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La Navidad, “mucho ruido y pocas nueces”

Lunes, 4 de enero de 2016

4Miguel Esquirol Vives
Cochabamba (Bolivia).

ECLESALIA, 28/12/15.- Otra vez Navidad, pero hoy ha perdido el sentido profundo que alguna vez tuvo. Se ha quedado vacía por dentro y ha sido suplantada por el Papa Noel y la Coca cola.

La Navidad, sin embargo, nos descubre algo muy importante, la unión de lo humano y lo divino. Jesús no necesitó un templo para nacer, nace en un establo, sin sacerdotes, sólo con sus padres, en un parto como tantos otros y la compañía de unos miserables pastores, verdaderos ángeles para aquella pobre familia.

Pero las iglesias tradicionales, han cometido el más grave divorcio, el de separar lo que Dios había unido, lo humano y lo divino, lo sagrado y lo profano. Así se han fabricado personas sagradas, lugares sagrados y tiempos sagrados, como en la religión que encontró Jesús en su tiempo, dejando a todo lo demás como profano. Como consecuencia, un cristianismo separado de la realidad, la fe de la vida y con miedo al mundo, al cuerpo y al placer.

Y por eso la religión cada día interesa menos a mucha gente. Y como las religiones se habían considerado las únicas dueñas del espíritu y de su manifestación la espiritualidad, el pueblo en general considerado profano y el cristiano en particular se ha quedado ignorante de la dimensión más profunda de su ser, dimensión tan suya como su cuerpo, como es su espíritu.

Y así nos estamos quedando mutilados en nuestro ser. Con un vacío enorme que necesitamos llenar de alguna forma, a veces errónea, como cuando los jóvenes lo buscan en el ruido, la velocidad, el sexo y el alcohol desmedidos o en las drogas.

Y los adultos en el dinero y las cosas, de ahí el consumismo, el materialismo y la corrupción. O en el poder y de ahí la decadencia de la clase política que lo busca para servirse a sí misma o caer en el terrorismo o en el belicismo.

Otros siguen buscando su espiritualidad, pero sin nadie que los oriente, y sin embargo está tan cerca, por ejemplo, creando buen ambiente en la familia, en la amistad, en el trabajo, en sanos esparcimientos, gozando de la naturaleza y el arte, en la fiesta, en la alegría y el placer, en la política sincera, la educación o el estudio con ganas, la justicia, la honradez y la solidaridad.

La espiritualidad de Jesús no es la espiritualidad del sacrificio, la perfección, el pecado y la culpa, es la espiritualidad de la felicidad y la alegría para la gente. La predicaba con hechos, asistiendo a bodas, comidas festivas y banquetes que le servían como símbolo de ese otro mundo diferente que enseñaba, repartiendo vida, dando su lugar a las mujeres y demás excluidos y liberando a los oprimidos por la causa que fuera. No acudía a rezar al templo, pues para él todo era sagrado, el lago, los cerros y sobre todo la gente. Para Jesús tan sagrado era comer como rezar. Es la alegría del evangelio del papa Francisco

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