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14.4.19. Ramos 1, una fiesta de bodas

Domingo, 14 de abril de 2019

21D44775-DF3A-4377-BEB6-28F697CC142FDel blog de Xabier Pikaza:

La entrada de Jesús en Jerusalén, montado sobre un asno, ha marcado hasta hoy la conciencia cristiana, de forma que en todas las iglesias del mundo se lee la escena, y se interpreta de forma mesiánica, política y social: Como mensajero mesiánico de Dios, Jesús entra en su ciudad en un asno de paz, no en caballo de guerra etc.

              Pero hay una interpretación antigua,  que han destacado de forma paralela el evangelio de Mateo 21, 4‒7 y el Juan 12, 14‒15, que interpreta la escena en forma de entrada del novio a la fiesta de bodas, con la novia que se alegra y baila,conforme a las palabras de Zacarías 9, 9‒10. Ésta es pues una escena de bodas, y todo el resto de la pasión de Jesús, hasta su pascua de resurrección ha de entenderse como celebración de las bodas de Dios, que son bodas de la humanidad que sale como novia al encuentro del Cristo del Asno.

La escena repite el motivo de las bodasde oriente (que se han seguido celebrando hasta el día de hoy en ciertas zonas de Siria), en las que el novio viene sobre un asno, y la novia le espera bailando. Lógicamente, las palabras del texto se dirigen a la novia, invitándole a que baile ante su Cristo. Así lo han sabido y lo han dicho Mateo y Juan, los evangelios más judíos del Nuevo Testamento.

El texto de Zac 9 que citan Mateo y Juan forma parte de la tradición de la Hija‒Sión, es decir, de la Novia‒Sion, humanidad hecha mujer, ciudad de Sion, todo el pueblo de Israel, que espera a su mesías.  Por eso, empezaré citando y comentando ese pasaje, situándolo después en la tradición citada de la Hija Sion, representada por Sofonías y el Proto‒Zacarías.

Mañana comentaré el texto desde los evangelios. Buen día a todos.

A comienzos del III a.C., asumiendo temas y signos anteriores de la tradición de la Hija de Sión y de sus bodas, un autor a quien llamamos Zacarías II amplía e interpreta la primera parte del libro (Zac 1‒8), vinculando a la Hija‒Sion con el Mesías davídico, montado en un asno:

Danza con fuerza, Hija-Sion; grita aclamando, Hija-Jerusalén; he aquí que tu rey viene a ti; justo y vencedor es él; humilde, montado sobre un asno, sobre un pollino, cría de borrica.  Destruirá el carro de Efraím y el caballo de Jerusalén. Y destruirá el arco de guerra y anunciará la paz a las naciones; y su dominio será de mar a mar, del torrente a las extremidades de la tierra (Zac 9,9-10).

La traducción del texto es fácil, aunque al principio del verso 10 el TM utiliza la primera persona (y yo destruiré…), como si el mismo Dios y no el rey mesiánico fuera el encargado de que­brar la fuerza guerrera de Efraím y Jerusalén, pues ese rey no viene como guerrero a caballo, sino en asno de paz. Sea como fuere, el sentido de fondo es el mismo y así conservamos la traducción más usual, en tercera persona: el anunciador profético sigue invitando a la Hija-Sion al canto de gozo, en la línea Sof 3,14-18 y Zac 2,14-17, pero ahora vincula su danza a la llegada del Mesías montado en un asno.

Este pasaje resalta el gozo de la Hija-Sion, que ha de danzar en gesto de fiesta solemne, grita de gozo porque llega su rey como esposo. El texto nos sitúa una liturgia de entronización: avanza el rey, se forma el cortejo y, mientras va llegando, se acerca la Hija-Sion (la ciudad mesiánica) que recibe a su Rey Mesías. Estas son las bodas finales de Dios y de su pueblo. Sof 3,14-18 evocaba ya una danza nupcial; Zac 2,14-17 invi­taba al baile mesiánico; pues bien, ahora, Zac 9,9-10 nos introduce en la gran ceremonia de coronación mesiánica, con la Hija‒Sión que recibe emocionado a su rey esposo‒salvador.

