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El día y la hora nadie lo sabe…

Domingo, 14 de noviembre de 2021
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Oda a la Higuera

Como la higuera joven
de los barrancos eras.
Y cuando yo pasaba
sonabas en la sierra.

Como la higuera joven,
resplandeciente y ciega.

Como la higuera eres.
Como la higuera vieja.
Y paso, y me saludan
silencio y hojas secas.

Como la higuera eres
que el rayo envejeciera.

*

***

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La Higuera

Porque es áspera y fea,
porque todas sus ramas son grises,
yo le tengo piedad a la higuera.

En mi quinta hay cien árboles bellos,
ciruelos redondos,
limoneros rectos
y naranjos de brotes lustrosos.

En las primaveras,
todos ellos se cubren de flores
en torno a la higuera.

Y la pobre parece tan triste
con sus gajos torcidos que nunca
de apretados capullos se viste…

Por eso,
cada vez que yo paso a su lado,
digo, procurando
hacer dulce y alegre mi acento:
«Es la higuera el más bello
de los árboles todos del huerto».

Si ella escucha,
si comprende el idioma en que hablo,
¡qué dulzura tan honda hará nido
en su alma sensible de árbol!

Y tal vez, a la noche,
cuando el viento abanique su copa,
embriagada de gozo le cuente:

¡Hoy a mí me dijeron hermosa!

*

Juana de Ibarbourou

***

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

“En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte.

Aprended de esta parábola de la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta. Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán, aunque el día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre.”

*

Marcos 13, 24-32

***

 

Nos encontramos una vez más teniendo que decidir: debemos escoger si queremos limitar la fe al ámbito del sentimiento y orientar nuestros pensamientos según los de todos, o bien si pretendemos ser cristianos también en el modo de pensar. El juicio es el último acto de Dios, y lo lleva a cabo aiquel que sigue siendo durante toda la historia el «signo de contradicción», el momento de la decisión tanto para el individuo como para los pueblos. ¿Cómo se lleva a cabo este juicio? En un primer momento, podemos suponer que el objeto del juicio deben ser las acciones y las omisiones del hombre. Veremos, en cambio, que todo está fundido en una sola entidad: el amor. Pero ¿cómo ha sido fijado y se aplica el criterio del amor? Aquí es donde se manifiesta el carácter extraordinario del anuncio cristiano del juicio: el criterio según el cual seremos juzgados es nuestra actitud respecto a Cristo. El bien definitivo es él, Cristo, y obrar bien significa amar a Cristo. En definitiva, «la verdad» o «el bien» no son ideas o valores abstractos, sino alguien, Jesucristo. Toda buena acción va hacia Cristo y es un bien para él, así como toda acción mala, sea cual sea su finalidad, es en el fondo un ataque contra él. La más real de todas las realidades es alguien: el Hijo de Dios hecho hombre. Y nosotros conocemos la tarea que se nos impone al hacernos cristianos: ver a Cristo en su universalidad, conservar en nuestro corazón su imagen con toda su potencia, para que pueda atravesar los confines del mundo, de la historia y de la obra humana.

*

Romano Guardini,
Le cose ultime,
Milán 1997, pp. 92-96, passim.

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Íntimo

Jueves, 10 de diciembre de 2020
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En el hombre actúan múltiples fuerzas: conociéndolas, puede abarcar todas las cosas que hay a su alrededor -estrellas y montañas, mares y ríos, plantas y animales, y toda la humanidad que está cerca de él, y de este modo puede enriquecer su mundo interior. Puede amarlas, puede odiarlas y rechazarlas; puede ponerse contra ellas o bien tender a ellas y atraerlas hacia sí.

Puede actuar sobre el mundo que le rodea y modificarlo según su propia voluntad. Un variado fluctuar de alegría y de codicia, de aflicción y de amor, de calma y de excitación acompaña el ritmo del corazón.

Sin embargo, su fuerza más noble es ésta: reconocer que hay algo más elevado por encima de él, venerar este algo más elevado e insertarse en él. El hombre puede conocer a Dios por encima de él, puede adorarle y puede ofrecerse a sí mismo «a fin de que Dios sea glorificado». Ésta es la ofrenda: que la sublimidad de Dios brille en el espíritu; que el hombre adore esta sublimidad; que no se detenga de una manera egoísta en sus propias posesiones, sino que las trascienda, que se comprometa a sí mismo a fin de que sea glorificado el excelso Dios. La fuerza más profunda del alma es su capacidad de ofrenda. Es en lo íntimo del hombre donde tienen su sede la calma y la limpidez de donde sube la ofrenda a Dios (Romano Guardini).

*

Romano Guardini

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La humildad

Lunes, 28 de septiembre de 2020
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(Koldo Chamorro, Christo ibérico)

No es fácil hablar de la humildad; para poder hacerlo, es preciso penetrar a través de un muro de incomprensión y de resistencia -por doquier y en todos los tiempos, también en el nuestro-. Nietzsche se erigió en portavoz del pensamiento de muchos cuando atacó con auténtico furor la humildad, en la que él veía la esencia del cristianismo: en su opinión, era la actitud de los débiles, de los fracasados, de los esclavos, que habían convertido su mezquindad en virtud.

Pero ¿qué es en realidad la humildad? Se trata de una virtud que forma parte de la fortaleza. Sólo quien es fuerte puede ser realmente humilde. Su fuerza no se pliega a la constricción, sino que se inclina libremente para servir a quien es más débil, a quien es inferior. Por lo demás, la humildad no puede tener su origen en el hombre, sino en Dios. Dios es el primer humilde.

