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Archivo para Domingo, 1 de abril de 2018

Cristo ha resucitado. Verdaderamente ha resucitado. ¡Exultemos de Alegría en esta mañana de Pascua!

Domingo, 1 de abril de 2018
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Del blog de la Communion Béthanie:

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Con María Magdalena, Simón Pedro y Juan

Corramos, corramos para anunciar y para testimoniar el amor sin límite de Dios para todos los hombres

Con Cristo resucitamos a una vida nueva. Nos libera definitivamente del mal. Nos reúne allí dónde estamos.

Vida que renace cada mañana,

Vida renovada si confiamos en la palabra de los discípulos del Cristo que vieron sólo una tumba vacía,,

Vida renovada si dejamos a Cristo rodar cada mañana la piedra de nuestras tumbas para que brote en nosotros la esperanza del que nos abre el camino, el que nos envía hacia los demás..

Vida renovada que nos lleva a seguir a Cristo siendo los testigos de su resurrección.

Vida renovada que nos hace próximos y atentos a aquéllos que sufren abrumados por la desesperación, la enfermedad, la muerte.

Dejemosnos habitar por esta alegría pascual que nos iluminará hasta el día de Pentecostes donde llenos del Espíritu Santo, fuerza y alegría nos serán todavía renovadas para caminar humildemente con nuestro Dios, él que nos asegura su presencia todos los días de nuestra vida hasta el final de los tiempos.

¡Feliz Fiesta de Pascua!

*

Anne-Marie,
Sœur de la Communion Béthanie

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En el fluir confuso de los acontecimientos hemos descubierto un centro, hemos descubierto un punto de apoyo: ¡Cristo ha resucitado!

Existe una sola verdad: ¡Cristo ha resucitado! Existe una sola verdad dirigida a todos: ¡Cristo ha resucitado!

Si el Dios-Hombre no hubiera resucitado, entonces todo el mundo se habría vuelto completamente absurdo y Pilato hubiera tenido razón cuando preguntó con desdén: «¿Qué es la verdad?». Si el Dios-Hombre no hubiera resucitado, todas las cosas más preciosas se habrían vuelto indefectiblemente cenizas, la belleza se habría marchitado de manera irrevocable. Si el Dios-Hombre no hubiera resucitado, el puente entre la tierra y el cielo se habría hundido para siempre. Y nosotros habríamos perdido la una y el otro, porque no habríamos conocido el cielo, ni habríamos podido defendernos de la aniquilación de la tierra. Pero ha resucitado aquel ante el que somos eternamente culpables, y Pilato y Caifas se han visto cubiertos de infamia.

Un estremecimiento de júbilo desconcierta a la criatura, que exulta de pura alegría porque Cristo ha resucitado y llama junto a él a su Esposa: «¡Levántate, amiga mía, hermosa mía, y ven!».

Llega a su cumplimiento el gran misterio de la salvación. Crece la semilla de la vida y renueva de manera misteriosa el corazón de la criatura. La Esposa y el Espíritu dicen al Cordero: «¡Ven!». La Esposa, gloriosa y esplendente de su belleza primordial, encontrará al Cordero.

*

P. Florenskij,
cuore cherubico,
Cásale Monferrato 1999, pp. 172-174, passim).

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“Misterio de Esperanza”. Domingo de Resurrección – B (Juan 20,1-9)

Domingo, 1 de abril de 2018
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821285Creer en el Resucitado es resistirnos a aceptar que nuestra vida es solo un pequeño paréntesis entre dos inmensos vacíos. Apoyándonos en Jesús resucitado por Dios intuimos, deseamos y creemos que Dios está conduciendo hacia su verdadera plenitud el anhelo de vida, de justicia y de paz que se encierra en el corazón de la humanidad y en la creación entera.

Creer en el Resucitado es rebelarnos con todas nuestras fuerzas a que esa inmensa mayoría de hombres, mujeres y niños que solo han conocido en esta vida miseria, humillación y sufrimiento queden olvidados para siempre.

Creer en el Resucitado es confiar en una vida donde ya no habrá pobreza ni dolor, nadie estará triste, nadie tendrá que llorar. Por fin podremos ver a los que vienen en pateras llegar a su verdadera patria.

Creer en el Resucitado es acercarnos con esperanza a tantas personas sin salud, enfermos crónicos, discapacitados físicos y psíquicos, personas hundidas en la depresión, cansadas de vivir y de luchar. Un día conocerán lo que es vivir con paz y salud total. Escucharán las palabras del Padre: «Entra para siempre en el gozo de tu Señor».

Creer en el Resucitado es no resignarnos a que Dios sea para siempre un «Dios oculto» del que no podamos conocer su mirada, su ternura y sus abrazos. Lo encontraremos encarnado para siempre gloriosamente en Jesús.

Creer en el Resucitado es confiar en que nuestros esfuerzos por un mundo más humano y dichoso no se perderán en el vacío. Un día feliz, los últimos serán los primeros y las prostitutas nos precederán en el reino.

Creer en el Resucitado es saber que todo lo que aquí ha quedado a medias, lo que no ha podido ser, lo que hemos estropeado con nuestra torpeza o nuestro pecado, todo alcanzará en Dios su plenitud. Nada se perderá de lo que hemos vivido con amor o a lo que hemos renunciado por amor.

Creer en el Resucitado es esperar que las horas alegres y las experiencias amargas, las «huellas» que hemos dejado en las personas y en las cosas, lo que hemos construido o hemos disfrutado generosamente, quedará transfigurado. Ya no conoceremos la amistad que termina, la fiesta que se acaba ni la despedida que entristece. Dios será todo en todos.

Creer en el Resucitado es creer que un día escucharemos estas increíbles palabras que el libro del Apocalipsis pone en boca de Dios: «Yo soy el origen y el final de todo. Al que tenga sed yo le daré gratis del manantial del agua de la vida. Ya no habrá muerte ni habrá llanto, no habrá gritos ni fatigas, porque todo eso habrá pasado».

