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Archivo para Domingo, 5 de septiembre de 2021

Effetá… Ábrete

Domingo, 5 de septiembre de 2021
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Hoy, ante el drama humanitario que estamos viviendo, esta Palabra se hace realidad más que nunca… Una vez más, Jesús, María y José no encuentran posada… Mientras Herodes le persigue y sus secuaces pretenden impedir su éxodo mostrando su más inmisericorde falta de hospitalidad (ese fue y no otro el pecado de Sodoma, señores ultracatólicos) … otros ojos indiferentes no quieren ver la tragedia… Effeta, Ábrete…  ¿Qué más tiene que pasar para que la derecha y ultraderecha europea adquiera un gramo de humanidad?

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Effetá

Ruidos.
Nos rodean.
Nos envuelven.
Nos aturden.
Tertulias, canciones,
opiniones,
discursos, eslóganes.
Anuncios, promesas,
noticias, debates,
conversaciones.
Ruido, ruido incesante,
que termina
atronando
a base de exceso
hasta que las palabras
ya no significan nada.
Mientras,
como un rumor de fondo,
la Palabra trata de hacerse oír.
Habla de justicia,
de amor verdadero,
de camino, verdad y vida.
Toca, Señor, nuestros oídos,
que se abran de nuevo
al rumor de tu presencia.
Sé la Voz que grita,
en el desierto
de los indiferentes,
de los que están de vuelta,
de los ensordecidos.
Voz que despierta
los anhelos más nobles
que llevamos escritos
en la sangre y la entraña.

*
José Mª Rodríguez Olaizola, sj

***

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En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos.

Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo:

“Effetá”, esto es “Ábrete”.

Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad.

Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían:

“Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.”

*

Marcos 7, 31-37

***

Para seguir a Jesús sería preciso abandonar las enseñanzas y actuar sólo como quisiéramos que obraran los otros. Sería menester reconocer, en verdad, que eso es precisamente lo que hace él. Tras haberle conocido de cerca, ahora sé que me ama, como ama a cualquiera de los ‘am ha’aresh que le siguen, sea un árabe, un griego, un romano o qué se yo. Más aún, ama a un extraño del mismo modo que ama a su madre, a sus parientes, a sus discípulos. Y cuando digo del mismo modo entiendo por ello que ya no existe diferencia alguna entre los que están unidos por este amor suyo universal. Ningún amor verdaderamente grande implica una gradación de valores; pues bien, su amor no parece tener límites. No puedo imaginar que sea capaz de negar nada a nadie, sea quien sea. La gente le pide milagros del mismo modo que pediría un préstamo que sabe ya por anticipado que no tendrá que devolver: y él se los concede. Los hace exaltando la misericordia, la bondad del Altísimo, o sea, señalando que todas las curaciones que a diario y en gran número realiza son una demostración evidente de que Adonai no puede obrar de otro modo con aquellos que confían en él.

        Parece decir: «Mira cómo es misericordioso y lo que puedes esperar aún de él. Esto debe mostrarte que puedes tener fe en él»

*

Jan Dobraczynski,
Cartas de Nicodemo,
Editorial Herder, Barcelona 1977

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“Abrirnos a Jesús”. 23 Tiempo Ordinario – B (Marcos 7,31-37)

Domingo, 5 de septiembre de 2021
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La escena es conocida. Le presentan a Jesús un sordo que, a consecuencia de su sordera, apenas puede hablar. Su vida es una desgracia. Solo se oye a sí mismo. No puede escuchar a sus familiares y vecinos. No puede conversar con sus amigos. Tampoco puede escuchar las parábolas de Jesús ni entender su mensaje. Vive encerrado en su propia soledad.

Jesús lo toma consigo y se concentra en su trabajo sanador. Introduce los dedos en sus oídos y trata de vencer esa resistencia que no le deja escuchar a nadie. Con su saliva humedece aquella lengua paralizada para dar fluidez a su palabra. No es fácil. El sordomudo no colabora, y Jesús hace un último esfuerzo. Respira profundamente, lanza un fuerte suspiro mirando al cielo en busca de la fuerza de Dios y, luego, grita al enfermo: «¡Ábrete!».

Aquel hombre sale de su aislamiento y, por vez primera, descubre lo que es vivir escuchando a los demás y conversando abiertamente con todos. La gente queda admirada: Jesús lo hace todo bien, como el Creador, «hace oír a los sordos y hablar a los mudos».

No es casual que los evangelios narren tantas curaciones de ciegos y sordos. Estos relatos son una invitación a dejarse trabajar por Jesús para abrir bien los ojos y los oídos a su persona y su palabra. Unos discípulos «sordos» a su mensaje serán como «tartamudos» al anunciar el evangelio.

Vivir dentro de la Iglesia con mentalidad «abierta» o «cerrada» puede ser una cuestión de actitud mental o de posición práctica, fruto casi siempre de la propia estructura psicológica o de la formación recibida. Pero, cuando se trata de «abrirse» o «cerrarse» al evangelio, el asunto es de importancia decisiva.

Si vivimos sordos al mensaje de Jesús, si no entendemos su proyecto, si no captamos su amor a los que sufren, nos encerraremos en nuestros problemas y no escucharemos los de la gente. Pero entonces no sabremos anunciar la Buena Noticia de Jesús. Deformaremos su mensaje. A muchos se les hará difícil entender nuestro «evangelio». ¿No necesitamos abrirnos a Jesús para dejarnos curar de nuestra sordera?

José Antonio Pagola

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“Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.” Domingo 5 de septiembre de 2021. Domingo 23º del tiempo ordinario

Domingo, 5 de septiembre de 2021
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49-ordinarioB23 cerezoDe Koinonia:

Isaías 35, 4-7a: Los oídos del sordo se abrirán, la lengua del mudo cantará.
Salmo responsorial: 145: Alaba, alma mía, al Señor.
Santiago 2, 1-5: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres para hacerlos herederos del reino?.
Marcos 7, 31-37: Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

El profeta Isaías es el profeta de la consolación. El pueblo en medio del dolor que ha generado el destierro, necesita de una voz de aliento y esperanza, por eso el profeta los invita a tener valor a que «no tengan miedo», es necesario confiar en Dios pues él va a salvar a su pueblo de la esclavitud.

El profeta evoca con sus palabras el recuerdo de la tierra de Palestina con sus riquezas naturales, torrentes y manantiales, una tierra fértil y espaciosa, un paraíso o una tierra prometida, que les espera después del exilio, a la que regresarán como en un nuevo éxodo. En esta tierra se volverán a instaurar y reconstruirán el Templo, la ciudad y la historia. Y vivirán en plenitud, llenos de vida y salud, con sus órganos de los sentidos completos, capaces de percibir lo que está pasando a su alrededor. En las mismas palabras del profeta, se puede descubrir la fuerza de Dios, que busca reanimar a los abatidos y transformar la tierra devastada. El profeta anuncia tantos bienes que parece la llegada de los tiempos mesiánicos.

La carta de Santiago es un reclamo fuerte a la fraternidad. El que hace distinción de personas en la asamblea, es decir, en la celebración litúrgica, no puede ser cristiano. Santiago en su carta nos habla de diferencias y desigualdades en el interior de la misma comunidad, paradójicamente donde se tendría que construir otro modelo que prefigure la relación que los seres humanos deben construir en la vida social. En una palabra: la fraternidad, como fruto del mandamiento del amor, empieza en la misma celebración litúrgica y se debe hacer realidad en las relaciones sociales de los miembros de la comunidad.

