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Archivo para Domingo, 11 de diciembre de 2016

Vuelve a enseñarnos a evangelizar… Id y anunciad lo que estáis viendo y oyendo

Domingo, 11 de diciembre de 2016
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Juan-Bautista-John-Baptist

A BARTOLOMÉ DE LAS CASAS

Los Pobres te han jugado la partida
de una Iglesia mayor, de un Dios más cierto:
contra el bautismo sobre el indio muerto
el bautismo primero de la vida.

Encomendero de la Buena Nueva,
la Corte y Salamanca has emplazado.
Y ese tu corazón apasionado
quinientos años de testigo lleva.

Quinientos años van a ser, vidente,
y hoy más que nunca ruge el Continente
como un volcán de heridas y de brasas.

¡Vuelve a enseñarnos a evangelizar,
libre de carabelas todo el mar,
santo padre de América, las Casas!

*

Pedro Casaldáliga
Todavía estas Palabras, 1994

***

En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos:

“¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”

Jesús les respondió:

“Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!”

Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan:

“¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti.” Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.”

*

Mateo 11,2-11

***

***

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“Curar heridas”. 3 Adviento – A (Mateo 11,2-11)

Domingo, 11 de diciembre de 2016
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03-adv-a-600x873La actuación de Jesús dejó desconcertado al Bautista. Él esperaba un Mesías que extirparía del mundo el pecado imponiendo el juicio riguroso de Dios, no un Mesías dedicado a curar heridas y aliviar sufrimientos. Desde la prisión de Maqueronte envía un mensaje a Jesús: «¿Eres tú el que tenía que venir o hemos de esperar a otro?».

Jesús le responde con su vida de profeta curador: «Id a contar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan; los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia». Este es el verdadero Mesías: el que viene a aliviar el sufrimiento, curar la vida y abrir un horizonte de esperanza a los pobres.

Jesús se siente enviado por un Padre misericordioso que quiere para todos un mundo más digno y dichoso. Por eso se entrega a curar heridas, sanar dolencias y liberar la vida. Y por eso pide a todos: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo».

Jesús no se siente enviado por un Juez riguroso para juzgar a los pecadores y condenar al mundo. Por eso no atemoriza a nadie con gestos justicieros, sino que ofrece a pecadores y prostitutas su amistad y su perdón. Y por eso pide a todos: «No juzguéis y no seréis juzgados».

Jesús no cura nunca de manera arbitraria o por puro sensacionalismo. Cura movido por la compasión, buscando restaurar la vida de esas gentes enfermas, abatidas y rotas. Son las primeras que han de experimentar que Dios es amigo de una vida digna y sana.

Jesús no insistió nunca en el carácter prodigioso de sus curaciones ni pensó en ellas como receta fácil para suprimir el sufrimiento en el mundo. Presentó su actividad curadora como signo para mostrar a sus seguidores en qué dirección hemos de actuar para abrir caminos a ese proyecto humanizador del Padre que él llamaba «reino de Dios».

El papa Francisco afirma que «curar heridas» es una tarea urgente: «Veo con claridad que lo que la Iglesia necesita hoy es capacidad de curar heridas». Habla luego de «hacernos cargo de las personas, acompañándolas como el buen samaritano, que lava, limpia y consuela». Habla también de «caminar con las personas en la noche, saber dialogar e incluso descender a su noche y oscuridad sin perdernos».

Al confiar su misión a los discípulos, Jesús no los imagina como doctores, jerarcas, liturgistas o teólogos, sino como curadores. Siempre les confía una doble tarea: curar enfermos y anunciar que el reino de Dios está cerca.

José Antonio Pagola

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“¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”. Domingo 11 de diciembre de 2016. 3º de Adviento

Domingo, 11 de diciembre de 2016
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03-advientoa3-cerezoLeído en Koinonia:

Isaías 35,1-6a.10: Dios viene en persona y os salvará.
Salmo responsorial: 145: Ven, Señor, a salvarnos.
Santiago 5,7-10: Manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca.
Mateo 11,2-11: ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?

La primera y la segunda lectura de hoy, del profeta Isaías y del apóstol Santiago, coinciden en el mensaje: merece la pena esperar, hay que esperar, debemos esperar, porque viene nuestro Dios, él mismo viene en persona, y trae el desquite… Hay que tener paciencia, porque es inminente su llegada, ya está a la puerta…

No dudamos de que esta forma de plantear la esperanza, de vivirla y de transmitirla, ha sido útil y muy eficaz para muchas generaciones anteriores a nosotros, pero tampoco dudamos de que hoy día, ese planteamiento pudiera no servir ya.

– Este motivo aducido clásicamente para fundamentar la esperanza de que Alguien viene, alguien va a irrumpir apocalípticamente en nuestra vida, incluso con inminencia, y de que nuestra esperanza consista en «esperar» (de espera, no de esperanza) su llegada… no resulta hoy ya plausible.

– Ese esquema conceptual según el cual Dios ha anunciado que vuelve, en una segunda venida que sellará el final del mundo, y que nosotros estamos por tanto en un tiempo intermedio, incierto y amenazado por la espada colgante (de Damocles) de esa sorpresa divina que llegará como la visita del ladrón… ha sido una imagen poderosa, que ha cautivado la atención de muchas generaciones, pero que hoy empieza ya a no funcionar.

– Esa idea de que debemos esperar que en el futuro Dios va a castigar a los malos… y así «poner las cosas en su sitio» y vengar las maldades de los que nos han hecho daño… probablemente fue muy efectiva en otro tiempo, como lo ha sido en pedagogía todo lo referente a los premios y castigos, las buenas y las malas notas, pero hoy ya muy pocas mentes lúcidas pueden aceptar que la pedagogía humana infantil pueda ser aplicada al misterio existencial del ser humano.

Aquellas generaciones tenían una comprensión del mundo míticamente religiosa, inserta en las coordenadas de la descripción del mundo que las mismas religiones habían elaborado: un mundo que consistía esencialmente en un «plan de Dios» para poner una prueba al ser humano y llevarlo a otra vida, mejor o peor según mereciera premio o castigo. Dentro de ese «pequeño mundo», dentro de esa cosmovisión religiosista que ocupó por milenios el imaginario de nuestros mayores, funcionaba el hablar de una segunda venida, de la prueba que Dios nos pone, de la amenaza que supone la posible sorpresa del Dios que viene e irrumpe en el mundo para finalizarlo e inaugurar otro eón, el de los premios y castigos. Este imaginario religioso (tradicional, antiquísimo, milenario…) está agotándose, desapareciendo con las generaciones mayores, desvaneciéndose y perdiendo vivacidad y plausibilidad en las generaciones medias, y siendo rechazada en las generaciones jóvenes, en las que no logra ya implantarse. La transmisión de ese tipo de fe se está interrumpiendo.

