14.4.24. Dom 3 Pascua, camino de Emaús. Dejar la iglesia para recrear la iglesia (Lc 24)
Del blog de Xabier Pikaza:
El evangelio de Emaús es una parábola del origen, abandono y recuperación de la Iglesia de Jerusalén en el momento inicial de su trauma de nacimiento.
– La iglesia surgió tras la crisis (fracaso) del mesianismo triunfal israelita. -Dos misioneros judeo-cristianos (¿un hombre y una mujer, dos varones?) huyen de Jerusalén para refugiarse en una ciudad (Emaús), en el camino de la costa.
– En el camino de la decepción, descubren a Jesús que les habla, alienta y “alimenta” de manera que vuelven a Jerusalén.
| Xabier Pikaza
¿Iglesia en huida, en salida, en retorno?
‒ Los fugitivos de Emaús son una iglesia‒en‒huida ¿Estamos ante un “cristianismo de transformación mesiánico‒social” o de abandono sin remedio? Los antiguos cristianos Habían esperado que llegara el Reino en poder, pero murió Jesús, pasaron tres días y por eso huían (es decir, se desapuntaban). Esta imagen puede hoy aplicarse a los decepcionados por el “fracaso” de los sueños de liberación, pero también a los decepcionados de una Iglesia de Roma que no había entendido plenamente la novedad del evangelio.
‒ Iglesia en salida. Los “fugitivos” de Emaús pueden huir un tipo de iglesia fracasada, rota, cerrada en sí misma. Frente a la iglesia en salida que hoy (año 2024) promueve el papa Francisco, estos dos que iban de vuelta hacia Emaús podían ser una iglesia en descomposición, quizá por decepción de Cristo, de iglesia, de humanidad…
- Iglesia en retorno. Pero esa huida actual puede entenderse también como salida para retomar el verdadero mesianismo de Jesús. Tenemos que salir de una iglesia (Jerusalén‒Roma) cerrada en sí misma, buscar nuevas y más hondas experiencias de evangelio en retorno. Pero en retorno hacia dónde? ¿A la vieja Jerusalén?
- ¿A la vieja Roma? Los fugitivos de Emaús pueden volver a la antigua o a la nueva Jerusalén… O quizá no tienen que volver ni a Jerusalén ni a Roma… sino caminar hacia una tierra nueva, como decía Dios a Abraham (Gen 12, 1-3) y como dice Jesús a sus discípulos (Mt 28,16-20).
Son dos, como los varones de la tumba vacía, pues sólo así pueden ser testigos oficiales de aquello que han visto y oído. Escapan de la comunidad incrédula (que no ha escuchado el testimonio de las mujeres), pero Jesús les sale al paso y ellos, tras haberle descubierto en la fracción del pan, vuelven a Jerusalén, hallando a la comunidad reunida en confesión creyente: ¡ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón! (Lc 24, 34).
- [Fugitivos, Emaús] Y dos de ellos (del grupo de los Once y los otros: cf. Lc 24, 9) caminaban aquel mismo día hacia una aldea llamada Emaús…
- [Presencia de Jesús]Y ellos dialogaban entre sí sobre todas estas cosas que habían acontecido. Y sucedió que mientras dialogaban y hablaban el mismo Jesús se acercó y caminaba con ellos.
- [Ojos cerrados] Y sus ojos estaban cerrados, para no reconocerle. Y él les dijo:¿Qué son esas palabras que decís entre vosotros, mientras camináis? Y ellos se pararon tristes. Y uno, llamado Cleofás, le dijo:¿Eres tú el único habitante de Jerusalén que ignoras las cosas que han pasado en ella en estos días? Y les preguntó: ¿Cuáles?
- [Las cosas de Jesús]Y ellos le dijeron: Las referentes a Jesús de Nazaret, que fue varón profeta, poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo ,cómo le entregaron nuestros sacerdotes y jefes, juzgándole a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera quien debía redimir a Israel, pero con todas estas cosas, han pasado ya tres días desde que esto ha sucedido.
- [Mujeres] Ciertamente, algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues han ido muy temprano al monumento y, no encontrando su cuerpo, han venido diciendo que han visto una visión de ángeles, que les han dicho que está vivo.
- [Sepulcro vacío] Pero algunos de los nuestros han ido al sepulcro y han encontrado que es cierto lo que decían las mujeres ,pero a él no le han visto (Lc 24, 13-21).