Cada vez que el cristiano celebra la eucaristía debe asumir el compromiso del amor real, un amor que se hace efectivo en las obras que enriquecen la vida y la llenan de contenidos de humanización. Ésta es una tarea que tenemos que asumir para hacer de la celebración cristiana un espacio de vida abundante y de experiencia profunda de amor.

El evangelio de hoy nos dice que los paganos también fueron destinatarios del anuncio del Reino de Dios por parte de Jesús. Que saliendo Jesús de nuevo de la región de Tiro se dirigió por Sidón hacia el mar de Galilea, por en medio de los límites de la Decápolis, todo en territorio pagano. Y le trajeron un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Es una de las poquísimas veces que vemos a Jesús fuera de su país; si creemos a los evangelios, Jesús, prácticamente, no viajó al extranjero. Es importante señalar que en aquel entonces, ir al «extranjero» es también ir al «mundo de los paganos»… no como hoy. En este fragmento del evangelio de Marcos observamos a Jesús pues en medio de gente de otra religión… Puede ser muy significativo para nosotros el comportamiento que tenga hacia esas personas que no creen en el Dios de Abraham que cree Jesús…

En efecto. Vemos en primer lugar cómo Jesús no está entre los gentiles o paganos con una actitud «apostólica», no lo vemos preocupado por catequizarles. Tampoco parece preocupado por hacer entre ellos proselitismo religioso: no trata de convertir a nadie a su religión, a la fe israelítica en el Dios de Abraham. Y tampoco vemos que Jesús aproveche su paso para «impartir la doctrina», «enseñar y divulgar las santas máximas de su religión». Más aún: observemos que ni siquiera predica, no da discursos religiosos. Más bien, simplemente «cura». Es decir: no teoría, sino práctica. Hechos, no dichos.

No podemos decir que Jesús pase por el territorio pagano con indiferencia, o con los ojos cerrados, como si no tuviera nada que hacer allí… Más bien diríamos que lo que considera es que no tiene mucho que decir. No lo vemos discurseando, ni dando su «servicio de la palabra», sino curando y sanando. No habla del Reino (lo que es su «profesión» y hasta su «obsesión» dentro de los límites de Israel); fuera de su territorio religioso calla sobre el Reino y «hace Reino». O como dice la gente al verle: «hace el bien», no habla sobre el bien. (Y ya sabemos que «ubi bonum, ibi Regnum», «donde se hace el bien, allí está el Reinado de Dios», una fórmula que nos hace caer en la cuenta de una cierta tautología que se da entre «bien» y «Reino»; ya lo decía la antífona-canto del salmo 71: «Tu Reino es Vida, tu Reino es Verdad, tu Reino es Justicia, tu Reino es Paz, tu Reino es Gracia, tu Reino es Amor…»).

Bien mirado, aunque Jesús no predica en esa región pagana, sí «ev-angeliza», en el sentido más exacto de la palabra: da la «buena noticia» («eu-angelo»). No «informa sobre ella», no trata de trasmitir «conocimientos salvíficos», ni siquiera de «poner signos» o de simplemente «anunciar-decir», sino de «hacer presente», de «poner ahí», de construir esos «hechos y prácticas» que son, por sí mismos, la «buena noticia». «Evangelización práctica», pues, sin teorías, ni palabras. (No estamos despreciando la teoría, la doctrina, la teología, la palabra… ni creemos que para Jesús no tuviera importancia… Lo que estamos queriendo decir -fijándonos en Él- es que también para nosotros, como para Él, el puesto de estas dimensiones «teóricas» es un puesto segundo; el primer puesto es para la Vida, para la acción, para la práctica del bien que identifica el Reino, no para la palabra que lo anuncia. Lo último que en definitiva perseguimos, es la práctica, los hechos, la realidad. La teoría, la palabra, la concienciación… también forman parte de la realidad, pero no como objetivos, sino como «instrumentos» para su consecución plena).

Excelente lección para nuestros tiempos de pluralismo religioso y de diálogo interreligioso. Tal vez nuestro histórico celo apostólico y misionero por la «conversión de los infieles», por la «llamada de los gentiles a la fe cristiana», por la «cristianización de las naciones de otra religión», o por «la expansión de la Iglesia» o su «implantación en otras áreas geográficas»… debieran mirar a Jesús y tomar nota de su peculiar conducta misionera. Tal vez hoy necesitaríamos, como Jesús, callar más y simplemente actuar. Es decir, dialogar interreligiosamente comenzando –como se suele decir técnicamente- con el «diálogo de vida»: juntarnos con los «otros» y conjugar nuestros esfuerzos en la construcción de la Vida (en la construcción del bien –«¡ibi Regnum!», ¡allí está el Reino!-). Porque si logramos estar unidos en la construcción del «Reinado de Dios» (no importa el nombre con que se designe, claro está), estaremos de hecho unidos en la adoración (práctica) del Dios del Reino. La doctrina, el dogma, la teología… vendrán después. Y caerán por su propio peso, como fruta madura, cuando el diálogo ya sea una realidad palpable en la práctica de la vida diaria.

«Todo lo hizo bien, hasta hace oír a los sordos y hablar a los mudos»; este versículo 37 tal vez sea una mala traducción, o una derivación de la exclamación que, más probablemente, brotó a los observadores de la conducta de Jesús: «Ha hecho todo el bien [que ha podido], hasta hace oír a los sordos y hablar a los mudos». O sea, sí que predicó Jesús a los gentiles, pero con «el lenguaje de los hechos», y no pidiendo una conversión “mental” a su religión, o a una nueva Iglesia que él no estaba pensando fundar, sino compartiendo con ellos su «conversión al Reino». Jesús no trataba de convertir a nadie a una nueva religión, sino de convertir a todos al Reino, dejando a cada uno en la religión en la que estaba. La conversión importante no es hacia una (u otra) religión, sino hacia el Reino, sea cual sea la religión en la que se dé.

La misión del misionero cristiano se inspira en Jesús. El misionero -todos nosotros, en determinadas circunstancias- no debe buscar la conversión de los «gentiles» a la Iglesia, como su primer objetivo, sino su conversión al Reino (sea cual sea el nombre con el que el “otro” lo llame, y recordando que de nominibus non est quaestio, que «acerca de los nombres no hay que discutir»). Y esa conversión, claro está, no es de diálogo teórico, ni de predicación doctrinal solo… sino de «diálogo de vida» y de construcción del Reino. Leer más…

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Dom 5.9.21(23 TO) ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino? (Sant 2, 1-5)

Domingo, 5 de septiembre de 2021
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persona-duerme-iglesia-San-Patricio_1457564301_120201865_667x375Del blog de xabier Pikaza:

En vez del evangelio (Mc 7, 31-37) escojo el texto la Carta de Santiago, cuya última frase, en forma de pregunta, dice precisamente: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino? Esta frase recoge toda la teología del judaísmo y del cristianismo:

Elección. Los judíos (=cristianos) como “elegidos” de Dios, pero no como pueblo política y socialmente distinto, sino como pobres (ptôjoi: excluidos, pordioseros…). Todos los pobres del mundo, esos son pueblo elegido.

Justificación por la pobreza. Lutero, gran reformador cristiano, habló bien de la justificación por la fe, pero se quedó corto, al optar por un tipo de “aristócratas de la fe”. Conforme a Santiago, los verdaderos creyentes (ricos en fe) son los pobres. Por no tener eso claro, Lutero dijo que la carta de Santiago era una carta de paja, sin consistencia.

Herederos del reino. La Iglesia Católica ha tendido a construirse y entenderse como heredera y presencia del Reino, con una organización sacral rica y poderosa. A veces ha olvidado que los herederos del Reino no son los cristianos católicos de iglesia, sino los pobres.

