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“Hijo De Dios”.

Domingo, 24 de marzo de 2024

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24 marzo 2024

Mc 15, 1-39

Marcos -cronológicamente, el primero de los evangelios que ha llegado hasta nosotros- termina el relato de la cruz poniendo en boca de un pagano -no es casual que su texto fuera dirigido a comunidades que provenían del paganismo- la más elevada confesión de fe en Jesús: “Realmente este hombre era Hijo de Dios”.

Para una persona religiosa teísta, no hay título mayor que el de ser “hijo de Dios”. La creencia cristiana lo afirma de Jesús, en el sentido más real de la expresión. Sin embargo, parece claro que su sentido no puede ser sino metafórico. Eran los dioses-héroes griegos quienes concebían hijos y se veían involucrados directamente en los sentimientos y los conflictos humanos. Pero no cabe entender a la divinidad concibiendo hijos, tal como habitualmente se entiende esta palabra.

Hijo de Dios” es una metáfora -de “Dios”, como de todo aquello que no es objeto, solo puede hablarse metafóricamente- que apunta a nuestra verdad última: todos somos hijos, en cuanto “naciendo” constantemente de la Fuente o el Fondo que es origen de todo lo real. No cabe hablar de un dios separado que entra en el “juego” humano, como si fuera una fuerza más dentro del mismo. Lo que se ha nombrado como “Dios” no puede ser sino lo realmente real, aquello que permanece mientras todo lo demás cambia, el fondo que constituye y sostiene las formas, a la vez que se manifiesta y despliega en ellas.

Sin embargo, es posible otra lectura de la metáfora “Hijo de Dios”, esta vez hecha desde la propia persona de Jesús, a quien el evangelio se la aplica. Decir de él que se vivió como “hijo de Dios” significa que fue transparencia admirable del fondo de lo real, gracias a la consciencia y fidelidad con la que se vivió.

Tal vez se entienda mejor si advertimos con qué frecuencia los humanos somos “hijos” de nuestros miedos, de nuestras necesidades o de nuestra imagen. Son muchas y variadas las apetencias que se mueven en nosotros y que terminan esclavizándonos. Sus cantos de sirena, prometiendo satisfacer nuestros deseos, nos seducen y confunden. Hasta el punto de que olvidamos nuestra realidad de “hijos de Dios” -nuestra verdadera identidad- y vivimos en la creencia que nos reduce a la forma del yo.

“Hijo/hija de Dios” es aquella persona completamente libre, que no reconoce otro “padre” -otro dueño u otra fuerza- que la Fuente que le está haciendo ser en cada momento, la vida una que late en todas las formas. Al comprenderse una con la vida, la persona permite que la vida se exprese a través de ella. Como vida, se sabe siempre a salvo y se vive en docilidad a lo que la vida es en ella. Por todo ello, bien puede decirse que “hijo de Dios” es sinónimo de libertad y, más hondamente aún, de humanidad plena.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Domingo de Ramos: humilde viene de humus: tierra, barro.

Domingo, 24 de marzo de 2024

Entrada en JerusalénDel blog de Tomás Muro, La Verdad es libre:

        La homilía del Domingo de Ramos es la lectura, la escucha de la pasión y muerte del Señor.

        Solamente, pues, dos palabras.

01.- Domingo de Ramos: una extraña entrada en Jerusalén.

        El domingo de Ramos comenzamos la celebración de la Semana Santa recordando la “extraña” entrada de Jesús en Jerusalén.

        Aquellos días de la Pascua judía, Jerusalén acogía a millares de peregrinos. Se dice que por la Pascua podían reunirse alrededor de 150.000 personas en la ciudad. Muchos de aquellos judíos vivían una fiebre mesiánica de tipo político-nacional ya que esperaban la liberación de la opresión romana, incluso por la fuerza de las armas (zelotismo).

        Los mismos que el domingo de Ramos aclaman a Jesús como el liberador, “bendito el que viene”, “este es el liberador descendiente de David”, etc., son quienes el viernes santo piden a Pilato: caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos. (Mt 27,25).

Probablemente esta entrada no fue un hecho masivo y triunfal. Los evangelistas nos presentan a Jesús entrando humildemente en la “metrópoli” en un asno.

  • Esta entrada de Jesús no es un desfile militar. Lo de Jesús no tiene nada que ver con una entrada en un carro de combate. Tampoco tiene nada que ver con la entrada pontifical de un obispo en su diócesis, ni con otras entradas triunfales de tipo político o deportivo.
  • Más bien es una entrada “teológica” del Mesías, es la entrada del mesianismo humilde y pacífico de Jesús en el centro religioso de Israel, en Jerusalén, en el Templo, en el centro del poder.
  • El mesianismo de Jesús va, pues, por otros derroteros, el cristianismo va por otro lado: por la humildad, el servicio (siervo de los siervos), la no violencia.
  • Jesús sube a Jerusalén sabiendo lo que le espera, no huye de lo que le sobreviene.
  • El profeta Zacarías (siglo VI-V a.C.) anunciaba ya con gozo un Mesías humilde y sencillo, no violento: Alégrate Jerusalén porque llega tu rey victorioso y humilde sobre un asno… (Zac 9,9).

Se trata de la entrada del espíritu, del estilo mesiánico de Jesús en Jerusalén, en el Templo, en el centro del poder.

Es el mesianismo humilde de Jesús el que entra en Jerusalén.

Humilde: humus

La entrada de Jesús es humilde, que viene de humus: tierra, barro… Jesús es, como todos nosotros, barro del Génesis.

Necesitamos que entren no los poderosos, los tanques, los grandes economistas, el capital, otras entradas políticas…

Necesitamos el servicio, la entrega, la bondad, la humildad, la no violencia, la paz…

        Nuestra entrada en la vida, en la familia,  en la sociedad, en la iglesia ¿se parece a la de Jesús?

02.- Hacia la Pascua

Jesús sigue humildemente su camino mesiánico.

El domingo de Ramos termina en el domingo de Pascua. El camino de nuestros fracasos y desesperanzas termina en Emaús. El Éxodo termina en la libertad, la muerte en la Vida.

Celebremos con gozo los acontecimientos de esta Semana Santa, que son los de Jesús, pero son también nuestras propias vivencias y esperanzas.

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“Por una Semana Santa más comprometida con la realidad”, por Consuelo Vélez

Domingo, 24 de marzo de 2024

IMG_3672De su blog Fe y Vida:

Estamos terminando el tiempo de cuaresma y llega la celebración de la Semana Santa o Semana Mayor. En efecto, conmemorar la muerte y resurrección de Jesús es la razón y sentido de nuestra fe. De ahí que sea necesario que en la liturgia de esos días se vuelva a leer todo el relato de la pasión, de manera que no olvidemos el origen de la fe que profesamos. Lamentablemente, la historia de Jesús es un relato tan conocido, tan presentado en el cine, en la catequesis, en las predicaciones, pero -de una manera literal- que resulta difícil liberarnos de la historia un fantástica o desencarnada que nos han transmitido para entender la hondura de lo vivido por Jesús, el compromiso a fondo de Dios con la humanidad, a través de las palabras y hechos de Jesús.

Jesús no fue un hacedor de milagros en sentido mágico, con poderes sobrenaturales para curar enfermedades, calmar las aguas, expulsar demonios o multiplicar los panes. Jesús fue un hacedor de signos que desconcertaban a sus contemporáneos o los interpelaban. Jesús acoge a los enfermos y les dice que su enfermedad no es castigo de Dios como decían en aquella sociedad y, por tal razón, no tenían que vivir escondidos, excluidos o injuriados. Jesús les dice que ellos pueden y deben estar con los demás: les da la mano, los levanta, los conforta, es decir, les devuelve la dignidad que su entorno social les negaba por estar enfermos.

Jesús no hizo gestos extraordinarios como calmar las aguas o multiplicar los panes en el sentido literal de la palabra. Si así lo hubiera hecho ¿por qué todos los que lo vieron no quedaban convencidos de sus poderes extraordinarios? ¿por qué no estaban en los días de la pasión defendiéndolo y liberándolo de la muerte? Jesús fue un hacedor de solidaridad, de comunión, de ayuda, de benevolencia, de dar desde lo poco que se tiene -cinco panes y dos peces- para que nadie pase necesidad. Además, Jesús hizo de la comida -que para el pueblo judío era central como presencia de Dios entre ellos- el lugar donde Dios está con los “últimos” aquellos que la sociedad desprecia y nunca invita a compartir la mesa. En el tiempo de Jesús eran los pobres, publicanos, mujeres, niños, enfermos, etc. En nuestro tiempo siguen siendo los pobres, los migrantes, los de diferente etnia o religión, los de la diversidad sexual, las mujeres en muchos niveles y, tantos otros, que en cada realidad podrían nombrarse.

Jesús no fue un exorcista que sacaba demonios de las personas. Jesús fue un predicador que, con la autoridad de su Palabra y su coherencia de vida, liberaba a sus contemporáneos de tantos males psíquicos y emocionales que hacen que las personas tengan manifestaciones corporales extravagantes, agresivas, violentas. “Hasta los demonios se le someten”, decían sus discípulos, porque comprendían, con el actuar de Jesús, que no hay mal que no pueda ser vencido con el bien.

Algunos dirán que estamos quitándole la divinidad a Jesús con las afirmaciones anteriores. Pero no es así. Los estudios bíblicos actuales nos han ayudado a comprender la Sagrada Escritura y, por ende, la persona de Jesús, entendiendo el contexto en Él que vivió, la forma cómo se interpretaban las situaciones, las creencias, valores y actitudes de aquellos tiempos. Y, por supuesto, los géneros literarios en que se escribió la Biblia, géneros que permiten expresar la convicción fundamental de nuestra fe: ese Jesús que se hizo ser humano -no en apariencia- sino realmente, por la manera cómo amó y se comprometió con los suyos es, efectivamente, “Hijo de Dios”. Esta confesión de fe, fue la que hicieron sus discípulos y discípulas, convencidos de que la muerte no había vencido el amor de Dios transparentado en Jesús, por el contrario, había resucitado y seguía vivo en los primeros seguidores, quienes se sentían llenos del Espíritu de Jesús.

Las preguntas para esta Semana Santa que llega podrían ir por ese camino: ¿hemos entendido el actuar de Jesús? ¿comprendemos que Dios no mandó a su Hijo para que cumpliera una historia predeterminada sino para que viviera entre nosotros y nos enseñará como amar y servir en el mundo creado por Él? ¿seremos capaces de vivir como Jesús vivió? ¿amar como Él amó? ¿servir como Él sirvió?

Ojalá no volvamos a repetir la liturgia que, año tras año celebramos, sin una conversión de la propia vida. Jesús no necesita inciensos, ornamentos, velas, sermones, representaciones teatrales o coros clásicos que el pueblo no puede seguir. Todo esto bien empleado puede ayudar, pero es accesorio de cara a lo esencial. Lo que urge es ponernos en el camino de Jesús -eso es convertirse, no confesarse de los mismos pecados de siempre- y seguirle. ¿Por dónde caminaría hoy Jesús? ¿Qué milagros haría y con quién compartiría la presencia de Dios? Los pobres siguen siendo el camino privilegiado, es decir, trabajar por la justicia social. El cuidado de la casa común es innegociable. La reforma eclesial no puede postergarse más. Y, así, cada persona en su realidad concreta puede nombrar esas urgencias de su propio contexto a las que hoy Jesús respondería y, por lo tanto, las urgencias a las que hoy debemos responder nosotros. Tal vez habría que ir menos al templo para contemplar más la realidad buscando que la fe que profesamos y el evangelio que comunicamos llegue a la vida concreta de las personas. Solo con obras así, podemos testimoniar que el triduo pascual no es un rito vacío sino una fuente de vida y compromiso inagotable.