En el nuevo imaginario o cosmovisión que muchos estamos adquiriendo, fundamentado en la nueva imagen que la cosmología y el conjunto actual de las ciencias nos ofrecen, ya no cabe concebir la realidad tan «antropocéntricamente» como para pensar que todo consiste y todo se reduce a «un plan que Dios ha hecho para probar al ser humano». Al ser humano actual no le resulta ya plausible una espiritualidad que le dice que él es el centro del cosmos, y que este cosmos «ha sido creado simplemente para servir de escenario al drama humano de su salvación ultraterrena»… Y no le resulta plausible tampoco que el misterio tan respetable del más allá sea asociado con y puesto al servicio de la amenaza de castigos o la promesa de premios…

¿Es posible ser cristiano sin aceptar estas imágenes que hoy sentimos como no incorporables a nuestra cosmovisión? Sí, lo es, al costo de purificar nuestra esperanza -y, más ampliamente, nuestra cosmovisión religiosa global- de aquellas imágenes propias de un tiempo que ya no es el nuestro.

En realidad, lo que importa es el contenido profundo, la experiencia espiritual, la dimensión de esperanza (en este caso), no el soporte de categorías, esquemas mentales, cosmovisiones apocalípticas o esquemas de concepción del tiempo de los que echaron mano nuestros antepasados. El cristianismo, a lo largo de su historia, ya ha abandonado muchas imágenes que en su tiempo fueron comunes, que luego se oscurecieron, y que finalmente nos resultaron inaceptables (de algunas de las cuales hoy incluso nos avergonzamos). Durante muchos siglos, el predominio del pensamiento estático, el supuesto de la ahistoricidad, y el desconocimiento del carácter evolutivo de todo, nos ha querido hacer pensar que no podemos cambiar nada, que debemos creer a la letra lo que expresaron nuestros mayores, sin remontarnos a revivir su misma experiencia profunda pero con libertad y creatividad, y que nada puede ser innovado. Pero la misma historia está ahí para mostrar lo contrario a quien sepa y quiera verlo. Y también está ahí el presente: son muchos ya, de hecho, los cristianos/as que «creen de otra manera».

El evangelio de Mateo nos presenta la llamada «prueba mesiánica». Juan el Bautista desde la cárcel manda emisarios para preguntarle a Jesús si es él el esperado o si deben esperar a otro. Jesús no responde con algunas pruebas teologicas, ni con citas bíblicas apologéticas, o con algunos dogmas o doctrinas, sino que se remite y remite a los consultantes a los puros hechos, que pueden ser «vistos y oídos»: «los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios… y a los pobres se les anuncia el Evangelio, la Buena Noticia». Estos «hechos», estas buenas noticias, son la prueba de identidad del Mesías. Y serán, tienen que ser, la prueba de identidad de quienes sigan al Mesías, al Xristós, o sea, los «cristianos». Sólo si nuestra vida produce esos mismos hechos, sólo si somos «buena noticia para los pobres», sólo entonces estaremos siendo seguidores de aquel Mesías, del Xristós, o sea, «cristianos». Leer más…

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Dom 11. XII. 16. Se alegrarán el páramo y la estepa

Domingo, 11 de diciembre de 2016
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dsc03930Del blog de Xabier Pikaza:

Domingo 3º de Adviento. Ciclo A. Año impar. Sigo insistiendo en el profeta Isaías, gran profeta de Adviento, como en los domingos anteriores.

Éste es el domingo del gran gozo, tiempo de esperanza que expresa de un modo especial en el rollo de Isaías, que constituye el primer Evangelio Cristiano, retomado este domingo por el mismo Jesús, en su respuesta a los discípulos del Bautista:

Los ciegos ven, los cojos andan…
y a los pobres se les anuncia la buena, la alegre, noticia (Mt 11, 2-4).

Éste es el domingo de la alegría cósmica, que supo anunciar como nadie el autor de esta parte del libro de Isaías:

El desierto y el yermo se regocijarán,
se alegrarán el páramo y la estepa,
florecerá como flor de narciso…

Ésta es la alegría que se empieza expresando en la misma realidad del mundo… La alegría del adviento, que hoy quiero recoger y proclamar en el comentario que sigue.

Imagen 1. Rollo de Isaías en el Santuario del Libro del Museo de Jerusalén. Texto intacto del rollo de Isaías, de más de 2000 años de antigüedad, encontrado en las grutas de Qumrán. Este Santuario del Libro, precisamente con Isaías en su centro, es para los judíos en lugar más sagrado de Jerusalén (con las piedras en ruinas del muro de las lamentaciones del templo. Cayó el Templo, sigue el Libro.

Imagen 2. Miguel Ángel: Profeta Isaías en la Capilla Sixtina de Roma.

1. Texto base: Is 35, 1-6.10
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Los especialistas afirman que es un texto de la tradición posterior, vinculada al 2º Isaías, que recoge gran parte de los textos de la gran esperanza israelita, relacionada con la vuelta del exilio y con el restablecimiento del pueblo en la Nueva Tierra de las promesas.

(a) Ésta es una alegría cósmica: el mundo entero se transfigura al paso de los elegidos, de los rescatados de Dios.

(b) Ésta es una alegría personal, que se expresa en la presencia y acción de Dios, que viene y realiza su obra.

(c) Es una alegría que estalla y se manifiesta en forma de curación de los enfermos.

Así anuncia Isaías:

a. El desierto y el yermo se regocijarán,
se alegrarán el páramo y la estepa,
florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría.
Tiene la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarón.
Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios.

b. Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes;
decid a los cobardes de corazón:
“Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios,
que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará.”

c. Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán,
saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará.
Volverán los rescatados del Señor,
vendrán a Sión con cánticos:
en cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría.
Pena y aflicción se alejarán (Isaías 35,1-6a.10)

2. El evangelio de Isaías

En ese contexto he querido poner de relieve el tema del evangelio en Isaías. Evangelio se dice en hebreo, besorah, que significa ya buena noticia, anuncio de victoria y libertad para los hombres. Sin embargo, ese nombre no ha tomado un contenido teológico impor¬tante en el Antiguo Testamento. Importante ha sido, sin embargo, dentro de Isaías, el verbo bissar que significa anunciar noticias buenas y gozarse en ellas.

De manera especial se ha utilizado el verbo en su forma de participio activo, mebasser, que significa “¬evangelizador“: es decir, el que anuncia la buena noticia escatoló¬gica de Dios, es el heraldo o mensajero de la liberación final para los hombres.

Este es el sentido que recibe la palabra en el Segundo Isaías (Is 40-55), allí donde culmina la historia más profunda de la profecía israelita. Precisemos el momento.

