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Archivo para Domingo, 14 de noviembre de 2021

El día y la hora nadie lo sabe…

Domingo, 14 de noviembre de 2021
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Oda a la Higuera

Como la higuera joven
de los barrancos eras.
Y cuando yo pasaba
sonabas en la sierra.

Como la higuera joven,
resplandeciente y ciega.

Como la higuera eres.
Como la higuera vieja.
Y paso, y me saludan
silencio y hojas secas.

Como la higuera eres
que el rayo envejeciera.

*

***

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La Higuera

Porque es áspera y fea,
porque todas sus ramas son grises,
yo le tengo piedad a la higuera.

En mi quinta hay cien árboles bellos,
ciruelos redondos,
limoneros rectos
y naranjos de brotes lustrosos.

En las primaveras,
todos ellos se cubren de flores
en torno a la higuera.

Y la pobre parece tan triste
con sus gajos torcidos que nunca
de apretados capullos se viste…

Por eso,
cada vez que yo paso a su lado,
digo, procurando
hacer dulce y alegre mi acento:
«Es la higuera el más bello
de los árboles todos del huerto».

Si ella escucha,
si comprende el idioma en que hablo,
¡qué dulzura tan honda hará nido
en su alma sensible de árbol!

Y tal vez, a la noche,
cuando el viento abanique su copa,
embriagada de gozo le cuente:

¡Hoy a mí me dijeron hermosa!

*

Juana de Ibarbourou

***

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

“En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte.

Aprended de esta parábola de la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta. Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán, aunque el día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre.”

*

Marcos 13, 24-32

***

 

Nos encontramos una vez más teniendo que decidir: debemos escoger si queremos limitar la fe al ámbito del sentimiento y orientar nuestros pensamientos según los de todos, o bien si pretendemos ser cristianos también en el modo de pensar. El juicio es el último acto de Dios, y lo lleva a cabo aiquel que sigue siendo durante toda la historia el «signo de contradicción», el momento de la decisión tanto para el individuo como para los pueblos. ¿Cómo se lleva a cabo este juicio? En un primer momento, podemos suponer que el objeto del juicio deben ser las acciones y las omisiones del hombre. Veremos, en cambio, que todo está fundido en una sola entidad: el amor. Pero ¿cómo ha sido fijado y se aplica el criterio del amor? Aquí es donde se manifiesta el carácter extraordinario del anuncio cristiano del juicio: el criterio según el cual seremos juzgados es nuestra actitud respecto a Cristo. El bien definitivo es él, Cristo, y obrar bien significa amar a Cristo. En definitiva, «la verdad» o «el bien» no son ideas o valores abstractos, sino alguien, Jesucristo. Toda buena acción va hacia Cristo y es un bien para él, así como toda acción mala, sea cual sea su finalidad, es en el fondo un ataque contra él. La más real de todas las realidades es alguien: el Hijo de Dios hecho hombre. Y nosotros conocemos la tarea que se nos impone al hacernos cristianos: ver a Cristo en su universalidad, conservar en nuestro corazón su imagen con toda su potencia, para que pueda atravesar los confines del mundo, de la historia y de la obra humana.

*

Romano Guardini,
Le cose ultime,
Milán 1997, pp. 92-96, passim.

***

***

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“Las palabras de Jesús no pasarán”. 33 Tiempo ordinario – B (Marcos 13,24-32)

Domingo, 14 de noviembre de 2021
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54_33_TO_B_1480686Los signos de desesperanza no son siempre del todo visibles, pues la falta de esperanza puede disfrazarse de optimismo superficial, activismo ciego o secreto pasotismo.

Por otra parte, son bastantes los que no reconocen sentir miedo, aburrimiento, soledad o desesperanza porque, según el modelo social vigente, se supone que un hombre que triunfa en la vida no puede sentirse solo, aburrido o temeroso. Erich Fromm, con su habitual perspicacia, ha señalado que el hombre contemporáneo está tratando de librarse de algunas represiones como la sexual, pero se ve obligado a «reprimir tanto el miedo y la duda como la depresión, el aburrimiento y la falta de esperanza».

Otras veces nos defendemos de nuestro «vacío de esperanza» sumergiéndonos en la actividad. No soportamos estar sin hacer nada. Necesitamos estar ocupados en algo para no enfrentamos a nuestro futuro.

Pero la pregunta es inevitable: ¿qué nos espera después de tantos esfuerzos, luchas, ilusiones y sinsabores? ¿No tenemos otro objetivo sino producir cada vez más, disfrutar cada vez mejor lo producido y consumir más y más, hasta ser consumidos por nuestra propia caducidad?

El ser humano necesita una esperanza para vivir. Una esperanza que no sea «una envoltura para la resignación», como la de aquellos que se las arreglan para organizarse una vida lo bastante tolerable como para aguantar la aventura de cada día. Una esperanza que no debe confundirse tampoco con una espera pasiva, que solo es, con frecuencia, «una forma disfrazada de desesperanza e impotencia» (Erich Fromm).

El hombre necesita en su corazón una esperanza que se mantenga viva, aunque otras pequeñas esperanzas se vean malogradas e incluso completamente destruidas.

Los cristianos encontramos esta esperanza en Jesucristo y en sus palabras, que «no pasarán». No esperamos algo ilusorio. Nuestra esperanza se apoya en el hecho inconmovible de la resurrección de Jesús. Desde Cristo resucitado nos atrevemos a ver la vida presente en «estado de gestación», como germen de una vida que alcanzará su plenitud final en Dios.

José Antonio Pagola

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“Reunirá a los elegidos de los cuatro vientos.”. Domingo 14 de noviembre de 2021 Domingo 33º del tiempo ordinario

Domingo, 14 de noviembre de 2021
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60-ordinarioB33 cerezoLeído en Koinonia:

Daniel 12, 1-3: Por aquel tiempo se salvará tu pueblo.
Salmo responsorial: 15: Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.
Hebreos 10, 11-14. 18: Con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados.
Marcos 13, 24-32: Reunirá a los elegidos de los cuatro vientos.