 (Foto tomada de: https://www.france24.com/es/programas/econom%C3%ADa/20220607-guerra-ucrania-empuja-pobreza-latinoamerica-cepal)

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Domingo de Ramos: el día que me declaré queer

Domingo, 24 de marzo de 2024

IMG_3771La reflexión de hoy es de la colaboradora invitada Flora x. Espiga. Flora es candidata a doctorado en teología y estudios de paz en la Universidad de Notre Dame. Ella es originaria de Beijing, China y ahora vive en South Bend, Indiana.

Las lecturas litúrgicas del Domingo de Ramos se pueden encontrar aquí.

Hace seis años, mientras encabezaba la procesión inaugural del Domingo de Ramos desde el exterior de mi iglesia hasta el altar, me manifesté como queer.

O una mejor manera de decirlo podría ser que decidí que esta procesión litúrgicamente maximalista del Domingo de Ramos sería la fiesta más apropiada que podría elegir conmemorar cada año como mi “aniversario de salida del armario”. Con mis labios cantando el conocido himno Hosana Filio David y mi mano derecha agitando perezosamente una rama de palma, me dije a mí mismo (y tal vez también le dije a Dios) que sí, soy raro y que sí, soy amado.

Durante varios años antes de salir del armario, la experiencia de aceptar mi sexualidad fue un proceso lento y de oración, de introspección y discernimiento. A diferencia de cómo las películas sobre personas homosexuales pueden retratar la experiencia de salir del armario (como Con amor, Simon), este nunca fue un momento claro y luminoso en el que me di cuenta de mi sexualidad con certeza inmediata.

Pero si darme cuenta de que era queer fue un proceso confuso y prolongado, la idea de “salir del armario lo fue aún más. Tanto en los espacios católicos como fuera de ellos, “salir del armario” como queer se parecía menos a declarar verbalmente mi sexualidad al mundo entero de una vez por todas, y más a usar una combinación de pistas y señales sutiles para indicar mi carácter queer a aquellos que percibía como afirmativos. , y a proteger partes extrañas de mí mismo de aquellos que tal vez no lo sean. Vivir como una persona queer significa navegar a diario por estas interminables incertidumbres y sutilezas.

Esta dinámica fue quizás la razón por la que parecía apropiado seleccionar uno de los días más claramente gloriosos y litúrgicamente extravagantes del año litúrgico como el día para conmemorar mi salida del armario: el Domingo de Ramos, leemos el evangelio de la entrada gloriosa de Jesús en Jerusalén y su muerte definitiva. En el cruce. El Domingo de Ramos proclamamos que Dios nos ama, incluso hasta el punto de su propia muerte. Cuando el Domingo de Ramos me sinceré conmigo mismo y con Dios, estaba seguro (y descansé cómodamente en la certeza) de que Dios me ama por lo que soy porque murió por mí.

Pero la lectura del evangelio de hoy, que este año litúrgico es del Evangelio de Marcos, cuenta una narración en la que Jesús, habiendo pasado la mayor parte de este evangelio ocultando su identidad como Mesías a su comunidad, se revela a sí mismo como el Mesías y luego es asesinado por el autoridades romanas debido a esta escandalosa revelación. Su “salida del armario” resulta en violencia.

Como académico comprometido con la no violencia y la paz, esta perspectiva ha hecho que mi relación con el Domingo de Ramos se vuelva incierta. Si todos estamos llamados a seguir a Jesús en su vida y muerte abnegada, ¿somos nosotros, como católicos queer, también llamados a una vida de sufrimiento, ostracismo y tal vez incluso muerte porque elegimos revelar quiénes somos? ¿Debemos, como lo han repetido muchas enseñanzas católicas sobre género y sexualidad, “abrazar nuestras propias cruces”? ¿O siempre estamos llamados, como sugieren las narrativas gay dominantes en Estados Unidos, a estar siempre dispuestos a declararnos queer sin importar los posibles riesgos o peligros que podamos enfrentar como resultado?

Me encantaría responder un rotundo “NO” a todas estas preguntas y decirles a todos los que dudan que son amados sin lugar a dudas. Pero es difícil ofrecer una afirmación simple y clarificadora de las historias de los evangelios del Domingo de Ramos y de la Semana Santa, y de cómo la gente ha interpretado estos evangelios durante siglos.

Por ejemplo, todavía no sé por qué en un mundo ya lleno de tanta violencia, la autorrevelación de un Dios amoroso y su muerte en la cruz marcan una de las semanas más santas de nuestra tradición católica. Profeso por fe, aunque todavía no sé realmente, si el propio sufrimiento y muerte de Jesús es realmente algo que siempre debemos emular. En un mundo que ya está lleno de matanzas y muertes injustas de personas marginadas, no sé por qué la violencia y la muerte se colocan en un pedestal de santidad en nuestra tradición de fe, o por qué los católicos queer siempre están llamados a abrazar sus propias cruces del yo. -renuncia.

No sé, y lo que es más importante, elijo no creer, que la abnegación y el sufrimiento prolongado son las únicas formas de vivir una vida de amor como el de Cristo. En cambio, deseo orar por seguridad, por vida, por compañerismo, por alegría y por el florecimiento de todos mis hermanos queer y trans. Rezo por un mundo donde los niños queer no mueran. Y oro por un mundo donde las muertes sean lamentadas en lugar de glorificadas.

Salí como queer el Domingo de Ramos debido a la rotunda proclamación del amor incesante de Dios por mí, incluso hasta el punto de la muerte, en la narración de la Pasión. La certeza de un Jesús que murió por mí me ofreció consuelo en una época en la que mi experiencia queer y mi futuro queer eran turbios y confusos. Ya no estoy tan seguro de si la imagen de un Dios-Hijo encarnado que murió en la cruz puede seguir dándonos a mí y a otras personas queer esperanza y consuelo en una iglesia y un mundo violentos y anti-queer.

Pero mi conmemoración anual de este Domingo de Ramos, día de fiesta de salida del armario (y toda la extraña alegría en mi propia vida que siguió a ese día hace seis años) me da una razón para seguir intentándolo y seguir esperando.

—Flora x. Tang, 24 de marzo de 2024

Fuente New Ways Ministry

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“Un testimonio encarnado”, por Miguel Ángel Mesa.

Miércoles, 20 de marzo de 2024

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De su blog Otro Mundo es posible:

«Vino porque su corazón de Dios ya no podía más y, sin dejar de ser quién era, tomó un corazón humano» (Agustí Altisent).

 Los cristianos, como seguidores de Jesús, no pueden ya creer, contemplar y experimentar a su Padre mas que como un Dios encarnado. Y encarnarse supone todo lo contrario a irrealidad, otro mundo, más allá. En-carnarse significa que el Misterio de toda la vida que nos rodea, se vuelve epifanía en-la-carne, en la carne de la persona del Jesús histórico, en la de todos los seres humanos desde el principio de la creación, en la naturaleza que nos rodea, en el universo del que formamos parte. Descendemos de las estrellas, que contienen el gen de la Vida, somos tierra amorosa, polvo enamorado y encarnado.

Cada hombre o mujer posee unas cualidades, unos carismas que pueden conservar codiciosamente para su propio bienestar, o hacerlos que fructifiquen, se desarrollen y multipliquen en la entrega al otro, que es donde se logra la plenitud de la persona, haciendo crecer a quien se da y a quien recibe y, a la vez, devuelve su agradecimiento desde su propia realidad y cualidades.

Hemos creído que a Dios le podemos encontrar solo en la oración personal o junto al tabernáculo de la iglesia. Y estos son grandes medios, pero solo para encontrar fuerza y salir a buscar su rostro. El Dios encarnado no está en las piedras, ni en las tradiciones, ni en las leyes, ni en las liturgias.

Al Dios vivo y verdadero, solo le encontraremos donde le encontró Jesús, en los demás, especialmente en los más sufrientes y desvalidos: leprosos, prostitutas, ciegos, alejados de la fe. Pongámosle nosotros ahora los nombres actuales: enfermos de Sida, presos, mujeres objeto de violencia machista o de trata, niños y niños explotados, desahuciados de sus viviendas, excluidos de los servicios sociales, inmigrantes, ancianos, parados…

Solo mezclándonos, saliendo de nuestros lugares sagrados, contaminándonos, acogiendo, buscando, sin mostrar carteles ni etiquetas, «como uno de tantos», como la sal en la comida, pequeños destellos de luz, ternura y esperanza en un mundo desolado y dolorido. Uniendo nuestra acción y pasión con otras muchas personas, en redes, como pescadores deportivos que esperan, atraen, contemplan al pez dolorido, le quitan el anzuelo, le acarician y le devuelven para que recupere la dirección y el gozo por la vida.

La encarnación produce grandes beneficios, el ciento por uno, aunque eso sí, nunca son materiales, ni nos producirán beneficios en la Bolsa, ni el aumento de dinero en la cartilla del banco. Son otros rendimientos y otras ganancias, personales, íntimas, espirituales, mucho más importantes las que proporcionan.

Y conlleva muchas veces enfrentamientos, marginación, incomprensión, oposición, provocaciones, difamación… Aliarse, defender, ponerse al lado de quienes sufren las consecuencias de la opresión y la exclusión, encarnándose en su mundo y sus luchas, suelen traer estas consecuencias. Y, a pesar de todo, una alegría y una paz profundas.

«Felices quienes “pasan por uno de tantos”, quienes no destacan, quienes trabajan y crecen humanamente desde la cotidianidad, desde el esfuerzo y el servicio en silencio, desinteresado».

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¡Queremos ver a Jesús!

Lunes, 18 de marzo de 2024

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¡Queremos ver a Jesús!

Hoy me adhiero, Señor,
al grupo de los que quieren verte
-saludarte, presentarse,
escucharte, hablarte…-.
Como a aquellos griegos gentiles,
pero curiosos e inquietos,
que acudieron a Felipe para conocerte,
también a mí me has tocado y despertado
abriéndome el horizonte
con tu presencia, mirada y mensaje.

Pero, ¿quién me acercará hasta ti?
¿Quién me llevará a tu presencia?
¿Quién me ayudará a superar las murallas
-culturales, religiosas, personales-
que nos separan y me retienen?
¿Quién será el anfitrión de nuestro encuentro?
¿Quién se hará cargo de este deseo
que surge de lo más hondo de mi ser
y me acompaña noche y día
desde la primera vez?

¿Tu Iglesia que se dice católica?
¿Sus vicarios, obispos, presbíteros…
y demás padres señores y dignidades
tan seguros e inflexibles en sus verdades?
¿La Curia Vaticana y sus jefes?
¿Los monseñores y cardenales?
¿Los guardianes de la doctrina y creadores de leyes?
¿Los teólogos que hablan y escriben en otro lenguaje?
¿Los liturgos que no sintonizan con la gente?
¿Los nuevos grupos y comunidades que emergen?…

¿Quién será el anfitrión de nuestro encuentro?

