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Dom 2 Pascua. Pon tu mano en mi llaga. Inmersión mística y liberación pascual (Jn 20,19-31)

Domingo, 7 de abril de 2024

IMG_3982Del blog de Xabier Pikaza:

He comentado este evangelio en varios libros  sobre la vida de Jesús y el origen pascual de la Iglesia. Su tema  de fondo aparece en otros  lugares de la Biblia, especialmente en Hch 17 (discurso del Areópago), donde Pablo nos pasa de una mística de inmersión (en Dios vivimos, nos movemos y somos) a una  de Pascua (Dios muere en Cristo, para que  resucitamos con él, amando a los hermanos).

Tema de fondo y división 

Conforme a la tradición cristiana, Tomás es el apóstol “gnóstico”, autor de un famoso evangelio espiritual que no ha sido aceptado por iglesia (ha quedado como apócrifo). Tres son sus problemas de fondo:

  • Cree en un Cristo espiritual, signo de la hondura sagrada del hombre, no en Jesús crucificado por compromiso de amor y liberación hasta la muerte; no vive inmerso en la llaga sangrante de la historia humana
  • Vive su religión por libre, sin compromiso de comunión real con otros hombres y mujeres. No forma parte de una comunidad liberadora, de entrega mutua y de amor concreto a los pobres.
  • No cree, por tanto, en la resurrección, en la transformación real de la historia humana… sino en la hondura misteriosa de su vida.

El texto bíblico más parecido al de esta “conversión de Tomás”, según el evangelio de Juan, es el Discurso de Pablo en el Areópago (Hch 17). Según el evangelio de Juan, Tomás se convierte, entra en la iglesia de los que confiesan la muerte y resurrección carnal/social de Jesús. Por el contrario, conforme al discurso del Areópago, la mayoría de los atenienses se ríen de Pablo… y le dejan a solas, con sólo dos que acogen su camino: un tal Dionisio (el areopagita) y Dámaris, una mujer de la que no sabemos nada más. En la reflexión que sigue voy a mostrar, en forma casi telegráfica los cuatro momentos principales del discurso de Pablo:

  1. El Dios desconocido (Agnostô Theô). Los atenienses sabios no son ateos, sino “agnósticos”; no conocen al Dios verdadero de Cristo. Adoran a un Dios que no conocen, que se identifica en el fondo con su propio orgullo o ignorancia.
  2. La tarea: Habitar en el mundo (en un tiempo y un espacio), buscar a Dios, que se identifica en el fondo con buscar a Dios, que es nuestra respiración vital
  3. Mística de inmersión: En Dios vivimos, nos movemos y somos, que Dios sea en nosotros, que seamos nosotros en él. Valor y limitación de esta mística.
  4. Experiencia cristiana de Pascua: El Dios que muere y resucita en el hombre… , el hombre que resucita en Dios. El Dios de la pascua de Jesús, de la llaga de la historia (es el tema de Tomás, en Jn 20); los hombres como seres mortales en Dios, en sí mismos.

 1. DEL DIOS DESCONOCIDO (AGNOSTÔ THEÔ) AL HOMBRE DESCONOCIDO (AGNOSTÔ ANTHROPÔ)

 Los atenienses sabios no son ateos, sino “agnósticos”; no conocen al  Dios verdadero de Cristo (no conocen al hombre verdadero: agnosto anthropo). Adoran a un Dios que ignoran, que, según Pablo, se identifica en el fondo con su propio orgullo o ignorancia. Buscan a un hombre que no saben quién es, cómo es. Dicen que Diógenes de Sínope paseaba con un candil, día y noche, por Atenas, buscando a un hombre. Así empieza diciendo el texto:

Pablo, de pie en medio del Areópago, dijo: «Atenienses, veo que sois en todo extremadamente religiosos. 23Porque, paseando y contemplando vuestros monumentos sagrados, encontré incluso un altar con esta inscripción: “Al Dios desconocido” (Hech 22).

Este discurso que Lucas ha introducido en su historia de Pablo (Hch 17) comienza con una referencia al Dios Desconocido, cuyo altar había visto paseando por las calles de Atenas, que no se define ya como ciudad del conocimiento (gnosis), sino del desconocimiento. Los atenienses, los más sabios de los sabios del mundo,  desconocen a Dios (a pesar de su Partenón: Templo de las doncellas divinas de Atenea), a pesar de la diosa Atenea y del Areópago (tribunal del Dios Ares/Marte).

