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¡Oh, Dios mío, Trinidad a quien adoro!

Domingo, 30 de mayo de 2021
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Oh, Dios mío, Trinidad a quien adoro! Ayúdame a olvidarme enteramente de mí para establecerme en Ti, inmóvil y tranquila, como si mi alma estuviera ya en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de Ti, ¡oh mi Inmutable!, sino que cada minuto me sumerja más en la hondura de tu Misterio.

Inunda mi alma de paz; haz de ella tu cielo, la morada de tu amor y el lugar de tu reposo. Que nunca te deje allí solo, sino que te acompañe con todo mi ser, toda despierta en fe, toda adorante, entregada por entero a tu acción creadora.

¡Oh, mi Cristo amado, crucificado por amor, quisiera ser una esposa para tu Corazón; quisiera cubrirte de gloria amarte… hasta morir de amor! Pero siento mi impotencia y te pido «ser revestida de Ti mismo»; identificar mi alma con todos los movimientos de la tuya, sumergirme en Ti, ser invadida por Ti, ser sustituida por Ti, a fin de que mi vida no sea sino un destello de tu Vida. Ven a mí como Adorador, como Reparador y como Salvador.

¡Oh, Verbo eterno, Palabra de mi Dios!, quiero pasar mi vida escuchándote, quiero hacerme dócil a tus enseñanzas, para aprenderlo todo de Ti. Y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero fijar siempre la mirada en Ti y morar en tu inmensa luz. ¡Oh, Astro mío querido!, fascíname para que no pueda ya salir de tu esplendor.

¡Oh, Fuego abrasador, Espíritu de Amor, «desciende sobre mí» para que en mi alma se realice como una encarnación del Verbo. Que yo sea para El una humanidad suplementaria en la que renueve todo su Misterio.

Y Tú, ¡oh Padre Eterno!, inclínate sobre esta pequeña criatura tuya, «cúbrela con tu sombra», no veas en ella sino a tu Hijo Predilecto en quien has puesto todas tus complacencias.

¡Oh, mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad donde me pierdo!, yo me entrego a Ti como una presa. Sumergíos en mí para que yo me sumerja en Vos, mientras espero ir a contemplar en vuestra luz el abismo de vuestras grandezas.

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Elisabeth Catez, Santa Isabel de la Trinidad

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En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo:

“Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.”

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Mateo 28,16-20

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Sin embargo, lo que debe interesarnos sobre todo, en el misterio de la inhabitación de la Trinidad en el alma de los justos, son los deberes y las exigencias prácticas y aplicadas a la vida del misterio trinitario. Las exigencias se reducen a estas tres palabras clave: orden, purificación, recogimiento. La inhabitación es el misterio del recogimiento y de la purificación. Para comprender el motivo, basta con pensar en el llamado «principio de los contrarios», que se expresa en estos términos: dos realidades contrarias no pueden coexistir, al mismo tiempo, en el mismo sujeto. La acción del Espíritu que inhabita es íntima, silenciosa, delicada: no es fuego que devora, no es un terremoto destructor, ni viento impetuoso, sino -para decirlo con la Biblia— un ligerísimo e imperceptible soplo. De ahí que, para advertirlo, se exige que el alma se ponga en afinidad psicológica con él: a fin de que, para decirlo con palabras de Pablo, las realidades espirituales se «adapten» a las realidades espirituales. Por esta razón, todos los grandes maestros de la vida cristiana no cesan de recomendar el recogimiento-silencio-custodia del corazón. La experiencia de Agustín es clásica a este respecto. Dice: «Envié fuera de mí a mis sentidos para buscarte, Dios mío, pero no te encontraron: yo te buscaba fuera de mí, mientras que tú estabas dentro… Mal te buscaba, Dios mío…». Teresa de Ávila y Juan de la Cruz han hecho las mismas observaciones.

Por lo que se refiere a nuestros deberes con nuestros Huéspedes, diremos que han de ser tratados como trataríamos a un huésped de gran consideración: cuando llega un huésped limpiamos la casa; eliminamos todo aquello que pueda ofender la consideración que le debemos; la adornamos con flores, alfombras; le acompañamos, le rodeamos de mil atenciones y sorpresas; le ofrecemos regalos… No se trata más que de aplicar esta estrategia. Antes que nada hay que llevar cuidado con la limpieza «exterior» del cuerpo: yo diría casi que el modo de vestir-tratar-hablar debe estar marcado por un cierto señorío y elegancia.

Así, la madre debe tratar con el máximo respeto -mejor aún, con veneración- el cuerpo de su hijo, debe vestirlo bien, antes que nada porque es templo del Espíritu. Una nueva mentalidad debe inspirar-orientar todas las relaciones sociales del bautizado. Como es obvio, también la práctica de las catorce obras de misericordia adquiere una nueva luz que –digámoslo también- las «sacramentaliza». En segundo lugar – y esto es aún más importante-, debemos purificar nuestra alma de todo lo que pueda disgustar a la Trinidad que inhabita, como el ejercicio del egoísmo en su triple forma del tener-gozar-poder, que, a su vez, se ramifican en los siete vicios capitales. Tenemos asimismo el deber de acompañar a nuestros tres Huéspedes con el silenciorecogimiento: abandonar al huésped es falta de educación…

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A. Dagnino,
La vida cristiana o el misterio pascual del Cristo místico,
Cinisello B. 71988, pp. 153-156).

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , , , ,

“El nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Santísima Trinidad – B (Mateo 28,16-20)

Domingo, 30 de mayo de 2021
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Trinidad-Rubliov¿Cómo se comunicaba Jesús con Dios?, ¿qué sentimientos se despertaban en su corazón?, ¿cómo lo experimentaba día a día? Los relatos evangélicos nos llevan a una doble conclusión: Jesús sentía a Dios como Padre, y lo vivía todo impulsado por su Espíritu.

Jesús se sentía «hijo querido» de Dios. Siempre que se comunica con él lo llama «Padre». No le sale otra palabra. Para él, Dios no es solo el «Santo» del que hablan todos, sino el «Compasivo». No habita en el templo, acogiendo solo a los de corazón limpio y manos inocentes. Jesús lo capta como Padre que no excluye a nadie de su amor compasivo. Cada mañana disfruta porque Dios hace salir su sol sobre buenos y malos.

Ese Padre tiene un gran proyecto en su corazón: hacer de la tierra una casa habitable. Jesús no duda: Dios no descansará hasta ver a sus hijos e hijas disfrutando juntos de una fiesta final. Nadie lo podrá impedir, ni la crueldad de la muerte ni la injusticia de los hombres. Como nadie puede impedir que llegue la primavera y lo llene todo de vida.

Fiel a este Padre y movido por su Espíritu, Jesús solo se dedica a una cosa: hacer un mundo más humano. Todos han de conocer la Buena Noticia, sobre todo los que menos se lo esperan: los pecadores y los despreciados. Dios no da a nadie por perdido. A todos busca, a todos llama. No vive controlando a sus hijos e hijas, sino abriendo a cada uno caminos hacia una vida más humana. Quien escucha hasta el fondo su propio corazón le está escuchando a él.