Estamos entre el 550 y 540 a. de C. Los judíos deportados en Babel se mueven entre el fracaso de la desesperación y las diversas ilusiones falsas, de carácter escapista. Un profeta de nombre desconocido, que la tradición ha situado en la línea del antiguo Isaías¬, eleva su voz fuerte de esperanza y exigencia. A su entender¬, el tiempo del castigo y de la ruina se ha cumplido; se abre un tiempo nuevo de revelación de Dios y de camino para el pueblo (Is 40, 1-4). Sobre ese mismo fondo, con palabra poderosa, ¬que va delimitando el ritmo nuevo de la creación de Dios, este profeta presenta su evangelio:

Súbete a un monte elevado, evangelizador de Sion,
grita con voz fuerte, evangelizador de Jerusalén;
grita con fuerza, no temas, di a las ciudades de Judá:
¡Aquí está vuestro Dios!
Mirad: el Señor Yahvé se acerca con poder,
su brazo ejerce dominio sobre todo.
Mirad: él trae su salario y su recompensa le precede (Is 40, 9-10).

Esta es la buena nueva de Dios que anuncia el mebasser o evangelizador. Es la buena nueva de la libertad que resuena poderosa sobre el mundo de opresión y cautiverio de los hombres. Ese mebasser que el texto griego de los LXX ha traducido rectamente como euangelidsomenos o evangelizador aparece como un personaje misterioso, de carácter poético-religioso.

Ciertamente, es más que un hombre en el sentido normal de la palabra: es como un ángel de Dios, es su presencia gozosa y creadora entre los hombres. El ángel vuela y se presenta en las montañas que rodean a Sión, ciudad de ruinas y de llanto, prego¬nando allí la gran noticia de la venida de Dios. El Dios que parecía haberse diluido en la derrota de su pueblo, el Dios vencido y cautivado del exilio, llega y se desvela de manera creadora, transformante. Por eso, el mensajero anuncia su llegada en gesto victorioso de evangelio.

¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del evangelizador
que anuncia la paz, del evangelizador bueno que anuncia salvación!
De aquel que dice a Sión: ¡Reina tu Dios!
Escucha la voz de los vigías, que cantan a coro
pues contemplan cara a cara a Dios que vuelve a Sión.
Cantad a coro ruinas de Jerusalén…
pues los confines de la tierra verán la victoria de nuestro Dios
(Is 52, 7-10).

3. Evangelizador y profeta: El Siervo de Yahvé

El gran evangelizador del Segundo Isaías es el Siervo de Yahvé

Yo, Yahvé, te he llamado para la justicia,
te he tomado de la mano y te he guardaré y te he constituido:
alianza del pueblo y luz para las naciones
Para que abras los ojos a los ciegos
y saques de la cárcel a los presos
y de la prisión a los que moran en las tinieblas (Is 42, 6-7).

El exilio en Babilonia se interpreta así como una cárcel donde los israelitas se encuentran encerrados, sir poder desplegar su vida en libertad. Ellos están como en prisión: moran encerrados, bajo la tiniebla de unos muros que no les permiten ver el sol. Lógicamente, la primera tarea del Siervo, delegado de Dios en la tierra, será la de ofrecer libertad a esos cautivos y/o presos israelitas, para que pueden desplegar su vida en libertad. Esta es la utopía social del Segundo Isaías, que entiende y promueve la vida de los hombres y mujeres de su pueblo como gran marcha que lleva, a través del desierto de la vida actual, hacia el futuro de la libertad.

Así dice Yahvé, el que me constituyó Siervo suyo
desde el seno materno,
para que trajese a Jacob, para que reuniese a Israel…
Te he guardado y te he constituido alianza del pueblo,
para restaurar la tierra, para repartir heredades asoladas,
para decir a los presos: Salid;
a los que están en tinieblas: Venid a la luz.
Por los caminos pacerán, y en todas las alturas desoladas pastarán…
Convertiré mis montes en camino, y mis senderos se nivelarán.
Mira, éstos vendrán de lejos;
unos del Norte y Poniente, otros de Sinim (Is 49, 5, 12).

4. El profeta del evangelio

Después de la vuelta del exilio, la nueva sociedad, que está surgiendo en Jerusalén, con la restauración sacral y el triunfo de un sistema religioso, centrado en el poder de los sacerdotes y el culto del templo, está creando una nueva forma de opresión. En contra de ella eleva su voz el profeta:

[Principio] El Espíritu del Señor Yahvé está sobre mí,
porque Yahvé me ha ungido, me ha enviado:
[Tareas] – para evangelizar a los oprimidos
– para vendar los corazones quebrantados,
– para proclamar la liberación de los cautivos
y a los prisioneros apertura de la cárcel para proclamar el Año de Gracia de Yahvé
y un Día de Venganza para nuestro Dios
– para consolar a todos los que están de duelo…
(Is 61, 1-3)

5 .Jesús retoma el mensaje de Isaías: Evangelizar a los pobres

Desde ese fondo se entiende el mensaje de Jesús, el evangelizador de Dios. El Evangelio cristiano no ha planteado el tema en clave abstracta, sino en el contexto de un diálogo de Jesús con los mensajeros del Bautista, que le preguntan si es él “el que ha de venir”. Jesús responde:

[Principio] Id y anunciadle a Juan lo que habéis oído y habéis visto:
[Obras] – los ciegos ven,
– los cojos andan,
– los leprosos son curados,
– los sordos oyen,
− los muertos resucitan
− y a los pobres se les anuncia la buena noticia
[Conclusión] y dichoso aquel que no se escandalice de mí (Mt 11,4-6)

Estas palabras, quizá recreadas por la tradición eclesial, testifican una experiencia y enseñanza originaria de la iglesia. Asumiendo el mensaje de una vieja profecía (cf. Is 35, 5-6; 42, 18), Jesús ha interpretado la llegada del reino como liberación integral del ser humano, como sanación completa de los individuos y transformación de la sociedad. Él ha podido proclamar esta palabra porque ha ido curando a los humanos, haciéndoles capaces de vivir en libertad, de realizarse de manera autónoma, en gesto de fe profunda y creadora (cf. Mt 9, 36;14, 14 par). Desde este fondo se pueden entender las necesidades humanas y de los gestos proféticos de Jesús:

Curaciones, en la línea por Is 35, 5-6; 4l, 7; etc. Es indudable que Jesús ha curado a hombres enfermos (cojos y ciegos, ¬sordos y leprosos) en actitud de misericordia y de servicio activo, en gesto de evangelio. ¬
Evangelio, en la línea de Is 61, 1. Las curaciones se expanden y vienen a mostra¬rse como signo (y prueba) de un anuncio gozoso más extenso: es portador del evangelio de Dios. Evi¬dentemen¬te, estos pobres son los pobres-hambrientos-llorosos de las bienaventuranzas (de Lc 6, 20-21 y de Mt 7, 1-6).