José Antonio Pagola

Audición del comentario

Marina Ibarlucea

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“Él había de resucitar de entre los muertos”. Domingo 5 de abril de 2015. Domingo de Pascua

Domingo, 1 de abril de 2018
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27-pascuaB1 cerezoLeído en Koinonia:

Hechos de los apóstoles 10,34a.37-43: Hemos comido y bebido con él después de su resurrección:
Salmo responsorial: 117. Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.
Colosenses 3,1-4: Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo.
O bien: 1Corintios 5,6b-8: Quitad la levadura vieja para ser una masa nueva.
Juan 20,1-9: Él había de resucitar de entre los muertos.

A) Primer comentario

Para este domingo de Pascua nos ofrece la liturgia como primera lectura uno de los discursos de Pedro una vez transformado por la fuerza de Pentecostés: aquél que pronunció en casa del centurión Cornelio, a propósito del consumo de alimentos puros e impuros, lo que estaba en íntima relación con el tema del anuncio del Evangelio a los no judíos y de su ingreso a la naciente comunidad cristiana. El discurso de Pedro es un resumen de la proclamación típica del Evangelio que contiene los elementos esenciales de la historia de la salvación y de las promesas de Dios cumplidas en Jesús. Pedro y los demás apóstoles predican la muerte de Jesús a manos de los judíos, pero también su resurrección por obra del Padre, porque “Dios estaba con él”. De modo que la muerte y resurrección de Jesús son la vía de acceso de todos los hombres y mujeres, judíos y no judíos, a la gran familia surgida de la fe en su persona como Hijo y Enviado de Dios, y como Salvador universal; una familia donde no hay exclusiones de ningún tipo. Ese es uno de los principales signos de la resurrección de Jesús y el medio más efectivo para comprobar al mundo que él se mantiene vivo en la comunidad.

Una comunidad, un pueblo, una sociedad donde hay excluidos o marginados, donde el rigor de las leyes divide y aparta a unos de otros, es la antítesis del efecto primordial de la Resurrección; y en mucho mayor medida si se trata de una comunidad o de un pueblo que dice llamarse cristiano.

El evangelio de Juan nos presenta a María Magdalena madrugando para ir al sepulcro de Jesús. “Todavía estaba oscuro”, subraya el evangelista. Es preciso tener en cuenta ese detalle, porque a Juan le gusta jugar con esos símbolos en contraste: luz-tinieblas, mundo-espíritu, verdad-falsedad, etc. María, pues, permanece todavía a oscuras; no ha experimentado aún la realidad de la Resurrección. Al ver que la piedra con que habían tapado el sepulcro se halla corrida, no entra, como lo hacen las mujeres en el relato lucano, sino que se devuelve para buscar a Pedro y al “otro discípulo”. Ella permanece sometida todavía a la figura masculina; su reacción natural es dejar que sean ellos quienes vean y comprueben, y que luego digan ellos mismos qué fue lo que vieron. Este es otro contraste con el relato lucano. Pero incluso entre Pedro y el otro discípulo al que el Señor “quería mucho”, existe en el relato de Juan un cierto rezago de relación jerárquica: pese a que el “otro discípulo” corrió más, debía ser Pedro, el de mayor edad, quien entrase primero a mirar. Y en efecto, en la tumba sólo están las vendas y el sudario; el cuerpo de Jesús ha desaparecido. Viendo esto creyeron, entendieron que la Escritura decía que él tenía que resucitar, y partieron a comunicar tan trascendental noticia a los demás discípulos. La estructura simbólica del relato queda perfectamente construida.

La acción transformadora más palpable de la resurrección de Jesús fue a partir de entonces su capacidad de transformar el interior de los discípulos –antes disgregados, egoístas, divididos y atemorizados– para volver a convocarlos o reunirlos en torno a la causa del Evangelio y llenarlos de su espíritu de perdón.

La pequeña comunidad de los discípulos no sólo había sido disuelta por el «ajusticiamiento» de Jesús, sino también por el miedo a sus enemigos y por la inseguridad que deja en un grupo la traición de uno de sus integrantes.

Los corazones de todos estaban heridos. A la hora de la verdad, todos eran dignos de reproche: nadie había entendido correctamente la propuesta del Maestro. Por eso, quien no lo había traicionado lo había abandonado a su suerte. Y si todos eran dignos de reproche, todos estaban necesitados de perdón. Volver a dar cohesión a la comunidad de seguidores, darles unidad interna en el perdón mutuo, en la solidaridad, en la fraternidad y en la igualdad, era humanamente un imposible. Sin embargo, la presencia y la fuerza interior del «Resucitado» lo logró.

Cuando los discípulos de esta primera comunidad sienten interiormente esta presencia transformadora de Jesús, y cuando la comunican, es cuando realmente experimentan su resurrección. Y es entonces cuando ya les sobran todas las pruebas exteriores de la misma. El contenido simbólico de los relatos del Resucitado actuante que presentan a la comunidad, revela el proceso renovador que opera el Resucitado en el interior de las personas y del grupo.

Magnífico ejemplo de lo que el efecto de la Resurrección puede producir también hoy entre nosotros, en el ámbito personal y comunitario. La capacidad del perdón; de la reconciliación con nosotros mismos, con Dios y con los demás; la capacidad de reunificación; la de transformarse en proclamadores eficientes de la presencia viva del Resucitado, puede operarse también entre nosotros como en aquel puñado de hombres tristes, cobardes y desperdigados a quienes transformó el milagro de la Resurrección.

El evangelio de hoy está recogido en la serie «Un tal Jesús» de los hermanos López Vigil, en el capítulo 125 ó 126, Sus audios, así como los guiones de literarios de los episodios y sus correspondientes comentarios teológicos se pueden encontrar y tomar en http://www.untaljesus.net

B) Segundo comentario: «El Resucitado es el Crucificado»

Como otros años, incluimos aquí un segundo guión de homilía, netamente en la línea de la espiritualidad latinoamericana de la liberación, que titulamos con ese conocido lema de la cristología de la liberación.