 Carta de Santiago 2, 1-5

Hermanos míos: No juntéis la fe en nuestro Señor Jesucristo glorioso con el favoritismo. Por ejemplo: llegan dos hombres a la sinagoga (reunión de creyentes). Uno va bien vestido y hasta con anillos en los dedos; el otro es un pobre andrajoso. Veis al bien vestido y le decís: “Por favor, siéntate aquí en el puesto reservado.” Al pobre, en cambio: “Estáte ahí de pie o siéntate en el suelo.” Si hacéis eso, ¿no sois inconsecuentes y juzgáis con criterios malos? Queridos hermanos, escuchad: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino, que prometió a los que lo aman?

Comentario 

            Santiago acaba de formular el sentido y alcance de la “ley de la libertad”, ley de los pobres que acogen y comparte en Reino de Dios, añadiendo, en forma lapidaria:  La religión pura e incontaminada delante de. Dios y Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en su aflicción, y guardarse sin mancha del mundo (Sant 1, 25.27).

            En esa línea, él ha querido identificar así el cristianismo (religión verdadera) con el judaísmo, expresado en forma de ley universal de libertad, al servicio de los pobres. Sólo los pobres pueden ser libres, vivir en fe. Sólo los que comparten la vida de los pobres, viviendo a su servicio, en amor, pueden ser religiosos, conforme a le “ley” (cf. Ex 22,20-23; Dt 16, 9-15; 24, 17-22).

Esta es la fe de Jesucristo, que no es solo (ni principalmente) creer en Jesús como Dios, sino creer como él, sin hacer distinción de personas. Porque si en vuestra congregación (sinagogué) entra un hombre con anillo de oro y ropa lujosa, y también entra un pobre con vestido sucio… (Sant 2, 1-2).

Aquí se manifiesta la “fe de Jesucristo” (es decir, su forma de vivir, su manera de confiar en Dios y de crear comunión), que es anterior a “la fe en Cristo” (entendida en forma de religión en la que se adora a Jesús). Se trata de crear y actuar como Jesús, más que de creer en Jesús (aunque al final, para los cristianos, ambas cosas se identifican, si se entiende bien la en Cristo). Sea como fuere, Santiago ha visto el riesgo de que la fe en Cristo suprima la fe de Cristo o la desvirtúa, como a veces ha sucedido en la Iglesia posterior.

            Santiago quiere recuperar la fe de Jesucristo, es decir, la forma de vivir y de actuar de Jesús. En esa línea, él interpretar la fe como pistis, es decir, como fidelidad mesiánico, como la forma de vida que tuvo Jesús en el mundo. De esa manera recupera la tradición más honda y fiable del evangelio.

            Más que creer en Jesucristo (en una fe separada de la vida), importa actuar como Jesús, mostrando de esa forma la fidelidad de Jesucristo, no ya de un modo universal o general (como en el caso anterior: acoger a huérfanos y viudas), sino de un modo concreta, en la reunión o asamblea de los fieles.

En este lugar, Santiago no quiere hablar ni siquiera de iglesia (ekklesia), término más utilizada por los cristianos helenistas, pues sabe bien que la palabra iglesia-ekklesia significa en el fondo una asamblea de poderosos, hombres ricos e influyentes de la ciudad, reunidos en asamblea decisiva y decisoria.

            A su juicio, el cristianismo no es una asamblea de ricos-poderosos, bien organizados, conforme a la jerarquía social greco-romana, sino una asamblea o sinagoga o reunión de pobres, y por eso utiliza la palabra “sinagoga”, tradicional en el judaísmo, entendida como “reunión o consejo” de pobres, sin jerarquías de poder. (Nota: La traducción oficial no pone “sinagoga”, no se atreve a ponerla, sino que pone “asamblea litúrgica”. Sería mejor que pusiera simplemente asamblea o sinagoga).

            Pero lo más significativo no es el cambio de palabra (en el fondo, sinagoga o iglesia podrían dar lo mismo), sino lo que sigue diciendo el texto. Santiago no habla de lo que se hace en la sinagoga (reunión), aunque pueda ser muy importantes (lecturas, quizá comidas, eucaristía, prácticas sacramentales, enseñanza de doctrinas superiores…). Todo eso le parece secundario y puede pasarse por algo, sin necesidad de citarlo. Lo único que le importa es que la “asamblea” sea de verdad sinagoga o comunión de pobres”, es decir, de iguales, sin que haya separación o distinción entre ricos y pobres.

            Ésta es su sinagoga, ésta su iglesia: una reunión donde pueden venir todos, sin acepción de personas, sin ricos a un lado y pobres a otro, sin maestros que presiden y oyentes que obedecen. Ésta es en el fondo la identidad de la iglesia (de la fe en Jesús), que el evangelio de Mateo ha puesto también de relieve en un pasaje convergente (Mt 18).

            La fe de Jesucristo consiste en que todos puedan reunirse, sin acepción de personas, vinculados por la «ley regia» (Ley del Reino) que es «amar a los demáscomo a uno mismo»; si se aman y acogen así, todo lo que hagan en la reunión será buena Iglesia, comunidad de Jesús.

            Desde ese fondo se entiendo la “liturgia” o reunión de los creyentes, definida de una forma que puede valer lo mismo para judíos y para cristianos. Santiago no expone los ritos propios de cada grupo (sus lecturas, sus gestos sacramentales), sino que se centra en algo previo: la acogida y la igualdad entre todos. Una “liturgia” es religiosa, una reunión social, es “cristiana” si en ella se supera la distinción de personas. Como buen “judío”, Santiago no hace un discurso sobre la igualdad, partiendo de los pobres, sino que pone un ejemplo:

Hermanos míos, tened la fe de nuestro glorioso Señor Jesucristo, sin hacer distinción de personas. Porque si en vuestra congregación (sinagogué) entra un hombre con anillo de oro y ropa lujosa, y también entra un pobre con vestido sucio y sólo atendéis con respeto al que lleva la ropa  lujosa y le decís: “Siéntate tú aquí en buen lugar”; y al pobre le decís: “Quédate allí de pie” o “Siéntate aquí a mis pies”, ¿no hacéis distinción entre vosotros, y no venís a ser jueces falsos? (Sant 5, 1-2)

              Quizá no se pueden tomar estas palabras al pie de la letra… Pero es evidente que cuando ellas se invierten y no se cumplen se está abandonando el evangelio. Santiago se opone así a los jerarcas con anillo y ropas diferentes (nobles), sentados como jefes en sedes de honor (como ciertos obispos de gran anillo o vestimenta de poder).

Ésta es su sinagoga, ésta su iglesia: Reunión donde pueden venir todos, sin acepción de personas, sin ricos que se sientan a un lado y pobres a otros, sin maestros que presiden y oyentes que obedecen, sin jerarcas y pueblo, sin poderosos y oprimidos.

La fe de Jesucristo (la que quería Lutero) consiste en que todos puedan reunirse, sin acepción de personas, vinculados por la «ley regia» (es decir, la Ley del Reino) que es «amar a los demás como a uno mismo», partiendo de los más pobres, pues sólo los pobres y aquellos que comparten la vida de los pobres pueden ser “ricos en fe”.

La comunidad o sinagoga de Jesucristo (como quieren los católicos) es la “heredera” (presencia) del Reino. Dogmas y sacramentos (incluso estructuras “católicas” y ministerios de servicio) son buenos, pero sólo en la medida en que son expresión y consecuencia de la elección de los pobres. Por eso, la verdadera sinagoga (iglesia, reunión de Jesús) son los pobres. Ellos son el pueblo elegido, como decían los auténticos judíos…

Sin duda los tres ejemplos de “ruptura eclesial” (sinagogal) que propone Santiago (primeros puestos, anillos lujosos de autoridad, ropas opulentas de distinción sagrada…), pueden ser secundarios pero son enormemente significativos. Hay comunidades protestantes que han puesto muy de relieve la fe, pero quizá no la de Jesucristo, como quiere Santiago. Hay iglesias católicas que han puesto muy de relieve la promesa del reino de Dios…, pero quizá no del reino que se expresa y realiza a través de los pobres.

