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Pascua 5. Tu es Petrus. Pedro, experiencia y tarea de resurrección

Martes, 14 de abril de 2015

PedroDel blog de Xabier Pikaza:

He presentado ya varias figuras de la Pascua: María Magdalena; María, la madre de Jesús; las mujeres de la tumba vacía; Tomás…

Ha sido necesario el ministerio de María Magdalena, como señalaba Jn 20, 11-18. Pues bien, tras ella han corrido, conforme al evangelio de Juan, Pedro y el Discípulo amado, que forman el gran “triunvirato” pascual de su evangelio: Un Hombre (Pedro), una Mujer (Madgalena), un Creyente sin Más (Discípulo amado).

Pero al lado de ese “triunvirato de Juan”, con una mujer esencial, la Iglesia ha destacado, a partir de Gal 1-2 y de Hech 15, otro triunvirato, formado por los tres grandes testigos de las tres líneas oficiales de la Iglesia antigua, tal como ha sido ratificada por el “Concilio de Jerusalén”: Santiago, hermano de Jesús (judeo-cristianos de Jerusalén), Pablo, apóstol de los gentiles, y Pedro, signo de la tradición de histórica de Jesús y de la unión de las Iglesia.

Hoy me detengo en Simón Pedro, a quien la tradición católica presenta como “fundador” de la Iglesia, edificada sobre la palabra del Jesús Pascual: Tu es Petrus, tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, como seguirá viendo quien lea. Buena pascua a todos, con Pedro, con Francisco Papa, con todas las iglesias que reconocen algún modo su magisterio pascual.

Un recuerdo antiguo

Probablemente, el recuerdo más antiguo de una visión pascual de Pedro está evocado en Mc 16, 7, un pasaje que ha sido transformado después en los lugares paralelos (Lc 24, 5-6 y Mt 28, 7). El mismo joven celeste de la pascua recoge esa palabra y encomienda a las mujeres:

Id, decid a sus discípulos y a Pedro:
El (Jesús) os precede a Galilea,
allí le veréis, como os dijo (Mc 16, 7).

Pedro IILas mujeres (y de un modo especial María Magdalena) reciben el encargo de preparar a Pedro, disponiéndole para la experiencia pascual del encuentro con Jesús. Antes era Jesús quien les había ido preparado… ahora deja como delegadas de su obra, como mensajeras de su pascua, a unas mujeres. Son ellas las que deben poner a punto a Pedro, haciéndole que recuerde la palabra de Jesús, que asuma y continúe su camino.

A partir de las mujeres, los discípulos sólo podrán ver a Jesús resucitado en Galilea; allí han de encontrarse de nuevo, impulsados por Jesús, Pedro y los otros apóstoles fugitivos, allí les saldrá al encuentro Jesús; allí tienen que ir las mujeres, dejando la tumba vacía, la ciudad de muerte que es Jerusalén. Deben reunirse todos en Galilea, para iniciar desde allí el camino pascual. Dentro de ese comienzo, Pedro garantiza la continuidad evangélica, la unidad del grupo, su vinculación con la historia de Jesús. La experiencia pascual no puede culminar sin Pedro; por eso tienen que buscarle las mujeres, ofreciéndole el encargo de Jesús. Pero no podemos olvidar que para ver a Jesús el mismo Pedro ha tenido que escuchar y acoger la palabra que le han dicho las mujeres.

((Originariamente se llamaba Simón Baryona, hijo de Juan, como recuerdan Mt. 16, 17, que conserva el apellido Baryona en arameo, y Jn 21, 15, que lo traduce al griego. Pero, en un momento determinado, para indicar y constituir su nueva función de fundamento dentro de la comunidad mesiánica, Jesús le llama Piedra o Roca. Esto es lo que significa su nuevo apodo, Cefas, conservado en arameo por san Pablo (1 Cor 1, 12; 3, 22; 9, 5; 15, 5; Gal 1, 18; 2, 9. 11. 14) y por Jn. 1, 42.