El rey que llega y la mujer que sale a reci­birle danzando forman el misterio final, el último acto de la historia. Desaparecen o pasan a segundo plano los restantes ofi­cios y figuras: sacerdotes, soldados, potentados… Toda la humanidad se ha condensado en esta Hija-Sion, ciudad­-mujer, muchacha, que inicia la danza triunfal de su rey, sin más oficio que cantar y alegrarse. En los casos anteriores (Sof y Zac I) el rey parecía un personaje excelso. Por eso, la Hija-Sion significaba la humanidad entera, varones y mujeres incluidos en esa figura femenina. Sin negar esos rasgos, el rey es ahora una figura humilde, montado en un asno, y la Hija-Sion es el signo de la humanidad salvado (del pueblo redimido).

Este Rey que viene es justo, en la línea de la justicia de Dios y en la de todos los israelitas y hombres justos de la historia. Es el rey davídico,vencedor final, pues trae la victoria de Dios para los hombres. Es rey humilde, como humildes eran aquellos que formaban el resto de Israel en Sof 3,12. Monta en un asno, como los primeros salvadores y reyes de la historia israelita (cf. Gen 49,11; Jc 5,10; 10,4; 12,14).

Una muchacha que danza gozosa, un rey que avanza montado sobre un asno… Esta es la representación final de la historia. Los dos unidos forman el signo de la humanidad, y así han de interpretarse. La muchacha danzante (Hija‒Sion, ciudad de paz) recibe de esa forma al rey mesiánico (davídico), signo y presencia de Dios, que avanza sobre un asno. Este rey montado en un asno, es el portador del reino davídico, como ha puesto de relieve la tradición de Mt 21, 1‒9 par, cuando ha recreado este pasaje, interpretándolo como centro y sentido del mesianismo de Jesús.  Este rey y esta mujer se vinculan así, uno para el otro, uno con el otro, de tal forma que sus signos podrían de algún modo intercambiarse: monta 1a muchacha en el asno, danza el rey… o danzan ambos y ambos montan en gesto nuevo de paz universal. Ellos dos, varón y mujer, en diálogo danzan­te, son el signo de la nueva humanidad, son todo Sion.

 Entendido así, este pasaje ofrece la culminación de la historia mesiánica de la Hija‒Sion (ciudad y pueblo de Israel) y del Rey‒David, que viene montado en un asno, sin armas de guerra,simbolizando (y en algún sentido realizando) la victoria de la nueva huma­nidad sobre los imperios armados y sobre la misma oposición antigua entre Jerusalén y Samaría. Este rey no viene con poder superior para que se desarmen los otros, sino que empieza desarmándose él mismo, renunciando a la violencia, como signo de paz entre los hermanos enfrentados, judíos y samaritanos, en un tiempo (siglo III a. C.) en que ambos se estaban oponiendo en visión de odio social y militar que marcará la historia posterior del judaísmo. Esta es la novedad mesiánica que ha captado y recreado Jesús, entrando sobre un asno en Jerusalén, para descubrir que la Hija‒Sion no sale a su encuentro, ni viene a celebrar sus bodas, sino que le rechaza.

Sofonías. Canta Hija‒Sion

       Éste es el canto de bodas de la Hija Sion, que espera la llegada de su novio, el Rey‒Dios, conforme indica este oráculo proclamado en   los tiempos de la reconstrucción judía, tras el exilio (entre el final del VI y el principio del V a.C.). En este contexto, en una línea de futuro inspirada en Isaías II y III, se sitúa esta promesa dirigida a la Hija Sion:

Canta, Hija-Sion, grita fuerte, Israel; alégrate y exulta de corazón, Hija Jerusalén: Yahvé ha suprimido el juicio contra ti, ha expulsado a tus enemigos; cl rey de Israel, Yahvé, está en medio de ti, no temas mal alguno. Aquel día dirán a Jerusalén: No temas, Sion, no desmayen tus manos, Yahvé tu Dios, en medio de ti, es valiente salvador; se goza contigo en alegría, renovará su amor; se goza contigo cantando en el día de la fiesta (Sof 3,14-18a)[1].

