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No os quedéis plantados mirando al cielo, pero mirad al cielo

Domingo, 16 de mayo de 2021
bonnenouvelle-1Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
  1. Algunas notas exegéticas

Hemos escuchado dos relatos de la Ascensión del Señor: uno de San Lucas (Hechos) y otro de san Marcos.

La Ascensión en los Hechos (Lucas) acontece a los 40 días de la resurrección. Lucas “juega” con el número cuarenta y su simbolismo de plenitud: 40 años significaba toda la vida. El número cuarenta aparece más de cien veces en la Biblia: el diluvio duró cuarenta días y cuarenta noches; 40 años de desierto hacia la libertad, El profeta Elías estuvo 40 días en el monte Horeb, 40 días de desierto de Jesús en las tentaciones, etc.

En el evangelio de Marcos la Ascensión sucede el mismo día de Pascua.

Hemos de pensar que los relatos de la Ascensión no son la descripción de un viaje espacial por rumbos siderales. Estos relatos no son la filmación de un hecho, sino una interpretación de la fe de las primeras comunidades cristianas. No son relatos fotografiados para “Informe semanal”. Podemos creer en la Ascensión sin necesidad de tener por ciertos -palabra por palabra- todos los relatos neotestamentarios.

         Estos relatos, como tantos otros, están elaborados con un mundo de símbolos: la montaña es el lugar más cercano a Dios, Jesús está en Dios. La nube en la Biblia (Éxodo) es el símbolo de la protección de Dios. “Más allá” de la nube está Dios, que es donde termina Jesús. Los cuarenta días lucanos son la alusión a la peregrinación del pueblo de Israel por el desierto. A Jesús, como a todos, ascender a Dios le costó toda la vida.

         En el fondo esta fiesta es la fe en que Jesús terminó en Dios Padre. En el mundo bíblico el cielo es el “lugar” de Dios. Jesús terminó en Dios

         El que viene de Dios, vuelve a Dios. Y esto es válido también para nosotros, hermanos de Cristo: Dios no quiere que se pierda ni uno solo de los seres humanos.

  1. el cielo no es un lugar, es una situación personal.

         Del cielo no hablamos ya ni los curas. Pero nos hace falta saber del cielo, no para describirlo, pues no sabemos nada de qué y cómo sea el cielo, sino para esperar en él. El lugar del ser humano es Dios. Y nos hace falta mirar al cielo, a Dios, porque es el sentido de nuestra vida, la meta de nuestra esperanza.

         La Resurrección, la Ascensión, Pentecostés son acontecimientos no visibles históricamente. (De hecho, hasta el siglo IV las comunidades cristianas celebraron en el mismo día la Resurrección y la Ascensión).

         El cielo aparece con frecuencia en la Biblia como el “lugar” de Dios.

  • o En el nacimiento de Jesús se entonó: gloria a Dios en el cielo y en la tierra, paz.
  • o Cuando Jesús comienza su actividad pública en el río Jordán desciende una voz del cielo: este es mi Hijo.
  • o En la Transfiguración se anticipa la resurrección en el ámbito del cielo.
  • o Poco antes de su muerte, Jesús sabía que había que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, al cielo.
  • o En la Ascensión Jesús termina en Dios.

No sabemos cómo será el cielo, pero no será “un lugar”, una especie de “vacaciones en un hotel de lujo”. Apacigüemos nuestra curiosidad y confiemos en que esta historia nuestra personal y comunitaria tendrán una finalización en el ser, en Dios.

  1. La Ascensión es una fiesta de esperanza. ¿El cielo puede esperar?

         Una pregunta constante en la historia de humanidad es ¿Qué podemos esperar? ¿Hay algo que esperar? Los cristianos, como todo el mundo, tenemos el peligro de vivir en “tiempo muerto”, o simplemente de instalarnos en este pequeño oasis que es la vida y se está bastante bien, salvo en determinados momentos de guerras y pandemias o de crisis personales.

Ser persona humana, ser cristiano es ser esperante, vivir esperanzadamente. Vivimos como si este tiempo fuese todo. Pero esta historia se acaba, o mejor se prolonga definitivamente en la Ascensión La Ascensión nos indica la meta de nuestra esperanza, el futuro.

La afirmación de la Ascensión es muy potente y esperanzadora, aunque está dicha muy sencillamente, casi de un modo infantil: Jesús subió al cielo y se sentó junto a Dios.

         La tierra termina en el cielo, el tiempo en la eternidad, el hombre termina en Dios.

