en dos versiones distintas: la de Juan, y la de la Carta a los Hebreos, que recoge el famoso relato de la oración del huerto de los olivos contado por los evangelios sinópticos.

Oración en el templo (evangelio)

 El cuarto evangelio enfoca el relato de la pasión de manera peculiar, bastante distinta a la de los sinópticos: no acentúa el sufrimiento de Jesús sino el señorío y la autoridad que demuestra en todo momento. Por eso no cuenta la oración del huerto. Pero unos días antes sitúa una experiencia muy parecida de Jesús en la explanada del templo de Jerusalén.

En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos gentiles; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban:

-Señor, quisiéramos ver a Jesús.

Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó:

-Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hambre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre le premiará. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.

Entonces vino una voz del cielo:

-Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.

La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.

Jesús tomó la palabra y dijo:

-Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.

Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.

El evangelio comienza y termina en tono de victoria. El triunfo inicial se concreta en el deseo de algunos de conocer a Jesús (es secundario que se trate de “gentiles”, paganos, como dice la traducción litúrgica, o de “judíos de lengua griega” residentes en otros países que han venido a celebrar la fiesta de Pascua). Y ese triunfo, reflejado en el interés de unos pocos, alcanza dimensiones universales al final: “atraeré a todos hacia mí”.

            Pero este marco de triunfo encuadra una escena trágica: Jesús es consciente de que para triunfar tiene que morir, como el grano de trigo; tiene que ser “elevado sobre la tierra”, crucificado. Ante esta perspectiva confiesa: “me siento agitado”, angustiado. E intenta superar ese estado de ánimo con la reflexión y la oración. Ante todo, procura convencerse a sí mismo de la necesidad de su muerte: igual que el grano de trigo tiene que pudrirse en tierra para producir fruto. Sin embargo, los argumentos racionales no sirven de mucho cuando uno se siente angustiado. Viene entonces el deseo de pedirle a Dios: “Padre, líbrame de esta hora”. Pero se niega a ello, recordando que ha venido precisamente para eso, para morir. En vez de pedir al Padre que lo salve le pide algo muy distinto: “Padre, glorifica tu nombre”. Lo importante no es conservar la vida sino la gloria de Dios.

Oración en el huerto (Carta a los Hebreos)

Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. El, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.

oracion-del-huerto-2El relato de los evangelios sinópticos es muy conocido: Jesús marcha al huerto de los olivos la noche en que será apresado. Sabe que va a morir, siente profunda angustia, y por tres veces reza al Padre pidiéndole que, si es posible, le evite ese trago amargo. La Carta a los Hebreos no se detiene a contar lo ocurrido. Pero recuerda lo trágico del momento cuando afirma que Jesús rezó “a gritos y con lágrimas”, cosa que no menciona ninguno de los evangelios. Y lo que pedía (“pase de mí este cáliz”) lo sugiere al decir que suplicaba “al que podía salvarlo de la muerte”.

Sin embargo, el final de la lectura es optimista: Jesús salva eternamente a quienes le obedecen. En medio de este contraste entre tragedia y triunfo, unas palabras desconcertantes: “en su angustia fue escuchado”. Quizá el autor piensa en el relato de Lucas, que habla de un ángel que viene a consolar a Jesús. Pero quien conoce el evangelio advierte la ironía o el misterio que esconden estas palabras: Jesús es escuchado, pero muere.

El templo y el huerto

Es evidente la relación entre las dos lecturas. En ambos casos Jesús se siente agitado (Juan) o angustiado (Hebreos). En ambos casos recurre a la oración. En ambas lecturas, la palabra final no es la muerte, sino la victoria de Jesús y, con él, la de todos nosotros. Pero, dentro de estas semejanzas, hay una gran diferencia con respecto a la oración de Jesús: en el evangelio, se niega a pedir al Padre que lo salve, sólo quiere la gloria de Dios, por mucho que le cueste; en la Carta, Jesús suplica “a gritos y con lágrimas” para ser salvado de la muerte.

            La ciencia bíblica actual tiende a considerar estos relatos dos versiones distintas del mismo hecho. Pero durante años y siglos estuvo de moda la tendencia a armonizar los datos del evangelio. En esta postura, los relatos ofrecen dos momentos distintos y sucesivos de la experiencia humana y religiosa de Jesús.

