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Se muere… Atraer todo a la vida Dom 21.3.21. Más allá de la eutanasia: Grano de trigo que muere… Atraer todo a la vida

Domingo, 21 de marzo de 2021

C40EA60F-A7B6-4911-BE1D-5FF4CAF0F845Con todos mis respetos, afirmar esto “este domingo de la semana triste de la eutanasia legal en España (una eutanasia al servicio del capital, no del amor en gratuidad y de la vida) es una generalización abusiva y muy poco empática con el sufrimiento, la dignidad y la libertad de la persona. 

Del blog de Xabier Pikaza:

Éstas son las dos afirmaciones básicas del evangelio de este domingo 5 de Cuaresma. (a) Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. (b) Cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí (Juan 12, 20-33).            

En esa línea podemos hablar de la buena muerte o “eu-tanasia” verdadera: (a) Morir dando Vida, como el trigo en la tierra, para que exista cosecha de pan/comunión sobre la tierra. (b) Morir por elevación, como Jesús, para que así otros muchos puedan recibir una herencia más grande de Vida.

La misma muerte puede y debe interpretarse así como “elevación” (ana-stasia), es decir, resurrección. Ciertamente, las leyes de un mundo que no piensa mas que en la producción material y el dinero (¡de algunos!) puede aprobar diversos tipos de eu-tanasía que, en el fondo, es dis-tanasia (mala muerte): Que triunfe el capital, que sigan sometidas y mueran, si hace falta, las personas.

En contra de eso, el evangelio es una enseñanza y camino de vida donde todo esté al servicio del ser humano, esto es, de las personas, de manera que la misma muerte sea don de amor, grano de trigo que produce mucho fruto, elevación de amor que atrae  y enriquece a otras personas.

Desde ese fondo desarrollo este domingo de la semana triste de la eutanasia legal en España (una eutanasia al servicio del capital, no del amor en gratuidad y de la vida) una breve visión de la muerte como herencia y don de vida en la Biblia. Buen domingo a todos.

Israel

 En un primer momento, la muerte aparece como expresión de la realidad cósmica del hombre: morimos como mueren los vivientes, vegetales y animales. Pe­ro la nueva experiencia de Yahvé como “Dios de vivos”, sin pareja sexual (no hay Dios de muertos, ni dualidad divina) y la misma visión de la historia como proceso creador de vida, hacen que Israel haya entendido la vida-muerte del ser humano en el mundo como don de amor para los otros, como semilla y principio de vida mas alta.

Esa experiencia israelita ha entrado en contacto con las religiones de la interiori­dad a través del espiritualismo griego, de manera que en un momento dado, pudo parecer que los judíos reinterpretarían su antropología en moldes de dualismo, partiendo de la división de alma y cuerpo. Pero, en general, Israel se mantuvo fiel a su experiencia histórica, interpretando al hombre como viviente unitario, que despliega su vida en diálogo con Dios y con los otros. Conforme a la Biblia, el hombre no es divino en sentido espiritualista: no es alma que se debe liberar de la materia para hallar su hondura eterna, sino un viviente de este mundo, que muere como los restantes animales, pero con la particularidad de que puede hacerlo poniendo su vida al servicio de la Vida de Dios, esto es, delos demás seres humanos..

En esa línea, los israelitas han descubierto que el hombre vive en alianza con Dios, de manera que sólo en el encuentro original y final con el Creador alcanza su verdad y sentido. De esa manera, han podido hablar de una vida que puede trascender el límite de la muerte. En ese contexto se define la singularidad israelita, frente a otras religiones:

(a) Las religiones de la naturaleza no dan importancia a la muerte, pues la ven como un momento del proceso cósmico, en el que todo nace y muere; por eso, los individuos como tales son una realidad pasajera; los pobres y excluidos constituyen sólo un elemento del sistema en el que unos nacen altos y otros bajos, unos sanos y otros enfermos, para belleza del conjunto.

(b). Lasreligiones de la interioridad tampoco conocen en sentido estricto la tragedia de la muerte, pues ella pertenece sólo al cuerpo, el alma no muere; las mismas divisiones sociales son en este mundo secundarias, pues lo que importa es el alma y ella puede ser, y es, igualmente divina en todos los hombres. Desigualdades sociales y muerte no son más que apariencia exterior de un sistema donde solo importan las almas.

