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Entradas Etiquetadas ‘María de Magdala’

Ante la Cruz…

Viernes, 15 de abril de 2022
Comentarios desactivados en Ante la Cruz…

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 ANTE LA CRUZ

Ante la cruz me llamas
en tu agonía.
Ante la cruz me llamas.
Y he aquí que tropiezo
con las palabras.

Porque si dices ante
¿no me pides, Señor,
sino que mire
frente a frente la cruz
y que la abrace?

Si te miro, Señor,
y Tú me miras,
es un horno de amor
lo que en ti veo,
y lo que veo en mí,
Señor, no es nada,
nada, nada, Señor,
sino silencio.

Un silencio vacío:
si Tú lo llenas
se habrá hecho la luz
en las tinieblas.

Y si en la cruz te abrazo
y Tú me abrazas,
el silencio, Señor,
es más palabra.

Ante la cruz, Señor,
aquí me tienes,
ante la cruz, Señor,
pues Tú lo quieres.

II

VÍA DOLOROSA

I

PARA DECIR LO QUE PASÓ AQUEL VIERNES…

…a Jesús, en cambio, lo hizo azotar
y lo entregó para que fuese crucificado.
(Mt.27,26)

Para decir lo que pasó aquel viernes
en los palacios de Jerusalén y en sus afueras
no bastan las palabras.
Por eso no hay
en las avenidas del relato
-Mateo, Marcos, Juan- sino una capa
de misericordia, un leve
y condensado recuerdo a los azotes.
Para decir lo que pasó aquel viernes
en los palacios de Jerusalén: la sangre,
los insultos, los golpes, la corona
de espinas,
los gritos, la locura, la ira desatada
contra el más bello y puro de los hombres,
contra el más inocente…
para decir lo que pasó aquel viernes
solo valen las lágrimas.

II

SIMÓN DE CIRENE SE ENCUENTRA CON LA CRUZ

Al salir encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón,
y le obligaron a que cargara con la cruz de Jesús.
(Mt. 27, 32)

Pesan los días y pesan los trabajos
y en las venas el cansancio es veneno
que apresura los pasos hacia el dulce
reposo del hogar;
los pasos hacia el dulce
abrazo del amor y del sueño.
Ni siquiera
hay espacio en el alma para el canto
de un pájaro. Tampoco para el sordo
rumor que empieza a arder
sobre el polvo en la plaza.
Viene Simón el de Cirene convertido
en pura sed, en pura
materia de fatiga.
Esa cruz
le sobreviene como un alud de asombro
y rebeldía.
Pero
entre la náusea de la sangre sabe
que siempre hay un dolor que añadir al dolor.
Entre la náusea de la sangre mira
y encuentra esa mirada como un pozo
encendido,
como un pozo
donde se funde el Galileo
con el dolor del mundo.
Apenas un instante y el abrazo
del corazón y la madera hasta la cima.
Vuelve Simón el de Cirene. Queda
una cruz en su piel.
Y una mirada.

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III

MUJER EN JERUSALÉN

Lo seguía muchísima gente, especialmente
mujeres que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él.
(Lc. 23, 27)

Mis ojos suben por las calles de Jerusalén
bajo una lluvia de dolor,
bajo una lluvia
que va a lavar el mundo.
Mis ojos suben arrimados
a la cal de las paredes
mientras todo el fragor del sufrimiento
se hace eco en mis párpados.
Puedo sentir tu sed,
la quemazón de tus rodillas rotas
sobre los filos de la tierra.
Toma mi corazón, toma mis lágrimas,
déjalas que ellas laven tus heridas
ahora que soy
mujer en Jerusalén y que te sigo.
Mis ojos se adelantan
por los empedrados de Jerusalén
para encontrar los tuyos.
Y no hay en ellos
rebeldía.
Bajo la cruz
Tú eras una antorcha
de mansedumbre. Derramabas
una piedad universal con cada aliento.

Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí
(Lc.23,28)

¿Y cómo no llorar, Señor?
Déjame, al menos,
si no llorar por Ti, llorar contigo.

III

GÓLGOTA

I

EL CORAZÓN DE LAS MUJERES

Muchas mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea
para asistirlo, contemplaban la escena desde lejos.
(Mt 27, 55)

Estirándose sobre la distancia,
el corazón de las mujeres
se hizo cruz en el Gólgota.
¡Oh corazón de las mujeres, cruciforme,
arca lúcida,
oscura estancia del amor y permanente
arcaduz del misterio!
¡Oh corazón de las mujeres,
prodigioso arroyo fiel que mana
desde el mar de Galilea hasta el Calvario!
¡Y más allá del Calvario, hasta los límites
verticales y alzados,
hasta la orilla de la fe donde se trueca
el destino del hombre!
Mujeres, con vosotras he visto
la salvación del mundo,
su rostro ensangrentado, la medida
de sus brazos abiertos,
la extensión de su abrazo,
que acerca hasta nosotros
la dádiva incansable de sus manos
abiertas y horadadas para siempre.
Y he visto su corazón de par en par,
su corazón como una cueva dulce,
su corazón, abrigo
para toda intemperie.
He visto con vosotras
los pies del redentor, nunca cansados
de venir hacia mí, también heridos
de mí, por mí, también clavados
para la eternidad.
¡Oh pies de Cristo
impresos
sobre la arena de mi corazón!
¡Oh Cristo que atrajiste
hasta Ti el corazón de estas mujeres,
déjame ahora
latir en su latido:
contemplarte.

2007-04-06T11_29_59-07_00

II

STABAT MATER

Estaba la madre al pie
de la cruz. La madre estaba.
Enhiesta y crucificada,
color de nardo la piel.
En el pecho el hueco aquel
que vacío parecía.
No me lo cierres, María
que quiero encerrarme en él,
que quiero encerrarme y ver
todo lo que tú veías.
Sé tú mi madre, María,
como lo quería Él.

theotherchristandresserrano

III

CIERRA EL CIELO LOS OJOS …

Desde el mediodía hasta las tres de la tarde
la tierra se cubrió de tinieblas.
(Mt. 27, 45)

Cierra el cielo los ojos:
cae
la noche a plomo sobre el mediodía
de aquel viernes de abril en el Calvario.
No puede el cielo ser tan impasible
cuando en la cruz está muriendo un hombre,
ya solo sufrimiento y sangre,
cuando muere
el amado de Dios.
¿O acaso vuelve el rostro el cielo
también
y es abandono
lo que creían sombra?
Pesa, pesa, pesa…
Pesa esta oscuridad
que hace crujir los hombros
mientras el ser se vence
inexorablemente hacia el abismo.
Esta tiniebla tiene
peso, longitud, altura,
y penetra en el alma
y duele y vela
la mirada de Dios en la distancia.
¿No hay otro modo, Señor, no hay otro modo
de morir, de vivir, que hacer a ciegas
esta larga jornada de camino?
Pues si ha de ser así, Señor, te pido
que al menos en la muerte no me falte
un bordón de plegaria: que no olvide
tu nombre dulce con el que llamarte.

IV

EL GRITO

Y Jesús, dando de nuevo un fuerte grito entregó su espíritu
(Mt.27, 50)

Un grito. Luego el silencio.
Y en silencio estoy aquí
mientras resucitas Tú
y resucitan los muertos.
¡Cristo, ten piedad de mí!

Con Cristo

*

Mercedes Marcos Sánchez,

Poeta ante la Cruz (Meditación en Mateo)

***

Hoy la Iglesia nos invita a un gesto que quizás para los gustos modernos resulte un tanto superado: la adoración y beso de la cruz. Pero se trata de un gesto excepcional. El rito prevé que se vaya desvelando lentamente la cruz, exclamando tres veces: “Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo”. Y el pueblo responde: “Venid a adorarlo”.

El motivo de esta triple aclamación está claro. No se puede descubrir de una vez la escena del Crucificado que la Iglesia proclama como la suprema revelación de Dios. Y cuando lentamente se desvela la cruz, mirando esta escena de sufrimiento y martirio con una actitud de adoración, podemos reconocer al Salvador en ella. Ver al Omnipotente en la escena de la debilidad, de la fragilidad, del desfallecimiento, de la derrota, es el misterio del Viernes Santo al que los fieles nos acercamos por medio de la adoración.

La respuesta “Venid a adorarlo” significa ir hacia él y besar. El beso de un hombre lo entregó a la muerte; cuando fue objeto de nuestra violencia es cuando fue salvada la humanidad, descubriendo el verdadero rostro de Dios, al que nos podemos volver para tener vida, ya que sólo vive quien está con el Señor. Besando a Cristo, se besan todas las heridas del mundo, las heridas de la humanidad, las recibidas y las inferidas, las que los otros nos han infligido y las que hemos hecho nosotros. Aun más: besando a Cristo besamos nuestras heridas, las que tenemos abiertas por no ser amados.

Pero hoy, experimentando que uno se ha puesto en nuestras manos y ha asumido el mal del mundo, nuestras heridas han sido amadas. En él podemos amar nuestras heridas transfiguradas. Este beso que la Iglesia nos invita a dar hoy es el beso del cambio de vida.

Cristo, desde la cruz, ha derramado la vida, y nosotros, besándolo, acogemos su beso, es decir, su expirar amor, que nos hace respirar, revivir. Sólo en el interior del amor de Dios se puede participar en el sufrimiento, en la cruz de Cristo, que, en el Espíritu Santo, nos hace gustar del poder de la resurrección y del sentido salvífico del dolor.

*
M. I. Rupnik,
di pascua. Venerdi santo,
Roma 1998, 47-53).

***

***

"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , , , , ,

“¿A quién buscas?”

Jueves, 22 de julio de 2021
Comentarios desactivados en “¿A quién buscas?”

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«¿A quién buscas?»
La pregunta de Jesús resucitado a María de Magdala puede sorprendernos también a nosotros cada mañana y a cada hora de nuestra vida. ¿Eres capaz de decir a quién buscas de verdad? En efecto, no siempre está claro que buscamos a Jesús, al Señor. No siempre aquel a quien queremos encontrar es precisamente aquel que quiere entregarse a nosotros.

María buscaba al hombre Jesús, buscaba al Maestro crucificado, por eso no veía a Jesús el Viviente delante de ella. Si tenemos una idea de Jesús a la medida de nuestra pequeña mente humana, nuestra búsqueda acaba en un callejón sin salida. Jesús es siempre inmensamente más que lo que nosotros conseguimos pensar y desear. ¿Dónde, pues, y cómo buscar al Señor para salir del túnel de nuestros extravíos y de nuestros miedos, para no engañarnos dando vueltas alrededor de nosotros mismos en vez de correr derechos hacia él? Sólo sí antes tenemos una verdadera y justa valoración de nosotros mismos como criaturas pobres podremos descubrir la presencia de aquel que lo sostiene todo. Aquel a quien buscamos debe ser verdaderamente el todo al que anhela adherirse nuestra alma. Buscar a Cristo es signo de que, en cierto modo, ya le hemos encontrado, pero encontrar a Cristo es un estímulo para continuar buscándolo.

Esta actitud no se plantea sólo al comienzo del camino espiritual, sino que lo acompaña hasta la última meta, puesto que la búsqueda del rostro del Señor es su dato esencial. Conocer a aquel por quien somos conocidos: eso es lo indispensable. El itinerario del conocimiento de Cristo coincide con el mismo itinerario de la fe y del amor. El yo debe aprender a callar y a escuchar; el corazón debe aprender el camino del exilio para alejarse de todo cuanto lo mantiene apegado a sus viejos / tristes amores.

*

A. M. Cánopi,
Nel mistero della gratuita,
Milán 1998, p. 21 ss

eyJ0eXAiOiJKV1QiLCJhbGciOiJIUzI1NiJ9.eyJpbSI6WyJcL2FydHdvcmtcL2ltYWdlRmlsZVwvbWFnZGFsZW5hLWxhLXRvdXIuanBnIiwicmVzaXplLDUwMCJdfQ.-WNKyUAeud6QsTA-DLcNUg-xr-N5Rj1ZYlk2NpmOp0A

***

"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad, Otro Dios es posible , ,

Homenaje a la Miriam de Magdala que hay en ti.

Jueves, 22 de julio de 2021
Comentarios desactivados en Homenaje a la Miriam de Magdala que hay en ti.

magdalena-jesus-640x480Siempre hablamos de ella. Muchas de nosotras la consideramos nuestra maestra y hermana mayor. En ella proyectamos nuestros modelos de discípula, de mujer libre de las redes del patriarcado, y ,sobre todo, de mujer empoderada por un amor personal, profundo que como catapulta la lanzó a la tarea que Jesús le encomendó: contarle al mundo que Él vive. Contarle al patriarcado que así no, y los frutos desafortunadamente los vemos hoy más claramente… así no.

Ella tiene el secreto, la llave del cómo. Y nos lo cuenta, entre líneas, porque nunca interesó demasiado, y la manera de silenciarla fue considerarla prostituta. Ellos, el patriarcado sabían que este término tenía un poder fulminante entre hombres y mujeres.

Tenemos una amiga en Holanda y nos llevó a conocerlas en sus ventanas rojas, en sus calles tortuosas. Nuestra amiga va mucho a visitarlas. Pasa por delante de sus ventanas a una hora prudente, y les sonríe. Eso hicimos, y ellas se dan cuenta de tu sonrisa sororal. Jesús debía hacer eso. Yo me las imaginé, saliendo de sus ventanas donde humilladas maquillan sus cuerpos y  esperan que alguien compre su servicio, y liberadas de esa dependencia para alimentar a sus hijos… correr a una vida normal, como la nuestra. ¡Cómo no iba a enternecerse Jesús!

También a Miriam de Magdala la colocaron, ellos, en una ventana roja, pero gracias a muchas hermanas y hermanos biblistas que la sacaron hoy puede correr por nuestras calles en nuestras sandalias, como la discípula que fue y que sigue siendo hoy en ti y en mí.

Más que yo hablar, de nuevo, de ella, debo decir que es ella la que me habla de nosotras, de mí.

¿Qué nos dices Miriam de Magdala a las mujeres discípulas de hoy?

Aquí y ahora, te invito a que te hagas la pregunta, si quieres…yo me la he hecho y ahondando en el alma me encuentro con una palabra “haz tú lo mismo, descubre la Miriam de Magdala adormecida en tu hondón, en tu congelado interior, en tu fantasía…descongélala, sácala de cualquier ventana roja, y dale cobijo en tu alma de discípula”.

Si le dejas, se hará carne de tu carne. Si le dejas, te ayudará a caldear ese frío interior que nos impide caldear el mundo con la presencia del Amado.

Conozco a muchas mujeres hoy que encarnan su espíritu y corren por nuestras calles. Son entre otras, las beguinas de hoy. Dejaron atrás el patriarcado y sus redes e iniciaron grupos para dar oxígeno a muchas mujeres. Otras  Miriams están en sus casas,  totalmente comprometidas con el Resucitado siendo sus manos, su pensamiento, su mirada…

Es un momento histórico apasionante. Lo viejo está reviejo, lo nuevo brotando, madurando.

Las Miriam de Magdala de hoy, muchas tienen teología, predican, escriben, acompañan… somos miles. No salimos en las noticias, ni en las revistas eclesiásticas, no somos importantes para el mundo patriarcal, pero somos el tesoro escondido, la riqueza que salva el cristianismo. Jesús hoy, de nuevo pondría su movimiento en manos de Miriam de Magdala.

Jesús, el Amado, el Resucitado, hoy pone su movimiento emergente en nuestras manos de mujer, de nuevo. Manos de parteras y de predicadoras, manos de discípulas, maestras, profesoras y hermanas.

Somos una revolución, a lo femenino, como ellas, las primeras, en nuestras casas, en nuestros círculos, en las facultades de teología, en educación,  en las redes sociales… somos imparables.

Esa energía de la Ruah, atrae, reforma, suscita, se trata de acoger, acompañar, dar a luz, ayudar a nacer…

Magda Bennásar Oliver, sfcc

Fuente Fe Adulta

Biblia, Espiritualidad ,

Ante la Cruz…

Viernes, 2 de abril de 2021
Comentarios desactivados en Ante la Cruz…

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ANTE LA CRUZ

Ante la cruz me llamas
en tu agonía.
Ante la cruz me llamas.
Y he aquí que tropiezo
con las palabras.

Porque si dices ante
¿no me pides, Señor,
sino que mire
frente a frente la cruz
y que la abrace?

Si te miro, Señor,
y Tú me miras,
es un horno de amor
lo que en ti veo,
y lo que veo en mí,
Señor, no es nada,
nada, nada, Señor,
sino silencio.

Un silencio vacío:
si Tú lo llenas
se habrá hecho la luz
en las tinieblas.