Entre tus discípulos y apóstoles
siempre hubo, y seguro que las hay hoy,
personas cercanas y humildes,
con los pies en la tierra, en el “humus”,
y los ojos fijos en ti;
hermanos atentos y sin ambiciones;
pastores que huelen a lo que deben oler;
pobres despojados hasta de su ser;
creyentes que se siembran sin temor a desaparecer;
hombres y mujeres que gozan al estar junto a ti…

¡Ojalá tenga la suerte
de toparme con ellos hoy,
aquí, en casa, o en los caminos,
o en las plazas, o en las fiestas, o en el templo…
o en cualquier lugar,
sea espacio sagrado o profano;
…o en el reverso de la historia
tan olvidado y arrinconado,
pero que tanto te preocupa a ti
y a todos los que siguen tus huellas!

¡Que llegue esa hora
para estar en tu compañía, Jesús!

*

Florentino Ulibarri

***

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Lo sientes en tus entrañas

Lunes, 18 de marzo de 2024

IMG_0939Dra. Nicolete Burbach

La reflexión de hoy es de de la colaboradora invitada, la Dra. Nicolete Burbach, líder de justicia social y ambiental en el Centro Jesuita de Londres. Su investigación se centra en utilizar las enseñanzas del Papa Francisco para superar las dificultades en el encuentro de la Iglesia con la transidad.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el quinto domingo de Cuaresma se pueden encontrar aquí.

El gran teólogo medieval Tomás de Aquino escribió una vez: “la gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona”. Según una interpretación, “naturaleza” aquí significa aquello que Dios crea para luego llevar a cabo su cumplimiento por medios sobrenaturales. Dicho de otro modo, la naturaleza es aquello que espera la gracia. Cuando la gracia perfecciona la naturaleza, Dios la lleva a la expresión más verdadera de su ser.

Vista de esta manera, la gracia es “integral” a la naturaleza. La gracia no es un principio opuesto que anula o reemplaza a la naturaleza, sino su realización. Podemos ver esto en la forma en que la naturaleza, a través de la gracia, se convierte en vehículo para su propia salvación. Por ejemplo, en los sacramentos, la gracia se apodera del pan y del vino, del agua y de las palabras, y los eleva a signos eficaces de nuestra salvación.

En las lecturas litúrgicas de hoy vemos esta salvación escrita en los cuerpos. La segunda lectura de Hebreos es parte de una discusión más amplia sobre lo que significa que Cristo sea un cuerpo humano. Dios nombró a Cristo para que asumiera nuestra humanidad para que pudiera servir como Sumo Sacerdote, representándonos ante Dios e intercediendo por nosotros. Cristo consintió en obediencia, y Dios escribió nuestra salvación en Su carne: su vida, muerte y resurrección (Hebreos 5:7-10).

Gracia y naturaleza, redención y obediencia: están entretejidas en los tendones del cuerpo de Cristo.

2000 años después, en la Eucaristía, somos ese Cuerpo. Jeremías vislumbró esta realidad. En la primera lectura de hoy, escuchamos una profecía del nuevo pacto de Dios: un pacto que será conocido y guardado no simplemente porque a la gente se le hable de él, sino porque lo conocen en lo más profundo de sus cuerpos. Como lo expresa la traducción católica de Douai Rheims del siglo XVII, lo sabrán “en sus entrañas” (Jeremías 31:33). Dios también escribe nuestra salvación en nuestros cuerpos.

IMG_3614La perfección de la naturaleza por parte de la gracia tiene un significado social. La naturaleza pecaminosa de la humanidad se expresa en “estructuras de pecado”: las características de la sociedad que nos impiden alcanzar la plenitud que Dios desea para nosotros al negarnos las cosas que necesitamos para prosperar. La gracia perfecciona la naturaleza superando estas estructuras para construir una sociedad justa. Los cuerpos también son centrales para esta superación: en Jeremías, los cuerpos en los que está escrita la nueva alianza constituyen una sociedad que vive en obediencia a ella. 2000 años después, podríamos decir que el Cuerpo de Cristo, al que están incorporados nuestros cuerpos, está llamado a continuar la obra de salvación defendiendo la justicia en el mundo.

Aquí me dirijo a mis lectores trans, que conocen íntimamente esta obra. “Trans” es un nombre que la sociedad da a las vidas que van en contra de sus normas de género. La transidad rompe la regla fundamental del género: que los seres humanos vienen en dos tipos sexuales inmutables, con dos roles sociales inmutables asociados. Las personas trans son castigadas por esta violación impidiéndoles vivir una vida plena. Las vidas trans son arrojadas, como granos de trigo, al suelo para morir (Juan 12:24). En esta reescritura de la Pasión, todas las personas trans aprenden dolorosamente que las normas de género que violamos y las instituciones que las vigilan son “estructuras de pecado” en este sentido.

Pero así como la Cruz no fue la última palabra, también hay más en la transidad. Si ser trans es toparse con estas estructuras pecaminosas, entonces vivir tu vida trans es vivir desafiándolas. Al hacerlo, la transidad es testigo de la posibilidad de vivir de una manera liberada del régimen de género. Al trabajar por la liberación trans, también ayudas a crear esa posibilidad. Finalmente, al vivir una vida trans y buscar la liberación trans, ejerces cierta libertad de su poder.

En este contexto, la transidad comienza a parecerse un poco a la obra de la gracia.

Esta liberación es, por supuesto, imperfecta. El género está presente en nuestras vidas en el nivel más profundo. Está incrustado en los mismos conceptos con los que pensamos en nosotros mismos y formulamos nuestros deseos. Está entrelazado a través de las comunidades e instituciones que dan forma a las posibilidades de nuestras actividades. Y es poco probable que algo tan profunda y complejamente arraigado pueda deshacerse durante nuestra vida.

Sin embargo, estas limitaciones no son absolutas. Como persona trans, demuestras esto cada vez que encuentras formas de vivir una vida más plena dentro de esas limitaciones y a pesar de ellas. Tomas signos de género que de otro modo dictarían tu papel en la sociedad (formas de hablar, actuar y relacionarte) y los encarnas de maneras que articulan nuevas verdades y crean nuevas posibilidades para la comunidad y las relaciones. Estos son los frutos que brotan del grano caído de tu vida (Juan 12:25); un recorrido sobre la Resurrección.

Tales triunfos hacen que tu vida trans sea más que una simple obra de gracia. En ellos, tomas el material caído de la sociedad que te rodea y lo pones en labor redentora. Construyes algo a partir de esta naturaleza caída que comienza a superar los males encarnados en ella. Al hacerlo, trazas la gracia escrita en tu cuerpo. Y a partir de ahí, como papel de calco, tu vida se convierte en una transcripción del poder redentor de la gracia.

Visto de esta manera, también podemos ver cómo la transidad es obediencia a la gracia y su exigencia de ser escrita. Entregas tu vida en medio de la naturaleza caída y así te levantas para cumplir con el decreto fundamental de la gracia: que debemos ser más que nuestro estado caído (Juan 12:25). Al volver sobre la gracia escrita primero en el cuerpo de Cristo, tomamos esa naturaleza descarriada y la ponemos al servicio de la gracia por la cual es redimida.

Gracia y naturaleza, redención y obediencia: están entrelazadas en los tendones de tu cuerpo trans.

Ni el autor de Hebreos ni de Jeremías pensaban en las personas trans mientras escribían. Sin embargo, tú, como trans, podrías encontrar tu vida en estos pasajes. Estos autores escribieron sobre una gracia que ustedes conocen tan íntimamente. Lo encarnas en tu vida trans, que es el signo efectivo de tu liberación y una imagen de su poder.

Está escrito en tu cuerpo. Lo sientes en tus entrañas.

—Nicolete Burbach, 17 de marzo de 2024

Fuente New Ways Ministry

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El reverendo Martin Luther King “no era cristiano en absoluto”, afirma un viejo pastor blanco que odia el odio

Lunes, 18 de marzo de 2024

Un influyente pastor de una megaiglesia blanca, anciana y anti-LGBTQ+ ha dicho que el héroe negro pionero de los derechos civiles, el reverendo Martin Luther King Jr., “no era cristiano en absoluto” y era “un no creyente que tergiversó todo lo relacionado con Cristo y el evangelio”.

John MacArthur, pastor de Grace Community Church en Sun Valley, California, hizo la afirmación durante un sermón que tuvo lugar durante el Mes de la Historia Afroamericana. En su sermón criticó a Juntos por el Evangelio (T4G), un grupo de pastores evangélicos. por honrar a King hace varios años, según Right Wing Watch.

“(T4G) se creyó el engaño del movimiento de despertar y el hostigamiento racial que estaba ocurriendo hace un par de años, y literalmente los hizo desaparecer”, dijo MacArthur. Si bien el grupo elogió previamente a los líderes de la iglesia que MacArthur aprobaba, agregó: “La extraña ironía fue que un año después hicieron lo mismo con Martin Luther King, que no era cristiano en absoluto, cuya vida era inmoral”.

“No estoy diciendo que (King) no haya hecho algún bien social, y siempre me he alegrado de que fuera un pacifista o hubiera podido iniciar una verdadera revolución”, añadió MacArthur. “Pero no se honra a un no creyente que tergiversó a Cristo y todo lo relacionado con el evangelio”.

King era ministro en la Iglesia Bautista King Memorial de Dexter Avenue en Montgomery, Alabama y tenía un doctorado. en teología sistemática. Predicó a decenas de miles de personas durante su vida y es ampliamente considerado como un ícono claramente cristiano y moral de los derechos civiles.

MacArthur emite regularmente transmisiones internacionales en su ministerio de radio “Grace to You”, es autor y editor de más de 150 libros y fue nombrado por El cristianismo hoy como uno de los 25 pastores más influyentes de los últimos 50 años. Ha hecho numerosas declaraciones racistas y anti-LGBTQ+ a lo largo de su carrera.

 En 2022, dijo que la llamada “Maldición de Jamón” explica las disparidades raciales en riqueza, ingresos y oportunidades. La maldición, lanzada por el personaje bíblico Noé contra su hijo Cam por verlo desnudo y borracho, ha sido citada por teólogos supremacistas blancos durante siglos como una justificación para la esclavización y el racismo contra los negros.

MacArthur ha dicho anteriormente: “La Biblia es muy clara: la esclavitud es el corazón de lo que significa ser un verdadero cristiano” y “el cristianismo no libera a los esclavos. El cristianismo no otorga igualdad de derechos sociales. … Jesús no propuso la igualdad de derechos y no trastornó el orden social…. Más bien, todos afirmaron que, con gran temor de Dios y gran respeto, debes ser sumiso a tus amos. Ya sea que sean buenos y gentiles o que no sean razonables, debes someterte”.

Scott Coley, miembro de la facultad de filosofía de la Universidad Mount St. Mary, dijo una vez en las redes sociales, “John MacArthur ha estado a la vanguardia del movimiento contra la justicia dentro del evangelicalismo blanco (que se ha extendido a la política de derecha en general). “

MacArthur también ha dicho anteriormente que las denominaciones cristianas que afirman a los homosexuales son “la iglesia de Satanás”, que los homosexuales en realidad no existen, que los cristianos deberían ser activamente “ofensivos” contra la homosexualidad y que Jesús odia a quienes no odian a las personas LGBTQ+. También apoya la terapia de conversión.

