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“ ¿Cómo entender el humanismo? “El misterio que llamamos Dios no aminora ni elimina la consistencia y la dignidad del ‘yo’ humano”, por Jesús Espeja

Miércoles, 6 de marzo de 2024
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IMG_2930De su blog La Iglesia se hace diálogo:

  El Evangelio en una sociedad laica y en la ambigüedad del mundo (IV)

“En esa cultura la fe o experiencia cristiana propone otra salida:  todas las personas estamos siendo originadas y sostenidas por una Presencia de amor. Somos amadas. Ahí radica nuestra dignidad inviolable”

“Pero otros pensadores también humanistas creyeron necesario prescindir de la existencia de Dios de cualquier forma de religión”

“En esta fe o experiencia cristiana, el misterio que llamamos Dios no aminora ni elimina la consistencia y la dignidad del “yo” humano, sino que es fundamento y razón última de nuestro ser y de nuestra existencia”

“En el siglo pasado y en éste, se han visto y estamos viendo los desastres generados por este “super-hombre” en el nazismo, en el fascismo, en el comunismo y en el capitalismo salvaje

IV. Cómo entender el humanismo

El principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana(Vaticano II)  

Según la fe cristiana, en la conducta de Jesucristo se revela el ser humano libre y autónomo, pero desde su enraizamiento en el “Abba”. En su forma de vivir y de morir, manifestó que el ser humano  es centro, sujeto capaz de pensar y decidir por sí mismo; su vida digna es antes que todas las normativas, aunque sean religiosas. Pero no es centro absoluto; está fundamentado en Dios y, si niega su condición de criatura, se destruye

1. Soy amado, luego existo

Con los rápidos y profundos cambios culturales en las últimas décadas, los seres humanos quedamos al aire, caminamos en la incertidumbre sin saber hacia dónde mirar.  Nos vemos puestos en manos de nuestra propia decisión y lógicamente nos preguntarnos por nuestra identidad, dónde fundamentar nuestro “yo”.

En la prieta etapa de la modernidad se propuso como fundamentación y valoración de la persona la capacidad de pensar por su cuenta:pienso, luego existo”. Después pasó a primer plano la dimensión afectiva: tener sensaciones fuertes de placer. En la sociedad consumista funciona otro criterio: soy persona respetable y respetada, “si gano mucho dinero y compro lo que me apetece”.

           Estas y otras parecidas propuestas en una cultura de superficialidad, no dejan satisfechos a las personas que cada vez  experimentan el vacío y la falta de sentido en la vida. En esa cultura la fe o experiencia cristiana propone otra salida:  todas las personas estamos siendo originadas y sostenidas por una Presencia de amor. Somos amadas. Ahí radica nuestra dignidad inviolable

2. ¿Humanismo sin Dios?

 Tomás de Aquino abrió las puertas a la modernidad, afirmando la dignidad singular de la persona humana que, dentro del mundo, es medida de todas las cosas. Pero la centralidad de la persona humana se fundamenta en una Presencia de amor que la origina y constituye.

         En la primera etapa de la modernidad hubo notables humanistas –Francisco de Vitoria, Martín Lutero y Erasmo de Rotterdam – que contaban con Dios como realidad fundante. Pero otros pensadores también humanistas creyeron necesario prescindir de la existencia de Dios de cualquier forma de religión. Los ilustrados proponen que la persona humana no sea medio utilizado sino fin en la organización social, que actúe como mayor de edad, que no admita más que lo que racionalmente sea demostrable, y Dios queda fuera de esa racionalidad. Esa  visión fue la premisa para los filósofos de la sospecha, humanistas ateos en el siglo XIX que siguen dejando su huella en nuestros días.

Se dirá con razón que estos pensadores parten de una recepción de la divinidad que no es la revelada en Jesucristo que invoca a Dios como “Abba”, amor infinito. Su ateísmo no es muchas veces más que negación de una falsa imagen de la divinidad así como la condena de una religión cristiana ilógica consigo misma. Pero ante los descalabros de esa pretensión humanista que pone a la persona como centro absoluto, hay que buscar otra salida

  3. Hacia un nuevo humanismo

           Según la fe cristiana, en la encarnación no se aminora la psicología, la libertad y autonomía del hombre Jesús, sino que se promueven. Y la encarnación continúa de algún nodo en toda persona humana, cuya consistencia y dignidad tiene su fundamento en esa Presencia de amor que la origina y sostiene.

En esta fe o experiencia cristiana, el misterio que llamamos Dios no aminora ni elimina la consistencia y la dignidad del “yo” humano, sino que es fundamento y razón última de nuestro ser y de nuestra existencia.

Observación de gran actualidad para un cristianismo reducido a cumplimientos religiosos, a una moral de miedo y esclavitud, a una inserción individualista en la organización social, a cristianos obsesionados por su seguridad, sin preocuparse de qué será de los otros desvalidos e indefensos. En el fondo  esos que se dicen cristianos son teístas, creen en una divinidad inventada o imaginada por ellos; pero no viven la  fe experiencia de la encarnación: Dios presencia de amor en condición humana.

El  7 de diciembre de 1965 Pablo VI en la clausura del Concilio  matizó  bien las bases del nuevo humanismo desde la fe cristiana.

“La iglesia del Concilio, sí, se ha ocupado mucho además de sí misma y de la relación que la une con Dios, del hombre tal cual en realidad hoy se presenta”. Y se refiere al humanismo que busca la centralidad de la persona humana, descartando a Dios y a la religión: “El hombre no solo se hace centro de todo su interés, sino que se atreve a llamarse principio y razón de toda realidad…; el hombre super-hombre de ayer y de hoy, y por lo mismo frágil, falso, egoísta y feroz…; el humanismo laico y profano ha aparecido, finalmente en toda su estatura”

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En el siglo pasado y en éste, se han visto y estamos viendo los desastres generados por este “super-hombre” en el nazismo, en el fascismo, en el comunismo y en el capitalismo salvaje. Se impone la ley del más fuerte porque los humanos, olvidando nuestra condición de criaturas, pretendemos ser absolutos como si fuéramos dioses. Son las consecuencias de un humanismo idealista que aparenta ignorar la debilidad de esta condición.

       Y Pablo VI continúa: “La religión de Dios que se ha hecho hombre, se ha encontrado con la religión –porque tal es- de hombre que se hace Dios”. El anhelo de más humanidad en que todas las personas sean fin y no medio queda burlado por personas, grupos o pueblos contaminados con la pretensión de ser absolutos y actuando como si fueran una divinidad intocable. La ideología imperialista se infiltra en todos los ámbitos e impide hoy el crecimiento en humanidad.  

           “¿Qué ha sucedido al encontrarse la Iglesia del Concilio con este humanismo? ¿un choque, una lucha, una condenación? Podría haberse dado, pero no se produjo. La antigua historia del samaritano ha sido la pauta de la espiritualidad del Concilio. Una inmensa simpatía lo ha penetrado todo. El descubrimiento de las necesidades humanas – y son tanto mayores cuando más grande se hace el hijo de la tierra- ha absorbido la atención de nuestro sínodo”

         Y el papa concluye:Vosotros humanistas modernos, que renunciáis a la trascendencia de las cosas supremas, conceded a la Iglesia siquiera este mérito reconociendo nuestro nuevo humanismo. También nosotros –y más que nadie-somos promotores del hombre”.

