2 Crónicas 36,14-16.19-23: La ira y la misericordia del Señor se manifiestan en la deportación y en la liberación del pueblo. Salmo responsorial: 136: Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti. Efesios 2,4-10: Estando muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo Juan 3,14-21: Dios mandó su Hijo al mundo para que el mundo se salve por él.
Jn 3,14-21 corresponde a la respuesta que Jesús da a Nicodemo cuando pregunta «¿cómo puede ser eso?», refiriéndose al nuevo nacimiento en el Espíritu. Es también la segunda y última parte del diálogo de Jesús con este “jefe” de los fariseos de Jerusalén.
Nicodemo, cuyo nombre significa “el que vence al pueblo”, aparece varias veces en el evangelio de Juan (3,1-21; 7,50-52; 19,39). No es un cualquiera. Por su filiación religiosa es un fariseo, es decir, un rígido observante de la Ley, considerada como la expresión suprema e indiscutible de la voluntad de Dios para el ser humano. Es el primer rasgo que señala Juan antes del nombre mismo. Nicodemo se define como hombre de la Ley antes que por su misma persona. Juan añade otra precisión sobre el personaje: en la sociedad judía es un “jefe” título que se le aplica particularmente a los miembros del Gran Consejo o Sanedrín, órgano de gobierno de la nación (11,47). En éste, el grupo de los letrados fariseos era el más influyente y dominaba por el miedo a los demás miembros del Consejo (12,42).
Nicodemo habla en plural (3,2: sabemos). Es, pues, una figura representativa. La escena va a describir un diálogo de Jesús con representantes del poder y de la Ley. Nicodemo llama a Jesús “Rabbí” (3,2), término usado comúnmente para los letrados o doctores de la Ley que mostraban al pueblo el camino de Dios. Así es como este fariseo adicto ferviente de la Ley, ve a Jesús. Es extraño, porque hasta el momento, Jesús no ha dado pie para semejante interpretación de su persona. En realidad, Nicodemo está proyectando sobre Jesús la idea farisea de Mesías-maestro, avalado por Dios para interpretar la Ley e instaurar el reinado de Dios enseñando al pueblo la perfecta observancia de la Ley de Moisés. Está lejos de comprender el cambio radical que propone Jesús. Para los fariseos, en la Ley está el porvenir de Israel; para Jesús, el nacimiento en el Espíritu abre el reino de Dios al porvenir humano. El ser humano no puede obtener plenitud y vida por la observancia de una Ley, sino por la capacidad de amar que completa su ser. Sólo con personas dispuestas a entregarse hasta el fin puede construirse la sociedad verdaderamente justa, humana y humanizadora. La Ley no elimina las raíces de la injusticia. Por eso, una sociedad basada sobre la Ley, no sobre el amor, nunca deja de ser opresora, codiciosa, injusta.
La segunda parte del diálogo de Jesús con Nicodemo se centra en el que “bajó del cielo”, sin dejar de ser “del cielo”, “para que todo el que crea tenga vida eterna”. La reflexión de Jesús resalta la relación que hay entre creer y vivir en las obras de la vida eterna, es decir, en el Reino de Dios. “Bajar del cielo” y ser “levantado” es un asunto de amor de Dios. Veamos los énfasis teológicos propuestos por el discurso:
Frente a la centralidad farisaica de la Ley, el evangelio de Juan propone la dinámica liberadora de la fe en Jesús “levantado” (levantado en la cruz, crucificado), como la serpiente que Moisés levantó en el desierto. Creer es la respuesta al inmenso amor de Dios. Es la reciprocidad del amor. Creer no es un concepto, o una doctrina; es un acto de amor, por el que adviene el Reino de Dios. El juicio sobre la humanidad tiene como criterio la fe, como acto de amor recíproco. Nuevamente llegamos a la insistencia de Juan: una humanidad justa y feliz sólo es posible sobre el amor, no sobre la Ley. Ésa es la fe que proclama Juan.
Pablo, después de agradecer el don de la fe (Ef 1,3-14), contrasta y contrapone dos tiempos: el de la muerte y el de la resurrección. El tiempo de la muerte (Ef 2,1-3) corresponde a “delitos y pecados” según el “proceder de este mundo” bajo la dominación de Satanás. Es tiempo de esclavitud e infrahumanidad. De ese tiempo Dios rescata tanto a judíos como a gentiles, por ser “rico en misericordia”, vivificándolos “juntamente con Cristo”, por su resurrección. Sólo la gracia mediante el don de la fe puede “explicar” tal sobreabundancia de amor divino. El tiempo de la resurrección es tiempo de “nueva creación” en Cristo Jesús, lo que se expresa en las “buenas obras” practicadas por quienes han sido vivificadas y vivificados. No es de extrañar que la “medida” de las buenas obras sea como la medida de Dios: el amor. El tiempo de la resurrección es el tiempo de afirmación de la vida en el amor. Para la fe cristiana, la muerte (la esclavitud) no tiene la última palabra. Vivir a plenitud como nuevas criaturas el tiempo de la resurrección es el llamado que Pablo hace a lo largo de esta carta a la Iglesia nacida entre la gentilidad. Leer más…
Algunos apelan al juicio de Dios para imponer su poder sobre el mundo. Pero Jesús se opuso a esa visión y hay quiere que su iglesia sea portadora de salvación, no de juicio y condena, como ha recordado Francisco, comentando el evangelio de este domingo (Jn 3, 14-219), con el mensaje central del Sermón de la Montaña: Lc 6, 37-38 y Mt 7, 1-2).
| Xabier Pikaza
Texto. Juan 3,14-21
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.”
Temas de fondo
Este pasaje del sermón de la cena de Juan, unido al del monte/llanura de Mt y Lc, es el centro de la Biblia y de la vida de la Iglesia. Sólo desde aquí se puede hablar de cristianismo, en contra de lo que pregonan (incluso en los medios de Iglesia algunos pretendidos cristianos):
Tema bíblico. Cierta iglesia, entendida como poder religioso, va en contra del mensaje de la Biblia, que interpreta el “juicio de Dios” como ex-ousia (principio creador de salvación/liberación: Mt 28, 16-20), y no como como control judicial sobre los hombres
Tema eclesial: Madre-maestra (Juan XXII). Cierta iglesia ha tendido a convertir su ex-ousia (autoridad de salvación) en poder (kratos), de dominio sobre el mundo pasando de los Doce Tronos para juzgar/imponerse sobre las doce Tribus al Israel… al Trono-Primado de jurisdicción de la cátedra romana sobre todas las iglesias y los pueblos (reforma gregoriana, siglo XI.
Tema de conocimiento, razón helenista. Cierta iglesia ha tomado como propio un estilo de conocimiento/verdad en forme de poder/dominio, como razón instrumental: Aprehender, juzgar, razonas (aprehender → razonar → juzgar). juicio, razonamiento
Tema de orden social, justicia romana: Cierta iglesia ha interpretado el Evangelio en clave de derecho “imperial” (no está el derecho para evangelio, sino el evangelio para el derecho). En esa línea ha inventado el “sacramento del orden” (órdenes de derecho romano) por encima del bautismo/renacimiento y de la eucaristía (comida compartida).
Tema político moderno: tres poderes (legislativo → ejecutivo → judicial), con retroalimentación entre los tres… Esos “poderes” no son ex-ousia o principio de ser, sino Kratos, principio de imposición. Se concibe al hombre como viviente que ha de ser domado/domesticado por la ley (¿al servicio del Estado, del Dinero: de un Dios que Leviatan/Behemot, según Hobbes)
Tema de acción apostólica, movimientos de “militantes” de la Acción Católica especializada de principios del siglo XX. Esquema de ver, jugar, actuar(¿prueba, fracaso, éxito?), con sus valores y riesgos.
Meta-noia: Nuevo conocimiento, acción más alta (Mc 1, 13-14). En la línea de Pablo, el evangelio de Marcos interpreta el mensaje-vida de Jesús como meta-noia(supra-gnosis, supra conocimiento), que se condensa, conforme al Discurso del Areópago de Atenas en forma de “resurrección”. La crisis o cambio (la gran crítica cristiana, no la kantiana) es la resurrección de los muertos, como dice Hch 17, 31). Dios juzga “resucitando”.
Una experiencia de Dios en Cristo: por encima del ver-juzgar-actuar, del racionalismo helenista y de derecho imperial romano, está la contemplación de la realidad, en forma de amor mutuo y perdón. Sólo a partir de ese amor/perdón (que es superación de la ley/talión, y de la imposición sobre los demás), puede entenderse la iglesia como experiencia del Dios que no juzga (supera el plano del juicio), sino que ofrece acogida, perdón y muerte a favor de los demás, en clave de resurrección.
Juicio final: Dios vendrá (=está viniendo) a juzgar (=salvar) a vivos y muertos. No juzga con razonamiento helenista, ni con derecho romano, sino conforme a su identidad “evangélica”, anunciada por los profetas y revelada en Cristo.
Juicio actual de la Iglesia: No juzguéis (en sentido racional, imperial), sino en el amor de Dios: amar a los enemigos, poned la otra mejilla, regalad en amor vuestra vida, para así dar vida a los otros y resucitad vosotros mismos.
En un mundo que centrándose a través de su “propio juicio” (en una ley de poder, que el fondo es ley de muerte, Kratos), corre el riesgo de destruirse a sí mismo. Es mejor una ley que otra…, pero cerrada en sí misma, la ley desemboca en la lucha de todos contra todos, es decir, en la muerte. Ése es el evangelio de la iglesia, testimoniado por los sinópticos, por Pablo y por Juan. Ésta es la esencia de la iglesia.
COMENTARIO
No ha mandado Dios a su Hijo a juzgar, no juzguéis (Lc 6, 37-38; Mt 7,1-2).
— Esta palabra no traza objetos ni casos concretos de superación del juicio, sino que promulga un principio superior de vida y comunión, entendido en forma universal. Parte de la iglesia posterior no ha tomado en sentido radical este principio: Ha multiplicado juicios y condenas para mantenerse verdad.
— Esta palabra (con la anterior que dice no juréis) nos lleva más allá de las divisiones y juicios eclesiales, en una línea que ha sido retomada en otro nivel por la cábala judía, que sitúa a Dios también más allá de los juicios e imposiciones de los hombres. Solo un hombre como Jesús, con clara conciencia de Reino, asumiendo y desbordando la herencia israelita, en clave de gracia y no de ley, ha podido formular ésta palabra, como norma básica de vida de vida de los hombres en Dios.
No juzguéis y no seréis juzgados: Lc 6, 37-38; Mt 7,1-2. La comunión de Jesús se destruye allí donde unos juzgan a otros, o donde la estructura de conjunto juzga y somete a todos. El juicio pertenece al orden racional de una vida que se construye y define a sí misma, pero Dios se sitúa en un plano de gratuidad superior, más allá de razones y juicios humanos:
Lucas: 6, 37 No juzguéis y no seréis juzgados. No condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. 38 Dad y se os dará, una medida buena, apretada, remecida, rebosando.
Mateo: 7,1 No juzguéis, para que no seáis juzgados, 2porque con el juicio con que juzgáis seréis juzgados, y con la medida con que midáis seréis medidos.
Lucas introduce la exigencia de no juzgar al fin del sermón de la llanura (6, 16-49), tras las bienaventuranzas, los ayes (6, 20-26) y el amor al enemigo (6, 27-36). Mateo la sitúa hacia el final del sermón de la montaña, sin incluir las aplicaciones de Lc 6, 37b-38 (no condenar, perdonar, dar), ni las parábolas de la «razón teológica» (del ciego y del discípulo: Lc 6, 39-40), formuladas posiblemente por el redactor del evangelio para interpretar el motivo del no juicio de su iglesia [1].
La palabra base de Mt 7, 1 y Lc 6, 37a (no juzguéis, para no ser [y no seréis] juzgados) es una sentencia apodíctica o axioma, que define a Dios y modela el sentido de la iglesia como experiencia de gratuidad originaria. No es sentencia de ley, sino supra-ley, voz que nos llega de Dios), viniendo, al mismo tiempo, de la profundidad del ser humano arraigado en con Dios. Cuatro son, a mi entender, sus notas principales [2]:
– Ésta es una afirmación universal y ha de entenderse desde la gracia de Dios y la invitación de amar al enemigo. Más allá de la ley, allí donde se descubre inmerso en Dios-Gracia, el hombre puede actuar igual que Dios, sin exigir ni pedir nada, sin juzgar por nada.
– Esta palabra retoma el primer mandato de Gen 2, 7:No comerás…; no te apoderes para ti de nada, tu vida es don y gracia (Gen 2, 17). El precepto dice que no podemos fundar nuestra vida en algo que tengamos o que hagamos. Hemos brotado y somos en un Dios que nos ha dado la vida como gracia y en ella nos mantiene, de forma que que podamos vivir de un modo gratuito, unos para otros [3].
Esta palabra (no juzguéis) no puede probarse (si se probara debería integrarse en un sistema legal expresado en forma de talión), sino que deriva de la experiencia original del Dios creador, que es “gracia universal de Vida”. No puede probarse ni postularse, pero puede y debe razonarse “a posteriori”, como suponen Lc 6, 38b-40 y Mt 7, 2: con el juicio con que juzguéis seréis juzgados.