− En ese contexto puede hablarse de resurrección de los muertos. Esa palabra se puede interpretar de dos maneras: ¬como promesa histórica del propio Jesús que al realizar las curaciones y anunciar el reino a los pobres está abriendo el camino de la resurrección final de los que han muerto; o como confesión pascual de la iglesia que ha visto ya anunciado y realizado el gran misterio de la resurrección de los muertos en el mismo gesto las obras y promesas de Jesús. Sea como fuere, lo cierto es que la resurrección final, que luego será centro del mensaje pascual de la iglesia, sólo puede entenderse y proclamarse allí donde se asume el camino de Jesús y su evangelio dirigido hacia los pobres.

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El desconcierto de Juan Bautista. Domingo 3º Adviento. Ciclo A.

Domingo, 11 de diciembre de 2016
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jesus-mas-cerca-de-los-q-sufren-12-12-10Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

Las lecturas no tienen relación entre ellas, pero siguen en la misma onda de los domingos anteriores. La primera (de Isaías) vuelve a tratar uno de los grandes problemas antiguos y actuales: el de los deportados y desplazados. El evangelio se relaciona de forma muy estrecha con el del domingo precedente: la actividad de Jesús provoca el desconcierto de Juan Bautista.   La carta de Santiago ofrece un nuevo consejo para vivir el Adviento.

  1. Destierro y repatriación de hace siglos; refugiados y desplazados de ahora

            Los dos primeros domingos de Adviento nos obligaron a recordar los graves problemas de la guerra y las injusticias, ofreciendo como contrapartida la esperanza de la paz y un nuevo paraíso. El texto de Isaías de este tercer domingo aborda otra de las grandes experiencias que tuvo el pueblo de Israel: la del destierro.

            La primera deportación importante la sufrieron los israelitas del norte a finales del siglo VIII a.C. (año 720). Pero las más famosas fueron las que tuvieron como protagonistas a los judíos a comienzos del siglo VI a.C. (años 598 y 586). Fue grande la tragedia, angustia y odio que provocaron estas deportaciones. Pero más fuerte aún fue en muchos casos, no siempre, el deseo de volver a la patria. Numerosos textos proféticos en los libros de Jeremías, Ezequiel, Isaías, anuncian esta repatriación.

            En esta línea se orienta la primera lectura del tercer domingo de Adviento. Para comprenderla debemos recordar que el camino de miles de kilómetros entre Babilonia y Jerusalén no era entonces (tampoco ahora) una maravillosa autopista transitada por cómodos autobuses con aire acondicionado. Cualquier caravana que hacía ese largo recorrido tenía la impresión de atravesar un terrible y árido desierto. Un grupo del que formaran parte ancianos, mujeres embarazadas, niños, podía desanimarse fácilmente ante la difícil empresa. El profeta los anima con palabras enormemente poéticas.

            El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría.

            Tiene la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarión. Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios.

            Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis.»

            Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará.

            Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará.

            Volverán los rescatados del Señor, vendrán a Sión con cánticos: en cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría. Pena y aflicción se alejarán. (Is 35,1-6.10)

            La experiencia del destierro y la esperanza de repatriación trae a la memoria otro de los grandes problemas de nuestro tiempo: el de los apátridas, desplazados y refugiados. Hasta principios del siglo XXI, ACNUR ha proporcionado asistencia a más de 111 millones de refugiados y desplazados.

            La lectura del tercer domingo nos obliga pensar en tantos millones de personas que se encuentran en la misma situación que los antiguos israelitas y necesitan como ellos una palabra y una acción que les lleve esperanza y consuelo.

  1. Desconcierto (Mt 11,2-11)

            El evangelio del domingo pasado nos habló de la esperanza de Juan Bautista: un Mesías enérgico, con el hacha en la mano dispuesto a talar todo árbol improductivo, y con el bieldo para quemar la paja en el fuego. Sin embargo, las noticias que le llegan a la cárcel de la actividad de Jesús son muy distintas.

            En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?»

            Jesús les respondió:

            -«Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!»

            El comienzo es muy significativo: «Juan se enteró… de las obras que hacía el Mesías». No dice Jesús, sino el Mesías. Y «las obras» se refiere a todo lo anterior: palabras, curaciones, misión. Pero precisamente lo que debía animar a Juan provoca en él la duda. Había esperado un Mesías enérgico, que solucionase definitivamente los problemas; dispuesto a cortar el árbol que no diese buen fruto (3,10), a distinguir entre el trigo y la paja, para quemar lo inútil en una hoguera inextinguible (3,12). Jesús le falla; al menos, lo desconcierta. Actúa de forma muy distinta a como actúa él: no va vestido con una piel de camello, no se alimenta de langostas y miel silvestre, no enseña a rezar a sus discípulos, no les obliga a ayunar, en vez de dar hachazos se dedica a curar enfermos y contar historias bonitas. Juan, después de estar convencido de que Jesús era el Mesías esperado, se pregunta ahora ‒y le pregunta‒ si hay que seguir esperando a otro.

            La respuesta de Jesús es desconcertante a primera vista: repite lo que Juan ya sabe. Los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Sin embargo, es distinto saber y comprender. Y las obras del Mesías se comprenden cuando son contempladas a la luz de la Escritura. No se trata de saber que Jesús ha curado a dos ciegos, a un mudo, o a un leproso. Lo importante es que en todo eso se está cumpliendo lo anunciado por los antiguos profe­tas. Las palabras de Jesús aluden a diversos textos del libro de Isaías que hablan de la salvación futura, cuando queden vencidas la muerte, la enfermedad y el dolor:

“Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abri­rán,

saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará” (Is 35,5)

“Vivirán tus muertos, tus cadáveres se alzarán,

despertarán jubilosos los que habitan en el polvo” (Is 26,19)

“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido.

Me ha enviado para la buena noticia a los que sufren” (Is 61,1)

            A partir de estas promesas, elabora Jesús su respuesta, que pasa de la enfermedad física (ciegos, cojos, leprosos, sordos) a la muerte y a la evangelización de los pobres. A partir del libro de Isaías se podría haber construido una imagen muy distinta, más en la línea de Juan Bautista. Jesús elige la que sólo subraya lo positivo. Y esto puede provocar una reacción en contra. Por eso termina con un serio aviso: «¡Dichoso el que no se escandalice de mí!» Esto es lo que los discípulos de Juan deben comunicarle en la cárcel.

            Este episodio es muy importante para examinarnos de nuestra imagen de Jesús. Generalmente partimos de que Jesús es el Hijo de Dios, segunda persona de la Santísima Trinidad. Por consiguiente, cualquier cosa que diga o haga debe ser perfecta. Esta actitud es muy peligrosa porque impide profundizar en la fe.

            Las palabras y las obras de Jesús desconcertaron a Juan Bautista, escandalizaron a los escribas y fariseos, no fueron entendidas por los discípulos. Es absurdo pensar que nosotros no tendríamos ninguna dificultad en aceptarlas.