            En un primer momento, ante la angustia de la muerte, se refugia en la reflexión racional (he venido para morir como el grano de trigo) y se niega a pedirle al Padre que lo salve. Al cabo de pocos días, cuando la pasión y muerte no son una posibilidad sino una certeza, reza con gritos y lágrimas, sudando sangre (como añade Lucas): “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz”. Una reacción más humana, pero perfectamente compatible con lo que cuenta Juan.

            A las puertas de la Semana Santa, la experiencia y la reacción de Jesús son un ejemplo excelente que nos anima en nuestros momentos de angustia y desánimo, y nos mueve a agradecerle su entrega hasta la muerte.

Final del recorrido: nueva alianza (Jeremías 31,31-34)

Las primeras lecturas de los domingos de Cuaresma han ofrecido una serie de momentos capitales de la historia de la salvación: alianza con Noé, sacrificio de Abrahán, decálogo, deportación a Babilonia y liberación. Hoy culmina con la promesa de una nueva alianza. El tema era fundamental en la época del exilio, porque muchos pensaban que Dios había roto las relaciones con su pueblo. Frente a este desánimo, el profeta repite la antigua fórmula de la alianza del Sinaí: «Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo». Pero con una diferencia capital. Esta vez la ley no será escrita en tablas de piedra, sino en los corazones, y todos conocerán al Señor. Demasiado optimismo por lo que respecta a la respuesta humana. Pero nos queda el consuelo de que, aunque sigamos quebrantando la alianza, Dios sigue perdonando nuestras culpas y no recordando nuestros pecados.

Ya llegan días -oráculo del Señor- en qué haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No será una alianza como la que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto, pues quebrantaron mi alianza, aunque yo era su señor -oráculo del Señor-. Ésta será la alianza que haré con ellos después de aquellos días -oráculo del Señor-: pondré mi ley en su interior y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrán que enseñarse unos a otros diciendo: «Conoced al Señor», pues todos me conocerán, desde el más pequeño al mayor -oráculo del Señor-, cuando perdone su culpa y no recuerde ya sus pecados.

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21 Marzo Domingo V de Cuaresma. Ciclo B

Domingo, 21 de marzo de 2021
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D-V-C

“Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado”.

(Jn 12, 20-33)

Jesús llega a Jerusalén después del recorrido de una vida, en donde se ha ido conociendo y haciéndose consciente de la misión que su Padre le encomienda.

Poco a poco, en un desgranar la vida, va “comprendiendo” que la vida es una entrega continuada. Un descentramiento del mi, me, conmigo para dejar todo su espacio y tiempo a la escucha de Su Padre y al anuncio del Reino de los Cielos.

“Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado”. Y la glorificación en el Evangelio de Juan tiene lugar en la Cruz.

La Cruz, el vaciamiento de las voluntades, es el lugar de la entrega definitiva. Pero la gloria, la resurrección, la comprensión pasa por una muerte. La muerte de las pasiones, del no entender, del soltar todas las seguridades, los controles, los afectos.

Jesús se queda desnudo, se vacía, y ahí surge la novedad, el espacio totalmente libre de sí. Pero esto duele, desgarra, hace sentir el miedo, la angustia. Pero todo ello es el precio de una transformación en Vida Nueva. Vivir ya definitivamente para el Padre.

La Cruz es la entrega definitiva, la entrega plena, que conduce a la vida plena.

“Yo os aseguro que el grano de trigo seguirá siendo un único grano, a no ser que caiga dentro de la tierra y muera”.

Jesús podía haber sido el hombre que vivía para los demás. En un desalojo continuado de su ego, pero si no hubiera existido una entrega definitiva, su vida no se hubiera plenificado siendo camino de Vida para los demás.

Solo quien es capaz de morir a sí mismo, en oscuridad y soledad, en la tierra de la entrega, es capaz de hacer brotar la esencia.

Jesús nos ofrece el mejor regalo: correr la misma suerte que Él. La entrega definitiva de la seguridad para vivir en la plenitud de ser.