La fe en el Dios creador nos sitúa ante el misterio de su gracia, más allá de todo juicio y castigo. Según eso, el juicio no forma parte originaria de la creación, no proviene de Dios, sino que surge y se despliega allí donde nosotros lo formulamos y aplicamos en forma de talión. Sólo superando la trama de acción y sanción, impulso y respuesta, bien y mal, descubriendo nuestra vida como puro don, en inmersión de amor, podemos hablar de Dios y contemplar (descubrir/desplegar) la vida como gracia, por encima de todo juicio que pueda separarnos del amor de Dios. Leer más…
Existe una clara relación entre las tres lecturas de este domingo: el amor de Dios. En la primera, provoca la liberación de los judíos desterrados en Babilonia. En la segunda afirma Pablo: “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó…” En el evangelio, Juan escribe la famosa frase: “De tal manera amó Dios al mundo que le entregó a su hijo único”. Si leemos los textos más tranquilamente, advertimos algo más profundo: ese amor se manifiesta perdonando en distintas circunstancias y por diversos motivos. Al mismo tiempo, requiere una respuesta de parte nuestra. Es preferible leer los textos en el orden cronológico en que fueron escritos. Por eso dejo para el final la carta a los Efesios.
Perdón para los judíos basado en la fidelidad a la palabra dada. ¿Encontrará respuesta? (2 Crónicas 36, 14-16. 19-23)
En aquellos días, todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, según las costumbres abominables de los gentiles, y mancharon la casa del Señor, que él se había construido en Jerusalén. El Señor, Dios de sus padres, les envió desde el principio avisos por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo y de su morada. Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas, hasta que subió la ira del Señor contra su pueblo a tal punto que ya no hubo remedio. Los caldeos incendiaron la casa de Dios y derribaron las murallas de Jerusalén; pegaron fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos. Y a los que escaparon de la espada los llevaron cautivos a Babilonia, donde fueron esclavos del rey y de sus hijos hasta la llegada del reino de los persas; para que se cumpliera lo que dijo Dios por boca del profeta jeremías: «Hasta que el país haya pagado sus sábados, descansará todos los días de la desolación, hasta que se cumplan los setenta años.»
En el año primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de la palabra del Señor, por boca de jeremías, movió el Señor el espíritu de Ciro, rey de Persia, que mandó publicar de palabra y por escrito en todo su reino: «Así habla Ciro, rey de Persia: “El Señor, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra. Él me ha encargado que le edifique una casa en Jerusalén, en Judá. Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo, ¡sea su Dios con él, y suba!”»
La primera lectura resume la cuarta etapa de la Historia de la salvación. Nos traslada a Babilonia, donde los judíos llevan medio siglo deportados (586-539 a.C.). La ciudad cae en manos de Ciro, rey de Persia, y Dios lo mueve a liberarlos. Para justificar el medio siglo de esclavitud, la lectura comienza hablando del pecado de los israelitas, que no se limita a un hecho concreto, se prolonga en una larga historia. A la idolatría e infidelidades del comienzo respondió Dios con paciencia, enviando a sus mensajeros para invitarlos a la conversión. Pero los judíos los despreciaron y se burlaron de ellos. Entonces, la compasión de Dios dio paso a la ira, y los babilonios incendiaron el templo, arrasaron las murallas de Jerusalén, deportaron a la población. Años más tarde, la actitud de Dios cambia de nuevo y mueve a Ciro de Persia a liberar a los judíos. ¿A qué se debe este cambio? De acuerdo con la mentalidad más difundida en el Antiguo Testamento, el pueblo, tras sufrir el castigo, se convierte y Dios lo perdona. Igual que el niño que hace algo malo: su madre le riñe, pide perdón, la madre lo perdona. Sin embargo, en esta primera lectura no aparece la idea del arrepentimiento del pueblo. El único motivo por el que Dios perdona y mueve a Ciro a liberar al pueblo es por ser fiel a lo que había prometido. Volviendo al ejemplo de la madre, como si ella le hubiera dicho al niño: “Hagas lo que hagas, terminaré perdonándote”. Y lo perdona, sin que el niño se arrepienta, para cumplir su palabra. ¿Cómo reaccionan los judíos ante la noticia? El texto no lo dice, pero lo sabemos: unos pocos volvieron a Judá, arriesgándolo todo, sin saber lo que iban a encontrar; otros prefirieron quedarse en Babilonia. (¿Cuántos afroamericanos estarían dispuestos a volver de Estados Unidos a los países de origen de sus antepasados?)
Perdón universal basado en el amor, que puede ser aceptado o rechazado (evangelio)
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
̶ Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.»
El evangelio enfoca el tema del amor y perdón de Dios de forma universal. No habla del amor de Dios al pueblo de Israel, sino de su amor a todo el mundo. Pero un amor que no le resulta fácil ni cómodo, en contra de lo que cabría imaginar: le cuesta la muerte de su propio hijo. Además, el evangelio subraya mucho la respuesta humana: ese perdón hay que aceptarlo mediante la fe, reconociendo a Jesús como Hijo de Dios y salvador. Esto lo hemos dicho y oído infinidad de veces, pero quizá no hemos captado que implica un gran acto de humildad, porque obliga a reconocer tres cosas:
que soy pecador, algo que nunca resulta agradable;
que no puedo salvarme a mí mismo, cosa que choca con nuestro orgullo;
que es otro, Jesús, quien me salva; alguien que vivió hace veinte siglos, condenado a muerte por las autoridades políticas y religiosas de su tiempo, y del que muchos piensan hoy día que sólo fue una buena persona o un gran profeta.
Usando la metáfora del evangelio, es como si un potente foco de luz cayese sobre nosotros poniendo al descubierto nuestra debilidad e impotencia. No todos están dispuestos a este triple acto de humildad. Prefieren escapar del foco, mantenerse a oscuras, engañándose a sí mismos como el avestruz que esconde la cabeza en tierra. Pero otros prefieren acudir a la luz, buscando en ella la salvación y un sentido a su vida.
Perdón para los paganos basado en la compasión. Respuesta: fe y buenas obras (carta a los Efesios, 2,4-10)
Hermanos:
Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo -por pura gracia estáis salvados-, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él. Así muestra a las edades futuras la inmensa riqueza de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir. Pues somos obra suya. Nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que él nos asignó para que las practicásemos.
La salvación universal de la que habla el evangelio la concreta la carta a los Efesios en una comunidad concreta de origen pagano: la de la ciudad de Éfeso (situada en la actual Turquía). Antes de convertirse, estaban muertos por los pecados, con un agravante: Dios no les había hecho ninguna promesa de salvación, como a los judíos deportados en Babilonia. Sin embargo, los perdona. ¿Por qué motivo? Porque es “rico en misericordia”, “por el gran amor con que nos amó”, “por pura gracia”. Esto es lo que san Pablo llama en otro contexto “el misterio que Dios tuvo escondido durante siglos”: que también los paganos son hijos suyos, tan hijos como los israelitas. Esta prueba del amor de Dios espera una respuesta, que se concreta en la fe y en la práctica de las buenas obras.
Reflexión final
En el contexto de la cuaresma, que se presta a subrayar el aspecto del pecado y del castigo, la liturgia nos recuerda una vez más que nuestra fe se basa en una “buena noticia” (evangelio), la buena noticia del amor de Dios. Nosotros, que somos los herederos de los efesios, de los corintios, de los tesalonicenses, debemos reconocer, como ellos, que todo es don de Dios y no mérito nuestro, y que debemos responder con fe y dedicándonos “a las buenas obras” que él nos ha asignado.
¿Cuántas veces leemos en la prensa titulares sacados de contexto y terminamos malinterpretando las noticias? O en lugar de malinterpretarlas no las entendemos y acabamos perdiendo cualquier atisbo de interés.
Reconozcamos que, en ocasiones, eso mismo nos ocurre con el evangelio y llegamos a la conclusión de que no entendemos a Jesús.
Fijándonos solo en esta cita nos encontramos con unas palabras de Jesús, vamos a ubicarlas en su contexto. Jesús lleva un tiempo en Jerusalén, le acabamos de ver (el domingo pasado) echando del templo a los mercaderes, continúa enseñando y curando. Una noche, Nicodemo, un judío importante, va en su busca y entablan una conversación de la que hoy somos partícipes, pero no de todo el diálogo, solo de una parte.
Escuchamos a Jesús hablar de varias cosas: de Moisés y la serpiente de bronce, de que Dios entregó a su Hijo único, de no perecer, de condena, luz y tinieblas.
Ahora contemplemos a Nicodemo y pongámonos junto a él, junto a este fariseo y como tal, defensor de la ley. A pesar de estar en plena noche, nos ponemos en camino, en busca de Jesús, de la luz. Reconocemos que viene de Dios, creemos en él. Y entonces lo que escuchamos ahora, desde esta situación, son palabras de amor y vida eterna.
El ser humano quiere, con esas connotaciones de poseer, de interés, de “segundas intenciones”que este verbo puede tener. Pero Dios nos ama, porque sí, sin un motivo en concreto. Y porque nos ama, nos da vida eterna; y eterna es mucha más vida de la que podamos imaginar. Vida de la gozamos hoy, y además, VIDA ante Dios cara a cara de la que gozaremos cuando Él quiera.
Estamos en el c. III. Este evangelio es un esquema teológico. Cada capítulo tiene identidad por sí mismo, aunque éste es el que menos unidad interna muestra. El punto de partida es el diálogo con Nicodemo: “te lo aseguro, el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios”. Nicodemo: eso es imposible. Jesús insiste: “El que no nazca del agua y del espíritu no puede entrar en el Reino de Dios; lo que nace de la carne es carne, lo que nace del espíritu es espíritu”. ¿Cómo puede ser eso?
El domingo pasado, Jesús criticó el culto idolátrico del templo. Hoy arremete contra la manera de interpretar la Ley que tienen los fariseos. En ambos casos se trata de instituciones antiguas vacías de contenido que hay que sustituir. No se trata de una nueva interpretación, (es lo que busca Nicodemo) sino de algo completamente distinto: hay que nacer de nuevo. No debemos pensar en discursos pronunciados por Jesús. Juan pone en boca de Jesús una cristología muy avanzada de finales del s. I.
Lo mismo que Moisés levantó la serpiente. Lo que hizo Moisés es recordar al dios egipcio Ranenutet (representado por la serpiente). Dios le manda construir la imagen de otro dios. Es necesario saber que el dios egipcio era a la vez veneno y antídoto; muerte y vida; opresión y salvación. Jesús crucificado representa a la vez, muerte y vida, humillación y exaltación. Al decir “levantado” va más allá de una alusión a la serpiente. La cruz es manifestación de la lealtad de Dios. Es la exaltación de Jesús.
Para que todo el que lo haga objeto de su adhesión (crea) tenga Vida definitiva. “Vida definitiva” denota la calidad de vida propia del estadio definitivo. Traducir por “eterna” empobrece el significado, por insistir solo en la duración y no en la calidad. El resultado de ser levantado en alto es plenitud de Vida. El Espíritu que nos comunicará será la fuente de verdadera Vida para todos los que le acepten.
Demostró Dios su amor al mundo. El amor se hizo visible en un acto. No se dirige solo a los cristianos, sino al mundo. Jesús es el don de Dios a la humanidad. “Dar a su Hijo” no se refiere sólo a la encarnación, sino a la crucifixión. Para Juan, Jesús es enviado al mundo. Para los sinópticos, a Israel. La salvación destinada a todos. No solo al pueblo elegido, sino a todas las naciones. Se acabaron los privilegios. La Vida del Espíritu es para todos. A finales del s. I. el cristianismo era ya religión universal.
El que le presta adhesión no tendrá sentencia; el que se la niega, ya tiene la sentencia. No hay lugar para la indiferencia. La sentencia, negativa o positiva, no es consecuencia de un acto de Dios. Es el resultado de una actitud por parte del hombre. Si comprendiéramos bien este versículo, cambiaría todo el modo de entender la moral. Desde la visión farisaica, Dios juzgaba a los hombres después de ver sus acciones. Si eran conforme a la Ley, los salvaba, si eran contrarias a la Ley, los condenaba. Para Dios todo está en equilibrio. Cada acto coloca al hombre en su sitio.
Los hombres han preferido las tinieblas a la luz. “Su modo de obrar” denota el proceder habitual, no un acto puntual. En el prólogo había dicho: “y la Vida era la luz de los hombres”. No es la luz la que da Vida (como maestro), sino al revés, es la Vida la que te iluminará. Sin Vida no se puede aceptar la luz. La falta de Vida lleva consigo el rechazo de la luz. Mantener una relación con Dios desde la Ley, desde lo externo, sin Vida, es mantener la relación de injusticia. El que oprime al hombre no puede aceptar la luz. La adhesión a Jesús exige salir de la situación de opresión.
El que obra con bajeza… El que practica la lealtad. Obrar con bajeza se opone a “practicar la lealtad”. “Hacer la verdad” es un semitismo y lo opuesto es “hacer la falsedad“. El que es cómplice de la muerte no puede aguantar la Vida. La considera como una agresión. No se eligen las tinieblas por el valor que puedan tener en sí, sino por odio a la luz. No son las doctrinas (luz) las que separan de Dios, sino la conducta (Vida). Quien con su modo de obrar daña al hombre, se opone al amor-vida. Rechazando la luz, cree poder continuar haciendo el mal sin ser descubierto.
Practicar la lealtad es lo contrario de obrar con bajeza. Equivale a hacer lo que es bueno para el hombre. Al decir lealtad, muestra que el amor es algo práctico. La Vida es anterior a la luz. El acercamiento a la luz se hace por amor, no para que se vean las obras. “Realizadas en unión con Dios”. No obras hechas según Dios, sino algo más. Obras en las que, con la actividad del hombre, se ve la de Dios revelando su gloria-amor. Creer va unido a las obras buenas. La incredulidad acompaña a las malas.