            Por ejemplo, ante muchas parábolas de Jesús, la reacción normal no debe ser: ¡qué bonita!, sino rebelarse contra su enseñanza. ¿Por qué el padre acoge con tanto cariño al hijo pródigo y nunca en la vida le ha dado un cabrito al hermano mayor para convide a sus amigos? ¿Por qué el dueño del campo le paga la misma cantidad, un denario, al que ha trabajado una hora que al que ha sudado desde las seis de la mañana hasta la puesta del sol?

            Con respecto a su conducta, ¿por qué defiende a sus discípulos cuando se saltan el sábado sin motivo alguno, e incluso lo justifica con argumentos bíblicos que no prueban nada? ¿Por qué ataca de manera tan terrible a los fariseos, que, aunque tuviesen muchos fallos, deseaban cumplir la voluntad de Dios?

            Las preguntas podrían multiplicarse, demostrando que la reacción normal ante Jesús no es el aplauso sino el desconcierto, el escándalo o el rechazo. Luego, en un segundo momento, a base de reflexión y de oración, es cuando se advierte que su postura es la más adecuada y se llega a la fe en él.

            El episodio anterior puede dejar mal sabor de boca con respecto a la figura de Juan Bautista. Por eso, el evangelio añade unas palabras de Jesús sobre él.

Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan:

-«¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti.” Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.»

            Para comprender este pasaje hay que recordar un dato fundamental. Nosotros siempre hemos visto a Juan Bautista en relación con Jesús. Su única misión era anunciar la venida del Mesías. Esto significa una simplificación muy grande. En los ambientes judíos de comienzos del siglo I, Juan Bautista era más conocido que Jesús; y sus discípulos llegaron a Grecia antes incluso que los cristianos. Por otra parte, los episodios ante­riores demuestran que los discípulos de Juan Bautista no perdie­ron su identidad al aparecer Jesús, sino que siguieron vinculados a Juan, viviendo según sus enseñanzas (por ejemplo, con respecto al ayuno).

            Se creó, entonces, entre los discípulos de Jesús y los de Juan cierta tensión sobre quién de los dos era más importante. Aquí se aborda el tema, exaltando a Juan y, al mismo tiempo, poniéndolo en su justo sitio.

            Las afirmaciones son bastante distintas, y a veces enigmáticas. Ante todo, Jesús elogia las cualidades humanas de Juan: firmeza, austeridad. Pero es más que un asceta: es un profeta, e incluso más que eso: el mensajero que prepara el camino del Señor, «el Elías que tenía que venir» (Ex 23,20; Mal 3,1). Por eso, «no ha nacido de mujer nadie más grande que Juan Bautista».

            Sin embargo, la dignidad de Juan radica precisamente en ser el precursor de Jesús, y se queda en el ámbito del Antiguo Testamento. Por eso, «el más pequeño en el Reino de Dios [en la comunidad cristiana] es más grande que él». Esta frase resulta muy dura, pero encaja en la idea bíblica de que los hombres no son lo importante sino Dios y lo que él hace. Encandilarse con la grandeza de las personas, incluso de los mayores santos, no es un buen método para valorar la acción de Dios.

  1. Paciencia

El tercer consejo procede de la carta de Santiago (Snt 5,7-10) y se centra en la paciencia y el aguante, poniendo como ejemplo a personas tan distintas como los campesinos y los profetas.

Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra, mientras recibe la lluvia temprana y tardía. Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca. No os quejéis, hermanos, unos de otros, para no ser condenados. Mirad que el juez está ya a la puerta. Tomad, hermanos, como ejemplo de sufrimiento y de paciencia a los profetas, que hablaron en nombre del Señor.

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Tercer Domingo de Adviento. 10 diciembre, 2016

Domingo, 11 de diciembre de 2016
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Jesús les respondió:

“-Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: las ciegas ven y las inválidas andan; las leprosas quedan limpias y las sordas oyen; las muertas resucitan, y a las pobres se les anuncia la Buena Noticia. ¡Y dichosa quien no se sienta defraudada por mí!”

(Mt 11, 2-11)

En el evangelio de este domingo se nos presenta de nuevo la figura de Juan. Igual de decidido pero también confuso. Se encuentra en prisión y sabe que las cosas pueden empeorar para él. Tiene muy clara su vocación: él no es el Mesías, él simplemente anuncia la llegada del Mesías. Oye hablar de  lo que hace y dice Jesús, y todo junto le confunde. Jesús no es exactamente el tipo de Mesías que esperaba Juan. Por eso, desde la cárcel le envía a sus discípulos con una pregunta directa: “¿eres tú el Mesías o tenemos que esperar a otro?”

Pero la respuesta de Jesús, como siempre, obliga la responsabilidad y a la toma de postura. Podría haberle dicho: -Juan, tranquilo, yo soy el Mesías, aunque vemos a Dios de distinta manera, no te preocupes que conmigo no te equivocas.

Sin embargo, en lugar de una respuesta tranquilizadora, lo que hace es obligar a Juan a hacer uso de su libertad. Le lleva a otra manera de ver a Dios y de ser Mesías. (Recuerda que la semana pasada Juan nos hablaba de un Dios bastante enfadado, esperando la conversión con el hacha en la mano…)

Jesús le dice: – Nada de hachas, Dios no es un juez permanentemente enfadado. La Buena Noticia es que Dios no se cansa de darnos nuevas oportunidades y sus preferidas son las personas marginadas, aquellas que la Ley y la sociedad han dejado fuera del sistema. Y luego añade: – ¡Dichosa quien no se sienta defraudada por mí! Que sería lo mismo que decirle: – Juan o rompes la imagen de Dios que tienes y te vuelves al Dios de la Vida o no podrás ser feliz.

Y nosotras podemos pensar qué imágenes de Dios nos tienen atrapadas sin dejarnos salir tras la huellas del Dios Vivo.

Oración

Dichosa quien no se sienta defraudada por mí.

Dichosa quien sepa ver en la liberación de quienes más sufren la mano de Dios presente en la historia.

Dichosa la que se deje abrir los ojos a la novedad del Reino.

Dichosa la que se deja movilizar por todo aquello que devuelve la dignidad a las últimas de las últimas.

Dichosa la que quede limpia de la lepra de creerse mejor que las demás.

Dichosa la que se abra a la Palabra.

Dichosa la que se deje resucitar a una nueva vida.

Dichosa quien acoja este desconcertante Buena Noticia desde su pobreza, con humildad.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Te sentirás defraudado si pones la esperanza donde no debías

Domingo, 11 de diciembre de 2016
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1198252518_fMt 11, 2-11

Después de haber hablado de la vida pública de Jesús durante ocho capítulos, el evangelio de Mt vuelve a hablar de Juan de una manera sorprendente. Mt ya nos ha dicho quién es Jesús, pero Juan desde la cárcel no las tiene todas consigo. La pregunta a Jesús es muy concreta, pero él responde a dos cuestiones muy distintas. De sí mismo responde de manera indirecta con lo que dice Isaías del Mesías. De Juan responde por su cuenta y riesgo, de una manera también sorprendente. La propuesta del evangelio de hoy es desconcertante: El Precursor dudando que el anunciado sea auténtico.