Siendo honrados como son, ellos han elevado un pequeño altar, en un cruce de calles, dedicándolo al Dios desconocido, que es en el fondo el hombre desconocido. Significativamente, no se ha encontrado entre las ruinas de Atenas un altar con ese título (al Dios desconocido), pero sí un altar semejante, titulado A los dioses desconocidos (Agnostois theois). Pero Lucas, autor de este discurso de Pablo no ha puesto “dioses desconocidos”, porque para él (de raza judía) no hay dioses, sino un solo Dios, al que los atenienses de todas las escuelas (platónicos y aristotélicos, estoicos, epicúreos y cínicos etc.) desconocen. El tema es que, si desconocen a Dios (lo divino, el sentido de la vida) desconocen también a los hombres…

Atenas, la ciudad de la cultura antigua, lo mismo que el mundo actual (año 2024) es un enorme monumento dedicado al hombre desconocido. Así comienza el discurso.

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2. TAREA DEL HOMBRE: HABITAR EN EL MUNDO, BUSCAR A DIOS (SIENDO ALIENTO DIVINO).

Pablo sabe que el título anterior (al Dios desconocido, al hombre desconocido) es un título parcial y limitado, pues los atenienses (y en el fondo todos los hombres) conocen de alguna forma a Dios (a lo divino) y al hombre (la tarea humana). Habitar en el mundo (en un tiempo y un espacio), buscar a Dios, que se identifica en el fondo con buscar a Dios, que es nuestra respiración vital. Por eso sigue diciendo, como hombre culto, resumiendo la historia y la identidad de los hombres (entre los que incluye, implícitamente a los orientales de la India: Budistas, hindúes):

Pues eso que veneráis sin conocerlo os lo anuncio yo. 24El Dios que hizo el mundo y todo lo que contiene, siendo como es Señor de cielo y tierra, no habita en templos construidos por manos humanas, 25ni lo sirven manos humanas, como si necesitara de alguien, él que a todos da la vida y el aliento, y todo.26De uno solo creó el género humano para que habitara la tierra entera, determinando fijamente los tiempos y las fronteras de los lugares que habían de habitar, 27con el fin de que lo buscasen a él, a ver si, al menos a tientas, lo encontraban.

Discurso teísta, Dios hacedor. Como judío que dialoga con el pensamiento, vida e historia de la humanidad, Pablo empieza hablando de Dios (ὁ Θεὸς), pero no del “dios desconocido” del altar de Atenas, sino del Dios-divinidad que todos los pueblos conocen…

Según Pablo , desde una perspectiva judía, ese Dios es conocido, y lleva artículo personal (el Dios)…,  pero en un sentido extenso, más que “Dios concreto”, es lo divino, lo sagrado, el espíritu/vida presente en todo lo que alienta y vive.  Ese dios es “hacedor” (ὁ ποιήσας). No tiene por qué ser “creador” de la nada, sino aquello/aquel del que todo proviene, que todo lo sustenta. Puede ser aliento cósmico, materia primigenia, pensamiento originario, energía… Quizá pudiéramos llamarle “el ser de todo lo que existe”, porque en el principio de lo que somos hay un tipo de ser/realidad (no la pura nada).

  1. Dios, vida y aliento de los hombres. Acotando el ancho espacio del “ser” de todo lo que existe, Pablo define lo divino como aquello/aquel que da (concede) a todas las cosas y en especial a los hombres la vida, la respiración y todas las cosas… (ζωὴν καὶ πνοὴν καὶ τὰ πάντα). Esas tres “cosas” están claramente delimitadas:
  2. Lo divino es la vida de todas las cosas: El cosmos entero es una realidad viva, habitada por lo divino, como han sabido y saben las “religiones cósmicas”, como sabe y dice un tipo de ecología moderna.
  3. Lo divino es en especial la respiración (el aliento vital, el “espíritu”) de platas, animales y hombres. Las religiones americanas llamaban a Dios “el gran Espíritu”, por su parte, los pueblos de Oriente han identificado a Dios con la respiración, de manera que la religión es una experiencia de inmersión cósmico-divina de tipo respiratorio (yoga). Es casi seguro que Pablo está pensando en un tipo de budismo que ha llegado a las fronteras del imperio romano.
  4. Dios, impulso, identidad y tarea de todos los pueblos (de la historia humana). Esto es lo que a Pablo, como judío que dialoga con la cultura universal, le importa más: La presencia de Dios en la historia humana, como indico a continuación:

  Pablo ha presentado a Dios como hacedor universal (poiesas), añadiendo que los hombres en general le conocen, pero sólo de un modo aproximado, aunque él es quien nos concede a todos vida, es decir, respiración, de manera que podemos decir que somos aliento de Dios, y que él es respiración o espíritu de todo lo que existe.