En el trozo del discurso que acabamos de analizar, nos encontramos con los aspectos más originales de la salvación ofrecida por Jesús: 1) La salvación es Vida. 2) Viene de Dios que es VIDA. 3) Es don gratuito e incondicional. 4) Es absoluto, no una alternativa a la condenación. 5) Exige la adhesión a Jesús. 6) Se manifiesta en las obras. Cada punto nos tendría que advertir de los errores en que caemos a la hora de hablar de esa salvación. Esperar de Dios una salvación raquítica.
Hablar de salvación es plantearse el sentido último de la vida. Sería desplegar las más elevadas posibilidades humanas. El término “salvación” tiene connotación negativa y eso es muy peligroso a la hora de entender el evangelio. El pensar en la salvación en términos negativos ha paralizado nuestra vida espiritual. He creído que, si elimino el pecado, estoy salvado. Salvarse no es evitar la condenación, sino llevarnos a plenitud de ser, al límite las posibilidades de nuestro verdadero ser.
La verdadera salvación no puede venirme de fuera; tiene que surgir de lo más hondo de mi ser. Desde ahí, Dios hace posible mi plenitud. Hay que tener claro que me salva totalmente Dios y me salvo totalmente yo. La acción de Dios y la del hombre, ni se suman ni se restan ni se interfieren, porque son de naturaleza distinta. “Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti” (S. Agustín). Todo lo que depende de Dios ya está hecho. Para que se complete mi salvación solo falta lo que depende de mí.
La conciencia que tenemos de que Dios puede no salvarme es prueba de que esperamos una salvación equivocada. Queremos que Dios nos libere del sufrimiento, la enfermedad, la muerte. Todo eso forma parte de nuestra condición de criaturas y es inherente a nuestro ser. Ni Dios puede hacer que sigamos siendo criaturas sin limitaciones. Buscar la salvación por ahí, es un error garrafal. La salvación no es cambiar lo que soy ni añadir nada a lo que ya soy. Es una toma de conciencia de lo que en realidad soy, vivir a tope esa toma de conciencia y manifestarla en el amor.
Falsa y verdadera salvación
Salvación consecuencia de una idea falsa de Dios:
Dios ofendido que necesita defender su honor.
Salvación como rescate, gracias a la muerte de Cristo.
Salvación como la superación de un desastre. El pecado del hombre.
Salvaciones consecuencia de una idea falsa del hombre:
El hombre empecatado sin posibilidad de salir del fango
Sálvese quien pueda. El hombre individual sin conexión social con los demás.
Tengo un alma que salvar y es cosa exclusivamente mía.
Se salva el alma, no los cuerpos.
Salvación consecuencia de una idea falsa del mundo:
El mundo como algo perverso que había que reprobar.
Recompensa para el más allá por haber despreciado el más acá.
Desconexión de la naturaleza como ámbito en el que nos desarrollamos.
La salvación de Jesús como algo ajena a nuestras luchas.
La salvación es plenitud de humanidad
Salvarse es desplegar lo que nos hace plenamente humanos.
A medida que nos hacemos más humanos, crece nuestra plenitud.
La salvación nunca podrá estar completada.
Ninguna clase de paraíso puede satisfacer la necesidad de salvación.
El ser humano es un proyecto que nunca podrá ser alcanzado del todo.
La salvación nunca será un seguro a todo riesgo.
La salvación nunca nos curará de nuestra finitud.
No puede haber diferencia entre una salvación divina y una humana.
«Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras»
Como dice Heidegger, hemos sido arrojados a este mundo sin saber quiénes somos, ni conocer su propósito, ni quien lo soporta, ni qué hay detrás de todo este cosmos inmenso del que formamos parte integrante… En definitiva, sin saber si algo de esto tiene algún sentido y con la tarea de vivir con decoro una vida que acaba en la muerte.
Para afrontar este reto necesitamos referencias; algo en que confiar; que nos permita situarnos en el mundo y dar sentido a nuestra vida. Hay quienes confían en su razón, y abrazan planteamientos metafísicos con los que tratan de dar respuesta a las preguntas límite de su existencia. Otros apuestan por el conocimiento espiritual que obtienen directamente en su interior. Otros, quizá conscientes de sus limitaciones, se dejan guiar por los criterios de alguien que les sirve de referencia.
Para los cristianos esa referencia es Jesús, el carpintero de Nazaret, el que con sus palabras y sus obras nos ha mostrado quién es Dios para nosotros, quiénes somos nosotros, cuál es el sentido de nuestra vida y cómo vivirla. Todo lo que un cristiano necesita para vivir con sentido está dicho en Jesús, y eso lo convierte en su mejor referencia.
Y aquí es donde el evangelio de Juan resulta sorprendente para muchos, y no por la teología sublime que desarrollan sus comunidades y plasma su evangelio (con cumbres geniales, fundamento de la fe de muchos cristianos y de la mía propia), sino porque es difícil comulgar con ese Jesús hierático y estereotipado que nos presenta.
Juan convierte a Jesús en instrumento de verter conceptos a través de interminables discursos que nada tienen que ver con el estilo de Jesús. El resultado es un Jesús mítico, sin empatía, y por tanto incompatible con el seguimiento masivo que muestran los evangelios; un Jesús sin limitaciones humanas, que lo sabe todo, que es incapaz de sentir cansancio, tentación, o angustia; o de dudar, o de indignarse; que habla para eruditos y no para la gente, en definitiva, que más parece una deidad disfrazada, que el hombre verdadero capaz de fascinar hasta el punto en que Jesús lo hacía y lo sigue haciendo veinte siglos después.
Mi referencia es el Jesús histórico, el que habla de Dios contando cuentos sencillos a gente sencilla, el que disfruta rodeado de esa gente, que cena con pecadores para devolverles la dignidad que todos les niegan, que abre una puerta a la esperanza a los desesperanzados, que entusiasma a la gente hasta el punto de olvidarse de comer por escucharle, que vive en permanente conflicto con los poderosos, que sube a Jerusalén sabiendo lo que le espera, que se indigna en el Templo, que se juega la vida para salvar la de una adúltera desconocida, que toma precauciones para que no le prendan sus enemigos, pero que luego es capaz de llegar hasta el final… el que se angustia en Getsemaní y muere en el Calvario.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí
Este IV domingo de cuaresma es denominado en la liturgia “laetare”, haciendo referencia a la antífona ¡Alégrate, Jerusalén! Se rompe el esquema de la Cuaresma, tradicionalmente vista como un tiempo gris, para introducir un tono de alegría por la próxima llegada de la Pascua. El texto que hoy nos ocupa nos da claves interesantes para poder vivir en esa alegría, más existencial que emocional, y que procede de la profundidad de nuestra persona.
Comienza el texto haciendo referencia a Moisés iniciándose así un diálogo entre Jesús y el judaísmo a través del encuentro con Nicodemo. Todo este discurso de Jesús concentra tres mensajes en uno y que puede ayudarnos a redirigir nuestra vida para avanzar en un camino más auténtico.
El primer mensaje hace referencia a la vida eterna. Inmediatamente la mente nos lleva al más allá, a lo escatológico, a la vida tras la muerte. Sin embargo, el texto está expresado en presente, por tanto, la vida eterna es una realidad de nuestro interior que ya existe y configura nuestra raíz más profunda. Esta vida eterna está hecha de la misma Divinidad que se encarna en nuestra humanidad para “no perecer” nunca.
¿Te animas a conectar y ser más consciente de esta vida eterna que forma parte de tí?
El segundo mensaje quizá puede incomodar mucho a los creyentes que entienden la Religión como una elección divina a determinadas personas para juzgar lo que es bueno y lo que es malo, lo puro y lo impuro; una elección personal para salvar al mundo de las garras del mal y del “pecado”. Y, precisamente, quien pone el criterio de la bondad, la luz, la verdad, según el evangelio, es Dios mismo a través de Jesús. No puede ser más claro: Él no viene a condenar a nadie, no viene a decidir qué ovejas son de buena calidad y cuáles no. La existencia “del Hijo” tiene sentido para mostrar el camino de la plenitud humana, en lenguaje teológico, el camino de la salvación.
¿Te animas a vivir en coherencia con esta visión que no busca condenar sino acoger, incluir y bendecir?
El tercer mensaje podríamos resumirlo como la ética de la luz; vivir en la luz tiene un impacto en nuestra persona, en las acciones, decisiones y relaciones. Vivir en la luz es vivir en transparencia, honradez, más cerca de la verdad, pero también en una valentía y fuerza que puede descolocar y, en muchos casos, sofocar “las tinieblas“. La persona que decide vivir en la luz, movida por Dios según este texto, va dejando un rastro de bondad, de coherencia, de profundidad y de osadía; se trata de una luz integradora, inclusiva y que vence la mentira, las trampas y la mediocridad.
¿Te animas a vivir en la luz y liberar a tu mundo, nuestro mundo, de las sombras que ocultan, matan, maldicen y dividen?
Una formación moralista, rígida y perfeccionista puede inducirnos a pensar que vivir en la luz significa ser perfectos, sin lugar para las sombras. Sin embargo, tal actitud, además de inhumana porque exige algo inalcanzable para la persona, provoca justo los efectos contrarios a los que pretendía lograr.
La actitud moralista y perfeccionista produce, entre otros, un doble efecto: por una parte, suele engordar el ego, alimentando el orgullo y la vanidad de quien se cree más “cumplidor” que los demás; por otra, es fuente de tensión y rigidez que fácilmente desemboca en peligrosas y dolorosas tendencias neuróticas.
Tales efectos resultan fáciles de comprender: la sobreexigencia y rigidez fácilmente fracturan a la persona, que compensará su tensión interior cultivando una imagen neurótica de sí misma.
Vivir en la luz no tiene nada que ver con lo que esa formación enseñaba. Significa, por el contrario, vivir en la verdad o, si se prefiere, en la humildad, entendida en el sentido teresiano de “caminar en verdad”.
La humildad permite aceptar la propia verdad con todas sus aristas. Sabe que no hay luz exenta de sombras. Y reconoce que los humanos no estamos llamados a ser “perfectos” -como una mala traducción del evangelio dio a entender-, sino a ser “completos”.
La expresión “vivir en la luz” posee un doble significado: por un lado, significa ser transparentes; por otro, comprender que, en nuestra identidad profunda, sin negar las sombras propias del nivel personal, somos luz. Por lo que vivir en la luz no es otra cosa que vivir la verdad de lo que somos.
Por el contrario, “preferir la tiniebla” significa vivir en la mentira y el engaño -aparentando ser lo que no somos o maquillando aquello que podría dejarnos en mal lugar- o en la ignorancia, desconociendo lo que somos en profundidad.
El pasaje del evangelio que hemos escuchado hoy forma parte del diálogo entre Jesús y Nicodemo, (Juan 3).
Nicodemo era un fariseo importante en Jerusalén: de la élite religioso cultural. Pero Nicodemo está de noche, que no significa solamente la noche horaria, sino que está en las tinieblas. Sin embargo Nicodemo busca la luz que no halla en su mundo judío. Por eso se acerca a Jesús.
El evangelio de San Juan emplea algunas contraposiciones: verdad – mentira, vida – muerte, luz – tinieblas (noche).
La noche es una de esas contraposiciones y significa la carencia de luz, la ausencia de verdad, falta de la Palabra, Cristo no está presente y, cuando Cristo no está presente, estamos de noche.
Nicodemo, como los Magos o como el ciego de nacimiento: buscan la luz en la noche de la vida, en su noche personal, social y religiosa, en la noche de la vida.
Es una postura honesta: amar y buscar la luz, la verdad.
Seguramente que también nosotros estamos faltos de luz, quizás porque la luz se hizo presente y no la recibimos, quizás porque hemos apagado la luz en nuestras vidas y preferimos las tinieblas a la luz.
Al menos ¿nos queda nostalgia de la luz?
02.- El siglo XVIII es el siglo de las luces.
En Europa (quizás en todo el mundo occidental) el siglo XVIII es denominado el “siglo de las luces”, es la época de la Ilustración.
En la modernidad ilustrada la razón sustituye a la fe, las ciencias remplazan a la teología, la autoridad político-científica se superpone a la Biblia, al Magisterio creyente, la esperanza queda dinamitada por la confianza en el progreso, en la tecnología.
Podemos observar que –ciertamente- con la modernidad tenemos más cosas, más medios para vivir. Solemos decir que hoy vivimos mejor que antes. Yo no sé si vivimos mejor que antes. No creo. Tenemos más medios técnicos que nuestros mayores; basta mirar la cocina de nuestra casa, los medios y cosas que tenemos, pero lo que no sé es si vivimos, si nos encontramos más serenos y centrados en la vida.
Las bajas por salud mental en Euskadi se duplican en seis años y rozan las 43.500.
Del año 2019 a hoy las enfermedades mentales han aumentado en un 51%
Diario Vasco el 4. Marzo. 2024
03.- La razón y las ciencias no responden a las grandes cuestiones de la vida.
La razón, las ciencias, el progreso, la tecnología no son capaces de responder a las grandes cuestiones de la vida. Sobre todo no arrojan mucha luz a las cuestiones ético-morales, y callan ante las cuestiones del sentido de la vida y de la muerte.
Decía un matemático-filósofo austriaco del siglo XX (L. Wittgenstein, 1889-1951) que: “las cuestiones que no podemos responder no son ni verdaderas ni falsas, sino carentes de sentido”; por lo tanto esas cuestiones mejor no planteárselas.