Oración

Ayúdanos a desalojarnos de lo que no somos, a entrar sin miedo en la sombras para llegar a esa plenitud que es vivir en TI.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Aprovecha tu vida biológica para desplegar la verdadera Vida.

Domingo, 21 de marzo de 2021
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resizeimag-aspJn 12, 20-33

Estamos en el c. 12. Después de la unción en Betania y de la entrada triunfal en Jerusalén, y como respuesta a los griegos que querían verle, Juan pone en boca de Jesús un pequeño discurso que no responde ni a los griegos ni a Felipe y Andrés. Versa, como el domingo pasado, sobre la Vida pero desde otro punto de vista. Aquí la Vida solo puede ser alcanzada aceptando la muerte del falso yo. También hoy Jesús es levantado en alto, pero para atraer a todos hacia él. Los “griegos” que quieren ver a Jesús podían ser simplemente extranjeros simpatizantes del judaísmo. El mensaje de Jn es claro: Los judíos rechazan a Jesús y los paganos le buscan.

Ha llegado la hora de que se manifieste la gloria de este Hombre. Todo el evangelio de Jn está concentrado en la “hora”. Por tres veces se ha repetido la palabra “hora” y otras tres, aparece el adverbio “ahora”. Es el momento decisivo de la cruz, en el que se manifiesta la gloria-amor de Dios y de “este Hombre”. En su entrega total refleja lo que es Dios. Todos estamos llamados a esa plenitud humana que se manifiesta en el amor-entrega. Ahora es posible la apertura a todos. El valor fundamental del hombre no depende ni de religión ni de raza ni de cultura. Los que buscaban su salvación en el templo tienen que descubrirla ahora en “el Hombre”.

Si el grano de trigo no muere, permanece él solo. Declaración rotunda y central para Jn. Dar Vida es la misión de Jesús. La Vida se comunica aceptando la muerte. La Vida es fruto del amor. El egoísmo es la cáscara que impide germinar esa vida. Amar es romper la cáscara y darse. La muerte del falso yo es la condición para que la Vida se libere. La incorporación de todos a la Vida es la tarea de Jesús y será posible gracias a su entrega hasta la muerte. El fruto no dependerá de la comunicación de un mensaje sino de la manifestación del amor total. El amor es el verdadero mensaje. El fruto-amor solo puede darse en comunidad.

Hoy sabemos que el grano de trigo muere solo en apariencia. Desaparece lo accidental (la pulpa) para ser alimento de lo esencial (el embrión). En la semilla hay vida, pero está latente, esperando la oportunidad de desplegarse. Esto es muy importante a la hora de interpretar el evangelio de hoy. La vida no se pierde cuando se convierte en alimento de la verdadera Vida. La vida biológica cobra pleno sentido cuando se pone al servicio de la Vida. La vida humana llega a su plenitud cuando trasciende lo puramente natural. Lo biológico no queda anulado por lo espiritual.

Tener apego a la propia vida es destruirse, despreciar la propia vida en medio del orden es conservarse para una Vida definitiva. La traducción del griego es muy difícil. Primero habla de “psyche” (vida psicológica) y al final de “zoen” vida, pero al añadir “aionion”, perdurable, eterna, (vitam aeternam), está hablando de una vida trascendente. No es un trabalenguas, está hablando de dos realidades distintas. Hoy podemos entenderlo mejor. Se trata de ganar o perder tu “ego”, falso yo, lo que crees ser o de ganar o perder tu verdadero ser, lo que hay en ti de trascendente.

El amor consiste en superar el apego a la vida biológica y psicológica. En contra de lo que parece, entregar la vida no es desperdiciarla, sino llevarla a plenitud. No se trata de entregarla de una vez muriendo, sino de entregarla poco a poco en cada instante, sin miedo a que se termine. El mensaje de Jesús no conlleva un desprecio a la vida, sino todo lo contrario, solo cuando nos atrevemos a vivir a tope, dando pleno sentido a la vida, alcanzaremos la plenitud a la que estamos llamados. La muerte al falso yo, no es el final de la vida biológica, sino su plenitud. Si tomo consciencia de esto y he perdido el temor a la muerte, nadie ni nada te podrá esclavizar.

