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Dom 2. 6. 15. “Vayamos a la otra orilla”

Domingo, 21 de junio de 2015
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tempestadDel blog de Xabier Pikaza:

Domingo 12. Tiempo ordinario. Ciclo B. Marcos 4,35-40. Es tiempo de hacerlo: dejar la casa resguardada, pero ya vacía; han emigrado para siempre las viejas golondrinas de un tipo de cristianismo, arriesgarse al otro lado. Para Jesús el otro lado estaba geográficamente muy cerca, unos de diez millas de lago, luego la “tierra incógnita”.¡Vayamos!

Ésta fue una de las palabras fundamentales de Jesús: no se pueden resolver las cosas desde esta orilla, si no vemos las cosas también desde la otra, sin arriesgarnos a pasar a tierras nuevas, con otras gentes y costumbres, para aprender y compartir con ellas el trabajo de la vida.

Ésta fue una palabra importante para la comunidad de Marcos, tras la muerte de Jesús, en tiempos de conflicto y miedo;frente a los que querían cerrarse en lo siempre sido, Marcos supo que el evangelio debía expandirse, en una marcha arriesgada de entrega creadora, descubriendo comunidades y formas de vida distinta, para recrear desde ellas el evangelio.

Ésta ha de ser una palabra clave en nuestro tiempo. Son muchos los que quieren que la Iglesia se siga cerrando, a pesar de lo que fue el Vaticano II, a pesar de lo que anuncia y quiere el Papa Francisco. Muchos hemos querido que el cofre del evangelio se conserve donde siempre ha estado, bajo siete llaves… Pero Jesús nos dice de nuevo, quizá al atardecer de nuestra vida: “id a la otra orilla”.

20070810p2_01Ciertamente, en medio está el mar y la tormenta. Pero él lo dice y nosotros, sus discípulos, debemos tomar la barca y arriesgarnos, más allá de un tipo instituciones milenarias, de las seguridades que se han vuelto inútiles, de basílicas cerradas. ¿Quién va a nuestras iglesias sino ancianos venerables y turistas curiosos

¿Iremos la a otra orilla? Quiero que esta sea la palabra clave de este domingo, día de meditación, pero también de decisión cristiana, mientras seguimos leyendo la encíclica de Francisco, que es una carta magna de la ecología: ¡Vayamos a la otra orilla para que así podamos seguir compartiendo también la nuestra. Buen domingo

Texto. Marcos 4,35-40

4, 35 Aquel mismo día, al caer la tarde, les dijo: -Pasemos a la otra orilla.

36 Ellos dejaron a la gente y lo llevaron en la barca, tal como estaba. Otras barcas lo acompañaban. 37 Se levantó entonces una fuerte borrasca y las olas se abalanzaban sobre la barca, de suerte que la barca estaba ya a punto de hundirse. 38 Jesús estaba a popa, durmiendo sobre el cabezal, y lo despertaron, diciéndole: Maestro ¿no te importa que perezcamos?

39 Él se levantó, increpó al viento y dijo al mar: -¡Cállate! ¡Enmudece!

El viento amainó y sobrevino una gran calma. 40 Y les dijo: -¿Por qué sois tan cobardes? ¿Todavía no tenéis fe?
41 Ellos se llenaron de un gran temor y se decían unos a otros: – ¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?

Parábola pascual.

Ésta es una parábola pascual. Ciertamente, contiene un recuerdo biográfico y un “milagro” o, mejor dicho, un signo cósmico de la vinculación de Jesús con la naturaleza.

Pero en un sentido más profundo es una narración de pascua: Jesús resucitado inicia con sus discípulos una dura travesía misionera, pidiéndoles que vayan con él a la otra orilla, que le lleven a nuevas tierras, nuevas gentes. En el camino del mar surge la tormenta. Ellos tienen miedo y le llaman, él responde despertándose y mostrando su poder, en la barca amenazada. Estamos en ámbito de iglesia.

Aquel mismo día, en ekeine te hemera.

Éste es el día de las parábolas, es decir, de la enseñanza que Jesús ha ido dirigiendo a sus discípulos a lo largo de todo Mc 4. El día de las parábolas que él empieza diciendo a la orilla del mar (Mc 4, 1) y que él explica después en la casa de la Iglesia (Mc 4, 10), a solas con los suyos, ofreciéndoles su enseñanza más honda.

Los discípulos recuerdan admirados al Jesús que era capaz de sentirse cerca de la naturaleza, del mar y de la tierra, sin miedo, sin angustia… Sabía Jesús y sentía que el mismo mar es casa para quienes saben respetar y admirar el mundo entero.