                            Por eso, siendo el que todo hace (como actuando desde sí mismo), Dios es respiración y esencia interna todos los seres que están (estamos) vivos” en él. Por sso no podemos levantarle o construirle casas para que en ellas viva, COMO hacedor de todo lo que existe, Dios no habita en templos construidos por los hombres, ni siquiera en el gran Partenon o santuario de las doncellas divinas, acompañantes de Atenea, diosa de Atenas.

                            Dios no necesita que los hombres le construyan templos, por hermosos que sean, ni altares ni tiene necesidad de que le ofrezcan dones. Eso significa que la religión no puede entenderse como un servicio o trabajo especial que los hombres deben ofrecer a Dios. De esa forma rechazaba Pablo toda todo intento de servir o enriquecer a Dios con regalos, ofrendas, sacrificios o servicios especiales: No podemos darle nada pues todo lo que existe es suyo. No necesita nada necesita, sino al contrario: Él puede y quiere darnos todo.

                            Pablo decía, según eso, lo mismo que había dicho Jesús, con unas palabras que son algo distintas, pero que tienen en el mismo sentido de fondo: No es el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre (Mc 2, 27-27), no es el hombre el que tiene que ayudar/servir a Dios, sino Dios el que sirve y ayuda a los hombres. Lo que importa no es, por tanto, aquello que nosotros podamos dar a Dios (hacer por él), sino aquello que Dios quiera darnos a nosotros.

                            En esa línea, Pablo siguió diciendo que Dios había creado y sigue creando a los hombres a partir de un primer ser humano (Adán) o de una primera pareja (Adán y Eva), de manera que todos los hombres y mujeres formamos parte de una misma humanidad, que ha sido y sigue siendo creada por Dios.   Eso significa que sólo hay un Dios (cf. Dt 6, 5-7) y que de ese único Dios ha surgido una humanidad única, vinculada no sólo por el origen común, sino por la palabra que les permite comunicarse a todos, buscando una meta de reconciliación universal.

                            Eso significa que los griegos de Atenas forman parte de una humanidad más ex tensa y no son superiores o más importantes que los bárbaros escitas olos nubios. Más aún, si los griegos de Atenas no son superiores tampoco lo son los judíos de Jerusalén. Por eso, no puede imponerse sobre el mundo entero una sabiduría particular, como la de los griegos, ni una religión particular, como es también la de los judíos. En resumen, conforme a todo lo anterior, no son los hombres los que han hecho a Dios, sino que es Dios el que ha creado a los hombres y les sigue creando con una doble finalidad:

– Para habitar (katoikein) en la tierra, entendida como oikia o casa común de la humanidad, conforme a la palabra que dice: creced, multiplicaos, llenad la tierra… (Gen 1, 28). Por eso, no hay ventaja o prioridad de un pueblo sobre los restantes pueblos, sino que hay momentos adecuados (kairous) y lugares  propios (horothesias) para que pueda habitar todos en la tierras. Dios rechaza según eso la imposición de unos sobre otros, lo mismo que el orgullo de aquellos que se creen superiores, porque lo que él quiere es que todos los hombres y los pueblos habiten humana y dignamente, sobre el mundo, a lo largo de un proceso de tiempos (kairoi) y espacios (lugares).

– Para buscarle (zêtein) a él, a Dios, descubriendo su identidad en el mismo Dios, esto es, su vida para. Eso significa que los hombres habitan en el mundo pero, estrictamente hablando, buscan algo mayor, esto es, al mismo Dios, para ser en él y como él. Ciertamente, habitamos en el mundo. Pero, en sentido estricto, vivimos, nos movemos y somos en Dios, pues somos de su estirpe, hemos brotado de él (como afirma Pablo, citando como autoridad o escritura a un poeta de los griegos, llamado Arato (Phaen 5). Esta experiencia de habitar en el mundo, pero siendo “más que mundo” (buscando a Dios) había sido formulada desde antiguo por nuestra Escritura (Gen 2), pero ha sido confirmada también por los griegos.

 3.ESTIRPE DE DIOS, MÍSTICA DE INMERSIÓN: EN ÉL VIVIMOS, NOS MOVEMOS Y SOMOS.