(c) En contra de eso, los judíos han dado una importancia especial a la muerte, pues la han visto como posible ruptura del diálogo con Dios, llegando a interpretarla a veces como un “castigo”: los hombres deberían superar la muerte y culminar la vida en Dios, pero por su propio pecado han caído en manos de ella y la han visto de un modo personal y social, como efecto de injusticia.

La Biblia sabe que un tipo de muerte humana  se encuentra relacionada con el pecado y, de un modo especial, con la opresión e injusticia de este mundo. Lógicamente, la muerte de los justos y los pobres (perseguidos, expulsados) abre el gran interrogante: ¿Dónde se halla Dios, cómo responde a estos males?

En ese contexto ha surgido la experiencia y esperanza de la resurrección, que en un primer momento se aplica a todo el pueblo, después a algunos (en Israel) y finalmente a todos los humanos, en un proceso y camino que viene de Ez 34 a Sab 1-2, pasando por Dan 12 y el 2º Mac 6-7. Los perseguidos de la historia, los que mueren expulsados y oprimidos, claman a Dios y esperan su respuesta. Aquí se plantea el tema de la resurrección.

  1. Cristianismo.
  2. La muerte de Jesús.

Los cristianos no tienen una revelación especial sobre la muerte. Ellos saben, como los judíos, que el hombre es mortal, pero que puede abrirse, por misericordia de Dios, a una vida que está por encima de  un tipo de muerte en la que todo se confunde o todo acaba El hombre no es simple tierra, animada por un tiempo, que vuelve al polvo inicial, para reiniciar el ciclo eterno del destino cósmico; tampoco es pura y simple alma espiritual que se libera de la tierra, para volver de esa forma a lo divino, sino persona que se hace a sí misma, asumiendo la suerte de su pueblo (y de la humanidad) en camino de esperanza.

En ese contexto, Jesús ha entregado su vida hasta la muerte, a favor del Reino, cumpliendo así la voluntad de Dios: por eso, en el momento de su muerte, él ha protestado: “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15, 34; cita de Sal 22). Jesús no había formulado una teoría sobre la muerte, ni había dicho que la muerte no existe, sino que había anunciado un Reino de Dios que está por encima de la misma muerte. Pues bien, él ha anunciado el Reino de Dios, que es vida, pero le han matado. El cristianismo posterior nace de dos fuentes. (a) Del mensaje y movimiento de Jesús a favor del Reino de Dios. (b) De la experiencia de la muerte de Jesús. Todo el Nuevo Testamento es un pensamiento sobre la Muerte, el descubrimiento del sentido de la muerte de Jesús.

  1. Ha sido una muerte natural. Jesús ha muerto en primer lugar porque es humano. No es superman, como un fantasma divino que camina sobre el mundo, sin poder morir, sino un hombre concreto, nacido de mujer, sometido a la ley de la vida y de la muerte de la tierra (cf. Gen 4, 4). Murió por ser mortal, de tal manera que si no le hubieran ajusticiado con violencia hubiera expirado por enfermedad o vejez, como suponen algunas tradiciones tardías de origen musulmán, recogidas por narraciones e historias que le hacen marchar a Cachemira, después de haber logrado que sus amigos-sabios le bajaran de la cruz y curaran sus heridas. Sea como fuere, Jesús habría muerto.
  2. Muerte bendita, a favor de los demás. Jesús no ha muerto sólo porque era mortal (por naturaleza), sino por amor: porque ha entregado su vida al servicio de los marginados, enfermos y oprimidos, anunciándoles el Reino que es salud y vida universal. Por anunciar y ofrecer vida a los amenazados por la muerte violenta le han matado. Por eso decimos que murió por nuestros pecados, es decir,por el pecado de violencia de aquellos que le mataron. Murió por gracia, en defensa de su proyecto de Reino, a favor de los pobres y expulsados.
  3. Murió cumpliendo la voluntad de Dios. Ante el gesto provocador de Jesús, al servicio de los pobres, en contra del templo sagrado de Jerusalén, muchos pensaban que Dios es garante y defensor del orden establecido. Por eso, ellos interpretan el gesto de Jesús como blasfemia contra Dios. Lógicamente, en nombre del Dios de su Ciudad y su Templo (que es Dios del sistema), tuvieron que matarle, apelando para ello a las razones de la Biblia, que manda aniquilar a los herejes (cf. Dt 13). Aquellos que le mataron optaban por el Dios de sus instituciones. Jesús optó por el Dios del Reino, y llamando a ese Dios entregó la vida. Los cristianos piensan que la verdad de Dios, su identidad más profunda, se expresa en esa muerte de Jesús y no en un tipo de verdad general o de teoría filosófico/religiosa.