Fuente LGBTQNation

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La Ley de la semilla: Jesús vence perdiendo…

Domingo, 17 de marzo de 2024

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DEJA LA CURIA, PEDRO

Deja la curia, Pedro,
desmantela el sinedrio y la muralla,
ordena que se cambien todas las filacterias impecables
por palabras de vida, temblorosas.

Vamos al Huerto de las bananeras,
revestidos de noche, a todo riesgo,
que allí el Maestro suda la sangre de los Pobres.

La túnica inconsútil es esta humilde carne destrozada,
el llanto de los niños sin respuesta,
la memoria bordada de los muertos anónimos.

Legión de mercenarios acosan la frontera de la aurora naciente
y el César los bendice desde su prepotencia.
En la pulcra jofaina Pilatos se abluciona, legalista y cobarde.

El Pueblo es sólo un «resto»,
un resto de Esperanza.
No Lo dejemos sólo entre guardias y príncipes.
Es hora de sudar con Su agonía,
es hora de beber el cáliz de los Pobres
y erguir la Cruz, desnuda de certezas,
y quebrantar la losa—ley y sello— del sepulcro romano,
y amanecer
de Pascua.

Diles, dinos a todos,
que siguen en vigencia indeclinable
la gruta de Belén,
las Bienaventuranzas
y el Juicio del amor dado en comida.

¡No nos conturbes más!
Como Lo amas,
ámanos,
simplemente,
de igual a igual, hermano.
Danos, con tus sonrisas, con tus lágrimas nuevas,
el pez de la Alegría,
el pan de la Palabra,
las rosas del rescoldo…
…la claridad del horizonte libre,
el Mar de Galilea ecuménicamente abierto al Mundo.

*

Pedro Casaldáliga
El Tiempo y la Espera
Editorial Sal Terrae, Santander 1986

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***

En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban:

– “Señor, quisiéramos ver a Jesús.”

Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó:

– “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará.

Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.”

Entonces vino una voz del cielo:

– “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.

La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel. Jesús tomó la palabra y dijo:

– “Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.”

Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.

*

(Juan 12,20-33)

*

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Hablar del anonadamiento de Jesús es ciertamente una tarea imposible. El hombre Jesús vence perdiendo. Vence negándose a sí mismo como hombre el poder de dominar, de afirmarse frente a los otros y sobre los otros. De esta realidad tenía una conciencia muy lúcida que transparentaba en toda su enseñanza y en toda su vida.

Investigadores curiosos o gente ansiosa de conocimientos o experiencias excepcionales, algunos griegos querían verle en sus últimas días en Jerusalén. Jesús utiliza esa bellísima imagen que tanto recuerda la parábola del Reino de los Cielos: “Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto” (Jn 1 2,24). El grano de trigo no es otro que él mismo: Jesús. La kénosis de la encarnación llegará a sus últimas consecuencias en la pasión y muerte de cruz. Pero la imagen del grano de trigo que muere y produce la espiga y luego el pan, tiene también una relación evidente con el misterio de la eucaristía.

La vitalidad de esa semilla sepultada es prodigiosa. La ley de la semilla es morir para multiplicarse: no tiene otro sentido ni otra función que la de ser un servicio a la vida. Lo mismo el anonadamiento de Jesucristo: germen de vida sepultado en la tierra. Para Jesús, amar es servir y servir es desaparecer en la vida de los otros, morir para hacer vivir.

Todo don de sí mismo es una semilla de amor que hace que nazca amor. Allí donde es más difícil aceptar el anonadamiento de ser esclavos unos de otros y de ser comidos por los otros, es donde se cosecha más abundantemente el fruto de la caridad.

Que el Señor nos conceda llegar a esta entrega total de nuestro ser cada vez que deseemos demostrar lo que valemos con discursos de niñatos petulantes y desconsiderados. Que nos conceda sumergirnos en su misterio de humildad y de gloria a pesar de nuestra incapacidad de comprenderlo

*

A. M. Cánopi,
L’annientamento di Cristo, perpetuato nel mistero eucaristico…, en “Deus absconditus”,
Ghiffa 1980, 60-69, passim.

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , ,

“No se ama impunemente”. 5 Cuaresma – B (Juan 12, 20-33)

Domingo, 17 de marzo de 2024

Farmer's Hand Planting Seeds In Soil In Rows

Pocas frases tan provocativas como las que escuchamos hoy en el evangelio: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto». El pensamiento de Jesús es claro. No se puede engendrar vida sin dar la propia. No se puede hacer vivir a los demás si uno no está dispuesto a «desvivirse» por los otros. La vida es fruto del amor, y brota en la medida en que sabemos entregarnos.

En el cristianismo no se ha distinguido siempre con claridad el sufrimiento que está en nuestras manos suprimir y el sufrimiento que no podemos eliminar. Hay un sufrimiento inevitable, reflejo de nuestra condición creatural, y que nos descubre la distancia que todavía existe entre lo que somos y lo que estamos llamados a ser. Pero hay también un sufrimiento que es fruto de nuestros egoísmos e injusticias. Un sufrimiento con el que las personas nos herimos mutuamente.

Es natural que nos apartemos del dolor, que busquemos evitarlo siempre que sea posible, que luchemos por suprimirlo de nosotros. Pero precisamente por eso hay un sufrimiento que es necesario asumir en la vida: el sufrimiento aceptado como precio de nuestro esfuerzo por hacerlo desaparecer de entre los hombres. «El dolor solo es bueno si lleva adelante el proceso de su supresión» (Dorothee Sölle).

Es claro que en la vida podríamos evitarnos muchos sufrimientos, amarguras y sinsabores. Bastaría con cerrar los ojos ante los sufrimientos ajenos y encerrarnos en la búsqueda egoísta de nuestra dicha. Pero siempre sería a un precio demasiado elevado: dejando sencillamente de amar.

Cuando uno ama y vive intensamente la vida, no puede vivir indiferente al sufrimiento grande o pequeño de las gentes. El que ama se hace vulnerable. Amar a los otros incluye sufrimiento, «compasión», solidaridad en el dolor. «No existe ningún sufrimiento que nos pueda ser ajeno» (K. Simonow). Esta solidaridad dolorosa hace surgir salvación y liberación para el ser humano. Es lo que descubrimos en el Crucificado: salva quien comparte el dolor y se solidariza con el que sufre.

José Antonio Pagola

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“Si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto”. Domingo 17 de marzo de 2014. Domingo quinto de Cuaresma

Domingo, 17 de marzo de 2024

23-cuaresma B5 cerezoDe Koinonia:

Jeremías 31,31-34: Haré una alianza nueva y no recordaré sus pecados. 
Salmo responsorial: 50: Oh Dios, crea en mí un corazón puro. 
Hebreos 5,7-9:  Aprendió a obedecer y se ha convertido en autor de salvación eterna. 
Juan 12,20-33: Si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto.

En medio de la aflicción que se siente al ver Jerusalén destruida y a los judíos divididos entre los que se quedaron y los que fueron deportados, se oyen las palabras del profeta Jeremías como un canto al perdón y la esperanza. Con razón los expertos llaman a estos capítulos de Jeremías el «libro de la consolación». Dios quiere comenzar de nuevo con su pueblo, proponiendo sellar una «nueva alianza», que genere relaciones nuevas entre Dios y su pueblo. ¿Qué tipo de alianza? Una que ya no esté escrita en tablas sino en el corazón mismo del ser humano. Dios deja claro que no es la simple ley, por sí misma, sino su espíritu, lo que nos acerca a Dios. Cuando se tiene a Dios «en el corazón», la ley se humaniza, se des-absolutiza, se acata desde el corazón, sin legalismos, con sinceridad, y el ser humano entra a formar parte del pueblo de Dios. Con ello, el otro regalo que nos hace Dios es acceder gratuitamente a su conocimiento. No hay que pagar ni matrícula ni mensualidades, no hay que ser mayor o menor, ni de una raza u otra: Dios se revela en la historia de cada pueblo, sin discriminaciones, sin olvidar a ninguno.

La carta a los hebreos destaca las actitudes de Jesús en el cumplimiento de la voluntad del Padre. El pasaje recuerda la escena del huerto de los Olivos, cuando Jesús ora al Padre ante la posibilidad de ser librado de la muerte. La oración tuvo como efecto el fortalecer a Jesús para llevar a cabo su misión, no ahorrarle la realización de la misión. Los cristianos tenemos mucho que aprender en este sentido, pues, la mayoría de las veces, nuestras palabras más que oraciones o súplicas parecen «órdenes dadas a Dios para que no se haga su voluntad». El texto nos acerca también al sufrimiento que asume Jesús como prueba de su obediencia a los designios del Padre. Oración y sufrimiento de Jesús son signos concretos de esta solidaridad que comparte con toda la Humanidad. Por este acercamiento tan perfecto a la voluntad del Padre es por lo que Jesús se convierte en manifestación de la presencia de Dios entre nosotros, camino y modelo de salvación abierto a todos los hombres y mujeres del mundo.

En el evangelio de Juan vemos a judíos -o convertidos al judaísmo- que vienen a Jerusalén con motivo de la fiesta pascual. En medio de la caravana aparecen algunos griegos que aprovechan para pedir a Felipe: «quisiéramos ver a Jesús». La pregunta no es «¿dónde está?», a lo que probablemente cualquiera les hubiera respondido con una información adecuada, sino una petición que va unida al deseo de la mediación de los discípulos para conocer personalmente a Jesús. Los discípulos son reconocidos por su cercanía al maestro y se convierten en mediadores, testigos y compañeros de camino para quienes quieren ver a Jesús. El hecho de que sean griegos quienes buscan a Jesús tal vez quiera ser un símbolo de universalidad del evangelio, pues «incluso los paganos buscan a Jesús». La ocasión es aprovechada para anunciar que el tiempo de las palabras y los signos está llegando a su fin, pues se acerca la «hora» del «signo» mayor: su pasión y muerte en la cruz.

Jesús acude a una breve parábola. Sólo el grano de trigo que muere da mucho fruto. Esta brevísima parábola presenta una vez más, de otro modo, la lección fundamental del Evangelio entero, el punto máximo del mensaje de Jesús: el amor oblativo, el amor que se da a sí mismo, y que por ese perderse a sí mismo, por ese morir a sí mismo, genera vida.

Estamos ante una de las típicas «paradojas» del evangelio: «perder» la vida por amor es la forma de «ganarla» para la vida eterna (o sea, de cara a los valores definitivos); morir a sí mismo es la verdadera manera de vivir, entregar la vida es la mejor forma de retenerla, darla es la mejor forma de recibirla… «Paradoja» es una figura literaria que consiste en una «contradicción aparente»: perder-ganar, morir-vivir, entregar-retener, dar-recibir… Parecen dimensiones o realidades contradictorias, pero no lo son en realidad. Llegar a darse cuenta de que no hay tal contradicción, captar la verdad de la paradoja, es descubrir el Evangelio.