Y si en la cruz te abrazo
y Tú me abrazas,
el silencio, Señor,
es más palabra.

Ante la cruz, Señor,
aquí me tienes,
ante la cruz, Señor,
pues Tú lo quieres.

II

VÍA DOLOROSA

I

PARA DECIR LO QUE PASÓ AQUEL VIERNES…

…a Jesús, en cambio, lo hizo azotar
y lo entregó para que fuese crucificado.
(Mt.27,26)

Para decir lo que pasó aquel viernes
en los palacios de Jerusalén y en sus afueras
no bastan las palabras.
Por eso no hay
en las avenidas del relato
-Mateo, Marcos, Juan- sino una capa
de misericordia, un leve
y condensado recuerdo a los azotes.
Para decir lo que pasó aquel viernes
en los palacios de Jerusalén: la sangre,
los insultos, los golpes, la corona
de espinas,
los gritos, la locura, la ira desatada
contra el más bello y puro de los hombres,
contra el más inocente…
para decir lo que pasó aquel viernes
solo valen las lágrimas.

II

SIMÓN DE CIRENE SE ENCUENTRA CON LA CRUZ

Al salir encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón,
y le obligaron a que cargara con la cruz de Jesús.
(Mt. 27, 32)

Pesan los días y pesan los trabajos
y en las venas el cansancio es veneno
que apresura los pasos hacia el dulce
reposo del hogar;
los pasos hacia el dulce
abrazo del amor y del sueño.
Ni siquiera
hay espacio en el alma para el canto
de un pájaro. Tampoco para el sordo
rumor que empieza a arder
sobre el polvo en la plaza.
Viene Simón el de Cirene convertido
en pura sed, en pura
materia de fatiga.
Esa cruz
le sobreviene como un alud de asombro
y rebeldía.
Pero
entre la náusea de la sangre sabe
que siempre hay un dolor que añadir al dolor.
Entre la náusea de la sangre mira
y encuentra esa mirada como un pozo
encendido,
como un pozo
donde se funde el Galileo
con el dolor del mundo.
Apenas un instante y el abrazo
del corazón y la madera hasta la cima.
Vuelve Simón el de Cirene. Queda
una cruz en su piel.
Y una mirada.

magdalena-maria-y-juan

III

MUJER EN JERUSALÉN

Lo seguía muchísima gente, especialmente
mujeres que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él.
(Lc. 23, 27)

Mis ojos suben por las calles de Jerusalén
bajo una lluvia de dolor,
bajo una lluvia
que va a lavar el mundo.
Mis ojos suben arrimados
a la cal de las paredes
mientras todo el fragor del sufrimiento
se hace eco en mis párpados.
Puedo sentir tu sed,
la quemazón de tus rodillas rotas
sobre los filos de la tierra.
Toma mi corazón, toma mis lágrimas,
déjalas que ellas laven tus heridas
ahora que soy
mujer en Jerusalén y que te sigo.
Mis ojos se adelantan
por los empedrados de Jerusalén
para encontrar los tuyos.
Y no hay en ellos
rebeldía.
Bajo la cruz
Tú eras una antorcha
de mansedumbre. Derramabas
una piedad universal con cada aliento.

Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí
(Lc.23,28)

¿Y cómo no llorar, Señor?
Déjame, al menos,
si no llorar por Ti, llorar contigo.

III

GÓLGOTA

I

EL CORAZÓN DE LAS MUJERES

Muchas mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea
para asistirlo, contemplaban la escena desde lejos.
(Mt 27, 55)

Estirándose sobre la distancia,
el corazón de las mujeres
se hizo cruz en el Gólgota.
¡Oh corazón de las mujeres, cruciforme,
arca lúcida,
oscura estancia del amor y permanente
arcaduz del misterio!
¡Oh corazón de las mujeres,
prodigioso arroyo fiel que mana
desde el mar de Galilea hasta el Calvario!
¡Y más allá del Calvario, hasta los límites
verticales y alzados,
hasta la orilla de la fe donde se trueca
el destino del hombre!
Mujeres, con vosotras he visto
la salvación del mundo,
su rostro ensangrentado, la medida
de sus brazos abiertos,
la extensión de su abrazo,
que acerca hasta nosotros
la dádiva incansable de sus manos
abiertas y horadadas para siempre.
Y he visto su corazón de par en par,
su corazón como una cueva dulce,
su corazón, abrigo
para toda intemperie.
He visto con vosotras
los pies del redentor, nunca cansados
de venir hacia mí, también heridos
de mí, por mí, también clavados
para la eternidad.
¡Oh pies de Cristo
impresos
sobre la arena de mi corazón!
¡Oh Cristo que atrajiste
hasta Ti el corazón de estas mujeres,
déjame ahora
latir en su latido:
contemplarte.

2007-04-06T11_29_59-07_00

II

STABAT MATER

Estaba la madre al pie
de la cruz. La madre estaba.
Enhiesta y crucificada,
color de nardo la piel.
En el pecho el hueco aquel
que vacío parecía.
No me lo cierres, María
que quiero encerrarme en él,
que quiero encerrarme y ver
todo lo que tú veías.
Sé tú mi madre, María,
como lo quería Él.

theotherchristandresserrano

III

CIERRA EL CIELO LOS OJOS …

Desde el mediodía hasta las tres de la tarde
la tierra se cubrió de tinieblas.
(Mt. 27, 45)

Cierra el cielo los ojos:
cae
la noche a plomo sobre el mediodía
de aquel viernes de abril en el Calvario.
No puede el cielo ser tan impasible
cuando en la cruz está muriendo un hombre,
ya solo sufrimiento y sangre,
cuando muere
el amado de Dios.
¿O acaso vuelve el rostro el cielo
también
y es abandono
lo que creían sombra?
Pesa, pesa, pesa…
Pesa esta oscuridad
que hace crujir los hombros
mientras el ser se vence
inexorablemente hacia el abismo.
Esta tiniebla tiene
peso, longitud, altura,
y penetra en el alma
y duele y vela
la mirada de Dios en la distancia.
¿No hay otro modo, Señor, no hay otro modo
de morir, de vivir, que hacer a ciegas
esta larga jornada de camino?
Pues si ha de ser así, Señor, te pido
que al menos en la muerte no me falte
un bordón de plegaria: que no olvide
tu nombre dulce con el que llamarte.

IV

EL GRITO

Y Jesús, dando de nuevo un fuerte grito entregó su espíritu
(Mt.27, 50)

Un grito. Luego el silencio.
Y en silencio estoy aquí
mientras resucitas Tú
y resucitan los muertos.
¡Cristo, ten piedad de mí!

Con Cristo

*

Mercedes Marcos Sánchez,

Poeta ante la Cruz (Meditación en Mateo)

***

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No, ésta vez no nos callan.

Sábado, 25 de julio de 2020
Comentarios desactivados en No, ésta vez no nos callan.

magdalena-jesus-640x480Magdalena Bennasar y Carmen Notario, SFCC,
Bilbao.

ECLESALIA, 20/07/20.- Iniciar un retiro largo el día de María de Magdala no es casualidad. Ha habido muchos astros alineados para que esto pudiera ocurrir, incluido el inicio del desconfinamiento con posibilidades de viajar. Lo cual es muy importante ya que nos juntamos gente de norte sur, este y oeste, si contamos los que participaréis online. También gente de varios países europeos y americanos de norte y sur, y de Egipto, hasta ahí que sepamos.

Me sale de dentro la expresión “No, esta vez no nos callan” tratando de entrar en el espíritu de nuestra hermana silenciada por el patriarcado tan pronto como se libraron de Jesús. Gracias a su amor más fuerte que la muerte y a la fuerza para realizar la tarea que Jesús le encomienda “ve y diles a los hermanos…”, ella es hoy, a lo largo y ancho del globo, en todas las iglesias cristianas, la primera testigo de la Resurrección, la primera apóstol de hecho, la primera predicadora, la primera que posiblemente, bendijo múltiples cenas en las que el Espíritu de Jesús se hacía presente a través de ella, enviada por Él, a decirles a los hermanos que Vive, que está entre nosotros y que en personas como ella, deja su legado y contagia su Espíritu.

¡Bendito contagio!  ¿Dónde están los y las contagiadas para que me acerque y les abrace y haga todo lo posible para contagiarme? Y aquí están, mujeres y hombres de todos los estados, edades e iglesias.

Nuestra comunidad Hermanas Para la Comunidad Cristiana (SFCC) celebramos estos días el 50 aniversario de fundación. Precisamente gracias a un contagio de los que estamos hablando, otra mujer, veinte siglos después, intrépida e inteligente descubre una fórmula de seguimiento que da respuesta al momento y al futuro.

Contagiada e inspirada por el espíritu de las primeras comunidades y del concilio Vaticano II en el que participó como oyente, por supuesto,  Lillana Kopp da forma junto con un grupo de pioneras como ella, a un estilo de comunidad que se te mete por los poros.

A nosotras nos dio la fuerza para pedir el “indulto” -así se llama en derecho canónico- (qué ofensivo) cuando quieres salir de una congregación o instituto religioso. Como decía nos dio la fuerza para dejar más de 40 años en nuestra primera comunidad, para iniciar otro proceso, con esta comunidad ecuménica. Estos días hace un año de nuestro compromiso final y llevamos casi un año con un grupo de 10 personas haciendo el proceso de pertenencia, contagiados por ese mismo espíritu. Entre ellos un joven de 29 años que con su pareja de otra iglesia, desde Bruselas, caminan con nosotros, la mayoría ronda los 50, algunos hemos cumplido los 60: varias médicas, una bióloga, profesores, maestras, empresarias, relaciones internacionales, teólogas…, también personas sin “títulos”, queriendo llevar el espíritu de Jesús a todos los lugares donde nos movemos.

Formamos parte del tejido social europeo, con tendencia a ser críticos, a ser gente que cultiva su espiritualidad y desde ese silencio habitado toma decisiones de cómo mejor invertir los talentos y carismas recibidos para realizar juntos el sueño de Jesús.

Tenemos que recoger la antorcha de las “marías de magdala” que a lo largo de la historia se han jugado la vida para que el espíritu del resucitado no se encerrara en instituciones rancias y mucho menos en un patriarcado podrido y repugnante.

Para ello, todo esfuerzo es poco, la ilusión que tenemos el grupo que podremos juntarnos el  día 22 en Haro (La Rioja, España) es incalculable. Y luego estáis tantos otros  online. Esta última forma puede hacerse a la par que hacemos el retiro o recibir los audios por mail y hacer tu retiro cuando puedas y donde puedas. Todo está ahí.

María de Magdala a nosotras nos saca de nuestras catacumbas donde por persecución real  a través de difamación… nos han metido varias veces, con las secuelas que estos confinamientos dejan… pero esto es imparable. La Vida cuanto más raíces profundas echa, como el bambú, más alta y fuerte se hace.

Desde el espíritu de Jesús, el de María Magdalena y el de Hermanas Para la Comunidad Cristiana os invitamos a vivir unos días orando, escuchando, paseando por el sagrado templo de la naturaleza, con el corazón abierto al espíritu profético que hoy se necesita desesperadamente.

Basta de misas aburridas, ahora entre mascarillas y calor es bastante rollo, anoche casi salimos enfermas: la homilía donde “el varón ordenado solamente puede predicar” fue la narración de un cuentito de dos minutos. ¿Qué? Sí. Para alimento de la semana de la comunidad cristiana… porque lo dicen ellos. ¿Lo mejor? la brevedad. Sentadas en los bancos había varias teólogas, catequistas, religiosas, seglares comprometidos, y llega el de turno y suelta el cuentito.

No, esta vez no nos callan.

Todavía quedan una o dos plazas presenciales y todas las que queráis online. Pedimos una matrícula, porque es justo y además lo necesitamos, pero esto no impedirá que nadie que desee hacer el retiro lo haga. Siempre hay alguna beca, que llega en su justo momento. Os esperamos.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

Para más información: espiritualidadintegradoracristiana.es

Cristianismo (Iglesias), Espiritualidad , , ,

“¿A quién buscas?”

Miércoles, 22 de julio de 2020
Comentarios desactivados en “¿A quién buscas?”

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«¿A quién buscas?» La pregunta de Jesús resucitado a María de Magdala puede sorprendernos también a nosotros cada mañana y a cada hora de nuestra vida. ¿Eres capaz de decir a quién buscas de verdad? En efecto, no siempre está claro que buscamos a Jesús, al Señor. No siempre aquel a quien queremos encontrar es precisamente aquel que quiere entregarse a nosotros.

María buscaba al hombre Jesús, buscaba al Maestro crucificado, por eso no veía a Jesús el Viviente delante de ella. Si tenemos una idea de Jesús a la medida de nuestra pequeña mente humana, nuestra búsqueda acaba en un callejón sin salida. Jesús es siempre inmensamente más que lo que nosotros conseguimos pensar y desear. ¿Dónde, pues, y cómo buscar al Señor para salir del túnel de nuestros extravíos y de nuestros miedos, para no engañarnos dando vueltas alrededor de nosotros mismos en vez de correr derechos hacia él? Sólo sí antes tenemos una verdadera y justa valoración de nosotros mismos como criaturas pobres podremos descubrir la presencia de aquel que lo sostiene todo. Aquel a quien buscamos debe ser verdaderamente el todo al que anhela adherirse nuestra alma. Buscar a Cristo es signo de que, en cierto modo, ya le hemos encontrado, pero encontrar a Cristo es un estímulo para continuar buscándolo.

Esta actitud no se plantea sólo al comienzo del camino espiritual, sino que lo acompaña hasta la última meta, puesto que la búsqueda del rostro del Señor es su dato esencial. Conocer a aquel por quien somos conocidos: eso es lo indispensable. El itinerario del conocimiento de Cristo coincide con el mismo itinerario de la fe y del amor. El yo debe aprender a callar y a escuchar; el corazón debe aprender el camino del exilio para alejarse de todo cuanto lo mantiene apegado a sus viejos / tristes amores.

*

A. M. Cánopi,
Nel mistero della gratuita,
Milán 1998, p. 21 ss

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Ante la Cruz…

Viernes, 10 de abril de 2020
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ANTE LA CRUZ

Ante la cruz me llamas
en tu agonía.
Ante la cruz me llamas.
Y he aquí que tropiezo
con las palabras.

Porque si dices ante
¿no me pides, Señor,
sino que mire
frente a frente la cruz
y que la abrace?

Si te miro, Señor,
y Tú me miras,
es un horno de amor
lo que en ti veo,
y lo que veo en mí,
Señor, no es nada,
nada, nada, Señor,
sino silencio.

Un silencio vacío:
si Tú lo llenas
se habrá hecho la luz
en las tinieblas.

Y si en la cruz te abrazo
y Tú me abrazas,
el silencio, Señor,
es más palabra.

Ante la cruz, Señor,
aquí me tienes,
ante la cruz, Señor,
pues Tú lo quieres.

II

VÍA DOLOROSA

I

PARA DECIR LO QUE PASÓ AQUEL VIERNES…

…a Jesús, en cambio, lo hizo azotar
y lo entregó para que fuese crucificado.
(Mt.27,26)

Para decir lo que pasó aquel viernes
en los palacios de Jerusalén y en sus afueras
no bastan las palabras.
Por eso no hay
en las avenidas del relato
-Mateo, Marcos, Juan- sino una capa
de misericordia, un leve
y condensado recuerdo a los azotes.
Para decir lo que pasó aquel viernes
en los palacios de Jerusalén: la sangre,
los insultos, los golpes, la corona
de espinas,
los gritos, la locura, la ira desatada
contra el más bello y puro de los hombres,
contra el más inocente…
para decir lo que pasó aquel viernes
solo valen las lágrimas.

II

SIMÓN DE CIRENE SE ENCUENTRA CON LA CRUZ

Al salir encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón,
y le obligaron a que cargara con la cruz de Jesús.
(Mt. 27, 32)

Pesan los días y pesan los trabajos
y en las venas el cansancio es veneno
que apresura los pasos hacia el dulce
reposo del hogar;
los pasos hacia el dulce
abrazo del amor y del sueño.
Ni siquiera
hay espacio en el alma para el canto
de un pájaro. Tampoco para el sordo
rumor que empieza a arder
sobre el polvo en la plaza.
Viene Simón el de Cirene convertido
en pura sed, en pura
materia de fatiga.
Esa cruz
le sobreviene como un alud de asombro
y rebeldía.
Pero
entre la náusea de la sangre sabe
que siempre hay un dolor que añadir al dolor.
Entre la náusea de la sangre mira
y encuentra esa mirada como un pozo
encendido,
como un pozo
donde se funde el Galileo
con el dolor del mundo.
Apenas un instante y el abrazo
del corazón y la madera hasta la cima.
Vuelve Simón el de Cirene. Queda
una cruz en su piel.
Y una mirada.