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“Un humanismo radical”, por Leonardo Boff

Miércoles, 5 de julio de 2023
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Del blog de Leonardo Boff La fuerza de los pequeños:

En busca de la humanidad perdida, “rescatamos lo mejor que el mundo ya gestó”

“Uno de los problemas más angustiantes en la cultura mundial hoy en día es la falta de humanidad. No miramos a los lados para ver al otro con sus dolores, búsquedas y necesidades”

“De la misma forma agredimos a nuestra Madre Tierra hasta el punto de que el nuevo régimen climático puede poner en peligro la biodiversidad y, si el calentamiento aumenta más, afectar al destino de nuestra vida en este planeta”

“En este contexto rescatamos lo mejor que el mundo ya gestó: el Hijo del Hombre que se reveló como la presencia humana de Dios entre los humanos: Jesús de Nazaret”

“Su humanismo radical echó raíces profundas en la humanidad. Ese humanismo universal y sin ninguna discriminación podrá devolvernos nuestra humanidad”

Uno de los problemas más angustiantes en la cultura mundial hoy en día es la falta de humanidad. No miramos a los lados para ver al otro con sus dolores, búsquedas y necesidades. Consideremos cómo son tratados los emigrantes de Oriente Medio y de África que buscan a Europa por causa de guerras y de gran hambruna. Son rechazados y han hecho del Mediterráneo un verdadero cementerio. El mismo destino trágico sufren los millares de centroamericanos que buscan atravesar las fronteras de Estados Unidos. La mayoría es rechazada, algunos mueren y los niños son puestos en jaulas como si fueran pequeños animales hambrientos. Ni nos referiremos a África que vive desde hace siglos saqueada y todavía crucificada por los europeos. Ellos están yendo a Europa porque antes los europeos estuvieron allí y  ocuparon y expoliaron sus tierras. Los europeos fueron acogidos y ahora los europeos no los quieren acoger.

Tales antifenómenos muestran cuán ser crueles y sin piedad podemos ser con nuestros prójimos que, en verdad, son nuestros hermanos y hermanas. Tal vez no podamos hacer mucho, pero a veces basta una mirada compasiva, una palabra de consuelo, una sonrisa verdadera, un toque en la piel del otro para comunicarle que somos hermanos y hermanas, expresiones de la misma humanidad.

No nos tratamos humanamente. De la misma forma agredimos a nuestra Madre Tierra hasta el punto de que el nuevo régimen climático, que superará los 1,5 grados centígrados hacia 2025-2027, puede poner en peligro la biodiversidad y, si el calentamiento aumenta más, afectar al destino de nuestra vida en este planeta.

En este contexto rescatamos lo mejor que el mundo ya gestó: el Hijo del Hombre que se reveló como la presencia humana de Dios entre los humanos: Jesús de Nazaret.

Más que entregarnos verdades, Jesús nos enseñó a vivir los valores que daban cuerpo a su gran sueño, el Reino de Dios. Ese Reino no es como los Reinos de este mundo, rodeados de pompa y gloria, como recientemente vimos en la coronación del rey de Inglaterra. Es un Reino de amor incondicional, de solidaridad ilimitada, de compasión, de servicio a los más humillados y ofendidos y de apertura total a Dios-Abba (“papá”, como él lo llamaba).

refugiados-alambrada-2-GEstaba siempre al lado de aquellos que tenían menos vida, los leprosos, los ciegos, los psicológicamente afectados (en el lenguaje de la época, los poseídos del demonio), los enfermos y hasta los muertos, que él resucitó. Él mismo dijo: “vine a traer vida y vida en abundancia” (Jn 10,10). Por haberse opuesto al tipo de religión de la época, ritualista y farisaica, y por haber revelado una nueva cara de  Dios, de infinita misericordia y perdón, amando a todos, “hasta a los ingratos y malos” (Lc 6,36) lo crucificaron fuera de la ciudad, símbolo de rechazo absoluto. Dejó dicho algo extremadamente consolador “si alguien viene a mi no le diré que se vaya” (Jn 6,37), podía ser una adúltera, un hereje y gente de mala fama: a todos acogía y salían consolados.

Él mostró una humanidad radical, hasta el punto de que los apóstoles y discípulos, considerando que “pasó por la vida haciendo el bien” (Mc 7,37) y que había vencido a la muerte por su resurrección, no sabiendo cómo definirlo, acabaron diciendo: humano así como Jesús sólo Dios mismo. Y empezaron a llamarlo Hijo de Dios y Dios en nuestra carne caliente y mortal.

Su humanismo radical echó raíces profundas en la humanidad. Ese humanismo universal y sin ninguna discriminación podrá devolvernos nuestra humanidad, cubierta de cenizas por el individualismo, por el egoísmo, por la insensibilidad, por la falta de compasión y por la ausencia de cuidado de unos a otros, a nuestra Madre Tierra y a los seres que viven en ella.

“Franz Kafka: al oir hablar de Jesús y de su amor cierro los ojos para no caer como en un abismo”

Termino con dos testimonios. Uno de Franz Kafka, el gran escritor checo, que dijo: “al oir hablar de Jesús y de su amor cierro los ojos para no caer como en un abismo”. Y otro de Fiódor Dostoiévski que al dejar la Casa de los Muertos (título de su libro), la prisión con trabajos forzados en Siberia, escribió conmovedoramente:

Dostoiévski: “Creo que no existe nada más bello, más profundo, más amable, más humano y más perfecto que Cristo; me lo digo a mi mismo con un amor celoso que no existe ni puede existir. Más aún: si alguien me probase que Cristo está fuera de la verdad y que ésta no se encuentra en él, prefiero quedarme con Cristo a quedarme con la verdad”

Después de esta profesión de radical humanidad y de fe, no tengo nada más que decir.

*Leonardo Boff ha escrito Jesucristo el Liberador, Sal Terrae, muchas ediciones.

Traducción de María José Gavito Milano

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La fe humanista de Camus

Lunes, 10 de mayo de 2021
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12034974916_93dc886db9_b“Hay en los hombres más cosas a admirar que a desdeñar”

“La vida y la obra de Camus nos dejan la impresión de que, a pesar de su formación cristiana en Argel, era un escéptico”

“Howard Mumma cuenta en su libro Albert Camus and the Minister que el autor de El hombre rebelde tuvo inquietudes religiosas en los últimos años de su vida”

“Camus (1913—1960) declaró en 1946 ante un público cristiano: ‘No parto del principio de que la verdad cristiana es ilusoria. Simplemente, nunca penetré en ella'”

Mumma recuerda que Camus se acercó a la iglesia cuando ya era un artista consagrado, en busca de ‘algo’. ‘Algo que no estoy seguro de poder siquiera definir’, admitió el escritor”

“Camus está muerto y es inútil preguntarse si al ser víctima de su accidente corría con el ansia de encontrar a Aquel que lo procuraba. Pero no hay duda de que hizo de su estética una apología radical de la ética”

La vida y la obra de Camus nos dejan la impresión de que, a pesar de su formación cristiana en Argel, era un escéptico. Los horrores de la Segunda Gran Guerra echaron por tierra los íconos del autor de El mito de Sísifo: Dios, el Partido Comunista, las instituciones políticas, las ideologías. Comenzó a considerar que todas las verdades “ideales” u “objetivas” eran un mito. Insistió en no ir “más allá de la razón”, fuera en nombre de lo que fuera: raza, Estado o partido. Desencantado, se resistió, sin embargo, a la cicuta de la “náusea” sartreana, aunque muchos insistan en ubicarlo entre los existencialistas.