Lo que no es la resurrección de Jesús

Se suele decir en teología que la resurrección de Jesús no es un hecho “histórico”, con lo cual se quiere decir no que sea un hecho irreal, sino que su realidad está más allá de lo físico. La resurrección de Jesús no es un hecho realmente registrable en la historia; nadie hubiera podido fotografiar aquella resurrección. La resurrección de Jesús objeto de nuestra fe es más que un fenómeno físico. De hecho, los evangelios no nos narran la resurrección: nadie la vio. Los testimonios que nos aportan son de experiencias de creyentes que, después, “sienten vivo” al resucitado, pero no son testimonios del hecho mismo de la resurrección.

La resurrección de Jesús no tiene parecido alguno con la “reviviscencia” de Lázaro. La de Jesús no consistió en la vuelta a esta vida, ni en la reanimación de un cadáver (de hecho, en teoría, no repugnaría creer en la resurrección de Jesús aunque hubiera quedado su cadáver entre nosotros, porque el cuerpo resucitado no es, sin más, el cadáver). La resurrección (tanto la de Jesús como la nuestra) no es una vuelta hacia atrás, sino un paso adelante, un paso hacia otra forma de vida, la de Dios.

Importa recalcar este aspecto para darnos cuenta de que nuestra fe en la resurrección no es la adhesión a un “mito”, como ocurre en tantas religiones, que tienen mitos de resurrección. Nuestra afirmación de la resurrección no tiene por objeto un hecho físico sino una verdad de fe con un sentido muy profundo, que es el que queremos desentrañar.

La “buena noticia” de la resurrección fue conflictiva

Una primera lectura de los Hechos de los Apóstoles suscita una cierta extrañeza: ¿por qué la noticia de la resurrección suscitó la ira y la persecución por parte de los judíos? Noticias de resurrecciones eran en aquel mundo religioso menos infrecuentes y extrañas que entre nosotros. A nadie hubiera tenido que ofender en principio la noticia de que alguien hubiera tenido la suerte de ser resucitado por Dios. Sin embargo, la resurrección de Jesús fue recibida con una agresividad extrema por parte de las autoridades judías. Hace pensar el fuerte contraste con la situación actual: hoy día nadie se irrita al escuchar esa noticia. ¿La resurrección de Jesús ahora suscita indiferencia? ¿Por qué esa diferencia? ¿Será que no anunciamos la misma resurrección, o que no anunciamos lo mismo en el anuncio de la resurrección de Jesús? Leer más…

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Mt 7. Pascua 2018. Misión universal

Domingo, 1 de abril de 2018
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n178p68Del blog de Xabier Pikaza:

Hemos celebrado esta noche (del 31 del 3 al 1 del 4), en una colina del Carmelo sobre el Tormes, en Cabrerizos-Salamanca, la Fiesta de Dios, que es la Pascua de Jesús, el “paso” de (por) la muerte a da vida.

Sólo por haber amado hasta el final, habiendo entregado su vida (que es vida de Dios), en amor y comunión, con todos los pobres y expulsados de la tierra,
Jesús ha “resucitado”, y vuelve a Galilea para reiniciar su camino, pero ahora a través de sus discípulos.Éste es el evangelio de la Pascua de Mateo, que se celebra en el Monte de Galila y se extiende a todo el mundo (por todas las naciones).

Ésta es la escena final del evangelio de Mateo, y en ella se condensa todo el camino anterior, y se abre al mundo entero, como presencia y promesa de vida, a través de las mujeres que le han visto y confesado al lado de su sepultura, y por medio de los discípulos que llegan corriendo para verle en Galilea.

Esta palabras de Pascua (Mt 28, 16-20) constituyen con las ya comentadas (del amor y el juicio: Mt 25, 31-46) la clave hermenéutica, el centro y final del evangelio de Jesús, que se hace así nuestro Evangelio.

Con estas palabra, de experiencia y envío, de don y compromiso, quiero felicitar a todos mis amigos (a todos los lectores de mi blog), diciéndoles: ¡Vamos al Monte de la Pascua de Jesús, retomemos su camino de pascua 2018!.

Ha resucitado el Señor, alegrémonos. Felicidad a Todos.

Mt 25, 31-46

18 Y Jesús, adelantándose, les habló diciendo: Se me ha dado toda autoridad en el cielo y sobre la tierra: 18 Yendo pues, haced discípulos a todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo 20 enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado, y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación del tiempo.

Hay en el Nuevo Testamento otros textos importantes de apariciones de Jesús (cf. Lc 24; Jn 20-21), y ellas han de interpretarse también desde la totalidad del mensaje en el que se encuentran integradas. Pero sólo el texto Mt 28, 16-20, leído desde la perspectiva abierta por 16, 13-19 y 25, 31-46, ofrece un programa total de evangelio, de manera que se pueda decir “sobre esta Roca edificaré mi Iglesia”

1. Se me ha dado (= Dios me ha dado…) toda autoridad tierra (28, 18b).

evangelio-de-mateoEsta palabra evoca una entronización solemne, retomando el motivo del Hijo del Hombre en Dan 7, 13. No describe la entronización en sí, pero transmite la palabra por la que Jesús la “cuenta” (proclama), presentándose como Señor de cielo y tierra, no para imponerse, como le había propuesto el Diablo de 4, 8, sino para crear la nueva humanidad, que se concretará en su Iglesia. Sólo ahora, culminada su Cruz, resucitado por Dios, Jesús puede presentarse como Señor universal, confiando a sus discípulos la extensión de su reinado en la tierra.
La palabra clave es se me ha dado (vedo,qh moi,, en pasivo divino: Dios me ha dado). Por eso, el principio de la revelación y de la novedad cristiana no es “Yo Soy” (como Yahvé) o “yo pienso, yo puedo, yo tengo” (como en la modernidad), sino “Dios me ha dado”. Jesús se presenta así como portador del don más alto. Lo tiene todo, pero no por sí mismo, sino por gracia. Ciertamente, él ha entregado su vida por Dios, se ha entregado hasta la muerte, pero no dice “lo he conseguido, he merecido…”, sino “Dios me ha dado”.