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III

MUJER EN JERUSALÉN

Lo seguía muchísima gente, especialmente
mujeres que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él.
(Lc. 23, 27)

Mis ojos suben por las calles de Jerusalén
bajo una lluvia de dolor,
bajo una lluvia
que va a lavar el mundo.
Mis ojos suben arrimados
a la cal de las paredes
mientras todo el fragor del sufrimiento
se hace eco en mis párpados.
Puedo sentir tu sed,
la quemazón de tus rodillas rotas
sobre los filos de la tierra.
Toma mi corazón, toma mis lágrimas,
déjalas que ellas laven tus heridas
ahora que soy
mujer en Jerusalén y que te sigo.
Mis ojos se adelantan
por los empedrados de Jerusalén
para encontrar los tuyos.
Y no hay en ellos
rebeldía.
Bajo la cruz
Tú eras una antorcha
de mansedumbre. Derramabas
una piedad universal con cada aliento.

Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí
(Lc.23,28)

¿Y cómo no llorar, Señor?
Déjame, al menos,
si no llorar por Ti, llorar contigo.

III

GÓLGOTA

I

EL CORAZÓN DE LAS MUJERES

Muchas mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea
para asistirlo, contemplaban la escena desde lejos.
(Mt 27, 55)

Estirándose sobre la distancia,
el corazón de las mujeres
se hizo cruz en el Gólgota.
¡Oh corazón de las mujeres, cruciforme,
arca lúcida,
oscura estancia del amor y permanente
arcaduz del misterio!
¡Oh corazón de las mujeres,
prodigioso arroyo fiel que mana
desde el mar de Galilea hasta el Calvario!
¡Y más allá del Calvario, hasta los límites
verticales y alzados,
hasta la orilla de la fe donde se trueca
el destino del hombre!
Mujeres, con vosotras he visto
la salvación del mundo,
su rostro ensangrentado, la medida
de sus brazos abiertos,
la extensión de su abrazo,
que acerca hasta nosotros
la dádiva incansable de sus manos
abiertas y horadadas para siempre.
Y he visto su corazón de par en par,
su corazón como una cueva dulce,
su corazón, abrigo
para toda intemperie.
He visto con vosotras
los pies del redentor, nunca cansados
de venir hacia mí, también heridos
de mí, por mí, también clavados
para la eternidad.
¡Oh pies de Cristo
impresos
sobre la arena de mi corazón!
¡Oh Cristo que atrajiste
hasta Ti el corazón de estas mujeres,
déjame ahora
latir en su latido:
contemplarte.

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II

STABAT MATER

Estaba la madre al pie
de la cruz. La madre estaba.
Enhiesta y crucificada,
color de nardo la piel.
En el pecho el hueco aquel
que vacío parecía.
No me lo cierres, María
que quiero encerrarme en él,
que quiero encerrarme y ver
todo lo que tú veías.
Sé tú mi madre, María,
como lo quería Él.

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III

CIERRA EL CIELO LOS OJOS …

Desde el mediodía hasta las tres de la tarde
la tierra se cubrió de tinieblas.
(Mt. 27, 45)

Cierra el cielo los ojos:
cae
la noche a plomo sobre el mediodía
de aquel viernes de abril en el Calvario.
No puede el cielo ser tan impasible
cuando en la cruz está muriendo un hombre,
ya solo sufrimiento y sangre,
cuando muere
el amado de Dios.
¿O acaso vuelve el rostro el cielo
también
y es abandono
lo que creían sombra?
Pesa, pesa, pesa…
Pesa esta oscuridad
que hace crujir los hombros
mientras el ser se vence
inexorablemente hacia el abismo.
Esta tiniebla tiene
peso, longitud, altura,
y penetra en el alma
y duele y vela
la mirada de Dios en la distancia.
¿No hay otro modo, Señor, no hay otro modo
de morir, de vivir, que hacer a ciegas
esta larga jornada de camino?
Pues si ha de ser así, Señor, te pido
que al menos en la muerte no me falte
un bordón de plegaria: que no olvide
tu nombre dulce con el que llamarte.

IV

EL GRITO

Y Jesús, dando de nuevo un fuerte grito entregó su espíritu
(Mt.27, 50)

Un grito. Luego el silencio.
Y en silencio estoy aquí
mientras resucitas Tú
y resucitan los muertos.
¡Cristo, ten piedad de mí!

Con Cristo

*

Mercedes Marcos Sánchez,

Poeta ante la Cruz (Meditación en Mateo)

***

Hoy la Iglesia nos invita a un gesto que quizás para los gustos modernos resulte un tanto superado: la adoración y beso de la cruz. Pero se trata de un gesto excepcional. El rito prevé que se vaya desvelando lentamente la cruz, exclamando tres veces: “Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo”. Y el pueblo responde: “Venid a adorarlo.

El motivo de esta triple aclamación está claro. No se puede descubrir de una vez la escena del Crucificado que la Iglesia proclama como la suprema revelación de Dios. Y cuando lentamente se desvela la cruz, mirando esta escena de sufrimiento y martirio con una actitud de adoración, podemos reconocer al Salvador en ella. Ver al Omnipotente en la escena de la debilidad, de la fragilidad, del desfallecimiento, de la derrota, es el misterio del Viernes Santo al que los fieles nos acercamos por medio de la adoración.

La respuesta “Venid a adorarlo” significa ir hacia él y besar. El beso de un hombre lo entregó a la muerte; cuando fue objeto de nuestra violencia es cuando fue salvada la humanidad, descubriendo el verdadero rostro de Dios, al que nos podemos volver para tener vida, ya que sólo vive quien está con el Señor. Besando a Cristo, se besan todas las heridas del mundo, las heridas de la humanidad, las recibidas y las inferidas, las que los otros nos han infligido y las que hemos hecho nosotros. Aun más: besando a Cristo besamos nuestras heridas, las que tenemos abiertas por no ser amados.

Pero hoy, experimentando que uno se ha puesto en nuestras manos y ha asumido el mal del mundo, nuestras heridas han sido amadas. En él podemos amar nuestras heridas transfiguradas. Este beso que la Iglesia nos invita a dar hoy es el beso del cambio de vida.

Cristo, desde la cruz, ha derramado la vida, y nosotros, besándolo, acogemos su beso, es decir, su expirar amor, que nos hace respirar, revivir. Sólo en el interior del amor de Dios se puede participar en el sufrimiento, en la cruz de Cristo, que, en el Espíritu Santo, nos hace gustar del poder de la resurrección y del sentido salvífico del dolor.

*

M. I. Rupnik,
Omelie di pascua. Venerdi santo,
Roma 1998, 47-53

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Viernes Santo. Proceso a Jesús: las diez razones de su muerte

Viernes, 10 de abril de 2020
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Del blog de Xabier Pikaza:

¿Quiénes y por qué mataron a Jesús? ¿Qué hacía Dios mientras le juzgaron?

Diez tesis para un Viernes Santo de la Pandemia

“La “no violencia” de Jesús no puede entenderse de forma intimista (huida a la interioridad), sino de transformación social, que algunos pudieron interpretar en línea de alzamiento militar, ahogado en sangre por Roma”

Introducción

Hoy es el día del Sermón de las Siete Palabras de Jesús en la Cruz, pero es también día de las Diez Razones de su condena a muerte, y así las quiero exponer sobriamente en las reflexiones que siguen.

047_1No buscó la muerte, sino  la llegada del Reino (que es vida en libertad‒sanación, desde los más pobres); pero su forma de entender el Reino le opuso (y le sigue oponiendo) a un tipo de poderes, que le condenaron a muerte, elevándose así la pregunta clave del cristianismo y quizá de toda la historia humana: ¿Quiénes y por qué mataron a Jesús? ¿Qué hacía Dios mientras le juzgaron?

  Los estudios históricos y teológicos sobre la muerte de Jesús son innumerables. Yo mismo he dedicado gran parte de mi obra a la reflexión sobre tema. Pero hasta hoy,  no me había atrevido a condensar mi estudio y respuesta en 10 tesis centrales y breves y breves como las que siguen.

Aprovecho la ocasión para hacerlo en este Viernes Santo de la Pandemia, pensando que puedo ofrecer alguna ayuda o motivo de  reflexión (¡y evidentemente de discusión o  crítica) a los lectores de este blog. Presento las 10 tesis  de forma expositiva, sin discutir sobre ellas, aunque las notas finales pueden ir en esa línea [1].

Quizá desarrolle este decálogo en otro lugar; aquí lo ofrezco sólo como principio de un mejor conocimiento y de una más honda reflexión en un día de Viernes Santo. Mañana ofreceré, Dios mediante, algunas razones ulteriores.

Imágenes. (1) Visión de Rembrandt  (2) Colina de las Cruces de Vilnius, Lituania. (3)cruz de Kurutziaga, de Durango (anverso y reverso). (4) Cristo de Velázquez.(2)”Historia de Jesús”, donde desarrollo temáticamente estas tesis.

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Diez tesis

  1. La muerte de Jesús fue un hecho histórico, y así lo ha entendido no sólo el NT, sino la Iglesia posterior (hasta el día de hoy), en contra de un tipo de gnosis que tiende a interpretarla de puramente imaginativa. Otras religiones como el hinduismo o el budismo pueden ser “verdaderas” aunque no haya existido Krisna o Buda, pues son símbolos del hombre liberado o perfecto, más que hombres reales. Por el contrario, la verdad del cristianismo, conforme al testimonio y teología del NT, está vinculada a la muerte real de Jesús, asesinado (ajusticiado) de hecho por hombres concretos, no por espíritus celestes o demonios, como se podría afirmar en una línea gnóstica, a partir de 1 Cor 2, 8, donde parece indicarse que los culpables de la muerte de Jesús fueron “espíritus cósmicos”, que ignoraban su verdadera identidad.
  2. Fue condenado y murió a causa de aquello que había proclamado y realizado. No le mataron por casualidad, ni por ignorancia, sino a sabiendas, de forma que la palabra “perdónales porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 24) no puede entenderse en sentido histórico sino teológico, pues históricamente aquellos que dictaron, ejecutaron o avalaran su condena (el gobernador romano y en otro sentido los “sumos” sacerdotes) sabían lo que hacían (o permitían), pues tenían datos suficientes para juzgarle culpable de alterar el orden público, poniendo en riesgo el “sistema” de poder en Palestina (Jerusalén), en días de pascua[2].
  3. Fue ajusticiado por el gobernador romano, Poncio Pilato, que en un sentido político cumplió su deber como funcionario del Imperio. Él fue por tanto el responsable de la condena y muerte, y le mandó crucificar, porque descubrió (desde su nivel de jerarca imperial) que era un rebelde político, provocador y peligroso para la “pax romana”, fundada en el “orden” de las armas y en la superioridad económico‒política del imperio (cf. Mc 10, 41‒45). Todo intento de disculparle resulta equivocado y falso. Pilato hizo lo que hacen los imperios, en la línea de lo que han mostrado los capítulos anteriores de esta teología[3].
  4. Pero, en otra línea, los cristianos pusieron de relieve la responsabilidad de los “sumos sacerdotes”, diciendo que “colaboraron” en la condena, al menos por “dejación” de autoridad. A la “provocación” de Jesús, que he detallado en los capítulos anteriores, respondió el rechazo de los sacerdotes, que eran (bajo supervisión de Roma) responsables de un tipo de paz socio‒religiosa en Jerusalén. Ciertamente, ellos no le mataron, pero la tradición cristiana les ha considerado responsables, por no haber acogido el mensaje de Jesús, ni defenderle ante Pilato (aunque más responsables han sido, en línea cristiana, los mismos discípulos, que le abandonaron en la muerte). En ese sentido, la condena de Jesús forma un eslabón (quizá el más importante) de la cadena de enfrentamientos intra‒judíos que jalonan la historia y teología de la Biblia, y su muerte se sitúa en el contexto de la lucha del auténtico Israel frente a las potencias imperiales (¡le ha condenado Roma, tomando así el lugar de la antigua “Babilonia”, cf 1 Ped 5, 13 y Ap 17‒18), siendo, al mismo tiempo, un capítulo clave del “enfrentamiento” de unos judíos con otros, como en la crisis de los macabeos (cf. cap. 12).
  5.  Jesús promovió un movimiento de paz, pero su proyecto estuvo “rodeado” (amenazado) de brotes violencia, en un contexto donde los intereses y motivos se entrecruzan con frecuencia. Él había sido discípulo de Juan Bautista, que esperaba la llegada del juicio de Dios junto al Jordán, sin provocar un tipo de revolución armada, siendo a pesar de ello asesinado por el tetrarca Herodes Antipas, por miedo a que su mensaje levantara en armas al pueblo. Pues bien, Jesús era más peligroso que el Bautista, porque realizó su misión en Galilea, y comenzó a realizar allí sus signos de reino (los ciegos ven, los hambrientos comen, los pobres son evangelizados…), en contra del mismo Antipas, para plantear su alternativa en Jerusalén. Ciertamente, él no promovió un alzamiento militar, y su proyecto de Reino implicaba un programa radical de no violencia activa, partiendo de los pobres y enfermos; pero muchos “israelitas” se irritaron ante su Evangelio, porque se centraba en la acogida a los proscritos, la renuncia al dinero y la superación de un orden sagrado de la nación[4].
  6. Posiblemente, los crucificados, a la izquierda y derecha de Jesús, formaban parte de su movimiento, pues los textos les presentan como como lêstai o bandidos, palabra que entonces se aplicaba a los miembros de la resistencia militar judía contra Roma. Por su parte, la comparación con Barrabás, que era también un “lêstes, aunque pueda ser más simbólica que histórica, sitúa a Jesús en un contexto de “tensión” anti‒romana. Finalmente, el hecho de que los dos lêstai fueran crucificados a su derecha e izquierda supone que, a los ojos de Roma, ellos eran o se tomaban como miembros de su movimiento[5].
  7. El conjunto del NT supone que los discípulos de Jesús le abandonaron y escaparon, aunque no resulta claro que lo hicieran todos, pues el gesto ha sido interpretado a la luz de Zac 13, 7 (“heriré al pastor y se dispersarán las ovejas…”, cf. Mc 14, 27‒28 par.) y de la historia posterior de la Iglesia, como retorno a Jesús tras la traición. Ciertamente, no parece que Pilatos ordenara una persecución sistemática contra los discípulos de Jesús, sino que debió pensar que la muerte del “maestro” y de algunos compañeros bastaría para que se detuviera el movimiento. De todas formas, según la tradición de fondo de los evangelios, es muy probable que buena parte de seguidores directos de Jesús tuvieron miedo y escaparon[6].
  8. El Imperio (Roma) mandó matar a Jesús, pero cierta tradición cristiana ha tendido a exculpar a los romanos y acusar a “los judíos”, aunque sabe y dice siempre que fue el gobernador quien le condenó de hecho, mandando que le ejecutaran, como judío rebelde contra Roma, poniendo en el letrero de la condena “rey de los judíos”. La muerte de Jesús forma parte de la lógica de Roma, era un elemento del orden de su imperio, y no hacía falta resaltarlo (como dice el credo cristiano: Murió bajo Poncio Pilato). A Jesús no le mataron los judíos, sino el Imperio de los césares, ejecutándole precisamente como “rey de los judíos” (es decir, como representante de los judíos, a pesar de la protesta histórica o simbólica de los sacerdotes, que no querían que él apareciera como “rey de los judíos”: Jn 19, 22). Los primeros cristianos no tuvieron duda de la responsabilidad de Roma, pues sabían bien cómo respondía Roma en casos de posible rebelión[7].
  9. De un modo comprensible, la tradición cristiana, a partir de los evangelios, ha insistido en la culpa de las autoridades judías, no por simple resentimiento, sino por exigencia teológica, pues Jesús había presentado su mensaje como sentido y culminación del judaísmo (es decir, del A). La cuestión de fondo de los primeros cristianos se relacionaba con el judaísmo en su conjunto, más que con Roma (aunque Roma esté en el fondo) como vengo indicando en esta Teología. En ese sentido, el primera problema de los cristianos no era que Roma hubiera condenado a muerte a Jesús, sino que las autoridades de Israel (en especial las del templo) no le hubieran creído y acogido, inhibiéndose en el fondo ante su condena[8].
  10. En general, los apocalípticos del AT habían condenado a los imperios como responsables de la muerte de los justos.Pero ya los profetas (con el Pentateuco) habían echado la culpa también (y sobre todo) a los israelitas. Pues bien, en esa línea radicalmente bíblica se sitúan los evangelios que, razonando desde el interior de la tradición judía, insisten en su responsabilidad judía. De un modo consecuente, tanto los sinópticos como Juan, de manera muy bíblica, en perspectiva teológica, insisten en la responsabilidad de un tipo de judaísmo, y lo hacen recogiendo la tradición de Isaías y de Jeremías, de Amós, Oseas y Ezequiel: La muerte de Jesús forma parte de la historia de pecado y gracia del pueblo de Israel, de forma que puede y debe interpretarse desde un tipo de “fuerte conflicto” interior al mismo AT. En esa línea, los evangelios afirman que la clave “teológica” (no simplemente histórica) de la muerte de Jesús ha sido la “traición” (=entrega) de los sacerdotes de Jerusalén, que no le han aceptado, dejándole de hecho en manos de la autoridad romana, que le ha crucificado sin miramiento alguno (por rutina). En esa misma “entrega” incluyen los evangelios la “traición” de los (=de la mayoría de los) discípulos de Jesús[9].