Y estamos ante un punto alto de la revelación cristiana. En Jesús, se expresa una vez más el acceso de la Humanidad a la captación esta paradoja. En la «naturaleza», en el mundo animal sobre todo, el principal instinto es el de la auto-conservación. Es cierto que hay mecanismos diríamos «altruistas» controlados hormonalmente para acompañar los momentos de la reproducción y la cría de la descendencia o para la defensa de la colectividad, pero no se trata verdaderamente de «amor», sino de instinto, un instinto puntual excepcional sobre el gran instinto de la auto-conservación, que centra al individuo sobre sí mismo. La naturaleza animal está centrada sobre sí misma. Lo que pueda ser contrario a esta regla no es más que una excepción que la confirma.

El ser humano, por el contrario, se caracteriza por ser capaz de amar, por ser capaz de salir de sí mismo y entregar su vida o entregarse a sí mismo por amor. La humanización u hominización sería ese «descentramiento» de sí mismo, que es centramiento en los demás y en el amor. La parábola que estamos reflexionando expresa un punto alto de esa maduración de la Humanidad; tanto, que puede ser considerada como una expresión sintética de la cima del amor. En el fondo, esta parábola equivale al mandamiento nuevo: «Éste es mi mandamiento, que se amen los unos a los otros ‘como yo’ les he amado; no hay mayor amor que ‘dar la vida’» (Jn 15,12-13). Las palabras de Jesús tienen ahí también pretensión de síntesis: ahí se encierra todo el mensaje del Evangelio. Y en realidad se encierra ahí todo el mensaje religioso: también las otras religiones han llegado a descubrir el amor, la solidaridad… el «descentramiento» de sí mismo como la esencia de la religión. Jesús es una de esas expresiones máximas de la búsqueda de la Humanidad, y del avance de la presencia de Dios en su seno…

Si las semillas somos nosotros, ¿a qué debemos morir? Esta hora neoliberal que vive el mundo, aunque se haya dado un notable avance en aspectos como la tecnología, la intercomunicación mundial, y hasta un notable desarrollo económico (tremendamente desequilibrado), no podemos dejar de descubrir un cierto «retroceso» en humanización: frente al pensamiento utópico, a las «ideologías» (en el sentido positivo de la palabra) que buscaban la «socialización» humana, la realización máxima posible de la solidaridad entre los humanos y la colectividad, la realización de una sociedad fraterna y reconciliada, tras el fracaso simplemente económico, militar o tecnológico de alguno de los sectores en conflicto, ha acabado por imponerse la vuelta a una economía supuestamente «natural», descontrolada, sin intervención, dejada al azar de los intereses de los grupos, llegándose a proclamar que «la persecución del propio interés sería la mejor manera de contribuir para el bien común» [fisiocracia, Tableau de Quesnay…]. El neoliberalismo, con su programa de «adelgazamiento del Estado», su disminución de los programas sociales y la proclamación de un mercado supuestamente «libre», ha vuelto a hacer de la sociedad humana una «ley de la selva», donde cada uno busca su propio interés, incluso creyendo, paradójicamente, que con ese interés propio es como mejor colabora al bien común…. Es una ideología enteramente contraria al Evangelio, y contraria al mensaje de todas las religiones. Es por eso que podemos considerarla como la proclamación de una nueva religión, la del egoísmo insolidario. Afortunadamente hay cada vez más señales de que este eclipse de la solidaridad y este retroceso de la hominización trasparenta cada vez más su verdadera naturaleza, y la inconformidad surge por doquier. «Otro mundo es posible», a pesar del esfuerzo de la propaganda neoliberal por convencernos de que «no hay alternativa» y de que estamos en el «final (insuperable) de la historia»… Si, con el evangelio, creemos que «no hay mayor amor que dar la vida», que la ley suprema es «morir como el grano de trigo: para dar vida» (evangelio de este domingo), deberíamos comprometernos en hacer que la sociedad se concientice sobre la necesidad de superar políticas económicas tan «naturales» y tan poco «sobrenaturales» como la actual política neoliberal.

Post-data crítica sobre el evangelio de Juan

El evangelio de ese domingo y de estas semanas es el de Juan. Un evangelio bien diferente de los sinópticos. El último que se escribió. Un evangelio que refleja una reflexión y una elaboración teológica muy sofisticada, de difícil comprensión, con frecuencia: el evangelio de la comunidad de Juan. Leer más…

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17.3.24. (Dom 5 C.) Como grano de trigo. Sólo da vida quien al darla muere (Jn 12, 20-33)

Domingo, 17 de marzo de 2024

IMG_6428Crucifixión blanca de Marc Chagall

Del blog de Xabier Pikaza:

Este pasaje es una  continuación del evangelio del domingo pasado (Jn 3, 14-21: Dios no ha enviado a su Hijo para juzgar, sino para salvar al mundo), y lo hace muriendo por ellos.

He escrito en otros lugares extensos comentarios de este evangelio. Aquí me limito a destacar sus rasgos principales,  con algunos términos griegos, que pongo entre paréntesis, no porque sean necesarios para entender mi comentario, sino para animar a mis lectores a profundizar en ellos. Buen domingo a todos.

Juan 12,20-33

En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: “Señor, quisiéramos ver a Jesús.” Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús, que les contestó:

“Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará.

Ahora mi alma está agitada,  ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.”

Entonces vino una voz del cielo: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.” La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel. Jesús tomó la palabra y dijo:

“Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.”

Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.

Lectura comentada

Había allí algunos griegos (Ἦσαν δὲ Ἕλληνές τινες ). El evangelio de Juan ha terminado de exponer el camino y mensaje de la “vida pública” de Jesús en Israel (en Galilea y Jerusalén). Con el nuevo capítulo (Jn 13) empieza el discurso de la cena (la gran despedida), con la pasión, muerte y pascua de Jesús.

Éste es el  momento en que Juan introduce a los griegos (helenos) que son, en sentido general los  no judíos, los paganos, los gentiles. El texto supone que Jesús ha venido también para ellos, no de un modo directo (Jesús no predicó a los gentiles), sino indirecto, a través de los discípulos que son representantes de la misión universal de la Iglesia),  en una línea que puede y debe compararse con la que traza el libro de los Hechos, a partir de Hch 6-7 (presencia y misión de los helenistas).

Intermediarios de la misión griega: Felipe y Andrés.  Según el evangelio de Juan, los portadores de la misión helenista o gentil son Felipe y Andrés de Betsaida, ciudad semi-helenista del Golán, cercana a Cafarnaúm, de donde fueron los primeros discípulos de Jesús, según Jn 1, 19-51. Andrés (hermano de Pedro) fue el primero de los discípulos de Jesús, y a su lado (en vez de Pedro, que cumple otra función) emerge Felipe (que es como Tomás y Judas  el que plantea las preguntas fundamentales de la vida cristiana, cf. Jn 14).

Por otra parte, Felipe y Tomás aparecen en la tradición cristiana como autores de los evangelios “helenistas” (gnósticos) de Jesús, no admitidos en el canon.    Pues bien, en este momento de “cambio esencial” (de apertura a los gentiles, a los nuevos paganos, al mundo nuevo/culto de la modernidad), el evangelio de Juan apela a Andrés con Felipe), como si hoy (año 2024) necesitáramos nuevos intermediarios de evangelio.

Los griegos quieren “ver a Jesús” y les contestó: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre.  Son los de fuera (los griegos, gentiles) lo que le buscan, a través de dos “intermediaros” (Andrés y Felipe). Pero Jesús no les responde “voy”, ni les dice que vengan, ni propone un lugar de encuentro, sino que comenta: “ha llegado la hora” (Ἐλήλυθεν ἡ ὥρα).

Éste es el momento de abrir el evangelio a los gentiles, de forma nueva, con métodos distintos, un evangelio que no sea ya judío, ni cristiano al modo anterior, un evangelio nuevo para esta nueva hora.

Todo el texto que sigue indica el sentido de esa “hora/misión” de los gentiles, la hora en que ha de ser “glorificado el Hijo del Hombre” (ἵνα δοξασθῇ ὁ υἱὸς τοῦ ἀνθρώπου). Esta expresión (que sea glorificado, ἵνα δοξασθῇ)  indica la finalidad de la misión universal de Jesús, de su apertura a los antiguos y nuevo gentiles, en este año 2024, en que estamos llamados a expresar la gloria de Dios  como palabra salvadora para todos los pueblos, con la ayuda de los nuevos “misioneros” (Andrés el griego, patrono de la iglesia bizantina) y Felipe, el evangelista de los tiempos nuevos.

Si el grano de trigo no cae en tierra y muerte (ἐὰν μὴ ὁ κόκκος τοῦ σίτου πεσὼν εἰς τὴν γῆν ἀποθάνῃ, αὐτὸς μόνος μένει·). Grano de trigo es el mensaje de Jesús (cf. Mc 4 par); grano de trigo para morir y dar vida somos también los creyentes (cf. 1 Cor 15). Grano de trigo es finalmente Jesús, Dios hecho semilla, fermento de vida en la vida de los hombres.

El Dios de Jesús no crea imponiéndose sobre los hombres, sino dándoles su vida, muriendo por ellos. Jesús tiene que caer/morir no sólo en la tierra judía de la “ley” antigua, sino en toda la tierra de los hombres (como indica ya Mc 4). Los griegos/gentiles que buscan a Jesús a través de Andrés y Felipe son los humanidad entera en la que Jesús ha de ser “enterrado”, caer y morir como grano de trigo, elevarse en la cruz para atraer/salvar a todos.

Jesús no está solo, Jesús somos todos: Quien ame su vida (se aferra a ella), la perderá; quien odie (=entregue su vida) la ganará… (ὁ φιλῶν τὴν ψυχὴν αὐτοῦ ἀπολλύει αὐτήν, ὁ καὶ μισῶν τὴν ψυχὴν αὐτοῦ   ζωὴν αἰώνιον φυλάξει αὐτήν. ). Es como el trigo: si queda sólo, cerrado en sí mismo, es inútil; por el contrario, al sembrarse y morir en la tierra se vuelve semilla de vida, da fruto, resucita (cobra vida más grande en la nueva espina y sus granos). También nosotros resucitamos viviendo en los otros… Jesús su presenta así como semilla de nueva humanidad, de una cosecha abundante de vida.

Como Jesús esa semilla de trigo), así lo son sus “servidores”, esto es, sus compañeros, que no son siervos sometidos (criados, esclavos: doulos, douloi…), sino dikonoi ( διάκονος), compañeros, colaboradores). Leer más…

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Angustia y oración. Domingo 5º de Cuaresma. Ciclo B

Domingo, 17 de marzo de 2024

si el grano de trigo muere germina y da frutooracion-del-huerto-2

Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Oración del huerto

     La primera lectura, profundamente optimista, anuncia una nueva alianza entre Dios y el pueblo. Todo tendrá lugar de forma fácil, casi milagrosa, sin especial esfuerzo para Dios ni para nosotros. En cambio, las dos lecturas siguientes ofrecen una imagen muy distinta: la nueva alianza entre Dios y el pueblo implicará un duro sacrificio para Jesús. Un sacrificio que le sumerge en la angustia y le mueve a rezar al Padre. Esta trágica experiencia se recuerda hoy en dos versiones distintas: la de Juan, y la de la Carta a los Hebreos, que recoge el famoso relato de la oración del huerto de los olivos contado por los evangelios sinópticos.