              Esta lectura de la Carta de Santiago me ha parecido “esencial” en este tiempo de crisis de iglesia (o, mejor dicho, de “sinagogas” o comunidades de Jesus). Por eso, este domingo 5 de Septiembre, en el mes de la Biblia) he querido comentar la lectura de Santiago. Quien quiera segur lea la carta entera de Santiago, de la que ofrezco a continuación una visión de conjunto, tomada de mi Diccionario de la Biblia:

Carta de Santiago. Visión de conjunto 

La iglesia judeo-cristiana ha dejado huellas en diversos textos del Nuevo Testamento, no sólo en Mateo y en el Apocalipsis (e incluso en Juan), sino y, sobre todo, en esta carta/tratado que algunos críticos piensan que pudo haber sido escrita por el hermano de Jesús, en un buen griego, dirigiéndose a las Doce Tribus de la diáspora israelita (cf. Sant 1, 1). En contra de esa opinión, la exégesis liberal y neo-liberal (de tipo histórico-literario) sigue suponiendo que la carta constituye un discurso parenético tardío, escrito por un judeo-cristiano de la tercera generación, respondiendo y criticando a Pablo.

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¿Es Jesús un mago o el Mesías? Domingo 23. Ciclo B

Domingo, 5 de septiembre de 2021
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porta23-12Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

La dificultad de curar a un sordo

Cuando llegamos al final del capítulo 7 del evangelio de Marcos, Jesús ha curado ya a muchos enfermos: un leproso, un paralítico, uno con la mano atrofiada, una mujer con flujo de sangre; incluso ha resucitado a la hija de Jairo, aparte de las numerosas curaciones de todo tipo de dolencias físicas y psíquicas. Ninguno de esos milagros le ha supuesto el menor esfuerzo. Bastó una palabra o el simple contacto con su persona o con su manto para que se produjese la curación.

Ahora, al final del capítulo 7, la curación de un sordo le va a suponer un notable esfuerzo. El sordo, que además habla con dificultad (algunos dicen que los sordos no pueden hablar nada, pero prescindo de este problema), no viene por propia iniciativa, como el leproso o la hemorroisa. Lo traen algunos amigos o familiares, como al paralítico, y le piden a Jesús que le aplique la mano. Así ha curado a otros muchos enfermos. Jesús, en cambio, realiza un ritual tan complicado, tan cercano a la magia, que Mateo y Lucas prefirieron suprimir este relato.

En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga la mano. Él apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo:

-«Effetá» (esto es, «ábrete»).

Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían:

-Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

Conviene advertir cada una de las acciones que realiza Jesús: 1) toma al sordo de la mano; 2) lo aparta de la gente y se quedan a solas; 3) le mete los dedos en los oídos; 4) se escupe en sus dedos; 5) toca con la saliva la lengua del enfermo; 6) levanta la vista al cielo; 7) gime; 8) pronuncia una palabra, effetá (se discute si hebrea o aramea), misteriosa para el lector griego del evangelio.

Desde el punto de vista de la medicina de la época, lo único justificado sería el uso de la saliva, a la que se concede poder curativo. El gemido y la palabra en lengua extraña recuerdan al mundo de la magia.

Sin embargo, los espectadores no piensan que Jesús sea un mago. Se quedan estupefactos, pero no relacionan el milagro con la magia sino con la promesa hecha por Dios en el libro de Isaías, que leemos en la primera lectura: «Entonces… las orejas de los sordos se abrirán… y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo.» La curación demuestra que con Jesús ha comenzado la era mesiánica, la época de la salvación.

La dificultad de curar a un ciego

Si la selección de los textos litúrgicos hubiera estado bien hecha, dentro de dos o tres domingos habríamos leído un milagro parecido, de igual o mayor dificultad, y fundamental para entender el evangelio de hoy: la curación de un ciego. Como no se lee, recuerdo lo que cuenta Marcos en 8,22-26. Le presentan a Jesús un ciego y le piden que lo toque. Exactamente igual que ocurrió con el sordo.

Jesús: 1) lo toma de la mano; 2) lo saca de la aldea; 3) le unta con saliva los ojos; 4) le aplica las manos; 5) le pregunta si ve algo; el ciego responde que ve a los hombres como árboles; 6) Jesús aplica de nuevo las manos a los ojos y se produce la curación total. Los relatos no coinciden al pie de la letra (aquí falta el gemido y la palabra en lengua extraña) pero se parecen mucho. No extraña que Mateo y Lucas supriman también este episodio.

La sordera y ceguera de los discípulos

¿Por qué detalla Marcos la dificultad de curar a estos dos enfermos? La clave parece encontrarse en el relato inmediatamente anterior a la curación del ciego, cuando Jesús reprocha a los discípulos: «¿Tenéis la mente embotada? Tenéis ojos, ¿y no veis? Tenéis oídos, ¿y no oís?» (Mc 8,17-18).

Ojos que no ven y oídos que no oyen. Ceguera y sordera de los discípulos, enmarcadas por las difíciles curaciones de un sordo y un ciego. Ambos relatos sugieren lo difícil que fue para Jesús conseguir que Pedro y los demás terminaran viendo y oyendo lo que él quería mostrarles y decirles. Pero lo consiguió, como veremos el domingo 30, cuando Jesús cure al ciego Bartimeo.

Las maravillas de la época mesiánica (Isaías 35,4-7)

Este texto ha sido elegido por la promesa de que «los oídos de los sordos se abrirán», que se ve realizada en el milagro de Jesús. De hecho, el poema del libro de Isaías se centra en la situación de los judíos desterrados en Babilonia, sin esperanza de verse liberados. Y, aunque se diese esa liberación, tienen miedo de volver a Jerusalén. Se consideran una caravana de gente inútil: ciegos, sordos, cojos, mudos, que deben atravesar un desierto ardiente, sin una gota de agua y con guarida de chacales. El profeta los anima, asegurándoles que Dios los salvará y cambiará esa situación de forma maravillosa. Estas palabras terminaron convirtiéndose en una descripción ideal de la época del Mesías y fueron muy importantes para los primeros cristianos.

Decid a los inquietos: «¡Sed fuertes, no temáis! ¡He aquí vuestro Dios! Llega el desquite, la retribución de Dios. Viene en persona y os salvará».

Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como un ciervo, y cantará la lengua del mudo, porque han brotado aguas en el desierto, y corrientes en la estepa. El páramo se convertirá en estanque, el suelo sediento en manantial.

Un milagro más difícil todavía (Santiago 2,1-5)

Aunque sin relación con el evangelio, este texto puede leerse como una visión realista, nada milagrosa, de la época mesiánica. Aquí el pueblo de Dios no está formado por gente que se considera inútil y débil. Al contrario, está dividido entre personas con anillos de oro, elegantemente vestidas, y pobres con vestidos miserables. Y lo peor es que el presidente de la asamblea concede a los ricos el puesto de honor, mientras relega a segundo plano a los pobres. Como en el fastuoso funeral de Juan Pablo II, con tantas personalidades famosas en primer plano, mientras los fieles cristianos llenaban la plaza y la Via della Conciliazione. El nuevo milagro, la nueva época mesiánica, será cuando los cristianos seamos conscientes de que «Dios ha elegido a los pobres para hacerlos ricos en la fe».