*

Conclusión (pinchar las imágenes para agrandarlas)

Durango_-_Museo_Kurutzesantu_(antigua_Ernita_de_la_Vera_Cruz)_y_Cruz_de_Kurutziaga_14zatiak 109 copia_500Conforme a lo anterior, al presentar la muerte de Jesús como lo hicieron, los judeo‒cristianos se enfrentan, desde el fondo de su propia tradición (como judíos radicales), con la autoridad del templo a la que acusan (de forma retórico‒teológica) de haber abandonado a Jesús, y en el fondo de haberle entregado (dejado en manos) de los romanos. Leídos así, paradójicamente, como interpretación de la muerte de Jesús, los relatos de la pasión y muerte de Jesús definen el sentido de la teología bíblica, separando las dos ramas en la que se divide y culmina la teología bíblica judía: la rabínica y la cristiana.

 ‒ Por un lado, la interpretación rabínica (que se ha impuesto desde el siglo II‒III en el judaísmo nacional) puede entender la muerte de Jesús como un acontecimiento muy doloroso de la historia martirial de Israel, pero no como revelación definitiva de Dios y cumplimiento de la misión y teología israelita. En esa línea, el cristianismo ha sido una “desviación” fecunda, pero dolorosa y parcial (=no verdadera) del auténtico y eterno Israel, representado todavía hoy (año 2020) por el pueblo de la alianza.

‒ Por otro lado, los cristianos han interpretado esa muerte como cumplimiento y verdad de la teología de Israel, en la línea de otros acontecimientos, como la destrucción del reino y del templo (año 587 a.C.), que obligan a re‒interpretar toda la teología bíblica. En esa línea, ellos se consideran el auténtico Israel, como saben tanto Pablo como el evangelio de Mateo. De esa manera, desde ese fondo, se dividen y distinguen hasta hoy la interpretación rabínica y la interpretación cristiana de la Teología Bíblica de Israel[10].

NOTAS

[1] Cf. E. Bammel, (ed.), The Trial of Jesus, SCM, London 1970; F. Bermejo, La invención de Jesús, Siglo XXI, Madrid 2018, J. Blinzer, El proceso de Jesús, Litúrgica, Barcelona 1958; S. G. F. Brandon, The Trial of Jesus, Stein and Day, New York 1968; R. E. Brown, La muerte del Mesías I-II, Verbo Divino, Estella 2004/2006; J. Carmichael, The Death of Jesus, Dell, New York 1962; H. Cohn, The Trial and Death of Jesus, KTAV, New York 1977; Der Prozeß und Tod Jesu aus jüdischer Sicht, Insel V., Frankfurt/Main 2001; J. D. Crossan, Who Killed Jesus?, Harper, San Francisco 1996; El nacimiento del cristianismo, Sal Terrae, Santander 2002; A. J. Dewey, The death of Jesus: the fact of fiction and the fiction of fact, Berghaus, Mülheim/Ruhr 2002, 71-82; P. Egger, “Crucifixus sub Pontio Pilato“, NTA, Münster 1997; J. B. Green, The Death of Jesus, WUNT 33, Tübingen 1988; G. D. Kilpatrick, The Trial of Jesus, Oxford UP 1953, S. Legasse, El proceso de Jesús, I-II, Desclée de Brouwer, Bilbao 1995/6; E. Lohse, Märtyrer und Gottesknecht, Vandenhoeck, Göttingen 1963; S. J. Patterson, Beyond the Passion. Rethinking the Death and Life of Jesus, Fortress, Minneapolis 2004; R. Pesch, The Trial of Jesus Continues, Pickwic, Allison Park 1996; X. Pikaza, Historia de Jesús, Verbo Divino, Estella 2015; W. Popkes, Christus, Zwingli V., Zürich 1967; H. Schürmann, ¿Cómo entendió y vivió Jesús su muerte?, Sígueme, Salamanca 1982; O. H. Steck, Israel und das gewaltsame Geschick der Propheten, WMANT 23, Tübingen 1967; P. Winter, El proceso a Jesús, Muchnik, Barcelona 1983.

Editorial Verbo Divino :: Historia de Jesús

[2] La declaración “no saben lo que hacen”, se sitúa en la línea de 1 Cor 2, 8 (ninguno de los “príncipes” de este mundo lo conocieron), pero ha de entenderse en un sentido radical cristiano, como ignorancia del misterio de Dios y de su revelación: Ni los “ángeles cósmicos”, ni los gobernantes del mundo pudieron captar el sentido del mensaje de Jesús, ni lo que Dios estaba realizando en él; no entendieron la verdad (condena y salvación) de su muerte, tal como se expresa en la confesión del NT. Pues bien, en contra de eso, la Teología Bíblica Cristiana (preparada en los capítulos anteriores, y ratificada en los que siguen) es un intento de comprender y de aceptar el sentido radical de la muerte de Jesús.

a20-cristo-crucificado-1631-32[3] No se puede afirmar que le mataron los judíos ni en general ni en particular (no le condenó y ejecutó Caifás, sino Poncio Pilato, como sigue diciendo el credo cristiano). Los sacerdotes del templo y otros grupos de Jerusalén pudieron colaborar, más por omisión que por “comisión directa”, pues ellos no le mataron (no le apedrearon, según ley judía), sino que él fue crucificado por el Imperio (Roma), con una muerte propia de esclavos y rebeldes políticos, como un “lestês”, bandido y jefe de bandidos (no como “hereje” judío). De todas formas, la muerte de Jesús, siendo expresión de su fidelidad mesiánica, fue y sigue siendo un momento clave de una “lucha intraisraelita” que hemos ido descubriendo en el AT, desde el surgimiento de los grupos judíos en torno a la caída de los reinos y el comienzo del exilio, pasando por la restauración del s V‒IV a.C., hasta las disputas intra‒israelitas del tiempo de los macabeos y Daniel (cf. cap. 6 y 12).

[4] El mensaje de Jesús alimentaba, en el contexto social y militar de Palestina, una esperanza de transformación, de manera que parecen haberse alistado en su movimiento partidarios de un tipo de rebelión armada, como deja traslucir la propuesta de Pedro en Cesárea de Felipe (cf. Mc 8, 8, 27‒30) y la de los zebedeos (Mc 10, 35‒40), lo mismo que el gesto de aquellos que quisieron apelar a la espada en el Huerto de los Olivos (Mc 14, 32‒42), con la escena inquietante de los discípulos que dicen “aquí hay dos espadas”, a lo que Jesús responde “basta” (cf. Lc 22, 38). La entrada y proyecto de Jesús en Jerusalén podía desembocar en un enfrentamiento entre sus partidarios y los soldados romanos (con los paramilitares del templo), como temió Poncio Pilato y como supieron Caifás y los sumos sacerdotes (cf. Jn 11, 50). Jesús actuó de un modo pacífico, buscando la llegada del Reino al margen de los imperios (en especial del de Roma), pues él buscaba la transformación del “judaísmo” en línea de comunión y amor a los enemigos (sin apoyarse en la sacralidad del templo); pero su gesto podía suscitar sospechas de diverso tipo, y quizá no todos sus seguidores fueron sin más “pacifistas”.

[5] Según Lucas, uno de los crucificados le acusa de haber “fracasado” (¿No eres el Cristo? ¡Sálvate y sálvanos!), como indicando que él (Jesús) debería haber triunfado, para liberarse y liberarlos de la muerte (a ellos y a sus seguidores o simpatizantes; cf. Lc 23,39). La acusación supone (al menos en la mente del evangelista) que ese crucificado podría haber sido un seguidor de Jesús, que se sintió engañado, acusándole de habeer sido incapaz de vencer. Ése es un tema latente en la huida de los seguidores de Emaús en Lc 24, 13‒32 y en la pregunta de los discípulos de Hch 1, 6). Por su parte, el otro crucificado, que pide a Jesús “que le recuerdo cuando llegue a su Reino”, parece indicar que creído en él, como si hubiera participado de alguna forma en su movimiento (Lc 39, 40‒43). No es seguro que los crucificados con Jesús hubieran sido partidarios de su movimiento, condenados por ello con él (¡como dos seguidores o soldados, uno a su derecha, otro a su izquierda), pero es al menos probable y nos lleva a suponer que algunos de sus partidarios entendieron su propuesta en forma de alzamiento y lucha contra Roma. Según eso, la “no violencia” de Jesús no puede entenderse de forma intimista (huida a la interioridad), sino de transformación social, que algunos pudieron interpretar en línea de alzamiento militar, ahogado en sangre por Roma.

historia jesús 45[6] Pero el tema no es que escaparan, sino “por qué se escaparon”. ¿Porque Jesús se dejó prender? ¿Porque su fracaso era signo de falso mesianismo? Estas preguntas nos sitúan en el centro de la teología bíblica cristiana, que se centra en el paso y continuidad de la propuesta mesiánica de Jesús (mesianismo davídico), a la nueva fe en el Cristo, Hijo de Dios resucitado (Rom 1, 3‒4). Entre un mesianismo como el de Jesús, no armado pero abierto al triunfo de Israel, en línea político‒social, y el fracaso de su muerte, con su nueva presencia pascual, abre la novedad del evangelio.

[7] Sin duda, es posible que, en momentos posteriores, cuando buscaban un lugar donde integrarse en paz en el Imperio, los seguidores de Jesús tendieran a suavizar la culpa de Roma, afirmando que Pilatos no quería matarle, pero que se vio impulsado (casi obligado) por la acusación de los sacerdotes judíos. De todas formas, el mismo hecho de que Pilato le ejecutara, pudiendo no hacerlo, constituye la prueba de su responsabilidad, y muestra que el mensaje‒camino de Jesús (con su muerte) ha de entenderse a la luz de la teología profética de Israel, centrada en la oposición entre el verdadero Israel y los imperios del mundo, desde Egipto y Babel hasta los siro/helenistas de Daniel. En esa línea se puede y debe decir que Jesús murió condenado (vencido) por la “bestia” de Roma, en contra de lo que habían “previsto” Daniel y Zacarías II al afirmar que, en el último momento, la “bestia enemiga” Israel sería derrotada ante Jerusalén (cf. cap. 12).

[8] Para los judeocristianos, el tema no era la violencia de Roma, algo que se daba por sabido, sino la “incredulidad de una parte de Israel” (en especial de los sacerdotes), como Pablo formulará 25 años después de la crucifixión de Jesús, en Rom 8‒11. El argumento central de los evangelios no es “Jesús proclamó su palabra a los romanos, y los romanos no le obedecieron”, sino “vino a los suyos y ellos no le recibieron” (Jn 1, 11‒12). En esa línea, en sentido teológico (no puramente historiográfico), los evangelios han interpretado y narrado la muerte de Jesús no sólo como resultado de su conflicto con la “bestia” de Roma, sino también y sobre todo como expresión de un conflicto intrajudío entre Jesús y los sacerdotes de Jerusalén, a los que presentan como “responsables” (bíblicos) de su condena, pues no le aceptaron como mesías de Israel, dejándole así en manos de la violencia implacable de Roma. Los evangelios han narrado así la muerte de Jesús, como resultado de un “conflicto bíblico”, al interior del judaísmo. A Jesús le mataron, ciertamente, los romanos; pero ése era un “dato” previsto y sabido; los cristianos contaban con él. Pero, al mismo tiempo, su muerte fue consecuencia de un tipo de “dejación” (o incredulidad) de los sacerdotes del templo de Jerusalén. Éste fue para ellos el heco más “sangrante”, desde la perspectiva del AT. La muerte de Jesús nos sitúa, según eso, en el centro de un tipo de “ruptura israelita”, que el NT ha querido interpretar y ha interpretado, de forma dolorosa (y a veces retóricamente exagerada e incluso “falsa”), acudiendo a la rica tradición del AT, con citas y referencias de Isaías y Jeremías, de Zacarías y los Salmos.

[9] Los relatos de la pasión (Mc 14‒15 par.) forman parte de la tradición profética (teológica) de Israel, que ha tendido a culpar al pueblo judío (israelita), más que a los imperios que han sido ciertamente (pero en otro plano) responsables de ella. En otro sentido, esos mismos relatos ofrecen un ejemplo sorprendente de “austeridad” teológica, sin intervención de ángeles y demonios, pues todo sucede como expresión de un conflicto histórico donde actúan intereses y poderes básicamente humanos, vinculados con la autoridad oficial del templo de Jerusalén, que ha dejado morir a Jesús. De esa forma, en la línea de los profetas de Israel, los evangelios han acusado de la muerte a las autoridades de Jerusalén, reinterpretando así toda la Biblia.

[10] La teología bíblica cristiana es una interpretación de la muerte de Jesús, como obra (presencia) de Dios, en una línea comparable al nacimiento del Pentateuco y de la Biblia israelita, como recreación de la historia e identidad de Israel tras la caída del reino y el exilio. En esa línea, los cristianos han debido apelar a una serie de textos y figuras del AT, desde Isaías II (siervo de Yahvé), hasta Sabiduría (justo sufriente), con pasajes de Salmos, Zacarías, Malaquías y el libro de Daniel. Por su parte, Pablo ha vinculado la muerte de Jesús con el “pecado original” de Gen 2‒6 (cf. cap. 2), de manera que la Iglesia cristiana se ha atrevido a decir que ese pecado (y su superación) han culminado y han sido superados en la muerte y resurrección de Jesús.

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“¿A quién buscas?”

Lunes, 22 de julio de 2019
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«¿A quién buscas?» La pregunta de Jesús resucitado a María de Magdala puede sorprendernos también a nosotros cada mañana y a cada hora de nuestra vida. ¿Eres capaz de decir a quién buscas de verdad? En efecto, no siempre está claro que buscamos a Jesús, al Señor. No siempre aquel a quien queremos encontrar es precisamente aquel que quiere entregarse a nosotros.

María buscaba al hombre Jesús, buscaba al Maestro crucificado, por eso no veía a Jesús el Viviente delante de ella. Si tenemos una idea de Jesús a la medida de nuestra pequeña mente humana, nuestra búsqueda acaba en un callejón sin salida. Jesús es siempre inmensamente más que lo que nosotros conseguimos pensar y desear. ¿Dónde, pues, y cómo buscar al Señor para salir del túnel de nuestros extravíos y de nuestros miedos, para no engañarnos dando vueltas alrededor de nosotros mismos en vez de correr derechos hacia él? Sólo sí antes tenemos una verdadera y justa valoración de nosotros mismos como criaturas pobres podremos descubrir la presencia de aquel que lo sostiene todo. Aquel a quien buscamos debe ser verdaderamente el todo al que anhela adherirse nuestra alma. Buscar a Cristo es signo de que, en cierto modo, ya le hemos encontrado, pero encontrar a Cristo es un estímulo para continuar buscándolo.

Esta actitud no se plantea sólo al comienzo del camino espiritual, sino que lo acompaña hasta la última meta, puesto que la búsqueda del rostro del Señor es su dato esencial. Conocer a aquel por quien somos conocidos: eso es lo indispensable. El itinerario del conocimiento de Cristo coincide con el mismo itinerario de la fe y del amor. El yo debe aprender a callar y a escuchar; el corazón debe aprender el camino del exilio para alejarse de todo cuanto lo mantiene apegado a sus viejos / tristes amores.