Huyen de Jerusalén, que les vacía del Cristo, buscan un refugio en Emaús. Ellos representan a todos los que han hecho camino de evangelio, pero después se decepcionan. No pueden entender la Cruz que dura hasta el tercer día, no saben situar la muerte del pretendiente mesiánico en el esquema salvador del reino. El signo del pan ha terminado; Jesús no tiene para el reino.
Pues bien, ellos son un paradigma de los decepcionados de la humanidad, de los vencidos de Israel. No han podido resistir el fracaso de Jesús: son los antiguos y nuevos perdedores de la tierra. Su historia no es un relato de vencedores, sino de perdedores mesiánicos, hombres (¿un hombre y una mujer?) que van de retirada, envueltos en tristeza. Desde aquí se entienden las dos palabras principales de su discurso:
– ¡Pensábamos que tenía que redimir a Israel! Se han situado ante Jesús, le han visto y oído, han recibido el impacto de sus signos. Por eso, le definen como varón profeta, poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante el pueblo. En aquel duro tiempo de dolores y esperanzas, muchos actuaron como profetas de Dios, ofreciendo al pueblo un mensaje de salvación. Conforme a la terminología del tiempo, redimir a Israel significa liberar al pueblo del yugo de los enemigos, estableciendo desde Jerusalén un reino mesiánico de paz y concordia universal. Las perspectivas de ese reino podían variar, según los textos proféticos (Isaías, Ezequiel) y apocalípticos (Daniel, 1 Henoc etc).
Es evidente que Jesús ha suscitado una esperanza de ese tipo, como han entendido no sólo aquellos que le han condenado a muerte (sacerdotes de Jerusalén, procurador romano), sino sus mismos discípulos. Esto significa que, humanamente hablando, su vida y mensaje había quedado, en este plano, abierto.
– Cómo le entregaron nuestros sacerdotes y jefes, en juicio de muerte, y (los romanos) le crucificaron. Todo judío sabía que el mesianismo era objeto de disputa y recelos entre los diversos grupos del pueblo, especialmente para las autoridades. Algunos esenios, como los de Qumrán, habían tenido que establecerse en el desierto para mantener su mesianismo, opuesto al de los sacerdotes de Jerusalén; también Juan Bautista, que anunciaba el juicio de Dios había sido asesinado por Herodes, rey semi-judío de Galilea y Perea. Otros pretendientes mesiánicos fueron también asesinados, según Flavio Josefo.
Por eso, en algún sentido, la muerte de Jesús forma parte de las disputas mesiánicas judías de aquel tiempo; los sacerdotes y jefes de Jerusalén, defensores del orden sacral establecido, pensaron que era necesario entregarlo a los romanos, para bien del pueblo. Los romanos le crucificaron. Hasta aquí todo es duro pero, de alguna forma, cabe en las expectativas judías del tiempo, al menos según nuestro pasaje. Estos fugitivos de Jerusalén contaban con la posibilidad de la muerte del Mesías, aunque esperaban su vuelta inmediata.
– Pero con todas estas cosas, han pasado ya tres días desde que esto ha sucedido. Tres días son el tiempo de la culminación, signo de plenitud escatológica. Estos discípulos no se han escapado al ver la cruz alzada en el Calvario, tampoco en el momento del entierro, ni el día siguiente…, ni siquiera al comienzo del tercero. Han resistido tres días en Jerusalén, aunque al final les ha entrado el desencanto. Parece que el milagro debía suceder al comienzo de este tercer día, cuando las mujeres fueron al sepulcro, queriendo ungir el cuerpo. Pero no ha pasado nada: simples visiones, fantasía femenina en torno a un cenotafio.
Los hombres han ido y han chocado ante ese monumento, hecho para recordar a Jesús y que no sirve absolutamente para nada, pues está vacío. Eso es lo que queda de Jesús: ¡Una tumba abierta! Evidentemente, estos dos hombres razonables, sin esperar que acabe el tercer día, día de la plenitud, escapan.
Viven una muerte sin pascua, un recuerdo de Jesús sin eucaristía, es decir, sin comida compartida, sin gozo ni esperanza escatológica. Por eso, estos discípulos escapan. No les hemos llamado fugitivos de Emaús, sino de Jerusalén, pues de Jerusalén y de su entorno escapan: huyen, sin duda, de los sacerdotes que han matado a Jesús y de Dios que no le ha respondido. Rechazan la visión de las mujeres, que parecen empeñadas en tejer una red de fantasías en torno al pretendiente asesinado. Evidentemente, escapan sin escaparse, como indica su mismo lenguaje: por eso siguen hablando de unas mujeres de nuestro grupo (que han visto visiones y nos han sobresaltado) y de unos hombres de los nuestros (que no han visto nada…).Escapan, pero se sienten vinculados a la historia de Jesús.