Camus nunca se declaró discípulo de Sartre. Este llegó a manifestar que no había nada en común entre su pensamiento y el del autor de El extranjero. Una de sus pocas frases que se hace eco de la filosofía existencialista aparece en El mito de Sísifo, cuando el autor argelino se refiere al “hastío que se apodera del hombre ante lo absurdo de la vida”.

Para Camus, apegarse a un valor espiritual era una fuga de la realidad. Como Nietzsche, prefería la autenticidad a la verdad. No obstante, creía en el ser humano. Como escritor, asumió la condición de testigo del sufrimiento de los inocentes, e incluso del silencio de Dios. Pero imaginar que en sus últimos años de vida Camus llegó a tener añoranzas de una fe que no poseía es algo que no bordea lo insólito solo porque Mumma escribió que Camus admitió la posibilidad de encontrar en la fe un sentido para la vida. Por eso dialogó con el teólogo, quien lo introdujo en la lectura de la Biblia, lo que lo habría llevado del ateísmo al agnosticismo.

Camus, quien obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1957, le dijo a Mumma que ya había experimentado el impacto del testimonio evangélico gracias a la amistad que lo unía a Simone Weil, una judía agnóstica, mística sin fe, filósofa que abandonó la comodidad de la academia para sumergirse en el mundo de los pobres. Militante de la Resistencia francesa, trabajó como obrera en España. Solidaria con los hambrientos, se permitía una ración diaria de alimentos tan exigua que acabó poniendo en peligro su salud. Murió en 1943, a los 34 años de edad.

El epílogo de La peste pone de manifiesto la fe de Camus en el ser humano: “(…) el doctor Rieux decidió escribir el relato que aquí termina para no ser de los que se callan, para dar testimonio a favor de los apestados, para dejar al menos un recordatorio de la injusticia y la violencia de que fueron víctimas, y para decir sencillamente lo que se aprende durante los flagelos: que hay en los hombres más cosas a admirar que a desdeñar.

Esa exaltación de lo humano caracteriza la literatura de Camus, iluminada por su énfasis en la felicidad, un tributo de su origen mediterráneo. No le preocupaba el destino, sino el presente, la posibilidad de ser feliz ahora. Sus camaradas son Montaigne, Voltaire y Rabelais, no Pascal, Baudelaire y Rimbaud, que oscilan entre la angustia y la desesperación. “En el corazón de mi obra hay un sol invencible” le declaró en una entrevista a G. d’Aubarède (Nouvelles litteraires, no. 1236, 10 de mayo de 1951). “No hay ninguna vergüenza en ser feliz”, le dijo al entrevistador. “Da vergüenza ser feliz solo”, añadió por boca de Rambert en La peste.

Camus está muerto y es inútil preguntarse si al ser víctima de su accidente corría con el ansia de encontrar a Aquel que lo procuraba. Pero no hay duda de que hizo de su estética una apología radical de la ética, como demuestra este fragmento de La Peste: “En resumen, dijo Tarrou simplemente, lo que me interesa es saber cómo un hombre se convierte en santo. Pero usted no cree en Dios, le respondió Rieux. Precisamente. El único problema concreto que me preocupa hoy es saber si un hombre puede convertirse en santo sin Dios”.

Frei Betto es autor, entre otros libros, de la novela Aldeia do silêncio (Rocco).

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Traducción de Esther Perez

Fuente Religión Digital

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Mística: la imaginación simbólica al servicio de la unificación liberadora.

Viernes, 17 de julio de 2020
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Utopia-More-700x1024Gilbert Durand ha revelado cómo en Occidente se ha ido imponiendo, desde finales de la Edad Media, una corriente claramente iconoclasta- enemiga de la imaginación-, que ha privilegiado la razón (logos) sobre la imaginación de un modo desproporcionado, hasta el punto de que algunos describen nuestra cultura como una cultura logocéntrica (Derrida) que ha reprimido dimensiones de la realidad (el afecto o el cuerpo, por ejemplo) para favorecer el control político (Foucault) – la imaginación convertida en utopía es un instrumento crítico del orden establecido-.  Estas dimensiones no racionales son esenciales para poder caminar por la vía de la unificación liberadora(integración de todas las dimensiones de la realidad) que es la espiritualidad (cuya forma más plena es la mística), de ahí, la persecución o marginación de la mística (que revaloriza y necesita de la imaginación) en nuestra historia moderna.

En el siglo XX se ha producido todo un movimiento de revalorización de la imaginación, desde el campo de la fenomenología de la religión (Mircea Eliade), la psicología analítica (Jung), la antropología (Gilbert Durand), la filosofía (Bachelard), la política (Bloch) y la espiritualidad (Henri Corbin). En la escolástica decadente la imaginación era vista simplemente como un órgano menor de conocimiento, que se limitaba a la representación, mediante imágenes visuales, auditivas o cinestésicas, de los objetos reales, para que la razón pudiera abstraer de estas imágenes la dimensión inteligible de lo real. La imaginación, por tanto, no aportaba verdadero conocimiento fiable, era una función vinculada a la percepción, el verdadero conocimiento  era aportado solo por la abstracción racional. De ahí, el logocentrismo de nuestra cultura.

En la recuperación del valor de la imaginación, que tiene lugar en el siglo XX, la imaginación se convierte en una función independiente de la razón y de la percepción, de hecho, una función más importante que la propia razón pues la imaginación sería la capacidad que permite acceder directamente al “mundo de los arquetipos”, verdaderas fuerzas estructuradoras de la conciencia que se harían presentes a la inteligencia del ser humano a través de los símbolos, que serían expresiones de esos arquetipos. Los arquetipos serían verdaderos puentes entre lo consciente (racional ) y lo inconsciente (metarracional), de ahí, que la imaginación se entienda como “imaginación creadora”, es decir, como una facultad activa y creativa, que no se limita a recibir sus contenidos de la percepción, sino que ella misma produce sus imágenes (los símbolos) extrayéndolas de los contenidos más profundos de la conciencia y dando lugar a un conocimiento más completo que el conocimiento racional.

La imaginación no dependería así de la percepción del mundo objetivo sino de una “imaginación transcendental” (Bachelard), que sería la verdadera fuente de la razón, del arte y de la espiritualidad en el ser humano.  Esa imaginación transcendental es llamada “unus mundus” por Jung, dándole así un carácter ontológico, pues considerará que los arquetipos tienen una naturaleza “psicoide” ( significa: similar a la mente). Los arquetipos estarían más allá de la mente individual, formarían un mundo propio cuya naturaleza sería “similar a la mente” (psicoide) pero más allá de ella, y darían origen tanto al mundo físico como al psicológico. Los arquetipos serían expresiones de una conciencia subsistente por sí misma, de la que emanaría la existencia y la inteligencia, por medio de la imaginación, que sería la función cognitiva y creativa primordial.