Cercanos ya al final del año litúrgico, la liturgia de hoy nos presenta a través de la lectura del libro de Daniel y del evangelio, textos relativos al final de los tiempos. En efecto, el pasaje de Daniel anuncia la intervención de Dios a favor de sus fieles a través de Miguel, el ángel encargado de proteger a su pueblo. Estas palabras de Daniel hay que enmarcarlas en el marco amplio de todo el libro cuyo género y estilo corresponden a la corriente apocalíptica bastante popularizada a finales del período veterotestamentario. Todo el libro de Daniel es un llamado a la esperanza, característica principal de toda la literatura apocalíptica. No se trata tanto de una revelación especial de lo que sucederá al final de los tiempos, cuanto la utilización de imágenes que invitan a mantener viva la esperanza, a no sucumbir ante la idea de una dominación absoluta de un determinado imperio. El texto que leemos hoy es subversivo para la época, pues invita al rechazo del señorío absoluto de los opresores griegos de aquel entonces que a punta de violencia se hacían ver como dueños absolutos de las personas, del tiempo y de la historia.

Por su parte el evangelio nos presenta una mínima parte del «discurso escatológico» según san Marcos. Un poco antes de comenzar la narración de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, los tres sinópticos nos presentan palabras de Jesús cargadas de sabor escatológico.

El pasaje de hoy hay que leerlo a la luz de todo el capítulo 13. Es más, conviene que en casa o en el grupo lo leamos completo y, de ser posible, leamos también el discurso escatológico de Mateo y de Lucas, eso nos ayudará a ver mucho mejor las semejanzas y las diferencias entre los tres y, por otro lado, nos facilitará una mejor comprensión del sentido y finalidad que cada uno quiso darle a esta sección.

Tengamos en cuenta que en ningún momento hablan los evangelistas del «fin del mundo», en sentido estricto, esa es una interpretación equivocada que no ha traído los mejores resultados ni a la fe del creyente ni a su compromiso con el prójimo y con la historia. No es éste, con palabras sacadas de aquí y de allá, el «fundamento» bíblico o teológico de las «postrimerías del hombre» de que nos hablaba el «catecismo del padre Astete», o de los «novísimos» que nos enseñaba la teología… O, por lo menos, no se debe reducir a eso.

Jesús no predica el fin del mundo, ése no era su interés. Las imágenes de una conmoción cósmica descrita como estrellas que caen, sol y luna que se oscurecen, etc., son una forma veterotestamentaria de describir la caída de algún rey o de una nación opresora. Para los antiguos, el sol y la luna eran representaciones de divinidades paganas (cf. Dt 4,19-20; Jr 8,2; Ez 8,16), mientras que los demás astros y lo que ellos llamaban «potencias del cielo», representaban a los jefes que se sentían hijos de esas divinidades y en su nombre oprimían a los pueblos, sintiéndose ellos también como seres divinos (Is 14,12-14; 24,21; Dn 8,10). Pues bien, en línea con el Primer Testamento, Jesús no pretende describir la caída de un imperio o cosa por el estilo, para él lo más importante es anunciar los efectos liberadores de su evangelio; y es que el evangelio de Jesús debe propiciar, en efecto, el resquebrajamiento de todos los sistemas injustos que de uno u otro modo se van erigiendo como astros en el firmamento humano.

Jesús es consciente y sabe que la única forma de rescatar, redireccionar el rumbo de la historia por los horizontes queridos por el Padre y su justicia, es haciendo caer los sistemas que a lo largo de la historia intentan suplantar el proyecto de la justicia querido por Dios, con un proyecto propio, disfrazado de vida pero que en realidad es de muerte. Esta tarea la debe realizar el discípulo, el que ha aceptado a Jesús y su proyecto. Recordemos la intencionalidad teológica y catequética de Marcos: a Jesús, el Mesías (cuyo «secreto» se mantiene a lo largo de todo el evangelio), sólo se le puede conocer siguiéndolo; y bien, el seguimiento implica no sólo ir detrás de él, implica además, tomar el lugar de él, asumir su propuesta como propia y luchar hasta el final por su realización.

Discípulas y discípulos están entonces comprometidos en ese final de los sistemas injustos cuya desaparición causa no miedo, sino alegría, aquella alegría que sienten los oprimidos cuando son liberados. Ésa debiera de ser nuestra preocupación constante y el punto para discernir si en efecto nuestras tareas de evangelización y nuestro compromiso con la transformación de lo injusto en relaciones de justicia está causando de veras el efecto que debe tener el evangelio, o si simplemente estamos ahí a merced de las corrientes del momento esperando quizás que se cumpla lo que no ni siquiera pasó por la mente de Jesús.

El evangelio de hoy es dramatizado en el capítulo 105, «Dos moneditas de cobre», de la serie «Un tal Jesús», de los hnos. López Vigil. El guión y su comentario pueden ser tomados de aquí: http://untaljesus.net/texesp.php?id=1500105 Puede ser escuchado aquí: http://untaljesus.net/audios/cap105b.mp3

El planteamiento ordinario del fin del mundo dentro de las religiones –al menos, ciertamente, dentro del judeocristianismo–, ha adolecido de nuestro típico antropocentrismo: el fin del mundo se equipara, exactamente, a lo que pasará al plan de la «historia de la salvación» (humana) por parte de Dios… Aunque lo consideramos como «el fin del mundo», en realidad es el final «de nuestro pequeño mundo», del pequeño mundo de nuestra religión, que cree que ella misma ocupa todo el escenario, toda la realidad… Así, consideramos que los dos grandes protagonistas de la realidad somos, exclusivamente, Dios y nosotros, y que el mundo va a acabar cuando Dios decida que acabe nuestra aventura humana en su/nuestra «historia de salvación. En esa perspectiva queda totalmente olvidado el mundo mismo, o sea, la realidad cósmica, el cosmos… Leer más…

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14.11. 21: Vendrá el Hijo del hombre: Apocalipsis y Reino; Karma y Yoga (Dom 33 TO)

Domingo, 14 de noviembre de 2021
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 AF0FA0A9-53CE-4701-8D66-FE8AA7BBBF9BDel blog de Xabier Pikaza:

El ciclo litúrgico 2021 culmina este domingo y el próximo con el “anuncio” del Hijo del Hombre y su Reino.

El sol se apagará, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad… No pasará esta generación antes que todo eso se cumpla (Mc 13, 24-32).