Ese Espíritu empuja a Jesús hacia los que más sufren. Es normal, pues ve grabados en el corazón de Dios los nombres de los más solos y desgraciados. Los que para nosotros no son nadie, esos son precisamente los predilectos de Dios. Jesús sabe que a ese Dios no le entienden los grandes, sino los pequeños. Su amor lo descubren quienes le buscan, porque no tienen a nadie que enjugue sus lágrimas.

La mejor manera de creer en el Dios trinitario no es tratar de entender las explicaciones de los teólogos, sino seguir los pasos de Jesús, que vivió como Hijo querido de un Dios Padre y que, movido por su Espíritu, se dedicó a hacer un mundo más amable para todos.

José Antonio Pagola

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“Bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Domingo 30 de mayo de 2021. Santísima Trinidad.

Domingo, 30 de mayo de 2021
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35-trinidadB cerezoDe Koinonia:

Deuteronomio 4,32-34.39-40: El Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro.
Salmo responsorial: 32: Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
Romanos 8,14-17: Habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: “¡Abba!” (Padre).
Mateo 28,16-20: Bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: “Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.”

Conscientes de que el material teológico para una predicación tradicional sobre la Trinidad es muy fácil de encontrar entre las varias decenas de servicios bíblico-litúrgicos que se ofrecen actualmente en internet, nosotros, fieles a nuestro «carisma», vamos a tratar de completar los enfoques tradicionales con algunas perspectivas críticas, para las comunidades que no quieren simplemente repetir lo de siempre, sino replanteárselo.

La reflexión teológica podría centrarse en la «trinidad» misma, o sea «el hecho de que Dios sea TRES personas», y la relación de esta trinidad con el monoteísmo. Veamos.

Jesús era y fue siempre judío, y como tal, fue absoluta y celosamente monoteísta. Jesús nunca habló de, ni siquiera pudo pensar en una «trinidad» de personas en Dios, lo que le hubiera sonado prácticamente a una blasfemia. Para Jesús, Dios es uno y sólo uno y nada más que uno.

Ello quiere decir algo que muchos cristianos no saben, y que algunos se extrañan al llegarlo a saber: que la doctrina de la Trinidad no es del tiempo de Jesús, sino muy posterior. De hecho se adjudica al Concilio de Nicea (325) su primera formulación definitiva. Ello quiere también decir que los evangelios no nos pueden hablar de la Trinidad directamente tal como nosotros la conocemos, y que esas frases que la citan –como la del evangelio de este domingo- son inclusiones posteriores.

Si la doctrina de la Trinidad es una elaboración de los primeros siglos de la Iglesia, que sólo en el siglo IV comenzaron a adquirir una formulación que quedaría luego consagrada oficialmente, ello significa que tiene un componente de construcción teológica, «construcción humana», pues. No es, como dice la simplificación al uso, que Jesús vino del cielo a revelarnos este misterio que no sabíamos, y que nos lo contó, como se daba por supuesto que el Evangelio decía.

Otro filón importante de este bloque temático es la tremenda huella de la filosofía griega que la doctrina de la Trinidad transpira: persona, sustancia, naturaleza, hipóstasis… Todo en ella es una articulación de conceptos de la filosofía griega. De alguna manera, la doctrina de la Trinidad es la respuesta que el cristianismo de aquel momento histórico dio, en una sociedad imbuida de filosofía griega, con la que estaba tratando de dialogar el cristianismo, a la pregunta por el dios en que creía esa religión que estaba saliendo de las catacumbas y luchaba por conseguir un puesto reconocido en la sociedad. No cabe duda de que la doctrina de la Trinidad es un modelo ejemplar de lo que es la «inculturación» de una religión en una cultura ajena. El judeocristianismo, que no sabía nada de aquellas categorías filosóficas helénicas, acabó expresándose, reformulándose a sí mismo en un lenguaje que nada tenía que ver con el lenguaje bíblico neotestamentario. Esta «inculturación» ha sido puesta frecuentemente como «modelo» de lo que debería ser la inculturación de la fe cristiana en otras culturas. Es la «helenización del cristianismo», tan ejemplar por una parte, como nefasta por otra.

El problema es que aquella filosofía griega hoy sólo se puede encontrar en los libros de historia; en la vida real nadie echa mano de aquella filosofía para responder a las preguntas actuales. Mientras el mundo y la cultura han dejado de creer en la filosofía griega, la Iglesia sigue formulándose a sí misma –y sus doctrinas- en aquella filosofía, y teniendo esas fórmulas como oficiales. Más aún, como intocables, y en no pocos casos como ininterpretables.

(Un ejemplo distinto al de la Trinidad, pero no al margen del domingo: la «transubstanciación», que es «hilemorfismo» aristotélico, pura filosofía griega, de la que nadie echa mano para comprender cosmológicamente la realidad… De ahí que un elemento central de la eucaristía resulte ininteligible para todo cristiano de hoy que no comparta esa filosofía de hace 25 siglos. En el último diálogo teológico que hubo al respecto, los censores romanos desecharon toda otra explicación –se habían presentado varias, muy buenas- y decidieron que sólo la explicación de la «transubstanciación» era reconocida oficialmente como correcta. Desde entonces se acabó el diálogo teológico y pastoral sobre ese tema. Quedó sobreseído y archivado).

Otro elemento es el mismo concepto de «persona». Se trata de un concepto también griego, y más ampliamente occidental, pero que no es universal. En toda su concreta riqueza cultural resulta intraducible a otras culturas, en las que esa categoría no cuadra exactamente. Pero a los occidentales nos parece la categoría suprema, como «lo máximo» que podríamos atribuir a Dios, y también como un mínimo que no podríamos dejar de atribuirle. Así, frente al hinduismo, al budismo, a la espiritualidad «no dual»… a muchos cristianos les resulta imposible aceptar una idea de Dios menos «personal»… Pero si lo pensamos bien, Dios no es persona… Llamarle así no deja de ser un «antropocentrismo». No debiéramos estar tan seguros de que «persona» es una categoría bien aplicada a Dios, un concepto que «le calza bien»… No hay ninguna palabra en la que quepa Dios… y tampoco cabe en la palabra «persona». Más que «personal», puede ser que tuviéramos que decir que Dios es transpersonal, suprapersonal…

Un último elemento de reflexión respecto a la teología trinitaria es la frecuencia con la que los cristianos entendemos mal la doctrina oficial misma de la Trinidad. En la práctica muchos cristianos guardan en su espiritualidad la imagen de «tres personas como tres dioses», a pesar de la proclamación meramente verbal de la unicidad de Dios… Transcribimos más abajo algunas cautelas que Schillebeeckx expresara al respecto.