Oración en el templo (evangelio de Juan 12,20-33)

            El cuarto evangelio enfoca el relato de la pasión de manera peculiar, bastante distinta a la de los sinópticos: no acentúa el sufrimiento de Jesús sino el señorío y la autoridad que demuestra en todo momento. Por eso no cuenta la oración del huerto. Pero unos días antes sitúa una experiencia muy parecida de Jesús en la explanada del templo de Jerusalén.

 En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos gentiles; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban:

-Señor, quisiéramos ver a Jesús.

Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó:

-Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hambre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre le premiará. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.

Entonces vino una voz del cielo:

-Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.

La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.

Jesús tomó la palabra y dijo:

-Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.

Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.

           El evangelio comienza y termina en tono de victoria. El triunfo inicial se concreta en el deseo de algunos de conocer a Jesús (es secundario que se trate de “gentiles”, paganos, como dice la traducción litúrgica, o de “judíos de lengua griega” residentes en otros países que han venido a celebrar la fiesta de Pascua). Y ese triunfo, reflejado en el interés de unos pocos, alcanza dimensiones universales al final: “atraeré a todos hacia mí”.

            Pero este marco de triunfo encuadra una escena trágica: Jesús es consciente de que para triunfar tiene que morir, como el grano de trigo; tiene que ser “elevado sobre la tierra”, crucificado. Ante esta perspectiva confiesa: “me siento agitado”, angustiado. E intenta superar ese estado de ánimo con la reflexión y la oración. Ante todo, procura convencerse a sí mismo de la necesidad de su muerte: igual que el grano de trigo tiene que pudrirse en tierra para producir fruto. Sin embargo, los argumentos racionales no sirven de mucho cuando uno se siente angustiado. Viene entonces el deseo de pedirle a Dios: “Padre, líbrame de esta hora.  Pero se niega a ello, recordando que ha venido precisamente para eso, para morir. En vez de pedir al Padre que lo salve le pide algo muy distinto: “Padre, glorifica tu nombre”. Lo importante no es conservar la vida sino la gloria de Dios.

Oración en el huerto (Carta a los Hebreos 5,7-9)

Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. El, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.

El relato de los evangelios sinópticos es muy conocido: Jesús marcha al huerto de los olivos la noche en que será apresado. Sabe que va a morir, siente profunda angustia, y por tres veces reza al Padre pidiéndole que, si es posible, le evite ese trago amargo. La Carta a los Hebreos no se detiene a contar lo ocurrido. Pero recuerda lo trágico del momento cuando afirma que Jesús rezó “a gritos y con lágrimas”, cosa que no menciona ninguno de los evangelios. Y lo que pedía (“pase de mí este cáliz”) lo sugiere al decir que suplicaba “al que podía salvarlo de la muerte”.

Sin embargo, el final de la lectura es optimista: Jesús salva eternamente a quienes le obedecen. En medio de este contraste entre tragedia y triunfo, unas palabras desconcertantes: “en su angustia fue escuchado”. Quizá el autor piensa en el relato de Lucas, que habla de un ángel que viene a consolar a Jesús. Pero quien conoce el evangelio advierte la ironía o el misterio que esconden estas palabras: Jesús es escuchado, pero muere.

El templo y el huerto

            Es evidente la relación entre las dos lecturas. En ambos casos Jesús se siente agitado (Juan) o angustiado (Hebreos). En ambos casos recurre a la oración. En ambas lecturas, la palabra final no es la muerte, sino la victoria de Jesús y, con él, la de todos nosotros. Pero, dentro de estas semejanzas, hay una gran diferencia con respecto a la oración de Jesús: en el evangelio, se niega a pedir al Padre que lo salve, sólo quiere la gloria de Dios, por mucho que le cueste; en la Carta, Jesús suplica “a gritos y con lágrimas” para ser salvado de la muerte.

            La ciencia bíblica actual tiende a considerar estos relatos dos versiones distintas del mismo hecho. Pero durante años y siglos estuvo de moda la tendencia a armonizar los datos del evangelio. En esta postura, los relatos ofrecen dos momentos distintos y sucesivos de la experiencia humana y religiosa de Jesús.

            En un primer momento, ante la angustia de la muerte, se refugia en la reflexión racional (he venido para morir como el grano de trigo) y se niega a pedirle al Padre que lo salve. Al cabo de pocos días, cuando la pasión y muerte no son una posibilidad sino una certeza, reza con gritos y lágrimas, sudando sangre (como añade Lucas): “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz”. Una reacción más humana, pero perfectamente compatible con lo que cuenta Juan.

            A las puertas de la Semana Santa, la experiencia y la reacción de Jesús son un ejemplo excelente que nos anima en nuestros momentos de angustia y desánimo, y nos mueve a agradecerle su entrega hasta la muerte.

La nueva alianza (Jeremías 31,31-34)

            La primera lectura ofrece el quinto momento, culminante, de la Historia de la salvación.

«Mirad que llegan días —oráculo del Señor— en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No como la alianza que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto: ellos quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor —oráculo del Señor—. Sino que así será la alianza que haré con ellos, después de aquellos días —oráculo del Señor—: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: «Reconoce al Señor». Porque todos me conocerán, desde el pequeño al grande —oráculo del Señor—, cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados».

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17 de Marzo. Domingo V de Cuaresma. Ciclo B

Domingo, 17 de marzo de 2024

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“Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado”.

(Jn 12, 20-33)

Jesús llega a Jerusalén después del recorrido de una vida, en donde se ha ido conociendo y haciéndose consciente de la misión que su Padre le encomienda.

Poco a poco, en un desgranar la vida, va “comprendiendo” que la vida es una entrega continuada. Un descentramiento del mi, me, conmigo para dejar todo su espacio y tiempo a la escucha de Su Padre y al anuncio del Reino de los Cielos.

“Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado”. Y la glorificación en el Evangelio de Juan tiene lugar en la Cruz.

La Cruz, el vaciamiento de las voluntades, es el lugar de la entrega definitiva. Pero la gloria, la resurrección, la comprensión pasa por una muerte. La muerte de las pasiones, del no entender, del soltar todas las seguridades, los controles, los afectos.

Jesús se queda desnudo, se vacía, y ahí surge la novedad, el espacio totalmente libre de sí. Pero esto duele, desgarra, hace sentir el miedo, la angustia. Pero todo ello es el precio de una transformación en Vida Nueva. Vivir ya definitivamente para el Padre.

La Cruz es la entrega definitiva, la entrega plena, que conduce a la vida plena.

“Yo os aseguro que el grano de trigo seguirá siendo un único grano, a no ser que caiga dentro de la tierra y muera”.

Jesús podía haber sido el hombre que vivía para los demás. En un desalojo continuado de su ego, pero si no hubiera existido una entrega definitiva, su vida no se hubiera plenificado siendo camino de Vida para los demás.

Solo quien es capaz de morir a sí mismo, en oscuridad y soledad, en la tierra de la entrega, es capaz de hacer brotar la esencia.

Jesús nos ofrece el mejor regalo: correr la misma suerte que Él. La entrega definitiva de la seguridad para vivir en la plenitud de ser.

Oración

Ayúdanos a desalojarnos de lo que no somos, a entrar sin miedo en la sombras para llegar a esa plenitud que es vivir en TI.

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Tu vida biológica es sólo un medio para alcanzar la verdadera vida.

Domingo, 17 de marzo de 2024

resizeimag-aspDOMINGO 5º DE CUARESMA (B)

Jn 12, 20-33

Estamos en el c. 12. Después de la unción en Betania y de la entrada triunfal en Jerusalén, y como respuesta a los griegos que querían verle, Juan pone en boca de Jesús un pequeño discurso que no responde ni a los griegos ni a Felipe y Andrés. Versa, como el domingo pasado, sobre la Vida, pero desde otro punto de vista. Aquí la Vida solo puede ser alcanzada aceptando la muerte del falso yo. También hoy Jesús es levantado en alto, pero para atraer a todos hacia él. Los “griegos” que quieren ver a Jesús podían ser simplemente extranjeros simpatizantes del judaísmo. El mensaje de Juan es claro: Los judíos rechazan a Jesús, y los paganos le buscan.

Ha llegado la hora de que se manifieste la gloria de este Hombre. Todo el evangelio de Juan está concentrado en la “hora”. Por tres veces se ha repetido la palabra “hora”; y otras tres, aparece el adverbio “ahora”. Es el momento decisivo de la cruz, en el que se manifiesta la gloria-amor de Dios y de “este Hombre”. En su entrega total refleja lo que es Dios. Todos estamos llamados a esa plenitud humana que se manifiesta en el amor-entrega. Ahora es posible la apertura a todos. El valor fundamental del hombre no depende ni de religión ni de raza ni de cultura. Los que buscaban su salvación en el templo tienen que descubrirla ahora en “el Hombre”.

Si el grano de trigo no muere, permanece él solo; Declaración rotunda y central para Juan. Dar Vida es la misión de Jesús. La Vida se comunica aceptando la muerte. La Vida es fruto del amor. El egoísmo es la cáscara que impide germinar esa vida. Amar es romper la cáscara y darse. La muerte del falso yo es la condición para que la Vida se libere. La incorporación de todos a la Vida es la tarea de Jesús y será posible gracias a su entrega hasta la muerte. El fruto no dependerá de la comunicación de un mensaje sino de la manifestación del amor total. Ese amor es el verdadero mensaje. El fruto-amor solo puede darse en relación con otros.

Hoy sabemos que el grano de trigo muere solo en apariencia. Desaparece lo accidental (la pulpa) para ser alimento de lo esencial (el embrión). En la semilla hay vida, pero está latente, esperando la oportunidad de desplegarse. Esto es muy importante a la hora de interpretar el evangelio de hoy. La vida no se pierde cuando se convierte en alimento de la verdadera Vida. La vida biológica cobra pleno sentido cuando se pone al servicio de la Vida. La vida humana llega a su plenitud cuando trasciende lo puramente natural. Lo biológico no queda anulado por lo espiritual.

Tener apego a la propia vida es destruirse, despreciar la propia vida en medio del orden este, es conservarse para una Vida definitiva. La traducción del griego es muy difícil. Primero habla de “psyche” (vida psicológica) y al final, de “zoen” vida, pero al añadir “aionion” perdurable, eterna, (vitam aeternam), está hablando de una vida trascendente. No es un trabalenguas, está hablando de dos realidades distintas. Hoy podemos entenderlo mejor. Se trata de ganar o perder tu “ego”, falso yo, lo que crees ser o de ganar o perder tu verdadero ser, lo que hay en ti de trascendente.

El amor consiste en superar el apego a la vida biológica y sicológica. En contra de lo que parece, entregar la vida no es desperdiciarla, sino llevarla a plenitud. No se trata de entregarla de una vez muriendo, sino de entregarla poco a poco en cada instante, sin miedo a que se termine. El mensaje de Jesús no conlleva un desprecio a la vida, sino todo lo contrario; solo cuando nos atrevemos a vivir a tope, dando pleno sentido a la vida, alcanzaremos la plenitud a la que estamos llamados. La muerte al falso yo no es la destrucción de la vida biológica, sino su plenitud. Si tomas consciencia de esto y has perdido el temor a la muerte, nadie ni nada te podrá esclavizar.