Estas palabras son un compendio de la oración como apertura al futuro de Dios (¡venga tu Reino!) y de la acción humana como preparación marcada por el pan compartido (¡pan nuestro de cada día!) y el perdón (¡perdónanos como perdonamos!).

Al lado de ese Apocalipsis y Futuro cristiano, la tradición casi constante de Oriente (expresada por el hinduismo) presenta la vida como Karma (Samsara) y Yoga (liberación del tiempo).

En vez de presentar hoy la “cara” del Apocalipsis-Futuro cristiano, presentaré la “cruz” o “anverso” hindú: La vida como iluminación de la supra-vida, más allá del tiempo y de la acción humana. Así recojo el tema del próximo curso del Cites-Ávila (19-21.11).  Buen domingo a todos.

El hinduismo tiene un carácter monista: identifica toda realidad con el Uno. Por eso decimos que es pan-hénico (en griego: todo es uno) y tiene un rasgo místico (la religión se concibe como integración del ser humano en el misterio de la totalidad sagrada).De esa forma añadimos que es advaita: No hay verdadera “dualidad”; cada ser humano se descubre integrado en el “todo”; cada vida es así todas las vidas, siendo una misma (ella misma).

FC6DCA00-B9CC-450C-80E2-C0B611441B22 Rompiendo la barrera de su individualidad, llegando al manantial donde emerge su auténtico sí mismo (Atmán), el humano se descubre identificado en y con el todo (Brahman), tanto en clave diacrónica (en su alma desemboca el alma o vida de miles de vidas anteriores) como sincrónica (el individuo es el Todo abarcador universal, divino, no una parte entre otrs). Infinitas veces repetida, configurada en mil maneras, esta experiencia de identificación con la totalidad constituye el sustrato radical de la religiosidad hindú.

 La finalidad, la esencia más honda,  de la experiencia religiosa no consiste en esperar la revelación de una palabra que nos viene desde fuera, ni en dialogar con un sujeto divino transcendente, ni en comunicarse con otros seres humano, ni en esperar la llegada (apocalipsis) del Mesías, sino en liberar la vida interna del humano esclavizado, llevándola a un estado de transcendencia donde el alma se engolfa en el (lo)  absoluto. Los caminos que ha tomado esta mística pan-hénica, de unificación transcendente, sonvariados, diferentes las fórmulas que emplea, pero la meta es siempre semejante: hacer que el alma, sierva en un cosmos de sufrimiento repetido y constante dispersión o muerte, penetre en su morada original que es lo divino.  Especulación religiosa y mística intimista se han unido: En su profundidad el Atmán es lo Brahmán; tal es la confesión de fe hinduista. Ése es el camino de del Atmán en cada ser humano; ese es el despliegue o revelación (avatara) de Brahmán en cada individuo

Mi Atmán, que está en el interior de mi corazón, es más pequeño que un grano de arroz, que un grano de cebada,     que un grano de mostaza… Mi Atmán, que está en el interior de mi corazón, es más grande que la tierra, más grande que la atmósfera, más grande que el cielo, más grande que los mundos.

7CA5BAA0-2DAA-4A7F-83C5-529C0890CF3CMi Atmán, de quien son todas las actividades, todos los deseos  todos los colores, todos los sabores, que abarca todo, silencioso, indiferente… mi Atmán, que está en el interior de mi corazón, es Brahmán. Al dejar este mundo penetraré en é      (Chandogya-upanishad 3, 14).

              Lo divino puede recibir formas personales, como Shiva y Vishnú que son para muchísimos creyentes la expresión más alta y perfecta del misterio. Pero en el fondo de sí mismo, lo divino se despliega de manera impersonal, como gran Brahmán: Todo en que vivimos­ o nos introducimos cuando superamos el nivel de las conexiones exteriores que nos atan a un mundo de pura apariencia. Lo divino puede expandirse y multipli­carse también en múltiples figuras de dioses protectores y demonios, de personas o símbolos antiguos, que aparecen así como avataras, transparencia humana del misterio sagrado.

DIOS INTERIOR, LA RUEDA DE LA VIDA: SAMSARA, KARMA, DHARMA, MOKSA

            Las religiones monoteístas ponen a Dios en el principio de su búsqueda y experiencia, y esperan su venida, esto es, su revelación plena, que para los cristianos se identifica con la venida del Hijo del Hombre, esto es, de la nueva humanidad. Por eso piden a Dios diciendo “venga tu reino”. Para los hindúes, en cambio, la pregunta por Dios como tal resulta secundaria y su “venida al fin del tiempo” no se entiende como fin (meta) de la historia humana, sino como desvelamiento de su realidad.

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“Años terribles y palabras de consuelo”. Domingo 33. Ciclo B

Domingo, 14 de noviembre de 2021
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no_man_knoweth_the_hourDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Las lecturas del penúltimo domingo del Tiempo Ordinario parecen trasladarnos siempre a un mundo de ciencia ficción, difícil de ser tomado en serio. Sin embargo, los tres evangelios sinópticos contienen este discurso de Jesús sobre el fin del mundo. Lo cual significa que, para los primeros cristianos, era algo esencial: un mensaje de esperanza y consuelo en medio de las persecuciones.

La 1ª lectura y el evangelio coinciden en ser la respuesta a momentos de crisis, mucho más profundas de las que nosotros a veces padecemos. Ambos textos pretenden consolar a los que atraviesan esta dura prueba.

Tres años terribles (169-167 a.C.)…

            Los años 169-167 a.C. fueron especialmente duros para los judíos. El 169, Antíoco Epífanes, rey de Siria, invadió Jerusalén, entró en el templo y robó todos los objetos de valor, después de verter mucha sangre. El 167, un oficial del fisco enviado por el rey mata a muchos israelitas, saquea la ciudad, derriba sus casas y la muralla, se lleva cautivos a las mujeres y los niños, y se apodera del ganado. Al mismo tiempo, Antíoco, obsesionado por imponer la cultura griega en todos sus territorios, prohíbe a los judíos ofrecer sacrificios en el templo, guardar los sábados y las fiestas, y circuncidar a los niños [como si a nosotros nos prohibieran celebrar la eucaristía y bautizar a los niños]; y manda contaminar el templo construyendo altares y capillas idolátricas, y sacrificando en él cerdos y animales inmundos.