Con Mircea Eliade y Henri Corbin la imaginación se va a relacionar claramente con la espiritualidad. Para Mircea Eliade los símbolos son expresiones de las imágenes primordiales o arquetipos, que expresan Lo Sagrado, la realidad a la que remite la religión en la visión religiosa precristiana. Para esta visión antigua, las realidades históricas no tienen valor en sí mismas, su valor proviene de ser expresiones (hierofanías) de esa verdadera realidad que es lo sagrado.

Los símbolos, los mitos y los ritos que han nacido por medio de la imaginación creadora, son modos de vincular al ser humano, caído en la historia profana- el tiempo-, al verdadero mundo real, el mundo de lo sagrado, de los arquetipos. En ese camino hacia lo sagrado, Henri Corbin situará a la imaginación como un ámbito intermedio entre el mundo inteligible (Lo sagrado) y el mundo sensible, el mundus imaginalis, el “mundo del ángel”, en el que el espíritu se hace “carne” y el cuerpo se espiritualiza. Es el mundo de la “hierohistoria” (historia sagrada) que sería más real que el mundo histórico, pues éste sería un reflejo de esta dimensión imaginal. La imaginación, para Corbin, no debía identificarse con “lo imaginario”, con la fantasía, con  la imaginación pasiva dependiente de la percepción de los objetos de la historia, sino con la imaginación creadora, con lo imaginal, vinculada con ese mundo verdadero de los arquetipos, puente entre Dios y los seres humanos, más real que la historia mundana (Corbin es un docetista, que cree que la historia es una apariencia de la verdadera realidad, que es el mundus imaginalis).

Gracias a la labor de todos estos autores se ha recuperado en nuestra época un tipo de imaginación a la que ya santo Tomas había aludido en su síntesis de cristianismo y filosofía, que fue olvidada por la escolástica posterior, una imaginación diferente a la imaginación pasiva meramente receptiva de imágenes, una imaginación activa productora de conocimiento, en alianza con la razón (no al margen de ésta).

 Recuperar esta idea de la importancia de la imaginación creadora como fuente de conocimiento, ha supuesto revalorizar la capacidad simbólica del ser humano, como su facultad más importante, pues es la capacidad integradora, unificadora, de las diversas dimensiones de la persona y de lo real, tanto racionales como metarracionales, permitiendo así, gracias a esta capacidad, la realización del mayor anhelo del corazón humano: la integración, la unificación, la comunión con lo real.

La desvalorización de la imaginación creadora ocurrida en la modernidad había encerrado al ser humano en la razón, en la mente. El racionalismo de Occidente había marginado a la mística y nos había desconectado de la existencia (lo que está más allá de la conciencia). Incluso en el ámbito religioso el mensaje cristiano se había convertido en una ideología dogmática más que en una experiencia. Era pues muy necesario recuperar esta dimensión imaginativa y simbólica si queríamos recuperar la mística y vivir nuestra espiritualidad de una manera real y no solo mental.

Ahora bien, la revalorización de la imaginación y del simbolismo puede llevarnos, no a la experiencia espiritual real, sino a experiencias espirituales que no transcienden el universo mental imaginario, desconectadas de la existencia real.

La imaginación no puede desvincularse de la razón y de la existencia histórica, si realmente quiere ser simbólica y no solo imaginaria. Lacan ha diferenciado muy bien en la conciencia entre el “registro” de lo imaginario (cuando la imaginación se encierra en sí misma, desconectándose de la razón y de la realidad existencial, de un modo narcisista- identificando lo real con lo imaginario-), del registro de lo simbólico (cuando se conecta la imaginación, la razón y la existencia, integrándose todas estas dimensiones) que nos saca del narcisismo y nos abre al encuentro con el otro, con la realidad, sin reprimir nuestra interioridad (imaginación, afectividad). El símbolo que solo se entiende como una realidad imaginaria (arquetípica) se convierte en un ídolo, no en un icono que transparenta lo real. El lenguaje, la razón crítica, es lo que hace que el símbolo no nos encierre en un mundo mental autocentrado que el psicólogo jesuita, Luigi Rulla, llama adictivo, de “a-dicto”, es decir, no dicho, sin lenguaje, sin razón crítica que saque al símbolo de su encerramiento en el ámbito imaginal).

Paul Ricoeur ha corregido aquellas visiones del símbolo que lo entienden solo como algo propio del ámbito de la imaginación. Distingue así en el símbolo tres dimensiones:

  • Una dimensión arquetípica, que él denomina cósmica.
  • Una dimensión afectiva, que denomina onírica.
  • Una dimensión interpretativa, que tiene que ver con el lenguaje y con la razón, abriendo la dimensión de la imaginación al encuentro con el otro, con lo real.

En Ricoeur como en Heidegger o en Levinas, el lenguaje es mucho más que un instrumento para transmitir contenidos (incluso aunque estos contenidos sean suprarracionales), es un medio para encontrarse con el Otro, con el Ser, con la realidad más allá de nuestra conciencia. La imaginación con sus arquetipos amplía nuestra conciencia para que pueda reconocer la existencia de una dimensión que la transciende, el Ser.

En la actual recuperación de la dimensión imaginal que se está dando en la espiritualidad occidental, hay un peligro de encerrar la espiritualidad en lo imaginario, en una conciencia que se concibe como el fundamento de la realidad.  De este modo, solo pasaríamos de una espiritualidad demasiado racionalista a una espiritualidad de tipo gnóstico, que no es capaz de sacarnos de la conciencia hacia el ser- hacia el otro-,  y que, por ello,  es profundamente narcisista.

Este peligro no es una mera especulación teórica, hoy muchos de los discursos en torno a la espiritualidad tienen un reconocible sabor gnosticista. No es raro que los difusores más populares de la espiritualidad expresen la convicción de que la mística es igual al gnosticismo o al esoterismo (una experiencia básicamente interior y del ámbito cognitivo, más allá de la razón, pero encerrada en la conciencia, sin darle valor al Ser ni a la existencia, que se considera irreal o muy poco real).

Frente a estas visiones intimistas y gnosticistas, la tradición profética judeocristiana ha enfatizado la necesidad de vincular la ética y el símbolo (el culto), una vida simbólica desconectada de la existencia ética es una idolatría, como denunciaron los profetas bíblicos y el mismo Jesús. Los primeros cristianos emplearon términos profanos y laicos para expresar su espiritualidad (el mismo término liturgia es un término laico, significa: servicio a favor del pueblo) para evitar esta minusvaloración de la historia por parte de las espiritualidades precristianas. Añadieron, al símbolo, la dimensión utópica; el símbolo estaría llamado a ser vivido en la historia (no a sacarnos de la historia). Como ha enseñado E. Bloch, el término utopía hace referencia a dos conceptos: “eu- topos” (el mejor lugar) y “u-topos” (no-lugar). La utopía es el símbolo del “lugar mejor” (más justo y humano) que todavía no es, por el que debemos trabajar y comprometernos, es la dimensión histórica del símbolo, esencial, si queremos que el símbolo no se convierta en ídolo. La utopía es un lenguaje laico que sirve para expresar el mensaje central del cristianismo: trabajar por construir el Reino de los cielos, dentro y fuera de nosotros, en la historia y más allá de ella.