Hermanos míos, no mezcléis la fe de nuestro Señor Jesucristo glorioso con la acepción de personas. Suponed que en vuestra asamblea entra un hombre con sortija de oro y traje lujoso, y entra también un pobre con traje mugriento; si vosotros atendéis al que lleva el traje de lujo y le decís: «Tú siéntate aquí cómodamente», y al pobre le decís: «Tú quédate ahí de pie» o «siéntate en el suelo, a mis pies», ¿no estáis haciendo discriminaciones entre vosotros, y convirtiéndoos en jueces de criterios inicuos? Escuchad, mis queridos hermanos: ¿acaso no eligió Dios a los pobres según el mundo como ricos en la fe y herederos del reino que prometió a los que lo aman?

Reflexión final

Tomado por sí solo, en el evangelio de hoy destaca la reacción final del público: «Todo lo ha hecho bien». Recuerda las palabras que pronunciará Pedro el día de Pentecostés, cuando dice que Jesús «pasó haciendo el bien». El público se fija en la promesa mesiánica; Pedro, en la bondad de Jesús. Ambos aspectos se complementan.

Pero quien desea conocer el mensaje de Marcos no puede olvidar la relación de este milagro con la curación del ciego. Debe verse reflejado en esos discípulos con tantas dificultades para comprender a Jesús, pero que siguen caminando con él.

La segunda lectura, en la situación actual de la Iglesia, cuando tantos escándalos parecen sumirla en un desierto sin futuro, supone una invitación a la esperanza. Pero el milagro será imposible mientras las personas que tienen mayor responsabilidad en la Iglesia sigan luchando por los primeros puestos, los anillos de oro y los capelos cardenalicios.

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Domingo XXIII del Tiempo Ordinario. 05 de septiembre de 2021

Domingo, 5 de septiembre de 2021
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“Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: -Effetá (esto es, “ábrete”). Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad.”

(Mc 7, 31-37)

La escena que nos presenta el evangelio de hoy es de una gran fuerza. Cuando no podemos oír ni hablar se dificulta enormemente la relación con las demás personas. Basta pensar en lo difícil que resulta comunicarse con alguien que habla una lengua que no conocemos.

Aquí encontramos que le presentan a Jesús una persona sorda y que, además, apenas puede hablar. Pero lo que nos quiere mostrar no es un caso concreto, es, más bien, un icono, un símbolo.

El evangelio nos está presentando el mundo pagano. Aquellas personas que no conocen al Dios de Jesús, que no pueden escuchar Su Palabra. En esta persona sorda están representadas todas las personas que no pueden “oír” la Buena Noticia que trae Jesús.

Y Jesús se acerca, toma aparte esta realidad y “pierde el tiempo” con ella. Le toca. Y ora sobre ella: “mirando al cielo, suspiró y le dijo… -¡Effetá! (Ábrete!) Al oír esta palabra se nota como caen muchos muros internos. Se abren esas puertas blindadas. Y lo que era cerrazón se convierte en espacio.

Todos necesitamos que Jesús pronuncie sobre nuestra mente y sobre nuestro corazón un “¡effetá!” que destruya cualquier obstáculo.

Pero si volvemos al símbolo quizá nuestro mundo pagano de hoy son los países “enriquecidos”. ¡Cuánto necesitamos que se cure la sordera globalizada! Tienen que caer los muros, las alambradas y los puertos cerrados.

No pueden seguir existiendo fronteras que blindan riquezas injustas.

Oración

Grita, Jesús, sobre nuestros países enriquecidos injustamente. Que se caigan las barreras que nos hacen creer que las demás no tienen derecho a una vida como la nuestra. Borra el egoísmo que nos hace sordas al clamor de las empobrecidas.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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No te quedes en el milagrito, descubre el símbolo.

Domingo, 5 de septiembre de 2021
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jesus-curaMc 7, 31-37

El episodio que nos narra hoy Marcos no tiene localización precisa como casi siempre. Solo dice que vuelve de Tiro al lago de Galilea, pasando por Sidón, atravesando la Decápolis. Podemos suponer que estamos en la Decápolis, tierra de paganos. Si alguno intentara marcar un recorrido geográfico lógico de los itinerarios de Jesús en el evangelio de Marcos, se encontraría con un galimatías indescifrable. Para Marcos la geografía no tiene ninguna importancia. Coloca a Jesús en cada momento donde más le interesa teológicamente.

En el AT, los tiempos mesiánicos se anunciaron como salvación para los marginados, los pobres, los que no tenían valedor en este mundo injusto. Seguramente hemos entendido demasiado literal­mente el anuncio hecho por los profetas de que, los sordos oirán, los mudos hablarán, los ciegos verán, los cojos saltarán… En realidad nunca se dice en toda la Biblia que el Mesías tuviera esa misión. También dicen los textos que nacerán fuentes en la estepa, que el león pacerá con el buey, que el niño cogerá la serpiente en la mano etc. y nadie espera que eso vaya a suceder en la realidad. Todo es signo del Reino, no el Reino.

Para aquella cultura el hecho de que una persona fuera sorda o muda o ciega, no era un problema de salud sino un problema religioso. Esa carencia era signo de que Dios le había abandonado. Si Dios lo había abandonado, la institución religiosa estaba obligada a hacer lo mismo. Eran por tanto, marginados por la religión, que era la mayor desgracia que podía recaer sobre una persona. Jesús, con su actitud, manifiesta que Dios está más cerca de los marginados, de los que sufren. Al curar, Jesús les está sacando de su marginación religiosa, demostrando que Dios no margina a nadie y que la religión no actúa en su nombre.

El relato está plagado de simbolismos que hacen imposible interpretarlo como crónica de unos hechos. En el capítulo siguiente se narra la curación del ciego de Betsaida, utilizando el mismo cliché: Es presentado por otros, le piden que lo toque (le imponga las manos), lo separa de la multitud, hace un tocamiento con su saliva, y les manda que guarden silencio. En los profetas, la ceguera y la sordera son símbolos de resistencia a la palabra de Dios. En el evangelio son símbolos de la incomprensión y resistencia al mensaje de Jesús. Los discípulos de Jesús no comprenden el mensaje y, por lo tanto, no pueden trasmitirlo.

Sordo y mudo en el AT era, simbólicamente, el que no quería escuchar la palabra de Dios, y por lo tanto, tampoco podía cumplirla o proclamarla. Si tenemos en cuenta que la religión judía está fundamentada en el cumplimiento de la Ley, descubriremos que, el que no puede oírla ni proclamarla queda totalmente excluido. La imposición de manos era signo de la comunicación del Espíritu. La mirada al cielo era signo de relación íntima con Dios. Apartarlo de la gente era separarlo del mundo. El dedo hace referencia al dedo de Dios que actúa con fuerza. La saliva se consideraba como vehículo del Espíritu. Aparentemente Jesús actúa como cualquier sanador de la época. Pero los taumaturgos hacían sus curaciones con la máxima ostentación posible. Jesús quiere hacer ver a todos que su objetivo es muy distinto.

Jesús nunca identifica el Reino de Dios con una supresión de las limitaciones. Las bienaventuranzas dejan claro que el Reino de Dios está abierto a todos, a pesar de las circunstancias personales. Él dice expresamen­te que el Reino de Dios está dentro de vosotros. El Reino de Dios es una actitud vital de cada persona. Es un descubrimien­to de Dios en lo hondo del ser. Claro que una vez que la persona entra en esa dinámica, tiene que manifestarse después en la manera de actuar. La atención a los marginados no es el Reino de Dios, sino la manifesta­ción de que está presente y visible a todo el que lo quiera ver.