El pasaje anterior (Sof 3,9-11) preparaba de algún modo esta fiesta, anunciando la conversión de los pueblos que dejan de ser enemigos y vienen de lejos para invocar el Shem Yahvé, Nombre uni­versal del Señor, sobre el templo de Sion, donde habita ya convertido el pueblo de Dios, sherit o resto de Israel. De esa forma, tras la purificación, pasado el juicio, llegará un tiempo nuevo, surgirá un pueblo, any wa dal, humilde y pobre, sobre el har qodsí (mi Monte Santo), un pueblo que no lucha contra Dios, ni pone su confianza en la riqueza.

Desde ese fondo se entiende este canto superior de la Hija-Sion (3,14), que va unido al gozo supremo de Dios (3,17). El final de la historia lo forma este himno que entonan, unidos Dios y el pueblo, marcando el comienzo del nuevo tiempo de paz. Esta es la obra de Dios, que actúa y se expresa en forma doble de talión, como Is 66, 14‒18: por un lado castiga a los opresores, por otro lado salva a los inválidos y pobres (3,19), sobre el Monte Sion, de forma militar, y judicial. (a) Elemento mili­tar: el punto de partida y centro del pasa­je es la victoria de Dios, que actúa como valiente salvador, héroe que salva (3,17), sin guerra militar, sin armas de este mundo.  (b) Elemento judicial, con destrucción de los pueblos enemigos (cf. 3,19) y culminación salvadora de los pobres.

Proto‒zacarías (Zac 1-8)

Este profeta a quien podemos situar, entre el 520 y el 518 a.C., cuando los judíos, vueltos del exilio están reedificando el templo de Jerusalén, fue vidente (su libro incluye ocho visiones de restauración israelita) y líder social, que impulsó y dirigió la recons­trucción judía, encabezada por el sacerdote Josué y el príncipe Zorobabel. Tenía una fuerte conciencia de su tarea ysabía que Dios le había enviado para culminar la obra de los antiguos profetas y así lo dice en los momentos centrales de su obra, añadiendo: sabréis que Yahvé Sebaot me ha enviado a vosotros (2,13.15; 4,9; 6,15). Sus ocho visiones, referidas a la restauración de Jerusalén, (1,7-17; 1, 18-21; 2; 3; 4; 5,1-4; 5,5-11; 6,1-8) van separadas por secciones explicativas, conforme a una técnica común en los oráculos tardíos de los profetas y los apocalípticos. Entre ellas destaca esta sección:

Canta y alégrate, Hija-Sion, pues yo vengo para habitar en medio de ti… Y aquel día se incorporarán a Yahvé muchas naciones…  (y yo, Yahvé) y habitaré en medio de ti… Y Yahvé escogerá a Judá… y escogerá de nuevo a Jerusalén. Calle toda carne ante Yahvé, porque él se ha elevado desde su santa morada (Zac 2,14-17).

Resulta clara la relación de este pasaje con el de Sof 3,14-18, que acabamos de estudiar, y es posible que los dos provengan de un mismo contexto.  Común en ambos casos es la invitación al gozo: la Hija-­Sion ha de cantar y alegrarse (rana y shamah, cf. Sof 3,14). No será necesario que se cierre la ciudad, que se envuelva con muros defensivos, pues Dios mismo será su protección, como muralla de fuego que impide que la asaltan o conquisten los pueblos enemi­gos. Claramente resuena el motivo de Ex 40, 34, con Num 8,15-23 y Ez 40-48: Dios habita en el Monte de Yahvé Sebaot, Monte Santo, protegiendo a su pueblo, de forma que de ahora en adelante, Jerusalén se lla­mará ciudad fiel (8,3); se habrá cumplido el pacto, habrá comunión de amor entre Dios y el pue­blo.