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A. M. Cánopi,
Nel mistero della gratuita,
Milán 1998, p. 21 ss

eyJ0eXAiOiJKV1QiLCJhbGciOiJIUzI1NiJ9.eyJpbSI6WyJcL2FydHdvcmtcL2ltYWdlRmlsZVwvbWFnZGFsZW5hLWxhLXRvdXIuanBnIiwicmVzaXplLDUwMCJdfQ.-WNKyUAeud6QsTA-DLcNUg-xr-N5Rj1ZYlk2NpmOp0A

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La victoria de Jesús

Miércoles, 8 de mayo de 2019
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planyourvisit_robertlentz_marymagdalene-1imagesDel blog de José Arregi:

La Pascua según Milan Machovec y María de Magdala

Milan Machovec (1925-2003) fue un gran pensador checo, marxista reformador, precursor de la Primavera de Praga de 1968, represaliado y perseguido, pero nunca vencido, tras el aplastamiento soviético de las esperanzas de aquella primavera. Impulsó el diálogo entre marxistas y cristianos, y al final de su vida hizo suya la perspectiva ecológica y feminista, consciente de que no cabe esperanza para la humanidad mientras ésta no se abrace a la Tierra y no derroque la inercia histórica del poder machista.

Cuando la luna pascual está todavía crecida, lo evoco aquí porque en 1972, en su precioso libro Jesús para ateos, escribió: Un ateo que asume se­riamente, ‘hasta la muerte’, la vida y el esfuerzo por el movimiento que ama, sin cinismo y sin reservas oportunistas, puede muy bien admitir que el momento en que Pedro descubrió que Jesús era todavía el vencedor, aunque no hubiera habido nada más que una desoladora y concreta muerte de cruz, ha sido uno de los más grandes de la humanidad y de la historia”. Admirable confesión de esperanza atea, de esperanza pura sin etiqueta alguna. Y lúcida lectura de la Pascua cristiana y de su relato evangélico.

 Con una ligera corrección, no obstante. Ligera corrección, pero relevante: según el evangelio de Juan, no fue Pedro, sino María de Magdala la que, sin otro signo que la vida y la cruz de Jesús, “descubrió que Jesús era el vencedor”. Fue María, mujer libre, la primera que corrió a la tumba del crucificado, que es como decir: consumó el duelo de su maestro muerto, lloró todas sus lágrimas, miró hasta el fondo el horror de la cruz, el frío de la losa, el vacío del sepulcro, la soledad de la muerte, el fracaso del maestro, la pérdida del amado. Fue la primera discípula en abrir del todo los ojos, en descubrir la presencia en medio de la ausencia, en percibir en la derrota la llama de la victoria.

Fue María la primera en reconocer que el condenado a causa de su bondad creadora y libre era, contra todas las apariencias, modelo de justicia, criterio de humanidad, profeta de un mundo digno de la vida. Y no necesitó para ello ningún “milagro sobrenatural” inexistente: ni la tumba vacía ni la aparición física del crucificado viviente. Le bastó con dejar que las lágrimas limpiaran la última mancha de sus ojos, y es seguro que no le bastaron para ello ni un día ni tres. Tuvo que aprender a no apegarse a sus recuerdos y deseos, a no sujetarse a ninguna forma, ni siquiera a la forma histórica de Jesús: “No me retengas, María. No te aferres a mi pasado”.

Y así se le reveló el secreto simple, el más profundo de la vida y de la historia con todos sus dramas: que las bienaventuranzas de Jesús tienen razón, que el Reino de Dios o el triunfo de la hermandad/sororidad de todos los vivientes es la esperanza más inquebrantable, a pesar de todo. Que el amor es más fuerte que la muerte, más fuerte que la injusticia, más poderoso que toda violencia, la de las estructuras y la de las armas, la de los poderosos y la de los rebeldes, dos formas de desesperación, la segunda más excusable que la primera, pero ambas estériles. Que la esperanza no depende del éxito, y merece la pena aunque una y otra vez fracase. Y que, al final, no hay ninguna sabiduría mejor para ser más felices que querer construir un mundo mejor para todos.

Es lo que había enseñado Jesús. Es lo que enseñó, en el fondo, Milan Machovec, y lo corroboró con su vida. Su Jesús para ateos es, en el fondo, también el nuestro. Y es igualmente el de María de Magdala, la “primera apóstol” o enviada, la primera que recibió la llamada del crucificado, el Mártir o Testigo de la Vida: “Anda, vete y diles a mis hermanos que no me busquen en la tumba, que no me encierren en creencias, dogmas ni iglesias, cosas del pasado, que vivo entre los vivientes, en el corazón de su vida, en sus llantos y gozos. Que cuanto más se da, la vida es más fuerte”. Fue, pues, a sus hermanos y los alentó. Y se convirtió en la primera columna de la Iglesia de Jesús, si bien muy pronto se apoderaron de ésta las llaves de Pedro y la teología de Pablo.

Pero miremos al futuro. Con María de Magdala, queremos vivir la vida de Jesús, llena de Dios o del Misterio de la Vida más allá de todas las formas y constructos que llamamos “dios”. Dios o la vida a fondo, más allá del teísmo y del ateísmo.

José Arregi

            (Publicado en DEIA y en los Diarios del Grupo NOTICIAS el 28 de abril de 2019)

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Resurrección: historia de mujeres para todos (hombres y mujeres)

Martes, 23 de abril de 2019
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57485442_1213996768777513_5218566022633619456_nDel blog de Xabier Pikaza:

Apariciones de Jesús

Pascua de Jesús, Feliz Resurrección

La muerte (ejecución judicial) de Jesús (y sus dos compañeros de Cruz) fue un viernes al atardecer, víspera de Pascua, y ellos fueron sepultados pronto, para no dejar los cadáveres al aire, impidiendo que se celebrara la fiesta (Jn 19, 31). Los evangelios añaden que, pasado el sábado, unas mujeres corrieron al sepulcro para ungir el cadáver de Jesús, que había sido enterrado sin ritos funerarios, pero siguen diciendo que no le hallaron en el sepulcro, sino a un ángel que les dijo[1]:

Ha resucitado, no está aquí. Mirad dónde le habían colocado. Pero, marchad, decid a sus discípulos y a Pedro que ha resucitado y os precede a Galilea; allí le veréis como os dijo (Mc 16,6-7).

Esas palabras condensan en línea simbólica la novedad cristiana como experiencia radical de mujeres ante un sepulcro vacío en el que no está Jesús (ni pueden estar los otros dos, enterrados con él). Externamente es difícil precisar el carácter externo (superficial) de ese sepulcro vacío, porque el relato de la tumba vacía de Jesús es el anuncio de la tumba vacía de la historia de los hombres y mujeres, empezando por los crucificados: La tumba se abre, Dios  no está en la muerte, está en el camino de la vida, que empieza de nuevo en Galilea.

240px-Resurrection_(24)En un plano superficial, no sabemos si a Jesús le enterraron sólo (sin los otros dos crucificados) en una tumba excavada en la roca, poniendo ante ella una losa, que podía correrse, viendo el interior vacío, o si le enterraron con sus compañeros en una fosa de condenados comunes, donde era muy difícil separar su cuerpo de los cuerpos de los enterrados. En plano profundo, la liturgia cristiana ha sabido siempre que a Jesús le enterraron con todos los asesinados, empezando por Adán y Eva y por Abel (con su asesino Caín)… para empezar así un camino de resurrección. Esto es lo que anuncian los iconos pascuales de la iglesia antigua.

Por eso, la novedad del evangelio no está en una tumba aislado, sino en la tumba de todos los asesinados  y el hecho de que (en contra de lo podía esperarse) los cristianos (empezando por las mujeres) no cerraron la fe en Jesús en una tumba, sino que la abrieron… Vieron la tumba abierta, la muerte vencida, descubriéndole a él resucitado, para reiniciar con él (y con todos los asesinados) el camino del Reino, centrado en su presencia pascual, en la palabra de su mensaje, en el mensaje de su vida, en su vida hecha evangelio, buena nueva de Dios [2].

Desde ese momento, en el principio de la Iglesia no hallamos ningún rastro de búsqueda de tumba, sino una experiencia fuerte de presencia de Jesús en sus seguidores. Los mismos evangelio de Marcos y Mateo que dicen que las mujeres amigas de Jesús fueron a “visitar” su tumba el domingo de Pascua siguen afirmando que no le encontraron allí, sino que el ángel de Diose les marcó un camino nuevo: «Id a Galilea… allí le veréis» (en vez de decirles: «traed aquí a sus discípulos para que vean que la tumba se halla abierta… »).

s-l300Aquellas mujeres no organizan peregrinaciones turístico-religiosas para ver la tumba de Jesús vacía... La tumba está vacía, todas las tumbas del mundo… El cristianismo empieza como peregrinación de unas mujeres y luego de todos los creyentes hacia la vida nueva de Jesús, que empieza en Galilea. Este es el primer camino de la Iglesia, el de unas mujeres que empiezan a ir desde la tumba abierta de Jesús hacia la vida de los hombres retomando el camino y proyecto de Jesús desde Galilea.

Esto es lo que cuenta la gran historia de las apariciones o encuentros de Jesús con los primeros cristianos, las experiencias pascuales, de las que seguiré hablando en los próximos días. Hoy me limito a presentar una lista general de apariciones, es decir, de experiencias pascuales narradas por los evangelios. Al final tenemos que poner la nuestra, la de cada uno de nosotros [3].

Lista general de tradiciones

                  No se pueden armonizar de manera historicista, en una tabla cronológica, pues se sitúan en perspectivas distintas y responden a diversas preguntas e intereses. De todas formas, la tradición exegética antigua ha tendido a “crear” un esquema (armonía) de apariciones, instaurando así un imaginario pascual y eclesial, que para muchos es muy importante. Éstas podrían ser algunas de las que definen y marcan el origen de la iglesia:

Sepulcro vacío. Aparición de mujeres:

  1. Tres mujeres ante el sepulcro (Mt 28, 1-3; Mc 16,1-3; Lc 24,1; Jn 20,1): motivo constante en el origen de la Iglesia
  2. El ángel de Dios abre el sepulcro: tema de fondo de Mt 28,2-4, ha sido desarrollado por Ev. apócrifo de Pedro.
  3. Las tres mujeres llegan al sepulcro, viendo que está abierto y dentro a un joven (ángel) que les dice que Jesús ha resucitado, mandándoles que vayan y lo anuncien a los discípulos y a Pedro (cf. Mc 16,4-7; Lc 24,2; Jn 20,1-2). Ese motivo se complica, pues Mc dice que no fueron (16, 8), mientras los demás evangelios suponen que fueron
  4. Varias mujeres ven a Jesús resucitado. Cf. Mt 28, 8-10, en contra de Mc 16, 7-8.
  5. Pedro y el Discípulo amado, avisados por Magdalena, llegan al sepulcro, lo ven abierto, con las vendas y sudario  en el suelo; el Discípulo Amado cree que Jesús ha resucitado, sin necesidad de verle (Jn 20, 3-10).
  6. María Magdalena vuelve al huerto del sepulcro, ve primero a un ángel y luego a Jesús (Jn 20, 11-16; Mc 16,9).
  7. Las mujeres cuentan sus experiencias a los discípulos pero ellos no les creen (Mc 16,10-11; Lc 24,9-11).

Apariciones a discípulos en general:

  1. Aparición a los dos de Emaús; ellos regresan a Jerusalén (Lc 24, 13-35; Mc 16, 13-35).
  2. Aparición a simón, llamado Cefas/Pedro (Lc 24,34; 1 Cor 15, 5; cf. Jn 20, 8).
  3. Aparición a la iglesia primera, reunida en Jerusalén (Lc 24, 36-49)
  4. Aparición a todos los discípulos sin Tomás (Jn 20, 19-25; cf. Mc 16,14; Lc 24,36-43).
  5. Aparición a todos los discípulos con Tomás (Jn 20, 24-29)
  6. Aparición a los Doce como tales, que podría haber sucedido aún en Jerusalén (1 Cor 15, 6)
  7. Aparición a quinientos hermanos, que pudo ser en Jerusalén o en Galilea (1 Cor 15, 6)
  8. Aparición a Santiago, el hermano del Señor, dirigente de la Iglesia de Jerusalén (1 Cor 15, 7)
  9. Aparición a todos los apóstoles, que son aquí los misioneros helenistas (1 Cor 15, 7)
  10. Apariciones durante cuarenta días, hasta Ascensión, según Lucas (Hch 1, 1-5)

 Apariciones finales (desde la perspectiva de cada evangelista):

  1. Aparición general en Monte de Olivos, con Ascensión y promesa de Pentecostés (Lc 24, 50-52; Hch 1, 6-15)
  2. Aparición final en Galilea,, con envío a todo el mundo, sin Ascensión o marcha de Jesús ( Mt 28, 16-20)
  3. Aparición final en el lago Galilea, con pesca milagrosa y especial mención del Discípulo Amado y de Pedro (Jn 21)
  4. Aparición final a Pablo, como a un aborto, a los dos o tres años de la muerte de Jesús (1 Cor 15, 8).
  5. Pentecostés. Se puede sumar a las apariciones finales, a los cincuenta días de Pascua, que ya no es presencia directa de Jesús, sino del Espíritu Santo, enviado por Jesús (Hch 2).

    Notas

    [1] He estudiado el tema en Historia de Jesús, Verbo Divino, Estella 2015. Cf. J. J. Bartolomé, La resurrección de Jesús, CCS, Madrid 1994; P. Benoit, Pasión y Resurrección del Señor, FAX, Madrid 1971; P. Caba, Resucitó Cristo, mi esperanza, BAC, Madrid 1986; R. E. Brown, La muerte del Mesías II, Verbo Divino, Estella 2006; J. D. Crossan, Los orígenes del cristianismo, Sal Terrae, Santander 2002: R. H. Fuller, The Formation of the Resurrection Narratives, SPCK, London 1972; F. Lüdemann, Die Auferstehung Jesu, Vandenhoeck, Göttingen 1994; U. Müller, El origen de la fe en la resurrección de Jesús, Verbo Divino, Estella, 2003; M. Perroni, L’annuncio pasquale alle/delle donne [Mc 16,1-8], en Festschrift Magnus Löhrer, Anselmiana, Roma 1997, 397-436; Ph. Perkins, Resurrection. New Testament Witness and Contemporary Reflection, Chapman, London 1984; X. Pikaza, Historia de Jesús, Verbo Divino, Estella 2015; M. Sawicki, Seeing the Lord, Fortress, Minneapolis 1994; U. Wilckens, La resurrección de Jesús, Sígueme, Salamanca 1981.

    [2] Por otra parte, el texto y tema de la tumba plantea muchos interrogantes. La novedad de la experiencia pascual no es que ella esté vacía, sino el testimonio de fe de unas mujeres, que afirmaron que Jesús había resucitado, que no estaba en la tumba, sino en Galilea, en su mensaje. Sólo unos pasajes tardíos de los evangelios (cf. Mt 27, 62-66; Mt 28, 11‒15; Jn 20,15) han evocado el tema de un posible robo del cadáver de Jesús, cosa que no ha preocupado a los cristianos.

    [3] La pascua no se define por una tumba vacía, sino por la fe de unas mujeres como principio de la experiencia cristiana… Todo lo que hemos venido diciendo hasta ahora parecía un testimonio de escribas y teólogos varones. Pero ese testimonio choca contra el muro de la muerte, como ha destacado el capítulo anterior. Pues bien, allí donde la vida de Jesús ha terminado, y no puede retomarse a lo anterior, estas mujeres que ofrecen un testimonio y experiencia nueva que rompe el muro de la muerte, de manera que ellas y sólo ellas han podido reiniciar así el camino del evangelio.

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Feliz Pascua

Lunes, 22 de abril de 2019
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20120401211505d3db9aYa sé que socialmente no toca porque no cuadra con los criterios que la sociedad en que vivimos marca a la hora de establecer un tipo de comportamiento por lo que a nuestras relaciones personales respecta. No es, por ejemplo, tiempo de regalos o de reuniones familiares especiales, como es el caso de la Navidad, etc. Aunque a lo mejor, si lo apuramos un poco, podríamos aducir unas minivacaciones que, en algunos casos, han tenido como objetivo contemplar las procesiones de Semana Santa de algún lugar concreto del Estado.

Sea como fuere y dejando muy claro que no pretendo hacer ningún tipo de proselitismo, porque no va en absoluto conmigo, sí quiero, sin embargo, exteriorizar mis sentimientos, cargados de sabor a valores humanos y, por lo mismo, a Evangelio, para compartirlos con todas y todos vosotros con quienes me siento unido por vínculos muy diversos.

En primer lugar, feliz Pascua, a quienes pensáis que la vida es el valor más grande que tenemos las personas; a pesar de que tantas veces no la sepamos dar el valor que merece ni hacer algo o lo posible para que la de otras personas que viven dominadas por estructuras de muerte puedan saborear la dulzura que comporta vivir de una manera mínimamente digna. Una vida que en primavera tiene un sabor especial y diferente, porque cada año por este tiempo comienza un nuevo amanecer preñado de ese color e ilusión que nos brindan las flores del campo y el cantar de las aves.