Si queremos llevar a los marginados el Reino de Dios, antes de haber entrado nosotros en él, caemos en la trampa de la programación. Mientras no cambiemos nosotros, por mucha atención que reciban los que sufren, no ha llegado el Reino de Dios, ni para nosotros ni para ellos. Para el mismo Jesús, desde una perspectiva del AT, la señal de que el Reino de Dios ha llegado, es que los sordos oyen, los cojos andan, los ciegos ven, y los pobres son evangelizados. Aquí encontramos la clave de interpretación del relato.

El Reino consiste en que los que excluimos dejemos de hacerlo, y los excluidos dejen de sentirse marginados a pesar de sus limitaciones. El objetivo de Jesús no es erradicar la pobreza o la enfermedad, sino hacer ver que hay algo más importante que la salud y que la satisfacción de las necesidades más perentorias. Sacar al pobre de su pobreza no garantiza que lo hemos introducirlo en el Reino. Pero salir de nuestro egoísmo y preocuparnos por los pobres sí garantiza la presencia del Reino y puede hacer que el pobre lo descubra.

No podemos pensar en un Reino de Dios puramente espiritual. Hemos dicho muchas veces que una relación auténtica con Dios es imposible al margen de una preocupación por los demás. Creer que podemos servir una relación con Dios al margen de los demás es ilusión. No hemos aprendido la lección, ni como individuos ni como iglesia. El ejemplo de Santiago, dentro de su simplicidad, es esclarecedor. ¿Quién de los aquí presentes aprecia más a un andrajoso que a un rico? ¿Qué sacerdote, incluyéndome a mí, trata mejor la los pobres que a los ricos? La conclusión es clara: el Reino de Dios aún no ha llegado a nosotros.

El mensaje de Jesús tendría que operar en nosotros los mismos efectos que tuvieron su saliva y su dedo en el sordomudo. Escuchar el mensaje de Jesús es la clave para descubrir cuál debe ser la trayectoria de mi vida. La postura de cerrarse a la Palabra es mucho más común de lo que solemos pensar. El miedo a equivocarnos nos paraliza. Un proverbio oriental dice: si te empeñas en cerrar la puerta a todos los errores, dejarás inevitablemente fuera la verdad. El episodio de hoy nos debe hacer reflexionar. Tenemos que abrirnos a la verdad y tratar de comunicarla a todos, llevándoles un poco de esperanza e ilusión.

Jesús dijo en (Jn 10, 9): “Yo soy la puerta, el que entre por mí quedará a salvo, podrá entrar y salir y encontrará pastos”. Pero, “puerta” se puede entender como el hueco que permite el acceso a una estancia o el elemento material que girando sobre unos goznes puede permitir o impedir el paso. El contexto de la cita deja claro que se trata de la apertura para entrar y salir. Pero por desgracia utilizamos a Jesús como el elemento giratorio que nosotros utilizamos para dejar entrar o para impide el paso a la intimidad de Dios. Con mucha frecuencia, hemos cerrado la puerta y nos hemos guardado la llave.

No nos salva escuchar la palabra de Dios, pero es el instrumento que nos permite descubrir dentro de nosotros la salvación. Las frutas defienden la vida que está latente en la semilla de dos maneras: rodeándola con gran cantidad de pulpa o con un caparazón duro que la aísla del entorno. En los dos casos, lo aparente, que es lo que parece importante, no es más que un medio para conservar la semilla hasta la primavera siguiente. Entonces la cáscara desaparecerá para germine la semilla. En el caso de la manzana o el melón, pudriéndose. En el caso de la almendra o la nuez, separándose las dos partes para dejar paso al germen.

 

Meditación

La clave de toda vida espiritual es la apertura.
Como una esponja debes dejarte empapar.
Para ello, no tienes más remedio que exprimirte.
Si te vacías de todo lo terreno que hay en ti,
Lo divino que también está en ti, te inundará.
En la medida que te vacíes te llenarás.

 

Lous Evely: nuestros mayores creyeron gracias a los milagros. Nosotros creemos a pesar de ellos.

Rousseau: El apoyo que se quiere dar a la fe con los milagros, es el mayor obstáculo contra ella. Quitad del evangelio los milagros, y toda la tierra quedará a los pies de Jesucristo.

Baruc Spinoza: “Si se admitiese que Dios actúa en contra de las leyes de la naturaleza, sería preciso admitir también que actúa en contra de su propia naturaleza, lo cual sería totalmente absurdo”. 

Voltaire: contar milagros es “transcribir tonterías injuriosas a la divinidad”; creer en ellos es demostrar que uno es un imbécil”.

Considerar el milagro como una excepción de las leyes de la naturaleza resulta anacrónico si se aplica a los milagros de los evangelios. En tiempos de Jesús no se cuestionaba la posibilidad del milagro ni se conocían las leyes -tampoco hoy- de la naturaleza para poder determinar lo que las sobrepasa o las viola.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Los milagros.

Domingo, 5 de septiembre de 2021
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efata1Mc 7, 31-37

«Le presentan un sordo que además hablaba con dificultad, y le ruegan que imponga la mano sobre él…  Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente».

A los creyentes del siglo XXI, los milagros nos desconciertan e incluso nos contrarían. Nos parece que introducen en los evangelios elementos mágicos que les quitan credibilidad, y en muchas ocasiones preferiríamos que no estuvieran allí. Sin embargo, están ahí, y si los quitamos hacemos otros evangelios y, por tanto, otro Jesús.

Por una parte, recelamos, porque sabemos que los evangelistas no dudan en violentar la historia para comunicar mejor su fe. Sabemos también que en su época los hechos milagrosos eran muy bien admitidos, y que con ellos se vestía la actividad de los personajes extraordinarios. Y nos preguntamos: ¿Habrán inventado los evangelistas estos relatos, o bien su fama de sanador se remonta al Jesús histórico?

Por otra parte, nuestra mentalidad ilustrada, fruto de la actual cultura cientifista, nos lleva a la conclusión de  que no puede haber milagros. Los milagros repugnan a la razón humana, y son meros vestigios de una época en que se atribuía lo desconocido a poderes ocultos o a la misma divinidad. Ninguna persona culta moderna puede aceptar la posibilidad de los milagros…

Basados en este último razonamiento, los milagros fueron rechazados de plano por los grandes filósofos de la ilustración, como Spinoza, Hume y Voltaire. Más tarde —y esta vez con base en argumentos de naturaleza exegética— teólogos recientes de la categoría de Rudolph Bultmann tomaron también postura en contra de los milagros.

John P. Meier hace un estudio pormenorizado de los milagros, y concluye que, aplicando criterios de historicidad, un especialista ateo puede emitir el mismo juicio que un colega creyente, pero añade que tan injustificada es la postura del creyente de dar un paso más atribuyendo el hecho a la acción de Dios, como la del ateo al afirmar que Dios no ha tenido en él parte alguna.

Joachim Jeremias —quizá la voz más autorizada en esta materia— llega a la siguiente conclusión: «Jesús realizó curaciones que fueron asombrosas para sus contemporáneos. Se trata primariamente de la curación de padecimientos psicógenos, pero se trata también de la curación de leprosos, de paralíticos y de ciegos».

Para no cansar, hoy se admite que los evangelios narran hechos de Jesús que sus contemporáneos calificaron de milagros. Jesús arrastraba multitudes no sólo por su predicación, sino por sus curaciones, y a ellas debió buena parte de su fama. Parece, también, que esta misma fama creó en torno suyo una leyenda que multiplicó sus hechos milagrosos, y que los evangelistas recogieron por igual las tradiciones de hechos sucedidos y las leyendas que nacieron de estos hechos.