Bienvenida sea pues esta recuperación de la imaginación creadora y del símbolo en el camino espiritual actual y, a la vez, sepamos discernir los peligros que hay en muchos de los discursos que revalorizan la imaginación y el símbolo hoy, pues no son, sino otro modo de reprimir el carácter liberador que debe tener el símbolo, encerrándolo en el ámbito de lo imaginario, para que no produzca cambios sociales externos que amenacen al sistema injusto y sus beneficiarios.

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Evangelio y Humanismo.

Miércoles, 4 de diciembre de 2019
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imagesHace tiempo que me pregunto si el cristianismo es un humanismo. Hoy concreto el tema y me pregunto si el evangelio es un humanismo.

Cristianismo y Evangelio

Qué cristianismo. Solemos identificar cristianismo y evangelio, porque el evangelio es (debería ser) la esencia del cristianismo. Lamentablemente existe mucha distancia. “Cristianismo” ha pasado a ser un término sociológico, medible por los registros parroquiales de bautismo. Cristianos se denominó en sus orígenes a los seguidores de Jesús de Nazaret; pero el seguimiento de Jesús se mide por el amor desinteresado, y de éste no hay termómetros ni registros. Actualmente “cristianismo” es un término muy ambiguo y podemos aplicarle aquello de “ni son todos los que están, ni están todos los que son”.

Para mí, cristiano puede considerarse el que trata de seguir a Jesús, y lo interpreta dentro de la variedad de interpretaciones que ofrecen los libros del Nuevo Testamento; pero prefiero evitar el término “cristiano” y referirme directamente al evangelio. ¿Qué importa si Gandhi o Simone Weil se hicieron cristianos o no? Ellos siguieron el mismo Proyecto que Jesús, aunque con distinto nombre; su dedo apuntó a la misma luna.

Qué evangelio. El evangelio es la buena noticia que trajo Jesús, y que se plasma en el mismo Jesús. Conservamos cuatro evangelios reconocidos por las primeras comunidades cristianas, que relatan e interpretan con bastantes divergencias la vida de Jesús. Estas divergencias evitan que  tomemos cada evangelio al pie de la letra, y nos invitan a escuchar el eco que suscitan en nuestra conciencia.

Evangelio y Humanismo

Ha habido épocas en las que se ha acentuado mucho las diferencias entre evangelio y humanismo, entre lo sobrenatural y lo natural. Ha habido otras épocas en que se ha reaccionado contra esta tendencia y se ha acentuado las coincidencias. El mismo Dios que nos “eleva” con su “gracia” es el que creó al hombre y a toda la naturaleza, “y vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno” (Génesis 1,31).

La Historia es testigo del mucho egoísmo humano, que provoca guerras, crímenes, expoliaciones, esclavitud, injusticias…. En cambio se ha historiado menos, pero todos somos testigos de que también existe mucha bondad, compasión, generosidad silenciosa, deseo de justicia. El Psicólogo Carl Rogers basaba sus terapias en suscitar el fondo bueno del corazón humano. Generosidad y egoísmo se entremezclan en nuestra vida, en diversas proporciones, como tendencia expansiva y fuerza de cohesión de nuestra identidad.

En el evangelio tenemos expresiones que acentúan el contraste con lo humano; contrastan incluso con lo mejor de lo humano.

Cuando Pedro trató de disuadir a Jesús de que fuera a Jerusalén, Jesús le reprochó “porque no piensas como Dios sino como los hombres”; pero lo mantuvo como discípulo y le confió cohesionar a todo el grupo.

A un humanista le cuesta entender que “los últimos serán los primeros, y los primeros serán los últimos”, que las prostitutas precederían a los sacerdotes en el reino de Dios, que el publicano (recaudador de impuestos para el Imperio invasor) preceda al fariseo (religioso cumplidor de la Ley), y sobre todo que el jornalero que empezó a trabajar al atardecer cobre lo mismo que el que comenzó a primeras horas de la mañana.

Examinando estos textos más a fondo vemos que contrastan con algunos principios éticos, con nuestras prácticas religiosas habituales, con nuestra justicia distributiva; pero corresponden a un amor desinteresado, que no actúa coaccionado por cumplir o quedar bien, que no espera consideración ni premios: “aunque no hubiera cielo, yo te amara; y aunque no hubiera infierno, te temiera”.

Una madre siempre sabrá disculpar y perdonar a su hijo. Es que el amor es más profundamente humano que la justicia. La justicia es algo transitorio; con la justicia apenas se contienen los desmanes de una sociedad. El amor es la materia divina de la que estamos tejidos, y es (será cuando lo logremos) la única manera de que una sociedad viva libremente, sin coacciones, en hermandad universal.

Creo que el evangelio, la buena nueva, el Reino de Dios, está ya en nuestra conciencia desde su primer instante; por eso todas las religiones, toda sabiduría laica, son pedagogías (más o menos acertadas) para descubrir y cultivar esta semilla del amor fraterno.

Jesús fue tan profundamente humano que lo consideramos la encarnación de Dios, “el rostro humano de Dios”.

Gonzalo Haya

Fuente Fe Adulta

Cristianismo (Iglesias), Espiritualidad , ,

“La versión humanista del cristianismo”, por Juan Antonio Estrada.

Viernes, 7 de septiembre de 2018
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9788498797312Las muertes de Dios

A la luz de la deconstrucción de la fe tradicional y de sus fundamentos teológicos, ¿es posible seguir siendo cristiano hoy? ¿Cómo superar el nihilismo ambiental y salir de un pensamiento deconstructivo? ¿Cómo se puede creer después de la muerte de Dios? ¿Es posible ser un cristiano no teísta? ¿Se puede reducir el cristianismo a una espiritualidad y un humanismo ético, sin que se pierda la continuidad con la fe tradicional? ¿Es posible afirmar al cristianismo como una oferta de sentido, sin plantearse la verdad del significado que se ofrece? ¿Se puede mantener la pretensión de universalidad y de salvación del cristianismo a pesar de que hoy tenemos un mayor conocimiento de las otras religiones? ¿Es posible una pretensión de absoluto en formulaciones y hechos que son siempre históricos y contingentes? Estas son algunas de las preguntas en el nuevo marco cultural, social y religioso que ha surgido a finales del siglo XX. Para responder a ellas hay que analizar el contexto social y cultural actual. La postmodernidad y la globalización caracterizan al tercer milenio. El simbolismo de la muerte de Dios está vinculado al creciente déficit de sentido, al nihilismo ontológico, cognitivo y moral de nuestras sociedades. La pluralidad y la carencia de fundamentos son constitutivos de la mentalidad postmoderna. La globalización genera la relativización de lo particular y arruina los sistemas con pretensiones de universalidad. Hago aquí una adaptación para FronterasCTR de algunos párrafos del capítulo V de mi obra, publicada recientemente en la Editorial Trotta, Las muertes de Dios. Ateismo y espiritualidad (Trotta, Madrid 2018). A esta obra me refiero para ampliación, clarificaciones, matices y referencia a las notas a pie de página.