Para nosotros, los cristianos ya mayores, la casa era un espacio de familia resguardada, con las iglesias que se llenaban (¿?) de fieles los domingos, con la seguridad de unas instituciones “eternas”, de doctrinas sabias, de eternos vaticanos. Estábamos en la casa, así habíamos estado por siglos.

Pues bien, ahora Jesús dice a los suyos que se arriesguen a dejar la casa, para tomar con él la barca y llevarle a lugares de habitantes distintos, a través del mar bravío. Es evidente que su riesgo se encuentra calculado: forma parte de la misma estrategia eclesial del evangelio tras la pascua. Éste es el día de pasar a la otra orilla.

Iglesia en la tormenta de un camino arriesgado, éste podría ser el título del tema.

La tormenta es la dificultad en una travesía que debe conducir a la otra orilla (eis to peran, dice el texto original: 4, 35). Recordemos que muchos habían venido ya para escuchar a Jesús, desde la otra orilla (3, 7-8), es decir, desde la tierras del otro lado de Galilea, comarcas distintas, de gentiles a quienes en principio consideramos peligrosos, bárbaros…

Pero ahora es Jesús quien decide pasar al otro lado, a la tierra donde habitan los paganos de Decápolis. Está cerca: sus colinas se ven desde este lado. Pero sus gentes son lejanas: distintas por cultura y religión, por tradiciones y formas de existencia. Este paso implica un verdadero comienzo en la travesía del evangelio.

Ahora, año 2015, nos hallamos simbólicamente al inicio de una gran marcha, de la misión universal de la iglesia, que ha de hallarse dispuesta a llevar su semilla a tierra pagana, es decir, a toda tierra

La paradoja de la marcha: ¡La gran salida!.

Desde ese trasfondo se entienden mejor algunos rasgos:

– Jesús inicia el gesto, pero luego duerme en la popa (4, 35-38a). Embarca a los suyos, pero da la impresión de que no responde. Es como si no estuviera. Deja que los suyos sufran ante el riesgo, en la nave amenazada. En el cabezal trasero, él duerme. No le vemos, parece que no está.

– Los discípulos despiertan a Jesús, gritándole su miedo (4, 38b-41). Él se eleva y responde, ordenando al viento y diciendo al mar: ¡Calla, sosiégate!. Mar y viento se calman y la barca puede hacer la travesía.

Barca azotada, casa frágil, entre el viento exterior y el miedo interno, es la iglesia de Jesús.

Sus compañeros no pueden ya sentarse a su lado, en círculo agradable de palabra (como habían hecho en Mc 3, 31-35). Quizá no es ya ni eso… No hay barca ni tempestar, hay simplemente cansancio. ¿A quien de nuestros jóvenes le importa el evangelio? ¿A uno de cada mil? He sentido la novedad compartiendo unos días con un estudiante de medicina… Simplemente un chico normal, sin formar parte de ninguna institución clerical, ni grupo…Y sin embargo cristiano. Le he sentido uno entre mil, digamos que entre cien, y en él he podido sentir la soledad de los otros 99 de la parábola invertida del pastor… No hay uno sólo errante o sin interés. Errantes son los 99.

Jesús duerme, y los suyos combaten contra el viento y las olas. Parece que no pueden sembrar nada pues no hay campo, ni tierra firma donde asentar las plantas de los pies y plantar las semilla…. (en contra de Mc 4, 1-34). No hay nada, los cristianos nos limitamos a luchar contra el mar, aislados en medio de la gran tormenta, sin tierra firme ni ayuda sobre el mundo, en una travesía que muchos suponen que es puramente imaginaria. Así realizan la primera misión postpascual de la iglesia, al oriente de Galilea.

De la parábola de la tierra/semilla (Mc 4, 1-9) a la tarea de la navegación por el mar/tormenta

Ésta es una nueva parábola o, mejor dicho, la misma parábola anterior del Evangelio de Marcos: la siembra (Mc 4, 3-9) debe realizarse en otras tierras (misión de la iglesia). Probablemente el texto ha recogido recuerdos de historia prepascual, experiencias de un pasado en que Jesús calmó a su grupo temeroso sobre el lago familiar donde muchas veces navegaron con sus barcas.