El que quiera colaborar conmigo que me siga. “Diakonos” significa servir, pero por amor, no servir como esclavo. Traducir por servidor, no deja claro el sentido del texto. Seguir a Jesús es compartir la misma suerte, es entrar en la esfera de lo divino, es dejarse llevar por el Espíritu. El lugar donde habita Jesús es el de la plenitud del amor. Lo manifestará cuando llegue su hora. Allí, entregando su vida, hará presente el Amor total, Dios. No se trata de la muerte física que él sufrió. Se trata de dar la vida, día a día, en la entrega confiada a los demás.

Ahora me siento fuertemente agitado. ¿Qué voy a decir? “Padre líbrame de esta hora”. ¡Pero si para esto he venido, para esta hora! En esta escena, que los sinópticos colocan en Getsemaní, se manifiesta la auténtica humanidad de Jesús. Está diciendo que ni siquiera para Jesús fue fácil lo que está proponiendo. Se trata del signo supremo de la muerte al “ego”. Se deja llevar por el Espíritu, pero eso no suprime su condición de “hombre”. Su parte sensitiva protesta vivamente. Pero está en el ámbito de la Vid, y eso le permite descubrir que se trata del paso definitivo.

Ahora el jefe del orden este, va a ser echado fuera. Cuando sea levantado de la tierra, tiraré de todos hacia mí. Como el domingo pasado, identifica la cruz y la glorificación, idea clave para entender el evangelio de Juan. Muerte y vida se mezclan y se confunden en este evangelio. Habla de dos clases de muerte y dos clases de vida. Una es la muerte espiritual y otra la muerte física, que ni añade ni quita nada al verdadero ser del hombre. La muerte física no es imprescindible para llegar a la Vida. La muerte al falso “yo”, sí. La Vida de Dios en nosotros es una realidad muy difícil de aprender, pero a la que hay que llegar para alcanzar la plenitud humana. Toda vida espiritual es un proceso, un paso de la muerte a la vida, de la materia al espíritu.

Mi plenitud humana no puede estar en la satisfacción de los sentidos, de las pasiones, de los apetitos, sino que tiene que estar en lo que tengo de específicamente humano; es decir, en el desarrollo de mi capacidad de conocer y de amar. Debo descubrir que mi verdadero ser consiste en darme a los demás. El dolor que causa el renunciar a la satisfacción del ego, lo interpreta el evangelio como muerte y solo a través de esa muerte se puede acceder a la verdadera Vida. Si ponemos todo nuestro ser al servicio de la vida biológica y psicológica, nunca alcanzaremos la espiritual.

Meditación

No muere la semilla al caer en tierra.
La quietud, oscuridad, humedad y calor,
despliegan el germen de vida que allí late,
integrando lo que era accidental en cada grano.
Así tienes que transformar tus apariencias
en la Vida definitiva y plena que es tu esencia.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Los sonidos interiores.

Domingo, 21 de marzo de 2021
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1200px-j-_vermeer_-_el_geografo_museo_stadel_francfort_del_meno_1669Nada sabemos de la siembra ni de las cosechas, de los segadores doblados sobre las espigas (Oscar Wilde)

Domingo 21 de marzo. V DOMINGO DE CUARESMA

Jn 12 20-33

Sin que sepamos cómo ni donde, dejando pendiente la narración de la entrada de Jesús en Jerusalén, Juan nos refiere la aparición de unos griegos que quieren ver a Jesús. Estos griegos representan la primicia de la gentilidad; son la vanguardia de la humanidad que viene a Jesús.

Su venida plena a la fe aparecerá después de Pascua; pertenecen a los que creen sin haber visto y, a continuación, el Maestro de Nazaret declara en unas breves pinceladas y con un lenguaje elevadamente conmovedor la significación de su muerte.

Para el evangelista Lucas, lo que sucedió en la muerte de Jesús es la revelación más clara, desde siempre, del increíble alcance de la comprensión, el perdón y la sanación de Dios. La necesidad de dicha muerte es ilustrada en la palabra del grano de trigo que cae en la tierra para dar su fruto.

