En aquel tiempo, los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: “Yo soy el pan bajado del cielo”, y decían: “No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?” Jesús tomó la palabra y les dijo…: Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan de vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo(Juan 6,41-51).
Banquete de Jesús, sermón del pan de vida
Estas palabras que culminan en “el pan que yo os daré es mi carne para vida del mundo” forman parte del “sermón eucarístico” de Juan, que abarca todo el capítulo 6 de su evangelio, ofreciendo una relectura cristiana de la Pascua judía (cf. Jn 6, 4), mirada desde la perspectiva de la multiplicación de los panes (Jn 6, 5-15; cf. Mc 6, 35-44; 8, 1-8 y par) y de la Última Cena (Mc 14, 22-25 par.), con una interpretación personal (carnal y espiritual) del alimento, entendido en forma de comunión personal: ¡Nos alimentamos y vivimos los unos de los otros, en un plano de afecto y de comida “canal”, alimentándonos de Dios al alimentarnos unos de los otros”.
Éste es un argumento que Jesús dice y repite, en formas convergentes a lo largo de Jn 6, en una espiral de círculos cada vez más rápidos, que terminan mostrando la unión de los creyentes con Jesús, en forma de alimento carnal (afectivo y efectivo, comunitario, social y económico). Es lógico que, al terminar este discurso, los “judíos” normales le abandonen, e incluso muchos de sus discípulos no acaban de entenderlo, pues les parece por un lado un sermón gnóstico (espiritualista) y por otro una invitación antropofágica: ¿Cómo puede comerse así la carne de un hombre, como Jesús dice y repite? Para responder a esa pregunta debemos leer este mensaje con cuidado.
El principio es Yo soy el pan vivo (=el pan de la vida), una frase en la que Jesús emplea el “yo divino”, imitando las palabras de Ex 3, 14 Soy el que Soy,(, ‘ehyeh asher ‘ehyeh, es decir, Yahvé. Pero Jesús no dice “Soy el que soy” en absoluto, sino yo soy el pan (ho artos), es decir, el alimento (en hebreo: lejem), aquello que hace vivir, añadiendo ho dsôn, es decir, el pan que está vivo (en hebreo, hayyim), como el mismo Dios que es Hay, Hayyim, Viviente, la Vida.
Ciertamente, el pan empieza siendo alimento biológico y signo de riqueza material (de poder social), y por eso Jesús puso como primer mandato “dar de comer al hambriento” (Mt 25, 31-46), pero, cuando el Diablo quiso arreglar todos los problemas del mundo a través del pan de la economía material comprada y vendida, Jesús le respondió “no sólo de ese pan vive el hombre, sino de toda palabra que viene de Dios” (Mt 4, 4), para que los hombres la compartan. Hay pues un pan externo que puede volverse puro dinero, para dominio de unos sobre otros. Pero hay sobre todo un par de vida compartida, en gratuidad, pan de afecto, de comunión vital, de comunicación de vida[1].
Desde esta perspectiva podemos y debemos afirmar que la vida de un hombre (ser humano: hombre o mujer) es otro ser humano, y que el único pan que le sacia es también otro ser humano, en forma de vinculación familiar (padre o hijo, hija o madre, hermano/hermana) o en forma de solidaridad social. Hay Eucaristía (somos Eucaristía) allí donde nos damos y acogemos mutuamente, de manera que somos (vivimos) competiendo vida.
Tres panes
En el plano material (simplemente biológico) las realidades se agotan y mueren, en un círculo de muerte, esto es, de constante generación y corrupción (ley de Lavoisier).
Pero en un plano de humanidad verdadera, cada hombre que entrega y comparte su vida con otro es principio de vida eterna, es “pan vivo, bajado del cielo”. En esa línea, cada hombre o mujer es “Dios” (revelación de Dios, pan de vida eterna) para otros. Por vivir en ese plano, por entregarse y compartir la vida de esa forma, los hombres y mujeres “no mueren”, viven para siempre. Dese ese fondo podemos distinguir en la Biblia tres panes:
‒ Pan primero, pan de creación. Según Gen 1-2, en el principio de la creación se hallaba el pan de la gracia que Dios quiso dar a los hombres y mujeres en el paraíso para que lo compartieran (Adán y Eva). Pero el pecado invirtió ese significado, haciendo que a partir de entonces el pan fuera signo de sudores y divisiones, de enfrentamiento y lucha de unos contra otros (cf. Gen 3, 19; 4, 1 l6). Éste es el pan que se disputan en combate a muerte Caín y Abel, los dos hermanos, el pan del Diablo, conforme al simbolismo de la primera tentación (Mt 4, 1-4).