Habría todo otro tema a revisar, debajo mismo del plano de la Trinidad, y sería el tema del «teísmo» mismo. Demasiado fácilmente hablamos de «Dios», como si supiéramos lo que decimos, y como si en esa palabra sí que cupiera Dios, y le viniera justa la talla… No es tema para desarrollar ahora, pero sí que puede ser bueno simplemente apuntarlo: «Dios tampoco es dios», no es theos, no se le ajusta ese concepto… En los últimos siglos muchos hombres y mujeres no han aguantado lo mal que se sentían ante esa creencia de identificar el Misterio de la Realidad con un theos, esa forma de creer que lo llama «Dios», y tuvieron que optar por el «a-teísmo» para no asfixiarse. Hoy, a estas alturas de los tiempos, afortunadamente, ya muchas personas sabemos que el «teísmo» no es más que un «modelo», una forma de modelar mentalmente ese Misterio de la Realidad, para entendernos. Y por eso mismo sabemos que no hay que darle más importancia a lo que es simplemente un modelo. La alternativa ya no es teísmo/ateísmo. Ahora conocemos la posibilidad del pos-teísmo… Podemos seguir creyendo en el Misterio de la Realidad, en todo aquello que nuestros abuelos y ancestros modelaron en la categoría theos, dios, sabiendo que no es sino un modelo, y desestimándolo si no nos sirve. Si aquellas creencias no nos resultan asumibles –en cuanto creencias, en cuanto modelos útiles- hoy podemos ser igualmente espirituales, e incluso concretamente cristianos, sin tener que ser teístas, ni ateos, sino «pos-teístas». El tema sería largo… Recomendamos para los interesados solamente el libro de John Shelby Spong, Un cristianismo nuevo para un mundo nuevo, colección «Tiempo axial» (tiempoaxial.org).

Acabemos recordando aquel lema que las Comunidades Eclesiales de Base brasileñas acuñaron hace unos 20 años: «A Trindade é a melhor Comunidade», la Trinidad es la mejor Comunidad. Leer más…

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30.6.21 Domingo de la Trinidad, un Dios que parece jubilado por inútil: El Dios El Cristiano, un Dios por descubrir.

Domingo, 30 de mayo de 2021
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 88259463-B143-4C9A-9A23-9345013763A7Del blog de Xabier Pikaza:

K. Rahner (1904-1984), gran teólogo del siglo XX, dijo que si un día se suprimiera la Trinidad, en la teología y en la iglesia, no pasaría nada. ¿Por qué? Porque en el fondo, para una mayoría, ella no “pinta” ni hace nada, es como un mueble abandonado hace siglos. Ésta es una de las críticas mayores que he escuchado contra el cristianismo. Así decía Rahner, el año 1960: 

“…los cristianos, a pesar de su confesión ortodoxa de la Trinidad, son en la realización de su existencia religiosa casi exclusivamente «monoteístas»….Si hubiera que desechar, por falsa, la doctrina trinitaria, la mayor parte de la bibliografía religiosa podría permanecer casi tal y como está”.

“…la idea que el cristiano tiene de la Encarnación no tendría que modificarse nada si no hubiera Trinidad… la doctrina de la gracia es, de hecho, monoteísta, no trinitaria…”

“ (En contra de eso…) La tesis fundamental… que destaca la Trinidad en tanto misterio de salvación…podría formularse así: la Trinidad «económica» es la inmanente, y recíprocamente”.

Éstas son algunas afirmaciones de un trabajo de K. Rahner, que citaré en su versión “on line”, presentando después una pequeña versión mía del tema.

Rahner quiso recuperar desde su gran magisterio el carácter trinitario (=encarnatorio) del cristianismo, aunque quizá con poca fortuna. Yo he querido imitarle, en una línea más modesta, como verá quien siga leyendo. Buen día de la Trinidad a todos, pues sin ella (sin encarnación) no seríamos cristianos.

| X. Pikaza

Trabajo de K. Rahner:   Advertencias sobre el tratado dogmático «de Trinitate», edición en PDF Escritos de Teología IV,Cristiandad, Madrid 1962, 107-111 (=«Bemerkungen zum dogmatischen Traktat ‘De Trinitate’»: Universitas (Festschrift für Bischof A. Stohr) 1, Mainz 1960, 130-150.

Reflexión básica de K. Rahner

  1. A partir de la Edad Media, la reflexión teológica y la vida de la Iglesia se ha desligado de su raíz “trinitaria”, de forma que han surgido “dos trinidades”. (a) La Trinidad inmanente se ha convertido en una especie de reflexión arcana sobre el Dios en sí, sin influjo real en la “trinidad económica” o, mejor dicho, en la “economía” viva de la teología y vida de la iglesia.
  2. Prácticamente todo en la teología y en la vida de la Iglesia se ha desarrollado y resuelto como si no hubiera trinidad/encarnación real (histórica), de manera que si no hubiera trinidad en el Cristianismo real de occidente no cambiaría prácticamente nada.
  3. El tratado “de Dios” (y la visión práctica de Dios) se ha desligado de Dios, de manera que todo sucede y se resuelve como si Dios-Trinidad no existiera. Lo mismo se puede decir del tratado de la Gracia y de la Iglesia, de los Sacramentos y de la vida eterna.

Ampliación de X. Pikaza

              De la visión de K. Rahner y de su influjo he tratado en algunos libros, como  Enchiridion Trinitatis y Trinidad. Ahora quiero evocar sólo tres puntos en los que la “crítica trinitaria” de Rahner sigue siendo pertinente.

  1. La estructura real de la Iglesia y de su estructura sigue siendo pre-trinitaria y pre-encarnatoria, pues aboga por una jerarquía monárquica (no comunitaria), sin encarnación real en la historia (como si Jesús de Nazaret no hubiera existido o no fuera el “Hijo” encarnado).
  2. Prácticamente todo el Derecho Eclesial es pre-trinitario y pre-encarnatorio, pues se funda en una visión ontológica no trinitaria ni encarnatoria de la autoridad.
  3. El compromiso social de la Iglesia, siendo muy bueno, sigue siendo también pre-trinitario y pe-encarnatorio, pues tiende a fundarse en un Dios superior de arriba, no de comunión y encarnación real, como Cristo.

Reflexión posterior

              A pesar de la crítica de K. Rahner, que yo mismo he mantenido, la iglesia en su raíz ha sido y sigue siendo Trinidad (comunión de Dios) y encarnación (presencia y despliegue de esa comunión en forma humana). Mantener destacar ese principio trinitario de la iglesia, como quería Rahner, exige, a mi juicio,  trersgrandes “reformas” o críticas.

  1. La primera consiste en “fundarse” a en Escritura, como quiere el Papa Francisco. Se trata de volver al despliegue vivo de la Biblia, descubriendo así el despliegue y presencia de Dios en la vida de los hombres, no en una superestructura ontológica de tipo idealista y dictatorial.
  2. La Trinidad es una exégesis de la vida y persona de Jesús, tanto en su vinculación a Dios (en su relación con el Padre) como en su apertura hacia los hombres: en su mensaje de libertad y en el don pascual que el Espíritu ofrece a los creyentes. Vivir cómo y desde Jesús, eso es creer en la Trinidad.
  3. La Trinidad es la misma comunión divina, expresada en forma de comunión y comunicación de vida entre los hombres, en un plano personal y social, afectivo y económico.