Para vivir el presente sensatamente en toda su complejidad de dimensiones -positivas y negativas- hay que intuir el futuro, el futuro absoluto. ¡Ay del que piensa que su patria es donde ha nacido! Nuestra meta, nuestra patria está en el cielo: hacia ti morada santa…

         El futuro no llega como punto final de nuestra vida o de la historia. El futuro se hace presente en nuestro hoy y la esperanza posibilita vivir el presente con sentido y algún gozo. El futuro que aguardamos: como personas, como pueblos, ideologías, como Iglesia, ese futuro está influyendo y configurando nuestro presente

         Decía el médico humanista, Pedro Laín Entralgo, que el ser humano espera por naturaleza algo que no está en nuestra naturaleza. No es pensable una existencia sana sin esperanza. Posiblemente el ser humano es aquello que espera.

         Del mismo modo que no es pensable un ser humano sin inteligencia, sin corporeidad, sin libertad, tampoco es pensable un ser humano sin esperanza. El hombre es ser esperante.

         La meta de nuestra esperanza es la Ascensión.

         La vida humana dura lo que dura. Dice el salmo 89:

10Aunque uno viva setenta años, y el más robusto hasta ochenta,

la mayor parte son fatiga inútil, porque pasan aprisa y vuelan.

         Pero el cielo, la esperanza, el horizonte están ya presentes en nuestro hoy dando sentido. El futuro soñado y esperado es la alegría del presente.

         En momentos y situaciones de sufrimiento y desesperanzas, miremos al cielo. Nuestro horizonte está “allí”. El cielo no puede esperar.

  1. Ascensión, cielo y pandemia.

         La pandemia que estamos atravesando -o que nos está atravesando- está sacando a la luz el “bajonazo cultural y religioso” en el que nos encontramos. Es triste que los políticos, medios de comunicación y la misma ciudadanía  reduzcan la esperanza de la “desescalada” a si podemos salir de la propia población, si hemos de volver a casa a las 10 de la noche, o a cuál sea horario de los bares y restaurantes, es algo bastante penoso. ¿Eso es todo lo que el ser humano cree, vive y hace cuando está en situación sana?

         Mayor calado tiene la vacunación y la medicina, que serán una gran solución para salir de esta situación de enfermedad. Pero tampoco la ciencia es la solución al problema de la vida. La ciencia no responde a las grandes cuestiones de la existencia.

         Pandemia viene del griego: pan (todo) y demia-demos (pueblo). La pandemia es algo común que afecta a todo el pueblo. Y a todos nos afecta la “gran pandemia” que es la muerte. ¿Qué podemos esperar? ¿Qué nos cabe esperar?

         El horizonte de nuestra esperanza es la Ascensión, el cielo. En este sentido el cielo no puede esperar: es bueno que esté en el centro de nuestra vida como esperanza absoluta, que da sentido a la vida y a las esperanzas intermedias.

La fe no tiene ni la arrogancia ni la supuesta seguridad de las ciencias, de la política, de la economía. Como creyentes vivimos la confianza de la debilidad de la fe.

(Llama la atención que los eclesiásticos en plena pandemia no digan una palabra de esperanza, de salud-salvación; simplemente callan)

  1. Misión: Id por todo el mundo y no os quedéis plantados mirando al cielo.

         Los discípulos se pusieron a enseñar el evangelio por todas partes.

         El “id por todo el mundo” no es solamente una cuestión geográfica, sino ideológica: id por todas las culturas, por el diálogo ciencia y fe, fe y situaciones políticas, por la crisis económica, por la pandemia.

Evangelizar no es arrasar con todo lo que hay en otros pueblos, culturas y momentos. Tampoco evangelizar es adoctrinar, sino transmitir confianza en la vida, en el ser humano y en Dios

         La misión, la evangelización no es montar una agencia de servicios religiosos, sino que la misión implica una dinámica de desinstalación, de agilidad mental y cristiana.

         Una iglesia replegada, atrincherada sobre sí misma, es una iglesia asustada que sigue viviendo encerrada en el cenáculo. Jesús ha sacado a los suyos del Templo, de los cenáculos y de los sistemas eclesiásticos: Id por todo el mundo

  1. Para ascender, hay que descender.

La Ascensión a los cielos pasa por el descenso a los infiernos. Jesús, el que no era ni tenía pecado, descendió en el río Jordán a lo más profundo del mal, de las desgracias y tristezas humanas.

Jesús fue elevado a la cruz con toda esa massa damnata (masa-humanidad condenada), toda la humanidad caída fue asumida por JesuCristo en la cruz, y de la cruz al cielo. Mirarán al que transpasaron.

Nuestra Ascensión pasa por el descenso a los bajos fondos (infiernos) de los empobrecidos, deprimidos, pisoteados, drogadictos, de las mujeres vejadas, maltratadas, de todos los marginados; también hemos de descender a nuestros propios hundimientos.

También resuena para nosotros:

No os quedéis plantados, mirando al cielo, pero mirad al cielo.

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