¡Cómo que Juan no sabía quién era Jesús! ¿No había dicho que no era digno de llevarle las sandalias? ¿No había dicho que su bautismo era sólo de agua, que él bautizaría con Espíritu Santo? ¿No había dicho que él era el que tenía que ser bautizado por Jesús? ¿No había visto al Espíritu bajar sobre él? ¿No había oído la voz del cielo: Este es mi Hijo amado? ¿A qué viene ahora la pregunta ingenua de, si es o no es, el que ha de venir? Está claro que todas las afirmaciones tienen muy pocas probabilidades de ser históricas.

Una vez más recordamos que los evangelios no son crónicas de sucesos. Aunque algunas veces puedan hacer referencia a hechos que sucedieron, la intención al relatarlos es aclarar problemas teológicos. El tema que se propone hoy fue muy difícil de resolver para los primeros cristianos, que eran judíos. Su mensaje y su manera de comportarse, nada tenía que ver con lo que los judíos de su tiempo esperaban del Mesías. No se trata de hablar de Juan, cuanto de intentar que todos se den cuenta del significado de Jesús.

Los evangelios nacen en una cultura oriental, completamente distinta de la cultura grecorromana donde se desplegó más tarde el cristianismo. En aquella cultura, la manera de comunicar verdades, era el relato. Contando una historia, se le dice al interlocutor lo que se le quiere comunicar. Nada que ver con la cultura grecorromana, que había desarrollado un lenguaje lógico, discursivo, racional, que por medio de silogismos accedía y comunicaba la verdad. Sigue siendo una catástrofe para la interpretación del evangelio que nos empeñemos en mirar como lenguaje lógico lo que no es más que un relato mítico, y tomarlo como crónicas de sucesos históricos.

En estos días de Navidad, da verdadera pena oír hablar de los pastores, de los reyes magos, de los inocentes, de los ángeles apareciéndose a los pastores o de las apariciones a María y a José, como historias reales, cuyo objetivo es comunicarnos lo que pasó. Y todo, sin hacer puñetero caso a los exégetas que llevan más de dos siglos diciendo que esa no es la manera adecuada de entender la Biblia. No sólo distorsionamos los textos, haciéndoles decir lo que no dicen; sino que nos quedamos sin el verdadero mensaje, y esto es mucho más grave. Podéis imaginar lo que yo siento cuando veo a una persona salirse de la iglesia por oírme decir que esos relatos no son historia.

Contadle a Juan lo que estáis viendo. No les está diciendo que su misión es curar a los inválidos. Lo que hace Jesús es recordar la manera de hablar de Isaías, para que Juan asociara lo visto con los tiempos mesiánicos. Ni todos los leprosos van a quedar limpios, ni todos los sordos van a oír, (en realidad no llegan a una docena los milagros que nos cuentan los evangelios). Además, También nos decía Isaías el domingo pasado, que el lobo habitará con el cordero y la pantera se tumbará con el cabrito, que el desierto y el yermo se regocijarán, que se alegrarán el páramo y la estepa. Estas imágenes no tenemos más remedio que entenderlas como símbolos. ¿Por qué esperamos que los ciegos vean, los sordos oigan, cuando llegue el Mesías?

¿Por qué habla de ciegos, sordos, cojos, inválidos, leprosos, y hoy, muchos otros colectivos siguen siendo objeto de marginación? El texto quiere decir que la llegada del Reino tendrá consecuencias para todos, pero sobre todo para los más desfavorecidos, que habían perdido toda esperanza. Quiere decir que el que acoja el Reino, saldrá de la dinámica de la opresión y entrará en la dinámica del servicio. Por cierto, entre los signos de la presencia del Mesías no hay ni un solo signo religioso: ni culto, ni rezos, ni sacrificios. Esto tenía que hacernos pensar. Los cristianos nos olvidamos con frecuencia que, para Jesús, lo primero es el hombre; incluso antes que el culto (Dios).

La buena noticia que se anuncia a los pobres (que hemos olvidado los cristianos) es la noticia de que Dios es Abba para todos. La noticia de que la salvación viene de Dios y ya se la ha concedido a todos. La noticia de que Dios no va a pedirnos cuenta de nuestros pecados, sino que no ha liberado ya de todos ellos. La noticia de que no son los sabios y entendidos los que descubrirán ese Dios, sino los sencillos. La noticia de que no son los que detentan el poder, sea civil o religioso, los que están más cerca de Dios, sino los que lo sufren y padecen. La noticia de que no son lo “buenos” los que encontrarán a Dios de cara, sino las prostitutas y los pecadores.

Ni Juan ni los apóstoles estaban capacitados para entender a Jesús. Su figura no se ajusta al Mesías que ellos esperaban. Jesús rompe todos los moldes, desbarata todas las expectativas. Lo que aporta va en la dirección contraria de lo que esperaban. No viene a imponer nada, sino a proponer una dinámica de servicio. Su actitud de no-violencia, de no defenderse de los enemigos, de no destruir al adversario, escandaliza a todos, incluido a Pedro. No sólo no vine a imponer “justicia” sino que acepta la injusticia en su propia carne. De ahí la frase final de Jesús: “y dichoso el que no se escandalice de mí”.

El Reino no lo hacen presentes los ciegos o sordos o cojos curados, sino el que se preocupa de ellos. Solo los hechos en beneficio de los demás hacen presente a Dios. Por no tener esto en cuenta, la mayoría de nosotros creemos que lo importante es librar al pobre de sus carencias. El objetivo primero debe ser librarme yo de mi inhumanidad. Incluso para un ciego, más importante que ver, es recuperar su humanidad machacada por el que le desprecia. Que esa disponibilidad sea para con un rico o para con un pobre, no tiene ninguna importancia; lo que importa es la actitud. Tampoco importa que al necesitado se le dé un millón o sólo una sonrisa; en ambos casos allí está Dios.

Esa advertencia sirve también para nosotros hoy. Seguimos escandalizándonos, porque la salvación que Jesús nos trajo no responde a la que nosotros seguimos esperando. Seguimos sin enterarnos de que el amor que predica Jesús es absolutamente eficaz solo si se hace vida, pero es completamente inútil si se queda en teoría. El amor nunca se pondrá al servicio de nuestro ego para conseguir seguridades o alcanzar provecho personal. El amor va siempre en dirección a los demás y se olvida de sí. Nos empujará siempre a desprendernos de nuestro ego, potenciando la unidad con los demás. El amor compasivo es nuestra verdadera naturaleza. El egoísmo es nuestra destrucción.