 

En el capítulo 12 del mismo Evangelio de se lee:

“Os aseguro que, si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto”

La audiencia rural de Jesús podía entender el principio de la resurrección producida por semillas muertas sembradas en la tierra.

El apóstol Pablo dice también en 1 Corintios: “Lo que se siembra en la tierra está sometido a pudrirse, pero lo que resucita es siempre incorruptible

Nada sabemos de la siembra ni de las cosechas, de los segadores doblados sobre las espigas, decía Oscar Wilde

En mi libro Naturalia, El Sueño de las criaturas, escribí este Poema:

SOÑARON

Soñaron que eran dioses y lo eran,
en cada criatura reflejados.
Eran divinos seres encarnados,
que tierra, mar y aire les parieran.

¡Qué Olimpo y qué florón si conocieran
la estirpe celestial que les dio cuna!

Quién soñaba por ti ¿el sol? ¿la luna?
Poco importa si fue el sueño o el hado,
lo importante es que todo fue soñado.
Soñaban Tierra y Cielo: ¡qué fortuna!

Y entretanto Jesús sembró su trigo
para que yo recogiera la cosecha.

 

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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El juego de la vida y la muerte.

Domingo, 21 de marzo de 2021
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trigo-1jpg-2_1024Juan 12, 20-33

El evangelio de hoy nos invita a tomar conciencia
de cómo estamos gestionando esta dinámica:
vivir para nosotr@s o entregar la vida.

En aquellos tiempos…, se acercaba la celebración de la Pascua.

Y, como en las fiestas de nuestros pueblos y ciudades, la gente llena las calles. Quienes vienen de fuera aprovechan la ocasión para tener experiencias novedosas que puedan contar a la familia y vecindario, en las tertulias que hacen al caer la tarde.

Un grupo de griegos tiene la posibilidad de conocer a Jesús personalmente, al famoso rabí que acaba de armar un gran revuelo al entrar en Jerusalén rodeado de gente que le aclama con palmas y ramos. ¡No pueden perderse la ocasión!

Creen que necesitan un enchufe para acercarse a él, como pasa con la gente famosa o poderosa; y piden ayuda a Felipe y Andrés para que sean intermediarios.

Y, a partir de este momento, el evangelio de Juan nos sorprende porque corta el hilo de la “historia”. Los griegos no vuelven a aparecer en escena y Jesús nos ofrece una extraña catequesis. La gente le hace una pregunta a Jesús y él se marcha, escondiéndose.  Extraña manera de comunicarse.

Comprenderemos mejor el evangelio de hoy si lo situamos en el contexto del último viaje de Jesús a Jerusalén; en este viaje se entrelazan la vida y la muerte con mucha fuerza.

Parece que la muerte le ha ganado la partida a Lázaro, pero Jesús revoca el resultado final, y se presenta como “la resurrección y la vida”.

Triunfa la vida por poco tiempo, porque a raíz de esta intervención de Jesús, Caifás, los pontífices y los fariseos deciden matarlo, por eso se va a una zona desértica con sus discípulos. En Betania se deja ungir por María, con una unción que recuerda la que se hace a los cadáveres; Jesús está anunciando el horizonte al que se dirige.

Y al entrar en Jerusalén proclama de nuevo el triunfo de la vida. Juan nos ofrece sus palabras. Hoy, cada un@ de nosotr@s y en comunidad, las traducimos. Por ejemplo: aunque parezca que se descompone el grano de trigo, en realidad se está produciendo la eclosión de su fecundidad. Aunque parezca que amar a los demás y entregar la vida, día tras día, es una pérdida, en realidad es la mayor ganancia porque se nos está transformando en una vida plena, intensa, con sentido (eterna). Aunque parezca que ponerse al servicio de Jesús es perder la libertad o una forma de esclavitud, en realidad es trabajar codo con codo con él y en su Reino. Aunque estemos tan turbados como Jesús, y aunque deseemos que nos libre de cualquier proceso que conduzca al sufrimiento y la cruz, hay un horizonte de glorificación y plenitud.  ¿Dónde estamos en este juego entre la vida y la muerte?

Marifé Ramos

Fuente Fe Adulta

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La búsqueda y la rendición.