Las comunidades helenistas traducen al griego ese apodo de Simón y por eso los cristianos le llamamos desde entonces Petros (Petrus, Piedra, Pedro). Tan importante resulta ese apodo que al final se convierte en el verdadero nombre propio de Simón Baryona, el primero de los apóstoles del Cristo: Pedro.

La tradición evangélica supone que el mismo Jesús le ha impuesto ese nombre, constituyéndole Cefas (Petros), haciéndole así piedra de su nueva comunidad escatológica (cf. Mc 3, 13; Lc 6, 14; Mt 16, 18). La iglesia ha conservado y expandido ese nombre y cristianos seguimos llamando a Simón de esta manera (Cefas, Petros, Piedra, Pedro), para mantener firme su experiencia y transmitirla dentro de la iglesia. De esa forma, el mismo nombre de se ha venido a convertir en testimonio de experiencia pascual: siempre que llamamos a Simón El Piedra, estamos recordando que Jesús cimiento humano del edificio pascual de su iglesia))

Aparición. Huellas.

La experiencia pascual de Pedro resulta enigmática. Está en el fondo de todo el NT y sin embargo no se ha conservado ningún texto directo sobre ella, ninguna tradición donde se cuente de forma precisa cómo ha sido.

– La tradición más antigua conserva alusiones de esa aparición. Las fundamentales son 1 Cor 15, 5 y Lc 24, 34 (cf también Lc 22, 32). En esa misma línea de posibles alusiones debemos incluir la búsqueda inútil de Pedro cuando corre al sepulcro vacío con el discípulo amado (cf Lc 24, 12 y Jn 20, 1-10).

– No hay sin embargo ninguna escena pascual de tipo extenso donde se conserve o relate esa experiencia del encuentro de Jesús y Pedro. Es posible que en el fondo de pasajes como Mt 16, 13-20 hubiera un relato pascual, con Pedro como protagonista. Pero actualmente, la escena se incluye en contexto de historia de Jesús. Sólo un pasaje tardío y muy teologizado, como es Jn 21, presenta directamente Pedro “viendo” a Jesús en el lago y recibiendo el encargo de cuidar de sus ovejas; pero de ese texto tendremos que hablar más adelante (al ocuparnos de la pascua en Juan).

¿A qué se debe ese silencio? ¿Por qué no se transmite dentro del NT un hecho que ha sido fundamental para la historia posterior del cristianismo? Sea como fuere, debemos confesar que la experiencia pascual de Pedro se encuentra latente en el conjunto del NT. Así queremos presentarla en este momento de nuestro camino pascual. Todos los cristianos somos deudores de las mujeres, que son madres y amigas de la iglesia. Pues bien, debemos añadir que somos deudores de Pedro que, en otro sentido, también es el primero, como dice 1 Cor 15, 3-7: Cristo murió por nuestros pecados…, resucitó al tercer día… y se apareció a Cefas, después a los Doce…

En el comienzo de la iglesia oficial, tal como Pablo la concibe, se sitúa está aparición de Pedro concebida como fenómeno desencadenante, poniendo en marcha el resto de la vida de la iglesia. Están en el fondo las mujeres, pero todo nos permite suponer que ha sido Pedro el que ha reunido a los Doce (Once) iniciando con ellos el Gran Camino oficial de la iglesia. Por eso, su experiencia de pascua se presenta como fundamento de todas las restantes en la historia de la iglesia.

Lucas. Aparición de Pedro y nacimiento de la iglesia

Lucas sabe que están al fondo las mujeres (Lc 24, 1-12), pero apenas trata de ellas. Su historia pascual comienza con dos discípulos han ido de camino, dejando Jerusalén y abandonando así los ideales de la comunidad de Jesús, destrozada por la muerte del maestro. Pues bien, ellos han visto a Jesús como indicaremos al hablar del tema en Lucas (cf 24, 13-32).Vuelven a Jerusalén. Y así sigue la historia:

Y encontraron reunidos a los Once,
con sus compañeros que decían:
El Señor ha resucitado de verdad
y se ha aparecido a Simón
(Lc 24, 33-34).