En contra de lo que solemos pensar, la inmensa mayoría de las miserias humanas no están a la vista. Todos estamos rodeados de carencias, más importantes que las estrictamente vitales como pueden ser alimento y vestido. La falta de alimento me puede matar biológicamente, pero la falta de amor (activo o pasivo) me mata como ser humano, y eso es mucho más grave. Todos necesitamos ayuda de los demás en mil aspectos, que ni siquiera queremos reconocer. Pero también yo puedo ayudar a todos los seres humanos que encuentro en mi camino. Cada uno necesitará algo distinto, pero puedo estar seguro de que todos esperan algo de mí. Entraré en la dinámica del Adviento cuando haga presente el Reino, no defraudando al que espera algo de mí.

Meditación-contemplación

¡Dichoso el que no se sienta defraudado por mí!
Todos nos sentimos de una u otra manera defraudados.
La realidad no suele ser como nosotros la imaginamos,
Y seguimos esperando que Dios arregle por fin las cosas.
………………………

La preocupación inmediata por nuestro ser biológico
puede impedir el descubrimiento de nuestro ser más profundo
y arruinar nuestras posibilidades como seres humanos.
La única manera de buscarlo, es la meditación.
……………

Hay que nacer de nuevo, decía Jesús a Nicodemo.
Para nacer del Espíritu, hay que trascender lo puramente biológico.
La perla que hay en nuestro interior, está escondida.
Si no me pongo a buscarla con empeño, nunca la encontraré.
……………………

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Abiertos los ojos del corazón

Domingo, 11 de diciembre de 2016
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cruz_corazonCuando la mente se torne tan silenciosa como la niebla al ponerse el sol, la Divinidad te susurrará al oído su más profundo secreto: el Dios de este mundo se encuentra en tu interior y tú lo sabes (Ken Wilber)

11 diciembre, III domingo de Adviento

Mt 11, 2-11

¿Eres tú el que había de venir o tenemos que esperar a otro?

En el film de animación Kubo, dirigido por Travis Knight (2016), el protagonista dice a Mona: “Mi mamá me contó una historia sobre el Lago Largo. Hay algo bajo el agua (…) Ella dijo que había un Jardín de Ojos. Ojos que te miran fijamente y a tu alma. Te muestran secretos. Cosas que te manifiesten allí con ellos. Por siempre”. Una mirada de amor que no hay que salir a buscar, pues más bien hay que entrar para encontrarla.

Ese es el que ha de venir. Un Jesús Salvador que, como Rosina, la protagonista de la ópera El barbero de Sevilla, es: “Occhio che parla, / mano che innamora”.

En el Evangelio encontramos destellos de los maravillosos ojos de Jesús. Ojos que hablan: Jesús “le miró con cariño” al joven rico (Mc 10, 21); a Zaqueo le mira con simpatía y encanto seductor cuando le dice que quiere hospedarse en su casa (Lc 19, 5); mirada llena de penetración y admiración en el caso de la viuda muy pobre y generosa, que había echado sus dos óbolos en el cepillo del templo (Lc 21, 2).

Ojos que son mano que enamoran: Mirada de compasiva ternura a la prostituta arrepentida, en casa de Simón (Lc 7, 44); a la mujer adúltera (Jn 8, 10); al paralítico de Cafarnaúm (Mc 2, 5); a la humilde hemorroísa (Mt 9, 22); a la mujer encorvada (Lc 13, 12); a las muchedumbres hambrientas de pan (Mc 6, 34) o de su palabra (Lc 6, 20); a las piadosas mujeres que le seguían camino del Calvario (Lc 23, 28); la mirada llena de lágrimas de compasión y pena que dirigió a la ciudad de Jerusalén (Lc 19, 41); la mirada más generosa y entregada que conocemos: la de Jesús a su madre y a Juan (Jn 19, 26-27); y la mirada profunda y transformadora que dirigió a Pedro (Lc 22, 61) en el patio de la casa de Caifás, Sumo Sacerdote.

¡Yo soy la Humanidad entera!, gritaban los ojos de Jesús cuando miraban. Y su grito era tan seductor y sugestivo para quienes lo escuchaban porque era grito salido del corazón. Ken Wilber nos lo explica de este modo: “Cuando la mente se torne tan silenciosa como la niebla al ponerse el sol, la Divinidad te susurrará al oído su más profundo secreto: el Dios de este mundo se encuentra en tu interior y tú lo sabes”. Un viaje al pasado de nosotros mismos, al corazón de nuestra vida, a la fuente fascinante de nuestra inspiración y creaciones. Como le ocurrió a Daniel, el protagonista de la película argentina El ciudadano ilustre (2016), dirigida por Gastón Duprat y Mariano Cohn.

Y esto es ser rey de uno mismo, sin necesidad de que nadie ajeno a nosotros nos gobierne. Somos dueños de nuestro propio reino.

Los sufís dicen que uno debe escuchar aquellos que tienen abiertos los ojos del corazón. En la historia El látigo nuevo, que hoy ilustra nuestro artículo, el conocimiento extraído de palabras son sólo palabras, el que nace de hechos personales es real. El jinete ciego, símbolo del hombre intelectual, mente llena y corazón vacío, busca un concepto fijo. Para él, el mundo es lo que cree que el mundo es. Busca una verdad que en el fondo es “su” verdad. El jinete que ve, símbolo del hombre sabio, mente vacía y corazón lleno, se acerca al mundo sin prejuicios, aceptando lo que es tal como es. No busca la verdad sino la autenticidad.

– Es importante ser consciente en la manera de que nos percibimos, puesto que es esa mirada sobre nosotros, la que determinará la calidad y el tenor de nuestras relaciones con el mundo.

El Evangelio nos lo advierte en Lc 21, 8:“¡Atención, no os dejéis engañar!”  Ni por las autoridades religiosas, ni por las políticas.

EL LÁTIGO NUEVO

Una mañana muy fría, dos jinetes cabalgaban por un camino campestre. Uno de ellas, que era ciego dejó caer su látigo. Se bajó del caballo y, arrodillado, palpó la tierra buscándolo. No lo pudo encontrar pero dio con otro que le pareció más elegante, más suave. Montó en su animal y continuó la cabalgata. El otro jinete, que sí podía ver, le preguntó qué había buscado en el suelo. El ciego le respondió: “Perdí mi látigo y bajé a buscarlo; no lo logré pero encontré este otro que es más largo, suave y flexible que el primero”.  El hombre que podía ver le dijo: “¡Arrójalo! ¡Lo que tienes en la mano, no es un látigo sino una serpiente adormecida por el frío!”. El ciego rehusó tirarla, diciendo que el hombre que podía ver estaba envidioso de su nueva fusta… Un rato más tarde, el calor del día, despertó a la serpiente, la cual mordió al ciego, envenenándolo.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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¿Tenemos que esperar a otro?

Domingo, 11 de diciembre de 2016
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“En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras de Cristo, le mandó a preguntar por medio de dos de sus discípulos: “Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”” (Mt 11,2).