            Estos acontecimientos provocaron dos reacciones muy distintas: una militar, la rebelión de los Macabeos; otra teológica, la esperanza apocalíptica, que encontramos reflejada en la 1ª lectura de hoy.

            Apocalipsis significa “revelación”, “desvelamiento de algo oculto”. La literatura apocalíptica pretende revelar un secreto escondido, que se refiere al fin del mundo: momento en que sucederá, señales que lo precederán, instauración definitiva del Reino de Dios. Es una literatura de tiempos de opresión, de lucha a muerte por la supervivencia, de búsqueda de consuelo y de unas ideas que den sentido a su vida. La única solución consiste en que Dios intervenga personalmente, ponga fin a este mundo malo presente y dé paso al mundo bueno futuro, el de su reinado.

… y la respuesta del libro de Daniel (1ª lectura)

            En aquel tiempo surgirá Miguel, el gran príncipe que defiende a los hijos de tu pueblo. Será aquél un tiempo de angustia como no habrá habido hasta entonces otro desde que existen las naciones. En aquel tiempo se salvará tu pueblo: todo los que se encuentren inscritos en el Libro. Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos para la vida eterna, otros para el oprobio, para el horno eterno. Los doctos brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a la multitud la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad.

            Se anuncia al profeta que habrá un tiempo de angustia como no lo ha habido nunca; pero, al final, se salvará su pueblo, mientras que los malvados serán castigados. Todo esto no puede ocurrir en este mundo, el autor está convencido de que este mundo no tiene remedio. Ocurrirá en el mundo futuro, cuando unos resuciten para ser recompensados y otros para ser castigados. Entre los buenos el autor destaca a los doctos, a los que enseñaron a la multitud la justicia, que brillarán como las estrellas, por toda la eternidad. Con ello deja clara su opción política y religiosa: la solución no está en las armas, como piensan los Macabeos.

Una década fatal (60-70 d.C.)…

            No sabemos con seguridad cuándo se escribió el primer evangelio. Pero lo que ocurrió en la década de los 60 del siglo I ayuda a comprender lo que dice el texto de este domingo.

            El año 61 hubo un gran terremoto en Asia Menor que destruyó doce ciudades en una sola noche (lo cuenta Plinio en su Historia natural 2.86). El 63 hubo un terremoto en Pompeya y Herculano, distinto de la erupción del Vesubio el año 79. El 64 tuvo lugar el incendio de Roma, al parecer decidido por Nerón y del que culpó a los cristianos. El 66 se produce la rebelión de los judíos contra Roma; la guerra durará hasta el año 70 y terminará con el incendio del templo y de Jerusalén. El 68 hubo otro terremoto en Roma, poco antes de la muerte de Nerón. El 69, profunda crisis a la muerte de Nerón, con tres emperadores en un solo año (Otón, Vitelio y Vespasiano).        En la mentalidad apocalíptica, terremotos, incendios, guerras, disensiones son signos indiscutibles de que el fin del mundo es inminente.

            Por otra parte, la comunidad cristiana sufre toda clase de problemas. Unos son de orden externo, provocados por las persecuciones de judíos y paganos: se les acusa de rebeldes contra Roma, de infanticidio y de orgías durante sus celebraciones litúrgicas; se representa a Jesús como un crucificado con cabeza de asno. Otros problemas son de orden interno, provocados por la aparición de individuos y grupos que se apartan de las verdades aceptadas. La primera carta de Juan reconoce que “han venido muchos anticristos”, no uno solo (1 Jn 2,18), y que “salieron de entre nosotros”.

… y la respuesta del evangelio de Marcos

            En este ambiente tan difícil, el evangelio de Marcos también ofrece esperanza y consuelo mediante un largo discurso (capítulo 13). Todo comienza con un comentario ocasional de Jesús. Estando en el monte de los Olivos, donde se goza de una vista espléndida del templo, dice a los discípulos: «¿Veis esos grandes edificios? Pues se derrumbarán sin que quede piedra sobre piedra.»

            A ellos les falta tiempo para identificar la destrucción del templo con el fin del mundo. Entonces, Pedro, Santiago, Juan y Andrés le preguntan en privado: «¿Cuándo sucederá todo eso? ¿Y cuál es la señal de que todo está para acabarse?» Los dos temas que obsesionan a la apocalíptica: saber qué señales precederán al fin del mundo y en qué momento exacto tendrá lugar.            La lectura de este domingo ha seleccionado algunas frases del final del discurso, en las que reaparecen estas dos preguntas, pero en orden inverso: primero se habla de las señales, luego del tiempo. En medio, la gran novedad, algo por lo que no han preguntado los discípulos: la venida gloriosa del Señor.

Las señales del fin y la venida del Señor

            Mas por esos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo, y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas. Y entonces verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria; entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo.

            Las señales no acontecen en la tierra, sino en el cielo: el sol se oscurece, la luna no ilumina, las estrellas caen del cielo. Pero lo que ocurre no provoca el pánico de la humanidad. Porque la desaparición del universo antiguo da lugar a la venida gloriosa del Señor y a la salvación de los elegidos. Indico algunos detalles de interés en estos versículos.

            1) A Dios no se lo menciona nunca. Todo se centra, como momento culminante, en la aparición gloriosa de Jesús.

            2) De acuerdo con algunos textos apocalípticos judíos, se pone de relieve la salvación de los elegidos. Esto demuestra el carácter opti­mista del discurso, que no pretende asustar, sino consolar y fomentar la esperanza, aunque no encubre los difíciles momentos por los que atravesará la Iglesia.

            3) A diferencia de otros textos apocalípticos, que conceden gran importancia a la descripción del mundo futuro, aquí no se hace la menor referencia a ese tema, como si pudiera descentrar la atención de la figura de Jesús.

            El momento del fin

“De la higuera aprended esta parábola: cuando ya sus ramas están tiernas y brotan hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, sabed que Él está cerca, a las puertas. Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Pero de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre.”           

            La parte final contiene tres afirmaciones distintas: 1) vosotros podéis saber cuándo se acerca el fin (parábola de la higuera); 2) el fin tendrá lugar en vuestra misma generación; 3) el día y la hora no lo sabe más que Dios Padre.