Feliz Pascua, también, a quienes tenéis el pleno convencimiento de que solamente el amor es el valor que nos convierte de verdad en personas. Un amor que no admite distinciones de ningún tipo ni hace acepción de personas ni entre personas. Un amor que es capaz de dominar nuestros instintos más bajos consiguiendo que el odio y el rencor desaparezcan de nuestras relaciones humanas. A quienes pensáis que únicamente el amor y no la fe es lo que acerca al verdadero Dios, concretamente al Dios que Jesús muestra en el Evangelio.

Feliz Pascua, a cuantos/as pensáis que la amistad es un valor de precio incalculable, pero que exige cuidarla y cultivarla de manera constante; pues es tan frágil como la rosa de un jardín que puede marchitarse si no se la riega; pero a la vez tan necesaria para impregnar de buen olor nuestras relaciones humanas. A vosotras y vosotros que seríais incapaces de traicionar a esa persona que os ha abierto su corazón de par en par, y que está dispuesta a alargaros la mano siempre y a compartir vuestros mejores momentos, a pesar de que su vida no esté discurriendo precisamente por sendas placenteras.

Feliz Pascua, a todas y todos cuantos habéis decidido que hay que hacer los esfuerzos que hagan falta para mantener viva la esperanza. No solo cuando los triunfos llaman a vuestras puertas, sino cuando la adversidad se ceba en vuestras vidas o en las vidas de personas que queréis, que os quieren o con quienes mantenéis una relación especial de amistad o de amor. Feliz Pascua, a vosotros y vosotras, hombres y mujeres, que comprendéis que a otras personas puedan llegar a faltarles las fuerzas hasta el límite de la desesperación, haciendo algo por vuestra parte para intentar mitigar un poco semejante situación.

Feliz Pascua, a quienes tenéis cada día más fe. Pero no una fe religiosa, que muchas veces resulta bastante fácil y hasta cómoda. Sino una fe que se traduce en confianza plena en toda persona; sin tener en cuenta el ideario político, religioso o humano que pueda tener. En toda persona independientemente de su orientación sexual o afectiva, de su color o raza, de su estatus social y económico; procurando, eso sí, estar lo más cerca posible de aquellas y aquellos a quienes, por las razones que fueren, les está costando vivir con un mínimo de dignidad. Feliz Pascua a quienes seguís creyendo que la utopía continúa siendo más necesaria hoy que nunca porque no podemos dejar nuestras relaciones humanas y las relaciones entre pueblos en manos del poder y del dinero. A vosotras y vosotros que creéis que ser utópicos/as no es sinónimo, ni mucho menos, de ilusos i de bien pensantes sin más.

Feliz Pascua, a todas y todos a cuantos la sinceridad os comporta problemas por defender la verdad; no la vuestra, sino la que ayuda a levantar de la miseria, al menos un poco, a aquellas personas que viven enfangadas en lo más profundo de ella. A vosotras y vosotros que no habéis consentido nunca ni consentiréis que la injusticia se ponga por encima del derecho de nadie, de manera especial de las personas que son ignoradas totalmente por la ley. Feliz Pascua, a todas y todos cuantos gritáis ¡basta, ya! ante tanta corrupción que no hace sino que unos pocos acumulen grandes fortunas, mientras a una gran mayoría les falta lo esencial e imprescindible; tanto a nivel individual, como de pueblos y países.

Feliz Pascua, a quienes, a pesar de los reclamos insistentes a vivir pensando únicamente en vuestro confort y bienestar, habéis decidido comprometeros, desde vuestras capacidades, fuerzas y posibilidades, con todas aquellas causas que reclaman auxilio urgente por parte de los más desfavorecidos. Con las causas de quienes no cuentan para nadie; de quienes son ignorados por quienes rigen los destinos de los pueblos; de aquellas personas a quienes no se les da ninguna oportunidad o, en caso de dársela, se les niega una segunda. Con las causas de quienes carecen de los derechos más fundamentales y de quienes se ven obligados a huir de sus lugares de origen porque se les persigue de manera irracional e indiscriminada.

Feliz Pascua, a todas y a todos cuantos os implicáis de lleno para que la paz vaya haciéndose más realidad cada día. Una paz fundamentada en el diálogo y la palabra por encima de todo, detestando de manera absoluta la violencia y las armas. Una paz basada fundamentalmente en la justicia, donde cada persona sea respetada no por su fuerza y su poder, del tipo que fuere, sino por su condición humana sin más. Una paz fruto del respeto más absoluto de los derechos humanos fundamentales, como pueden ser entre otros, el trabajo, la vivienda, la sanidad, la cultura, el derecho a poder disfrutar de tiempos de esparcimiento y de ocio, y, por supuesto, el derecho a poder expresar su pensamiento, ideas y creencias con la libertad más absoluta.

Feliz Pascua, si perteneces al grupo de personas que se ha dado cuenta de que el perdón es propio únicamente de quienes están envueltos de una gran magnanimidad por los cuatro costados. De que la venganza es el arma de los cobardes, mientras que el amor es el instrumento más eficaz para hacer frente al odio. Feliz Pascua a ti, hombre y mujer, que has descubierto que no existe delito tan grande que sobrepase toda capacidad de perdón, y que tampoco se le puede negar nunca a nadie una segunda oportunidad.

Feliz Pascua, finalmente, si has tomado de verdad conciencia de que el universo es la gran casa común de todas y todos cuantos lo habitamos; comprometiéndote hasta la saciedad no solo por respetarlo, sino que además haces cuanto está en tus manos para cuidarlo, evitando el más mínimo gesto de depravación y de abuso, tanto desde los pequeños gestos individuales como desde el compromiso con las grandes causas comprometidas con su cuidado.

Estoy convencido de que vale la pena brindar por causas tan grandes, tan nobles y tan necesarias. Causas que vuelen a vida y a resurrección, a pesar de que parece que no toque socialmente. Por ello, creo que, a quienes aún tenéis la osadía y el coraje de apostar por ello, bien os merecéis una felicitación bien cordial y sincera:

¡FELIZ PASCUA!

Juan Zapatero

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“¿Dónde buscar al que vive?”. Domingo de Resurrección – C (Juan 20,1-9)

Domingo, 21 de abril de 2019
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Lempertz-1083-72-Paintings-15th-19th-C-Francesco-Solimena-workshop-or-circle-Noli-me-tangereSegún el relato de Juan, María de Magdala es la primera que va al sepulcro, cuando todavía está oscuro, y descubre desconsolada que está vacío. Le falta Jesús. El Maestro que la había comprendido y curado. El Profeta al que había seguido fielmente hasta el final. ¿A quién seguirá ahora? Así se lamenta ante los discípulos: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».

Estas palabras de María podrían expresar la experiencia que viven hoy no pocos cristianos: ¿Qué hemos hecho de Jesús resucitado? ¿Quién se lo ha llevado? ¿Dónde lo hemos puesto? El Señor en quien creemos, ¿es un Cristo lleno de vida o un Cristo cuyo recuerdo se va apagando poco a poco en los corazones?

Es un error que busquemos «pruebas» para creer con más firmeza. No basta acudir al magisterio de la Iglesia. Es inútil indagar en las exposiciones de los teólogos. Para encontrarnos con el Resucitado, hemos de hacer ante todo un recorrido interior. Si no lo encontramos dentro de nosotros, no lo encontraremos en ninguna parte.

Juan describe, un poco más tarde, a María corriendo de una parte a otra para buscar alguna información. Pero cuando ve a Jesús, cegada por el dolor y las lágrimas, no logra reconocerlo. Piensa que es el encargado del huerto. Jesús solo le hace una pregunta: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿a quién buscas?».

Tal vez hemos de preguntarnos también nosotros algo semejante. ¿Por qué nuestra fe es a veces tan triste? ¿Cuál es la causa última de esa falta de alegría entre nosotros? ¿Qué buscamos los cristianos de hoy? ¿Qué añoramos? ¿Andamos buscando a un Jesús al que necesitamos sentir lleno de vida en nuestras comunidades?

Según el relato, Jesús está hablando con María, pero ella no sabe que es Jesús. Es entonces cuando Jesús la llama por su nombre, con la misma ternura que ponía en su voz cuando caminaban por Galilea: «¡María!». Ella se vuelve rápida: «Rabbuní, Maestro».

María se encuentra con el Resucitado cuando se siente llamada personalmente por él. Es así. Jesús se nos revela lleno de vida, cuando nos sentimos llamados por nuestro propio nombre y escuchamos la invitación que nos hace a cada uno. Es entonces cuando nuestra fe crece.

No reavivaremos nuestra fe en Cristo resucitado alimentándolo solo desde fuera. No nos encontraremos con él, si no buscamos el contacto interior con su persona. Es el amor a Jesús conocido por los evangelios y buscado personalmente en el fondo de nuestro corazón, el que mejor puede conducirnos al encuentro con el Resucitado.

José Antonio Pagola

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No puede haber Vida si antes no hay muerte.

Domingo, 21 de abril de 2019
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ResurrecciónJn 20,1-9

En este día de Pascua, debemos recordar aquellas palabras de Pablo: si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe. Aunque hay que hacer una pequeña aclaración. La formulación condicional (si) nos puede despistar y entender que Jesús podía no haber resucitado, lo cual no tiene sentido porque Jesús había alcanzado la VIDA antes de morir. Esa Vida era la misma Vida de Dios. Por lo tanto, la posibilidad de que no resucitara es absurda.

Lo primero que debemos tener en cuenta es que estamos celebrando hechos teológicos, no históricos ni científicos. Todavía la muerte de Jesús fue un acontecimiento histórico, pero la resurrec­ción no es constatable científicamente porque se realiza en otro plano, fuera de la historia. Esto no quiere decir que no ha resucitado, quiere decir que para llegar a la resurrección, no podemos ir por el camino de los sentidos y los razonamientos. Nadie pudo ver, ni demostrar con ninguna clase de argumentos, la resurrección de Jesús. No es un acontecimiento que se pueda constatar por los sentidos. Esta es la clave para salir del callejón sin salida en que nos encontramos por haber interpretado los textos de una manera literal.

La muerte y la vida física no son objetos de teología, sino de biología. La teología habla de otra realidad que no puede ser metida en conceptos. En ningún caso debemos entender la resurrección como la reanimación de un cadáver. Esta interpretación ha sido posible gracias a la antropología griega (alma–cuerpo), que no tiene nada que ver con lo que entendían los judíos por “ser humano”. La reanimación de un cadáver, da por supuesto que los despojos del fallecido mantienen una relación especial con el ser que estuvo vivo. La realidad es que la muerte devuelve el cuerpo al universo de la materia, de una manera irreversible.

¿Qué pasó en Jesús después de su muerte? Nada. Absolutamente nada. La trayectoria histórica de Jesús termina en el instante de su muerte. En ese momento pasa a otro plano en el que el tiempo no transcurre. En ese plano no puede “suceder” nada. En los apóstoles sí sucedió algo muy importante. Ellos no habían comprendido nada de lo que era Jesús, porque estaban en su falso yo, pegados a lo terreno y esperando una salvación que potenciara su ser contingente. Solo después de la muerte del Maestro, llegaron a la experiencia pascual. Descubrieron, no por razonamientos, sino por vivencia, que Jesús seguía vivo y que les comunicaba Vida. Eso es lo que intentaron transmitir a los demás, utilizando el lenguaje humano al uso, que es siempre insuficiente para expresar lo trascendente.

Todos estaríamos encantados de que se nos comunicara esa Vida, la misma Vida de Dios. El problema consiste en que no puede haber Vida si antes no hay muerte. Es esa exigencia de muerte la que no estamos dispuestos a aceptar. “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo, pero si muere, da mucho fruto”. Esa exigencia de ir más allá de la vida biológica, es la que nos hace quedarnos a años luz del mensaje de esta fiesta de Pascua. Celebrar la Pascua es descubrir la Vida en nosotros y estar dispuestos a dar más valor a la Vida que se manifestó en Jesús después de su muerte que a la vida biológica tan apreciada.

Pero no debo quedarme en la resurrección de Jesús. Debo descubrir que yo estoy llamado a esa misma Vida. A la Samaritana le dice Jesús: El que beba de esta agua nunca más tendrá sed; el agua que yo le daré se convertirá en un surtidor que salta hasta la Vida definitiva. A Nicodemo le dice: Hay que nacer de nuevo; lo que nace de la carne es carne, lo que nace del espíritu es Espíritu. El Padre vive y yo vivo por el Padre, del mismo modo el que me coma, (el que me asimile), vivirá por mí. Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre. ¿Creemos esto? Entonces, ¿qué nos importa lo demás? Poner a disposición de los demás todo lo que somos y tenemos es la consecuencia de este descubrimiento de la verdadera Vida.

Jesús, antes de morir, había conseguido como hombre, la plenitud de Vida en Dios, porque había muerto a todo lo terreno, a su egoísmo, y se había entregado por entero a los demás, después de haber descubierto que esa era la meta de todo ser humano, que ese era el camino para hacer presente lo divino. Eso era posible, porque había experimentado a Dios como Don absoluto y total. Una vez que se llega a la meta, es inútil seguir preocupándose del vehículo que hemos utilizado para alcanzarla. Todo el esfuerzo de la predicación de Jesús consistió en hacer ver a sus seguidores la posibilidad de esa Vida. Solo seremos sus seguidores, si descubrimos esa Vida de Dios en nosotros como él la descubrió y tratamos de manifestarla a través de nuestras relaciones con lo demás. Soy seguidor de Jesús en la medida en que asimilo ser otro Cristo (ungido) como él.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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¿Dónde y cómo buscamos al Resucitado?

Domingo, 21 de abril de 2019
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Domingo-de-Resurreccion-Ciclo-C-5-660x330Jn 20, 1-9

Después de una larga Cuaresma y una reciente Semana Santa, en la que posiblemente hemos vivido serias y profundas experiencias de Pasión, de muerte y de amor entregado, celebramos el domingo de Pascua. Y nos sorprende este evangelio de Juan que, más que darnos de entrada una Gran Noticia, parece que nos invita a seguir buscando, a seguir intentando descubrir entre los muertos al que VIVE PARA SIEMPRE.

Y es que, el domingo de Pascua, no es solo o principalmente el punto de llegada, es también la fuerza para seguir buscando.

El mensaje del evangelio de hoy nos llega a través de diversos personajes, con sus características y circunstancias.

María, la mujer cariñosa y diligente, que ha estado con Jesús hasta en sus últimos momentos y no se resigna a abandonarlo. Y anticipándose al amanecer, cuando aún estaba oscuro…. sale de nuevo a su encuentro, ¿qué buscaba? ¿Ungirle mejor? ¿Comprobar que todo estaba bien? Es difícil creer que iba a ver si “había vuelto a la vida”. Y al llegar, encuentra que su mayor dificultad, ¿quién la ayudaría a quitar la losa?, está solucionada. Nos dice el texto que vio la losa quitada. Superada la dificultad, antes de ser de día, sale corriendo a buscar ayuda, a comunicar la noticia de la sustracción del cadáver.

Lo que le quedaba de Jesús, su cuerpo, ha sido robado y ya no está donde ella podía verlo, ungirlo, controlarlo…

María se afana en buscar a Jesús donde Él no está. Madruga, corre…. Pero solo encuentra un sepulcro vacío. Es la primera constatación de aquellos primeros cristianos que, trastornados por la muerte de Jesús, sin haber asimilado aún el desenlace de la vida de su maestro, se encuentran ante otro hecho inesperado… ¡Todo no ha terminado! ¡Siguen las noticias sorprendentes!

¿Por qué nos dice esto el evangelio? ¿Qué testimonia para nosotros hoy? Que Jesús no es el muerto que permanece en su sepulcro… Que no está donde quisimos retenerlo… Que no tenemos un lugar de peregrinación en el que recordarle… ¡Que lo que Él quiere es otra cosa!

Pedro y el otro discípulo. Dos tipos distintos de seguidores de Jesús: el joven y ágil, el amigo que busca rápido al amigo perdido… y el mayor, el de una experiencia más curtida, en amistad y hasta en traición. Ambos corren juntos pero a distinto ritmo, les mueve lo mismo pero reaccionan desde sus características personales. De ambos nos dice el texto que llegaron, vieron los lienzos y vendas, entraron y creyeron.

Corren en busca de Jesús, llegan, ven signos, entran y creen. Es una buena secuencia, una sucesión de etapas necesarias en el camino de la fe.

El evangelio de este domingo de Pascua no tiene las grandes declaraciones de que el Señor ha resucitado. Solo nos dice que ellos creyeron porque vieron los lienzos, vendas y sudario como señal, porque entraron en el sepulcro. Y entonces comprendieron las Escrituras que anunciaban su resurrección de entre los muertos.