¿La vida tiene sentido? No lo sabemos, pues entonces déjala de lado. ¿Hay algo después de esta vida? No lo sabemos, pues entonces ni te lo plantees.
Sin embargo, él mismo (Wittgenstein) se dio cuenta de que tales problemas de fondo siguen haciendo carrera en la vida del ser humano. Siempre aflora el problema del sentido de la vida, la cuestión acerca de qué nos cabe esperar, el problema de la muerte…
Quizás hoy en día estas cuestiones se plantean en la consulta de la psiquiatría, pero salen a la luz.
La sociedad ilustrada ha prescindido de estas cuestiones. No se permite que los grandes problemas salgan a flote ni en la educación escolar y universitaria, ni en medios de comunicación, ni en los parlamentos, etc… Ni te plantees esas cosas.
Ahora bien: dos cuestiones:
El hambre y la sed no son enfermedades, son necesidades humanas.
Por mucho que la sociedad me diga que no me plantee el sentido de la vida, yo tengo hambre y sed de sentido de la vida, de esperanza.
Por otra parte, ¿Vivimos mejor prescindiendo y al margen de todo pensamiento? ¿Se es más moderno, más progresista y más feliz sin Dios y sin fe?
Nietzsche (1844-1900), padre del ateísmo y del nihilismo más radical “nos condenó a vivir errantes, sin horizonte y sin nada: Estamos condenados a una espesa noche, errantes por la existencia…
Posiblemente hoy en día social y culturalmente estamos en esa noche espesa.
¿A qué se debe, si no, el enorme aumento de enfermedades mentales, depresiones y suicidios? ¿A qué se debe ese descentramiento ético y social?
04.- En el ámbito cristiano.
Por otra parte en el seno de las Iglesias cristianas: católico, luterana, anglicana, etc. vivimos una profunda deserción. Las Iglesias se han vaciado; el clero escasea y el número de seminaristas ha descendido enormemente. La Iglesia apenas tiene relevancia ni significación en la sociedad, en la cultura, en la educación, etc.
No sé hasta qué punto los planes de pastoral, las posiciones ideológicas religiosas son la luz que pueda iluminar las tinieblas que nos embargan.
Pensar que las iglesias se van a llenar y que los seminarios y conventos se van a ver repletos de seminaristas y novicios me parece que es muy poco real y una fantasía ilusoria.
05.- ¿La red barredera?
En los evangelios aparece aquella imagen de la Iglesia como una barca que pesca una gran cantidad peces, de cristianos con red, incluso la barca casi se hundía.
Hoy no va a ocurrir eso, al menos entre nosotros.
Ni la evangelización, ni la fe van a ser masivas, sino muy personales. Habremos de trabajar estas cosas no en régimen de cristiandad.
Guipúzcoa tiene 730.000 habitantes. ¿Todos los guipuzcoanos somos cristianos o creyentes? No. Eso es pensar en régimen de cristiandad, que si lo fue, hace tiempo que ya no cierto.
No nos hagamos, ni creemos falsos espejismos de que en tres o cuatro años nuestra diócesis va a ser una Iglesia de Pentecostés.
El cristianismo en los países europeos en las próximas décadas será, probablemente, una iglesia de minorías y probablemente será, como anunciaba K Rahner allá por los años 60’ del siglo pasado, el creyente del futuro será místico o no será.
06.- La fe es una dicha
Tal estado de cosas no debe hacernos perder la paz, ni crear un desasosiego pensando nostálgicamente que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Vivamos gozosamente en la luz de la fe. Vivamos con calma y serenidad en la luz de Cristo en nuestro interior.
La luz de Cristo acontece en nuestro interior, en el fondo de nuestro ser. Ilumina nuestra vida y es algo gozoso.
Esa luz es misericordia. La luz de Cristo nos hace bien en la noche que estamos viviendo.
La lecturas de hoy y toda la Palabra son un canto a la vida y a la salvación por la misericordia de Dios: que tengan vida, que ninguno perezca, que todos se salven…
Todo el evangelio de san Juan es una invitación y una siembra de la vida: en el principio había vida, Yo soy el pan de vida, el agua de vida, Yo soy el camino la verdad y la vida, el grano de trigo ha de caer en tierra para dar vida…
Si la fe os resulta una carga insoportable y de angustia, es que no es el Evangelio del Señor. Si el sistema eclesiástico os da miedo y cansera, es que no es la luz de Cristo.
No sufráis la fe, disfrutad de ella, de la luz de Cristo. Disfrutad de la luz, de la vida.
Pasolini, escribió en junio de 1963 a un productor: “Para mí, la belleza es siempre una ‘belleza moral’; pero esta belleza nos llega siempre mediada: a través de la poesía, o de la filosofía, o de la práctica; el único caso de ‘belleza moral’ no mediada, sino inmediata, en estado puro, lo he experimentado en el Evangelio“.
¿Estaba Pier Paolo pensando en el príncipe Myshkin de El Idiota de Dostoyevski, según el cual la verdadera Belleza coincide con el Bien y es esa Belleza la que salva al mundo?. El escritor ruso también había escrito en una carta: “En el mundo solo hay un ser absolutamente bello, Cristo, pero la aparición de este ser inmensa e infinitamente bello es ciertamente un milagro infinito”.
“Cogí el libro de los Evangelios que había en todas las habitaciones y empecé a leerlo…”¿Fue este encuentro en Asís, entre Pasolini y Jesús, un “milagro” casual, un episodio anómalo que quedó aislado (y olvidado) en su itinerario intelectual y humano?
Según Gabriella Pozzetto, en absoluto. El Evangelio según san Mateo es el corazón de todo su viaje. En su libro “Lo busco en todas partes”. Cristo en las películas de Pasolini (Ancora), escribe: “El elemento sagrado nunca se separa de Pasolini, comienza en la poesía con la representación de una vida impregnada de religiosidad y cuando elige el cine sigue un camino que tiene como destino ideal el único gran texto sagrado que inspiró su vida: el Evangelio“.
Añade a continuación que esta película “es el punto central, inconsciente y consciente, de toda su producción o, mejor, de su existencia“.
Y concluye: “Las películas anteriores al Evangelio… parecen haber sido realizadas para alcanzar ese objetivo específico, y las posteriores tienen la connotación de la pérdida de esa referencia, que es entonces la simple lectura de la realidad sin Cristo“. De hecho, “la vitalidad inicial del poeta” se transforma con los años “en un ‘entusiasmo sombrío‘ ante la realidad del escenario social”.
En una entrevista televisiva (en italiano con subtítulos en inglés) en Pasolini confiesa que su visión del mundo es “religiosa”. Ve en todas las cosas “un milagro”, y en el Evangelio “un gran edificio de pensamiento” que “llena, integra, regenera”, pero… para él, “no consuela”, entendiendo la “consolación” como “esperanza”.
Fuente: de unos papeles encontrados por casualidad…
Demasiados monseñores y excelentísimas,
demasiados vicarios y reverendísimas
para ser espacio de igualdad y libertad;
¡ y cuántos padres para vivir en fraternidad,
cuando Tú nos dijiste que sólo aceptáramos
y llamáramos así a quien hace salir para todos el sol
y nos da gratuitamente su ternura y amor !
Demasiados títulos, honores y poderes,
demasiadas intrigas, prebendas e intereses
para ser casa solariega familiar;
¡ y cuántos códigos, normas y leyes,
burocracia, papeles e imposiciones
para ser posada de abrazos y acogida
para quienes andan necesitados !
Un espacio abierto que se amuralla,
un oasis que ya no atrae ni serena,
un refugio que cierra sus puertas y ventanas,
una barca para náufragos que anda a la deriva,
una casa solariega que exige reserva,
una viña con lagar que no alegra…
¡ ya no es lugar de Dios ni de oración !
Yo quiero una Iglesia en la que se pueda respirar,
que tenga pastores que huelan a oveja,
que acoja y defienda a emigrantes y sin papeles,
que se embarre con los que no pueden limpiarse,
que tenga un aire festivo y alegre,
que sus puertas permanezcan abiertas
aunque no haya dueños ni porteros vigilantes…
Quiero una Iglesia que sea templo de Dios,
lugar de encarnación,
punto de encuentro,
casa de fraternidad,
fábrica de sueños y proyectos,
experta en humanidad…
¡ no cueva de ladrones ni refugio de vividores !
Las lecturas litúrgicas de hoy para el tercer domingo de Cuaresma se pueden encontrar aquí.
Últimamente he estado pensando mucho en las leyes. Como mujer queer, tengo muy presente el panorama político que cambia rápidamente para las personas LGBTQ+ en los Estados Unidos. La Unión Estadounidense por las Libertades Civiles (ACLU) está rastreando 469 proyectos de ley anti-LGBTQ en Estados Unidos en este momento. En 2023 se presentó una cantidad récord de proyectos de ley anti-LGBTQ en 2023: al menos 510, lo que representa casi el triple de la cantidad de proyectos de ley presentados en 2022. En 2024, 11 Estado tienen leyes que impiden que las personas transgénero utilicen instalaciones sanitarias acordes con sus identidades de género .
Estas leyes tienen consecuencias reales para las personas trans y no binarias, especialmente para jóvenes como Nex Benedict, un joven no binario de 16 años Two-Spirit (de dos espíritus) de ascendencia Chahta (Choctaw) que vivía en Owasso, Oklahoma. A Nex le encantaba la naturaleza, dibujar, leer, jugar videojuegos como Ark y Minecraft, ver The Walking Dead y tener un gato, Zeus. El 7 de febrero de 2024, Nexfue violentamente atacado por compañeros de estudios en el baño de niñas de su escuela. Nex murió al día siguiente a causa de sus heridas. Nex es al menos la segunda persona trans o no binaria violentamente asesinada en 2024..
La muerte de Nex no ocurrió en un vacío político. Oklahoma ha aprobado varias leyes duramente anti-trans en los últimos años. La muerte de Nex fue el resultado de una pelea en el baño de una escuela que Nex estaba obligado a usar por ley, y el ataque ocurrió en un estado que prohíbe los cuidados de afirmación de género. Su fallecimiento es fundamentalmente inseparable de la legislación transfóbica que controlaba su vida y su autonomía.
Las leyes son el tema central de la primera lectura litúrgica del Éxodo de hoy en la que se presenta lo que ahora se conoce como los Diez Mandamientos. Aunque memoricé estas reglas en la escuela primaria, una frase llamó mi atención nuevamente: “Honra a tus [padres], para que tengas una larga vida en la tierra” (Éxodo 20:12, énfasis mío).
Allison Connelly-Vetter
En este versículo, Dios revela el verdadero propósito de los Diez Mandamientos. Dios no tiene la intención de avergonzar o controlar al pueblo de Dios para que siga algún plan rígido. Más bien, Dios da estas leyes como una bendición, para que el pueblo de Dios “tenga una larga vida” en el contexto de su comunidad y su hogar.
Cuán diferentes son las leyes de amor de Dios de las leyes anti-trans de Oklahoma, que se elaboran a través del miedo, la intolerancia y la ignorancia deliberada. Nex Benedict, como todos los hijos de Dios, merecía una larga vida en su tierra. La muerte de Nex Benedict fue permitida por las leyes de Oklahoma, pero está prohibida por la ley de Dios.
El mensaje de que las leyes de Dios están hechas para ayudar a las personas a prosperar, no para explotarlas, aparece en la lectura del Evangelio de hoy, que contiene la famosa historia de Jesús limpiando el Templo. Al crecer, pensé que Jesús simplemente estaba molesto porque la gente vendía cosas en un lugar de culto. Sin embargo, como aprendí en el seminario, la compra y venta de animales en el Templo era una práctica esperada y casi necesaria, ya que los viajeros al Templo necesitaban comprar animales para un sacrificio.
Los cambistas del Templo cobraban precios exorbitantes y depredadores por las palomas, la compra sacrificial más asequible para los pobres. Estos comerciantes obligaban a los viajeros pobres (muchos de los cuales eran agricultores y pescadores que apenas sobrevivían bajo los aplastantes impuestos del Imperio Romano) a pagar grandes sumas de dinero para poder hacer el sacrificio requerido. Por eso Jesús se dirige específicamente a los vendedores de palomas y les dice que “saquen [las palomas] de aquí”. Al limpiar el Templo, Jesús estaba protestando por la explotación de los pobres.
Esta historia ha sido interpretada con narrativas que promueven una agenda antijudía, pero se aplica apropiadamente a los legisladores y cabilderos cristianos en los Estados Unidos que promulgan el mismo tipo de violencia económica y legal contra los marginados. En Oklahoma, el senador estatal David Bullard presentó un proyecto de ley en 2023 que “constituiría un delito grave que los médicos proporcionen procedimientos de transición de género a cualquier persona menor de 26 años”. Citando la fe cristiana como motivación para esta ley anti-trans, Bullard, un diácono bautista, dijo que “el nombre de la ley alude a un pasaje del Libro de Mateo que sugiere que cualquiera que haga pecar a un niño debe ser ahogado en el mar con un una piedra de molino colgaba de sus cuellos”. Me imagino que si Jesús hubiera estado presente en la audiencia de ese proyecto de ley en el Senado del estado de Oklahoma, también habría volteado algunas mesas allí.
No puedo dejar de pensar en Nex Benedict y en cómo deberían seguir aquí, acurrucando a su gato y subiendo de nivel en su videojuego. Nex Benedict, y todos y cada uno de los jóvenes trans y no binarios, merecen una vida larga, una vida larga y fácil de alegría, juego y amor. Una larga vida en la tierra, en su tierra, ya sea que esa tierra sea Oklahoma o Tennessee o cualquiera de los otros, ya demasiados, estados con legislación anti-trans en los libros.