La comunidad entera, formada por los Once (falta Judas, no son Doce) y por sus compañeros (varones y mujeres) acepta el misterio de pascua porque confía en el testimonio de Simón. Los restantes “varones” no le han visto aún, no tienen experiencia directa de la resurrección. Pero Pedro le ha visto y su experiencia hecha palabra es suficiente para convencerles. Así lo cantan todos, en palabra jubilosa de confesión creyente y confianza. Este pasaje transmite una experiencia muy significativa: Pedro no sólo ha visto a Jesús y ha creído sino que ha sido capaz de transmitir esa visión y esa fe al resto de los discípulos, de manera que ellos también pueden aceptarla y convertirla en voz de canto. Esta es la función de Pedro: ha visto y dice lo que ha visto, se ha convertido y convierte al resto de los discípulos (Lc 22, 31-32). Precisamente por eso se le llama Piedra o fundamento de la iglesia.

(((Ha tenido que ser muy intensa su experiencia, ha tenido que ser fuerte su capacidad de convencimiento. Pedro ha visto a Jesús y ha transmitido, ha expandido de forma contagiosa su vivencia, de manera que otros cantan y creen basados en su testimonio. En este sentido hay que decir que Pedro ha sido y sigue siendo el primero que ha expandido públicamente el misterio de pascua de forma contagiosa y creadora.

Conforme a este pasaje, la comunidad no se encuentra en Galilea sino en Jerusalén, pero reunida en una casa y no junto al sepulcro que era señal insuficiente (cf Lc 24, 12). Conforme a Mc 16,1-8, podíamos suponer que la primera experiencia pascual tuvo lugar en Galilea; pero es muy probable que, después de ella, Pedro y los restantes discípulos volvieran a Jerusalén, para establecerse allí, pensando que Jesús debía retornar muy pronto para suscitar el fin del mundo.

Este parece el orden lógico. La primera aparición pascual de tipo apostólico (dirigida a los discípulos varones) se habría realizado en Galilea. Pensaron que acababa el mundo viejo, volvieron a Jerusalén. Allí les encontramos reunidos, proclamando su fe y apoyándola en Pedro que sostiene su palabra y les ofrece de verdad la garantía de la pascua.

Lo cierto es que Pedro ha visto a Jesús y Jesús le ha convencido, aunque el texto no ha querido contar de una manera directa esa experiencia. No dice cómo ha sido. Simplemente indica que, volviendo de Galilea o encontrándose sin más en la ciudad de Jerusalén, Pedro ha reunido en ella a los discípulos. Él les ha reunido y ellos cantan jubilosos y creyentes. No habían creído a las mujeres, ahora creen (cf 24, 24. 34). Parece que el tema básico de ese canto (¡ha resucitado de verdad y se ha aparecido a Simón!) forma parte de una confesión de fe que se proclama de modo litúrgico en la iglesia.

De manera callada, en el silencio donde pasan las cosas importantes, Pedro ha sabido acoger la presencia de Jesús. No conocemos cómo le ha hablado, pero es evidente que Pedro le ha escuchado bien. Por eso ha reunido a la comunidad, le ha ofrecido su testimonio y ha logrado las primeras conversiones pascuales. Los restantes discípulos que no han visto a Jesús de esa manera, aceptan el testimonio de Pedro y forman con él la iglesia))).

Pedro, piedra de la iglesia (según Mateo)

Mc 8, 29 ha recogido la confesión mesiánica de Pedro, que responde a la pregunta de Jesús y le dice: ¡Tú eres el Cristo!. Esa confesión, con la advertencia posterior del Pedro (no quiere que Jesús padezca) y el rechazo de Jesús que llama a Pedro Diablo (cf Mc 8, 27-30), pertenece posiblemente a la historia primitiva de Jesús, es anterior a la pascua. Pues bien, Mateo ha transformado la escena, introduciendo en ella una promesa de Jesús que debe entenderse en clave pascual. Jesús resucitado confía a Pedro la tarea de fundar la Gran Iglesia

Bienaventurado eres Simón, hijo de Juan,
porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre
sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo que
tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia… (Mt 16, 17-18).