El que quiera colaborar conmigo, que me siga. “Diakonos” significa servir, pero por amor, no servir como esclavo. Traducir por servidor, no deja claro el sentido del texto. Seguir a Jesús es compartir la misma suerte; es entrar en la esfera de lo divino, es dejarse llevar por el Espíritu. El lugar donde habita Jesús, es el de la plenitud de Vida en el amor. Lo manifestará cuando llegue su “hora”. Allí entregando su vida, hará presente el Amor total, Dios. No se trata de la muerte física que él sufrió. Se trata de dar la vida, día a día, en la entrega confiada a los demás.

Ahora me siento fuertemente agitado; ¿Qué voy a decir?  “Padre líbrame de esta hora” ¡Pero, si para esto he venido, para esta hora! En esta escena, que los sinópticos colocan en Getsemaní, se manifiesta la auténtica humanidad de Jesús. Está diciendo, que ni siquiera para Jesús fue fácil lo que está proponiendo. Se trata del signo supremo de la muerte al “ego”. Se deja llevar por el Espíritu, pero eso no suprime su condición de “hombre”. Su parte sensitiva protesta vivamente. Pero está en el ámbito de la Vida, y eso le permite descubrir que se trata del paso definitivo.

Ahora el jefe del orden este va a ser echado fuera. Cuando sea levantado de la tierra, tiraré de todos hacia mí. Como el domingo pasado, identifica la cruz y la glorificación, idea clave para entender el evangelio de Juan. Muerte y vida se mezclan y se confunden en este evangelio. Habla de dos clases de muerte y dos clases de vida. Una es la muerte espiritual y otra la muerte física, que ni añade ni quita nada al verdadero ser del hombre. La muerte física no es imprescindible para llegar a la Vida. La muerte al falso “yo”, sí. La Vida de Dios en nosotros, es una realidad muy difícil de aprehender, pero a la que hay que llegar para alcanzar la plenitud humana. Toda vida espiritual es un proceso, un paso de la muerte a la vida, de la materia al espíritu.

La atracción de Jesús, una vez que ha sido levantado, no es una fuerza que nos llega desde fuera, sino un descubrimiento de que eso que vivió Jesús debemos vivirlo nosotros porque es nuestra verdadera naturaleza. Su Vida es la misma Vida de Dios y resuena en nosotros con total naturalidad, porque también está en nosotros. Ser lo que él fue es la meta de todo ser humano, porque es la única manera de desplegar nuestra humanidad. El cristo que llevo dentro me está empujando a la entrega a los demás, pero debo superar a la fuerza del ego que también me atenaza.

Mi plenitud humana no puede estar en la satisfacción de los sentidos, de las pasiones, de los apetitos, sino que tiene que estar en lo que tengo de específicamente humano; es decir, en el desarrollo de mi capacidad de conocer y de amar. Debo descubrir que mi verdadero ser consiste en darme a los demás. El dolor que causa el renunciar a la satisfacción del ego, la interpreta el evangelio como muerte, y solo a través de esa muerte se puede acceder a la verdadera Vida. Si ponemos todo nuestro ser al servicio de la vida biológica y psicológica, nunca alcanzaremos la espiritual.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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El grano de trigo

Domingo, 17 de marzo de 2024

IMG_3569Jn 12, 20-33

«Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto»

Mientras Jesús permanece en Galilea, su enfrentamiento con escribas y fariseos es constante, pero se mantiene en un plano eminentemente dialectico y no va a mayores. Pero llega un momento en que tiene que decidir entre permanecer en Galilea o universalizar su mensaje llevando la buena Noticia al mismo corazón de Judea. Si permanece en Galilea como profeta rural, el alcance de su mensaje será muy limitado, pero su vida no correrá peligro. En cambio, si sube a Jerusalén pondrá en grave riesgo su vida, pues las autoridades le buscan para prenderle: «Vayamos también nosotros a Jerusalén a morir con él», dice Tomás, consciente del enorme peligro que ello supone.

Y Tomás tenía razón, desde que Jesús pisa Jerusalén sufre una oposición frontal por parte de las autoridades judías; una oposición que pronto pasa de las palabras a los hechos, pues los sacerdotes saben que si lo de Jesús triunfa, su estatus quedará seriamente dañado. Este enfrentamiento se agudiza día a día, y en esta dinámica Jesús acaba acusando a los sacerdotes y jefes del pueblo de usurpadores de la viña y homicidas, llamando hipócritas y sepulcros blanqueados a los escribas y fariseos, y tildando de pecadores a los santos que querían lapidar a la adúltera…

Su suerte está echada.

El texto de Juan corresponde al último discurso público de Jesús en el templo cuando los jefes ya han decidido su muerte. Fiel a su estilo, Juan no ve angustia o amargura en Jesús ante la inminencia de una muerte cruel y escarnecedora, sino que, por el contrario, lo que manifiesta es que «ha llegado la hora en que sea glorificado el hijo del hombre». La pasión y la muerte de Jesús se entenderán en aquel momento como “la hora de las tinieblas”; el momento en que las tinieblas se cierran definitivamente a la luz, pero, como dice Juan, ése es el momento culmen de su vida.

Jesús va a perder su vida, y eso precisamente dará sentido y valor a su vida entera. Si hubiese escapado de Jerusalén cuando aún estaba a tiempo, la hubiese salvado y se hubiese librado del escarnio al que le sometieron sus enemigos, pero habría quedado como un profeta de provincias sin ninguna trascendencia posterior y poca credibilidad. En cambio, de la muerte de Jesús nacerá nuestra posibilidad de creer en él, y por tanto nuestra posibilidad de conocer a Dios y reconocernos como Hijos.

De ese grano de trigo caído en tierra y enterrado brotará con enorme pujanza la fe en la Buena Noticia.

Miguel Ángel Munárriz Casajús 

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Perder para ganar. Fecundidad insospechada.

Domingo, 17 de marzo de 2024

IMG_3105Jn 12.20-33

Con el texto de este último domingo de Cuaresma nos vamos situando en el pórtico de la Semana Santa. Es decir, en las consecuencias de una existencia vivida al modo de Jesús. Jesús muere no solo como consecuencia de su encarnación. Es decir, porque los hombres y las mujeres, morimos, sino que Jesús muere porque los hombres y las mujereas matan. En este texto Jesús revela el verdadero sentido de la existencia humana, que no es otro que estar dispuestos a entregarla por amor.

Pero el amor no es un ideal “blando” ni romántico, sino que pasa por el descentramiento de uno mismo, y la vivencia de una fidelidad y libertad conflictiva, vividas desde el convencimiento y la confianza en su  fecundidad misteriosa. Una fecundidad que no es “automática”, sino sembradora de un futuro alternativo. La lógica del evangelio no es exitosa ni triunfalista. El mesianismo de Jesús es un mesianismo descalzo que nos invita como iglesia a situarnos al lado de los perdedores y perdedoras de la historia para, desde abajo y desde dentro, señalar que es urgente y necesario otro mundo posible, sin primeros ni últimos, e ir alumbrándolo, desde la práctica de la gratuidad y el amor generoso, que antepone el bien común a los intereses  privados.

Esta lógica chirria frontalmente con el individualismo dominante, el sálvese quien pueda, la meritocracia, o el no todas las vidas importan, que son algunos de los dogmas con que el capitalismo neoliberal coloniza nuestras conciencias y sensibilidad. Pero el evangelio nos hace otra propuesta alternativa: la  Fraternidad, que se  construye desde un nosotros inclusivo y no desde el yo narcisista.  El camino de la  fraternidad lleva muchas veces a un aparente “perder para ganar” y a trabajar con conciencia del a largo plazo, pero con la confianza profunda  en que  lo que no  se da no se pierde y lo entregado gratuitamente puede ser semilla de un futuro inédito.

Sin embargo, una interpretación literalista de este texto puede a conducir a una inadecuada en la comprensión de la autoestima y el amor a uno mismo como una realidad no querida por Dios. Sin embargo, solo desde el amor y el reconocimiento de la propia dignidad humana en cada uno de nosotros podemos amar  y reconocer la de otros. El problema es cuando convertimos nuestro yo y nuestras necesidades personales en la medida de lo humano y en el centro de nuestros ideales y acciones, olvidando que somos en interdependencia y  en relación  y que solo desde este ser en comunión y en projimidad alcanzamos nuestra plenitud como personas. Vivir de esta manera tiene sus dificultades, pero también nos lleva a tener existencias que merezcan la alegría y el sentido de ser vividas y en esa aventura experimentar que el Dios de Jesús hace camino con nosotras sosteniéndonos y alentándonos de una forma insospechada, desde el misterio de la Pascua.

 

Pepa Torres Pérez

Fuente Fe Adulta

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Agitación

Domingo, 17 de marzo de 2024

IMG_3524Domingo V de Cuaresma

17 marzo 2024

Jn 12, 20-33

Nuestro pequeño yo se agita con facilidad. Basta que las cosas no salgan como espera para que, con la frustración, aparezcan inquietud, miedo y enfado. La frustración altera los planes del yo -que vive en la creencia ilusoria de que la realidad debe responder a sus expectativas- y genera, con mayor o menor intensidad, alteración emocional.

Una intensidad que es directamente proporcional al grado de amenaza que nuestra mente adjudica a un acontecimiento determinado. A su vez, esta catalogación mental se halla condicionada por experiencias más o menos traumáticas o, simplemente, dolorosas de nuestro pasado, que nos hacen especialmente sensibles ante determinadas circunstancias.

Encontramos, pues, diferentes factores que pueden explicar la mayor o menor intensidad de la agitación que experimentamos: experiencias dolorosas de nuestro pasado, el modo como funciona nuestra mente y el conjunto de creencias que hemos asumido, nuestra mayor o menor identificación con el yo… Con todo, me parece que, en el origen de la inquietud o angustia, se encuentra aquella creencia que nos hace vernos separados de la vida.

Una vez que nos identificamos con el yo particular -con esta forma concreta en la que nos experimentamos temporalmente-, dando por sentado que estamos separados de la vida, únicamente se puede experimentar miedo y tensión. El yo, además de solo, se sentirá amenazado. Y con razón, ya que, antes o después, será consciente de su propia impermanencia.

La agitación, por tanto, nunca podrá ser superada por el yo. Todos sus intentos no lograrán sino incrementarla, porque solo busca escapar de la situación que lo angustia (“Líbrame de esta hora”). Tampoco puede ser superada por la mente ya que, en última instancia, es esta quien la crea cuando la realidad no se corresponde con sus deseos.

La liberación pasa por superar aquella falsa creencia, reconocer que en nuestra identidad profunda somos vida -jamás podríamos pensarnos separados de ella- y, por tanto, entregar conscientemente “nuestra” vida a la vida. Ahí renunciamos al control, tan enfermizo como ineficaz -en realidad, no controlamos nada-, y se abre camino la paz.

En el relato evangélico, Jesús supera su agitación al tomar distancia de su ego amenazado y expresar: “Glorifica tu nombre”. En lenguaje no teísta, tal expresión podría traducirse por esta otra: “Que la vida sea”.

La comprensión nos permite tomar distancia del propio yo -al caer en la cuenta de que no constituye nuestra identidad-, y esa distancia nos permite liberarnos de su agitación, su agobio y su angustia. Lo que realmente importa no es lo que le suceda a mi yo, sino comprender que soy uno con la vida. Por eso puedo decir: “Que no sea lo que yo quiero, sino lo que la vida quiere”.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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El Dios de algunos moralistas es muy justo, porque condena a los malos y a los buenos en cuanto se descuidan.