El Dios de la muerte de Jesús.

Los cristianos interpretan la muerte de Jesús como el momento fundamental de la revelación de Dios, de manera que el signo de la cruz les distingue de judíos y musulmanes (sin necesidad de que ese signo se convierta en oposición o enfrentamiento, sino todo lo contrario). La Cruz (muerte) de Jesús puede y debe ser su signo distintivo, pero no para oponerles a los judíos (¡diciendo que ellos, como tales, mataron a Jesús, cosa que es mentira!), ni para oponerles a los musulmanes (¡acusándoles de querer el triunfo externo más que la entrega de la vida!), sino para dialogar mejor con ellos.

Los judíos han sabido y saben de muertes, de manera que la Cruz de Jesús puede y debe integrarse en el misterio de los millones de judíos martirizados. También el Islam sabe de cruces y opresiones. Pues bien, en ese fondo, para iluminar un camino compartido, podemos ofrecer la experiencia cristiana de la Cruz, como espacio de encuentro religioso.

  1. Dios, principio y comunión de amor. No es poder indiferente, que actúa desde arriba, sino debilidad poderosa, amor que se encarna en la historia. Así sufre Jesús la muerte, penetrando en el dolor y fracaso de la humanidad. El prólogo de Job (no sus poemas dolorosos) suponía que Dios se encuentra arriba, como un monarca fuerte, rodeado de su corte; por el contrario, el hombre sufriente se hallaba abandonado, fuera de la ciudad, acusado por sus sabios. Pues bien, ahora sabemos, por Jesús y con Jesús, que Dios sufre en los que sufren (cf. Mt 25, 31-46), penetrando en el dolor y fracaso de la historia. Por eso, la muerte no es sólo expresión del ser natural del hombre, signo de finitud o pecado, sino revelación de un Dios que se expresa y actúa, de manera fuerte, por la entrega gratuita y comprometida de la vida.
  2. Dios es donación de amor y así regala por Jesús la vida a los que mueren, sin discutir, en principio, si son buenos o malos, si se dan en amor a los demás o si les niegan. De esa forma, más allá de la debilidad humana y la violencia del ambiente, Dios se revela como “don de sí”, por medio de Jesús, que se ha entregado por el Reino. A través de su la muerte, toda la vida de Jesús viene a expresarse como regalo de amor. No retiene nada para sí, sino que todo lo ofrece y se ofrece a los demás, a fin de que ellos sean. Es don originario, vida regalo, en dolor-amor, por los demás. Desde ese fondo, podemos añadir que dios es Amor que no tiene ni puede ya nada, porque todo lo ha dado (y se lo quitan) en Cristo. (c) Dios es acogimiento de amor. No libera a Jesús “de” la muerte, sino “en y por” la muerte. No le baja de la cruz, como han pensado millones de musulmanes (que no pueden aceptar a un Dios que permite que su justo Siervo muera fracasado), sino que hace algo mucho más grande: ama a Jesús de un modo infinito, en la misma Cruz doliente. Por eso, no le libera de la muerte, como a Job, devolviéndole a un tipo de vida particular de triunfador (¿y justo?) sobre el mundo (cf. Job 42), sino que le acoge amoroso en la muerte, recibiéndole así en la plenitud de su vida, a favor de los demás.

Reflexión sobre la muerte.