            La segunda es la más problemática. Si se refiere a la caída de Jerusalén no plantea problema, porque tuvo lugar el año 70. Pero, si se refiere al fin del mundo, no se realizó. A pesar de todo, es posible que así la interpretasen muchos cristianos, conven­cidos de que el fin del mundo era inmi­nente. Así pensó Pablo en los primeros años de su actividad apostólica.

            Pero al lector debe quedarle claro lo que se dice al final: nadie sabe el día ni la hora, y lo importante no es discutir o calcular, sino mantener una actitud vigilante [este tema, importantísimo, lo ha suprimido la liturgia de forma incomprensible].

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Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario. 14 de Noviembre de 2021

Domingo, 14 de noviembre de 2021
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“Aprended lo que os enseña la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca”

(Mc 13, 24-32)

Estos textos de tono apocalíptico son más bien oscuros y difíciles de comprender. La mente se nos va a esas películas que nos muestran el fin del mundo sin regatear en imaginación. Grandes cataclismos, invasiones de extraterrestres, cualquier cosa puede valer para explicar que esta materia, que este mundo, tal cual lo conocemos, puede terminar.

El fin de lo conocido nos aboca a las grandes preguntas, nos enfrenta con el sentido de la vida.

Pero en realidad, que el mundo continúe o no, es más bien secundario. Sin embargo, nuestra condición finita nos inquieta. De la misma manera que un día recibimos el aliento y estrenamos la vida en este mundo, un día entregaremos un último aliento y dejaremos esta realidad.

Si coincide con el fin de este mundo o no, no tiene tanta importancia porque para quien muere termina.

Pienso que estos textos quieren ayudarnos a tomar conciencia de que la vida pasa. Esta vida que conocemos y respiramos cotidianamente terminará y eso en principio no es injusto ni cruel, solamente es parte de la vida.

Podríamos decir que no tenemos la vida en propiedad, solo en usufructo. Se nos da por un tiempo para que la disfrutemos y la cuidemos. Después tendremos que devolvérsela a su dueño y Él nos dará otra.

Aquí las palabras y las comparaciones se quedan cortas, pero nos ayudan. La higuera con sus ramas tiernas anuncia la primavera que significa el fin del invierno. Una realidad que pasa y da inicio a otra. Lo mismo cada uno de nosotros. Un día moriremos y ese mismo día empezará algo nuevo. La vida en plenitud.

Oración

Quítanos el miedo a la muerte, Trinidad Santa. Enséñanos a mirarla como parte de la vida. Que nos dejemos transformar en brotes tiernos de vida resucitada.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Dios no tiene pasado ni futuro, es un eterno presente.

Domingo, 14 de noviembre de 2021
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Mc 13,24-32

Estamos en el c. 13 de Marcos, dedicado todo él al discurso escatológico. Este capítulo hace de puente entre los relatos de la vida de Jesús y la Pasión. Los tres sinópticos proponen un discurso muy parecido, lo cual hace suponer que algo tiene que ver con el Jesús histórico. Pero las diferencias entre ellos son tan grandes, que presupone una elaboración de las primeras comunidades. Es imposible saber hasta que punto Jesús hizo suyas esas ideas. Tampoco debe sorprendernos que pensara como los demás.

Estamos ante una manera de hablar que no nos dice nada hoy. No se trata solo del lenguaje como en otras ocasiones. Aquí son las ideas las que están trasnochadas y no admiten ninguna traducción a un lenguaje actual. Tanto en el AT como en el NT, el pueblo de Dios está volcado sobre el porvenir. Israel se encuentra siempre en tensión hacia la salvación que ha de venir… y nunca llega. Desde Abrahán, a quien Dios dice: “sal de tu tierra”, pasando por el éxodo hacia la tierra prometida; y terminando por el Mesías definitivo, Israel vivió siempre esperando de Dios la salvación que le faltaba.

La apocalíptica fue una actitud vital y un género literario. La palabra significa “desvelar”. Escudriñaba el futuro partiendo de la palabra de Dios. Nació en los ambientes sapienciales y desciende del profetismo. Desarrolla una visión pesimista del mundo, que no tiene arreglo; por eso, tiene que ser destruido y sustituido por otro de nueva creación. Invita, no a cambiar el mundo, sino a evitarlo. El futuro no tendrá ninguna relación con el presente. El objetivo era que la gente aguantara el chaparrón en tiempo de crisis.

Escatología procede de la palabra griega “esjatón”, que significa “lo último”. Su origen es también la palabra de Dios, y su objetivo, descubrir lo que va a suceder al final de los tiempos, pero no por curiosidad, sino para acrecentar la confianza. El futuro está en manos de Dios y llegará como progresión del presente, que también está en manos de Dios, y es positivo a pesar de todo. Este mundo no será consumido sino consumado. Dios salvará un día definitiva­mente, pero esa salvación ya ha comenzado aquí y ahora.

En tiempo de Jesús se creía que esa intervención definitiva iba a ser inminente. En este ambiente se desarrolla la predica­ción de Juan Bautista y de Jesús. También en la primera comunidad cristiana se vivió esta espera de la llegada inmediata de la parusía. Solamente en los últimos escritos del NT, es ya patente un cambio de actitud. Al no llegar el fin, se empieza a vivir la tensión entre la espera del fin y la necesidad de preocuparse de la vida presente. Se sigue esperando el fin, pero la comunidad se prepara para la permanen­cia.

Hasta aquí hemos afrontado la salvación desde una visión mítica que ha durado miles y miles de años. Ahora vamos a situarnos en el nuevo paradigma en el que nos movemos hoy. Al superar la idea del dios intervencionista, se nos plantea un dilema. Por una parte sabemos que Dios no tiene pasado ni futuro sino que está en la eternidad. Por otro lado, el hombre no puede entender nada que no esté en el tiempo y el espacio. Meter a Dios en el tiempo es un disparate. Sacar al hombre del tiempo y el espacio, es tarea inútil.

Los novísimos (muerte, juicio, infierno y gloria) son viejísimos conceptos mitológicos que hoy no nos sirven para nada. Sabemos con absoluta certeza que no puede haber conciencia individual sin la base de un cerebro sano y activado. ¿Cómo podemos seguir aceptando una salvación para cuando no quede ni una sola neurona operativa? Piensa por tu cuenta, no sigas tragando el pienso que otros han preparado para ti, no sin antes haberte puesto orejeras para que la realidad no te espante. La realidad supera toda posible expectativa humana. Dios se ha dado, todo, a cada uno desde siempre.