Espero que nunca olvidemos a Nex Benedict. Espero que nuestra fe cristiana nos obligue a trabajar por la vida y la liberación de cada hijo de Dios, mientras que al mismo tiempo denunciamos y condenamos la transfobia y el acoso. Espero que volteemos pronto todas las mesas de explotación, violencia y muerte que nos arrebatan a nuestros jóvenes trans y queer.
Nex Benedict, decimos tu nombre. Honramos tu memoria. Nunca dejaremos de luchar por la larga vida que mereces.
—Allison Connelly-Vetter (ella/ella), 3 de marzo de 2024
Del blog de Ramón Hernández Martín Esperanza radical:
Venid, benditos de mi Padre
Francamente, sería muy prolijo recoger todo lo que la “bendición” significa en el mundo cristiano como doctrina y práctica cultual. Si insertamos en la teología la primera acepción que hace el DRAE del vocablo “bendecir”, significando “alabar, engrandecer, ensalzar a alguien”, tendríamos que decir que la mayor bendición que Dios nos prodiga es darnos el ser con todas sus potencialidades, un ser ideado, además, a su imagen y semejanza. De ahí que todo hombre por el solo hecho de serlo, sin exclusión de ninguna especie, lleva en su mismo ser la impronta indeleble de la más sólida y completa “bendición divina”.
En el último día, cuando Jesús ya esté entronizado y la humanidad entera sea llamada a juicio (Mt 25, 31-46), a las ovejas situadas a su derecha les dirá “venid, benditos de mi padre”, mientras que condenará al fuego eterno a las cabras, “malditas”, situadas a su izquierda. Precisemos que se trata de un juicio solo catequético, exhortativo, de invitación a hacer el bien, pues no hay diferencia entitativa alguna en el soporte metafórico entre obedientes ovejas y díscolas cabras al ser todas ellas, también, “benditas” criaturas de Dios. Acto seguido, Jesús se identifica con los hambrientos y los enfermos para realzar cuanto hacemos en favor de nuestros semejantes. Así, pues, hay una bendición divina universal y perenne, esencial para el hombre y constitutiva de un Dios cuya entidad es precisamente gracia. Ello quiere decir que es metafísicamente imposible que exista una “maldición divina”, pues sería pura “contradictio in terminis”, es decir, que, si juntamos los términos Dios y maldición, estalla una tormenta apocalíptica de truenos y rayos. Expresada la misma idea en términos negativos, diríamos que la única maldición divina concebible sería “la nada· en el caso de que siquiera pudiéramos imaginarla.
A nadie extraña que la Iglesia católica se vuelque toda ella en la “benedictio urbi et orbi”, la bendición que el papa lanza a los cuatro vientos en determinados momentos ceremoniosos. Teológicamente, también podemos asegurar que la Iglesia católica (en realidad, todo el cristianismo) es igualmente en sí misma una bendición divina universal que Dios regala a la humanidad. Ello quiere decir quela bendición es constitutiva de esa Iglesia de tal manera que, si alguna vez ella cayera en la tentación de excluir o maldecir a alguien, perdería su razón de ser. De ahí que quepa preguntarse si tendría algún sentido que el sacerdote, al impartir la bendición del Dios todopoderoso y trino al final de la misa, excluyera a los asistentes que estuvieran en “situación irregular”.
En este contexto, asomándonos a cuestiones que en estos momentos traen a mal traer a muchos cristianos, algunos de los cuales se las dan de conspicuos teólogos, hasta el punto de rasgarse las vestiduras porque el buen papa Francisco ha dicho que la iglesia (sus prelados) debe bendecir también a las parejas que la pidan aunque vivan en una supuesta irregularidad, a uno no le cabe más actitud que la de hacerse de cruces de que haya dirigentes capaces de encorsetar tanto la religión, cosa que hacen seguramente para poder manejarla a conveniencia. La Iglesia puede hacer frente a todo lo malo de este mundo de mil maneras, sobre todo mostrándose en todo tiempo y lugar como “hacedora del bien”, pero, salvo que quiera suicidarse, jamás podrá negar su bendición a nadie en ninguna circunstancia.
Cogiendo el toro por los cuernos, aunque el divorciado que se ha vuelto a casar y el homosexual que vive en pareja de forma privada o pública se encuentren en una situación irregular porque la Iglesia oficial (la del dogma, la del derecho canónico y la de la jerarquía) no ha sido capaz de digerir todavía y, mucho menos, de asimilar las imbricaciones de la sexualidad humana, no pueden ser privados, cuando la pidan, ni de la bendición que es de suyo la Iglesia misma ni de la que esta prodiga. Subrayemos, de paso, que la Iglesia estará en condiciones de encaminar por las sendas evangélicas a todos los hombres solo cuando haya superado los enquistados complejos que sufre con relación a la comprensión de lo que realmente es la sexualidad humana y tras hincarle el diente al divorcio y la homosexualidad como supuestas irregularidades.
Recordemos, en cuanto al divorcio, que son muchos los dirigentes eclesiales y los teólogos que, esquivando la cuestión, repiten hasta la saciedad que “lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”, obviando, por ejemplo, que el auténtico nexo del matrimonio cristiano es el amor y que, cuando este desaparece, no hay vínculo que permanezca. Aunque el mismo papa case a una pareja en un ceremonial pomposo, si la conveniencia remplaza el amor, que es el único capaz de prometer fidelidad mientras dure la vida, entre los contrayentes no se establece ningún vínculo consistente. En cuanto a la homosexualidad, sin obviar en absoluto que también la reproducción es función primaria de la sexualidad, andaremos perdidos y nos escandalizaremos si no somos capaces de entender, por un lado, que la sexualidad es una potencialidad que nos acompaña de la cuna a la sepultura, y, por otro, que su ejercicio, sea por desajustes o por caprichos de la naturaleza, no siempre se atiene a los cánones considerados naturales o normales.
Centrándonos en el meollo de esta reflexión y dada la confusión creada sobre la declaración papal de que deben ser bendecidas las parejas “irregulares” que se acerquen a la Iglesia en su demanda, se nos impone con diáfana evidencia que el auténtico escándalo en esta dimensión lo producen los “patronos de la religión” que se rasgan las vestiduras y se niegan a bendecirlas por una supuesta irregularidad degradante. En esos casos, lejos de salir indemne y mucho menos fortalecida, la religión se prostituye e incluso dinamita sus propias estructuras evangélicas y teológicas. Dicho sin ambages y descarnadamente: la religión, tan amante del lujo y la elegancia en su ceremonial, tiene mucho que ver de hecho con la “mierda humana”. De forma menos grosera y con cierta pulcritud teológica, diríamos que tiene mucho que ver con el “pecado”. ¿Acaso hemos olvidado la grave acusación que algunos hacían a Jesús porque hablaba con prostitutas y comía con pecadores? De hecho, la Iglesia es gracia que se inserta en la miseria, luz que penetra la oscuridad, vida que desnaturaliza la muerte. Sin ningún ánimo de identificar las supuestas “parejas irregulares” con la miseria, la oscuridad y la muerte, pues haciéndolo cometeríamos una grave injusticia, digamos que esas situaciones humanas, como cualesquiera otras, también necesitan ser redimidas y bendecidas.
Si hay dirigentes a los que les repugnan dichas bendiciones, también a mí me repugna, por ejemplo, no solo el ostracismo y el espíritu carcelario con que ellos acogotan la fe cristiana, sino también su condición de líderes eclesiales, ciegos irredentos que se empecinan en guiar a sus hermanos. Pero, por muy trogloditas que me parezcan, no los repudio y no solo los trato como mis hermanos, sino también los considero como tales, pues también ellos llevan, inserta en su ser, la bendición divina que a mí me hace sentirme afortunado. ¡Con lo hermosa, esperanzadora y alegre que es la fe cristiana, fundada en un Jesús que solo hizo el bien y nunca echó a nadie de su campo de juego! Los seguidores de este blog adivinarán fácilmente que, con las reflexiones que preceden, he querido “dar mi propia bendición” al papa Francisco, animándolo, si fuera necesario, a culminar la paciente tarea de dulcificar y embellecer la Iglesia que se ha echado a la espalda.
En la oquedad de nuestro barro breve
el mar sin nombre de Su luz no cabe.
Ninguna lengua a Su Verdad se atreve.
Nadie lo ha visto a Dios. Nadie lo sabe.
Mayor que todo dios, nuestra sed busca,
se hace menor que el libro y la utopía,
y, cuando el Templo en su esplendor Lo ofusca,
rompe, infantil, del vientre de María.
El Unigénito venido a menos
traspone la distancia en un vagido;
calla la Gloria y el Amor explana;
Sus manos y Sus pies de tierra llenos,
rostro de carne y sol del Escondido,
¡versión de Dios en pequeñez humana!
*
Pedro Casaldáliga El tiempo y la espera
Editorial Sal Terrae, Santander 1986
***
“Predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los hombres,
pero, para los llamados, sabiduría de Dios.
Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres;
y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.”
*
(1ª Corintios 1,22-25)
***
El templo del que hablaba Jesús era su propio cuerpo.
Por eso, cuando Jesús resucitó de entre los muertos, los discípulos recordaron lo que había dicho y creyeron en la Escritura y en las palabras que él había pronunciado.
(Juan 2,13-25)
La encarnación del Verbo de Dios en el seno de la Virgen María inaugura una etapa absolutamente nueva en la historia de la Presencia de Dios: etapa nueva y también definitiva, pues ¿qué mayor don podrá ser dado al mundo? No hay ya sino un templo en el que podamos adorar, rezar y ofrecer y en el que encontremos verdaderamente a Dios: el cuerpo de Cristo. En él el sacrificio deviene enteramente espiritual al mismo tiempo que real: no sólo en el sentido de que no es otra cosa que el mismo hombre adhiriéndose filialmente a la voluntad de Dios, sino también en el sentido de que procede en nosotros del Espíritu de Dios que nos ha sido dado.
A partir de la Encarnación, ha sido dado el Espíritu Santo verdaderamente; es, en los fieles, un agua que brota en vida eterna (Jn 4,14) y los constituye en hijos de Dios, capaces de poseerle de verdad por el conocimiento y el amor. Ya no se trata sólo de una presencia, sino de una inhabitación de Dios en los fieles. Cada uno personalmente y todos en conjunto, en su misma unidad, son el templo de Dios, porque son el cuerpo de Cristo, animado y unido por su Espíritu. Así es el templo de Dios en los tiempos mesiánicos. Pero en este templo espiritual, tal como existe en la trama de la historia del mundo, lo carnal continúa todavía no sólo presente, sino dominador y obsesionante. Cuando todo haya sido purificado, cuando todo sea gracia, cuando la parte de Dios aparezca de tal modo victoriosa que “Dios sea todo en todos”, cuando todo proceda de su Espíritu, entonces el Cuerpo de Cristo será establecido para siempre, con su Cabeza, en la casa de Dios.
La alabanza del mundo precisa la del hombre, quien ha de ser su intérprete y mediador por su trabajo y, sobre todo, por el canto de sus labios (Heb 13,15). Mas el culto espiritual del hombre y la gracia que hacen de él un templo de Dios no son perfectos sino en cuanto representan aquella religión filial, única relación auténtica de la criatura con su Dios, que no puede venir sino de Jesucristo. Es Cristo quien es, en definitiva, el único templo verdadero de Dios. “Nadie sube al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo” (Jn 3,13).
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Yves Marie Congar, El misterio del templo, Barcelona 1964, 264-265.275-276, passim.
Todos los evangelios se hacen eco de un gesto audaz y provocativo de Jesús dentro del recinto del Templo de Jerusalén. Probablemente no fue muy espectacular. Atropelló a un grupo de vendedores de palomas, volcó las mesas de algunos cambistas y trató de interrumpir la actividad durante algunos momentos. No pudo hacer mucho más.
Sin embargo, aquel gesto cargado de fuerza profética fue lo que desencadenó su detención y rápida ejecución. Atacar el Templo era atacar el corazón del pueblo judío: el centro de su vida religiosa, social y política. El Templo era intocable. Allí habitaba el Dios de Israel. ¿Qué sería del pueblo sin su presencia entre ellos?, ¿cómo podrían sobrevivir sin el Templo?
Para Jesús, sin embargo, era el gran obstáculo para acoger el reino de Dios tal como él lo entendía y proclamaba. Su gesto ponía en cuestión el sistema económico, político y religioso sustentado desde aquel «lugar santo». ¿Qué era aquel Templo?, ¿signo del reino de Dios y su justicia o símbolo de colaboración con Roma?, ¿casa de oración o almacén de los diezmos y primicias de los campesinos?, ¿santuario del perdón de Dios o justificación de toda clase de injusticias?
Aquello era un «mercado». Mientras en el entorno de la «casa de Dios» se acumulaba la riqueza, en las aldeas crecía la miseria de sus hijos. No. Dios no legitimaría jamás una religión como aquella. El Dios de los pobres no podía reinar desde aquel Templo. Con la llegada de su reinado perdía su razón de ser.
La actuación de Jesús nos pone en guardia a todos sus seguidores y nos obliga a preguntarnos qué religión estamos cultivando en nuestros templos. Si no está inspirada por Jesús, se puede convertir en una manera «santa» de cerrarnos al proyecto de Dios que Jesús quería impulsar en el mundo. Lo primero no es la religión, sino el reino de Dios.