Pablo asume con estas palabras la gran “mística universal”, no sólo de las religiones de Oriente (hinduismo, budismo, tao…), sino de las religiones cósmicas de África y América. Ésta es la primera conclusión del texto, la mística de los atenienses, la mística del mismo Tomás. En ella se expresa todo, pero falta el tema de la muerte y la resurrección…

28pues en él vivimos, nos movemos y existimos (ἐν αὐτῷ γὰρ ζῶμεν καὶ κινούμεθα καὶ ἐσμέν); así lo han dicho incluso algunos de vuestros poetas: “Somos estirpe suya” (Τοῦ γὰρ καὶ γένος ἐσμέν). Estas son palabras de Arato, el pensador más popular del mundo griego, en el siglo IV-III a. Cristo

Esta es la más perfecta definición de la esencia/existencia de lo divino en los hombres, de los hombres en lo divino. Éste es el culmen de la mística/sabiduría de Tomás, el gnóstico, de Jn 20. Tiene todo, sabe todo… Pero deja a un lado la muerte, las llagas de los crucificados. Habría que decir “en Dios vivimos, nos movemos y existimos… y morimos. Esta mística puede responder a todos, menor al tema de la muerte de un hombre como Jesús…, menos a la muerte de todas las personas.

Ciertamente, en un sentido general, la frase en Dios vivimos, nos movemos y somos es verdadera, pero cerrada en sí misma es falsa, porque sin resurrección la vida-movimiento-ser de los hombre culmina y se condensa en la muerte. Sin resurrección (sin entrega de la vida por encima de la muerte), la existencia de los hombres (vivir, moverse y ser) acaba siendo pura muerte. Sólo por la muerte abierta a la resurrección podemos decir y decimos que vivimos, nos movemos y somos de verdad:

− En Dios vivimos (dsômen). Formamos parte de la vida de Dios,que no es una cosa más grande entre (sobre) otras, sino la vida de todas las vidas. Las restantes realidades (estrellas y elementos del cosmos, plantas u animales) no lo saben, y así viven, sin conocerse a sí mismas. Pero lo seres humanos lo sabemos y así vivimos, y así vivimos en Dios, siendo consientes de nosotros mismos. Conocer a Dios y conocernos a nosotros forman los dos rasgos de nuestra realidad. Éste ha sido el “despertar” de Dios en nuestra conciencia y de nuestra conciencia en Dios. Él nos ha infundido su aliento, y por eso vivimos, siendo seres de este mundo. Vivimos en Dios…  pero Pablo va a añadir vivimos muriendo, dando la vida, para descubrirse en verdad, en el fondo de la muerte, como vida compartida en forma de resurrección.

− En Dios nos movemos (kinoumetha)¸ en un proceso de muerte (eterno retorno de muerte) que puede convertirse en vida (en resurrección) allí donde amamos por encima de la muerte, regalando nuestra vida para que otros sean.. No nacemos ya hechos, sino que nos hacemos, a través de un movimiento personal y social de vida. No podemos pararnos, pues si lo hiciéramos moriríamos como seres humanos. A veces nos parece que sería mejor, parar, detenernos, morir (de cansancio); pero descubrimos de nuevo que el camino y movimiento es experiencia de Dios en nuestra vida, una exploración que nadie puede realizar “por” nosotros, aunque la hacemos todos en comunión, unos con otros. No somos una esencia hecha y terminada, una “especie” ha fijada, parada en sí misma, sino que formamos parte de un movimiento asombroso de vida (kínesis) que está marcada por la muerte. Esta vida en Dios (que es movimiento) parece (y es) muy frágil, está amenazada por todo tipo de riesgos(falta de salud, cansancio, opresión…), pero es, al mismo tiempo, muy fuerte, pues sólo moviéndonos podemos ser.

En Dios somos (esmen), es decir, viviremos plenamente. Ésta es la última palabra de la “triada” divina: Sólo al vivir y movernos somos. Algunos dicen que en el fondo “no somos”, que nuestra esencia es apariencia existencia es pura apariencia, pura mentira… El mismo Eclesiastés/Kohelet, autor de un famoso libro sobre el sentido de la vida, parece decir a veces que no somos, que en realidad no hemos vivido, ni nos hemos movido… que todo es pura apariencia. Pues bien, en contra de eso, Pablo se ha atrevido a decir en el Areópago griegos que “somos”, para añadir inmediatamente que somos “muriendo”, en forma de resurrección.