Pero ofrece también una experiencia de Jesús resucitado, proyectada de un modo simbólico al pasado de su vida. Los discípulos son iglesia amenazada, barca en la tormenta, familia en miedo, sin cimientos permanentes, sin patria asegurada ni ciudades fijas, navegantes-misioneros sobre un mar embravecido, con un Maestro (didaskale, así le llaman por primera vez en Mc: 4, 38) que duerme en popa, eso son ellos.

Es lógico que teman.

¿Qué hallarán en la otra orilla? Los lectores sabemos que está esperando el loco violento de la otra orilla (Mc 5, 1-20), rodeado de porqueros miedosos, atrapado en la ciudad de la violencia, invadido por una legión interior (locura) y exterior (ejército romano), expulsado de la propia familia, solitario en los sepulcros. Los discípulos en barca no lo saben, pero lo presienten. Tienen miedo.
Quien haya escuchado la voz de Jesús (a la otra orilla!, embarcándose en la nave de su angustia entenderá este pasaje.

Quien no comparta el terror de los discípulos gritando en frágil barca no podrá comprenderlo. )Por cuánto tiempo van? ¿Cómo podrán resolver, al otro lado, los problemas? El texto no lo dice. Simplemente evoca el miedo del viento y de las olas, con un Jesús dormido en popa.

Jesús les había llamado para ser-con-el (cf. Mc 3, 14), reuniéndoles en torno a él (peri auton: 3, 32.34). Ahora parece que no está: )No te importa que perezcamos? (4, 38). Había invitado a los suyos (autois: cf. 4, 33.35). Ahora parece desinteresarse, ellos gritan:

– Y Jesús, levantándose (diegertheis =resucitando) mandó al viento… y el viento cesó.
– Y les dijo a ellos: )por que sois miedosos? )todavía no tenéis fe?
– Y temieron mucho y se decían : )quién es este, para que viento y mar le obedezcan? (4, 41).

Fe para pasar a la otra orilla

Estamos en la iglesia del Jesús dormido, atravesando con su barca el mar airado. Es una travesía pascual y en ese fondo ha de entenderse el miedo (cf. 16,8) y su superación. El mismo Jesús de la nueva familia eclesial, vencedor de los riesgos del mar (de la muerte) quiere que los suyos crean, decidiéndose a pasar al otro lado. Por eso les pregunta: ¿aún no teneis fe (pistis)? Había hallado fe en los camilleros del paralítico (Mc 2, 5) y más tarde la hallará en la hemorroísa (cf. 5, 34), la sirofenicia (7, 24-30), el padre del enfermo (9, 23-24) y el ciego de Jericó (10, 52). Ahora no la encuentra en sus discípulos miedosos.
Es fe de pascua, que cura y salva, supera la tormenta y crea vida.

Es fe que nos permite pasar con la iglesia (como iglesia) al otro lado de la tierra segura, del antiguo judaísmo (de las sacralidades actuales), para iniciar la misión universal, en tierra de paganos (cf. 11, 22-24). Con esa fe todo es posible.

La fe es el viento bueno de la vida en las velas de nuestro barco, es el milagro verdadero, fuente de misión para la iglesia.

Esta fe para pasar a la otra orilla no es algo opcional…, sino esencia de la iglesia. Los que quedan a este lado, en las seguridades establecidas, terminan muriendo. Una Iglesia que no se arriesga a pasar con Jesús a la otra orilla, superando las fronteras actuales donde se ha establecido, se encuentra condenada a muerte… Mejor dicho, esa iglesia (¿nosotros?) ya ha muerto. Pero otros montarán en la barca a la voz de Jesús y en medio del miedo le verán como Señor y llegarán a la otra orilla. Buen domingo.

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“Jesús salva a su familia”, Domingo 12. Ciclo B.

Domingo, 21 de junio de 2015
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mc 4 35-41Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Si en la liturgia se leyera el evangelio de Marcos tal como él lo escribió, no a saltos, trompicones y omisiones, habríamos advertido que la popularidad creciente de Jesús suscita tres reacciones muy distintas: desconfianza por parte de su familia, rechazo por parte de los escribas, aceptación por parte de su nueva familia (“estos son mis hermanos, mis hermanas y mi madre”). A esa nueva familia, Jesús la instruye en el capítulo de las parábolas (de las que sólo leímos dos el domingo pasado) e, inmediatamente después, la salva. Con este episodio de la tempestad calmada Marcos pretende también que el lector se pregunte una vez más quien es Jesús.

El mar como símbolo de las fuerzas caóticas (Job 38,1.8-11)

En el mito mesopotámico de la creación (Enuma elish) el dios Marduk debe luchar contra la diosa Tiamat, que representa el mar, para poder crear el universo. El mar simboliza el peligro, la amenaza a la vida. (En términos modernos, el tsunami que devora y destruye la tierra firme.)