Huyen de Jerusalén, pero (al menos en el recuerdo y desencanto) siguen siendo del grupo que Jesús ha reunido, en torno a su mensaje y su persona. Ciertamente, la muerte de Jesús ha sido una gran crisis, momento fuerte de ruptura y desaliento. Pues bien, miradas las cosas desde fuera (desde la hondura de la pascua) parece que ella ha sido necesaria: ha permitido que cada personaje de la trama (cada sección del grupo mesiánico de Jesús) explore su camino.
Hasta entonces, la misma cercanía sorprendente de Jesús (hombre poderoso en obras y palabras) les mantenía protegidos. Ahora, sólo ahora, en el hueco de su muerte, deben mirar y buscar de verdad lo que buscaban. Este es el día tercero, tiempo de la verdad: cada uno de los actores del drama mesiánico de Jesús debe reaccionar, con la ayuda de Dios.
- Liberación por la palabra: El sermón del desconocido (Lc 24, 25-27).
Estos fugitivos han abandonado la comunidad donde parecen reunidos otros discípulos incrédulos con las mujeres creyentes (cf. Lc 24, 9-10.33-35). Este sería el comienzo del fin: empieza a disgregarse el grupo que Jesús había formado. Escapan de él, pero le llevan en su mente y conversación (cf. 24, 14). Pues bien, su mismo alejamiento será principio de nuevo encuentro. Muchas veces resulta necesaria la distancia: separarse del lugar de la experiencia inmediata, tomar tiempo para revivir lo que ha pasado. Quien no sufra el choque del fracaso, quien no sienta tentación de escaparse no podrá entender el evangelio. Esa decepción, ese intento de evadirse para recuperar la tranquilidad de un pasado sin cruz, constituye un elemento integrante de la resurrección cristiana.
Sigamos. Se suele decir que no hay verdadera conversación sin “un tercero”. Aquí llega. Los fugitivos hablan entre si, con su tristeza, pero no culminan la conversación. Son los más interesados en el tema: escapan de Jesús y, sin embargo, no comprenden lo que pasa. Entonces llega y toma la palabra, para iluminar con su vida la Escritura antigua. Empieza preguntando: se interesa por el dolor de los fugitivos y permite que ellos hablen y digan lo que esperaban (liberación de Israel) y lo que ahora sufren (fracaso de Jesús). Como buen conversador, les hace hablar, no sólo para aprender lo que dicen, sino para dejar que se expresen y con ello manifiesten su verdad e intimidad más honda.
El Jesús pascual ofrece su homilía, como un desconocido que pide lugar y palabra en la conversación de dos decepcionados. Precisamente al fondo de su decepción, ellos conservan (y expresan) un rescoldo de fe; en ella penetra el caminante, reconstruyendo aquello que antes era su deseo y ahora es su decepción. La experiencia pascual viene a expresarse a través de un diálogo que, de manera casi lógica, termina por centrarse en los grandes argumentos de la cultura humana: el sentido del dolor y la esperanza de la felicidad. Así les habla:
- [Acusación]a. ¡Oh faltos de mente y duros de corazón para creer todas las cosas que dijeron los profetas!
- [Pregunta] b. ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas y entrara así en su gloria?
- [Interpretación] c. Y comenzando por Moisés y por todos los profetas les fue interpretando en todas las Escrituras todas las cosas que se referían a él (24, 25-27).
Estas palabras no forman un discurso teórico sobre el dolor y el fracaso de la vida, sino respuesta fuerte que recrea la conversación de los fugitivos. Es fuerte, porque el caminante se atreve a acusar a los otros dos, llamándoles faltos de mente y duros de corazón, asumiendo así un motivo clásico de la tradición profética y legal de la BH, que describe a los israelitas como duros de cerviz e incircuncisos de corazón. Desde la historia y tradición deuteronomista (siglo VI a. C.), hasta Jesús y la Misná (siglo II d. C.), los mismos textos judíos han acusado a los israelitas de no aceptar a los profetas, incluso de asesinarlos.
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