Domingo, 17 de marzo de 2024

IMG_3101Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- Somos hijos del amor de Dios: Él nos ha creado por amor (gracia), y cuando nos crea, nos salva

            Nuestra concepción de la gracia y del perdón la vivimos un tanto distorsionada, porque partimos de la contraposición: estado de gracia y estado de pecado, cuando en realidad el origen es la gracia, el regalo de ser querido, creados y salvados por Dios.

Somos criaturas que brotamos del amor de Dios:

¿Me siento hijo querido por Dios? ¿Mi historia con Dios es una historia de amor o de pánico? ¿Tengo miedo a Dios?

Tú, Señor, amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que has hecho, pues, si algo hubieses odiado, no lo habrías creado. Y ¿cómo subsistirían las cosas y los seres las si no hubieses querido? ¿Cómo conservarían su existencia si Tú no las hubieses llamado? Pero Tú a todos perdonas, porque son tuyos, Señor que amas la vida. (Sabiduría 11,24-26).

02.- Pecador me concibió mi madre (salmo 50,7).

Es verdad, somos pecadores, pero queridos por Dios también, y sobre todo, en cuanto pecadores.

Esta es la diferencia entre el cristiano y aquel para quien la fe es un sistema de creencias, de derecho, normas y moralidad. Cristiano es sentirse querido por Dios y agradecido (gracia) a Dios también -y sobre todo- cuando el pecado invade nuestra existencia. La fe en el Señor se fundamenta no en la moral, sino en el amor de Dios, en sentirme querido por Dios.

Dios hizo una alianza con su pueblo, con la humanidad. Él nunca nos abandona: camina con nosotros, está de nuestra parte.

03. Culpabilidades malsanas.

Cuando sentimos culpa, culpabilidad, remordimientos, angustia, escrúpulos, es que no podemos “dejar nuestro pecado, ni nuestra vida en las manos de Dios y abandonarnos a Él”.

La culpabilidad es un sentimiento de orden psicológico, no precisamente cristiano. El miedo y la angustia infunden culpabilidad, y son lo contrario a la gracia. La gracia, la mirada elevada al crucificado y al Padre, pacifican, serenan el alma y la vida.

La culpabilidad hiere el alma y es lo contrario de la gracia. Vivir con miedo es exactamente lo contrario a vivir en gracia de Dios, simplemente es un “no vivir”. El miedo bloquea, paraliza, enquista, crea trincheras, pretende pone diques a la “ira de Dios.

 “El vivir en pecado del cristiano es vivir en gracia. Ser pecadores, no nos aleja de la bondad de Dios, sino que Dios se acerca más al ser humano pecador. Dios nos sigue amando más.

Quizás no podemos asumir, digerir nuestro pecado porque nuestro inconsciente y subconsciente están dañados desde la infancia, grabados a fuego por el troquel de culpabilidad. Una educación religiosa tiránica ha hecho mucho daño. Pero estas son cosas de la psicología, no del Evangelio. A Dios no le cuesta ningún trabajo acogernos, perdonarnos.

Los fracasos y el pecado vividos al amor y al calor de la lumbre de Dios, nos hacen más sencillos, más agradecido, más confiados., nos vuelven mejores.

Cristo le preguntó por tres veces a Pedro: ¿me amas? Pedro le ama a Cristo, pero como Pedro, también nosotros le amaremos siempre desde nuestro pecado o con nuestro pecado.

¿Mi conciencia de ser pecador me lleva al amor de Dios?

4.- Conversión.

La conversión no es un programa olímpico: citius, altius, fortius “más rápido, más alto, más fuerte”.

Para el cristiano todo es gracia, no objeto de conquista. Nos convertimos y transformamos nuestra mentalidad cuando nos acercamos a la gratuidad de Dios, al Dios de misericordia. Dios nos ama porque nos quiere, no porque hagamos cosas buenas, por nuestros méritos. (¡Ni mucho menos nos condena!).

Un cristiano (no una persona religiosa), vive la experiencia de la gracia cuando somos conscientes de que nadie ni nada puede separarnos del amor de Dios, (Rom 8), ni el pecado, ni la muerte.

            Convertirse es pensar y vivir que Dios es Amor.

            A ciertas alturas de la vida, ya no podemos cambiar muchas cosas. La psicología y personalidad no se cambian así como así. Hago el mal que no quiero, decía san Pablo, (Rm 7,15). Dejemos estar nuestra existencia en manos de Dios.

05.- Dios nos perdona antes de que se lo pidamos.

Dios no espera a que volvamos; tampoco le hace falta esperar, porque nunca nos retiró la palabra ni nos dejó de amar. Dios se reconcilia con nosotros antes que nosotros demos un paso. Dios no se enoja con nuestro pecado, Dios siente pena, sufre con nosotros.

Para cuando un cristiano celebra el perdón en su comunidad eclesial, ya está más que perdonado por Dios.

La memoria de Dios amor nos serena, nos pacifica. Nada rehabilita tanto a la persona como la experiencia de que Alguien nos ama y ha hecho mucho por nosotros. Celebrar el perdón no es una auditoría de pecados, es recordar, recordarnos que la misericordia del Señor es eterna y su amor no tiene fin. El salmo 135 es un himno a la misericordia de Dios que la repite constantemente:

Dad gracias al Señor porque es bueno: porque es eterna su misericordia.

La alegría más grande no es la eficacia de nuestras penitencias, sacrificios, disciplinas, etc., sino el sentirnos amados por Dios y dejar en manos de Dios la última palabra. Y la última palabra de Dios es Jesús: amor y perdón.

Convertirnos probablemente significa también sanar nuestros recuerdos, nuestra memoria. Siempre estamos dando la vara: “me arrepiento de los pecados de la vida pasada”. Dios ya ha perdonado y olvidado nuestros “naufragios”. A lo mejor todavía no nos hemos instalado el “windows” de Jesús: el evangelio de la gracia.

06.- El juicio como acogida de la gracia

            El juicio de Dios es una nueva expresión de su amor. Eso es gracia. Quien nos sana no somos nosotros, sino que la terapia a nuestras carencias  está en Dios Padre.

¿Qué otra cosa es el perdón y la gracia sino el abrazo del padre y el hijo pródigo, abrazo que causa un encuentro y una crisis acogedora? Lo que vivieron y experimentaron  el padre y el hijo perdido, eso es perdón y eso es gracia.

07.- Dios deposita la semilla de trigo en nuestro barro.

            Dios nos hizo de barro, por tanto somos buena tierra. La semilla es la Palabra que el Señor ha sembrado, por tanto es una semilla llena de vida. Algunas zarzas y piedras siempre hay en nuestro acontecer por la vida, pero no tengamos duda de que lo primero y original es una buena tierra y una buena semilla. El grano de trigo que muere por los demás, siempre da fruto, no por nuestras fuerzas, sino porque el Señor no abandona la obra de sus manos.

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Ver al Jesús de los evangelios y seguirle con todas las consecuencias

Domingo, 17 de marzo de 2024

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De su blog Fe y Vida:

Comentario al evangelio del 5° domingo de cuaresma (17-03-2024)

Jesús experimentó la posibilidad de decir: “Padre, líbrame de esta hora”. Pero no lo hizo porque supo mantener la fidelidad a la misión encomendada.

Será esa fidelidad la que podrá atraer a muchos hacia Él y no la propaganda de sus milagros o la abundancia de panes o cualquier signo extraordinario que entusiasma a la gente

Muchas personas quieren ver a Jesús, pero cabe la pregunta: cuál Jesús se presenta, qué evangelio se anuncia

En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; estos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban:

-«Señor, queremos ver a Jesús».

Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó:

-«Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora? Pero si por esto he venido, para esta hora: Padre, glorifica tu nombre».

Entonces vino una voz del cielo:

– «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo».

La gente que estaba allí y lo oyó, decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.

Jesús tomó la palabra y dijo:

-«Esta voz no ha venido por mí, sino por ustedes. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí».

Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir. (Jn 12, 20-33)

Cercanos al triduo pascual, el evangelio de Juan nos presenta a Jesús confirmando que “ha llegado la hora. Recordemos que en este evangelio está también el texto de las bodas de Caná, donde Jesús le dice a María que “no ha llegado su hora” (Jn 2, 4). Ahora, por la petición de los griegos que quieren verlo, Jesús ratifica la llegada de su hora, señalando en qué consiste: “para que el Hijo de hombre sea glorificado ha de ser enterrado como el grano de trigo, ha de morir y, solo entonces, dará mucho fruto.

La elaboración teológica de este evangelio es manifiesta y por eso el evangelista coloca en boca de Jesús los hechos ya consumados. Pero en su vida histórica, Jesús no tuvo estas certezas. Tuvo que afrontar el hecho de ser perseguido, mal interpretado, calumniado, rechazado y asesinado. Su muerte en cruz no fue un designio divino sino una decisión humana de aquellos que se sentían interpelados, cuestionados, confrontados y prefirieron sacarlo del camino antes que reconocer sus malas acciones. Y, en efecto, en el momento en que transcurrían esos hechos, Jesús experimentó la posibilidad de decir: “Padre, líbrame de esta hora”. Pero no lo hizo porque supo mantener la fidelidad a la misión encomendada. Y es esta fidelidad la que merecerá el “si” de Dios a toda su vida, en otras palabras, el que la muerte no tenga la última palabra, sino la vida resucita que Dios le concede.

Si aquellos griegos quieren ver a Jesús, han de verlo como Él es, confrontando al “príncipe de este mundo”, mediante la fidelidad a los valores del Reino, asumiendo, incluso, el perder la propia vida. Será esa fidelidad la que podrá atraer a muchos hacia Él y no la propaganda de sus milagros o la abundancia de panes o cualquier signo extraordinario que entusiasma a la gente. Por el contrario, si han de seguirlo ha de ser por el camino del servicio, del profetismo, de la lealtad, de la capacidad de no rehusar la muerte si ella es consecuencia de la fidelidad a la misión encomendada.

Hoy también muchas personas quieren ver a Jesús y muchos cristianos quieren anunciarlo. Pero cabe la pregunta de a cuál Jesús se presenta, de que evangelio se anuncia. La posibilidad de dar un mensaje de auto satisfacción, de beneficios personales, de signos externos que produzca tranquilidad de conciencia, abunda. E incluso, ante la necesidad de atraer más fieles porque comienzan a escasear, no importa qué espiritualidad se promueve, que grupo se apoye, que movimiento se difunde. Parece que el número es lo que importa y no hay discernimiento sobre los fundamentos de algunos grupos, contrarios a Vaticano II y, por supuesto, al papa Francisco, permitiendo que, a la larga, hagan más mal que bien. A puertas de terminar el tiempo de cuaresma, ojalá queramos ver al Jesús de los evangelios para seguirle con todas las consecuencias, sin temor a correr su misma suerte. Testigos del reino es lo que necesita nuestro mundo para que haya más bien que mal, más justicia que inequidad, más paz que guerras, más misericordia que juicio.

(Foto tomada de: https://orandosolosjuntos.blogspot.com/2018/05/siguiendo-jesus.html)

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