Dios es tan grande, tan fuera de toda posibilidad de que cualquier poder pueda constreñirle, que puede «permitirse» -si se me permite hablar de este modo- ser humilde. La grandeza le es esencial; por consiguiente, sólo él puede arriesgarse a rebajar esta grandeza suya hasta la humildad.

*

Romano. Guardini,
El mensaje de San Juan,
Brescia 1984, pp. 24ss

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“Catolicismo no cristiano”, por José Ignacio González Faus.

Jueves, 27 de diciembre de 2018
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BD3FE926-2E69-442F-8A02-DE0277C5F693De su blog Miradas cristianas:

La frase puede parecer dura, pero no es mía. Hacia 1933, Fernando de los Ríos (uno de los pioneros de la Institución libre de Enseñanza) escribió: “¡pobre catolicismo español que no ha llegado nunca a ser cristiano!”. Quítese la dosis de exageración que pueda tener. Pero hoy prefiero fijarme en la dosis de verdad que tiene.

Pocos después, Romano Guardini publicó una de sus obras más famosas (La esencia del cristianismo). En ella venía a decir que la esencia del cristianismo es sencillamente Jesús como el Cristo. Y lo que ahora quisiera destacar es que hay algunas formas de catolicismo conservador donde Jesús está prácticamente ausente y parece sustituido por otros pseudocristos.

Confesar a Jesús como el Ungido, el empapado de Dios (eso significa Cristo) implica seguirle en su anuncio y en su trabajo por lo que él llamaba “reinado de Dios”. Ese reinado de Dios (consecuencia del anuncio jesuánico de que Dios es padre de todos) significa que el ser humano está por encima de todo lo sagrado (Mc 2,27-29), que los condenados de la tierra son los preferidos de Dios (Lc 6,20-26), que lo que se les hace a ellos se le hace a Dios (Mt 25, 31ss), que el seguidor de Jesús debe perdonar y amar a los enemigos (Mt 5, 43-38) y que hay una incompatibilidad radical entre Dios y el dinero (Mc 10, 17ss)…

El catolicismo no cristiano olvida (o desconoce) esos rasgos del anuncio jesuánico. Al olvidarlos no sigue en realidad a Jesús como Cristo de Dios y lo sustituye por otros “pseudocristos”, que apelarán quizás a la palabra Cristo, pero dándole un rostro distinto al de Jesús. Los ejemplos más frecuentes son.

1.- Una cristificación del obispo de Roma. En el siglo XIX se llegó a escribir que el papa es como “el Verbo encarnado que se prolonga” y se le atribuyeron expresiones que la tradición cristiana aplicaba a Jesucristo (“más alto que los cielos, santo y separado de los pecadores…”). El título de “Santo Padre” que aún usamos tranquilamente es un vestigio de eso. Y hoy estos grupos acusan a Francisco de “desacralizar el papado”, ignorando que la herejía está en haber sacralizado ellos al papado.

2.- Una piedad mariana que no parece dirigida a la sencilla muchacha de Nazaret, sino a una figura semidivina, o a una diosa griega coronada como Reina y vestida con unas joyas que María nunca llevó. De manera vaga se la envuelve en un nimbo de pureza etérea que ha cuajado en la expresión “ave María purísima” que no molesta nada. Pero si les pidieran sustituirla por un “ave María pobrísima” se negarían a ello, ignorando que de esa pobreza brota la pureza de María.

3.- Una devoción a la eucaristía convertida en una especie de “Dios hecho cosa, desligada de la Cena de despedida de Jesús y de sus gestos de partir el pan (símbolo de la necesidad) y pasar la copa (símbolo de la alegría). Así cosificado, Dios puede ser adorado tranquilamente y podemos ir a comulgar casi al margen de toda la celebración eucarística, sólo para “recibir gracia”, pero sin que esa gracia nos lleve a nosotros a compartir la necesidad y a comunicar la alegría.

4.- Un último rasgo de ese catolicismo no cristiano puede ser una forma de relación “contractual” con Dios que nos permite convertirlo en propiedad nuestra con sólo que cumplamos nuestra parte del contrato. Exactamente la relación con Dios que Jesús criticó como “fariseísmo”: teniendo a Dios como propiedad privada nuestra, somos los mejores y podemos sentirnos superiores a los demás. Es lo de aquel viejo chiste (puesto en labios de una pobre viejita, pero que está en bastantes corazones no tan viejos): “el papa puede cambiar lo que quiera, que al final nos salvaremos los de siempre”.

Y “nos salvaremos” porque este tipo de catolicismo ha sustituido la confianza, que es lo más característico de la fe, por la seguridad que nos libera de la entrega confiada. Por eso suelo decir que el mayor enemigo de la fe verdadera no es propiamente la incredulidad sino la tentación de la seguridad.

Realmente, poco cristiano es ese panorama, aunque se presente como “muy católico”: su rasgo más distintivo no es la confianza en Jesús, sino el miedo a Jesús y a su anuncio de ese “reinado de Dios” que, por así decir, horizontaliza todas las verticalidades pseudoreligiosas: y lo hace, no sustituyendo la vertical por la horizontal (cosa en la que nunca pensó Jesús), pero sí sustentando la horizontal en la vertical.

En este sentido, lo típico del cristianismo frente a otras cosmovisiones, religiosas o increyentes, es la síntesis, imposible quizá pero a la que hay que tender, entre la máxima afirmación de la Trascendencia y la más plena afirmación de la inmanencia: la entrega completa al más-allá y la plena dedicación al más-acá. Porque, por incomprensible que parezca, Dios es el infinitamente lejano, el increíblemente cercano y el profundamente íntimo.

Ojalá pues que, cuando Azaña dijo aquello de “España ha dejado de ser católica”, hubiera querido decir que España está empezando a poder ser cristiana…

Espiritualidad, Iglesia Católica , , , , ,

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