Sólo el hombre nace, sólo el hombre muere Las restantes plantas y animales ni nacen ni mueren, sino que forman parte de un continuo biológico, sin identidad personal. Así lo habían destacado sobre todo los judíos: mirando cara a cara a la muerte, han aprendido y han sabido que ella nos reduce a la suma soledad, abriéndonos, al mismo tiempo, a la vida de los otros. Si no muriéramos no dejaríamos sitio en el mundo para los que vienen. Si no muriéramos haríamos imposible la vida de nuestros sucesores. Tenemos que morir para que otros vivan, abriendo con nuestra vida y muerte un camino para otros hombres y mujeres.

Miedo a morir gozo de morir. La muerte nos da miedo, el miedo supremo, pero sólo por la muerte podemos gozar de verdad y dar la vida a los demás. «Por la muerte, por el miedo a la muerte empieza el conocimiento del Todo… Todo lo mortal vive en la angustia de la muerte; cada nuevo nacimiento aumenta en una las razones de la angustia, porque aumenta lo mortal». Así comenzaba F. Rosenzweig su libro inquietante, de antropología judía (La Estrella de la Redención, Sígueme, Salamanca 1997 43-44).

En un sentido, ese saber sobre la muerte es maldición, como ha visto el relato del “pecado ejemplar” de Adán/Eva, en Gen 2-3: “el día en que comas morirás…”. Pero, en otro sentido, este morir (saber que se muere) puede y debe convertirse en bendición, en el momento culminante del sí a la vida, a la vida de Dios, a la vida de los otros. Sólo los hombres pueden morir por los demás; sólo los hombres pueden dar de verdad su vida, abrir su cuerpo, para que otros vivan de su mismo cuerpo (como Jesús). Sólo porque sabemos que vamos a morir podemos vivir, arriesgarnos y amar de verdad a los otros. Un hombre de este mundo, condenado a no morir, sería el mayor de los monstruos, un ser angustioso y angustiante.

  1. Aceptar la muerte. Una vida para siempre en este mundo sería terrible. Sólo por la muerte (cuando damos la vida a los otros, como Jesús en la cruz) puede haber resurrección (ascensión al cielo). Así lo han descubierto los cristianos en la Pascua de Jesús, sabiendo que Jesús ha muerto porque vivía, ha muerto para vivir (para que llegue el Reino), ha muerto para que otros vivan. Así lo visto la iglesia, descubriendo que todos los creyentes (¡todos los pobres!) mueren y resucitan y suben al cielo con Jesús, a un cielo de carne, de cuerpo y alma. Los hombres mueren ese el destino; mueren y no son felices… pero todavía serían más infelices si estuvieran condenados a no morir. Los hombres mueren, pero pueden descubrir en la muerte la mano de Dios y ofrecer su mano de amor a todos, como ha hecho Jesús, como ha hecho María.
  2. Morir como cristianos significa dar la vida, allí donde la vida se nos va (o nos la quitan). En ese contexto se sitúa la respuesta de la fe, cuando afirma que el sentido de la vida está en vivir para los demás… y que de esa forma la misma muerte, sin perder su bravura y dureza y enigma (¡Dios mío, Dios míos! ¿por qué me has abandonado?), se convierte en signo de solidaridad, en vida que se abre (como ha visto de un modo impresionante el evangelio de Juan, al descubrir que del costado muerto de Jesús brota la vida, de manera que la misma muerte es ya resurrección). Pues bien, la Iglesia ha creído que María ha muerto como Jesús, dando la vida. Por eso la venera en la muerte, como signo de Resurrección y de Ascensión (Asunción). Éste es el contenido de la fe en la carne resucitado y compartida. Morimos solos, pero morimos, al mismo tiempo, para todos y con todos, en Dios, de manera que nuestra vida (nuestra carne) pueda hacerse vida y carne (cuerpo) para los demás. Ésta es la fe que los judíos siguen poniendo en manos del Dios en quien esperan, ésta es la fe que los cristianos descubrimos y proclamamos en la resurrección de Jesús quien, al morir por los demás, ha desvelado y realizado por su pascua el gran don de la vida de Dios: se ha hecho “cuerpo mesiánico” de resurrección universal.  (las reflexiones anteriores están tomadas de Diccionario de las tres religiones,voz Muerte)

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