AMPLIACIÓN TEÓRICA. TRINIDAD REDENTORA

(Texto de una mis colaboraciones a la revista Trinidad y Liberación, de los Padres Trinitarios, en la que colaboro desde hace muchos años, agradeciéndoles su fidelidad al carisma trinitario y su amistas entrañable).

Trinidad es ser/vivir en libertad y comunión, siendo cada uno perfecto en sí mismo, recibiendo y dando lo que es y lo que tiene. Trinidad es, según eso, amor de Padre/Hijo (dar y recibir), siendo amor compartido/enamorado (Espíritu Santo).

Dios es por tanto amor enamorado donde el Padre y el Hijo (dar y recibir) son de tal manera en comunión que puede y debe confesarse, con  San Juan de la Cruz, que ellos son un Amante y un Amado, en el Amor que es el Espíritu.Ésta no es una opinión más, una verdad entre otras, sino la verdad cristiana,el descubrimiento emocionado de la realidad de Dios, el principio de toda redención.

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Fiesta de la Santísima Trinidad. Ciclo B

Domingo, 30 de mayo de 2021
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24.the_trinity-blanchard-lowresDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El año litúrgico comienza con el Adviento y la Navidad, celebrando cómo Dios Padre envía a su Hijo al mundo. En los domingos siguientes recordamos la actividad y el mensaje de Jesús. Cuando sube al cielo nos envía su Espíritu, que es lo que celebramos el domingo pasado. Ya tenemos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Estamos preparados para celebrar a los tres en una sola fiesta, la de la Trinidad. Esta fiesta surge bastante tarde, en 1334, y fue el Papa Juan XII quien la instituyó. Quizá se pretendía (como ocurrió con la del Corpus) contrarrestar a grupos heréticos que negaban la divinidad de Jesús o la del Espíritu Santo. Cambiando el orden de las lecturas subrayo la relación especial de cada una de ellas con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Dios Padre (Deuteronomio 4, 32-34. 39-40)

Moisés habló al pueblo, diciendo:  

– «Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿hubo jamás, desde un extremo al otro del cielo, palabra tan grande como ésta?; ¿se oyó cosa semejante?; ¿hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?; ¿algún Dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes terrores, como todo lo que el Señor vuestro Dios, hizo con vosotros en Egipto, ante vuestros ojos? Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor, tu Dios, te da para siempre.»

Como es lógico, un texto del Deuteronomio, escrito varios siglos antes de Jesús, no puede hablar de la Trinidad, se limita a hablar de Dios. Su autor pretende inculcar en los israelitas tres actitudes:

1) admiración ante lo que el Señor ha hecho por ellos, revelándose en el Sinaí y liberándolos previamente de la esclavitud egipcia;

2) reconocimiento de que Yahvé es el único Dios, no hay otro; cosa que parece normal en un mundo como el nuestro, con tres grandes religiones monoteístas, pero que suponía una gran novedad en aquel tiempo;

3) fidelidad a sus preceptos, que no son una carga insoportable, sino el único modo de conseguir la felicidad.

Dios Hijo (Mateo 28, 16-20)

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo:

̶  «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»

El texto del evangelio, el más claro de todo el Nuevo Testamento en la formulación de la Trinidad, pero al mismo tiempo pone de especial relieve la importancia de Jesús.

A lo largo de su evangelio, Mateo ha presentado a Jesús como el nuevo Moisés, muy superior a él. El contraste más fuerte se advierte comparando el final de Moisés y el de Jesús. Moisés muere solo, en lo alto del monte, y el autor del Deuteronomio entona su elogio fúnebre: no ha habido otro profeta como Moisés, «con quien el Señor trataba cara a cara, ni semejante a él en los signos y prodigios…» Pero ha muerto, y lo único que pueden hacer los israelitas es llorarlo durante treinta días.

Jesús, en cambio, precisamente después de su muerte es cuando adquiere pleno poder en cielo y tierra, y puede garantizar a los discípulos que estará con ellos hasta el fin del mundo. A diferencia de los israelitas, los discípulos no tienen que llorar a Jesús sino lanzarse a la misión para hacer nuevos discípulos de todo el mundo. ¿Cómo se lleva a cabo esta tarea? Bautizando y enseñando. Bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo equivale a consagrar a esa persona a la Trinidad. Igual que al poner nuestro nombre en un libro indicamos que es nuestro, al bautizar en el nombre de la Trinidad indicamos que esa persona le pertenece por completo.

      En la primera lectura, Dios exigía a los israelitas: «guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo»; en el evangelio, Jesús subraya la importancia de «guardar todo lo que os he mandado».

Dios Espíritu Santo (Romanos 8, 14-17)

Hermanos: Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: «¡Abba!» (Padre). Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y, si somos hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él para ser también con él glorificados.

La formulación no es tan clara como en el evangelio, pero Pablo menciona expresamente al Espíritu de Dios, al Padre, y a Cristo. No lo hace de forma abstracta, como la teología posterior, sino poniendo de relieve la relación de cada una de las tres personas con nosotros.

Lo que se subraya del Padre no es que sea Padre de Jesús, sino Padre de cada uno de nosotros, porque nos adopta como hijos.

Lo que se dice del Espíritu Santo no es que «procede del Padre y del Hijo por generación intelectual», sino que nos libra del miedo a Dios, de sentirnos ante él como esclavos, y nos hace gritarle con entusiasmo: «Abba» (papá).

Y del Hijo no se exalta su relación con el Padre y el Espíritu, sino su relación con nosotros: «coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él para ser también con él glorificados».

Reflexión final

La fiesta de la Trinidad provoca en muchos cristianos la sensación de enfrentarse a un misterio insoluble, no es la que más atrae del calendario litúrgico. Sin embargo, cuando se escuchan estas tres lecturas la perspectiva cambia mucho.

El Deuteronomio nos invita a recordar los beneficios de Dios, empezando por el más grande de todos: su revelación como único Dios. (Esto no debemos interpretarlo como una condena o infravaloración de otras religiones).

El evangelio nos recuerda el bautismo, por el que pasamos a pertenecer a Dios.

La carta a los Romanos nos ofrece una visión mucho más personal y humana de la Trinidad.

Finalmente, las tres lecturas insisten en el compromiso personal con estas verdades. La Trinidad no es solo un misterio que se estudia en el catecismo o la Facultad de Teología. Implica observar lo que Jesús nos ha enseñado, y unirnos a él en el sufrimiento y la gloria.

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Fiesta de la Santísima Trinidad. 30 de mayo de 2021.

Domingo, 30 de mayo de 2021
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Queremos felicitar calurosamente a nuestras hermanas del Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa que nos alimentan semanalmente con su espiritualidad en este día de su Fiesta.