‒ El primado del tú, de aquel que me ofrece su vida. Por eso en el principio de la palabra pascual no está el “yo” (en gesto de auto-posesión), sino el “tú” de Dios, que le dado todo, y le ha hecho ser, en la línea de 11, 27, donde Jesús confesaba “todo me lo ha dado mi Padre”, pero con dos diferencias. (a) La confesión de 11, 27 podía parecer una palabra “eterna”, independiente de la historia; por el contrario, esta afirmación (se me ha dado: edothê: 28, 18) forma parte de un proceso histórico, centrado en la cruz y en la pascua, que nos sitúa por tanto, ante la historia de Dios en Jesús. (b) Al decir “se me ha dado”, está evocando sin duda al Padre, pero no lo dice, dejando así velado el nombre de Dios, en línea de respeto confesional. Al afirmar “todo”, él proclama la más honda confesión monoteísta. No quiere ocupar el lugar de Dios, ni disputarle su poder, sino que lo recibe y acoge agradecido.

‒ No recibe el simple ser (ousia), sino el poder para que otros sean (ekxousia) como autoridad suprema).
Sólo ahora, tras haber entregado su vida en manos de Dios, perdiéndola en un sentido (27, 46), él puede decir y dice “todo se me ha dado”, recibiendo en su vida el poder de cielo y tierra, la capacidad activa de expandirse (ex‒ousia), mostrándose así como ser que actúa y se despliega, no en gesto de dominio impositivo, sino de creación, de despliegue vital, a fin de que todos sean. De esa autoridad que Dios ha concedido a Jesús deriva todo lo que existe, la misma creación (cielo y tierra), pues él su mediador, un tema que ha sido destacado por los grandes testigos del Nuevo Testamento (de Jn 1, 1-18 a Hbr 1, 1-3, pasando por Col 1, 15-20). Pues bien, esta mediación universal de Jesús en cielo y tierra tiene un sentido histórico, es propia del Jesús crucificado.

2. Gran Mandato, misión universal (28, 19a).

Jesús ha recibido la autoridad de recrearlo todo, y así puede transmitir a sus discípulos su nuevo mandato mesiánico (equivalente al del principio, en Gen 1, 28: ¡creced, multiplicaos!), que consta de tres elementos:

‒ Yendo pues . Ésta es una palabra clave de la tradición de la Biblia, donde se utiliza con frecuencia, en el sentido de ir, marchar). El texto está en participio subordinado, para así poner más de relieve el imperativo siguiente (haced discípulos), pero estrictamente hablando puede tomarse también como imperativo: Id pues… Este mandato marca la novedad del evangelio. Pudiéramos pensar que los discípulos se habían recogido en la montaña de Galilea, para recuperar allí a Jesús, con el deseo de quedarse con él a solar por siempre (como en 17, 1-5). Pero Jesús les arranca una vez más de la montaña, profundizando su encuentro con él, y les envía, como seguirá diciendo este pasaje, que marca el principio de la gran marcha del evangelio, la tarea pascual de los discípulos. Da la impresión de que no han tenido tiempo de estar con Jesús, de descansar y de aprender con él, como supone Hch 1, diciendo que Jesús estuvo con ellos cuarenta días. Aquí basta un momento. Los discípulos “ven” a Jesús. Él se presenta y les envía. Eso es todo. Comienza el Éxodo final de la humanidad.

‒ Haced discípulos
(matheteusate). En esta palabra (matheteuô, en transitivo: haced discípulos) se condensa la historia y mensaje de Jesús. Ellos, los Once de la montaña son los discípulos (mathetai) de Jesús, y él les pide que hagan discípulos suyos a todos los hombres de la tierra, ofreciéndoles su mismo camino, y enseñándoles a vivir de un modo mesiánico. Los restantes títulos de humanidad pasan a segundo plano o pierden su sentido: No hay judíos ni gentiles, hombres ni mujeres, siervos ni libres (como diría Pablo en Gal 3, 28), pues todos pueden (y han de) ser “discípulos” de Jesús, unidos en su seguimiento.
Éste es el único principio, el valor central del evangelio, el punto de partida y sentido de la nueva humanidad: Aprender a ser como Jesús. Pues bien, ellos, los Once de la montaña han de iniciar la gran transformación, para que todos los hombres y mujeres sean discípulos de Jesús, que no les dice ya directamente que curen, ni que expulsen demonios, ni que impongan su poder, sino que enseñen a los hombres y mujeres a ser discípulos, seguidores suyos, compartiendo su camino pascual, en escucha y comunión abierta a todos.

A todos los pueblos (panta ta ethnê). No van a dominar reinos, como quería el Diablo de 4, 8, sino a crear una humanidad, sin diferencia entre judíos y gentiles. En ese contexto aparece esta palabra (todos los pueblos) en su sentido originario, como en Gen 1-11, antes de la llamada de Abraham (y como en Mt 25, 32). No hay por tanto un pueblo especial, pues todos son “especiales”, protagonistas de un mismo camino de humanidad mesiánica. Significativamente, Jesús no les dice que vayan a los hombres y mujeres por separado, sino a los pueblos, entendidos como unidades culturales, grupos vinculados por una lengua, una forma de ser, sin supremacía de unos sobre otros (ni de Grecia, ni de Roma, ni siquiera de Israel).

Este Jesús pascual nos sitúa por tanto ante la única humanidad, formada por el conjunto de los pueblos, que provienen de Adán-Eva (Gen 3-4) y más en concreto de la familia a Noé (Gen 9). El origen de la diversidad de pueblos (que forman la única humanidad, tras el diluvio) ha sido evocado de formas complementarias en Gen 10 (multiplicación pacífica) y Gen 11 (separación conflictiva). En esa línea, desde la llamada posterior de Abraham puede hablarse de una bendición de Dios abierta a la humanidad, formada por muchos pueblos, que pueden unirse y se unen en un camino de fe, en el seguimiento de Jesús (cf. Gen 12, 1-3, en sentido universal, conforme a la visión de Pablo en Gal y Rom).