‒ Pan del camino. Pero la historia siguió abierta y los hebreos, buscadores de libertad, descubrieron nuevamente un pan (maná), regalado, trabajado, compartido, mientras peregrinaban a la tierra de sus esperanzas (cf. libros del Éxodo y Números). Ciertamente, ellos empiezan así compartiendo, pero cuando luego conquistan y dominan la tierra de Canán dejan de hacerlo, no quieren ser ya pan (alimento de gracia) unos de otros, de manera que pierden el maná y no logran (no quieren) vivir ya en comunión de humanidad, de trabajo y esperanza compartida. Por eso, en su oración mesiánica, Jesús nos dice que pidamos: «El pan nuestro de cada día dánosle hoy… (Mt 6,11)». Éste es el pan que, siendo nuestro (compartido), viene a presentarse al mismo tiempo como don de Dios.
‒ El pan de Jesús, vida eterna. En ese fondo puede ya entenderse mejor nuestro pasaje. Jesús ha ido ofreciendo a los hombres y mujeres un camino de vida que se expresa en la comunión del pan y culmina en la comunicación de vida. Ciertamente, él quiere que los hombres repartan el pan de su fatiga, su esperanza y su cansancio (sus bienes materiales, su comida). Pero, al mismo tiempo, en un nivel más hondo, él les ofrece un camino de palabra y oración compartida, de tal forma que cada uno de ellos sea “pan viviente” (signo y presencia de Dios) para los otros. Por eso, lo que Jesús dice, lo que él hace va creando una comunión de humanidad divina.
Comunión de carne: Humanidad “carnal” (afectiva), comunicación integral
Necesario es un tipo de pan material (de trigo o maíz, de arroz u otra simiente) que los hombres han de compartir, es necesaria la justicia a fin de que ellos vivan sin matarse. Avanzando en esa línea, es necesaria también la eucaristía de los alimentos concretos, que hombres y mujeres comparten en solidaridad de vida.
Finalmente es necesario el pan de “la misma carne y sangre humana”, la vida que se da y recibe de un modo gratuito, como dice Jesús en un lenguaje provocador, que supera todo posible idealismo o platonismo. Sólo allí donde “la palabra se hace carne” (Jn 1, 14) puede haber verdadera eucaristía, solidaridad humana, “pan bajado del Cielo”, es decir, Dios que es comunión y vida compartida.
El pan de Jesús es su “carne”, es decir, la palabra hache carne (Jn 1, 1.14). Juan retoma así el motivo principal del comienzo del evangelio, donde se va de “Dios es Palabra y la Palabra es Dios” la palabra se hizo “carne”. Lo mismo aquí: La eucaristía de la Palabra personal se expresa como “eucaristía de la carne” de Jesús. Éste es un “paso” necesario, en el que se pueden destacar tres palabras/símbolos de hondo simbolismo:
– La eucaristía de la palabra/logos. Se trata de compartir la palabra, en una línea que podemos llamar mas “protestante”, centrada en la “celebración de la Palabra”. Que Jesús se haga (=sea) la palabra de nuestra palabra, en línea de meditación, de interiorización, de transformación del pensamiento.
La eucaristía del cuerpo-sôma, tal como aparece en los sinópticos: Esto es mi “sôma”. Tomad y comed, es mi sôma. Por medio del “pan” (que es comida-palabra) nos hacemos “un cuerpo”, comunicación mutua. Jesús como “cuerpo”, la iglesia como “cuerpo”, en el que somos en Cristo comunión unos con otros.