Ésta es la mística (inmersión) universal (de los atenienses (y de las grandes religiones de oriente: Hinduismo, budismo, tao…). Es la mística a la que apelan en la actualidad millones de cristianos. Esta es la mística de Tomás, el gnóstico, de Jn 20,una mística muy valiosa,  pero SIN cruz (SIN llagas), SI experiencia concreta de la muerte. Aquellos  atenienses, millones de hombres religiosos de oriente son “místicos” que veneraban a un Dios desconocido, inmersos en él, pues en él “respiran” (yoga), en él “viven, se mueven y existen” (Hch 17, 28).

Ésta es un mística  syn-biótica (de syn-biosin), que, según Pablo, vincula a los hombres con un Dios que Dios que no conocen,   según la palabra de un poeta llamado Arato que define a los hombres como “estirpe de Dios” (Τοῦ γὰρ καὶ γένος ἐσμέν). Es una mística de “identificación espiritual” con lo divino. Pero ese Dios, tomado en general, es un Dios “sin carne” (en contra de Jn 1, 14), un Dios que no muere con/en los hombres, un Dios sin llagas (no se puede meter la mano en su constado muerto, como dice Jesús a Tomás).

Esta es una mística teísta, que Pablo acepta como base, una mística fundada en lo divino, que tiene un valor, pero que es insuficiente,  si no se abre al Dios que se encarna de verdad, que se introduce en nuestra muerte, que muere con nosotros, para que en él resucitemos.

Esta mística que podría llamarse panteísta (o quizá mejor: Pan-enteísta), ha sido retomada, al menos en sentido inicial o como punto de partida por el mismo Pablo, cuando afirma que por la resurrección de Cristo, Dios será/es Panta en pasin (1 Co 15,28), todas las cosas en todos. Cada resucitado, cada renacido recibe y contiene en sí todas las cosas, en Cristo.

Ésta es una mística universal, de inmersión sagrada. Lo confiesen o no, todos los hombres tienen un Dios, un tipo de poder en quien viven, se mueven existen… ¿Quién es ese Dios? ¿Es Mammón-dinero, es Kratos-poder, es la raza (=somos de una raza o estirpe superior), es la propia sabiduría divinizada de Atenas, es la belleza de las estatuas divinas, en la grandiosidad de los templos, del mar, del despligue de la vida.

Pero esa mística de inmersión sagrada ha sido retomada, transcendida y y recreada por la mística de resurrección por/en la muerte de Cristo,  como seguiré indicando.

4. MÍSTICA CRISTIANA DE PASCUA: DIOS MUERE Y RESUCITA EN EL HOMBRE, EL HOMBRE RESUCITA EN DIOS.

 Hech 17, 30Así pues, pasando por alto aquellos tiempos de ignorancia, Dios anuncia ahora en todas partes a todos los humanos que se conviertan. 31Porque tiene señalado un día en que juzgará el universo con justicia, por medio del hombre a quien él ha designado; y ha dado a todos la garantía de esto, resucitándolo de entre los muertos».

 –Dios ha querido superar los tiempos de  ignorancia (χρόνους τῆς ἀγνοίας). Todo lo anterior ha sido un tiempo de ἀγνοία, es decir, de “desconocimiento”, en la línea de un a-gnosticismo (desconocimiento de Dios). La mística helenista de Arato (en Dios vivimos, nos movemos y somos) pertenece a ese tiempo de a-gnoia, desconocimiento, pues el verdadero Dios se revela en la muerte-resurrección de Cristo.

Por eso, nos ha pasado la a-gnoia a la meta-noia, haciéndonos capaces de μετανοεῖν (esto es, de alcanzar un  supra-conocimiento, un supra-saber, una metafísica divina). Esta meta-noia pascual, no es un arrepentimiento, ni una conversión moralista, sino una forma distinta, más alta, de conocimiento y ser.

No es algo que los hombres hayan alcanzado o inventado por sí mismos, sino algo que Dios les ha querido ofrecer (establecer, proclamar: ἀπαγγέλλει),  un eu-angelion (buena noticia) que aquí se define como apangelion (ἀπαγγέλλiει, algo que viene del mismo Dios). Así pasamos de lo que podemos conocer por nosotros mismos (vivimos, nos movemos y somos en Dios) a lo que Dios ha querido ofrecernos, darnos a conocer (a todos, en todas partes: τοῖς ἀνθρώποις πάντας πανταχοῦ).

