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Dom 7. 9. 12. Reunidos en mi Nombre… Quién es Iglesia, quién “manda”…Quién y qué es Iglesia (Mt 18)

Domingo, 7 de septiembre de 2014

46ordinarioB17Del blog de Xabier Pikaza:

Domingo 22, tiempo ordinario, ciclo A: Mt 18, 15-20. Nos ha “sorprendido” estos días (en España) el cese de Rouco y el ascenso o “traspaso” de Osoro y Cañizares, en las listas de la jerarquía católica… como si fueran fichajes y bajas de un fútbol millonario.

Pero, bien mirados, esos cambios deberían pasar inadvertidos, pues lo que en importa en la Iglesia no son los monseñores y cardenales/obispos, sino las comunidades reunidas y organizadas en nombre de Jesús.

Así lo ratifica este evangelio sorprendente, por encima de todo Derecho legal y Jerarquía. Éstos son sus rasgos principales, que quiero desarrollar en lo que sigue:

a. Cada comunidad cristiana es Iglesia uniéndose en nombre de Cristo, orando a Dios Padre y resolviendo sus propios problemas, en diálogo en el que todos participan (sin duda, en comunión con otras iglesias). Hay posiblemente presbíteros y obispos (es decir, representantes y supervisores), pero los asuntos de la comunidad los resuelve toda la comunidad, de manera que obispos y presbíteros son de algún modo invisibles.

b. Todas las comunidades se vinculan, porque las une el mismo Cristo y porque en ellas se invoca al mismo Dios; pero cada una tiene su propia vida, su propia “marcha” de evangelio, apareciendo así como espacio mesiánico de amor mutuo y de esperanza mesiánica. Se trata (por todo lo que sabemos) de comunidades pequeñas (de unos cincuenta miembros cada una), donde todos se comunican entre sí.

c. Cada Iglesia es responsable de su propio camino de oración, comunión y decisión, con sus propias instituciones; ni el amor, ni la toma de conciencia de “estar en Cristo”, ni la solución de los posibles problemas pueden delegarse en otra comunidad más alta (o en personas especiales, como son los obispos o papas), aunque todas las comunidades son solidarias y se unen entre sí por el mismo Cristo. El amor de Jesús y la comunión de los creyentes no se puede delegar, pues si hiciere dejaría de ser amor cristiano, comunión evangélica.

d. Esta forma de entender las iglesias concretas y la comunión de todas ha sido formulada por Mateo, pero responde igualmente a la teología y experiencia del conjunto de las comunidades del NT (las de Pablo y Marcos, las de Juan y Lucas, las de Santiago y Hebreos…). Las variantes entre las comunidades son muchas, pero todas concuerdan en lo esencial (la comunión en Cristo).

Buen día a todos, buen domingo.

Texto. Mt 18, 15-20

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

1. Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano.

2. Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.

3. Os aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.

Tres son, pues, los “problemas”. (a) El primero es “quién es iglesia”: los límites de la comunidad. (b) El segundo es la autoridad: Quién decide… (c) El tercero es la oración, es decir, la vinculación con Dios (lo que hoy llamaríamos dirección de la eucaristía y de los sacramentos)

1. MT 18, 15-17. ¿QUIÉN ES IGLESIA? LOS LÍMITES DE LA COMUNIDAD

Este pasaje refleja el comportamiento de la iglesia ante un miembro que peca y define en el fondo la pertenencia a la Iglesia:

Principios:

a. Ciertamente, hay otros signos de pertenencia eclesial: Fe en Dios, fe en Jesús, un tipo de posible liturgia grupal… Pero el texto sé fija en aquellos que “no pecan entre sí” (unos contra otros). Iglesia son según eso aquellos que viven en armonía mutua.

b. El evangelio de Mateo supone quizá que hay otros pecados…, pero aquí sólo se fije en el pecado contra el prójimo: el pecado “contra ti”, es decir, contra un hermano de la comunidad.

c. En este mismo cap. 18, Mateo hable de perdonar siempre (setenta veces siempre), pero el perdón eclesial (¡para formar parte de la Iglesia!) implica corrección fraterna y conversión. Quien no se “convierte”, quien sigue pecando contra un hermano, no forma parte de la Iglesia.