La crítica de la modernidad llevó a la laicización del Estado y a la secularización de la sociedad, que generó la crisis de las religiones y la pérdida de irradiación de lo religioso en la cultura. Con la postmodernidad podemos hablar de una segunda secularización, que ha agravado la falta de correspondencia entre la sociedad y la cultura, por un lado, y las religiones por otra. El cristianismo tiene dificultades para echar raíces en la nueva sociedad democrática y pluralista de los últimos cincuenta años. La mentalidad científica ha desplazado a la religión, y con ella se ha impuesto una forma de conocimiento en que solo se puede hablar de aquello que es observable y comprobable empíricamente. Las propuestas que no pueden falsarse con hechos comprobables carecen de validez. A esto se añaden las consecuencias culturales de la “muerte de Dios” en la época de la postmodernidad. Se ha impuesto una inmanencia cerrada, que limita radicalmente las trascendencias intra mundanas de las utopías, las éticas y los proyectos de emancipación. En este marco, también lo sobrenatural y cualquier teología del más allá queda descalificada como especulación o proyección sin posibilidad de refrendo. Epistemológicamente podemos hablar de una cosmovisión cerrada, del cierre categorial para lo que trasciende lo comprobable. Hay una doble crisis de sentido y de fe, que es la otra cara del nihilismo. Cada vez es más difícil creer en algo o alguien y abrirse a que otra sociedad y forma de vida son posibles.

La epistemología actual es más agnóstica que atea, aunque la primera sea frecuentemente un estadio para llegar a la segunda. Choca frontalmente con el sobrenaturalismo tradicional y con un modelo de religión y de iglesia de cristiandad. Además, las estructuras y doctrinas vigentes en las iglesias son obsoletas y no se adecuan a la situación actual. Persisten instituciones, creencias y rituales que corresponden a las antiguas sociedades de cristiandad. Al cambiar la antropología, la cultura y los proyectos de vida, ya no hay correspondencia entre las preguntas de los ciudadanos y las respuestas de las religiones. Los mismos valores humanos vinculados en sus orígenes al cristianismo, se han autonomizado y forman parte de la cultura. Ya no son específicos de las religiones y estas pierden capacidad de atracción y de ofrecer alternativas a lo establecido. Lo importante es ser buena persona y basta con el humanismo laico, ¿para qué hacen falta las religiones? Crece el número de los que “pasan” de religión, porque no ven qué puede ofrecer al progreso, incluso la ven como un obstáculo para una sociedad emancipada. No es solo el anticlericalismo del pasado ante una Iglesia aliada con los grupos dominantes, sino de ciudadanos que no ven qué pueden apor­tar las religiones. Hay un trasfondo de ateísmo práctico y desinteresado por lo religioso. La paradoja es que los ateos son estadísticamente minoritarios en la sociedad y sin embargo se impone el silencio sobre Dios.

El silencio sobre lo religioso se impone socialmente

En este marco es difícil justificar una teología postmoderna y lograr una teología pública, que pueda hablar cristianamente en términos seculares. Las preguntas propias del agnosticismo y del ateísmo, han pasado también a los que se consideran cristianos. La sensibilidad postmoderna ha sustituido las verdades objetivas por la subjetividad de las creencias. Hemos pasado del teocentrismo del pasado al antropocentrismo actual. La autonomía cognitiva personal se ha desplazado en favor del contexto sociocultural, que impregnan la subjetividad y constituyen el trasfondo de las creencias y deseos. Ya no hay experiencias fundadoras para avalar las doctrinas. Cualquier pretensión de absoluto, tanto secular como religiosa, es hoy impugnada. Hoy impera la deconstrucción y la crítica. Resulta más fácil cuestionar las propuestas, su fundamento y su verdad, que ofrecer alternativas válidas. El escepticismo y la increencia son mayoritarias, amparadas por la banalidad de ofertas de la sociedad de consumo y los medios de comunicación.

Se impone el relativismo de las creencias y el pluralismo competitivo, por la imposibilidad de encontrar alguna que genere consenso. El eclecticismo postmoderno, que comenzó en el arte (en la arquitectura, literatura y pintura), se extiende también a la filosofía y a la religión. No hay hechos objetivos, sino interpretaciones que se imponen. Se rechaza todo lo que sea normativo en nombre de la tolerancia y la permisividad. Son virtudes cívicas necesarias en las sociedades plurales, pero necesitan el complemento de la crítica, porque las ideologías no son respetables, aunque lo sean las personas. Podemos hablar de una crisis de civilización en una época histórica de cambio, en la que subsiste pero decae la cultura heredada del pasado y todavía no se ha constituido la emergente. Sabemos más lo que no queremos que hacia dónde dirigir nuestras expectativas. Pero hay muchos que rechazan el horizonte del consumismo y la sociedad de mercado, y buscan un sentido humanista para sus vidas.

Una práctica del cristianismo como religión débil

En este marco surgen distintas propuestas para responder a la coyuntura presente. Una de ellas es la del cristianismo como una religión débil, básicamente ética, que corresponda a la cultura postmoderna. Destaca Gianni Vattimo, muy influido por Nietzsche y Heidegger como precursores de la postmodernidad. La muerte de Dios, que ha dejado de ser la referencia última para la conducta y el modo de vida lleva consigo una ontología débil y un cambio de creencias. La hermenéutica es el lenguaje de la nueva época en que vivimos, con pluralidad de relatos, tradiciones que son piezas de museo y una minusvaloración del pasado. En este contexto, Vattimo replantea el significado de la religión, en concreto del Cristianismo, su papel actual en la sociedad y las aportaciones que puede ofrecer a la cultura y la sociedad. No se trata de superar la religión (“Überwindung”) sino de “retorcerla”, de cambiarla para adaptarla al nuevo modelo de sociedad que se ha creado en los últimos cincuenta años. Lo normativo no es el cristianismo, sino la sociedad, a la que hay que adaptarse, eliminando los dogmas de la religión.

Como se no se puede vivir sin una cosmovisión, a pesar de las críticas a los grandes relatos, se asume la cristiana, a costa de transformar sus contenidos. De acuerdo con la mentalidad de la postmodernidad se rechazan los contenidos doctrinales fuertes. Como no hay verdad última no se puede afirmar que Dios exista, porque se trata de una afirmación metafísica obsoleta, sin referencias objetivas. Consecuentemente hay que superar, con Nietzsche, el Dios moral y dejar que la ciencia acabe con la divinidad platónica de lo sobrenatural. Es lo que le permite la doble afirmación de que “soy ateo por la gracia de Dios” y de presentar la religión como “creer que se cree”. La muerte de Dios arrastra cualquier pretensión de absoluto y Vattimo invalida también el ateísmo militante, ya que esa forma de ateísmo es también metafísica y con pretensiones fuertes de verdad. El ateísmo que lucha contra las religiones y sus creencias pierde fuerza, como todos los grandes relatos del pasado. El ateísmo no puede ser una anti-religión materialista, con pretensiones de verdad y de normatividad parecidas a las de la religión que combate. Según él, el agnosticismo y la relatividad de las creencias es lo más acorde con la época postmoderna, dado que el mundo no tiene estructuras permanentes y estables.