Puede resultar desconcertante ver a Juan el Bautista, al hombre que anunciaba la llegada de Jesús como el Mesías, mostrando en este evangelio dudas sobre quién es realmente aquel al que anunció como “el que viene detrás de mí y a quien no merezco ni llevarle las sandalias”. Si bien sabemos que el texto está cargado de contenido teológico, la pregunta nos muestra lo que seguramente sucedería en los primeros tiempos del cristianismo. No serían pocas las discusiones entre los discípulos de Juan y los de Jesús, o las dudas existentes en la comunidad mateana. A los judíos, que habían nacido y se habían criado esperando un Mesías diferente, regio y guerrero, no les sería fácil acoger a Jesús como el Esperado de todos los tiempos. El evangelista, como sucedió entonces, nos invita hoy a replantearnos nuestra imagen de Jesús para posicionarnos y dar una respuesta personal ante la pregunta: “¿tenemos que esperar a otro?”.

La liturgia del domingo pasado nos presentaba a Juan anunciando al que venía detrás de él como el que “os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él tiene el bieldo en la mano, aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga” (cf. Mt 3,12). Son imágenes apocalípticas, que contrastan con las acciones que Jesús realiza y que Mateo nos ha ido describiendo a lo largo de los siguientes ocho capítulos hasta encontrarnos con la lectura de hoy. A los creyentes de los primeros tiempos les tuvo que resultar sobrecogedor acoger a un Mesías que no venía portando fuego y bieldo, fuerza y destrucción; sino encarnación, compasión, bondad y consuelo.

Nosotros, tan acostumbrados a ver a Jesús como el hombre bueno que recorrió Galilea sanando, liberando, compartiendo mesa y palabra, abrazando y consolando, no se nos puede pasar la oportunidad de cuestionarnos personalmente para renovar y afianzar nuestra fe en el Dios que se hizo ser humano para compartirlo todo con nosotros. ¿Acogemos en lo más hondo de nuestro corazón a este Mesías o estamos esperando a otro? ¿Cuál es nuestra imagen de Dios? ¿A quién estamos buscando? ¿A quién estamos siguiendo? ¿Con quién nos estamos comprometiendo?

Porque la respuesta de Jesús no deja resquicio a la duda. Jesús se da a conocer no a través de términos abstractos sino de acciones concretas. “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia.” Lo que el profeta Isaías anunciaba como futuro (y que hoy leemos en la primera lectura) se hace presente en Jesús. Estos son los signos del Mesías: alivio para quien sufre, acogida para quien es excluido, vida para quien se siente morir, vista para quien se encuentra en penumbras, fortaleza para las rodillas débiles… “¡Dichoso el que no se sienta defraudado por mí!”, nos dice Jesús. Dichoso quien acoja que este es el Dios de la Vida, aquel que se abaja, se hace niño, se hace carne humana, para acoger en sí el dolor y el sufrimiento de todos. El tuyo, el mío, pero sobre todo, el de aquellos y aquellas que peor lo están pasando en nuestro mundo. Este es el Dios de Jesús y de este modo y no de otro nos convoca a trabajar en su Reino.

Hoy celebramos el “Domingo de Gaudete”, el conocido como el domingo de la Alegría. Pablo en la segunda lectura nos lo recordará: “Estad siempre alegres”. Que nuestra alegría se nutra de la Buena Noticia que Jesús nos anuncia: la certeza del amor absoluto del Dios Todoternura que nos saca de nuestras cegueras, invalideces y lepras llevándonos a una vida nueva y enviándonos a hacer lo mismo.

Inma Eibe, ccv

Fuente Fe Adulta

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Uno. El número necesario para cambiar el mundo

Domingo, 11 de diciembre de 2016
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maria_jovenfamiliaAsí interpela el cartel de una ONG a los viandantes de los pasillos del metro de Madrid, arañando las posibilidades del lenguaje y, con ello, el trasiego monótono de las idas y venidas en las estaciones de las mil razones en las que cómodamente nos movemos sin que nada cambie.

A desinstalarnos y a estimular nuestra audacia contribuye la bocanada de aire fresco del evangelio de Lucas que, como aquel cartel, incide en la fuerza de un “sí” para trastocar nuestro viejo y lánguido mundo y preñarlo de novedad. Pero no de esa novedad que, disimulando el olor a rancio, en el fondo recicla un saber igual a sí mismo, sino de aquella novedad llena de vehemencia, sinceridad e intensidad.

Lucas nos propone una escena que engrandece el nacimiento de Jesús pero también realza la figura de la Madre. Ella, María, lejos de interpretar el típico papel de la mujer meliflua y huidiza de los focos, da un paso al frente y asume con autenticidad y arrojo la responsabilidad de tomar la decisión más importante de su vida. Como aquella levadura que se confunde en la masa, su cuerpo acogerá el germen que, al mismo tiempo que imperceptible, será imparable y fermentará todo produciendo un crecimiento exponencial.

De hecho, en boca de Gabriel se pone una palabra griega que generalmente traducimos por llena de gracia y que puede llevar al equívoco de pensar que ella es tan solo un sujeto pasivo.

Una apreciación que evoca aquella espontánea exclamación que desde el fondo de la escena lanza atrevidamente una mujer —Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron (Lc 11,17)— y que Jesús rápidamente puntualiza: Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan (Lc 11,12).  Y es que la “dicha” o la “gracia” no reside tanto en el seno o en los pechos (esto es, aquello que representa la maternidad física) como en la capacidad de creer. En este sentido, Jesús matiza ante la posible minusvaloración del papel de ella: no es tan solo la grandeza de Él lo que le hace grande y única a ella (El será grande, será llamado Hijo del Altísimo), sino que ella es dichosa porque ha creído que se cumplirá en ella la Palabra de Dios. María, vocacionalmente activa, asume el riesgo de ser creyente y la aventura de seguir a Dios.

Dios cambia las cosas a su manera, con gente pequeña, insignificante, pero convencida y, por eso, con gente que no se arredra ante las dificultades de la vida y es capaz de soñar.

Ciertamente podría haberlo hecho de otra manera, podría haber venido Él mismo, o hacerlo sin nuestra colaboración. Podría haberlo hecho según el modelo superhéroe que se enfrenta a este mundo solo y con sus “súper-poderes” y que, al puro estilo de hada madrina, va transformando las cosas feas en bonitas, interviniendo de una manera prodigiosa en la realidad.  

Tal vez, esta es nuestra idea de potencia, de cómo se cambia el mundo, e incluso nuestra forma de comprender cómo Dios debería usar su “poder” para construir un mundo mejor. Sin embargo, se trata de nuestras proyecciones, legítimas pero también de “película” y, sobre todo, sin ninguna implicación personal. Dios no cambia la historia sin nosotros. La vida de María es una llamada a quitarnos la carcasa de la desesperanza y a creer que nada es imposible para Dios, que Dios hace cosas grandes, que actúa a lo grande, que “uno es el número necesario para cambiar el mundo.

Marta García Fernández

Fuente Fe Adulta

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