Este pasaje recupera la totalidad de los pueblos, destinatarios del mensaje de Jesús a través de sus discípulos, sin que unos dominen sobre otros (como quiso Roma). Eso significa que ha de surgir una humanidad mesiánica universal (vinculada por el discipulado), a partir de “todos los pueblos”, es decir, de los diversos grupos de raza, lengua o cultura. Esos discípulos no se dirigen ya a los reinos, en cuanto estructuras de poder (pues el Diablo domina en todos ellos (pasai tas basileiais, en 4, 8; cf también 24, 7), sino a todos los pueblos (en cuanto estructuras de vida: panta ta ethnê), para implantar de esa manera el Reino de los Cielos (de Dios), la humanidad reconciliada, capaz de expresar la salvación, en la línea de 25, 31-46. En este envío a todos los pueblos, sin diferencia entre unos y otros culmina el evangelio de Mateo.

3. Iniciación cristiana, rito fundacional (bautizándoles: baptidsontes; 28, 19b).

Éste es el gesto del nuevo comienzo, el sacramento originario de la Iglesia, para hombres y mujeres de todos los pueblos, sustituyendo a la circuncisión, que era sólo para varones judíos, con su marca de separación. El mensaje va dirigido a los pueblos en conjunto, pero luego se concreta, por el bautismo, en cada uno de los hombres o mujeres. Cristianos no son ya los que nacen de otros cristianos (como son judíos los que nacen de judía), sino aquellos que, formando parte de cualquier pueblo, asumen voluntariamente el rito de integración (iniciación) en la comunidad universal de los discípulos de Jesús. Leer más…

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Tres reacciones ante la resurrección de Jesús. Domingo de Pascua. Domingo de Pascua de Resurrección.

Domingo, 1 de abril de 2018
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pedro-corriendo-al-sepulcroDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Una elección extraña

Las dos frases más repetidas por la iglesia en este domingo son: “Cristo ha resucitado” y “Dios ha resucitado a Jesús”. Resumen las afirmaciones más frecuentes del Nuevo Testamento sobre este tema.

Sin embargo, como evangelio para este domingo se ha elegido uno que no tiene como protagonistas ni a Dios, ni a Cristo, ni confiesa su resurrección. Los tres protagonistas que menciona son puramente humanos: María Magdalena, Simón Pedro y el discípulo amado. Ni siquiera hay un ángel. El relato del evangelio de Juan se centra en las reacciones de estos personajes, muy distintas.

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: 

Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos. 

María reacciona de forma precipitada: le basta ver que han quitado la losa del sepulcro para concluir que alguien se ha llevado el cadáver; la resurrección ni siquiera se le pasa por la cabeza.

Simón Pedro actúa como un inspector de policía diligente: corre al sepulcro y no se limita, como María, a ver la losa corrida; entra, advierte que las vendas están en el suelo y que el sudario, en cambio, está enrollado en sitio aparte. Algo muy extraño. Pero no saca ninguna conclusión.

El discípulo amado también corre, más incluso que Simón Pedro, pero luego lo espera pacientemente. Y ve lo mismo que Pedro, pero concluye que Jesús ha resucitado.

El evangelio de san Juan, que tanto nos hace sufrir a lo largo del año con sus enrevesados discursos, ofrece hoy un mensaje espléndido: ante la resurrección de Jesús podemos pensar que es un fraude (María), no saber qué pensar (Pedro) o dar el salto misterioso de la fe (discípulo amado).

¿Por qué espera el discípulo amado a Pedro?

Es frecuente interpretar este hecho de la siguiente manera. El discípulo amado (sea Juan o quien fuere) fundó una comunidad cristiana bastante peculiar, que corría el peligro de considerarse superior a las demás iglesias y terminar separada de ellas. De hecho, el cuarto evangelio deja clara la enorme intuición religiosa del fundador, superior a la de Pedro: le basta ver para creer, igual que más adelante, cuando Jesús se aparezca en el lago de Galilea, inmediatamente sabe que “es el Señor”. Sin embargo, su intuición especial no lo sitúa por encima de Pedro, al que espera a la entrada de la tumba en señal de respeto. La comunidad del discípulo amado, imitando a su fundador, debe sentirse unida a la iglesia total, de la que Pedro es responsable.

Las otras dos lecturas: beneficios y compromisos.

A diferencia del evangelio, las otras dos lecturas de este domingo (Hechos y Colosenses) afirman rotundamente la resurrección de Jesús. Aunque son muy distintas, hay algo que las une:

  1. a) las dos mencionan los beneficios de la resurrección de Jesús para nosotros: el perdón de los pecados (Hechos) y la gloria futura (Colosenses);
  2. b) las dos afirman que la resurrección de Jesús implica un compromiso para los cristianos: predicar y dar testimonio, como los Apóstoles (Hechos), y aspirar a los bienes de arriba, donde está Cristo, no a los de la tierra (Colosenses).

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 10, 34a. 37-43

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:

Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección. Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es unánime: que los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados. 

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3, 1-4

Hermanos: Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria. 

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Domingo de Pascua de Resurrección. 1 Abril, 2018

Domingo, 1 de abril de 2018
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“El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro”.

(Jn 20, 1-9)

El amanecer de la Pascua comienza en medio de la oscuridad. Y las primeras señales de vida se dan en un paisaje de muerte.

Es curioso como tendemos a separar e incluso a enfrentar realidades que ni siquiera son opuestas, solo que unas nos gustan más que otras. O ni siquiera eso. Solo que unas creemos que nos hacen felices y las otras no.

Dividimos nuestra vida entre experiencias positivas y experiencias negativas. Asociamos lo positivo a lo que nos hace disfrutar sin ningún esfuerzo y lo negativo a lo que nos hace sufrir. Por esta regla de tres salir una noche con los amigos es positivo y pasar días estudiando para un examen negativo. Todo junto es un engaño.