¿No nos está invitando a recorrer nosotros el propio camino hasta llegar a esta fe en Jesús Resucitado? Se trata de plantearnos seriamente cuál es nuestra experiencia de Pascua. ¿Cuál ha sido y sigue siendo nuestro camino de fe en el Señor Jesús, muerto y resucitado?

¿Nos afanamos en buscarle en nuestro mundo, en nuestro entorno? ¿Nos arriesgamos a correr a su encuentro? ¿Nos atrevemos a entrar en tantos sepulcros que presentan signos de su presencia? ¿Cuándo y cómo hemos llegado a comprender que estaba vivo a nuestro lado? Porque la Pascua, el paso de la muerte a la vida, no es algo que se nos narra solamente, o un mensaje que hemos de aprender e incluso creer. Es un camino que tenemos que recorrer hasta encontrarnos con el Señor, un paso que hemos de dar cada uno, como María, como Pedro, como el otro discípulo del que no se nos dice su nombre.

Ojalá aprovechemos esta nueva Pascua para reemprender la búsqueda, incluso cuando aun es de noche o cuando no vemos demasiado, porque muchas y diversas tinieblas nos rodean. Para correr al encuentro con ese Jesús que hace arder nuestro corazón y cuya ausencia apenas podemos aguantar. Para abrir bien los ojos y ver tanta losa que se está quitando y deja al descubierto esas vendas y esos sudarios, que han cubierto heridas y muertes.

Para animarnos a entrar, a tocar, a pisar…. Allí donde ha estado la muerte, donde aun hay muchos signos de muerte, pero ya se deja vislumbrar la vida.

Y entrando hasta el fondo de lo que lo signos nos revelan y lo que nuestro corazón ya sospechaba, comprendamos con esa luz especial que solo el Espíritu hace brillar en nosotros, lo que la fe nos dice, lo que su Palabra tantas veces nos promete y repite: Que Él está vivo, que hay sepulcros y vendas pero que Él no está allí, que eso son solo señales de su vida nueva… que ya está caminando con nosotros y nos precede en nuestros caminos, en nuestras Galileas.

Mª Guadalupe Labrador, fmmdp.

Fuente Fe Adulta

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Nada puede aplastar la vida.

Domingo, 21 de abril de 2019
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21 abril 2019

Jn 20, 1-9

El simbolismo de este texto, de una riqueza extraordinaria, empieza jugando con contrastes. Para quien ha vivido la experiencia, se trata del “primer día de la semana”; para María Magdalena, sin embargo, todavía es de noche: “aún estaba oscuro”. Sabemos que para el autor del cuarto evangelio, la noche es sinónimo de oscuridad, confusión, ignorancia; el “primer día”, por el contrario, alude a la “nueva creación”. A la oscuridad de quienes aún no lo han experimentado, los testigos proclaman: Jesús ha resucitado y su resurrección constituye una “nueva creación” del mundo, sobre cimientos de vida y certeza definitivas.

Un contraste similar es el que muestra a María marchando al sepulcro –el “sepulcro” es el lugar de la muerte y de la desesperanza–, cuando la realidad es que “la losa estaba quitada”, es decir, la muerte había sido vencida. Imagen que, entre líneas, nos sugiere algo profundamente sabio: debajo de cada “losa” que parezca aplastarnos, hay vida que quiere resucitar.

Más profundamente aún, no hay ninguna “losa”nada es capaz de aplastar la vida. Cualquier “losa” que nuestra mente pueda imaginar ha sido ya “quitada”: lo que somos, se halla siempre a salvo; la vida no puede ser derrotada.

Pero María sigue sin “ver” –no ve más allá del Jesús difunto– y recurre a una explicación “racional”“Se lo han llevado”. Con todo, no deja de buscar; echa a correr… y contagia a los discípulos en su misma búsqueda, aunque también estos no piensan más que en el “sepulcro”, es decir, en la muerte como final.

Continúa el simbolismo: lo que ven no es al Resucitado, sino “vendas” y “sudario”. El apunte que habla del “sudario enrollado en un sitio aparte” parece querer indicar que no se ha tratado de un robo del cadáver. Pero tanto las vendas como el sudario no son elementos que “produzcan” por sí mismos la fe en la resurrección: es lo que le ocurre a Pedro. Se requiere una forma de “ver” que vaya más allá de la materialidad, o mejor, que sepa descubrir en lo material la Presencia inmaterial que todo lo ocupa y alienta.

Quien sabe “ver” de ese modo es “el otro discípulo, a quien quería Jesús”. Se trata del “discípulo amado” que, en el cuarto evangelio, es imagen del verdadero discípulo.

En el plano simbólico, es indudable que el amor –que “corre” más deprisa que la autoridad– capacita para ver. Vienen a la memoria palabras como las de Pascal: “El corazón tiene razones que la razón no conoce”; o las de El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry: “Lo esencial es invisible a los ojos; solo se ve bien con el corazón”. Y es que el amor, por su propia estructura integradora y unificadora, nos hace descubrir la dimensión más profunda de lo real que, de otro modo, se nos escapa.

El relato, pues, es una catequesis: una invitación a saber mirar con el corazón para poder descubrir, en las “vendas” que nos rodean, al Resucitado, la Presencia de Lo Que Es.

¿Sé ver más allá de las “vendas” que me rodean por doquier?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Fe Adulta

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Ante la Cruz…

Viernes, 19 de abril de 2019
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 ANTE LA CRUZ

Ante la cruz me llamas
en tu agonía.
Ante la cruz me llamas.
Y he aquí que tropiezo
con las palabras.

Porque si dices ante
¿no me pides, Señor,
sino que mire
frente a frente la cruz
y que la abrace?

Si te miro, Señor,
y Tú me miras,
es un horno de amor
lo que en ti veo,
y lo que veo en mí,
Señor, no es nada,
nada, nada, Señor,
sino silencio.

Un silencio vacío:
si Tú lo llenas
se habrá hecho la luz
en las tinieblas.

Y si en la cruz te abrazo
y Tú me abrazas,
el silencio, Señor,
es más palabra.

Ante la cruz, Señor,
aquí me tienes,
ante la cruz, Señor,
pues Tú lo quieres.

II

VÍA DOLOROSA

I

PARA DECIR LO QUE PASÓ AQUEL VIERNES…

…a Jesús, en cambio, lo hizo azotar
y lo entregó para que fuese crucificado.
(Mt.27,26)

Para decir lo que pasó aquel viernes
en los palacios de Jerusalén y en sus afueras
no bastan las palabras.
Por eso no hay
en las avenidas del relato
-Mateo, Marcos, Juan- sino una capa
de misericordia, un leve
y condensado recuerdo a los azotes.
Para decir lo que pasó aquel viernes
en los palacios de Jerusalén: la sangre,
los insultos, los golpes, la corona
de espinas,
los gritos, la locura, la ira desatada
contra el más bello y puro de los hombres,
contra el más inocente…
para decir lo que pasó aquel viernes
solo valen las lágrimas.

II

SIMÓN DE CIRENE SE ENCUENTRA CON LA CRUZ

Al salir encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón,
y le obligaron a que cargara con la cruz de Jesús.
(Mt. 27, 32)

Pesan los días y pesan los trabajos
y en las venas el cansancio es veneno
que apresura los pasos hacia el dulce
reposo del hogar;
los pasos hacia el dulce
abrazo del amor y del sueño.
Ni siquiera
hay espacio en el alma para el canto
de un pájaro. Tampoco para el sordo
rumor que empieza a arder
sobre el polvo en la plaza.
Viene Simón el de Cirene convertido
en pura sed, en pura
materia de fatiga.
Esa cruz
le sobreviene como un alud de asombro
y rebeldía.
Pero
entre la náusea de la sangre sabe
que siempre hay un dolor que añadir al dolor.
Entre la náusea de la sangre mira
y encuentra esa mirada como un pozo
encendido,
como un pozo
donde se funde el Galileo
con el dolor del mundo.
Apenas un instante y el abrazo
del corazón y la madera hasta la cima.
Vuelve Simón el de Cirene. Queda
una cruz en su piel.
Y una mirada.

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III

MUJER EN JERUSALÉN

Lo seguía muchísima gente, especialmente
mujeres que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él.
(Lc. 23, 27)

Mis ojos suben por las calles de Jerusalén
bajo una lluvia de dolor,
bajo una lluvia
que va a lavar el mundo.
Mis ojos suben arrimados
a la cal de las paredes
mientras todo el fragor del sufrimiento
se hace eco en mis párpados.
Puedo sentir tu sed,
la quemazón de tus rodillas rotas
sobre los filos de la tierra.
Toma mi corazón, toma mis lágrimas,
déjalas que ellas laven tus heridas
ahora que soy
mujer en Jerusalén y que te sigo.
Mis ojos se adelantan
por los empedrados de Jerusalén
para encontrar los tuyos.
Y no hay en ellos
rebeldía.
Bajo la cruz
Tú eras una antorcha
de mansedumbre. Derramabas
una piedad universal con cada aliento.

Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí
(Lc.23,28)

¿Y cómo no llorar, Señor?
Déjame, al menos,
si no llorar por Ti, llorar contigo.

III

GÓLGOTA

I

EL CORAZÓN DE LAS MUJERES

Muchas mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea
para asistirlo, contemplaban la escena desde lejos.
(Mt 27, 55)

Estirándose sobre la distancia,
el corazón de las mujeres
se hizo cruz en el Gólgota.
¡Oh corazón de las mujeres, cruciforme,
arca lúcida,
oscura estancia del amor y permanente
arcaduz del misterio!
¡Oh corazón de las mujeres,
prodigioso arroyo fiel que mana
desde el mar de Galilea hasta el Calvario!
¡Y más allá del Calvario, hasta los límites
verticales y alzados,
hasta la orilla de la fe donde se trueca
el destino del hombre!
Mujeres, con vosotras he visto
la salvación del mundo,
su rostro ensangrentado, la medida
de sus brazos abiertos,
la extensión de su abrazo,
que acerca hasta nosotros
la dádiva incansable de sus manos
abiertas y horadadas para siempre.
Y he visto su corazón de par en par,
su corazón como una cueva dulce,
su corazón, abrigo
para toda intemperie.
He visto con vosotras
los pies del redentor, nunca cansados
de venir hacia mí, también heridos
de mí, por mí, también clavados
para la eternidad.
¡Oh pies de Cristo
impresos
sobre la arena de mi corazón!
¡Oh Cristo que atrajiste
hasta Ti el corazón de estas mujeres,
déjame ahora
latir en su latido:
contemplarte.

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II

STABAT MATER

Estaba la madre al pie
de la cruz. La madre estaba.
Enhiesta y crucificada,
color de nardo la piel.
En el pecho el hueco aquel
que vacío parecía.
No me lo cierres, María
que quiero encerrarme en él,
que quiero encerrarme y ver
todo lo que tú veías.
Sé tú mi madre, María,
como lo quería Él.

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III

CIERRA EL CIELO LOS OJOS …

Desde el mediodía hasta las tres de la tarde
la tierra se cubrió de tinieblas.
(Mt. 27, 45)

Cierra el cielo los ojos:
cae
la noche a plomo sobre el mediodía
de aquel viernes de abril en el Calvario.
No puede el cielo ser tan impasible
cuando en la cruz está muriendo un hombre,
ya solo sufrimiento y sangre,
cuando muere
el amado de Dios.
¿O acaso vuelve el rostro el cielo
también
y es abandono
lo que creían sombra?
Pesa, pesa, pesa…
Pesa esta oscuridad
que hace crujir los hombros
mientras el ser se vence
inexorablemente hacia el abismo.
Esta tiniebla tiene
peso, longitud, altura,
y penetra en el alma
y duele y vela
la mirada de Dios en la distancia.
¿No hay otro modo, Señor, no hay otro modo
de morir, de vivir, que hacer a ciegas
esta larga jornada de camino?
Pues si ha de ser así, Señor, te pido
que al menos en la muerte no me falte
un bordón de plegaria: que no olvide
tu nombre dulce con el que llamarte.

IV

EL GRITO

Y Jesús, dando de nuevo un fuerte grito entregó su espíritu
(Mt.27, 50)

Un grito. Luego el silencio.
Y en silencio estoy aquí
mientras resucitas Tú
y resucitan los muertos.
¡Cristo, ten piedad de mí!

Con Cristo

*

Mercedes Marcos Sánchez,

Poeta ante la Cruz (Meditación en Mateo)

***

Hoy la Iglesia nos invita a un gesto que quizás para los gustos modernos resulte un tanto superado: la adoración y beso de la cruz. Pero se trata de un gesto excepcional. El rito prevé que se vaya desvelando lentamente la cruz, exclamando tres veces: “Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo”. Y el pueblo responde: “Venid a adorarlo”.

El motivo de esta triple aclamación está claro. No se puede descubrir de una vez la escena del Crucificado que la Iglesia proclama como la suprema revelación de Dios. Y cuando lentamente se desvela la cruz, mirando esta escena de sufrimiento y martirio con una actitud de adoración, podemos reconocer al Salvador en ella. Ver al Omnipotente en la escena de la debilidad, de la fragilidad, del desfallecimiento, de la derrota, es el misterio del Viernes Santo al que los fieles nos acercamos por medio de la adoración.

La respuesta “Venid a adorarlo” significa ir hacia él y besar. El beso de un hombre lo entregó a la muerte; cuando fue objeto de nuestra violencia es cuando fue salvada la humanidad, descubriendo el verdadero rostro de Dios, al que nos podemos volver para tener vida, ya que sólo vive quien está con el Señor. Besando a Cristo, se besan todas las heridas del mundo, las heridas de la humanidad, las recibidas y las inferidas, las que los otros nos han infligido y las que hemos hecho nosotros. Aun más: besando a Cristo besamos nuestras heridas, las que tenemos abiertas por no ser amados.

Pero hoy, experimentando que uno se ha puesto en nuestras manos y ha asumido el mal del mundo, nuestras heridas han sido amadas. En él podemos amar nuestras heridas transfiguradas. Este beso que la Iglesia nos invita a dar hoy es el beso del cambio de vida.

Cristo, desde la cruz, ha derramado la vida, y nosotros, besándolo, acogemos su beso, es decir, su expirar amor, que nos hace respirar, revivir. Sólo en el interior del amor de Dios se puede participar en el sufrimiento, en la cruz de Cristo, que, en el Espíritu Santo, nos hace gustar del poder de la resurrección y del sentido salvífico del dolor.

*
M. I. Rupnik,
di pascua. Venerdi santo,
Roma 1998, 47-53).

***

***

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José Ignacio López Vigil: “San Pablo inventó el cristianismo y la Iglesia católica homófoba y machista”

Lunes, 19 de noviembre de 2018
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“Pablo escribió sus cartas sin saber nada, absolutamente nada de Jesús. Ni conoció a Jesús ni comió pescado con él”

“Todos los que van a comulgar han rezado antes la oración de un gay, el centurión romano, que le dice a Jesús: ‘Señor. No soy digno de que entres en mi casa (a curar a mi pareja), pero una palabra tuya bastará para sanarlo'”

(José M. Vidal).- “Pablo de Tarso, que no conoció a Jesús de Nazaret, inventó a Jesucristo y, además, como era misógino, esclavista y homófobo, creo una Iglesia a su imagen y semejanza”. Lo dice todo de un tirón y, al terminar, pregunta a los presentes: “¿He dicho muchas herejías?” Y la verdad es que, con su barba larga, su pelo cano y sus gafas, José Ignacio López Vigil parece un santo padre más que un hereje. Eso sí, habla y escribe muy claro, como viene demostrando, desde hace años, en sus programas de radio y en sus libros.

Ayer, precisamente, presentaba su última obra¡Frente a frente! San Pablo Apóstol, el que inventó a Cristo y María Magdalena, la que conoció a Jesús (feadulta), ante un numeroso público, que llenaba el auditorio del colegio mayor Chaminade. Un nuevo libro que, como todos los anteriores, está escritos a cuatro manos, con su hermana, María López Vigil, también periodista.

La presentación de la mesa, en la que figuraba el autor, junto al teólogo Xabier Pikaza, corrió a cargo de África de la Cruz, profesora emérita de psicología de la Universidad autónoma de Madrid, que comenzó recordando “el importante papel que los dos hermanos escritores desempeñaron en mi evolución espiritual”. Con varias de sus obras, pero sobre todo con ‘Un tal Jesús’, la más famosa y la más polémica, pero que sirvió de alimento a generaciones de creyentes, que, de su mano, “dieron el salto mortal del Jesús del credo al ‘Moreno de Nazaret’, de un Dios al que hay que temer y, en el fondo, odiar, al Dios amor y sólo amor”

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Del nuevo libro, objeto de la presentación, la profesora alabó su “estilo desenfadado e irreverente, su aparente sencillez y su simplificación e, incluso, su sentido del humor y su forma de narrar periodística que engancha”.