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Los once discípulos fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había citado. Al verlo, lo adoraron; ellos que habían dudado…”

(Mt 28, 16-20)

¿Verdad que da una cierta envidia ver que los discípulos tenían una cita con Jesús? Dan ganas, muchas veces, de tener un encuentro cara a cara con Él. Deseamos tener a nuestro lado a Alguien de carne y hueso, tan concreto como nosotras mismas. Querríamos que Jesús, aquel nazareno del siglo primero, estuviera presente entre nosotras. Ver su mirada y oír sus palabras… ¡Y hasta pensamos que eso aliviaría nuestro corazón y nos quitaría todas las dudas! En el fondo creemos que las primeras discípulas y los primeros discípulos de Jesús tuvieron más suerte y que para ellos todo resultó más sencillo.

Pero el texto de hoy es muy claro: “Al verlo, lo adoraron; ellos que habían dudado”. Aquellos primeros discípulos tuvieron un itinerario lleno de dificultades como lo es también el nuestro. No les faltaron dudas ni temores. También a ellos los mordió la envidia, el orgullo y la traición.

Tampoco a ellos les cabía en la cabeza que Jesús fuera Dios y que Dios era Trinidad. Sencillamente porque estas realidades solo caben en el corazón. Porque el corazón es mucho más amplio y espacioso. Es un lugar que, bien entrenado, tiene una capacidad infinita de amar que es justo la medida que tiene Dios.

Somos imagen de Dios porque Dios ha puesto en nuestros corazones la capacidad de amar como Él nos ama. Por eso, en la medida en que desarrollamos nuestra capacidad de amar nos vamos haciendo más y más semejantes a Dios.

Además, cuando amamos nos ponemos en relación, nos unimos unos a otros. Y así, juntas, formando una gran red en la que cabemos todas y todos, entonces sí nos convertimos en lo que somos: Imagen de Dios Trinidad.

Pues en este día de la Trinidad no perdamos el tiempo pensando eso de si son tres pero son uno y todo lo que eso significa. No. Dediquemos el día a AMAR. Y así experimentaremos lo que ES esa danza amorosa del Padre, el Hijo y de la Santa Ruah.

Oración

Gracias, Trinidad Santa, por invitarnos a participar del Amor y de la Danza. Amén.

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

la-trinidad-1

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Pensar a Dios no sirve de nada; vivirlo sí.

Domingo, 30 de mayo de 2021
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trinidad-misericordiosaMt 28, 16-20

Es verdad que la Biblia dice que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, pero, en realidad, es el hombre el que está fabricando a cada instante un Dios a su medida. Es verdad que nunca podremos llegar a un concepto adecuado de lo que es Dios, pero no es menos cierto que muchas ideas de Dios pueden y deben ser superadas. Si ha cambiado nuestro conocimiento del mundo y del hombre, será lógico que cambie nuestra idea de Dios. El Dios antropomórfico tiene que dejar paso a un Dios-Espíritu, cada vez menos cosificado.

Decir que la Trinidad es un dogma, o un misterio, no hace más comprensible la formulación trinitaria. La verdad es que hoy no nos dice casi nada, y menos aún las explicaciones que se han dado a través de los siglos. Todas las teologías surgieron de una elaboración racional que siempre se hace desde una filosofía, determinada por un tiempo y una cultura. También la primitiva teología cristiana se desarrolló en el marco de una cultura y una filosofía, la griega. Pudo ser muy útil a través de la historia, pero no tenemos por qué atarnos a ella.

Cada día se nos hace más difícil la comprensión del misterio, entre otras cosas porque no sabemos qué querían decir los que elaboraron el dogma. Aplicar hoy a las tres personas de la Trinidad la clásica definición de Boecio “individua sustantia, racionalis naturae”, se antoja un poco ridículo. Aplicar a Dios la individualidad y la racionalidad propia del hombre es ridículo. Dios no es un individuo, ni es una sustancia ni es una naturaleza racional.

La dificultad, para hablar de Dios como tres personas, la encontra­mos en el mismo concepto de persona, que lejos de ser una constante a través de la historia, ha experimentado sucesivos cambios de sentido. Desde el “prosopon” griego, que era la máscara que se ponían en el teatro para que “resonara” la voz; pasando a significar el personaje que se representaba; al final terminó significando el individuo físico. El sentido moderno de persona, es el de yo individual, conciencia subjetiva, es decir, el núcleo íntimo del ser humano.

En la raíz del significado está la limitación. Existe la persona porque existe la diferencia y la separación. Esto es imposible aplicárselo a Dios. En los últimos años se está hablando del ámbito transpersonal. Creo que va a ser uno de los temas más apasionantes de los próximos decenios. Si el hombre está anhelando lo transpersonal, es ridículo seguir encasillando a Dios en un concepto personal, que siempre supone la limitación del propio ser.

Siempre que nos atrevemos a decir “Dios” estamos expresando una idea, es decir, un ídolo. Ídolo no es solamente una escultura de dios. También es un ídolo cualquier concepto que le aplicamos. El ateo sincero está más cerca del verdadero Dios, que los teólogos que creen haberlo atrapado en conceptos. Dios no es nada que podemos nombrar. El “soy el que soy” del AT tiene más miga de lo que parece. Dios es solo verbo, pero un verbo que no se conjuga, porque no tiene tiempos ni modos. Dios ES un inmenso presente que lo llena todo.

Dios no se identifica con la creación, pero tampoco es nada separado de ella. De la misma manera que no podemos imaginar la Vida como algo separado del ser que está vivo, no podemos imaginar lo divino separado de todo ser creado que, por el mero hecho de existir, está traspasado de Dios. Tampoco podemos decir que está donde actúa, porque tampoco puede actuar de una manera causal a semejanza de las causas segundas. La acción de Dios no podemos percibirla por los sentidos ni ser objeto de ciencia.

Jesús dio un vuelco a la idea de Dios. No es el Dios de los buenos, de los religiosos ni de los sabios. Es el Dios de los excluidos, de los enfermos, de los irreligiosos inmorales y ateos. El evangelio nos dice: “las prostitutas y los pecadores os llevan la delantera en el Reino de Dios”. El Dios de Jesús no interesa porque no aporta nada a los “buenos”. En cambio, llena de esperanza a los “malos”, que se sienten perdidos. “No tienen necesidad de médico los sanos sino los enfermos; no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores”

Para nosotros, es sobre todo la experiencia que Jesús tuvo de su Abba, lo que nos debe orientar en nuestra búsqueda. Jesús no se propuso inventar una nueva religión ni un nuevo Dios. Lo que intentó, con todas sus fuerzas, fue purificar la idea de Dios que tenía el pueblo judío en su época. Ese esfuerzo le costó la vida. Jesús en todo momento quiere dejar claro que su Dios es el mismo del AT. Eso sí, tan purificado y limpio de adherencias idolátricas, que da la impresión de ser una realidad completamente distinta.

La forma en que Jesús habla de Dios se inspira en su experiencia personal. Naturalmen­te esa vivencia no hubiera sido posible sin hacer suyo el bagaje religioso heredado de la tradición bíblica. En ella se encuentran ya claros chispazos de lo que iba ser la revelación de Jesús. La experiencia básica de Jesús fue la presencia de Dios en su propio ser. Descubrió que Dios lo era todo para él y decidió corresponder siendo él mismo todo para los demás. Tomó concien­cia de la fidelidad de Dios y respondió siendo fiel a sí mismo. Al llamar a Dios “Abba”, Jesús abre un horizonte completamente nuevo en las relaciones con el absoluto.