La vida, y cada una de nuestras historias, no son una película en blanco y negro. Nuestra vida no está dividida en dos, por un lado la luz y, por el otro, la oscuridad. No, la vida, la realidad es a todo color. Todas las experiencias están llenas de luz y salpicadas de oscuridad. Lo más valioso suele venir con el corcho protector del esfuerzo y más de una vez en la caja del sufrimiento.

El sufrimiento no es positivo o negativo, tampoco la alegría. Hay alegrías tremendamente destructivas. La búsqueda de la alegría fácil e inmediata destruye a muchas personas. De la misma manera hay sufrimientos que engrandecen y liberan.

La vida es una armonía de luces y sombras, silencios, ruidos y melodías. Si la vivimos en blanco y negro resulta monótona y caprichosa. Cuando la disfrutamos a todo color y en todas sus dimensiones es apasionante.

Este es el mensaje de la mañana de Pascua. La vida no es ni blanca ni negra. Es blanca, negra y de otros muchos colores. La vida y la muerte no son dos cosas separadas. Tampoco la alegría y el sufrimiento son opuestos.

El secreto está en seguir buscando. María Magdalena, aun a oscuras va a buscar. En su oscuridad busca un cadáver en un sepulcro, pero en su camino amanece y encuentra la VIDA. Y tú, ¿todavía buscas?

Oración

Danos, Trinidad Santa, un corazón de buscadoras que nos haga avanzar incluso en la noche. Que nos haga a travesar nuestros paisaje de muerte. Y danos, también, esos ojos que descubren la VIDA. Amén.

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Domingo 1º de Pascua (B)

Domingo, 1 de abril de 2018
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16-bill-viola-emergence-seqJn 20, 1-9

La realidad pascual es, tal vez, la más difícil de reflejar en conceptos mentales. La palabra Pascua (paso) tiene unas connotaciones bíblicas que pueden llenarla de significado, pero también nos pueden despistar y enredarnos en un nivel puramente terreno. Lo mismo pasa con la palabra resurrección, también ésta nos constriñe a una vida y muerte biológicas, que nada tiene que ver con lo que pasó en Jesús y con lo que tiene que pasar en nosotros.

La Pascua bíblica fue el paso de la esclavitud a la libertad, pero entendidas de manera material y directa. También la Pascua cristiana debía tener ese efecto de paso, pero en un sentido distinto. En Jesús, Pascua significa el paso de la MUERTE a la VIDA; las dos con mayúsculas, porque no se trata ni de la muerte física ni de la vida biológica. Jn lo explica muy bien en el diálogo de Nicodemo. “Hay que nacer de nuevo”. Y “De la carne nace carne, del espíritu nace espíritu”. Sin este paso, es imposible entrar en el Reino de Dios.

Cuando el grano de trigo cae en tierra, “muriendo”, desarrolla una nueva vida que ya estaba en él en germen. Cuando ya ha crecido el nuevo tallo, no tiene sentido preguntarse qué pasó con el grano. La Vida, que los discípulos descubrieron en Jesús después de su muerte, ya estaba en él antes de morir, pero estaba velada. Solo cuando desapareció como viviente biológico, se vieron obligados a profundizar. Al descubrir que ellos poseían esa Vida comprendieron que era la misma que Jesús tenía antes y después de su muerte.

Teniendo esto en cuenta, podemos intentar comprender el término resurrección, que empleamos para designar lo que pasó en Jesús después de su muerte. En realidad, no pasó nada. Con relación a su Vida Espiritual, Divina, Definitiva, que no está sujeta al tiempo ni al espacio, por lo tanto no puede “pasar” nada; simplemente continúa. Con relación a su vida biológica, como toda vida, era contingente, limitada, finita, y no tenía más remedio que terminar. Como acabamos de decir del grano de trigo, no tiene ningún sentido preguntarnos qué pasó con su cuerpo. Un cadáver no tiene nada que ver con la vida.

Pablo dice: Si Cristo no ha resucitado, nuestra fe es vana. Yo diría: Si nosotros no resucitamos, nuestra fe es vana, es decir vacía. Aquí debemos buscar el meollo de la resurrección. La Vida de Dios, manifestada en Jesús, tenemos que hacerla nuestra, aquí y ahora. Si nacemos de nuevo, si nacemos del Espíritu, esa vida es definitiva. No tenemos que temer la muerte biológica, porque no la puede afectar para nada. Lo que nace del Espíritu es Espíritu. ¡Y nosotros empeñados en utilizar el Espíritu para que permanezca nuestra carne!

Los discípulos pudieron experimentar como resurrección la presencia de Jesús después de su muerte, porque para ellos, efectivamente, había muerto. Y no hablamos solo de la muerte física, sino del aniquilamiento de la figura de Jesús. La muerte en la cruz significaba precisamente esa destrucción total de una persona. Con ese castigo se intentaba que no quedase de ella ni el recuerdo. Los que le siguieron entusiasmados durante un tiempo vieron como se hacía trizas su persona. Aquel, en quien habían puesto todas sus esperanzas, había terminado aniquilado por completo. Por eso, la experiencia de que seguía vivo fue para ellos una verdadera resurrección.

Hoy nosotros tenemos otra perspectiva. Sabemos que la verdadera Vida de Jesús no puede ser afectada por la muerte y por lo tanto, no cabe en ella ninguna resurrección. Pero con relación a la muerte biológica, no tiene sentido la resurrección, porque no añadiría nada al ser de Jesús. Como ser humano era mortal, es decir su destino natural era la muerte. Nada ni nadie puede detener ese proceso. Cuando vemos la espiga de trigo que está madurando, ¿a quién se le ocurre preguntar por el grano que la ha producido y que ha desaparecido? El grano está ahí, pero ha desplegado sus posibilidades de ser, que antes sólo eran germen.

Meditación-contemplación

Comprender lo que pasó en Jesús no es el objetivo último.
Es solo el medio para saber qué tiene que pasar conmigo.
También yo tengo que morir y resucitar, como Jesús.
Como Jesús tengo que morir al egoísmo.
Día a día tengo que morir a todo lo terreno.
Día a día tengo que nacer a lo divino.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Pascua florida y hermosa.