La confesión pascual se expresa aquí a manera de revelación de Dios: el mismo Padre ha desvelado el misterio de Jesús, mostrándole ante Pedro como Señor resucitado y principio de la iglesia. Por su parte, el Señor Jesús, con todo el poder de su pascua, ha hecho que Simón se vuelva Piedra, cimiento de la iglesia.

Esta palabra sólo tiene sentido en contexto de pascua, treinta o cuarenta años después de la muerte de Jesús: desde su propia gloria, como Señor resucitado, Jesús dice a su apóstol ¡tú eres Pedro! Pero, al mismo tiempo, esta es una palabra que debe enraizarse en el tiempo de la historia. El que habla de esta forma es el mismo Jesús que ha llamado a Simón al seguimiento, dándole el encargo de mantener unido al grupo de los Doce.

Esta es una palabra eclesial. Jesús le ha dicho a Simón que se vuelva piedra, que se haga cimiento del grupo, que ofrezca una base al camino de la iglesia. Pues bien, la iglesia ha recordado agradecida esa función de Pedro al servicio de la comunidad pascual. Su vocación y su vida han estado al servicio de la resurrección del Cristo.

PROFUNDIZACIÓN

1. Punto de partida. Lo que Pedro vio.

La tradición cristina ha sabido (y no se ha esforzado en ocultarlo, sino todo lo contrario), que los Doce abandonaron de algún modo a Jesús, cuando éste fue juzgado y condenado, a pesar de que habían sellado con él su compromiso en una cena de solidaridad. Parece seguro que Simón le negó de un modo especial, no por simple miedo (que también pudo tenerlo), sino por discrepancias de fondo sobre su mesianismo, porque «se dejaba» juzgar y matar, en vez tomar el poder y defenderse (cf. Mc 14 y paralelos).

Jesús murió abandonado, sin que sacerdotes y soldados juzgaran necesario crucificar a Simón/Pedro y a los otros miembros de su grupo, con algunos «bandidos», reos comunes o miembros de la resistencia, ajenos a su causa. Entre los seguidores de Jesús sólo unas mujeres parecen haberle acompañado hasta el final (cf. Mc 15, 40-47 y paralelos), aunque no pudieran sepultarle según rito. Lógicamente, la historia mesiánica de Simón podía haber terminado ahí. Pero la amistad de Simón hacia Jesús (y de Jesús hacia Simón) fue más poderosa que las razones religiosas y sociales, que estaban de parte del Sumo Sacerdote (aliado en este caso a los romanos). El amor superó a la lógica y Simón descubrió la «verdad» de Jesús crucificado.

En este contexto se entiende la confesión fundacional de la iglesia cuando afirma que Simón “vio” a Jesús tras su muerte. Al situarse ante el conjunto del mensaje y de la vida de Jesús, a quien él había amado y negado, Simón descubrió su verdad y le vio de forma nueva (cf. 1 Cor 15, 5 y Lucas 23, 34). Esta “visión” pascual de Simón no fue una alucinación estéril, como son la mayoría de las visiones de muertos, ni una aparición espectacular (de apariciones espectaculares está llena la historia), sino el descubrimiento de una presencia personal, la revelación del Dios Abba-Padre que se manifiesta por un crucificado.

Esta fue la experiencia de Simón, que vio (=encontró) a Dios en su amigo crucificado, descubriendo con sorpresa emocionada que, a pesar de que él le había traicionado, Jesús le seguía ofreciendo, de parte de Dios, la tarea del Reino (la tarea de su vida), como lo había hecho en los años anteriores. Fue una experiencia más honda, que Simón asumió y expandió, compartiéndola con otros, que tuvieron también una semejante, para recrear y expandir la buena nueva o evangelio de la gracia de Dios. Simón se dejó enriquecer por la experiencia de la mujeres y con ellas (por ellas) supo ver a Jesús resucitado.