El tema y método de esta “praxis jurídica” seguido se parece al de otros grupos judíos del tiempo, por ejemplo el de Qumrán. Pero quien decide en Qumrán es una instancia jerárquica especial y bien organizada de sacerdotes, miembros elegidos. En Mt, en cambio, decide la comunidad reunida:

Texto:

1. Y si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele a solas;
si te escucha, has ganado a tu hermano.
2. Si no te escucha, toma contigo a uno o a dos, pues
todo problema se resuelva por dos o tres testigos (cf. Dt. 19, 19).
3. Y si no les escucha llama a la iglesia y si no la escucha, sea para ti como gentil y publicano (18, 15-17)

Explicación.

Formulación hipotética (no apodíctica) de perdón y exclusión comunitaria, con cita de Dt 19, 19. Cada iglesia o comunidad cristiana aparece con autonomía jurídica: independiente de la sinagoga (y de otras comunidades cristianas). Sólo forman parte de la Iglesia aquellos que viven en armonía fraterna (no pecan contra los hermanos). Los que rompen la armonía y no se corrigen quedan fuera de ella, y son como “el gentil y publicano” ((aquellos que en terminología judía no participan en la vida del pueblo de Dios)).

La comunidad reunida es instancia suprema, de manera que ella rechaza a quienes rompen la unidad fraterna. Así establece Mt el “derecho” de la Iglesia para instituirse como grupo autónomo y visible.

Dentro y fuera de la Iglesia. La primera ortodoxia práctica

Esta es la primera declaración de ortodoxia práctica de la iglesia: son comunidad quienes perdonan y se dejan perdonar; pero quienes niegan el perdón y pecan contra los hermanos no pueden formar parte de la Iglesia. Mt 16, 18-19 presentaba a Pedro como “roca y rabino primera” de la Iglesia (es decir, de todas las comunidades), pues había interpretado (atado-desatado) los principios de la Ley judía desde Jesús (comparar con 5, 19).

Pues bien, Mt 18, 15-20, aceptando esa “base petrina” del origen de la Iglesia en su conjunto (de las diversas iglesias), define a cada iglesia (formada por unos cincuenta miembros…) como grupo autónomo, capaz de organizar su vida interna desde los principios del perdón y de la corrección fraterna.

Por eso (tras un primer momento fallido de corrección personal o de pequeño grupo: dos o tres), se reúnen los hermanos y deciden sobre la unidad o ruptura eclesial. No apelan a una instancia exterior (obispado, patriarcado, papado), ni dejan el problema en manos de una jerarquía interior (presbíteros, obispo), sino ellos mismos, los hermanos reunidos se muestran instancia suprema.

Pecado contra ti, contra la comunidad

El texto comienza diciendo si peca contra ti tu hermano, es decir, un miembro de la comunidad. No se trata de un pecado intimista, sino de un pecado falta que destruye al hermano, poniendo en riesgo la unidad y vida comunitaria, pues el contra ti tiene aquí un carácter colectivo, como interpretan aquellos manuscritos que ponen contra nosotros o vosotros (cf. GNT y NTG). Por eso se instaura un proceso en regla, que permite conocer a quienes forma parte de la comunidad.

El criterio de fondo sigue siendo el evangelio, el perdón, la corrección fraterna El método es el diálogo, según el orden descrito: uno a uno, dos testigos, la comunidad entera. Ese proceso de discernimiento resulta doloroso, pero necesario y no puede delegarse, dejándolo en manos de una instancia superior o externa, pues sería como si un matrimonio dejara en manos de extraños la solución de sus desamores.