Pero quizá lo más importante para nosotros sea el significado de los milagros, y en este punto nos vamos a remitir una vez más a Ruiz de Galarreta: «Jesús cura ante todo porque es compasivo, porque le importa el sufrimiento de la gente. Sus acciones muestran su corazón, y a través de él vemos “los sentimientos de Dios”. Será un aspecto fundamental de nuestra fe: conocer el amor de Dios en el corazón de Jesús».

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Sentir el texto y la realidad.

Domingo, 5 de septiembre de 2021
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23ordinarioAl texto de hoy le precede la curación de la hija de la Siro-fenicia. Una mujer potente, no muda, porque no está alienada por el sistema religioso y político judío.

No muda, porque está en contacto con su tripa, con su vida, con su hija. Es el sistema quien propicia demonios que representan la violencia e injusticia de una leyes religiosas que oprimen, sobre todo a la mujer, tanto es así que tenemos niñas, en los evangelios, que no quieren hacerse mujeres. ¿Y en Afganistán, y en África con el tema de la ablación?

¿Qué pasará con nuestras hermanas de Afganistán? Ellas viven algo así como “el horror de ser mujer”. Una dosis de la misma medicina en la cultura del tiempo de Jesús, que perdura en las mentes violentadas por el ansia de poder y de control.

También presente en nuestra tradición católica: a mujeres que querían seguir a Jesús se les imponían unos hábitos donde sólo se les veía un poco de cara, rejas, disciplina férrea, control de obispos y curas y confesores, hoy todavía vigente, más solapado, en algunos países, pero horrible: por ejemplo en India, donde una joven religiosa encuentra en posición comprometida a su superiora con el cura, y la matan, y la echan a un pozo… y siguen rezando.

No está libre nuestra historia. De ahí la fuerza del evangelio de este domingo:

La tartamudez es consecuencia de la sordera. ¿Cómo aprender a hablar si no oye?

“Jesús le separa de la multitud y se lo lleva aparte” y ahí se comunica con él de modo que le pueda comprender: con gestos.

Le mete los dedos en los oídos, y con su saliva le toca la lengua. Es un diálogo intenso, físico y espiritual, fuerte. Jesús le transmite su energía, su deseo de abrirle los oídos para que pueda escuchar la Palabra y sentir su presencia, y así, que su lengua se desate impregnándose de la energía vital de Jesús. Todo básico: sus manos, su saliva, su oración. Toque personal e íntimo, aparte, sin público, en lo recóndito de cualquier esquina de nuestra vida.

De pronto un día nos atrevemos a pedir o alguien nos lleva y Jesús se acerca y nos indica cómo puede abrirse nuestro oído y liberarse nuestra mudez para poder comunicar vida, su Vida.

Los sordos somos los seguidores y discípulos. Si oyéramos, todo sería diferente. La frescura del evangelio tocaría la vida que nos envuelve y oiríamos el clamor del que necesita ser oído, hoy además de tantas personas, hay un gemido que parte el alma, es el de nuestra Tierra. La violación continúa, y esto no se alivia con vacunas. Nosotros sí vamos recibiendo dos y tal vez tres vacunas, pero los pobres y el Planeta…

Si oyéramos los sonidos de la vida en la naturaleza y que de pronto todo se para, se hace el silencio más profundo, el silencio de muerte, ahí nos daríamos cuenta, de la tragedia que está ocurriendo y hablaríamos, y buscaríamos soluciones.

Te invito a sentir el texto. A ir a un rincón apartado y visualizar a Jesús acercándose y metiendo los dedos en nuestra vida, donde está inerte-muerto, donde no queremos que nadie entre y además, nos unta con su saliva para sanar nuestra herida. Todos lo hemos hecho cuando un crío se cae y llora y no tenemos nada más cerca, le ponemos un poco de nuestra saliva, y el niño se calma.

Es la fuerza de ser tocado por la misma esencia de la Palabra. Por la misma saliva que posibilita su comunicación. ¡Ábrete!

Abrirme ¿para qué? para escuchar más desgracias, más dolor, más inmediatez de un final catastrófico planetario, irreversible si no actuamos más y mejor…

No. No en ese orden. Claro que todo eso y mucho más está ahí, pero nos agobia, nos encoge, nos asusta y da rabia.

Reconocerlo es sano. La oferta del evangelio de hoy es ir a un lugar apartado y dejarnos “invadir por su presencia potente y cercana expresada tan gráficamente con sus dedos en mis oídos y su saliva en mi lengua” y dejarme reconstruir: mi modo de escuchar que ya no se consolidará en una tartamudez insegura, medio escondida porque todavía hay maridos y eclesiásticos de los que imponen sus puntos de vista …pero también hay mucha ignorancia manifestada en personas que al no conocer a Jesús nos ridiculizan porque creemos, porque le seguimos, porque luchamos por un cambio de mente, que empieza en el oído.

Hoy, mucha gente que oye mal habla sin parar, porque les es más fácil hablar que oír.

En Jesús se da lo contrario. No hablar si no te han abierto el oído interno. Y si esto ocurre, nuestro hablar tendrá la fuerza del Espíritu.

“El efecto mariposa: un aleteo de una mariposa en Brasil provoca una tormenta en Nueva York”, si se aplica al Evangelio, es fenomenal el cambio que puede producirse.

El susurro de unas palabras creadoras de vida y de bondad en el que escucha, puede producir que cambie la condición de vida de personas y naturaleza, que yo no veré, pero el Espíritu obrará.

Evitar la crítica y fomentar el silencio para recuperar la escucha profunda y de ahí dejar emerger su Vida.

Así lo hace la siro-fenicia, no se calla, no se amedrenta ni ante la persona y autoridad de Jesús. Y ella le cambia el modo de ver.

Esa señora además de valiente y rotunda con lo que quiere, es un modelo de discipulado que clama al cielo ser imitado, en casi todos los estamentos religiosos, políticos y sociales.

Parece que ella le mete los dedos a Jesús. ¡Inaudito!

Magda Bennásar Oliver, sfcc

Espiritualidadintegradoracristiana.es

Fuente Fe Adulta

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Abrirse a la vida

Domingo, 5 de septiembre de 2021
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1ADF58EC-90A5-4B0D-BC61-FDE76B41621FDomingo XXIII del Tiempo Ordinario

5 septiembre 2021

Mc 7, 31-37

De Jesús se dijo que “pasó por la vida haciendo el bien”(Hech 10,38). Defendió siempre a la persona –frente a tiranías de la autoridad, de normas y tradiciones–, apostando por su dignidad. En el encuentro con él, muchas personas se sintieron reconocidas –él sabía mirar al corazón–, liberadas de esclavitudes de todo tipo y animadas a vivir, saliendo de su letargo.

 Por diferentes motivos –algunos de ellos muy arraigados y dolorosos–, a veces vivimos encerrados en nuestro pequeño mundo, en la capa más superficial de nuestra persona, conformándonos con “ir tirando” en una actitud defensiva, que busca simplemente amainar el malestar. Pero esa misma aparente “protección” se convierte en nuestra tumba.

 La palabra de Jesús ­“Effetá”: ábrete– es una invitación a salir de esa “zona de confort” que pudimos fabricarnos y en la que corremos el riesgo de terminar asfixiados, para abrirnos a la vida en profundidad.

 Necesitamos abrirnos a nuestro mundo interior para poner luz en él. Eso significa mirar, reconocer, nombrar y aceptar todo lo que se mueve en el campo de los sentimientos y las emociones. Implica también abrirnos a reconocer nuestra sombra y abrazarla. Porque solo el encuentro real con todo ello hará posible que vivamos de manera integrada, unificada, armoniosa, serena y creativa.