Evangelio de Lucas. Pedro, el convertido

Según Mateo, Pedro es Piedra donde viene a sustentarse el edificio de la iglesia. Eso le ha pedido el Cristo, eso es lo que él ha realizado, en un camino cuyas huellas pueden descubrirse en casi todos los textos fundamentes del NT, tanto en Pablo como en Juan, en Mateo como en Lucas.

Pues bien, en esta línea queremos citar y situar otro pasaje peculiar de Lucas donde el mismo Cristo anuncia la traición de Pedro y le promete su asistencia. Nos hallamos en contexto de última cena. Jesús ha instituido la eucaristía, ha condenado el afán de grandezas, ha ofrecido a los suyos el reino. En ese contexto ha exclamado:

Simón, Simón: Satanás intentará cribaros como trigo.
Pero yo he rogado por tí, para que no se apague del todo tu fe;
y tú, cuando te conviertas, fortalece a tus hermanos (Lc 22, 31-33).

Simón se encuentra en medio de la prueba, zarandeado, cribado como el trigo. Pues bien, Jesús se compromete a mantenerle en esa prueba, de forma que no decline del todo su camino de seguimiento mesiánico. Así la negación no acabará en rechazo, el abandono no será definitivo.

Esta es su misión: cuando te conviertas fortalece a tus hermanos. También a Pedro le han debido fortalecer: le han ayudado las mujeres, conforme a la palabra de Mc 16, 1-8 y par.; pero de un modo especial le ha ayudado el mismo Jesús, mostrándole su presencia pascual, para hacerle en verdad Piedra o cimiento de su iglesia. Antes era Pedro vacilante, zarandeado. Ahora está Pedro convertido, transformado por la gracia pascual. Así viene a mostrarse en el comienzo de la iglesia como apoyo para todos los creyentes.

Esta palabra, vinculada a la triple negación (Lc 22, 34), evoca, sin duda, la experiencia pascual en la que Pedro aparece como promotor y garante de un nuevo encuentro de los discípulos con Jesús crucificado. La experiencia pascual de Pedro aparece así como una conversión o transformación personal (debe superar el escándalo de la cruz y el “pecado” de las negaciones) y se expande en su labor fortalecimiento eclesial (debe animar y mantener la fe de los hermanos).

Pedro, el convertido, ha realizado bien su tarea, retomando el camino de Jesús, para compartirlo con el resto de la Iglesia. De esa forma, el evangelio de Lucas le integra en la tarea de todos los discípulos (entre los que deben contarse las mujeres) que aparecen como destinatarios de la experiencia pascual y encargados de la misión cristiana (Lc 24). En la segunda parte de su obra (Hechos), Lucas ha trazado la primera historia teológica de la iglesia, destacando la tarea básica de fundación, animación y mediación de Pedro (Hech 1-11) hasta el «Concilio de Jerusalén» (Hech 15), donde actúa como medianero entre Santiago y Pablo, garantizando la unidad de la iglesia, de una forma que resulta en algún sentido paralela a la señalada por Mateo (Mt 16, 17-19), aunque la palabra final la tenga Santiago (como es lógico desde la perspectiva de la iglesia de Jerusalén).

Evangelio de Juan. Pedro el amigo

Hacia el año 100 d. C., el evangelio de Juan presenta a Pedro como garante de una misión universal que se funda en la pascua de Jesús y lleva a los creyentes desde el Mar de Galilea a todos los pueblos de la tierra, en compañía del Discípulo amado (Jn 21).