La alternativa es lo divino encarnado en lo humano, que diluye la trascendencia en lo intrahistórico, y está presente en todas las religiones. Hay que interpretar las “metáforas religiosas”, manteniendo su simbolismo y su retórica espiritual, pero transformando sus contenidos doctrinales y morales. Vattimo enfatiza el carácter interpretativo y procesual de la verdad, siempre dada históricamente. La religión se acerca a la poesía e impregna la vida, dando motivaciones e inspirando formas de actuación. Se trata de un cristianismo “kenótico”,en el que se rebajan las pretensiones de la divinidad y con ellas el potencial de violencia de lo religioso. Esta debilidad confesional convierte las tradiciones en “recuerdos peligrosos”, en “chispazos del bien”, en propuestas más que verdades objetivas. La alternativa de Vattimo es la de un cristianismo “no religioso”, frente al cual se mantiene siempre la libertad, a costa de las pretensiones normativas. No se puede hablar de una religión verdadera y hay que rechazar toda pretensión de exclusividad. La verdad es siempre plural, se ubica en la diversidad de las religiones y obliga a un diálogo entre ellas. La salvación y el sentido son contingentes, rechazando cualquier pretensión de trascendencia vertical. Pero al debilitar al cristianismo hay que plantear si se pierde su pretensión fuerte de ser revelación divina, con lo que dejaría de ser el cristianismo.

El principio fundamental es el de la “caridad”, al que Vattimo subordina el de “verdad”, tanto en el ámbito teórico como en el práctico. Hay que renunciar a las pretensiones de los grandes relatos, en favor del saber histórico, contingente y relativo, que da prioridad a lo que significan las cosas en cada momento, más que a lo que son en sí mismas. Por eso critica las instancias de poder y autoridad religiosa, que son las que exigen cumplir lo normativo. Para él, ser miembro de una religión es una forma de pertenecer a una cultura, porque el cristianismo es un mero subsistema cultural. Lo positivo del cristianismo está en su capacidad desacralizadora, en su capacidad para mantener la esperanza, en la productividad cultural de sus interpretaciones y en el valor que da a la propia conciencia, que hay que anteponer a cualquier mandamiento divino. También habla de una ontología de la piedad, consonante con la ontología de la decadencia de la época actual. Por eso no pretende creer, sino cree que cree. Pero su metafísica débil se convierte en fuerte, cuando pretende darle consistencia y validez universal. Se trataría de una hermenéutica “verdadera”, que recaería en los peligros de la metafísica fuerte.
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El valor de toda persona humana.

Miércoles, 30 de mayo de 2018
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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Algunas ideas de THOMAS MERTON sobre PERSONALISMO Y HUMANISMO EN CLAVE CRISTIANA (Tomadas de “Los Manantiales de la Contemplación”, Editorial Sudamericana, 1993).

“Lo que realmente cuenta es estimar a una persona pura y simplemente por lo que ella es. Querer a una persona por lo que es, y no por cualquier otra razón, es un apoyo genuino. Nosotros no amamos a nuestros prójimos por lo que ellos hagan o dejen de hacer. Nadie tiene que pagar por la estima que recibe. No es como aprobar un examen y pasar de grado. Si todo el discurso en torno a la libertad no presupone esto, es una falacia, o es sospechoso. Las personas pueden ser raras o diferentes, y hasta tener ideas abstrusas. Sin embargo, cada una de ellas merece respeto. No es necesario que entren dentro de una u otra categoría o clasificación para ser dignas de respeto” (97).

“Hay tantas cosas que nos parecen más importantes que escuchar a los demás o concederles nuestro tiempo. Pensamos que podríamos emplear nuestro tiempo mucho mejor. Pues no, no podríamos. Debemos tener la convicción de que no podemos hacer nada mejor que amar a alguien natural y espontáneamente, y de una manera improductiva” (102). Quiere decir, gratuitamente, sin esperar nada a cambio.

“Ser cristiano no significa estar del lado bueno. Un cristiano no siempre sabe dónde está la justicia, no siempre ve todas las cosas claras. Pero el cristiano es consciente de que, mientras que en el ser humano hay falsía e infidelidad, en la misericordia de Dios hay siempre una absoluta fidelidad. Así pues, no rechacemos a nadie, pero procuremos, sí, disociarnos de todo cuanto pueda perjudicar o dañar a otras personas” (43). Me recuerda lo que una vez entendí: la diferencia entre “ser bueno” y hacer el bien.

El texto anterior continúa diciendo lo siguiente, y creo que es un complemento importante para entenderlo bien, aunque se sale un poco del tema que me ocupa aquí: “Todo cristiano debe defender la verdad de que la misericordia de Dios es infinita. Dios nunca escatima su misericordia. Éste es un mundo en el que un número incontable de seres humanos viven desesperados. Es entre ellos donde la presencia de Dios es realmente necesaria. Pero nuestro testimonio cristiano de la misericordia de Dios no es creíble para muchos porque no es lo bastante profundo” (43). Lo habitual es poner límites a nuestra misericordia, no llegar hasta el fondo, hasta el final; nuestros prejuicios limitan la misericordia, y así damos testimonio de un Dios que pone siempre condiciones.

Al hablar de la mística femenina y lo que puede tener esa idea de esquema y manipulación, Merton dice: “Ser una persona: esa es la idea que es preciso enfatizar. Nosotros mismos, aquí, recibimos la resaca de esa mística contemplativa: somos monjes de clausura, tenemos que ser misteriosos, tenemos que ser pasivos y almas bellas; estamos en un atolladero muy semejante al de ustedes (se refiere a las religiosas). No nos está permitido ser personas. Un contemplativo es supuestamente alguien que estará más consagrado que cualquier otro a una vida impersonal. Todos nosotros tenemos que luchar contra esa idea. Necesitamos una nueva antropología teológica, una nueva comprensión de lo que significa ser un ser humano, qué es una mujer, qué es un hombre” (161). De interés lo que sigue diciendo en el texto sobre la complementariedad de lo femenino y lo masculino; me gustaría revisarlo mejor en otro momento.

En el libro DOS SEMANAS EN ALASKA, Merton afirma: “La personalidad no se identifica con la individualidad. La individualidad es exclusiva; la personalidad no. Cada uno de nosotros posee una individualidad que es exclusiva, pero no se acaba todo aquí, y desde luego no es esa la persona que ustedes tratan de realizar. Si tú tratas de hacer realidad una individualidad exclusiva como si esta se identificase con la persona, terminarías en una perfecta contradicción, porque lo que realmente caracteriza a la persona es el hecho de existir para otros” (139).

Creo que esta idea es un importante complemento para entender todo lo anterior, lo mismo que lo que sigue: “La auténtica dificultad a la hora de definir una conciencia cristiana consiste en que ésta no es ni colectiva ni individual. Es personal y, a la vez, una comunión de los santos” (200). Hablar de persona implica siempre apertura; la persona no está cerrada en sí misma, sino abierta, interactuando con todo y con todos.

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Migraciones, humanismo y civilización

Lunes, 29 de febrero de 2016
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refugiados-alambrada-2-GAlocución reproducida en La Civiltà Cattolica, traducida por Juan V. Fernández de la Gala*

Adolfo Nicolás, S.J.
Roma (Italia).