Domingo, 1 de abril de 2018
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tumblr_n0hrp0am2H1r2d8pzo1_400Nuestro Señor ha escrito la promesa de la resurrección, no en los libros, sino en todas las hojas de la primavera (Martín Lutero)

1 de abril. Pascua de Resurrección

Jn 20, 1-9

Entonces corre adonde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, y les dice: Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde le han puesto (v 2).

María Magdalena es la primera en ser testigo del mito de la resurrección. “Todavía a oscuras” (v. 1), es el símbolo desde donde se parte en la fe pascual. Lo que el evangelio de este domingo nos expone en la breve, pero profunda narración de los primeros acontecimientos de la supuesta resurrección de Jesús es a mi parecer, todo un vademécum de informaciones fundamentales acerca del comportamiento habitual imprescindible de quien se precie del honor de ser cristiano. María –las mujeres suelen disfrutar de un buen olfato en estas materias– es la primera en mostrarnos que lo posee. Así lo olfateó cuando en el recientemente estrenado film del australiano Garth Davis (febrero 2018) dice a Jesús: “estaré contigo hasta el final”, mientras los romanos le levantan ya crucificado. Y el cardenal Carlos Osorio ha manifestado recientemente que “el futuro de la humanidad depende en gran medida de la capacidad que tengamos los cristianos de dar testimonio de la verdad en estos momentos no fáciles de la misma”.

Es el amanecer. El sol, señor de la luz que ilumina nuestro universo, difunde ilusión al corazón de la Magdalena y al nuestro para salir al encuentro de un Jesús interior en plenitud de Vida. En primer lugar, confía en sus creencias. Luego se va a comprobar los hechos y, posteriormente, se va a comunicarlos a Juan y Simón Pedro. Todos ellos vieron con sus propios ojos –también con el corazón y la mente– y creyeron. Una vez tomada conciencia de todo, a fondo y hecha carne la creencia en ellos, lo comunicarán en primer término a los demás apóstoles, y luego al mundo entero. Propuesta que nos concierne, y que conlleva descubrir todo lo que somos y manifestarlo a los demás plenamente. Sin esta comunicación, que también es competencia nuestra, el mensaje vivo de Jesús quedará prisionero o incluso muerto, detrás de los fríos barrotes de la cárcel de nuestros sentimientos.

La película Lope (2010), del director brasileño Andrucha Waddington, está imaginativamente basada en la vida del poeta español Lope de Vega que, con sus obras, rompió los cánones tradicionales de la composición. En el film, el protagonista (Lope) mantiene este diálogo con Jerónimo Velázquez: “He querido que mis personajes se parezcan más a la vida. El pueblo está harto de ver siempre lo mismo, y ahora es cuando tenemos la oportunidad de ofrecerles algo nuevo”.

Jerónimo: “¿Usted no se da cuenta de que va contra las normas del teatro?”.

Lope: “Las normas, don Jerónimo, están ahí, pero los tiempos han cambiado. ¿Por qué no poner a trabajar la imaginación?”.

El teólogo y reformador protestante Martín Lutero dijo en cierta ocasión: “Nuestro Señor ha escrito la promesa de la resurrección, no en los libros, sino en todas las hojas de la primavera”. Y, por cierto, ¿no somos todos árboles del bosque florecido en exuberante primavera? ¿Cubrimos de perfume cristiano –quizás Christian Dior, Kalvin Klein o Yves Saint Laurent, a cuantos vienen a pasear por nuestra floresta personal? El misterio pascual –Pascua Florida y Hermosa– tiene un poder transformador cuando dejamos que nos inunde el alma.

Antonio Machado nos ofrece uno de los poemas más expectantes de su obra. Como el sueño de María Magdalena, también el del poeta nos posibilita una respuesta soñada, una ilusión: ese Jesús resucitado, lo que tenemos dentro, y al que debemos dejar fluir como manantial de vida capaz de apagar la sed de cuantos se acerquen a beber en él.

Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que una fontana fluía
dentro de mi corazón.
Di, ¿por qué acequia escondida,
agua, vienes a mí,
manantial de nueva vida
de donde nunca bebí?

Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que una colmena tenía
dentro de mi corazón;
y las doradas abejas
iban fabricando en él,
con las amarguras viejas,
blanca cera y dulce miel.

Anoche cuando dormía,
soñé, ¡bendita ilusión!,
que un ardiente sol lucía
dentro de mi corazón.
Era ardiente porque daba
calores de rojo hogar,
y era sol porque alumbraba
y porque hacía llorar.

Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que era Dios lo que tenía
dentro de mi corazón.

 

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Querientes

Domingo, 1 de abril de 2018
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10098692613_7fe76e5d74_zDe su blog Miradas cristianas:

Quedó pendiente, de mi pasado artículo, explicar esa palabra del título. Vamos allá. Es una verdad de nuestra historia que, infinidad de veces, a los justos les van mal las cosas por ser justos, mientras que a los malvados les van bien por su misma maldad. Negar esa ley es una cobardía, aunque las voces oficiales de nuestra sociedad suelen negarla sin matices para justificar a los más ricos (“es que son mejores”), y aunque algunos victimismos se sirvan de ella para justificar sus fracasos, achacándolos a la maldad de los otros. Pese a tales posibles abusos, los salmos y el Primer Testamento bíblico están llenos de quejas que constatan: “a los malos les van mejor las cosas”.

Recordemos solo la queja de Jeremías: “Señor ¿por qué prosperan los impíos?” (12,1).

Esa constatación es tan antigua que en un poema babilónico fechado aproximadamente hacia el 1200 antes de Cristo, y que se conoce como “la teodicea babilónica”, leemos que “los dioses crearon al hombre proclive a la falsedad y a la malicia”. No obstante, y por las mismas fecha, la Biblia se revela contra esa afirmación: el autor del Génesis concluye su primer capítulo declarando que “todo lo que Dios había hecho era bueno”; aunque sólo cinco capítulos más tarde tendrá que añadir que, al ver Dios la maldad que había sobre la tierra, “se arrepintió de haber creado al hombre”. Y es que, para Israel esa nefasta ley de la historia no puede ser obra de Dios: pues entonces no habría lugar para la esperanza en nuestro mundo; es más bien fruto del orgullo y la libertad humana. De ahí arranca esa noción de “pecado original”, tan desafortunada en su formulación como atinada en la realidad que quiere expresar (Camus formuló mejor cuando habló de “La Caída”).