La base de toda experiencia religiosa reside en la condición de criaturas. El modo finito de ser uno mismo demuestra que no se da a sí mismo la existencia, por lo tanto, es más de Dios que de sí mismo. Sin Dios no sería posible nuestra existencia. El reconoci­miento de nuestra limitación es el camino para llegar a la experiencia de Dios. Él es el único verdadero y sólido fundamento sin el cual, nada existe. Jesús descubre que el centro de su vida está en Dios. Pero eso no quiere decir que tenga que salir de sí para encontrar su centro. Descubrir a Dios como fundamento es fuente de una insospechada humanidad.

Esta idea de Dios supone un salto sobre la idea del AT. Allí Dios era el Todopoderoso que hace un pacto al modo humano, y observa desde su atalaya a los hombres para ver si cumplen o no su “Alianza”, y reacciona en consecuencia. Si la cumplen, los ama y los premia, si no la cumplen, los reprueba y castiga. En Jesús Dios actúa de modo muy diferente. Él es don absoluto e incondicional. Él es agape y se da totalmente. Es el hombre el que tiene que reaccionar al descubrir lo que Dios es para él. La fidelidad de Dios es lo primero y el verdadero fundamento de una actitud humana.

Dios no puede ser un “tú” en el mismo sentido que lo es otro ser humano. Dios sería más bien la Realidad que posibilita el encuentro con un “tú”; es decir, sería como ese “tú” ilimitado que se experimenta en todo encuentro humano con el otro. Pero a Dios nunca se le puede experimentar directa­mente como tal “tú”, sin el rodeo del encuentro con un “tú” humano. No se trata pues, de evitar a toda costa el vocabulario teísta sino exponer con suficiente claridad el carácter analógico de todo lenguaje sobre Dios.

Meditación

La mejor pista nos la da Jesús: “yo y el Padre somos uno”.
Bien entendido que esto lo dijo como ser humano.
Jesús sigue siendo Jesús y Dios sigue siendo Dios,
pero toda diferencia ha desaparecido.
Solo si llego a descubrir lo que soy,
podré llegar, no a conocer, sino a vivir lo que es Dios.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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El hombre, trino y uno.

Domingo, 30 de mayo de 2021
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imglectiodivinaSupe también, con más tiempo y determinación aún, que esa flora y fauna interiores se enriquecen cuanto más se observan (Pablo D’Ors).

Domingo de la Santísima Trinidad.

Mt 28, 16-20

Los once discípulos fueron a Galilea, al monte que les había indicado Jesús. Al verlo, se postraron, pero algunos dudaron.

“Así pues, reconoce hoy, y aprende en tu corazón, que el Señor es Dios, arriba en el cielo y abajo en la tierra, y no hay otro” (Dt 4, 39). Misterio y cercanía. La invocación trinitaria explícita del Evangelio de Mateo nos ubica ante estas dos realidades: la de quienes se postran y adoran y la de quienes dudan. Los primeros reconocen a un Dios misterio, el que está arriba en el cielo; los segundos, a un Dios cercano que está abajo en la tierra.

El de arriba es frío y lejano. El de abajo, próximo y amoroso. En su obra Ensayo sobre vida y espiritualidad, Ed. Desclée de Brouwer (2015), el teólogo y geólogo Manuel García Hernández, nos presenta un ejemplo paradigmático en dos cuadros de la Santísima Trinidad pintados por Ribera y el Greco. El valenciano, dibuja un Dios-Padre sosteniendo con frialdad en su regazo al Hijo muerto. El griego, un Padre-Sumo Sacerdote, que parece representar más la religión de la Ley que la de la Gracia.

Son Padres-Dios de arriba en el cielo, que poco o nada dicen a los hombres de abajo en la tierra, a los que en palabras de San Pablo su filiación adoptativa les permite clamar “Abba“, Padre. Son aquellos que trinitariamente encarnados viven al Dios celeste en el terreno. Alphonse y Rachel Goettmann definen esta realidad en su obra La mystique du couple Ed. Desclée de Brouwer (2011): “La palabra “Trinidad” –Tri-unidad, forjada por la antigua Tradición de los Padres- recopila verdaderamente lo esencial del misterio: los tres en uno, la unidad en la diversidad.

Juan Ramón Jiménez intuyó la dificultad de despejar la incógnita de este misterio en los versos de su poema “No corras. Ve despacio”El poeta ahonda en una búsqueda íntima hasta encontrar el todo, no ya en el exterior sino en la comunión con su yo, donde se funden espíritu y naturaleza. El de Moguer no ha querido correr el peligroso riesgo que Wanda anunciaba en la película Ida (2013), del polaco Pawlikowski: “¿Y si después de ir allá descubres que no hay ningún Dios?”  Más fácil y seguro es buscarle dentro.

No corras. Ve despacio,
que donde tienes que ir
es a ti mismo…
y tu pequeño yo, recién-nacido eterno,
no te puede seguir.

En Una terapia peligrosa, de Harold Ramir (USA 1999), el protagonista (Robert De Niro) nos señala la dirección en que hay que caminar para lograrlo: “Debes mirar dentro de ti…, de tu ser interior, y averiguar quién eres; porque yo he avanzado… Estoy siendo positivo, y me siento bien conmigo mismo”. Esa es la plenitud donde el espíritu se encarna en la materia y la materia se hace espíritu. Y sentarse a pensarla nos lleva a enriquecerla. A Pablo D’Ors le sucedió otro tanto, nos relata en Biografía del silencio: “Supe también, con más tiempo y determinación aún, que esa flora y fauna interiores se enriquecen cuanto más se observan”.

El amor es revoltoso, nos cruza y entrecruza por pasillos abiertos interiores hasta hacernos “humanos trino y uno”: saxo y melodía de igual modo. León Felipe el zamorano nos descubre que el hombre tiene sangre, que nos enseña que el hombre es Dios, incluso el mal ladrón que está en el Gólgota a su izquierda. Una mística la suya espiritualmente íntima, que nada tiene de confesional ni dogmática. Que también es trinidad oculta en ella: el misterio, la tragedia y lo divino. “Yo soy el que ama, decía el sufí  Al-Halla, y el que yo amo ha venido a ser yo; somos un solo espíritu fundido en un solo cuerpo”.

CRISTO, TE AMO

Cristo, te amo
no porque bajaste de una estrella
sino porque me descubriste
que el hombre tiene sangre,
lágrimas, congojas…
¡llaves, herramientas!
para abrir las puertas cerradas de la luz.
Sí… Tú me enseñaste que el hombre es Dios…
un pobre Dios crucificado como Tú.
Y aquel que está a tu izquierda en el Gólgota,
el mal ladrón…
¡también es un Dios!

León Felipe

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Estoy con vosotros todos los días.