En el comienzo del relato (Jn 21) está Simón Pedro que dice voy a pescar, encabezando un grupo de Siete discípulos (no Doce), con Tomás, Natanael, los zebedeos (Santiago y Juan) y otros dos cuyos nombres no se dicen (Jn 21, 2). Uno de ellos, a quien la tradición posterior identificará con Juan Zebedeo, es el Discípulo amado. El tiempo de los Doce testigos de las tribus de Israel ha terminado, y también el de Santiago de Jerusalén. Estamos en el tiempo de los Siete (entre ellos Pedro y el Discípulo amado).

Subieron a la barca y esa noche no pescaron nada. Amanecía y estaba Jesús a la orilla, pero los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo:«¡Muchachos! ¿Tenéis algo de comer?». Respondieron: «¡No!». Él les dijo: «¡Echad la red a la derecha de la barca y encontrareis!». La echaron y no podían arrastrarla por la cantidad de peces. Entonces, el Discípulo al que Jesús amaba dice a Pedro: «¡Es el Señor!». Y Simón Pedro, oyendo es el Señor, se ciñó el vestido y se lanzó al mar (Jn 21, 3-7).

Pedro ha dirigido la faena, pero no conoce aún a Jesús, no le distingue en la noche, de manera que parece incapaz de discernir lo que está haciendo (la verdad de la pascua). Por el contrario, el Discípulo amado ha conocido a Jesús en la noche y sabe lo que pasa y se lo dice a Pedro, compartiendo de esa forma su experiencia con los compañeros de la barca. Pedro dirige la faena (en la línea de lo que podrá hacer luego el Papa de Roma), pero depende de los otros y especialmente del Discípulo amado, y no sólo de Jesús que espera en la orilla, recibiendo los peces que traen los discípulos y ofreciéndoles el pan y el pez del Reino. Pues bien, la pascua de Pedro es una experiencia de amor:

Después que comieron, Jesús dijo: «Simón, hijo de Juan ¿me amas más que estos?». Le dijo «¡Sí, Señor! Tú sabes que te quiero». Le dijo: «¡Apacienta mis corderos!». Por segunda vez le dijo: «Simón, hijo de Juan ¿me amas?». Le dijo: «¡Sí, Señor! Tu sabes que te quiero». Le dijo: «¡Apacienta mis ovejas!». Por tercera vez le dijo: «Simón, hijo de Juan ¿me quieres?». Se entristeció Pedro, porque por tercera vez le había dicho ¿me quieres? Y le dijo: «¡Señor! Tú lo sabes todo, sabes que te quiero». Y le dijo:«¡Apacienta mis ovejas!» (Jn 21, 15-17).

Hasta ahora Pedro había sido pescador, esto es, misionero (cf. Mc 1, 16-20). Pues bien, ahora aparece como animador-pastor-amigo de la comunidad reunida en torno a Jesús. La tradición israelita habla de los pastores bandidos (desde Ez 34 hasta las Visiones o Sueños de 1 Henoc 83-90 y el mismo Jn 10, 7-13). Pues bien, en contra de eso, Jesús quiere que Pedro sea pastor-amigo, sin más autoridad o poder que la del amor. Ésta es su experiencia de pascua.

La experiencia de pascua aparece así como principio del ministerio cristiano de Pedro y de aquellos que le sigue. Por eso, Jesús le empieza preguntando ¿me quieres? No hay más aprendizaje cristiano que el amor. No hay más experiencia pascual que amar a Jesús y acompañar en amor a los demás. Pedro ha negado tres veces, ha tenido miedo (como los pastores que ven al lobo en Jn 10, 12) y ha dejado a Cristo, olvidando su palabra y compromiso (cf. Jn 18, 15-18 par), en una historia tejida de traición y negaciones. Pues bien, Jesús le pregunta por tres veces ¿me quieres?, para confiarle después una tarea: la tarea del amor, que es la tarea de pascua. Al llegar aquí, la función de Pedro se identifica con la del Discípulo Amado, es decir, con la función de las mujeres de la pascua. Quien ama como Jesús sabe que Jesús ha resucitado.

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