Domingo, 21 de marzo de 2021
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Salir-hacia-dentroDomingo V de Cuaresma

21 marzo 2021

Jn 12, 20-33

La búsqueda constituye uno de los temas centrales del cuarto evangelio. Empieza con la pregunta de Jesús a sus dos primeros discípulos –“¿a quién buscáis?” (Jn 1,38)y concluye constatando que también los paganos desean encontrarlo.

     La búsqueda suele nacer de una doble fuente: la insatisfacción –o vacío– que reclama respuesta o salida y el Anhelo profundo que nos hace añorar nuestra “casa” y clama porque nos reencontremos con nosotros mismos. En el primero caso, la búsqueda es interesada porque nace del sufrimiento o del malestar provocado por la lejanía de nosotros mismos; en el segundo, aun sin saberlo conscientemente, es expresión de nuestra verdad profunda.

   No es raro que la búsqueda vaya acompañada de ansiedad, cuando no de miedo y de frustración. Sin embargo, a medida que crece la comprensión, la propia búsqueda se empieza a vivir de forma más desapropiada para, finalmente, cesar. Cesa cuando has comprendido que, en tu verdad profunda, ya eres lo que andabas buscando y que, por tanto, no hay nada que buscar.

  A partir de ese momento, se empieza a entrever que la búsqueda desorienta porque, al hacernos pensar que hay “algo” que tenemos que perseguir fuera o en el futuro, nos aleja de lo que realmente somos. Con la promesa de un señuelo exterior, nos embarca en un camino que cada vez nos aleja más del tesoro auténtico.

 Tiene razón, sin duda, el dicho según el cual, “quien busca encuentra”, pero la tiene igualmente –somos una realidad paradójica– aquel otro que afirma que “buscar es el mejor modo de no encontrar”. Y, tal vez, en cierto sentido, ambas afirmaciones quedan sintetizadas en aquella otra que lo resume de este modo: “La salida es hacia dentro”.

   La salida se halla en la comprensión de que lo realmente somos. Ahí cesa la búsqueda. Y al cesar, se vive una profunda aceptación de lo que es, que llega a rendición –consciente y lúcida– y se plasma en la actitud de fluir con la vida. No buscas nada; permites que la vida, que ya has reconocido como tu identidad más profunda, se exprese en cada momento a través de ti.

  El hecho de que cese la búsqueda no significa que cese la acción. Lo que cambia, de modo radical, es el lugar de donde la acción nace: antes lo hacía, generalmente, del yo ansioso; ahora brota, se despliega o, mejor, fluye de la plenitud que somos en lo profundo. Por eso, en el primer caso, la acción es egocentrada; en el segundo, desapropiada.

¿Cómo me sitúo ante la búsqueda?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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El Dios de Jesús es perdón

Domingo, 21 de marzo de 2021
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palomas-amanecer-2-copiaDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

  1. Nota previa:

El evangelio de este domingo y de estas semanas está tomado de Juan. Un evangelio muy diferente a los sinópticos (Mt, Mc, Lc). El evangelio de Juan es el último que se escribió, (cercano ya al año 100). Un evangelio que refleja una reflexión y una elaboración teológica muy sofisticada, de difícil comprensión, con frecuencia.

El Jesús que en este evangelio se refleja, el Jesús que discute con “los judíos”, no es en absoluto el Jesús histórico. Todas esas frases lapidarias, solemnes, mayestáticas, autoritativas, “Yo soy”…, etc., no son de Jesús. Han sido puestas por el evangelista y las pone en boca de Jesús como un procedimiento literario-teológico para expresar la reflexión teológica que la comunidad joánica ha elaborado…

En la predicación, en la catequesis, en el comentario bíblico, no se suele “entrar en profundidades” y se comentan sin más las palabras de Jesús “como si” de hecho fueran palabras directas,

  1. Queremos ver a Jesús

         Comienza el texto de hoy presentando a unos griegos que habían ido a Jerusalén a celebrar la fiesta. ¿Griegos convertidos al judaísmo? El hecho de que sean griegos quienes buscan a Jesús tal vez sea un símbolo de universalidad del evangelio, “incluso los extranjeros, quizás paganos buscan a Jesús”.