Hoy sabemos que el tiempo y el espacio son productos de la mente. ¿Qué sentido puede tener el hablar de tiempo y espacio cuando ya no haya mente? Hablar de un cielo o infierno más allá de este mundo no tiene ningún sentido. Hablar de un “día del juicio”, cuando no haya tiempo ni espacio, es un contrasentido. Hablar de lo que Dios ha hecho en el pasado o de lo que va hacer en el futuro, es proyectar sobre él nuestros anhelos. Dios es un eterno presente. En el aquí y ahora debemos descubrir lo está siendo para nosotros siempre. En el aquí y ahora debemos hacer nuestra su salvación.

No esperes más a salir de una mitología que nos ha mantenido pasmados durante tanto tiempo. Salta de la pecera adonde has estado confinado y descubre el océano. Ni Dios tiene que cambiar nada ni Jesús tiene que volver al final de los tiempos a rematar su obra. Esperar que el bien triunfe sobre el mal, supone, no solo que existe el mal y el bien (maniqueísmo), sino que sabemos perfectamente lo que es bueno y lo que es malo y pretendemos, como en el caso de Adán y Eva, ser nosotros los que decidamos.

Todos los seres humanos que han vivido una experiencia cumbre han experimentado la verdadera salvación, que consiste en una conciencia clara de lo que son. Para alcanzar esa plenitud no se necesita ningún añadido a lo que ya es el hombre, ni quitarle nada de lo que tiene. Desde esta perspectiva no necesitaríamos un Ser supremo que nos quite lo que no nos gusta y nos dé todo aquello que creemos necesitar y no tenemos. Tú lo eres todo. Estás en la plenitud de ser y puedes vivir lo absoluto que hay en ti, aquí y ahora.

No tienes que esperar ninguna salvación que te venga de fuera, porque ahora mismo estás absolutamente salvado. La plenitud está ya en ti. Solo tienes que tomar conciencia de lo que eres y vivirlo. Todo está en ti en el momento presente. Nadie te puede añadir nada ni quitar nada de lo que te es esencial. En ningún momento futuro tendrás más posibilidades de ser tú mismo que en este precioso instante. Eres ya uno con todo en el instante presente y no hay ningún otro instante mejor que este.

Todo miedo y ansiedad debe desaparecer de tu vida, porque todas tus expectativas están ya cumplidas sin limitación posible. Si echas en falta algo es que aún estás en tu falso ser y pesa más lo accidental que lo esencial. Ningún tiempo pasado fue mejor y ningún tiempo futuro puede ser mejor que el ahora. Lo que te ha pasado, lo que te pasa y lo que te pasará es lo mejor que te puede pasar. Deja de dar valor a las circunstancias positivas y deja de temer las adversas. Descubre lo que eres y vívelo.

Todo el que te prometa una salvación para mañana o para después de tu muerte te está engañando. Si alguien te convence de que eres una mierda y tiene que venir alguien a sacarte de tus miserias, te está engañando. Aquí y ahora puedes descubrir en ti una absoluta plenitud y alcanzar la felicidad sin límites. No esperes a mañana porque mañanas estarás en las mismas condiciones que hoy. Muchos seres humanos lo han conseguido a través de la historia, ¿por qué no lo vas a conseguir tú?

Meditación

La realidad que todos vemos por igual
está diciendo cosas distintas a cada uno.
El ser humano tiene que aprender a ver
mucho más de lo que le entra por los ojos.
La verdadera realidad hay que descubrirla.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

 

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Norma de vida.

Domingo, 14 de noviembre de 2021
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c9c8c92f-b049-4ed1-9508-b0fe5a64ec89Mc 13, 24-32

«Y entonces verán al Hijo del Hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria»

Para la mentalidad de las primeras comunidades cristianas el final de los tiempos era algo inminente, y el texto de Marcos refleja esa mentalidad. Es difícil saber si Jesús participaba de ella —los especialistas no terminan de ponerse de acuerdo—, pero en caso de ser así, lo positivo sería que la imagen de Jesús sometido a error —como cualquiera de nosotros— nos mostraría al hombre verdadero en el que creemos, y no esa divinidad disfrazada de ser humano que tan a menudo nos tienta.

Refiriéndonos al texto, la imagen de la hecatombe universal que en él se narra no nos interesa nada, pues nadie cuenta con vivir esa experiencia. Lo que nos interesa es que cada uno de nosotros camina hacia el final de su propio tiempo; que nuestra vida es camino que se dirige paso a paso hacia la muerte, y que nada en la vida de un cristiano tiene sentido sino es mirando al final que le espera.

Por eso, una excelente metáfora de nuestra vida es la del caminante. Sabemos que mientras dura el camino estamos sujetos a error; que tenemos propensión a confundir lo que es mera apariencia con la verdad, y que ese error es lo que habitualmente nos mueve a elegir el mal y echar a perder nuestra vida. Como decía Sócrates, cuando optamos por el mal lo hacemos siempre por su apariencia de bien.

Por ejemplo, el suicida piensa que así se va a liberar de los agobios de esta vida; el terrorista, que está sirviendo a una causa justa; el vengativo, que así se sentirá mejor, y el que se emborracha, por la agradable sensación de beber y el estado de euforia que sigue a la borrachera. En el fondo de toda mala conducta, no subyace normalmente la maldad, ni la voluntad de ofender, ni siquiera la debilidad, sino el error.

Y así las cosas, lo que nos dice Marcos en el evangelio de hoy es que Jesús —al final de su vida— se proclama camino de verdad y nos urge con fuerza a optar por él; que la Palabra está ahí para mostrarnos el camino; para salvar nuestra vida del error y del desastre.

Pero lo hace en el un lenguaje escatológico que no va con nuestro estilo y nos obliga a recurrir a los especialistas para tratar de desentrañar el mensaje. Y lo que estos nos dicen es que Marcos se vale de unas imágenes soberbias para presentarnos a Jesús como el juez supremo del bien y el mal; como la norma de nuestra vida: «Y entonces verán al Hijo del Hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria; y enviará a los ángeles…».