¿Qué religión es la nuestra?, ¿hace crecer nuestra compasión por los que sufren o nos permite vivir tranquilos en nuestro bienestar?, ¿alimenta nuestros propios intereses o nos pone a trabajar por un mundo más humano? Si se parece a la del Templo judío, Jesús no la bendeciría.
Éxodo 20,1-17: La Ley se dio por medio de Moisés. Salmo responsorial: 18: Señor, tú tienes palabras de vida eterna. 1Corintios 1,22-25: Predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los hombres, pero, para los llamados, sabiduría de Dios. Juan 2,13-25: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.
El evangelio de Juan coloca esta manifestación mesiánica de Jesús al comienzo de su actividad pública y en el contexto de una fiesta de Pascua en Jerusalén. Para Juan es muy importante poner a Jesús y a su comunidad en ese marco de la sucesión de las fiestas judías. Eso lo vemos a lo largo de todo el evangelio, pues no hay ningún acontecimiento fuera de ese marco. Juan optó por encuadrar toda la actividad pública de Jesús en el tiempo religioso de los que su propio Evangelio define como “los judíos” (!). Al organizar la narración en función de una serie de fiestas judías, deja entrever una construcción ideológica y cultural rica, articulada e intencionada (hoy sabemos que las cosas no se sucedieron así, sino que se trata de una organización literaria de la narración, con una intención significativa).
La pascua judía es confrontada por Jesús y su comunidad discipular tres veces en el evangelio de Juan. Es evidente el simbolismo: con Jesús irrumpe una nueva Alianza (tres siempre simboliza el nacimiento de algo nuevo). El tiempo del Reino construye una nueva festividad. El tiempo de las fiestas judías es contrapuesto con un tiempo inusual y alternativo. El relato centra su interés en la dialéctica entre la estructura simbólica y temporal del judaísmo, y una estructura nueva alternativa que se quiere afirmar e institucionalizar.
El simbolismo de la revelación mesiánica de Jesús es sumamente resaltado en la confrontación con el templo. El relato necesita hacerlo; al fin y al cabo se está construyendo y afirmando una nueva identidad. El templo de Jerusalén es el centro de las instituciones y símbolo de la gloria y el poder de la nación judía (tanto la residente en Palestina como la que se encuentra en la Diáspora). El evangelio emplea un símbolo conocido para indicar la presentación mesiánica de Jesús: el “látigo con cuerdas”. Era proverbial la frase “el látigo del Mesías” para significar la violencia que implica la irrupción de la era mesiánica. El uso que Jesús hace del “látigo” no deja la menor duda acerca de su identidad y del proyecto que encarna: con él arroja fuera del templo el ganado que se vendía para los sacrificios, las ovejas y los bueyes. Sacrificios, como ovejas y bueyes, así como sus potenciales compradores (sólo los ricos podían ofrecer este tipo de ganado en el sacrificio) son puestos fuera del horizonte del nuevo proyecto mesiánico-profético.
Al echar todos afuera del templo con sus ovejas y sus bueyes, Jesús declara la invalidez del culto de los potentados, del que los sacrificios constituían el momento cumbre. Jesús no denuncia solamente, como habían hecho los profetas, «el culto que encubre la injusticia», sino que declara infame «el culto que es en sí mismo una injusticia», por ser medio de explotación, pero sobre todo «por ser legitimación religiosa de la injusticia y del crimen». No propone una reforma del culto, sino su abolición.
La expulsión de los bueyes tiene que ver con la misma constitución de la sociedad tributaria-monárquica. El primer rey de Israel se constituyó a partir del “grupo de campesinos propietarios de bueyes”. No es de extrañar que a partir de entonces, latifundistas, bueyes y sacrificios en el templo estén articulados en un solo proyecto, y que se correspondan ideológica y religiosamente. Además el dios Baal de los agricultores cananeos se representaba con un buey. La agricultura y la ganadería necesitan su propio dios y su propio culto. Los latifundistas fueron aliados importantes de Herodes para la consolidación de su poder, y él, como retribución, mantuvo en forma opulenta al templo. Así podemos entender por qué el templo estaba lleno de bueyes, si la ideología religiosa dominante cuyo centro simbólico estaba allí era la justificación principal del sistema social estratificado y concentrador en Palestina desde la Reforma de Josías.
La expulsión de las ovejas del templo tiene también un rico sentido simbólico. Las ovejas son figura del pueblo, encerrado en el recinto donde está condenado al sacrificio. Los dirigentes explotan y asesinan al pueblo –verdadera víctima del culto–, sacrifican y destruyen al rebaño, a cuya costa viven. Jesús no se propone reformar aquella institución religiosa propósito por cierto inútil, sino rescatar al pueblo de ella.
Todos los grupos judíos esperaban la utopía del Reino, de forma que la agitación del primer siglo hizo a muchos pensar que la hora estaba próxima. Para los zelotas era la hora de tomar las armas contra la ocupación romana para instaurar el reino de Dios en el cual el templo y su personal ya no estuvieran sujetos a ningún imperio. Los saduceos no esperaban activamente el Reino y se contentaban con mantener como mejor podían el culto del templo con la ayuda de las autoridades romanas. Los esenios, como los zelotas, estaban listos para tomar las armas por el Reino, pero se habían retirado al desierto en espera del momento oportuno (kairós), considerando que el templo estaba en manos ilegítimas. Los fariseos también consideraban que para que llegara el Reino había que acabar con el dominio extranjero y restaurar la autonomía del templo. Sin embargo, no entraron a ninguna guerrilla y se dedicaron a la más riguroso observancia de la ley.
A diferencia de los grupos anteriores, la actitud de Jesús y de su comunidad discipular es de tajante oposición al templo, lo que aparece de una manera mucho más radicalmente –no sólo como rechazo de un culto de los poderosos– en las acciones contra los cambistas, a quienes les desparrama las monedas, y contra los vendedores de palomas, a quienes les ordena quitar de en medio su mercancía.
Los cambistas representaban “el sistema financiero” de la época. Todos los varones judíos mayores de 21 años estaban obligados a pagar un tributo anual al templo, e infinidad de donativos en dinero iban a parar al tesoro del templo. Además, en la antigüedad, los templos, por la inmunidad que les confería su carácter sagrado, eran el lugar elegido por los pudientes para depositar sus tesoros. El templo de Jerusalén llegó a ser uno de los mayores bancos de la antigüedad. Pero pagar el tributo y los donativos no se podía hacer en monedas que llevasen la efigie imperial, considerada idolátrica por los judíos: el templo acuñaba su propia moneda y los que iban a pagar tenían que cambiar sus monedas por las del templo. Los cambistas cobraban, naturalmente, su comisión. Al volcar sus mesas y desparramar sus monedas, Jesús estaba atacando directamente el tributo al templo y, con él, al sistema económico religioso dominante. El templo es para Jesús una empresa que explota económicamente al pueblo. De hecho, el culto proporcionaba enormes riquezas a la ciudad y a los comerciantes, sostenía a la nobleza sacerdotal, al clero y a los empleados. La acción de Jesús toca, por tanto, un punto neurálgico: el sistema económico e ideológico que representaba el templo en Israel.
La acción contra los vendedores de palomas es igualmente de enorme impacto ideológico. Las palomas eran animales sacrificiales de menor importancia, pues con ellas los pobres ofrecían sus cultos a Dios; sin embargo el hecho de que sus vendedores hayan sido los únicos a quienes Jesús se dirige y a los que hace responsables de la corrupción del templo, quiere hacer ver la enorme preocupación de Dios por la suerte de los pobres y su enojo por quienes hacen negocio con su pobreza. En contraste con las dos acciones anteriores, Jesús no ejecuta acción alguna, sino que se dirige a los vendedores mismos acusándolos de explotar a los pobres por medio del culto, del impuesto, y del fraude de lo sagrado.
El templo es “casa del mercado”, y allí el dios es el dinero. Al llamar a Dios mi Padre, Jesús no lo identifica con el sistema religioso del templo. La relación con Dios no es religiosa sino familiar, está en el ámbito de la casa familiar. La relación se desacraliza y se familiariza. En la casa del Padre ya no puede haber comercio ni explotación, siendo casa-familia acoge a quien necesite amor, intimidad, confianza, afecto.
Aún, Jesús da un paso más en su confrontación radical con el templo al proponerse él mismo como santuario de Dios. Frente al poder de Herodes (cuarenta y seis años de construcción del templo) emerge el poder del resucitado (tres días). En el Reino de Dios no se requiere templos sino cuerpos vivos. Éstos son los santuarios de Dios, donde brilla su presencia y su amor, si viven dignamente. Jesús no viene a continuar la línea religiosa tradicional. Vino a proponer una humanidad restaurada a partir del principio de la ultimidad de la vida en cuerpos que viven con dignidad. Sobre esta base es posible soñar y construir otra manera de vivir y otra manera de creer. Leer más…
Tras entrar en Jerusalén, para proclamar el Reino, Jesús quiso limpiar la religión, expulsando del templo a los ladrones/negociantes que se habían allí establecido.
Tres fueron las tentaciones de Jesús según Mt 4 y Lc 4 (dinero, poder y mala religión). Las tres se condensan aquí en el templo, que Jesús “purifica” (quiere destruir/cambiar) para comenzar su ministerio de nueva humanidad/iglesia.
Los sinópticos (cf. Mc 1, 15-17) sitúan esa purificación al final del ministerio mesiánico de Jesús, como principio de su pasión y muerte. Jn 2, 14-16 la sitúa al comienzo. Sólo tras haber “limpiado” el tiemplo puede iniciar su tarea de humanidad.
| Xabier Pikaza
Dos evangelios, una experiencia de fondo.
Marcos.“Llegaron a Jerusalén y entrando en el templo comenzó a expulsar a los que vendían y compraban en el templo. Volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían las palomas, y no consentía que nadie pasase por el templo llevando cosas. Luego se puso a enseñar diciéndoles: ¿No está escrito: Mi casa será casa de oración para todos los pueblos? Vosotros, sin embargo, la habéis convertido en cueva de bandidos/ladrones” (Mc 11, 15-18).
Juan: “Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: “Quitad esto de aquí; no convirtáis la casa de mi Padre en un Oikos emporiou (casa, emporio o centro de negocios)” (Jn 2, 14-17).
Marcos, cueva de bandidos.
Su comparación de fondo (el templo/iglesia es una cueva de ladrones económicos o bandidos políticos, pues ambas cosas significa lestes) viene de Mc 15, 17, que la toma de Jer 7, 11. Según ella, el templo/religión es una cueva/guarida de ladrones económicos y/o bandidos político-sacerdotales (lêstôn), que emplean su poder y religión para robar con violencia y guardar (justificar) así lo robado.
El profeta Jeremías utilizó esa expresión en torno al 600 a.C., cuando Nabucodonosor rey de Babel (actual Irak) se creía justificado por Dios para conquistar/robar medio mundo, haciéndose llamar “civilizador”, enviado del Dios Marduk. Pues bien, a juicio de Jeremías, los sacerdotes/ricos de Jerusalén seguían en el fondo la misma política/religión de Nabucodonosor, justificando sus robos con el templo. Como nuevo Jeremías habla y sufre Jesús por criticar el poder/opresión del templo.
Juan, casa de negocios, emporio económico.
Interpreta la “cueva de bandidos” (lenguaje profético de Marcos), en forma de centro comercial, oikos emporiou, un gran centro comercial. De esa forma ha pasado del lenguaje de reyes/bandidos militares y de templos ligados a esos reyes al lenguaje “comercial” de fenicios y griegos que, en vez de robar haciendo guerras de conquista con soldados, crearon “emporios” o colonias comerciales, a lo largo y a lo ancho del Mediterráneo y del mundo occidental, enriqueciéndose a costa de los pobres. Todavía actualmente, una antigua ciudad comercial de los griegos, ubicada en Cataluña/España se llama, se llama Ampurias” o el emporio.
Pues bien, conforme a la visión de Jesús, según el evangelio de Juan, el templo de Jerusalén se había convertido en un emporio, centro o casa comercial al servicio de los ricos (conforme a la nueva economía de mercado griegos. Este es el tema de fondo del evangelio de este domingo 3.3.24 (3º de Cuaresma) que comentaré en lo que sigue, comparando la visión de Marcos y la de Juan, teniendo a fondo las dos expresiones: Cueva de ladrones, casa de negocios. Para los evangelistas ambas cosas son en el fondo lo mismo.
La gran transformación, el cambio de la iglesia.
Son muy importantes otros temas: los vinculados al “sexo pervertido” (posible pederastia, poca madurez afectiva de algunos cristianos, clérigos o laicos…), los del tema de la autoridad (discusiones sobre el sínodo de la iglesia alemana o de las iglesias del mundo entero, con violencias y opresiones de diverso tipo… Pero el evangelio de este domingo, que sigue al anterior de la transformación/transfiguración del Tabor, se centra en el dinero. La transformación de la iglesia empieza por lo económico: Echar de la iglesia a los ladrones de la cueva, convertir la casa/emporio de economía en lugar de comunión y servicio mutuo en amor.
El tema de fondo (de Jesús y de la iglesia) sigue siendo el dinero, con el poder/bandidaje que ello implica. El Papa Francisco y otros líderes eclesiales están consiguiendo cambios importantes en una línea de transformación sinodal de la iglesia, pero se les hace casi imposible el tema de la “conversión económica”, vinculada a la conversión ecológica y a la creación de una hermandad/fraternidad de “pobres”.