         No se trata de un mero ver de curiosidad, tal vez de cortesía. Si volvemos a leer la primera lectura de hoy (Jeremías) Dios dice que en la “nueva alianza” me conocerán, todos me ´veréis, me conoceréis cuando en la nueva Alianza perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados.

         La nueva alianza, la nueva relación entre Dios y los hombres se sella con JesuCristo. Y esa nueva alianza de Dios con los hombres es perdón y amor.

¿Nosotros, vemos, conocemos a Jesús? ¿Conocemos y vivimos la nueva alianza del perdón y del amor de Dios para con nosotros, los seres humanos?

En el ámbito eclesial y, gracias a Francisco, estamos recuperando el sentido ´de la bondad de Dios, del perdón. Pero en el subconsciente eclesiástico permanece y sigue haciendo carrera el Dios de terror y del pánico. El Dios de muchos obispos y curas católicos es aquel que decía un cura rural con mucho realismo y algo de humor: “El Dios de los católicos es muy justo, porque condena a los malos y a los buenos en cuanto se descuidan”.

Ver a Jesús es conocer, vivir el perdón y el amor.

         Ahondando un poco más, podríamos preguntarnos si la sociedad, la civilización occidental, sobre todo Europa “ve o quiere ver a Jesús”, la salvación y el perdón de Jesús, del Dios de Jesús.

         Tres líneas de pensamiento han desviado la mirada de ver a Jesús y la han puesto en otros puntos:

  1. El siglo XVIII con la Ilustración (pongamos a Kant) se seculariza la salvación, la esperanza, los valores como el perdón y el amor. La Ilustración nos propone como salvación el progreso, el desarrollo, la tecnología, etc… Pero bien sabemos que ahí no está la salvación. No nos podemos dar a nosotros mismo la salvación, la felicidad plena.
  2. Ya en el siglo XIX con los maestros de la sospecha, la salvación y la ética pasan a ser la sociedad perfecta, la dictadura del proletariado (Marx, Feuerbach, etc.). Pero tampoco la sociedad perfecta parece que fuese el paraíso terrenal.
  3. A mediados – finales del siglo XIX- nos invade la “nada”. “Dios ha muerto” (Nietzsche, muere en 1900). Ya no hay valores y “una noche espesa nos invade”, así es que: vive, come, disfruta y muérete como has vivido, sin enterarte.

         Estas tres líneas no se han dado en otras latitudes como África, Latinoamérica, el Lejano Oriente y ello hace que seamos culturas diferentes y tengamos diferentes modos de vivir las religiones.

         La gente probablemente desconoce estas tres líneas, pero están ahí, en el “subconsciente” de nuestra cultura y sociedad.

Pero también hoy queremos ver a Jesús. El ser humano tiene unas “cuestiones y nostalgias últimas”, que brotan siempre.

Transmitamos, enseñemos que también nosotros tenemos necesidad y queremos ver a Jesús.

  1. Si el grano de trigo no muere.
  1. v 23. Ha llegado la hora.

La “hora” es uno de los temas centrales del evangelio de Juan: aparece al menos en veinticinco ocasiones.

         María, la madre del Señor, aparece dos veces en el evangelio de San Juan: la primera al comienzo, en las bodas de Caná, cuando “todavía no ha llegado mi hora”, la hora de Jesús, (Jn 2,4). La segunda vez aparece María en la cruz, a la muerte de Jesús, “cuando ya ha llegado la hora” (Jn 19,25).

En ambos pasajes de María van unidos la “mujer y la hora”. En Caná Jesús le dice a María: “Mujer; todavía no ha llegado mi hora” (2,4). Junto a la cruz Jesús vuelve a llamarla a María: “mujer”‘ y añade que “desde aquella hora, el discípulo la recibió como suya”, (19,27), El misterio de la “mujer” tiene relación con el misterio de la “hora” y de la vida.

Jesús da una cierta explicación de este binomio: mujer-hora, mujer-vida cuando en un momento de la Cena. Jesús evoca y repite las palabras mujer y hora:

la mujer, cuando va a dar a luz, está triste porque ha llegado su hora” (16,21).