ECLESALIA, 17/02/16.- El 14 de enero de 2016, la iglesia del Gesù en Roma acogió, en un conmovedor clima de oración y de escucha, los testimonios vitales de numerosos refugiados. Se vivió así, desde la solidaridad y la cercanía, la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado. Reproducimos aquí la intervención improvisada del P. Adolfo Nicolás, Superior general de la Compañía de Jesús, durante su encuentro con los inmigrantes, refugiados y voluntarios del Centro Astalli, institución del Servicio Jesuita a Refugiados (JRS).

Sin duda, tendríamos que estar agradecidos a los migrantes que llegan a Italia y a Europa por un motivo: nos ayudan a descubrir el mundo. He vivido en Japón durante más de treinta años y he trabajado cuatro años en un centro para inmigrantes. La mayoría de ellos no disponía de papeles en regla, así que puedo hablar por experiencia propia. Y, precisamente desde la luz de lo que he vivido, lo confirmo: las migraciones son una verdadera fuente de beneficios para el país. Lo han sido siempre, por encima de las dificultades y las incomprensiones.

La comunicación entre las diversas civilizaciones se alcanza, de hecho, a través de los refugiados y de los migrantes; así es como se ha formado el mundo que conocemos. No ha sido solo el hecho de sumar una cultura a otra: se ha producido una verdadera transformación. Eso es lo que nos enseña la Historia. También las religiones: el cristianismo, el islam y el judaísmo se han difundido por el mundo gracias a los migrantes que abandonaron su país y se desplazaron de un sitio a otro.

Por eso les debemos estar agradecidos, porque nos han “dado” el mundo. Sin ellos estaríamos encerrados dentro de nuestra propia cultura, conviviendo con nuestros prejuicios y con nuestras limitaciones. Un país siempre corre el riesgo de encerrarse en horizontes muy estrechos, muy pequeños. Pero gracias a ellos, nuestro corazón puede abrirse y también nuestro propio país puede abrirse a dinámicas nuevas.

Conocer y ser conscientes de los problemas comunes y cotidianos, caer en la cuenta de nuestra interdependencia, nos une en la tarea de llegar a ser hombres y mujeres. Son los migrantes los que han levantado un país como Estados Unidos en el que se ha desarrollado la democracia. Esto no es fruto del azar, se debe a ese melting pot que se ha producido, un crisol de culturas y de personas que ha dado origen a un país así. Hay otros muchos casos en el mundo: Argentina, por ejemplo, y muchos otros.

Así pues, los migrantes podrían ayudarnos a abrir el corazón, a ser más grandes que nosotros mismos. Y eso es un don extraordinario. Por tanto, no son solo huéspedes, son gente que puede alentar la vida civil, ofrecer una aportación notable a la cultura y a sus profundos cambios. Precisamente gracias a ellos continúa enraizándose el humanismo. Tendríamos que ser conscientes de eso.

Un obispo japonés, comentado el versículo del Evangelio “yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6), decía que la enseñanza de Jesús se puede aplicar también a otras religiones. Yo mismo, como Superior general de los jesuitas, tengo que viajar con frecuencia por el mundo y constato que este obispo tenía razón. Asia en particular muy bien podría considerarse como “el camino”. En Asia el empeño constante es buscar el camino, el “cómo”: cómo hacer yoga, cómo concentrarse, cómo meditar. El yoga, el zen, las religiones, el judo ─que suele traducirse como “el camino del débil”, porque se sirve de la fuerza del otro─ son todos considerados como caminos. Sin entrar en comparaciones, habría que considerar que Europa y los Estados Unidos andan preocupados especialmente por “la verdad”; mientras que América Latina y África están preocupados por “la vida”; los valores relacionados con la vida son muy importantes. Por ello tenemos necesidad de todos, porque todos tienen una sabiduría y una contribución que hacer a la humanidad.

Ha llegado el momento en que debemos pensar en la humanidad como un todo y no como un conjunto de diversos países, separados unos de otros por sus tradiciones, sus culturas y sus prejuicios. Tendríamos que pensar en una humanidad que necesita a Dios, que necesita un modo de profundidad que solo puede venir de la unión de todos. Así que tendríamos que estar agradecidos por esta contribución de los migrantes y refugiados a esa humanidad integral. Ellos nos hacen caer en la cuenta de que la humanidad no está formada solo por una parte, sino que se forma con la contribución de todos.

Además, ellos son, al propio tiempo, la parte más débil y más fuerte de la humanidad. La más débil porque han experimentado el miedo, la violencia, la soledad y los prejuicios de los otros; todo esto forma parte de su experiencia, bien lo sabemos. Pero nos muestran también la parte más fuerte de la humanidad: nos hacen comprender cómo superar el miedo, con el coraje de afrontar los riesgos que no todos estaríamos dispuestos a afrontar. En sus esperanzas de futuro, han aprendido a no dejarse paralizar por las dificultades. Han sabido superar la soledad mediante la solidaridad, ayudando a los otros y han demostrado así que la humanidad es débil, pero puede ser fuerte. Nos han enseñado incluso que hay valores y realidades más profundas que las que habíamos perdido. Esto es habitual cuando se viven situaciones extremas.

Me acuerdo a este respecto de la experiencia de un hermano mío que vive en Estados Unidos. Mientras ardía una casa vecina, temió que el fuego llegase a su propia vivienda. Y me confesó que, mientras era presa del miedo, aprendió a distinguir lo que era importante de lo que no lo era. No corrió a poner a salvo el dinero, sino que agarró un fajo de fotografías que representaban sus raíces y su vida. En ese momento entendió que lo más importante es lo que guardaba dentro de sí mismo y no lo de fuera, ni siquera la propia casa. Todo eso lo experimentan también los refugiados: han visto el peligro de cara y lo han afrontado. Pensemos al menos por un momento: si no tuviésemos ya una casa, una familia, una lengua… si tuviésemos solo la vida y ésta incluso amenazada, ¿qué haríamos? ¿qué pensaríamos? ¿qué o a quiénes amaríamos?

Celebramos este año el Año de la Misericordia, un concepto central en muchas religiones. En el cristianismo, en el islam, en el judaísmo y en todas las grandes religiones, la misericordia es un concepto muy importante. Sin ella no se puede vivir y los migrantes y refugiados nos muestran precisamente uno de sus rostros. Cuando alguien lo tiene todo, puede ser misericordioso sin miedo, pero cuando una persona no tiene nada y, aún así, se muestra misericordioso con otra, está dando mucho más y el rostro de la misericordia se vuelve en este caso todavía más real.

De este modo, podríamos aprender de los migrantes y refugiados a ser misericordiosos con los otros. Aprendamos de ellos a ser humanos a pesar de todo. Aprendamos de ellos a tener como horizonte el mundo y no nuestra pequeña y estrecha cultura. Aprendamos de ellos a ser personas del mundo

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

*“Migrazioni, umanesimo e civiltà”, alocución reproducida en La Civiltà Cattolica, nº 3976, 27/02/2016. pp. 313-315. Traducción: Juan V. Fernández de la Gala, delagala@telefonica.net

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