Domingo, 30 de mayo de 2021
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logo-spirito-santoMt 28, 16-20

Estamos ante el final del evangelio de Mateo. El grupo de los once habían confiado en la palabra de las mujeres que les habían comunicado que Jesús había resucitado y que los esperaba en Galilea y allí se dirigieron.

Las mujeres del grupo habían comprendido al reunirse a hacer el duelo por el amigo, que aquel sepulcro vacío no tenía la última palabra, y allí, entre el miedo y el asombro, recordaron todo lo compartido con él por los caminos de Galilea, lo que habían descubierto cuando les hablaba o cuando actuaba. En esa memoria experimentaron de nuevo la fuerza del proyecto compartido y aquella primera ausencia se convirtió en presencia y fueron a contarlo al resto de sus compañeros.

Volver a Galilea significa volver a los orígenes, al lugar donde había empezado aquel ilusionante proyecto junto a Jesús pero que con la crucifixión del maestro todo parecía haber perdido sentido. El regreso a Galilea no fue fácil, el impacto de la cruz era muy fuerte y, aunque comenzaban a creer en la nueva presencia de Jesús y se fortalecía su fe en el Dios que él les había anunciado y que ahora los y las invitaba a encontrarse con él de nuevo en la vida, estaban vacilantes e inseguros.

Subieron al monte que, sin duda, señala a aquel en que el maestro recreó su propuesta en aquella proclama tan honda y a la vez desafiante que eran las Bienaventuranzas (Mt 5, 1-11). Un monte en el que cuestionó un modo de vivir la ley y las relaciones humanas (5, 17-42). Un monte en el que recordó a sus compañeros y compañeras de camino que han de ser sal y luz (Mt 5, 13-16) y que todo ello solo era posible si su corazón iba más allá de sus heridas, de sus conflictos, de sus pérdidas o de sus fracasos y podían amar sin condiciones, sin quedarse en los espacios seguros de quienes los amaban y eran capaces de ofrecer perdón y tender la mano al enemigo (Mt 5, 43-48).

Ahora, de nuevo en el monte galileo, Jesús los invita a ponerse de nuevo en camino y a recordar lo que compartieron con él y a continuarlo y, sobre todo, a compartirlo con otros y otras y seguir invitando a la mesa del banquete del reino que él había inaugurado, sin distinción, sin limites y sin preferencias, como le habían visto hacer a Jesús.

Id y haced discípulos y discípulas, les dijo. Sí, porque el mensaje no era algo solo para ellos, no era solo para su grupo por muy cerca que hubiesen estado del maestro. La palabra salvadora y liberadora que en Jesús habían experimentado tenían que ofrecerla a otros y otras, tenían que entusiasmarse de nuevo con el proyecto y salir a los caminos y entrar en los pueblos para hacer visible con sus vidas al Dios que quería seguir recordando a sus hijas e hijos que los amaba gratuitamente y que solo deseaban su felicidad y poder alegrarse junto a ellos y ellas.

La comunidad receptora del evangelio se sentiría posiblemente invitada al final de la lectura del evangelio a volver a leerlo desde el principio a pasearse de nuevo por los recuerdos que Mateo les regala en su relato, a volver a Galilea, ahora ya no físicamente, para fortalecer su discipulado, para discernir sus actuaciones, para dejarse penetrar de nuevo por el mensaje.

Como aquella comunidad nosotras y nosotros también hoy estamos invitadas e invitados a volver a Galilea releyendo y ahondando en el mensaje de fe y vida que hemos heredado y sostenernos una vez más en la certeza de que Jesús sigue estando con nosotras y nosotros cada día, que nos anima, que nos ofrece su palabra, su sueño y, sobre todo, el camino para vivir en plenitud y con profunda gratuidad y hondura cada día y cada momento.

Carme Soto Varela

Fuente Fe Adulta

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Más allá del tiempo y del espacio.

Domingo, 30 de mayo de 2021
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Espacio.1Fiesta de la Trinidad

30 mayo 2021

Mt 28, 16-20

Todas las formas son espacio-temporales: ocupan un lugar en el espacio y en el tiempo. De hecho, el espacio-tiempo -una dimensión más en el mundo de los objetos- es “creado” por estos en la medida en que se expanden y se mueven. Lo cual significa que nacen simultáneamente.

 Lo realmente real, sin embargo, trasciende el tiempo y el espacio. Por eso, de ello no puede decirse con rigor que “existe”, sino que sencillamente “es”.

 En nuestro nivel “superficial” -del yo o de la persona- existimos como una forma más. En nuestra identidad profunda, somos. Todo lo que existe aparece y desaparece, nace y muere. Lo que es, sin embargo, permanece idéntico a sí mismo de manera estable.

 “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”, afirma Jesús, según este relato evangélico. En nuestra identidad profunda, más allá de la “forma” única de cada cual, somos lo mismo que Jesús. Por tanto, aquellas palabras podrían “traducirse” de este modo: lo que somos (“Yo soy”) está siempre con nosotros todos los días hasta el fin del mundo.

 Nuestra tragedia es que tendemos a olvidarlo, viviéndonos desconectados de la verdad de lo que somos, o poniendo nuestra “salvación” fuera de nosotros. La sabiduría, por el contrario, significa vivir anclados en nuestra identidad -atemporal, ilimitada- mientras nos “desplegamos” en esta forma que se mueve en el tiempo y el espacio.

 Para el cuarto evangelio, Jesús es el “Yo soy” -“el Padre y yo somos uno”-, viviéndose en la “forma” del carpintero de Nazaret y luego maestro itinerante. Del mismo modo, todos y todas somos el mismo “Yo soy”, viviéndose en cada una de nuestras personas.

¿Me reduzco al espacio-tiempo o me reconozco en la consciencia que lo trasciende?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Solo Dios puede salvarnos

Domingo, 30 de mayo de 2021
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03.06.Santa-Trinidad_Teofanes-el-Griego_Fresco-Iglesia-de-la-Transfiguracion-en-la-calle-Ilyin_NovgoroDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

  1. Entre ateísmos, agnosticismos y la nada.

         Celebramos hoy la fiesta del misterio insondable de Dios.

Celebramos, lógicamente, nuestra fe en Dios.

         La humanidad no ha sido atea (ni en la mayor parte del mundo lo es tampoco hoy en día). Probablemente el ateísmo, agnosticismo, nihilismo, etc. son un fenómeno relativamente nuevo que han hecho buena carrera en Europa occidental y poco más. El primer ateo “oficial” de la historia es Feuerbach (1804-1872), y quien firma el “parte de defunción” de Dios es Nietzsche (1844-1900): “Dios ha muerto”

         Ahora bien que Dios haya desaparecido de la escena europea, no significa que el ser humano deje de ser creyente. El ser humano es creyente por naturaleza; otra cuestión es en qué Dios creamos. No digo que el ser humano sea cristiano sino creyente.

Quien deja de creer en Dios, pronto creerá en cualquier cosa.