La comunidad cristiana está formada por personas capaces de juntarse y resolver dialogando sus problemas. Esa dinámica dialogal no es fácil y por eso Mt ha tanteado, trazado diversas respuestas que deben tomarse en unidad; dos aparecen aquí (como ley y parénesis eclesial); la tercera es un principio básico del Sermón de la montaña:

(Principio). Si llevas tu don al altar y recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja la ofrenda sobre el altar, reconcíliate con tu hermano y luego… (Mt 5, 23-24)

(Norma). Si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele a solas: si te escucha, has ganado a tu hermano; si no te escucha, toma contigo a otro…, llama a la iglesia (18, 15).

(Parénesis). Le dijo Pedro ¿Señor, cuantas veces puede pecar el hermano contra mí y debo perdonarle? Respondió Jesús ¡Setenta veces siete! (18, 21-22)

2. Mt 18, 18: ¿QUIÉN DECIDE? ATAR Y DESATAR, AUTORIDAD EN LA IGLESIA

Mt 16, 19 había afirmado que Pedro tuvo en el principio el poder de “atar y desatar”, definiendo de esa forma la identidad cristiana, en línea de evangelio (en contra de los judeo-cristianos cerrados, que no aceptaban en la comunidad a los gentiles). Pues bien, ese nuevo texto, formulado en lenguaje jurídico judío, concede a cada iglesia (es decir, a cada comunidad en cuanto tal) la autoridad suprema.

Autoridad comunitaria

El texto anterior había comenzado hablando de la corrección de “dos o tres hermanos”, para pasar después a la “corrección” de toda la asamblea, concluyendo “Y si no escucha a la iglesia sea para ti como un gentil o publicano”. Cada comunidad tiene, según eso, autoridad definitiva. En esa línea añade nuestro nuevo texto, en forma de ratificación solmene:

En verdad os digo: todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo;
y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo (Mt 18,18)

Atar y desatar (deô y lyô) expresan lo que ha de hacerse para establecer la iglesia: acoger y expulsar, afirmar y negar, confirmar y abrogar. Los judeocristianos sostenían que nadie puede desatar (lyô) los mandamientos de la ley (5, 19); pero Pedro había recibido las llaves del Reino, como primer escriba, intérprete de Jesús, y así pudo atar y desatar (deô y lyô) en el principio de la iglesia (cf. 16, 18-19).
Pues bien, lo que hizo Pedro (para la iglesia entera) puede y debe hacerlo cada iglesia, avalada por el mismo Cielo, no para fundar una nueva iglesia, que ya está fundada sino para definir su identidad, para establecerse como unión concreta de hermanos, en la línea de Jesús.

No se apela a un obispo o papa más allá de la comunidad

Esto significa que la autoridad fundante no recibe ya un posible obispo, ni siquiera a un concilio de obispos, sino cada comunidad en cuanto tal, esto es, los cristianos reunidos. Ciertamente, ellos podrán nombrar y nombrarán obispos, con la autoridad de Dios; pero estos no pueden separarse de la comunidad que representan y en cuyo nombre actúan, escuchando su palabra (la palabra decisiva de la comunidad).

Signo y presencia de Dios es aquí y para siempre la misma comunidad: el diálogo de amor y comunión de los cristianos instituye y define la iglesia. Por encima de toda jerarquía aislada, sobre todo poder individual que intenta imponerse a los demás, ha establecido Mt el buen principio israelita de la comunión fraterna como revelación y signo de Dios sobre la tierra.

Reflexión de conjunto:

Una comunidad que no es capaz de reunirse, expresando su perdón y trazando sus fronteras-caminos en diálogo gratuito, no es cristiana. Allí donde alguien (obispo o presbítero) tiene poder por encima de la comunidad, poniéndose sobre el diálogo eclesial, destruye el evangelio.

El judaísmo lo sabía (Dios está presente allí donde concuerdan los hermanos), pero corría el riesgo de reducir la comunidad en grupos de puros, centrados en la observancia de la Ley. El evangelio amplia desde Jesús esa experiencia: la comunión humana (donde unos hermanos se reúnen para atar-desatar) es signo de Dios, instancia suprema, verdad dialogal.