En este contexto Sofonías invita a la Hija-Sion a la alegría y al gozo de bodas, diciéndole que cante… pues yo vengo a habitar dentro de ti (shakanti betokek). Dios habita en Sion, su santuario, como esposo con su esposa. Así se implican mutuamente la imagen sacral (inhabitación) y la esponsal (gozode novia que canta/baila a su amado). En este contexto se supera el viejo enfrentamiento que escindía a judíos y gentiles, pues se dice que «se incorporarán muchas naciones» empleando el término técnico de lwh.

De manera sorprendente, aquí se afirma que los extranjeros serán incorporados o asociados de Yahvé, formando parte del pueblo de Dios, integrados en su pacto (=serán para mi le’am, mi pueblo), y así podrá decirse que Jerusalén es «ciudad abierta» (2,8), pues en ella caben los «asociados» de Yahvé (y de Sion), y no serán ya criados (esclavos) de los judíos (como podía parecer en Is 61-62), sino parte del pueblo verda­dero.

Evidentemente, el texto, concebido como ideal profético, no puede indicar las concreciones históricas y las media­ciones sociales de esa incorporación de los gentiles al pueblo de la alianza. Había judíos intransigentes, celosos de la separación social y cultural de Jerusalén, contrarios a la acogida de otros pueblos, y ellos se impusieron en el tiempo Esdras-Nehemías (en torno al 400 a. de C.) o en la crisis macabea (170-160 a. de C). Pero en el mismo Israel y en su Escritura se conserva la memoria de este ideal de incorporación: la Hija-Sion tendrá que abrir sus puertas, recibiendo a las naciones.

Esa ampliación de la Hija-Sion (donde vienen los gentiles), con la certeza de que Dios habita en ella, constituye el centro del mensaje de Zacarías. Es como si las nuevas bodas de la presencia de Dios abrieran un horizonte social de recrea­ción humana. Ciertamente, Yahvé escoge en especial a Judá, la Tierra Santa (entendida como propiedad suya en el conjunto del cosmos), con Jerusalén. Pero, al mismo tiempo, esta elección se abre, poniéndose al servicio de la reconcilia­ción universal.

Sof 3,14-18 vinculaba la palabra de gozo de la esposa con el gozo de Dios que baila en medio de su pue­blo, desde la perspectiva litúrgica del templo. Por eso e1 texto acaba pidiendo que calle toda carne: que se haga silencio, que veneren todos, admirando la presencia de Dios que habita y se eleva desde su morada, en gesto de fuerte confesión ritual: se eleva Dios, muestra su gloria en el templo; y por eso nadie puede discutir, nadie puede ya oponerse. A las luchas anteriores de los diversos grupos de judíos ha seguido la experiencia de celebración universal de la Hija­ Sion entendida comosantuario fundante, templo donde viene a expresarse la fuerza y gloria de Dios para todos los pueblos[2].

[1] Cf. A. Berlin, Zephaniah: A New Translation with Introduction and Commentary, Doubleday, New York 1994; O. P. Robertson, The Books of Nahum, Habakkuk, and Zephaniah, Eerdmans. Grand Rapids 1990; A. M. Sweeney, Zephaniah: A Commentary,Fortress, Minneapolis 2003.

[2] Ante 1a venida del Esposo/Sacerdote se alegra y canta el pueblo/esposa. No hace falta un rey mesiánico, aunque es evidente que Zacarías ha puesto de relieve la mediación del príncipe Zorobabel; tampoco hace falta un sacerdote que ejerza funciones sagradas, aunque es evidente que Zacarías acentúa la impor­tancia del sacerdote Josué. El verdadero rey/esposo/sacerdote es el mismo Dios que viene como mesías (salvador), haciendo que la Hija-Sion pueda esperarle en amor y acoger con él a todos los pueblos

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