A continuación, se proyectó un video del teólogo José María Castillo, autor de varios libros sobre el tema y que suele decir que “el problema empezó con Pablo“. Tras saludar a los presentes, calificó a los hermanos López Vigil de “personas de una profundidad evangélica importante y de una notable competencia intelectual”.

Respecto a la obra, Castillo quiso subrayar que la sencillez expositiva no está reñida con la profundidad, aunque “hay personas que confunden la sencillez y la clarividencia de la comunicación directa con la falta de profundidad intelectual”. A su juicio, hablar sencillo y claro, como Jesús, “no es bajar el nivel de fiabilidad” y, además, de esta forma se llega a mucha más gente.

“Hay mentalidades formadas en la alta especulación, que dan más valor a las teorías, pero Jesús hablaba en parábolas y su enseñanza era teología narrativa, una teología que es tan valiosa como la puramente especulativa y, en muchas ocasiones, va más allá y llega a lo más profundo de la fe de los sencillos”, concluyó el teólogo, asegurando que los autores “tienen ese don de la teología narrativa”. Un don “que pocos tienen”.

Tras dar las gracias a Castillo, que aparece en la serie, compuesta inicialmente como crónicas de radio, uno de los autores, José Ignacio López Vigil salta a la arena, coge el micrófono y con su acento mezcla de español de Asturias pasado por Latinoamérica durante muchos años (y allí sigue), va directo al grano desde el principio. Como si tuviese ganas de sacudir y provocar a los presentes, que, por otra parte, venían con ganas de ser zarandeados.

Y lanza una serie de afirmaciones claras y tajantes:Pablo escribió sus cartas sin saber nada, absolutamente nada de Jesús. Ni conoció a Jesús ni comió pescado con él. Sólo tuvo una revelación camino de Damasco y se puso a escribir, sin ni siquiera regresar a Jerusalén a hablar con María, su madre, ni con María Magdalena, su compañera”.

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Por eso, “en las cartas de Pablo no hay geografía ni historia”. Tanto es así que Pablo, el viajero, el intelectual de la escuela farisaica de Gamaliel, que sabía tres idiomas (arameo, hebreo y griego) y que sabía escribir, mientras “los demás discípulos y el propio Jesús eran analfabetos”, ese Pablo “inventó a Jesucristo”.

Más aun, “Pablo de Tarso no sólo era homófobo, misógino y esclavista, sino que, además, inventa la teoría del pecado original y, como consecuencia, la tesis de la expiación. Para redimir al mundo de ese terrible pecado, Dios, enfurecido, manda a su propio Hijo, para que lo maten y con su sangre lave el pecado y Dios quede tranquilo. Algo terrible”.

La cara opuesta del cristianismo naciente la ofrece, según López Vigil, María Magdalena, “la fundadora del cristianismo, la que proclamó ‘esta vivo y su proyecto no terminó en la cruz'”. La que se opone en el libro, a la homofobia de Pablo de Tarso. Entre otras cosas, porque “todos los que van a comulgar han rezado antes la oración de un gay, el centurión romano, que le dice a Jesús: ‘Señor. No soy digno de que entres en mi casa (a curar a mi pareja), pero una palabra tuya bastará para sanarlo”.

Lo peor de estos dos cristianismo enfrentados es, para López Vigil, que “la Iglesia optó por el de Pablo de Tarso y marginó por completo el de María Magdalena”. Por eso, a su juicio, “es urgente recuperar los Evangelio y a María Magdalena”.

Terminada la primera intervención del autor, Xabier Pikaza, como gran biblista que es, quiso matizar un poco las afirmaciones de López Vigil y aseguró que, en contra de lo que se suele pensar, “el Pablo del que tú hablas es el Pablo popular, al que se le atribuyen algunas afirmaciones que son evidentes intrapolaciones, como lo que dice sobre las mujeres”.

marialopezvigilyhermanoMaría y José Ignacio López Vigil,

Según Pikaza, Pablo hizo cosas admirables y la más importante: dijo que Jesús era Dios”. El biblista reconoce que “parece que Pablo tuvo un problema de misoginia, pero en su Iglesia las mujeres eran iguales que los hombres“. Y terminó subrayando que “Pablo fue fundamental y, sin él, el cristianismo no podría seguir adelante” y pidiendo a los autores nuevas entregas de su obra sobre el Pablo auténtico.

López Vigil aceptó el reto de seguir discutiendo y escribiendo sobre Pablo de Tarso en nuevos libros, para someterse a continuación a las preguntas de los presentes. En sus respuestas, recordó, por ejemplo, que escribió ‘Un tal Jesús’ “en los bellos tiempos de la Teología de la Liberación, que Juan Pablo II se ocupó de arruinar”.

Preguntado, de nuevo, sobre Magdalena, aseguró que, “aunque la Iglesia, para marginarla, la calificó de prostituta, era, en realidad, una vendedora de pescado, que se enamoró de Jesús y Jesús de ella, una mujer extraordinaria, una galilea peleadora”. Por eso, a su juicio, “hay que reivindicarla, porque ella fue la apóstol de los apóstoles”.

Para conectar la Iglesia actual con el cristianismo de María Magdalena, López Vigil pidió al Papa una Iglesia que abola el celibato y una Iglesia con mujeres protagonistas, no sacerdotas, porque si la Iglesia no tiene rostro femenino, no es la Iglesia de Jesús”.

Preguntado sobre la relación entre el celibato y los abusos del clero, López Vigil negó una relación directa, pero aseguró que la Iglesia prohibió el matrimonio a los curas para defender su patrimonio e impuso el celibato para que no heredasen las mujeres de los curas” y proclamó que “el celibato es una ley antinatural, que puede provocar reacciones antinaturales y, por eso, tiene que ser abolida”.

En contra de lo que suele sostenerse, López Vigil aseguró que Jesús era un campesino alegre y dicharachero, al que le gustaba contar chistes y adivinanzas , asi como alguien radicalmente revolucionario, aunque no sabía escribir y leía a duras penas, trastabillándose”.

Y terminó proclamando que la Iglesia tiene que “quitar miedos y culpas, porque, si se cree en el infierno, no se cree en Dios” a invitando a la esperanza, porque “otro Dios es posible”, como reza el título de otra de sus obras.

Fuente Religión Digital

Biblia, Cristianismo (Iglesias), Homofobia/ Transfobia. , , , , , , , , , , , ,

Ante la Cruz…

Viernes, 14 de abril de 2017
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ANTE LA CRUZ

Ante la cruz me llamas
en tu agonía.
Ante la cruz me llamas.
Y he aquí que tropiezo
con las palabras.

Porque si dices ante
¿no me pides, Señor,
sino que mire
frente a frente la cruz
y que la abrace?

Si te miro, Señor,
y Tú me miras,
es un horno de amor
lo que en ti veo,
y lo que veo en mí,
Señor, no es nada,
nada, nada, Señor,
sino silencio.

Un silencio vacío:
si Tú lo llenas
se habrá hecho la luz
en las tinieblas.

Y si en la cruz te abrazo
y Tú me abrazas,
el silencio, Señor,
es más palabra.

Ante la cruz, Señor,
aquí me tienes,
ante la cruz, Señor,
pues Tú lo quieres.

II

VÍA DOLOROSA

I

PARA DECIR LO QUE PASÓ AQUEL VIERNES…

…a Jesús, en cambio, lo hizo azotar
y lo entregó para que fuese crucificado.
(Mt.27,26)

Para decir lo que pasó aquel viernes
en los palacios de Jerusalén y en sus afueras
no bastan las palabras.
Por eso no hay
en las avenidas del relato
-Mateo, Marcos, Juan- sino una capa
de misericordia, un leve
y condensado recuerdo a los azotes.
Para decir lo que pasó aquel viernes
en los palacios de Jerusalén: la sangre,
los insultos, los golpes, la corona
de espinas,
los gritos, la locura, la ira desatada
contra el más bello y puro de los hombres,
contra el más inocente…
para decir lo que pasó aquel viernes
solo valen las lágrimas.

II

SIMÓN DE CIRENE SE ENCUENTRA CON LA CRUZ

Al salir encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón,
y le obligaron a que cargara con la cruz de Jesús.
(Mt. 27, 32)

Pesan los días y pesan los trabajos
y en las venas el cansancio es veneno
que apresura los pasos hacia el dulce
reposo del hogar;
los pasos hacia el dulce
abrazo del amor y del sueño.
Ni siquiera
hay espacio en el alma para el canto
de un pájaro. Tampoco para el sordo
rumor que empieza a arder
sobre el polvo en la plaza.
Viene Simón el de Cirene convertido
en pura sed, en pura
materia de fatiga.
Esa cruz
le sobreviene como un alud de asombro
y rebeldía.
Pero
entre la náusea de la sangre sabe
que siempre hay un dolor que añadir al dolor.
Entre la náusea de la sangre mira
y encuentra esa mirada como un pozo
encendido,
como un pozo
donde se funde el Galileo
con el dolor del mundo.
Apenas un instante y el abrazo
del corazón y la madera hasta la cima.
Vuelve Simón el de Cirene. Queda
una cruz en su piel.
Y una mirada.

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III

MUJER EN JERUSALÉN

Lo seguía muchísima gente, especialmente
mujeres que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él.
(Lc. 23, 27)

Mis ojos suben por las calles de Jerusalén
bajo una lluvia de dolor,
bajo una lluvia
que va a lavar el mundo.
Mis ojos suben arrimados
a la cal de las paredes
mientras todo el fragor del sufrimiento
se hace eco en mis párpados.
Puedo sentir tu sed,
la quemazón de tus rodillas rotas
sobre los filos de la tierra.
Toma mi corazón, toma mis lágrimas,
déjalas que ellas laven tus heridas
ahora que soy
mujer en Jerusalén y que te sigo.
Mis ojos se adelantan
por los empedrados de Jerusalén
para encontrar los tuyos.
Y no hay en ellos
rebeldía.
Bajo la cruz
Tú eras una antorcha
de mansedumbre. Derramabas
una piedad universal con cada aliento.

Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí
(Lc.23,28)

¿Y cómo no llorar, Señor?
Déjame, al menos,
si no llorar por Ti, llorar contigo.

III

GÓLGOTA

I

EL CORAZÓN DE LAS MUJERES

Muchas mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea
para asistirlo, contemplaban la escena desde lejos.
(Mt 27, 55)

Estirándose sobre la distancia,
el corazón de las mujeres
se hizo cruz en el Gólgota.
¡Oh corazón de las mujeres, cruciforme,
arca lúcida,
oscura estancia del amor y permanente
arcaduz del misterio!
¡Oh corazón de las mujeres,
prodigioso arroyo fiel que mana
desde el mar de Galilea hasta el Calvario!
¡Y más allá del Calvario, hasta los límites
verticales y alzados,
hasta la orilla de la fe donde se trueca
el destino del hombre!
Mujeres, con vosotras he visto
la salvación del mundo,
su rostro ensangrentado, la medida
de sus brazos abiertos,
la extensión de su abrazo,
que acerca hasta nosotros
la dádiva incansable de sus manos
abiertas y horadadas para siempre.
Y he visto su corazón de par en par,
su corazón como una cueva dulce,
su corazón, abrigo
para toda intemperie.
He visto con vosotras
los pies del redentor, nunca cansados
de venir hacia mí, también heridos
de mí, por mí, también clavados
para la eternidad.
¡Oh pies de Cristo
impresos
sobre la arena de mi corazón!
¡Oh Cristo que atrajiste
hasta Ti el corazón de estas mujeres,
déjame ahora
latir en su latido:
contemplarte.

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II

STABAT MATER

Estaba la madre al pie
de la cruz. La madre estaba.
Enhiesta y crucificada,
color de nardo la piel.
En el pecho el hueco aquel
que vacío parecía.
No me lo cierres, María
que quiero encerrarme en él,
que quiero encerrarme y ver
todo lo que tú veías.
Sé tú mi madre, María,
como lo quería Él.

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III

CIERRA EL CIELO LOS OJOS …

Desde el mediodía hasta las tres de la tarde
la tierra se cubrió de tinieblas.
(Mt. 27, 45)

Cierra el cielo los ojos:
cae
la noche a plomo sobre el mediodía
de aquel viernes de abril en el Calvario.
No puede el cielo ser tan impasible
cuando en la cruz está muriendo un hombre,
ya solo sufrimiento y sangre,
cuando muere
el amado de Dios.
¿O acaso vuelve el rostro el cielo
también
y es abandono
lo que creían sombra?
Pesa, pesa, pesa…
Pesa esta oscuridad
que hace crujir los hombros
mientras el ser se vence
inexorablemente hacia el abismo.
Esta tiniebla tiene
peso, longitud, altura,
y penetra en el alma
y duele y vela
la mirada de Dios en la distancia.
¿No hay otro modo, Señor, no hay otro modo
de morir, de vivir, que hacer a ciegas
esta larga jornada de camino?
Pues si ha de ser así, Señor, te pido
que al menos en la muerte no me falte
un bordón de plegaria: que no olvide
tu nombre dulce con el que llamarte.

IV

EL GRITO

Y Jesús, dando de nuevo un fuerte grito entregó su espíritu
(Mt.27, 50)

Un grito. Luego el silencio.
Y en silencio estoy aquí
mientras resucitas Tú
y resucitan los muertos.
¡Cristo, ten piedad de mí!

Con Cristo

*

Mercedes Marcos Sánchez,

Poeta ante la Cruz (Meditación en Mateo)

***

 

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“¿Dónde buscar al que vive?”. Domingo de Resurrección – C (Juan 20,1-9)

Domingo, 27 de marzo de 2016
Comentarios desactivados en “¿Dónde buscar al que vive?”. Domingo de Resurrección – C (Juan 20,1-9)

D-RESURRECCION-600x668La fe en Jesús, resucitado por el Padre, no brotó de manera natural y espontánea en el corazón de los discípulos. Antes de encontrarse con él, lleno de vida, los evangelistas hablan de su desorientación, su búsqueda en torno al sepulcro, sus interrogantes e incertidumbres.

María de Magdala es el mejor prototipo de lo que acontece probablemente en todos. Según el relato de Juan, busca al crucificado en medio de tinieblas, “cuando aún estaba oscuro”. Como es natural, lo busca “en el sepulcro”. Todavía no sabe que la muerte ha sido vencida. Por eso, el vacío del sepulcro la deja desconcertada. Sin Jesús, se siente perdida.

Los otros evangelistas recogen otra tradición que describe la búsqueda de todo el grupo de mujeres. No pueden olvidar al Maestro que las ha acogido como discípulas: su amor las lleva hasta el sepulcro. No encuentran allí a Jesús, pero escuchan el mensaje que les indica hacia dónde han de orientar su búsqueda: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado”.

La fe en Cristo resucitado no nace tampoco hoy en nosotros de forma espontánea, solo porque lo hemos escuchado desde niños a catequistas y predicadores. Para abrirnos a la fe en la resurrección de Jesús, hemos de hacer nuestro propio recorrido. Es decisivo no olvidar a Jesús, amarlo con pasión y buscarlo con todas nuestras fuerzas, pero no en el mundo de los muertos. Al que vive hay que buscarlo donde hay vida.

Si queremos encontrarnos con Cristo resucitado, lleno de vida y de fuerza creadora, lo hemos de buscar, no en una religión muerta, reducida al cumplimiento y la observancia externa de leyes y normas, sino allí donde se vive según el Espíritu de Jesús, acogido con fe, con amor y con responsabilidad por sus seguidores.

Lo hemos de buscar, no entre cristianos divididos y enfrentados en luchas estériles, vacías de amor a Jesús y de pasión por el Evangelio, sino allí donde vamos construyendo comunidades que ponen a Cristo en su centro porque, saben que “donde están reunidos dos o tres en su nombre, allí está él”.

Al que vive no lo encontraremos en una fe estancada y rutinaria, gastada por toda clase de tópicos y fórmulas vacías de experiencia, sino buscando una calidad nueva en nuestra relación con él y en nuestra identificación con su proyecto. Un Jesús apagado e inerte, que no enamora ni seduce, que no toca los corazones ni contagia su libertad, es un “Jesús muerto”. No es el Cristo vivo, resucitado por el Padre. No es el que vive y hace vivir.

José Antonio Pagola

Biblia, Espiritualidad , , , , , ,

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