Audaces para continuar la misión de Jesús.
Nos encontramos ante un texto dirigido a presentar la misión que los discípulos y discípulas, en continuidad con la misión de Jesús, están llamados y llamadas a realizar.
El texto se articula a partir de diversas sentencias recogidas de la fuente Q que en Mateo está señaladas como parte de la misión de los Doce, mientras que Lucas las presenta dirigidas a un grupo más amplio de discípulos/as. La opción lucana de diferenciar la misión de los doce de la de este grupo más amplio se sustenta en su interés literario por presentar ya en vida de Jesús la tarea evangelizadora a la que están llamados los seguidores y seguidoras de Jesús tras la Pascua.
A diferencia de la misión de los doce, que está centrada en Israel (Lc 9,1-6), la de los setenta y dos señala ya a la misión futura de los creyentes en Cristo que han de anunciar el Reino a lo largo y ancho del Impero romano, a personas que no solo ya no son judías, sino que no han conocido a Jesús. Lucas es consciente de que en la vida de las comunidades de creyentes tras la Pascua las cosas ya no son iguales que cuando estaba Jesús y conoce los desafíos que implica vivir la misión en esos nuevos momentos, por ello intenta iluminar la nueva praxis con un argumento de autoridad, como es la palabra de Jesús, introduciendo ya en la narrativa evangélica la nueva experiencia de envío a la misión.
Esta inclusión del evangelista no es una mera ficción, sino que se hace eco de aquellos seguidores y seguidoras del Jesús histórico que no formaban parte de los doce pero que se implicaron activamente en el proyecto de Jesús y fueron orientando su vida al estilo de la propuesta del Maestro. Por tanto, estos setenta y dos discípulos que recuerda Lucas señalan una realidad histórica, pero busca a través de ella sostener la misión de todos aquellos y aquellas que la viven en su tiempo.
Vivir la misión
El texto comienza con el envío, un envío que llevará a los/as discípulos/a pueblos y lugares que Jesús no ha visitado aún. (Lc 10,1). De este modo la audiencia del evangelio de Lucas puede sentirse incorporada a la narración, pues ellas y ellos se han sentido enviados también a lugares donde Jesús todavía no es conocido.
Todas las instrucciones que Jesús les da remiten a la misión itinerante que fue central en la vida de Jesús pero que también fue determinante para la expansión del cristianismo por toda la cuenca mediterránea en el siglo I. En ellas se destacan tanto las dificultades que han de afrontar los misioneros y misioneras como el estilo con que han de afrontar el envío.
La conciencia de la inmensa tarea que tenían por delante podía asustar. Eran pocos y sabían que el mensaje del Reino no siempre era bien acogido (Lc 10,8-12). Por eso Jesús les recuerda que Dios está impulsando la misión junto a ellos (Lc 10,2) pero que no sean ingenuos, pues tendrán mucha oposición (Jesús fue el primero que la tuvo) y querrán arrebatarles su mensaje liberador (Lc 1,3).
Les recuerda también que el éxito de su misión no depende del poder que tengan, ni de los recursos que utilicen, sino que por el contrario depende del testimonio de su vida y de la pasión con que ellas y ellos mismos vivan el mensaje del Reino (Lc 10, 4). Y esto no es sólo una cuestión de austeridad, sino de un modo de ser y de estar que deje fluir la bondad, el perdón y el amor del Abba en quien Jesús les ha enseñado a creer (Lc 10, 17-20).
Quizá el modo de narrar y los ejemplos que se proponen en el texto responden al contexto de una cultura muy diferente a la contemporánea, pero lo importante es buscar hoy como caminar como discípulas y discípulos enviados a anunciar el Reino de Dios. Un anuncio que implica un estilo contracultural pero no anticuado. Un envío que nos lleva a sanar, reconciliar y dar esperanza, pero sin caer en la tentación de pactar con los poderes que nos pueden dar seguridad, pero nos quitan la libertad.
En el horizonte de nuestra misión está el Reino de Dios tal como Jesús lo entendió y lo vivió y no una religión o una doctrina. El mensaje por tanto de nuestra misión ha de ser siempre liberador y capaz de incluir y nunca excluir, capaz de denunciar la injustica y los poderes manipuladores y opresores. Y ante quien quiera domesticarlo o recortarlo “sacudamos el polvo de nuestras sandalias en la plaza” (Lc 10, 10-12) y continuemos nuestro camino.
Carmen Soto Varela
Fuente Fe Adulta
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