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Amad a vuestros enemigos.

Domingo, 6 de abril de 2014

martin_luther_king_poster_by_supafly_01-d6ques5Aún recuerdo cómo mis ojos infantiles veían  la noticia en la recién estrenada televisión… en blanco y negro, por supuesto… Una noticia que me impactó de manera viva, tanto que aún no se me han borrado estas imágenes. Gracias a ICM por traernos el recuerdo de este gran hombre:

Hace 46 años, tal día como hoy (4 de abril), moría asesinado en Memphis el pastor bautista Martin Luther King. En su memoria compartimos uno de sus textos, que todavía sigue interpelando a mucha gente, entre ellas a muchas personas lgtb cristianas, que quieren seguir el camino de Jesús “a pesar de sus prójimos enemigos”.

Probablemente ningún consejo de Jesús ha sido tan difícil de seguir como el mandamiento de “amad a vuestros enemigos”. Algunos han considerado sinceramente que ponerlo en práctica no es posible. Es fácil, dicen, amar a los que os aman. Pero, ¿quién podría amar a quien abiertamente y con insidia buscan su perdición? Otros, como el filósofo Nietzsche, pretenden que la exhortación de Jesús al amor por los enemigos demuestra que la moral cristiana esta hecha para los débiles y cobardes, no para los fuertes y valientes. Jesús, dicen, era un idealista que carecía de sentido práctico.

A pesar de estas insistentes preguntas y persistentes objeciones, el mandamiento de Jesús nos desafía con una nueva exigencia. Sacudida tras sacudida, nos ha hecho presente que el hombre moderno camina sobre una vía llamada odio, en un viaje que nos conducirá a la destrucción y a la condenación. Lejos de ser la piadosa exhortación de un soñador utópico, el mandamiento del amor hacia nuestros enemigos es una necesidad irrenunciable si queremos sobrevivir. El amor incluso para los enemigos es la clave para resolver los problemas de nuestro mundo. Jesús no es un idealista sin sentido práctico; es el verdadero realista práctico. Estoy seguro que Jesús comprendía la dificultad inherente al acto de amar a nuestros enemigos. Nunca se unió a los que razonan con ligereza sobre la facilidad del camino moral. Sabía que toda manifestación auténtica de amor nace de un abandono definitivo y total en Dios. Cuando Jesús decía “amad a vuestros enemigos”, no ignoraba ninguna de las exigencias de este mandamiento. Nuestra responsabilidad como cristianos es descubrir el significado de este mandamiento y de intentar vivirlo con pasión y plenitud en nuestros caminos de cada día.

Seamos prácticos y preguntémonos: ¿Cómo podemos amar a nuestros enemigos?

En primer lugar tenemos que desarrollar y conservar nuestra capacidad de perdón. Quien es incapaz de perdonar, es incapaz de amar. Es imposible empezar a amar a nuestros enemigos sin haber aceptado antes la necesidad, renovada constantemente, de perdonar a quienes nos infringen el mal y la injusticia. Hace falta comprender también que el acto del perdón debe ser iniciado por la víctima de un engaño, de un insulto grave, de una injusticia tortuosa, de un acto terrible de opresión. El culpable puede pedir perdón. Puede arrepentirse y, como el hijo pródigo, volverse por un camino lleno de polvo, con el corazón latiendo por el deseo de ser perdonado. Pero sólo el prójimo maltratado, el padre que encontramos lleno de amor en casa, puede realmente derramar las lágrimas cálidas del perdón.

Perdonado no significa ignorar lo que se ha hecho o pegar una falsa etiqueta a una mala acción. Significa más bien, que la mala acción deja de ser obstáculo para las relaciones. El perdón es un catalizador que crea el ambiente necesario para comenzar de nuevo. Es deshacerse de un peso o cancelar una deuda. La palabras“ yo te perdono, pero nunca olvidaré lo que me has hecho” no manifiestan la verdadera naturaleza del perdón. Es cierto que no se olvida nunca, si eso quiere decir borrarlo totalmente del espíritu. Pero, cuando perdonamos, olvidamos en el sentido de que el mal ha dejado de ser un obstáculo mental que impide nuevas relaciones. Tampoco podemos decir: “te perdono, pero no quiero saber nada más de ti”. Perdonar significa reconciliación, reencuentro. Sin eso, nadie puede amar a sus enemigos. El grado hasta el cual somos capaces de perdonar determina el grado de nuestra capacidad de amor por nuestros enemigos.