– Dios ha establecido para eso un día en el que va a juzgar (κρίνειν =salvar) a la humanidad (οἰκουμένην, ecúmene), en/por justicia (ἐν δικαιοσύνῃ), es decir, por la justicia de Dios, no por la nuestra. Pablo supera de esa forma la visión del “eterno retorno, del círculo cerrado  de la inmutabilidad eterna de Dios, hablando del “día que él establecido” (ἔστησεν ἡμέραν).

– Según eso, la mística no es el conocimiento de lo eterno de Dios, sino de su tiempo salvador, es decir, de su muerte por los hombres, el tiempo de su resurrecciòn, de la llaga salvadora de su costado (¡mete tu mano! Jn 10).

–  De la eternidad abstracta (Dios siempre igual) pasamos a la visión del “tiempo de Dios”, que se define como paso por la muerte (del mundo de los muertos: Hades, sheol) a la vida de Dios que se encarne en la muerte de los hombres, para superarla con su amor.

Hay, según eso, un “pasado” (=tiempo)  de agnoia, ignorancia), en el que podemos decir que vivimos, nos movemos y somos en Dios, pero siempre de igual manera. Pues bien,  contra de eso, conforme a la visión israelita del tiempo, tal como ha sido ratificada por Jesús en la pascua, hay un día especial de Dios, que es el paso de la muerte a la nueva resurrección. Según eso, Dios mismo es una “historia”, una historia en la que nos introducimos los hombres.

Ese paso/pascua de Dios se ha realizado en un hombre especial (ἐν ἀνδρὶ, no como varón, de género masculino), sino como ser humano “fortalecido por Dios” y liberado de esa forma de la muerte por amor. Éste es el hombre a quien Dios ha determinado (definido, elegido: ὥρισεν), resucitándole de los muertos (ἀναστήσας αὐτὸν ἐκ νεκρῶν).

– Este es el hombre en el que Dios se ha definido como aquel que muere en amor por los hombres, en Cristo, como tiene que aprender Tomás en Jn 20.

Eso significa que Dios entra en la historia de la humanidad, se introduce y realiza en ella su obra o, mejor dicho, expresa su esencia resucitándole de los muertos.

Esta es la experiencia radical de la mística cristiana, el paso del Dios eterno (del eterno retorno en el que vivimos, nos movemos y somos) al Dios que se introduce en la historia de los hombres, muriendo en ellos y con ellos, para así resucitar, venciendo a la muerte. Así entendida, la resurrección de Jesús (el hombre de Dios) es, ante todo, una experiencia de fe, es decir, de supra-conocimiento.

Por encima de probaciones racionales y transformaciones prácticas, la Pascua nos sitúa en aquel lugar privilegiado donde puede realzarse y se realiza la experiencia radical de confianza en las personas, de muerte como entrega de la vida en amor y resurrección: Dios es la vida que se entrega y comparte en amor, es la resurrección de la muerte. La fe pascual se identifica según eso con la experiencia y aceptación de la muerte (don, entrega de la vida en amor) como recuperación, es decir, como surgimiento de nueva vida.

– Frente al poder del egoísmo que lleva al dominio de unos sobre otros, la experiencia pascual de la mística cristiana se expresa y ratifica en el amor a los demás, en la entrega de la vida por ellos, en la experiencia de la resurrección. Esta es la liberación definitiva de la vida humana.

Todas las restantes liberaciones acaban siendo parciales: las transformaciones económicas, las planificaciones sociales, los retornos al instinto, las recuperaciones sexuales … Desde el momento en que el hombre ha atravesado la barrera de la conciencia y se ha descubierto a sí mismo como viviente en autonomía persona, sólo existe una libertad, una mística, que puede liberarle de la opresión, de la violencia y de la muerte; ésta es la mística del amor y de la muerte a favor de los demás.

–  En el oído del hombre moderno están cantando sirenas de impotencia heroica y susurros de retomo a un tipo de materia en la que no duela la muerte. Pues bien, en contra de eso, la experiencia pascual nos conduce al lugar del sufrimiento de la vida para ofrecemos allí, en utopía de transformación histórica, la gran esperanza de la resurrección universal que se ha revelado sobre el mundo a través de la victoria del Cristo. Al situarse en ese campo la Pascua se convierte en realidad celebrativa, esto es, en canto de victoria de la fe sobre la desconfianza, del amor sobre el odio, de la vida sobre la muerte.

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