Un último apunte. El evangelio asocia siempre el final con un juicio, y lo hace usando una escenografía colosal que no debe confundirnos. Lo que significa ese juicio es que al final de todo resplandecerá la verdad; que al final, los seres humanos nos encontraremos con la revelación definitiva del bien y el mal, del acierto y el error. Que Jesús es la norma definitiva de vida, y que no aceptarlo es equivocarse.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

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El futuro es ahora, el futuro es hoy.

Domingo, 14 de noviembre de 2021
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be049393-b957-4c3c-b627-bff8f43ca607(MC 13,24-32)

El evangelio de este domingo tiene profundas resonancias apolíticas. Está integrado en una secuencia que algunas y algunos exégetas denominan el “pequeño apocalipsis de Marcos”.  El género apocalíptico se desarrolla en contexto de grandes crisis y dificultades y tiende a reflejar un fuerte dualismo: la lucha del bien contra el mal en contextos y tiempos límites en los que parece que la injusticia y la violencia están saliendo vencedoras y la vida es arrasada.

Desde un imaginario “catastrofista” el evangelio apunta a la esperanza y urge atención y responsabilidad con los signos más pequeños y cotidianos para señalar que el presente tiene futuro, porque Dios no abandona a la creación y la humanidad más herida, sino que esta incrustado en lo más profundo de ella como una potencia inédita que pide nuestra responsabilidad y atrevimiento, pero ¿qué puede decirnos este texto a los cristianos y cristianas de hoy?

En estas últimas semanas estamos viviendo la COP 26 en Glasgow y las movilizaciones mundiales exigiendo justica climática frente a la situación de alerta roja que sufre la vida en el planeta. También estamos viviendo las consecuencias del colapso denunciado desde hace décadas por los y las ecologistas y sus consecuencias en la crisis de los abastecimientos de materias primas, a la vez que el covid y la pandemia del hambre y las guerras siguen haciendo estragos en los sures del planeta.

Estamos inmersas en pleno corazón del Antropoceno, o como otros prefieren llamar del Capitalozeno, es decir una nueva era en la que la humanidad se ha convertido en una fuerza geológica autodestructiva, bajo el prisma del capitalismo. El cambio climático, la pérdida de biodiversidad y el agotamiento de los recursos naturales nos abocan a una situación catastrófica, a la vez que el margen del que disponemos para acometer cambios estructurales que mitiguen el colapso es cada vez más corto.

En el año 2020 más de 82 millones de personas se han visto obligadas a abandonar sus países de origen como consecuencia de la violencia política y armamentística, y de los   desastres ecológicos En España hay más de 30.00 personas solicitantes de asilo a la espera de encontrar una alternativa a la pesadilla que a día de hoy son sus vidas. En esta realidad apocalíptica somos urgidas y urgidos no a la esperanza ingenua, sino a la esperanza comprometida, a estar atentas y atentos a los pequeños signos que en medio de los escombros de esta civilización señalan que hay otras formas de vida y estilos de relación y organización de lo común más allá del individualismo y de la escisión con la naturaleza y su explotación. Personas y colectivos que nos recuerda que es posible tener vidas que merecen la alegría y la esperanza de ser vividas, vidas que inauguran una nueva era, un tiempo emergente que hay que forzar, al modo de Jesús de Nazaret, poniendo en el centro el cuidado, empezando por la humanidad y la creación más vulnerada.

“Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, decid que el verano esta acerca, pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que Él está cerca, a la puerta”. Es tiempo de metanoias profundas desde lo más íntimos y personal a lo más estructural. Es tiempo como dice el papa Francisco de “un cambio de rumbo”. El futuro es ahora, el futuro es hoy.

Pepa Torres Pérez

Fuente Fe Adulta

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Todo es ahora, presente atemporal.

Domingo, 14 de noviembre de 2021
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Patagonia.6Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario

14 noviembre 2021

Mc 13, 24-32

Más o menos afligidos por las circunstancias que nos tocan vivir, los humanos tenemos tendencia a idealizar el pasado -la imagen tradicional en nuestra cultura hablaba del “paraíso original”, del que habríamos sido arrojados por nuestro pecado- y a proyectar la felicidad en el futuro -en un “cielo” o “paraíso” que colmaría definitivamente todos nuestros deseos-.

 Tal lectura habla, prioritariamente, de nuestros deseos y se basa en una lectura secuencial del tiempo. Por ello mismo, presenta dos puntos radicalmente cuestionables: por un lado, parece olvidar que todas las formas se hallan sometidas a la ley de la impermanencia -dicho de otro modo: es imposible hablar de “plenitud” referida a cualquier forma-; por otro, la lectura secuencial del tiempo es una creación mental.

 A partir de esa doble constatación, emerge una nueva luz que ilumina nuestra comprensión. Lo realmente real trasciende las formas y solo existe el presente.

 Las formas evolucionan, cambian, se mueven…, pero sin dejar de ser impermanentes, por lo que se verán siempre sometidas a altibajos (no existe ningún “cielo” o “paraíso” para ellas, donde hallarían descanso).

 Lo que somos, más allá de la forma “personal” en la que nos experimentamos, es plenitud de presencia o presencia consciente, permanente y estable. Carece de sentido esperar un “futuro” perfecto. Lo que seremos ya lo somos. Por lo que se entiende el dicho de un místico, cuyo nombre he olvidado: “Si no estás en el cielo ahora, tampoco estarás en él cuando te mueras”.

 Y ahí se muestra, una vez más, nuestra paradoja: somos, a la vez, vulnerabilidad -en la forma impermanente- y plenitud.

¿Puedo percibir la plenitud que soy y, desde ella, aceptar la vulnerabilidad e impermanencia de mi persona?

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¿Finita la commedia o la vida tiene sentido?

Domingo, 14 de noviembre de 2021
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índiceDel blog de Tomás Muro, La Verdad es Libre:

Domingo XXXIII per annum

  1. Nota previa sobre la apocalíptica / Apocalipsis

         La apocalíptica no es una narración histórica de cómo van a suceder las cosas  al final. La apocalíptica es un género literario que habla como la traca final de fuegos artificiales: saca la caja de los truenos, pero no para amenazarnos, sino para llamar la atención.