 Necesitamos abrirnos también a nuestra dimensión profunda (espiritual) donde, más allá de nuestra personalidad, entramos en contacto con nuestra verdadera identidad y nos descubrimos en “casa”. Porque solo cuando nos abrimos y permanecemos en conexión con ese “lugar”, todo se ilumina y se llena de sentido.

 Desde ahí, necesitamos abrirnos a los otros, a quienes ahora veremos de un modo nuevo, como hermanos y hermanas, con quienes, más allá de las diferencias, compartimos la misma identidad. Jesús decía: “Lo que hacéis a cada uno de ellos, me lo estáis haciendo a mí”. Y casi dos siglos antes, el filósofo romano Terencio dejó dicho: “Soy humano y nada de lo humano me es ajeno”.

 Y también desde ahí nos abrimos al mundo entero, a todos los seres, al planeta, desde una actitud de empatía, complicidad y cuidado, es decir de comunión. Porque la apertura genuina no es sino consecuencia de la unidad que somos.

¿Vivo en actitud de apertura? ¿Cómo se manifiesta?


Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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A veces no queremos escuchar.

Domingo, 5 de septiembre de 2021
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effata-209x300Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

  1. No se trata de montar una tienda de audífonos.

v 32     Aquel hombre sordo y mudo -como muchos de nosotros- estaba encerrado en sí mismo. También nosotros somos sordos (y no sólo físicamente), sino que ni escuchamos ni atendemos a razones.

    Los medios de comunicación nos aturden con su bombardeo de noticias y datos. Información hay mucha, excesiva, formación escasa y escucha, poca.

La sordera –sordo- es la persona enquistada en sí misma que no quiere escuchar ni puede comunicarse.

El pasado domingo leíamos cómo el AT y Jesús nos decían: “Escucha Israel”, atiende a razones. “Escucha Israel” es una oración judía que dispone al ser humano a escuchar en la vida.

    En la tradición profética, la sordera -como la ceguera- son figura de quien no quiere ver ni escuchar (Is 6,9; 42,18; Jer 20-23, etc.)

Sin embargo, el ser humano por naturaleza es el que “está abierto” a todo lo que en la historia le habla. Ser humano y ser cristiano es vivir abiertos, vivir como “espíritus abiertos” en el mundo.

El ser humano por naturaleza es el que “está abierto” (Effatá) a toda palabra que se pronuncia en la historia. Ser humano y ser cristiano es vivir abiertos. (Es la idea central del pensamiento de K. Rahner (Oyente de la Palabra). Somos seres abiertos.

    Hay sorderas que no se curan con audífonos, sino con una actitud de escucha.

Somos -seamos- seres abiertos.

  1. v 33 Jesús separa de la multitud al sordo y hace un rito extraño: le mete los dedos en los oídos y con su saliva le toca la lengua.

    Jesús apartándose un poco de la multitud le dice: vámonos de aquí, que con tanta manifestación, megafonía, televisiones, tertulianos, zapping y fútbol no hay quien pueda oír ni hablar nada; no hay manera de entenderse. Vámonos lejos del mundanal ruido y en silencio nos escucharemos y entenderemos.

    Hay cosas, situaciones, misterios de la vida que únicamente se escuchan y entienden en el silencio de la intimidad con uno mismo y con Dios. Nada hay íntimo como tú mismo, (San Agustín) y en el fondo: Dios.

Por otra parte es un poco extraña la alusión de esta escena de la saliva Jesús cura con su saliva: con su espíritu. La saliva es algo muy personal y significa el espíritu de una persona, en este caso el espíritu de Jesús. Es una escena muy semejante a la curación del ciego de Jericó: Jesús hace barro con su saliva: una nueva creación. (Jn 9). Jesús mirando al cielo -al poder de Dios- suspiró -como Dios creador en el Génesis-, infunde su espíritu a aquel sordo y exclama: Effetá, ábrete.

Es decir, Jesús vuelve a crear un hombre nuevo, abierto.

  1. v 34 Effetá: ábrete. No es la magia del Ábrete, Sésamo.

Prácticamente hemos olvidado o perdidoaquel rito que se hacía en el bautismo en el que se recordaba esta escena y se decía al niño: ¡Ábrete!

No se trata de un rito mágico. Se trata de un abrirse personal. El niño poco a poco se va abriendo a la vida, a la familia, a la convivencia, al idioma, a la cultura, al pueblo, a la fe. (De ahí la importancia de lo que le vamos diciendo, enseñando y transmitiendo al niño, a las nuevas generaciones).

Es sano y bueno vivir abiertos. Somos -seamos- seres abiertos.

Vivir enquistado es signo no solamente de egoísmo, sino de una psicología algo enfermiza. Es sano vivir abierto a los demás, a la cultura, a la teología.

Por ejemplo: ¡Cuántas personas no se abrieron al Vaticano II y otros movimientos eclesiales y culturales! Sufren y hacen sufrir en las familias, en las comunidades religiosas, eclesiales, en las diócesis, etc. Ábrete al modo de pensar y vivir de los demás, a otras tradiciones eclesiales, a otras religiones, culturas incluso a otras ideologías, vivamos abiertos a la historia.

“Yo” no soy ni tengo la verdad. La vida puede ser de muchas maneras y modos diversos y distintos a los míos.

Por otra parte, hemos vivido y estamos viviendo en algunos sectores eclesiásticos y algunas diócesis tiempos de enorme cerrazón teológica, bíblica, litúrgica, moral, que es lo contrario del effatá-ábrete del evangelio. Todavía se cultiva esa situación de trincheras, por ejemplo, en nuestra propia diócesis.

Infunde ánimo y esperanza que el papa Francisco trate de crear una iglesia abierta: mejor es que tengamos un accidente a que nos intoxiquemos con el aire viciado que tenemos dentro. Quiera Dios que esta iglesia deje de oler a alcanfor, cuando no a formol. Las ventanas abiertas (Juan XXIII) nos posibilitan respirar oxígeno puro.

La diferencia entre el modelo eclesial de Francisco respecto de posiciones anteriores y la posición de algunos cardenales y obispos es que Francisco mira hacia adelante, hacia fuera, (las periferias) y lo hace con bondad, mientras que algunos obispos y posiciones anteriores, miran hacia dentro, hacia atrás y hacia lo doctrinario y con violencia, no miran a las personas, a los creyentes.

  1. ¿Eliminemos palabras y cuestiones?

Tampoco es muy sensata la postura de eliminar palabras (preguntas) en la vida. No es muy sensato prescindir en el la familia y en el mundo de la educación las cuestiones sobre el sentido de la vida, sobre la ética, sobre Dios, sobre la enfermedad y la muerte, etc. Hay que escuchar también esas cuestiones e intentar darles una respuesta. Los planes de educación y los mismos padres no humanizan excluyendo y evitando ciertas preguntas y problemas, porque tarde o temprano los problemas saldrán a flote.

    Effetá. Ábrete.

  1. Sed fuertes, no temáis. (Isaías 35,4-7a).

Puede que se cierren puertas y ventanas, puede que no se quieran abrir caminos y recorridos teológicos y culturales, puede que nos toquen vivir tiempos duros en la sociedad y en nuestra propia diócesis. Esto produce mucha frustración y mina los cimientos de la existencia y de la esperanza  Sin embargo: no temáis sed fuertes, hemos escuchado al profeta Isaías. La saliva, el Espíritu de Cristo nos hace seres nuevos y nos abre hacia el horizonte infinito. ¡ábrete y no temas: sé fuerte en la vida!

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