La primera lectura, del libro de Job, recoge este tema, pero despojándolo de sus connotaciones politeístas. El mar no es una diosa, es una fuerza caótica que amenaza con cubrirlo todo. El Señor no le machaca el cráneo ni la descuartiza, como hace Marduk con Tiamat; se limita a encerrarlo con doble puerta, a fijarle un confín en el que «se romperá el orgullo de tus olas».

Entonces el Señor respondió a Job desde el seno de la tempestad: ¿Quién encerró con doble puerta el mar, cuando salía borbotando del seno, cuando una nube le puse por vestido y el oscuro nublado por pañales; cuando le fijé sus confines y le puse en torno puertas y cerrojos, y le dije: «No pasarás de aquí, aquí se romperá la soberbia de tus olas»?

El peligro del mar (Salmo 107)

El mar no es sólo una amenaza para la tierra firme, lo es también cuando se intenta cruzarlo en una pequeña nave como las antiguas. En el momento más inesperado se oscurece el cielo, estalla la tormenta, la nave sube y baja al ritmo frenético del oleaje. Sólo cabe la posibilidad de encomendarse a Dios. Esta es la experiencia que recoge el fragmento del Salmo 107, al que quizá mucha gente no preste atención, pero esencial para entender el evangelio de hoy.

Los que a la mar se hicieron con sus naves,

buscando su negocio en las aguas inmensas,

vieron las obras del Señor

y sus milagros en el alta mar.

A su palabra se desató una tempestad

que levantó unas grandes olas:

subían a los cielos, bajaban al abismo,

se vinieron abajo ante el peligro;

En su angustia gritaron al Señor,

y él los libró de sus apuros.

Redujo la tempestad a suave brisa

y las olas se calmaron.

Se llenaron de alegría al verlas ya calmadas,

y él los llevó al puerto deseado.

Den gracias al Señor por su amor,

por sus milagros en favor de los humanos.

Jesús, los discípulos y el mar
(Marcos 4,35-41)

El pasaje del evangelio podemos dividirlo en cinco partes: 1) introducción: Jesús y los discípulos se embarcan a la otra orilla; 2) la tormenta: reacción opuesta de Jesús, que duerme, y de los discípulos, que lo despiertan asustados; 3) Jesús calma la tormenta; 4) Palabras de Jesús a los discípulos; 5) reacción final de éstos.

1) Aquel mismo día, ya caída la tarde, Jesús dijo a sus discípulos: «Pasemos a la otra orilla». Y dejando a la gente, lo llevaron con ellos en la barca tal como se encontraba; y le acompañaban otras barcas.

2) Se levantó entonces una fuerte borrasca, y las olas saltaban por encima de la barca, de suerte que estaba a punto de llenarse. Jesús estaba durmiendo sobre un cabezal en la popa. Ellos lo despertaron y le dijeron: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?».

3) Él se levantó, increpó al viento y dijo al mar: «¡Calla! ¡Cálmate!». Y el viento cesó y se hizo una gran calma.

4) Después les dijo: «¿Por qué sois tan miedosos? ¿Por qué no tenéis fe?».

5) Ellos quedaron sumamente atemorizados, y se decían unos a otros: «¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?».

Tres de estas partes tienen especial relación con los textos de Job y el Salmo.

La segunda (la tormenta) recuerda la situación de grave peligro descrita en el Salmo. Pero, en este caso, los discípulos no se encomiendan a Dios, acuden a Jesús; no creen que pueda resolver el problema, simplemente les asombra que duerma tan tranquilo mientras están a punto de hundirse.

La tercera, en cambio, recuerda la lectura de Job, no por el tono poético, sino por el poder y la autoridad suprema que Jesús manifiesta sobre el mar, semejante a la de Dios en el Antiguo Testamento.

La quinta, que habla de la reacción de los discípulos, recuerda la reacción de los navegantes en el Salmo, pero con un cambio fundamental: los marineros del salmo se llenan de alegría y dan gracias a Dios, los discípulos sienten gran miedo y se preguntan quién es Jesús. Curiosamente, Marcos no ha dicho que los discípulos tuvieran miedo durante la tormenta, pero ahora sí lo tienen; es el miedo que provoca el contacto con el misterio.