         Así hay quien cree en el dinero, en la patria, en el poder, en el placer: y esos son su “dios”, más bien sus ídolos. Hay quien vive por y para el dinero, por y para la patria, para el placer, hay quien vive con el centro de su existencia puesto en el equipo de fútbol del que es “forofo”, etc.

         Después en la vida la decepción, la frustración será el “test”, el PCR que nos indica que nos hemos equivocado de Dios o de ídolo en el que creíamos.

  1. Hacia el misterio de dios.

Celebramos hoy el misterio de Dios, misterio que no podemos comprender, pero al que podemos vivir abiertos, en el que podemos creer y al que podemos amar. Es el misterio del ser y del sentido.

         Intentar abarcar y explicar lo que sea Dios, es una pretensión imposible (excepto para fanáticos e intransigentes religiosos, que los hay…). ¡Dios nos libre de personas y eclesiásticos que esgriman conocer y tener a Dios! (Al día siguiente nos lo querrán vender e imponer en el supermercado con sus dogmas, ritos y leyes). Decía San Agustín (supongo no será un teólogo sospechoso) que si sabes quién es Dios, ese tal no es Dios. Deus Semper maior: Dios es siempre mayor de lo que podamos pensar y decir acerca de él. Dios no cabe en nuestro lenguaje, en nuestras fórmulas dogmáticas, en nuestros libros, leyes y ritos.

Entonces ¿qué o quién es Dios?

         Escribía Paul Tillich, teólogo alemán en pleno nazismo, a mediados del siglo XX:

El nombre de esta profundidad infinita e inagotable y el fondo de todo ser es Dios. Esta profundidad es lo que significa la palabra Dios. Y si esta palabra carece de suficiente significación para vosotros, traducidla y hablad entonces de las profundidades de vuestra vida, de la fuente de vuestro ser, de vuestro interés último, de lo que os tomáis seriamente, sin reserva alguna. Para lograrlo, quizá tendréis que olvidar todo lo que de tradicional hayáis aprendido acerca de Dios, quizás incluso esta misma palabra. pero si sabéis que Dios significa profundidad, ya sabéis mucho acerca de Él. Entonces ya no podréis llamaros ateos o incrédulos. Porque ya no os será posible pensar o decir: la vida carece de profundidad, la vida es superficial, el ser mismo no es sino superficie. Si pudiérais decir esto con absoluta seriedad, seríais ateos; no siendo así, no lo sois. Quien sabe algo acerca de la profundidad, sabe algo acerca de Dios.[1]

         Probablemente hoy en día (no digo en otras épocas) sino hoy en día ateo o agnóstico es el superficial, el frívolo, el que anda surfeando por las crestas de las olas de la postmodernidad.

¿Quieres saber cuál es tu Dios? Dios es aquello que te tomas absolutamente en serio en la vida, aquello por lo que estarías dispuesto a dejarlo, a entregarlo todo.

  1. El Dios de Jesús

         Claro que algo sabemos de Dios por JesuCristo. Sabemos que el Dios de Jesús es Padre y es amor.

         La percepción que Jesús tiene de Dios es que es su padre y nuestro padre, con lo que un padre supone de creación, de amor y de protección hacia sus hijos.

El entramado eclesiástico, los contextos teológicos y la educación recibida han creado e infundido no el aliento vital que celebrábamos el pasado domingo, (Pentecostés), ni la bondad, ni la experiencia de la Alianza, ni del perdón y del amor de Dios. El sistema eclesiástico ha creado un esquema religioso de miedo, cuando no de terror y angustia, de escrúpulo y culpabilidad, de condenación que eran el “carnet de identidad” de Dios.

Es una verdadera pena que el cristianismo haya degenerado en un sistema de cultivar miedo. Cuando el cristianismo olvidó y abandonó del centro de su ser la bondad de Dios, se convirtió en una máquina infernal de condenación.

Muchas veces en la vida me pregunto si por arte de la ciencia, de la psiquiatría desapareciera el miedo y la angustia ¿desaparecería ese tipo de religión férreo y fundamentalista?

Sin embargo el miedo y la angustia propugnados desde los púlpitos y cátedras son cristianamente falsos.

Dios, el Dios de Jesús,  no es el “gendarme del universo”, ni el inquisidor que nos haya de mandar a la hoguera (para eso ya estaba y sigue estando el Santo Oficio). Jesús nos enseña a creer en el Dios Padre del hijo pródigo, del buen ladrón, de la samaritana y de la adúltera.

Que Dios es Padre significa vivir en la bondad. Dios es amor, (1Jn 48).

  1. Creer.

         La fe, confiar, fiarse en la vida es absolutamente necesario para mantenerse en pie. No digo exactamente la fe cristiana, sino vivir confiadamente. Sin una fe en algo o alguien, la vida carece de sentido, de meta, de horizonte y se torna inestable

         ¿Y qué es la fe?

La fe es una pasión infinita. La fe no es una teología o un catecismo, siendo estos necesarios. La fe se da cuando mi vida queda sobrecogida por la realidad última del Ser, de Dios. La fe implica toda la existencia humana. La fe no es una parte de mi vida que se reduce a la misa dominical (eso en el mejor de los casos es religión, no fe).

La fe es el estado de experimentar una preocupación como última. La dinámica de la fe es la dinámica de la preocupación última del hombre.[2]

La fe es un acto que se produce en el eje vital y constituirá el centro de la persona[3]

         Para vivir humanamente (no de cualquier manera) es necesario creer: tener una preocupación como algo fundamental. El mismo Nietzsche decía aquello de que “quien tiene una razón para vivir, ya encontrará el cómo”.

  1. Una intuición de K Rahner.

         Podemos hacer nuestra aquella distinción que hacia Karl Rahner en el acercamiento a Dios

Trinidad inmanente

Es el Dios en sí. ¿Qué es Dios en sí? No sabemos. Estamos abiertos al misterio, pero desconocemos lo que Dios sea en sí. Respetemos la ultimidad de Dios.

No seamos pretenciosos como dice el salmo 130:

Señor, mi corazón no es ambicioso,

ni mis ojos altaneros;

no pretendo grandezas

que superan mi capacidad;

2sino que acallo y modero mis deseos,

como un niño en brazos de su madre.

Trinidad económica (oikos: hogar / nomos: ley)

Lo que sí sabemos es lo que Dios ha hecho por nosotros: la economía de la salvación. Lo que Dios ha hecho es salvarnos. La “ley del hogar” cristiano es la salvación, la paternidad de Dios, sentirnos queridos.

No sabemos quién es Dios, a duras penas intuimos algo de Jesús. Acojamos la salvación como el ciego de Jericó. Lo que sé es que veo, que estamos salvados.

Nosotros creemos estas cosas porque son valiosas, construyen bien la existencia humana y dan sentido a nuestra vida.

Alguien (Heidegger) decía aquello de que: Solamente Dios puede salvarnos, y es una gran verdad.

[1] TILLICH, P. Se conmueven los cimientos de la tierra, 95.

[2] Tillich, P. Dinámica de la Fe, Buenos Aires, Ed Aurora, 1976, 7.

[3] Tillich, P. Dinámica de la fe, 10

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