3. Mt 18, 19-20. COMO ORAR, CADA COMUNIDAD ES CRISTO

Esta es la experiencia clave de la iglesia, este su razonamiento y su dogma inicial: la verdad y vida de la Iglesia de Jesús se identifica con el mismo diálogo comunitario y no puede delegarse en manos de ningún organismo, sistema o persona superior.

Esto significa que la comunidad eclesial no puede confiar ningún tema básico de amor-acuerdo comunitario a una persona más alta (obispo o papa), pues al hacerlo se negaría a sí misma: dejaría de ser comunión personal y se volvería sociedad o sistema dirigido desde fuera. La esencia de la iglesia es el amor dialogal, la fraternidad de aquellos que son capaces de abrirse, acogerse y perdonarse unos a otros. Así continúa el texto:

Primera parte: Orar juntos

En verdad os digo: si dos de vosotros concuerdan, sobre cualquier cosa que pidan en la tierra,les será dado por mi Padre que está en los cielos (Mt 19-20).

Así ha fijado Mt la verdad y acción comunicativa, que se fundamenta en el Padre del cielo y se identifica con Jesús, que se define como Dios con nosotros (cf. Mt 1, 23; 28, 10).

Esa comunión fraterna no brota de un esfuerzo (no es resultado de obras, que pueden regularse por ley), ni se organiza en un sistema judicial, sino que emerge y se cultiva en forma de oración contemplativa: es don del Padre, presencia compartida de Jesús. La autoridad suprema de la iglesia es la misma oración del amor mutuo, la contemplación comunitaria que se expresa allí donde concuerdan dos o tres (symphônein), pues el mismo Dios Pare avala su plegaria.

Esta es una comunión orante: los hermanos descubren su necesidad ante Dios y se vinculan en plegaria. Esta es una comunión expansiva, que se abre los hermanos, que han de ser al menos dos o tres, según la tradición judía (Mt 18, 16.19. Cf. Dt 19, 15). En un primer momento, ellos no intentan resolver problemas, disensiones o pecados, sino simplemente vivir y formar comunidad ante Dios o desde Dios, hacerse iglesia, presencia compartida de Jesús, pues se reúnen en amor y gratuidad y les escucha el mismo Dios, de forma que alcanzan lo que piden. Sólo en un segundo momento se puede volver al tema anterior, descubriendo el carácter vinculante de esta plegaria:”lo que atéis, lo que desatéis… (18,18).

Segunda parte, cada cristiano es sacerdote

La segunda parte del texto aplica y explica esta experiencia en forma cristológica, diciendo donde estén dos o tres reunidos en mi nombre allí estoy yo… Está Jesús como autoridad pascual (Emmanuel, Dios con nosotros: Mc 1, 23) allí donde sus discípulos extienden su discipulado hacia los pueblos de la tierra (Mt 28, 20) y dialogan entre sí (18, 20).

Por eso, el vicario de Cristo no es una autoridad aislada (papa, obispo, presbítero), sino la misma comunidad reunida, en sinfonía de oración y acción fraterna. Ciertamente, hay ministerios (doctores, profetas, escribas: cf. Mt 23, 34), pero a este nivel no hace falta citarlos: la misma comunidad, reunida en oración, en nombre de Jesús, es autoridad suprema.

Porque donde se reúnen dos o tres en mi Nombre,
allí estoy Yo en medio de ellos (18, 20).

Amor y oración no se pueden delegar, pues son esencia de la vida, verdad de los creyentes. Tampoco puede delegarse la fraternidad, dejándola en manos de instancias superiores, pues entonces surge un sistema sacral (o una sociedad), no la comunión personal de la iglesia.