Prescindiendo de la introducción, la parte que queda sin paralelo es la cuarta, las palabras de Jesús a los discípulos, que les interroga sobre su miedo y su fe. La ausencia de paralelo sugiere que estas dos preguntas son esenciales en el relato. De hecho, el pasaje dice al lector dos cosas: 1) el poder de Jesús es semejante al que se atribuye a Dios en el Antiguo Testamento; poder para dominar el mar y poder para salvar. 2) Al escuchar la lectura, el cristiano debe reconocer que sus miedos son muchos y su fe poca. Conocer a Jesús no es saberse de memoria unas fórmulas de antiguos concilios. El evangelio debe sorprendernos día a día y hacer que nos preguntemos quién es Jesús.

Desde antiguo se valoró el aspecto simbólico del relato: la nave de la iglesia, sometida a todo tipo de tormenta, esa salvada por Jesús. Un aspecto que también podemos valorar a nivel individual.

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“Ese silencio connivente … y cobarde”, por Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara.

Domingo, 2 de febrero de 2014
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Leído en la página web de Redes Cristianas

Ahora me refiero al silencio que guardan unos obispos ante las declaraciones de otro colega. Si es verdad que el que calla otorga, tendremos que concluir que todos los obispos españoles otorgan, es decir, están de acuerdo, con las terribles, injustas, desafortunadas, y crueles, palabras del futuro e inminente purpurado del romano colegio de cardenales, Fernando Sebastián. También podría incluir en este apartado las imprudentes e injuriosas declaraciones del obispo de Alcalá de Henares, Juan Antonio Reig Pla, sobre el feminismo.

No sé en qué falso concepto de la Comunión y de la fraternidad se escudan para sostener ese comportamiento, que de tan connivente, puede acabar siendo cómplice de las manifestaciones de otro. Suelen afirmar que la disparidad de criterios y de opinión entre los obispos podría indicar desunión y falta de Comunión, y eso sería un grave escándalo para los fieles.

¡Grave, muy grave equivocación! Lo que de verdad escandaliza a los fieles, y a mí entre ellos, es esa inhibición ante palabras o comportamientos que no tienen nada de evangélicos, sino más bien son todo lo contrario, antievangélicos. ¿Alguien imagina a Jesús profiriendo esas tremendas palabras del próximo cardenal contra las mujeres que abortan o los homosexuales? El Maestro de Nazaret hizo fiesta y comió rodeado de publicanos, que eran pequeños ladronzuelos, y de prostitutas, y aseguró repetidas veces que Él no vino para atender a los sanos, sino a los enfermos, y a salvar no a los justos, (¿dónde están, quiénes son?), sino a los pecadores. A veces da la triste impresión de que nuestros jerarcas olvidan ese estilo de Jesús, y se agarran a su moral pequeño-burguesa. Actualmente sería muy difícil ver a nuestros obispos en una francachela con chorizos, putas y chaperos. Pero no nos extrañaría nada, porque los hemos visto, compartiendo mesa y manteles con los prohombres de las grandes empresas españolas, que ayudan a financiar los gastos de la ¡¿propagación del Evangelio?!.

Desde estas líneas quiero condenar esa falsa prudencia de nuestros pastores, que no se parece en nada a los que leemos en el Nuevo Testamento (NT), en los evangelios, en los Hechos de las Apóstoles, y en las cartas. El mismo Jesús no se cortaba nada en llamar “cobardes” a sus discípulos, o Satanás a Pedro, o zorra a Herodes, o sepulcros blanqueados, a los sumos sacerdotes, -el Papa y los cardenales de aquella época-, a los senadores y los opulentos saduceos. Pablo no se lo pensó dos veces para afear a Pedro su doble conducta con los neo cristianos procedentes de la gentilidad de Antioquía, ¡y la bronca se la dio delante de los hermanos!, en la asamblea eucarística.

Porque él, Pablo, estaba comprometido con la verdad, con el bien y la libertad de sus cristianos, y con la fidelidad al Evangelio de Jesús. No se puede continuar tratándonos a los curas de a pie, y a los fieles, como bebés, o como a seres frágiles que no pueden soportar los sinsabores y las incoherencias, desmanes y abusos de poder de sus pastores. Algo de esto movió en su tiempo a tapar los escándalos que, después, a todos, sí, nos han trastornado. No nos va a escandalizar que un obispo use la misma publicidad que su compañero ha usado primero para fustigar a los fieles, para transmitirle una corrección pública, como pública fue su actitud. Es el caso de Pedro en Antioquía, afeado públicamente por Pablo; reitero que es emblemático, y bien podía ser imitado por nuestros prelados.

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