En segundo lugar, hemos de reconocer que la mala acción de nuestro “prójimo enemigo”, aquello que nos ha herido, no define nunca de una manera adecuada lo que él es. En nuestro peor enemigo podemos descubrir cosas buenas. Cada uno de nosotros tiene algo parecido a una personalidad esquizofrénica, trágicamente dividida contra nosotros mismos. Una guerra civil endémica hace estragos en cada una de nuestras vidas. Algo dentro de nosotros nos hace proclamar como el poeta Ovidio este lamento: “Veo y apruebo el bien, pero hago el mal”. O bien estar de acuerdo con Platón para decir que la personalidad humana se parece a un carruaje con dos caballos potentes, cada uno de ellos va en sentido opuesto, o incluso repetir con el apóstol Pablo: “No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero”.

Todo esto quiere decir simplemente que algo de bueno hay en el peor de nosotros, y algo malo en el mejor. Cuando descubrimos esta verdad, nos inclinamos menos a odiar a nuestros enemigos. Si miramos bajo las apariencias, bajo el impulso malvado, encontraremos en nuestro “prójimo enemigo” lo que tiene de bueno y constataremos que la maldad y la malicia de sus acciones no eran una imagen adecuada de todo aquello que él es. Lo vemos bajo una nueva perspectiva. Nos damos cuenta que su odio ha nacido del miedo, del orgullo, de la ignorancia, del prejuicio, de la incomprensión; pero, incluso así, sabemos que la imagen de Dios está grabada de una manera inefable en su ser. Entonces amamos a nuestros enemigos porque comprendemos que no son del todo malo y que no están fuera del inmenso amor redentor de Dios.

En tercer lugar, hemos de evitar abatir y humillar al enemigo y, en cambio, hemos de mirar de ganar su amistad y comprensión. Llega un momento en el que podemos humillar a nuestros peor enemigo. Inevitablemente hay momentos de debilidad, y podríamos entonces clavar en su costado la lanza de batalla. Pero eso es precisamente lo que no se debe hacer. Cada palabra y cada acción han de contribuir a la comprensión del enemigo y a abrir estas grandes reservas de buena voluntad que han sido bloqueadas por las murallas impenetrables del odio.

Hace falta no confundir el amor con una cierta efusividad sentimental. El amor es algo más profundo que un toque emocional. Puede ser que la lengua griega nos pueda aclarar esta confusión. El Nuevo Testamento griego usa tres palabras para designar el amor. La palabra eros significa un tipo de amor estético y romántico. En los diálogos de Platón, el eros es un anhelo del alma hacia el dominio del ser divino. La segunda palabra es philia, un amor recíproco y una unión íntima entre amigos. Amamos a aquellos que nos aplauden y amamos porque somos amados. La tercera palabra es ágape, comprensión y buena voluntad creadora y redentora hacia todos los hombres. Amor desbordante que no espera nada a cambio, el ágape es el amor de Dios que actúa en el corazón del hombre. En este sentido, amamos a los hombre no porque nos aplaudan, ni porque sus características nos atraigan, ni porque posean algo de la gloria divina; amamos a toda persona porque Dios la ama. En este nivel, amamos a la persona que nos ha hecho daño, aunque odiemos el daño que nos hizo.

Podemos ver ahora lo que Jesús quería decir cuando decía: “amar a vuestros enemigos”. Deberíamos estar contentos de que no haya dicho: “Os tienen que gustar vuestros enemigos”. Porque es casi imposible que ciertas personas nos gusten. ¿Cómo nos podría gustar una persona que amenaza a nuestros hijos y pone bombas en nuestra casa? Es imposible. Pero Jesús reconoce que amar es más grande que gustar. Cuando Jesús nos pide amar a nuestros enemigos, no habla de eros ni de philia, sino de àgape, comprensión y buena voluntad creadora i redentora hacia todos. Sólo siguiendo este camino y abandonándonos a este tipo de amor, podremos ser hijos del Padre que está en el cielo.

Martin Luther King
15 de enero de 1929 – 4 de abril de 1968

Traducción libre de las páginas 53-56 de su libro “La fuerza de amar”.

 

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