Por eso, cada comunidad cristiana, en diálogo con otras, puede y debe organizarse a sí misma, pues los mismo hermanos reunidos en nombre de Jesús y desde el Padre son autoridad para admitir nuevos miembros, celebrar la eucaristía y declarar, si fuere necesario, la ruptura de aquellos que se excluyen a sí mismo, pues no quieren ser iglesia (no aceptan el perdón), recorriendo para ello los caminos adecuados.

Todos los temas que cierta iglesia posterior ha reservado para obispos o papas (desde la ordenación ministerial hasta la disciplina de los matrimonio) serían para Mt 18 objeto y contenido de una autoridad comunitaria, que no pueden delegarse. La iglesia posterior se ha vuelto sistema sacral muy eficaz, organizado de forma unitaria (jerárquica), pero ha perdido esta raíz fraterna y evangélica de Mt, que está en la línea de lo que está empezando a realizar también (a finales del I dC) el judaísmo de la federación de sinagogas.

Ciertamente, las iglesias forman la única Iglesia de Jesús, fundada en la Roca de Pedro (cf. Mt 16, 18-19), pero cada una es campo de fraternidad completa, capaz de acoger nuevos miembros y vivir con ellos en gratuidad y comunión personal. Devolver a cada iglesia su autoridad creadora y es un elemento esencial de la reforma evangélica de la Iglesia.

Por situarse en el centro de Mt 18, nuestro pasaje (18, 15-20) sigue recordando que la autoridad de la comunidad resulta inseparable del valor de los pequeños-excluidos (18, 1-14) y del perdón universal (18, 21-35). Al servicio de aquellos que el sistema rechaza y como sacramento de gracia (no para imponerse sobre nadie) ofrece la iglesia su experiencia de fraternidad. Lógicamente, Mt se sitúa en un contexto judío, asumiendo y desarrollando, en clave mesiánica, un camino que está explorando la federación de sinagogas.

Una Iglesia dirigida desde fuera no es Iglesia

Frente a esa experiencia dialoga mesiánica ha desarrollado Cierta Iglesia posterior un tipo de lógica imperial unificada (en la línea del Imperio romano) vinculada al pensamiento jerárquico del platonismo y propia de la administración romana, que regula desde arriba la vida de las comunidades.

El evangelio, que debía ser lugar de gratuidad y espacio de comunicación personal para todos los creyentes, se ha vuelto sistema religioso, dominado por expertos o jerarcas, de manera que el conjunto de los fieles dejan ya de ser agentes y se vuelven receptores pacientes de una gracia ofrecida desde fuera.

Pues bien, una iglesia “perfecta”, administrada de forma impecable pero desde fuera (sin que sus miembros sean responsables), se volvería satánica (cf. Mt 4), dejaría de ser evangélica.

La autoridad cristiana no deriva de una razón abstracta, que vale en general y se desliga del recuerdo de los oprimidos y excluidos (cf. Mt 23, 35), como quiere cierto racionalismo crítico moderno. Tampoco proviene de un talión, que perpetúa la venganza, ni suscita una jerarquía sistémica perfecta, que mantiene a los demás como aprendices (discentes), que escuchan y acogen algo que llega de fuera. En la base de la autoridad cristiana ha colocado el Sermón de la Montaña el perdón y la superación del juicio (cf. Mt 5, 43-48; 7, 1-3). En el centro pone Mt 18 la comunicación personal de los creyentes.

La verdad del evangelio se identifica con la misma comunicación universal y transparente (gratuita) de los fieles, en gesto de apertura hacia los necesitados o excluidos del sistema. No hay autoridad extra-territorial, fuera del diálogo creyente, propio de personas especialmente delegadas para ello (obispos o presbíteros). Los ministros de la iglesia no tienen un saber o poder distinto, sino que expresan desde el Cristo, Palabra de Dios, la palabra del diálogo comunitario. Postular, pues, un poder fuera (por encima de ese diálogo) significa recaer en un paternalismo autoritario, quizá de tipo platónico o neo-platónico, pero exterior al evangelio mesiánico y trinitario.

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