– La eucaristía de la carne-sarx y de la sangre-haima, que es la vida… Implica regalar y compartir la carne, esto es, la carne frágil, la sangre de la vida, no en en plano puramente biológico, sino en plano “vital”, tal como en el evangelio de Juan aparece sobre todo en la imagen de la “vid” (de la viña y los sarmientos, que comparten la misma sangre de vida”.
Sólo unos hombres son alimento de otros hombres. Comida, alimento de carne
Ciertamente, los hombres y mujeres comen pan externo y se alimentan mientras siguen en el mundo de alimentos materiales, de plantas y animales. Pero sólo les sacia una comida humana, el cuerpo/carne y la sangre (la carne) de otros seres personales, como supo Jesús cuando decía, el día de la Cena: Comed: esta es mi Carne.
Sólo un humano puede saciar a otro humano, como sabe todo enamorado. La vida se vuelve así amor, cuerpo mesiánico centrado y culminado en Cristo. Entendida así, la comunión de “carne” de Jesús (carne de madre, de amor enamorado, de amigo…) nos sitúa ante la verdadera eucaristía, entendida en sentido carnal, esto es, de vida humana concreta, que nace, que sufre, que ama y que muere. La eucaristía es la revelación de la identidad y riqueza divina, pero en línea de carne.
En los sinópticos, conforme a las palabras de la institución, Jesús dice: Esto es mi Cuerpo (sôma), en el sentido de corporalidad. El evangelio de Juan interpreta ese signo desde la perspectiva de la carne concreta, material de fragilidad enamorada (sarx). El simbolismo del cuerpo se podría “espiritualizar”, desencarnar, en sentido de comunión impersonal de grupo. La carne no. La carne no, porque es humanidad concreta, en el sentido de fragilidad, entrega de la vida… En ese sentido, la eucaristía ha de entenderse desde la formulación radical de Jn 1, 14, que no es “el Verbo se hizo cuerpo”, sino el Verbo “se hizo carne”. En esa línea, cuando Jesús pide a los suyos que coman su carne y beban su sangre, les ofrece y pide algo inaudito, pero que forma parte de su identidad divina humana.
Por una parte, Jesús revela a los hombres su inmersión en el misterio trinitario, que es vida regalada y compartida: cada persona existe en la medida en que recibe y regala lo que tiene, en gesto de comida (donación, comunicación) eterna. Por otra parte, el evangelio de Juan nos sitúa así ante el misterio y tarea de la carnalidad de Dios en forma humana, en la línea de la “sarx”, no entendida como carne inútil, que no aprovecha para nada (Jn 6,63), sino en el sentido de carne que es el don personal de la vida…
No como el mana que comieron vuestros padres murieron… Por dos veces se repite esta afirmación:
– 6, 49. 58: Vuestros padres comieron el maná y murieron. Éste es un tema clave de la tradición del Pentateuco, desde el Éxodo al Deuteronomio. El pan del pan es fundamental, pero termina dejando a los hombres en la muerte (en la disputa de la muerte). Incluso Moisés murió y fue enterrado. Éste es un tema que ha sido retomado por la carta a los Hebreos.
– 6, 51.58: El que coma de este pan que es mi “carne” vivirá para siempre. En un sentido “vive ya”, vive una vida que no es muerte, en otro sentido pleno “resucita”: Yo (Jesús) le hago vivir; Yo (Jesús) le resucito… Ésta es una vida que culmina en la vida de Dios (en la vida que es Dios).
[1] Ésta es la base del discurso de Jesús cuando dice “yo soy el pan viviente”, presentándose de esa manea como Vida que él ofrece (=ofreciéndose a sí mismo) de manera generosa, para que todos la compartan. Otros muchos han dicho y siguen diciendo palabras como éstas, pero los cristianos creemos (con el evangelio de Juan) que Jesús las ha dicho plenamente, dándoles su pleno contenido, cuando añade: Soy el pan bajado del Cielo (ouvranou, ouranou), es decir, del mismo Dios, porque en aquel contexto ouranos (y shamayim) significa simplemente Dios (pues los judíos evitaban pronunciar su nombre, por un tipo de reverencia misteriosa).
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