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Domingo de Ramos: el poder acaba por levantar la cruz y el carisma acaba por morir en ella

Domingo, 28 de marzo de 2021

laurus-nobilis-1Del blog de Tomás Muro, La Verdad es libre:

  1. Domingo de Ramos: entrada en Jerusalén.

         La cuaresma concluye con la extraña entrada de Jesús en Jerusalén. La vida es también una larga peregrinación que termina a las puertas de la Jerusalén celestial.

  1. Una extraña entrada en Jerusalén.

         Desde su nacimiento, Jesús entró mal en la humanidad: vino a los suyos, pero no le recibimos (Jn 1,11).

La entrada de Jesús en Jerusalén es un tanto extraña y un tanto “irónica”. ¿El rey de los judíos entrando en burro en la capital, en Jerusalén?

 Jerusalén estaba repleta de gente que había acudido a celebrar la Pascua judía. Podían juntarse en Jerusalén unas cien mil personas (J Jeremías).

Sin embargo, probablemente esta entrada no fue un hecho masivo, tumultuoso. Los evangelistas nos presentan a Jesús entrando en la “metrópoli” en un asno. Todo esto nos remite a una interpretación más bien cristiana que estrictamente histórica de la entrada en Jerusalén.

Sea como fuere:

  •  Jesús sube a Jerusalén sabiendo lo que le espera, no huye de lo que le sobreviene.
  •  Lo de Jesús no tiene nada que ver con una entrada en un carro de combate. Tampoco tiene nada que ver con la entrada pontifical de un obispo en su diócesis, ni con otras entradas triunfales de tipo deportivo o de noches triunfales electorales.
  •  Las cosas de Jesús van por otros derroteros, el cristianismo van por otro lado al del poder y el triunfo: Jesús camina por la humildad, servicio (siervo de los siervos) y entrega de su vida.
  •  El profeta Zacarías anunciaba con gozo que el Mesías será sencillo y humilde. Alégrate Jerusalén porque llega tu rey victorioso y humilde sobre un asno… (Zac 9,9).
  1. Jesús no es un hombre de poder. poder y carisma.

         Hay muchas formas de entrar en la vida, en las situaciones, en los problemas, en los pueblos y por razones e intereses muy diversos y, por tanto, con actitudes diferentes. Muchas son entradas de poder, sea en el orden político, entradas eclesiásticas de obispos en sus diócesis, entradas militares, entradas deportivas triunfales (¡qué pena que no se pueda sacar la gabarra! (¿) Jesús entró en Jerusalén de modo muy distinto.

El poder sirve para muchas cosas, pero no sirve para que los hombres se vuelvan buenos. El poder no sirve para liberar o sanar la libertad humana, sino sólo para suprimirla. La gracia, en cambio, hace buenos a los hombres y libera la libertad humana. El poder obliga, la gracia ayuda.

El poder crea cuarteles o campos de concentración; el carisma edifica comunidad. El poder impone silencio, el carisma habla hasta con su silencio. El poder sólo es capaz de preservar, el carisma es capaz de transmitir. El poder sospecha siempre, desconfía siempre; el carisma alienta siempre, apuesta siempre.

El poder da la seguridad de la instalación, el carisma se mantiene en la inseguridad de Abrahán. El poder se ama sólo a sí mismo, la gracia ama a los hombres. El poder se atribuye carismas, el carisma no se atribuye poderes. El poder suplanta al Espíritu, el carisma transparenta al Espíritu. Y por eso, el poder acaba por levantar la cruz y el carisma acaba por morir en ella. En una palabra: el poder es de este mundo como todos los sanedrines: el carisma es del cielo como Jesús.

La Iglesia y los eclesiásticos nunca podrán prescindir de un cierto poder, porque están en este mundo, aunque quiera Dios que no sean del mundo. El poder es la pasión más fuerte del ser humano.

Cuando la Iglesia no tema desprenderse de poder será una Iglesia que se fía de Dios más que de sí misma. Creo que esta es la razón principal por la que el papa Francisco no puede llevar a cabo la reforma de la curia y otras reformas.

Una Iglesia que aplasta el carisma es una Iglesia que se fía de sí misma más que de Dios.

Una Iglesia en que domine el poder, sólo sabrá pensar que el mundo es el hijo pródigo; y estará secretamente ansiosa de verlo fracasar con las bellotas, para demostrarse a sí misma que ella tenía razón.

Una iglesia en que se viva una dialéctica del poder, no es la Iglesia de Jesús entrando en un asno en Jerusalén y lavando los pies de sus discípulos.

Una Iglesia en que viva en el carisma nunca querrá ser el hermano mayor del pródigo y sentirá temor de no amar bastante a su hermano pecador

Una iglesia que viva del carisma nunca se sentirá superior, y no será fanática ni juzgará con dureza.

El Vaticano II fue una apuesta por el carisma: respiramos espíritu y libertad. El postconcilio, hasta el papa Francisco, ha significado la tentación del poder: por eso tanta gente ha vuelto a perder interés por la Iglesia (y algunos de los que no lo han perdido es porque tienen en ella un interés “interesado”. Siempre y en todo hay arribistas).

         Jesús entra en nuestros pueblos y ciudades, pero nuestra vida transcurre dañada por los intereses económicos, que azotan a los más débiles. ¿Por qué la vacuna -la que fuere- no llega a los pueblos más pobres? ¿Por qué dos mil millones de personas en el mundo no tienen acceso al agua corriente?

         Necesitamos que entren no los poderosos, los tanques, los grandes economistas, el capital, sino el servicio, la entrega, la bondad.

Nuestra entrada en la vida ¿se parece a la de Jesús?

  1. Confianza radical de Jesús en Dios Padre.

Jesús es muy consciente de su situación. Está amenazado de muerte. No huye.

El domingo de Ramos termina en el domingo de Pascua. El Éxodo termina en la libertad y en la tierra de promisión, la muerte en la Vida.

Celebremos con gozo los acontecimientos de esta Semana Santa, que son los de Jesús, pero son también nuestras propias vivencias y esperanzas.

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