Así se le fue entreabriendo a Israel la posibilidad y la esperanza en un más-allá e incluso el atisbo de que una aceptación confiada de esa ley nefasta de la historia puede convertirse en camino de liberación para otros: eso es lo que insinúa ese extraño poema de Isaías 53, sobre una misteriosa figura de apariencia despreciable, porque han caído en él todas nuestras maldades, pero que, al fin del poema, se convierte en redentor para nosotros. Ahí se atisba otra ley de nuestra historia: entre nosotros, la mayoría de victorias liberadoras se consiguen a través de derrotas previas.

Jesús de Nazaret encarna ese atisbo y esa ley: el fracaso de su pretensión liberadora (la Cruz) se convierte en paso hacia su Resurrección definitiva. Por eso los primeros cristianos aplicaron enseguida a Jesús el poema citado de Isaías 53.

Y bien: la ilusión de tantas pretensiones revolucionarias de nuestra historia ha sido crear ese mundo donde a los buenos les fueran bien las cosas, y a los malvados mal; aspirando incluso a una desaparición de los malvados con la aparición del “hombre nuevo”, tan esperado antaño por muchos movimientos revolucionarios. Por eso no importa el destino (aparentemente) fracasante de las revoluciones, sino la verdad y el valor de su apuesta: porque si resultase que Dios es Amor, entonces creer en Dios no sería más que creer en la Bondad (tantas veces pisoteada), y creer en el Amor (pocas veces amado).

Y que Dios es Amor es precisamente lo que anuncia la divinidad de Jesús. Sin ella no podríamos saber que Dios es Amor: podríamos desearlo o barruntarlo, pero podría ser también que Dios fuese como los dioses griegos o babilónicos. Ahora bien: en el Amor y la Bondad no se puede creer de manera meramente intelectual; sólo se puede creer amando en intentando ser bueno. A eso apuntaba la ironía paradójica de Benjamin Constant, líder de la revolución francesa y amante de Madame Stael: “soy demasiado escéptico para ser incrédulo”

Hace unos meses, la revista Vida Nueva publicó una entrevista con Ana Palacios fotoperiodista que, confesándose atea, lleva una vida dedicada a trabajar por las víctimas de la historia, y que hacía un gran elogio de los misioneros porque siempre “le infunden paz”… Ante la sorpresa de la entrevistadora explicaba que ella no conseguía ser creyente, pero sí era “queriente”.

San Agustín le habría dicho que si amas de veras ya crees aunque no lo creas. Yo prefiero recordarle una vieja anécdota histórica del rabino judío Elischa ben Abuja que perdió la fe con gran escándalo de la comunidad. Pero otro rabino, tras un momento de silencio se limitó a comentar: “dichoso él porque ahora es dueño de hacer el bien sin buscar recompensa alguna”.

Esa es la gran interpelación que nos lanza un sector de la llamada increencia. Algunos podrán reconocer, y aquí me encuentro yo, que sin una Ayuda exterior no hubieran sido capaces de hacer el poco bien que hayan hecho. Pero lo válido para todos los cristianos y absolutamente fundamental, es que nosotros no esperamos el más-allá como una recompensa sino como un regalo del que nos fiamos por una Promesa.

Esto lo reflexionamos demasiado poco. Sin embargo hay ahí algo fundamental para entender la muerte y resurrección de Jesús.

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Queremos ser vida luz.

Domingo, 1 de abril de 2018
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artwork_images_424157556_176230_david-lachapelleHermanos, cuando uno es cogido por la fuerza de la Resurrección de Jesús comienza a entender a Dios de una manera nueva, como un Padre apasionado por la vida de las personas y una vida digna. Oremos.

Jesús, queremos ser vida luz donde hay muerte y oscuridad.

• Padre bueno, que la Iglesia sea, la comunidad creyente que busca hacerse presente allí donde se produce muerte, para luchar con todas las fuerzas ante cualquier ataque a la vida.

Jesús, queremos ser vida luz donde hay muerte y oscuridad.

• Padre bueno, que todos nosotros seamos conscientes de la llamada permanente a ser y estar del lado de los más desfavorecidos; a despertar nuestra fe dormida, sabida y dejarnos sacudir por tanta situación injusta, insolidaria, egoísta…

Jesús, queremos ser vida luz donde hay muerte y oscuridad.

• Padre bueno, que todos los niños, jóvenes y adultos que durante esta Pascua van a recibir los Sacramentos del Bautismo y Confirmación, encuentren en muestras comunidades parroquiales y religiosas espacios donde compartir, reflexionar y madurar su opción por Jesús y su Reino.

Jesús, queremos ser vida luz donde hay muerte y oscuridad.

• Padre bueno, que celebremos la Pascua acogiendo el testimonio de los pobres, la esperanza de los que luchan por la justicia, el canto de los que aman la vida, la alegría de los que se entregan , el gozo de los que perdonan, la ternura de los que ofrecen misericordia.

Jesús, queremos ser vida luz donde hay muerte y oscuridad.

• Padre bueno, te recordamos en esta mañana de Pascua a todos los hombres y mujeres que entregan su vida día a día por hacer posible la utopía de un mundo más justo y más a la medida de tu corazón.

Jesús, queremos ser vida luz donde hay muerte y oscuridad.

Padre, tú sabes que queremos ponernos tras las huellas de tu hijo Resucitado, reconocerle en el hermano o hermana que tenemos al lado, también en los lejanos y… dejarnos encontrar por Él… Que la alegría de celebrar la Pascua nos lance a la vida de los demás. Te damos las gracias por entregarnos nuevamente y para siempre a tu hijo Jesús.

Vicky Irigaray

Fuente Fe Adulta

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