La apocalíptica no trata de infundir pánico, ni tampoco es un “parte de guerra” de lo que sucederá al final de los tiempos. El libro de Daniel, el cp. 13 de Marcos del que hemos escuchado un párrafo, son apocalípticos y la apocalíptica es una llamada a la esperanza, característica principal de toda esta literatura.

Estamos terminando el año litúrgico y las lecturas apocalípticas de hoy nos hablan de vivir en profundidad y serenidad cada día.

Lo que se nos dice es que “esto”, esta historia nuestra, termina bienporque terminamos en Dios.

1.- El final del mundo.

         El final del mundo en cuanto cronología y cosmología tiene poco interés humanista y cristiano. Que el fin del mundo acontezca mañana o dentro de un millón de años, no tiene mayor interés. La tierra, el sistema solar, el universo o los universos son finitos y tienden por evolución a un final. Esta es una cuestión científica, astronómica, evolutiva, quizás con influjo de la ecología: cambios climáticos, energía nuclear, etc.

         Toda intromisión de la fe en estas cuestiones no pasa de ser eso, una intromisión probablemente ilegítima.

         Lo decisivo es cómo terminamos nosotros, las personas, si bien también importan “los cielos nuevos y la tierra nueva”.

         En otro lenguaje, de lo que se trata es si la vida, la existencia humana y la historia tienen sentido

2.- ¿Finita la commedia?

         Lo decisivo no es que el mundo termine, sino que quien termina es el ser humano. ¿Cuál será nuestro final? La Opera “Pagliaci-Payasos” de Leoncavallo termina con un terrible e irónico: finita la comedia: la comedia ha terminado. Cuando morimos: ¿finita la commedia?

         El problema no es que la tierra concluya, sino ¿cómo termino yo? ¿Cómo terminamos los seres humanos? Y en ello va implícita la cuestión del sentido de la vida. ¿La vida tiene sentido? No sea que terminemos con aquella greguería un tanto cínica de Groucho Marx: Tras arduos esfuerzos, hemos conseguido llegar a las cotas más altas de la nada.

         Viktor Frankl (prisionero finalmente liberado de Auschwitz) escribía:

El hombre es un ser empeñado en la búsqueda de sentido, del logos, y, ayudar al hombre a encontrar ese sentido, es un deber de la psicoterapia y es el  deber de la logoterapia.[1]

(Hemos de tener en cuenta que, cuando V. Frankl habla de logos (logoterapia), entiende por logos: sentido de la vida).

El pensamiento científico, las ciencias descartan la  cuestión sobre el sentido, probablemente porque la respuesta no entra en sus parámetros y el sentido de la vida no es un asunto científico. Sin embargo la cuestión “está ahí”, en el corazón del ser humano. Aunque no tenga una respuesta científica, la cuestión del sentido de la vida y otras muchas cuestiones de la vida, están siempre presentes en la existencia humana.

El ser humano desea averiguar el porqué y el para qué de cuanto hace y cuanto le rodea, sin que la ciencia pueda hacer que desaparezca ese deseo…

Tal vez la gran cuestión del ser humano es ¿qué sentido tiene la vida?[2]

Decía V. Frank con gracia e ironía que: El médico difiere del veterinario en una sola cosa: en la clientela.[3] Los pacientes acudimos al médico cargados -además de los males físicos-, con la cuestión del sentido de la vida. Decía Jean Paul Sartre que: Todo lo que existe nace sin razón, se prolonga por debilidad, y muere por casualidad”

¿La vida es un juego del destino? La sola formulación de esta cuestión habla ya de la dignidad y de la inteligencia de la persona humana. De su respuesta dependerá todo el planteamiento de la existencia humana, el tono de las opciones morales, del estilo de vida, de la cualidad de las relaciones, de la serenidad en la vida, de la fe, del horizonte transcendente.

3.- ¿Proyectos o sentido?

El sentido de la existencia no son los objetivos y proyectos que podamos tener en la vida, que seguramente serán valiosos, sino que por sentido de la existencia hemos de entender algo muy radical; se trata de si existe algo por lo que merece la pena que yo sigo existiendo, algo a lo que me puedo entregar y por lo que vale la pena vivir.

Sentido de la vida y fin de la vida, designan lo mismo. ¿Esta vida nuestra tiene una finalización llena de sentido? Quien se pregunta o quien se deja interpelar por el sentido de la vida, se está preguntando por la meta de la vida; es decir, se pregunta para qué se vive.

4.- La esperanza: un paso más allá de la ciencia.

Ante el futuro absoluto y ante el sentido de la vida,  la razón se nos queda corta y no hay nada más duro para el ser humano que trabajar y vivir sin esperanza.

El animal puede seguir caminando a oscuras hacia el futuro infranqueable o hacia el abismo. El hombre se resiste a caminar si no presiente una puerta abierta al futuro, (Teilhard de Chardin)

El hombre es un animal que espera: somos esperantes. (Laín Entralgo). El corazón humano es un ser limitado con un ansia ilimitada. Vivir humanamente es esperar.

Es sano vivir en esperanza, porque pertenece a nuestra misma naturaleza esperar. El ser humano espera por naturaleza algo que no está en nuestra naturaleza.

5.- Mis palabras no pasarán.

¿Qué palabras son éstas?

La misma Palabra creadora que “estaba” en el comienzo: “en el principio estaba la Palabra”, atraviesa toda la historia de la humanidad y es la Palabra salvífica que pone punto y final a la historia, a la creación y a la humanidad.

Ante el abismo y caos de la nada, el cristiano confía en el ser.

No es lo mismo saber que esperar. Los conocimientos más valiosos no son los científicos, sino los humanos: el sentido de la vida no es un saber científico, pero sí humano.

No sabemos cómo será el final y las cuestiones finales, pero confiamos en que terminamos en Dios y con Dios.

         Nuestro final es Dios, el tiempo desemboca en la eternidad, el ser humano –la humanidad- termina en Dios.

Cuando ya no sabemos más, confiamos y esperamos en que:

mis palabras no pasarán.

[1] V. Frankl, La voluntad de sentido, Barcelona, Ed Herder, 1988, 10.

[2] J. García Rojo, J. El sentido de la vida, 239.

[3] V. Frankl, El hombre doliente, 23.

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