Conforme al lenguaje de la iglesia, desde el AT, el tema no consiste en no tener, sino en tener compartiendo, poniendo pobreza y/o dinero al servicio de la fraternidad.
Marcos, un tema de bandidos.
Según Marcos los responsables del templo lo han convertido en “cueva de ladrones” (spelaion lêstôn: cf. Jer 7, 11), un lugar para robar al pueblo fiel, en nombre de Dios, con medios de bandidaje anti-legal (engañando, robando, matando) o con medios de bandidaje aparentemente legal, propio de reyes y dirigentes políticos (en aquel entorno de Jer 7, donde los que robaban eran precisamente reyes nobles del pueblo). Ese es el modelo más oriental de los imperios ladrones, que estaban conquistando y robando a lo grande, es decir, en aquel tiempo (en torno al 600 a.C. los babilonios).
Pues bien, Jeremías dice a los sacerdotes de Jerusalén y “nobles” de Jerusalén que están haciendo lo mismo que los ladrones del imperio de los babilonios, que conquistan el mundo para apoderarse de sus riquezas.
En el fondo, los sacerdotes del templo de Jerusalén (en tiempo de Jesús, en nuestro tiempo) corren el riesgo de convertir el gran templo, la gran iglesia, en una sucursal de los bandidos político/militares, con la diferencia de que lo hacen en nombre del Dios de Israel o del Dios de Jesucristo El tema de fondo del templo de Jerusalén en el evangelio de Marcos sigue siendo este maridaje entre religión y dinero injusto (dinero de bandidos), puesto al servicio de una religión de engaño.
Juan: Nuevos bandidos, agentes de negocios.
Según Juan, los sacerdotes han convertido la Casa de su Padre en centro de negocios (oikos emporiou, casa de comerciantes). De esa forma pasa del modelo del imperio-ladrón de oriente (Babilonia) a la terminología de un comercio colonial, conforme al esquema de los fenicios y griegos que habían creado “colonias” a lo ancho del Mar Mediterráneo para “cambiar mercancías con ventaja”, para así enriquecerse, sin necesidad de mantener grandes tropas imperiales, que eran caras.
Por oro fueron muchos hispanos, anglosajones, holandeses, alemanes y rusos por el mundo entero, diciendo que iban a evangelizar o civilizar a los salvajes… pero de hecho buscando dineros o comercio al servicio de la metrópoli.
El evangelio de Juan utiliza una terminología comercial moderna, empleada también por el Evangelio de Tomás 64). Según esa terminología, los soldados/bandidos de Marcos (cueva de ladrones, que roban que roban pero no sabe negociar, sino que meten lo robado en una cueva) se convierten en agentes comerciales, en directores económicos de emporio (que van por ahí sin robar a mano armada, pero están protegidos por ejércitos de soldados, legisladores y jueces de diverso tipo…).
Este cambio de la imagen “cueva de bandidos” a “casa de negocios” se impone en la iglesia de occidente a partir del siglo XII d.C., cuando la iglesia aparece (con ciertos banqueros judíos, florentinos, renanos o flamencos como creadora de un tipo de economía capitalista.
Conforme a su lógica de gratuidad (de Reino), Jesús ha subido Jesús al templo de Jerusalén, para culminar su obra, que en este contexto tiene sentido destructor. No se limita a purificarlo o reformarlo un poco, condenando sus excesos, para que volviera a estar limpio, como siempre debió hallarse, sino que anuncia y expresa simbólicamente su ruina (como hizo al presentar en este contexto signo de la higuera): ¡Qué nadie coma nunca más de sus frutos! (cf. Mc 11, 14).
‒ Expulsa a vendedores y compradores de animales para los sacrificios… ( Mc 11,15b). De esa forma hace imposible todo el ejercicio de los sacrificios de animales, fundados en la compra y ofrecimiento de animales a Dios. Según eso, Jesús ha «expulsado» del templo (es decir, de lo sagrado) a los poderes económicos que lo controlan
‒ Derriba las mesas de cambistas de dinero y de los vendedores de palomas (Mc 11,15c). No se limita a expulsar a los vendedores, sino que derriba ese centro material del templo que es la mesa de los cambios, el banco de la economía y de la venta de palomas. Ése es un gesto simbólico: Como derriba Jesús estas mesas, vendrá a derrumbarse en el suelo el edificio «sagrado» del templo.
– Jesús no deja que pasen por el templo con utensilios de compra-venta y de servicios materiales… Jesús impide así que el templo tenga otras funciones sociales de transformación económica o laboral. Quiere que el templo (la religión) sea espacio de encuentro humano, de comunicación personal.
– Jesús quiere que el templo sea casa de encuentro (de oración) entre todas las naciones: Espacio y camino de comunión con Dios y de diálogo entre los hombres y mujeres, sin intermediarios sacerdotales (es decir, sin funcionarios de lo sagrado).
Tema actual. Tres conversiones del templo
Conversión económica, un templo-iglesia que no sea cueva de bandidos ni emporio económico. El templo de Jerusalén constituía el centro mercantil del pueblo israelita, que se había comprometido a mantener sus instituciones y su culto, al menos tras la “restauración” del exilio (año 525 a. C.) y las reformas de Esdras y Nehemías (cf. Neh 10, 2-39). El templo así entendido ejercía funciones económicas que podían ayudar al pueblo… pero se terminó convirtiendo en cueva de bandidos/emporio de ricos. Sin un cambio radical en este campo no ser puede hablar
de conversión cristiana. No se trata de expulsar del templo a los bandidos/bandidos, sino a los “arribistas económicos”. En eso estamos, en eso quiere estar en Roma en Papa Francisco, en su forma actual de administración, ese cambio/conversión que quiso Jesús se le está (se nos está) resistiendo. Hay tarea para muchas cuaresmas.
Conversión política. En un plano, los judíos habían separado religión y vida social, de tal forma que podían conservar su propia identidad religiosa y su culto mientras que el orden político quedaba bajo el Imperio. En esa línea, Jesús dijo dad a Dios lo que es Dios, devolver al Cesar lo que es del César…Pero de hecho las grandes iglesias se han aliado con los políticos… En Europa Occidental el gran cambio jurídico se dio hace 800 años, en el concordato de Worms (1222) y después en la revolución francesa, con la separación de la iglesia y el poder político…
Pero el tema sigue pendiente. Un tipo de “derecha política” (perdónese) la expresión quiere mantener el poder utilizando a la iglesia (y a la inversa, un tipo de iglesia se apoya en la derecha)… En otra línea ha existido y existe un tipo de izquierda que quiere tomar el poder religioso, desde los celotas/sicarios del tiempo de Jesús.
No parece que haya solución hasta que se supere un tipo de poder de imposición social, económica y religiosa. No se trata de cambiar el poder, sino de superarlo, no se trata de tomar el poder, sino de transformarlo en gratuidad-servicio. Hay tema largo para superar un tipo de iglesia-emporio económico, para convertirla mercado gratuito de intercambio de vida. Convertir el mercado monetario en “merced”-regalo de vida. Por andaba Jesús al expulsar a los imperiales/comerciantes de emporio. Le quedan algunos por expulsar, del Vaticano y de sus alrededores, no sólo católicos, sino protestantes, ortodoxos y de otras tendencias “cristianas”.
Conversión religiosa, conversión cristiana de iglesia.En tiempos de Jesús, el templo se había convertido en gran edificio de imposición religiosa. Lo mejor que le podía suceder a aquel templo, para bien de la gente, es que fuera destrucción, convertido en “casa de comunión/oración” de todos los pueblos. El templo simbolizaba y expresaba el poder religioso de unos sacerdotes sobre l conjunto del pueblo… Se sigue tratando hoy de superar el poder religioso, convirtiendo la religión verdadera en principio de perdón, fraternidad y libertad. Eso quiso Jesús, por eso le mataron.
‒ Yo destruiré este templo, hecho con manos humanas… (cf. Mc 14, 58). Sin destrucción de un templo construido por “intereses humanos” de poder-dinero-sometimiento no puede haber evangelio. Jesús va en contra de un templo construido por manos humanas, lo mismo que la torre de Babel (cf. Gen 10), un templo construido al servicio como capital externo, signo de pecado. Quizá pudiéramos decir con Esteban (cf. Hech 7, 47-53), que este templo, cerrado en sí mismo, ha sido el “pecado originario” de Israel, pues ha servido para negar la profecía universal y liberadora del mensaje original de Dios.
‒ Y en tres días edificaré otro, no hecho por manos humanas (Mc 14, 58). El templo antiguo era un edificio hecho por intereses humanos (kheiropiêton, cf. Hech 7, 41.48), de forma que más que signo de Dios era un ídolo satánico, en la línea de la “mammona”, el Dios dinero opresor( Mt 6, 24). Frente al “ídolo” de aquellos que quieren encerrar a Dios en sus propias construcciones, al servicio de su seguridad y su poder ( se eleva Dios que creará precisamente “humanidad”, a los “tres días”, es decir, en el tiempo de plenitud escatológica del Reino.
La escena de la expulsión de los mercaderes del templo la cuentan los cuatro evangelios. Pero, como ocurre a menudo, hay algunas diferencias entre ellos.
Preguntas para un concurso
¿Cuándo tuvo lugar dicha escena? ¿Al comienzo de la vida de Jesús o al final?
Esta escena ha sido pintada por numerosos artistas, entre ellos el Greco. En todas ellas aparece Jesús empuñando un azote de cordeles. Pero, de los cuatro evangelios, sólo uno menciona dicho azote; en los otros tres Jesús no recurre a ese tipo de violencia. ¿De qué evangelio se trata?
Sólo un evangelio dice que Jesús prohibió transportar objetos por la explanada del templo. ¿Cuál?
¿Qué evangelista cuenta la escena de la forma más breve?
¿Quién la cuenta con más detalle, incluyendo una discusión con las autoridades judías?
Respuestas
Juan la sitúa al comienzo de la vida de Jesús. Mateo, Marcos y Lucas al final, pocos días antes de morir.
El único que menciona el azote es Juan.
Esa prohibición sólo se encuentra en Marcos.
El más breve es Lucas.
Juan.
El relato de Juan (Jn 2,13-25)
El concurso anterior no se debe a un capricho. Pretende recordar que los evangelistas no cuentan el hecho histórico tal como ocurrió, sino transmitir un mensaje. Por eso alguno insiste en un detalle, mientras otros lo omiten por no considerarlo adecuado para su auditorio. Lucas, por ejemplo, reduce al mínimo la actitud violenta de Jesús, mientras que Juan la subraya al máximo. El relato de Juan se divide en dos partes: la expulsión de los mercaderes y la breve discusión con los judíos.
Un gesto revolucionario
Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:
̶ Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.
Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.»
A nuestra mentalidad moderna le resulta difícil valorar la acción de Jesús, no capta sus repercusiones. Nos ponemos de su parte, sin más, y consideramos unos viles traficantes a los mercaderes del templo, acusándolos de comerciar con lo más sagrado. Pero, desde el punto de vista de un judío piadoso, el problema es más grave. Si no hay vacas ni ovejas, tórtolas ni palomas, ¿qué sacrificios puede ofrecer al Señor? ¿Si no hay cambistas de moneda, cómo pagarán los judíos procedentes del extranjero su tributo al templo? Nuestra respuesta es muy fácil: que no ofrezcan nada, que no paguen tributo, que se limiten a rezar. Esa es la postura de Jesús. A primera vista, coincide con la de algunos de los antiguos profetas y salmistas. Pero Jesús va más lejos, porque usa una violencia inusitada en él. Debemos contemplarlo trenzando el azote, golpeando a vacas y ovejas, volcando las mesas de los cambistas.
Imaginemos la escena en nuestros días. Jesús entra en una catedral o una iglesia. Se fija en todo lo que no tiene nada que ver con una oración puramente espiritual, lo amontona y lo va tirando a la calle: cálices, copones, candelabros, imágenes de santos, confesionarios, bancos… ¿Cuál sería nuestra reacción? Acusaríamos a Jesús de impedirnos decir misa, poder comulgar, confesarnos, incluso rezar.
¿Por qué actúa Jesús de este modo? En el evangelio de Marcos, lo explica como un buen maestro, empalmando dos textos proféticos, de Isaías y Jeremías: “¿No esta escrito: Mi casa será casa de oración para todos los pueblos? Pues vosotros la tenéis convertida en una cueva de bandidos”.
En el evangelio de Juan, Jesús no actúa como maestro sino como hijo: “No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.” Estamos al comienzo del evangelio (lo único que se ha contado después de la vocación de los discípulos ha sido el episodio de las bodas de Caná), y ya se anuncia lo que será el gran tema de debate entre Jesús y las autoridades judías en Jerusalén: su relación con el Padre. Ese sentirse Hijo de Dios en el sentido más profundo es lo que le provoca esa fuerte reacción de cólera, incluso trenzando y usando un látigo (detalle que no aparece en los Sinópticos).
Juan explica esta reacción con unas palabras que no aparecen en los otros evangelios: «Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: El celo de tu casa me devora.» El celo por la causa de Dios había impulsado a Fineés a asesinar a un judío y a una moabita; a Matatías, padre de los Macabeos, lo impulsó a asesinar a un funcionario del rey de Siria. El celo no lleva a Jesús a asesinar a nadie, pero sí se manifiesta de forma potente. Algo difícil de comprender en una época como la nuestra, en la que todo está democráticamente permitido. El comentario de Juan no resuelve el problema del judío piadoso, que podría responder: «A mí también me devora el celo de la casa de Dios, pero lo entiendo de forma distinta, ofreciendo en ella sacrificios». Quienes no tendrían respuesta válida serían los comerciantes, a los que no mueve el celo de la casa de Dios sino el afán de ganar dinero.
