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Con el Dios del infierno mejor guardar distancias

Domingo, 28 de julio de 2019

imagesDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

  1. Invitación a la oración.

La primera lectura (Abraham) y el evangelio que acabamos de escuchar son una invitación a orar.

Jesús oraba siempre. A lo largo de su vida, le podemos ver frecuentemente orando, confrontaba sus cosas, su vida, sus problemas con Dios Padre.

Los discípulos no le piden que les enseñe un “catón” o una serie de oraciones para repetirlas miméticamente. Esas oraciones se los sabían de memoria desde niños.

Los discípulos -la iglesia naciente- sienten la necesidad de aprender unas formas de oración, deseosos de unas formas ritualizadas que dieran solida identidad al grupo que se estaba constituyendo. Le piden que les enseñe a orar como Él, del mismo modos que Juan enseñó a los suyos.

Y Jesús le enseña a orar.

A pesar de los maestros de espiritualidad y de los muchos métodos de oración, que van surgiendo hoy en día para orar, la oración es algo sencillo: métete en tu habitación, cierra la puerta y ponte en brazos de Dios Padre. Guarda silencio y escucha a Dios Padre: Padre nuestro…

Con gran respeto para otras religiones y formas de oración, nuestra oración es ponernos en brazos e Dios Padre.

  1. La oración supone niveles más bien altos de consciencia.

En la vida tenemos diversas actividades: trabajamos, pensamos, tenemos vida familiar, relación con los amigos, relación social, en otros momentos, leemos, también tenemos un sentido celebrativo, deportivo, etc.

La oración supone un nivel de consciencia y lucidez más bien alto, sencillo, pero profundo. La oración de es un momento de consciencia personal ante Dios y también en la asamblea eclesial.

La oración supone un abrirse a la ultimidad de Dios. Orar es la actitud del ser humano que se abre a Dios y se pone en sus manos En la oración vemos y ponemos nuestra vida, nuestros criterios, nuestros caminos, nuestros problemas y nuestras esperanzas desde la luz de Dios.

En las diversas circunstancias de la vida: en la enfermedad, en el sufrimiento, en los peligros de la vida, en el trabajo, en un nacimiento en la familia, ante  la muerte, etc. una persona creyente ora, es decir, ve esas realidades desde Dios y ante Dios.

La oración es un acto de confianza en Dios Padre.

La vida y la fe pueden ser oradas, que no significa organizar vísperas o una Misa en la catedral, (otra cosa es que hayamos de tener fórmulas comunes), sino que la vida y la fe,  las vivimos ante y desde Dios.

  • o Ante un nacimiento no es igual la visión que tiene el médico que ha ayudado a dar a luz, que la familia que agradece a Dios esa vida que se hace presente entre ellos.
  • o Ante la creación no es lo mismo la estupidez capitalista que te quiere vender un viaje turístico a unas islas maravillosas, que quien agradece a Dios la belleza y bondad de la naturaleza. Con el salmo 8, por ejemplo.
  • o Ante determinadas encrucijadas de la vida: es muy distinto confrontar la vida ante Dios o ante el dinero que me van a pagar por tal trabajo, o el éxito que me va a reportar la sumisión a tal partido o el servilismo eclesiástico.

En la oración abrimos nuestra vida y la ponemos en manos de Dios.

  1. ¿Confrontar la vida ante qué tipo de Dios? Padre.

Naturalmente que es muy distinto confrontar la vida ante un tipo de Dios u otro.

Si he de presentarme ante un Dios del Derecho Canónico o ante el Dios del Santo Oficio o del juicio final de Miguel Ángel de la capilla Sixtina “es mejor morirse”. Ante un Dios -o una persona- judicial y justiciero uno no puede orar. Con un Dios que se parece a Hacienda o a la Inquisición, es mejor no hablar.

En nuestra experiencia cotidiana esto lo vivimos continuamente. Hay personas que tienen siempre una actitud de prepotencia y juicio: en el orden familiar, laboral, en la vida normal, en el campo episcopal: sistemáticamente su actitud es de juicio, de culpabilización. (Una existencia en medio de culpabilidades y condenas no puede orar).

La experiencia que Jesús tiene de Dios y lo que nos ha dicho es que Dios es Padre.

Es muy distinto orar, charlar y confrontar la vida con un amigo, a tener que tener que rendir cuentas a un Dios justiciero de cierta moral o del derecho canónico, o del mundo episcopal.

Uno puede charlar y pedirle consejo, dejarse iluminar por su Padre. Con el Dios y Padre de Jesús se puede tratar y charlar, orar. Con el Dios de ciertos entramados e instituciones católicas, no es posible orar.

  1. 04. Conclusión. No somos extraños para Dios.
  • o Tal vez, la lección más importante del evangelio de hoy acerca de la oración es que: no somos extraños para Dios, somos hijos de Dios, familia de Dios.
  • o Desde la visión católica: todos estamos imputados y culpabilizados ante Dios. Luego veremos quién se salva.
  • o Es todo lo contrario de Jesús: Dios es Padre. Con el Dios de Jesús, Padre, se puede tratar: es bueno hablar y tratar. Con el Dios de la moral, de muchos confesores católicos, con el Dios del juicio final y del infierno, mejor guardar distancias.

Jesús nos dice: No eres un extraño para Dios: somos sus hijos. Dios es mi, nuestra- familia. Por eso, cuando os dirijáis a Dios decidle:

Padre nuestro.

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