Se trata de un trance doloroso que hará que surja una nueva vida, hará que “nazca un ser en el mundo”.

Toda explicación de la “mujer” y de la “hora” en la tradición joánica hemos de interpretarla con los armónicos del misterio de la maternidad mesiánica: la vida.

¿Qué significa esta hora?

Esta expresión ha pasado al lenguaje y cultura de muchos pueblos: “le ha llegado la hora”.

La hora joánica tan repetida: “todavía no ha llegado la hora” resulta casi obsesiva, crea un suspense, una tensión que dinamiza todo el cuarto evangelio. A partir de un cierto momento del evangelio, todo se va a precipitar hasta que ya ha llegado la hora.

La hora es el momento de la plenitud, el cumplimiento de la esperanza humana.

  1. v 24. La semilla cae en tierra y da fruto de vida. El que se busca a sí mismo, se pierde, pierde la vida… El grano de trigo ha de morir para dar vida.

         Es como la propuesta que Jesús les hace a aquellos griegos que se acercan a él: he de caer en el surco para dar vida.

         A veces pensamos que Jesús fue como un extraterrestre que aterrizó entre nosotros, pero sin que lo humano de Jesús tenga demasiado importancia, porque total, como sabía que iba a resucitar, para que preocuparse.

         Esto no fue así: Mi alma está agitada, hemos escuchado hoy. ´La víspera de su muerte Jesús dice: Mi alma está triste hasta la muerte, (Mt 26,38). Y en la cruz Jesús se siente abandonado por lo que grita con el salmo 21: Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?

         Finalmente, Jesús muere -como ha vivido- con total confianza en Dios: En tus manos encomiendo mi espíritu, mi vida, (Lc 23,46).

En algunas misas de funeral me parece muy adecuado decir que los cristianos no enterramos, sembramos.

         Jesús entregó su vida por los demás: El que se ama a sí mismo se pierde y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. Y entregando su vida, nos logró la vida a nosotros.

         El triunfo de Jesús está en su “derrota”.

       Algunas breves referencias de nuestro existir actual:

  • o No es raro escuchar a jóvenes parejas -que se casan o se unen-, decir algo así como que: durante unos años vamos a vivir, luego ya tendremos hijos. ¿los hijos, la familia no son vida?
  • o Decía una modelo: primero quiero realizarme como mujer, luego ya tendré hijos.
  • o Cuidar de los padres enfermos para algunas personas es una desgracia que puede caer en una familia. Te rompen la

Vivir, lo que se dice vivir, no es el trabajar, ni crear vida, cultura, etc. sino que vivir es el mes de vacaciones… Basta que observemos cómo en la pandemia que estamos atravesando, se quiere vivir: lo más importante, la vida consiste en si podemos ir a la segunda vivienda, si podremos viajar en Semana Santa, ir al pueblo de al lado…

Me parece que es cierto aquello de que la gran preocupación del capitalismo es que la gente no se entere que se aburre, porque cuando la gente es consciente del aburrimiento, saltan chispas, cuando no depresión, soledad, tristezas, etc. ¿Vivir es divertirse?

¿Una familia no es vida? ¿Cuidar a un enfermo o a los padres ancianos, no es vivir? Pero vivir no consiste en pasárselo bien, vivir es transmitir vida, como la semilla de trigo.

Estar siempre dando vueltas a mi persona, mi salud, mi bienestar, mis vacaciones, mis derechos, es “perder” la vida, el tiempo y el humor.

Aunque tengamos poca salud, todo ser humano está lleno de vida, como el humilde grano de trigo, que está lleno de vida. Y los humanos tenemos vida por nuestra pequeña dosis de inteligencia y, sobre todo, de amor: el que ama crea vida: la pareja que se ama, crea vida, quien ama un ideal noble y se entrega a él, crea vida. Y creamos vida, porque nos entregamos, nos esforzamos, trabajamos por esas personas, por esos ideales. Vamos muriendo, como el trigo en tierra, para que brote la espiga, el trigo, el pan, la Eucaristía.

         Dar la vida, dar nuestro tiempo, nuestras capacidades, mirar a los demás es crear vida.

         Queremos ver a Jesús, que es fuente de perdón y de vida.

 

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