La reacción de las autoridades
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:
̶ ¿Qué signos nos muestras para obrar así?
Jesús contestó:
̶ Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.
Los judíos replicaron:
̶ Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.
En contra de lo que cabría esperar, las autoridades no envían la policía a detener a Jesús (como le ocurrió siglos antes al profeta Jeremías, que terminó en la cárcel por mucho menos). Se limitan a pedir un signo, un portento, que justifique su conducta. Porque, en ciertos ambientes judíos, se esperaba del Mesías que, cuando llegase, llevaría a cabo una purificación del templo. Si Jesús es el Mesías, que lo demuestre primero y luego actúe como tal.
La respuesta de Jesús es aparentemente la de un loco: “Destruid este templo y en tres días lo reconstruiré”. El templo de Jerusalén no era como nuestras enormes catedrales, porque no estaba pensado para acoger a los fieles, que se mantenían en la explanada exterior. De todas formas, era un edificio impresionante. Según el tratado Middot, medía 50 ms de largo, por 35 de ancho y 50 de alto; para construirlo, ya que era un edificio sagrado, hubo que instruir como albañiles a mil sacerdotes. Comenzado por Herodes el Grande el año 19 a.C., fue consagrado el 10 a.C., pero las obras de embellecimiento no terminaron hasta el 63 d.C. En el año 27 d.C., que es cuando Juan parece datar la escena, se comprende que los judíos digan que ha tardado 46 años en construirse. En tres días es imposible destruirlo y, mucho menos, reconstruirlo.
Curiosamente, Juan no cuenta cómo reaccionaron las autoridades a esta respuesta de Jesús. (Resulta más lógica la versión de Marcos: los sumos sacerdotes y los escribas no piden signos ni discuten con Jesús; se limitan a tramar su muerte, que tendrá lugar pocos días después.) Pero el evangelista sí nos dice cómo debemos interpretar esas extrañas palabras de Jesús. No se refiere al templo físico, se refiere a su cuerpo. Los judíos pueden destruirlo, pero él lo reedificará. Tenemos aquí, también desde el comienzo del evangelio, algo equivalente a los tres anuncios de la Pasión y Resurrección en los Sinópticos, aunque dicho de forma mucho más breve: “Destruid este templo (Pasión) y en tres días lo levantaré” (Resurrección).
Cuaresma y resurrección
Esto último explica por qué se ha elegido este evangelio para el tercer domingo. En el segundo, la Transfiguración anticipaba la gloria de Jesús. Hoy, Jesús repite su certeza de resucitar de la muerte. Con ello, la liturgia orienta el sentido de la Cuaresma y de nuestra vida: no termina en el Viernes Santo sino en el Domingo de Resurrección.
Jesús, nuevo templo de Dios
Hay otro detalle importante en el relato de Juan: el templo de Dios es Jesús. Es en él donde Dios habita, no en un edificio de piedra. Situémonos a finales del siglo I. En el año 70 los romanos han destruido el templo de Jerusalén. Se ha repetido la trágica experiencia de seis siglos antes, cuando los destructores del templo fueron los babilonios (año 586 a.C.). Los judíos han aprendido a vivir su fe sin tener un templo, pero lo echan de menos. Ya no tienen un lugar donde ofrecer sus sacrificios, donde subir tres veces al año en peregrinación. Para los judíos que se han hecho cristianos, la situación es distinta. No deben añorar el templo. Jesús es el nuevo templo de Dios, y su muerte el único sacrificio, que él mismo ofreció.
Portentos y sabiduría (1 Corintios 1,22-25)
En la segunda lectura aparece también el tema de los prodigios. Pablo, judío de pura cepa, pero que predicó especialmente en regiones de gran influjo griego, debió enfrentarse a dos problemas muy distintos. A la hora de creer en Cristo, los judíos pedían portentos, milagros (como se ha contado en el evangelio), mientras los griegos querían un mensaje repleto de sabiduría humana. Poder o sabiduría, según qué ambiente. Pero lo que predica Pablo es todo lo contrario: Cristo crucificado. El colmo de la debilidad, el colmo de la estupidez. Ninguna universidad ha dado un doctorado “honoris causa” a Jesús crucificado; lo normal es que retiren el crucifijo. Pero ese Cristo crucificado es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Quien sienta la tentación de considerar el mensaje cristiano una doctrina muy sabia humanamente, digna de ser aceptada y admirada por todos, debe recordar la experiencia tan distinta de Pablo.
Hermanos:
Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero, para los llamados -judíos o griegos-, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.
El Decálogo: tercer momento de la Historia de la salvación (1ª lectura)
Pensando especialmente en los catecúmenos se recuerda en la primera lectura el Decálogo. A pesar de su enorme interés, es difícil tratar las tres lecturas en la homilía. Por su estrecha relación con la Cuaresma convendría limitarse a la segunda y al evangelio.
Jesús se dirige a Jerusalén, lugar donde está situado el templo. Templo de piedra, de tradición, donde la ley es la norma. En él se encontraba el arca de la Alianza y, por lo tanto, la presencia de Dios.
Lo que pone de relieve este texto es que la absolutización de la religión trae los totalitarismos. La dualidad entre lo profano y lo religioso ha provocado demasiado enfrentamiento y sufrimiento.
Sin embargo, Jesús inaugura una época nueva, no la de la ley, sino la de la experiencia, del Encuentro.
Él también tuvo que expulsar fuera de sí muchos “animales”, todos aquellos que no le permitían vivir en la coherencia, y le sometían a la ira, el miedo, el no entender…
Hoy Jesús nos habla de no vaciar de contenido lo esencial. Las piedras son piedras, pero su cuerpo es templo del Espíritu. Un templo que no admite cambistas, ni trueques, ni animales. Es espacio vacío, desalojado de todo aquello que no le permite vivir en ese silencio y soledad que hacen que el Espíritu haga en Él su morada.
Un cuerpo como el de Jesús que está habitado por el Espíritu y que nadie puede destruir. En la fluidez que da la libertad de pensar, sentir y obrar en coherencia, en esa autenticidad de llevar a cabo la voluntad de Dios.
Jesús es el ser humano libre, que crece en la medida que experimenta el amor por su Padre y por las personas, por eso su ser se dilata y dinamiza a medida que se expone al amor del Espíritu.
Las piedras son duras, rígidas, solo son receptáculos. Si pierden el espíritu, son edificios muertos, son obras de arte que nos recuerdan otros tiempos, por eso Jesús inaugura un templo nuevo, SU CUERPO, un cuerpo que se llena de vida, a medida que se vacía de sí mismo para llenarse del Amor de Dios.
Oración
Padre, ayúdanos a poner a punto nuestro cuerpo para que sea templo, como lo fue el de Jesús, dinamizado por tu espíritu.
En las tres primeras lecturas de los domingos que llevamos de cuaresma, se nos ha hablado de pacto. Después de la alianza con Noe y con Abraham, se nos narra hoy la tercera alianza del Sinaí. La alianza con Noe fue la alianza cósmica del miedo. La de Abrahán fue la familiar de la promesa. La de Moisés fue la nacional de la Ley. ¿Cómo debemos entender estos relatos? Noe, Abrahán y Moisés son personajes legendarios.
La historia “sagrada” que narra la vida y milagros de estos personajes se escribió hacia el s. VII antes de Cristo. Son míticas leyendas que no debemos entender al pie de la letra. Se trata de experiencias vitales que responden a las categorías religiosas de cada época. Hoy nadie puede pensar que Dios le dio a Moisés unas tablas de piedra con los diez mandamientos. No fue Dios quien utilizó a Moisés para comunicar su Ley, sino Moisés el que utilizó a Dios para hacer cumplir unas normas que él elaboró sabiamente.
Dios no puede hacer pactos porque no puede ser “parte”. Una cosa es la experiencia de Dios que los hombres tienen según su nivel y otra muy distinta lo que Dios es. Jesús habló del Dios de la “alianza eterna”. Dios actúa de una manera unilateral y desde el ágape, no desde un “toma y da acá“. Dios se da totalmente sin condiciones ni requisitos, porque el darse es su esencia. En el Dios de Jesús no tienen cabida pactos ni alianzas. Lo único que espera de nosotros es que descubramos el don total de sí mismo.
No se trata de purificar el templo sino de sustituir. El relato del Templo lo hemos entendido de manera simplista. Siempre interpretamos la Escritura de manera que nos permita tranquilizar nuestra conciencia echando la culpa a los demás. Como buen judío, Jesús desarrolló su vida espiritual en torno al templo; pero su fidelidad a Dios le hizo comprender que lo que allí se cocía no era lo que Dios esperaba. Recordemos que cuando se escribió este evangelio, ni existía ya el templo ni la casta sacerdotal tenía ninguna influencia. Pero el cristianismo se había convertido ya en una religión que imitó la manera de dar culto a Dios. Es el culto de ayer y de hoy el que debe ser purificado.
Es casi seguro que algo parecido a lo que nos cuentan sucedió realmente, porque el relato cumple perfectamente los criterios de historicidad. Por una parte, lo narran los cuatro evangelios. Por otra es algo que podía interpretarse por los primeros cristianos, (todos judíos) como desdoro de Jesús, no es fácil que nadie se pudiera inventar un relato que critica todo el organigrama del culto desde una mayor fidelidad a Dios.
Nos han dicho que lo que hizo Jesús en el templo fue purificarlo. Esto no tiene fundamento, puesto que lo que estaban haciendo allí los vendedores, era imprescindible para la actividad del templo. Se vendían bueyes ovejas y palomas, que eran la base de los sacrificios. Los animales vendidos estaban controlados por los sacerdotes; así se garantizaba que cumplían todos los requisitos de pureza. También eran imprescindibles los cambistas, porque al templo solo podía recibir dinero puro, es decir, acuñado por el templo. En la fiesta de Pascua, llegaban a Jerusalén israelitas de todo el mundo; para hacer la ofrenda no tenían más remedio que cambiar su dinero por el del templo.
Jesús quiso manifestar con un acto profético, que aquella manera de dar culto a Dios no era la correcta. En esos días de fiesta podía haber en el atrio del templo unas 8.000 personas. Es impensable que un solo hombre con unas cuerdas pudiera arrojar del templo a tanta gente. El templo tenía su propia guardia, que se encargaba de mantener el orden. Además, en una esquina del templo se levantaba la torre Antonia, con una guarnición romana. Los levantamientos contra Roma tenían lugar siempre durante las fiestas. Eran momentos de alerta máxima. Cualquier desorden hubiera sido sofocado.
Las citas son la clave para interpretar el hecho. Para citar la Biblia se recordaba una frase y con ella se hacía alusión a todo el contexto. Los sinópticos citan a (Is 56,3-7) “mi casa será casa de oración para todos los pueblos; y a (Jer 7,8-11) “pero vosotros la habéis convertido en cueva de bandidos”. Is hace referencia a los extranjeros y a los eunucos, y dice: “yo los traeré a mi monte santo y los alegraré en mi casa de oración. Sus sacrificios y holocaustos serán gratos sobre mi altar, porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos”. En los tiempos mesiánicos, los eunucos y los extranjeros podrán dar culto a Dios. Ahora no podían pasar del patio de los gentiles.
El texto de (Jer 7,8-11) dice así: “No podéis robar, matar, adulterar, jurar en falso, incensar a Baal, correr tras otros dioses y luego venir a presentaros ante mí, en este templo consagrado a mi nombre, diciendo: ‘Estamos seguros’ para seguir cometiendo los mismos crímenes. ¿Acaso tenéis este templo por una cueva de bandidos?” Los bandidos no son los vendedores, sino los que hacen las ofrendas sin conversión. Son bandidos, no por ir a rezar, sino porque solo buscaban seguridad. Lo que Jesús critica es que, con los sacrificios, se intente comprar a Dios. Como los bandidos se esconden en las cuevas, seguros hasta que llegue la hora de volver a robar y matar.
Juan cita un texto de (Zac 14,20) “En aquel día se leerá en los cascabeles de los caballos: “consagrado a Yahvé”, y serán las ollas de la casa del Yahvé como copas de aspersión delante de mi altar; y toda olla de Jerusalén y de Judá estará consagrada a Yahvé y los que vengan a ofrecer comerán de ellas y en ellas cocerán; y ya no habrá comerciantes en la casa de Yahvé”. La inscripción “consagrado a Yahvé” la llevaban los cascabeles de las sandalias de los sacerdotes y las ollas donde se cocía la carne consagrada. En los días mesiánicos, no habrá distinción entre cosa sagrada y profana.
Los vendedores interpelados (los judíos) le exigen un prodigio que avale su misión. No reconocen a Jesús ningún derecho para actuar así. Ellos son los dueños y Jesús un rival que se ha entrometido. Ellos están acreditados por la institución misma, quieren saber quién le acredita a él. No les interesa la verdad de la denuncia, sino la legalidad de la situación, que les favorece. Pero Jesús les hace ver que sus credenciales han caducado. Las credenciales de Jesús serán, hacer presente la gloria de Dios a través de su amor.
Suprimid este santuario y en tres días lo levantaré. Aquí encontramos la razón por la que leemos el texto de Jn y no el de Mc. Esta alusión a su resurrección da sentido al texto en medio de la cuaresma. Le piden una señal y contesta haciendo alusión a su muerte. Su muerte hará de él el santuario definitivo. La razón para matarlo será que se ha convertido en un peligro. El fin de los tiempos, en Jn, va ligado a la muerte de Jesús.
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