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La mujer en la Iglesia, acólita y lectora. ¿Paso adelante o decepción?

Martes, 26 de enero de 2021
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mujeres-sacerdotes1Juan Cejudo,
miembro de MOCEOP y de Comunidades Cristianas Populares,
Cádiz.

ECLESALIA, 18/01/21.- Recientemente el papa Francisco ha publicado en su carta apostólica “Spiritus Domini” del 11/01/2021 un decreto por el que las mujeres ya pueden acceder a los ministerios del acolitado y del lectorado. Es algo que ya se venía haciendo desde hace muchos años en muchísimas partes del mundo. Las mujeres leen la palabra de Dios y ayudan como acólitas en las ceremonias religiosas, incluidas las eucaristías. Ninguna sorpresa. Ninguna novedad, salvo que ahora ya pueden ser reconocidas de manera oficial por este decreto del Papa.

Pero ésto sólo no es lo que desde hace muchos años se viene demandando desde muchos sectores eclesiales, como ha quedado reflejado en el pasado Sínodo de la Amazonía, que también solicitó el diaconado permanente para las mujeres. Igualmente el Sínodo de la Iglesia alemana, que empezó hace poco más de un año, plantea un cambio importante del papel de la mujer en la Iglesia, igual que demanda que el celibato sea opcional y otros.

El mismo papa Francisco ya creó en 2016 una Comisión de Estudio sobre el diaconado de las mujeres que no cuajó. Pero, al terminar el Sínodo de la Amazonia, en 2020, creó una nueva comisión para el estudio del diaconado femenino. Veremos a qué conclusiones se llega.

Aún así, no dejan de ser éstos, tímidos intentos por parte de la estructura eclesial para querer llegar a lo que ya hace muchos años se ha llegado en la sociedad civil: a la plena igualdad entre el hombre y la mujer.

La mujer en la Iglesia -así lo pensamos muchos- debe tener los mismos derechos que los hombres. Jesús no hizo diferencia entre hombres y mujeres. María Magdalena era una de sus más fieles seguidoras. La que está junto con su madre y otras mujeres y Juan, al pie de la cruz cuando está agonizando. La primera que va al sepulcro y comprueba que ha resucitado, Las mujeres están muy presentes en la vida de Jesús. En las primeras comunidades cristianas hay diaconisas, hay presbíteras y epíscopas…

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¿Por qué no hoy? Por eso esta medida de Francisco para mí es insuficiente y decepcionante . Comprendo que sectores moderados de la Iglesia hayan visto esta novedad como un gran paso hacia adelante, por lo que supone de dar respaldo oficial a lo que ya desde hace muchos años se viene haciendo en las iglesias, pero para mí es una decepción porque se queda muy corto.

Así supongo lo habrá valorado ese colectivo de 300 presbíteras católicas de todo el mundo, que aún no son reconocidas por las instancias oficiales, como muy bien ha declarado la presbítera española Christina Moreira que dice: “Oráculo del Señor: las hijas del Rey del universo no quieren soportar más el oprobio de ser tratadas como indigentes a quienes tirar algunas migajas para tenerlas contentas. […] No voy a aceptar ministerios tapaagujeros y apaga incendios, para que el clero se pueda dedicar con más holgura a perennizar el sistema clerical”. Sus declaraciones se pueden leer íntegras aquí.

Somos muchos los que desde hace muchos años venimos reclamando cambios en la Iglesia más profundos, en muchas áreas, que ayuden a salir de este desfase y esclerosis en que se encuentra, entre ellos la opcionalidad del celibato y la igualdad de responsabilidades entre mujeres y hombres en la Iglesia, a todos los niveles.

Me llama la atención que en la modificación del canon 230.1 del Código de Derecho Canónico que ha realizado el papa Francisco, no se dice abiertamente que los ministerios de lector y acólito pueden desempeñarlo ahora hombres y mujeres, sino que de modo muy ambigüo, con la palabra “laico”, se supone que incluye a hombres y mujeres. Es como si hubiere temor a decir expresamente que también las mujeres pueden desempeñarlos. Al mismo tiempo se deja claro que estos ministerios no conllevan remuneración económica alguna. Ésta es la redacción: “Los laicos que tengan la edad y condiciones determinadas por decreto de la Conferencia Episcopal, pueden ser llamados para el ministerio estable de lector y acólito, mediante el rito litúrgico prescrito; sin embargo, la colación de esos ministerios no les da derecho a ser sustentados o remunerados por la Iglesia”.

Es verdad que el mismo Francisco al explicar esta modificación sí deja claro que estos ministerios se pueden dispensar a todos los fieles idóneos sean de sexo masculino o femenino: “estos ministerios laicos, al estar basados en el sacramento del Bautismo, pueden ser confiados a todos los fieles idóneos, sean de sexo masculino o femenino, según lo que ya está previsto implícitamente en el canon 230 § 2”.

En definitiva, unos muy tímidos avances que, aunque valoro de modo positivo, con la esperanza de que pronto se puedan ir ampliando, pienso que no satisfacen para nada a sectores muy amplios de la base eclesial que desde hace muchos años pide se termine de una vez la discriminación en la Iglesia entre mujeres y hombres para caminar hacia la plena igualdad.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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La gracia (o no) de ser mujer

Domingo, 26 de marzo de 2017
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“‘Ordinatio sacerdotalis’, una puerta mal cerrada”

“El machismo tiene carta de ciudadanía en determinados sectores de la Iglesia” 

(Manuel Regal).- Hace pocos días Christina Moreira hizo pública a través de los medios de comunicación su condición de mujer ordenada como cura y de su práctica pastoral como tal en la comunidad “Home Novo” de A Coruña.

La primera mujer gallega, la primera también española que da este paso, dentro de las 240 existentes en todo el mundo, entre las que se encuentra una docena de mujeres obispas, eso sí, sin ninguna estructura de poder. Lo hacía siendo conocedora de que con todo eso ella y la comunidad que la acompaña rompían con las normas eclesiásticas vigentes, pero desde el convencimiento de que respondía así a una vocación personal muy discernida, asentada en la condición de igualdad que hombre y mujer tienen por naturaleza como miembros de la familia cristiana a través del bautismo.

Ya hemos transmitido en estas mismas páginas nuestro opinión sobre la cuestión de la ordenación de las mujeres como cuidadoras de la comunidad. Cuando después del Vaticano II el Papa Paulo VI hubo de dar respuesta a la demanda eclesial de un debate sobre la cuestión, solicitó el parecer al respecto de un equipo de expertos en temas bíblicos; estos manifestaron unánimemente que desde un punto de vista exegético no había ningún impedimento para que las mujeres pudiesen ser ordenadas como cuidadoras de la comunidad.

Aún así, por indicación de este Papa, la Comisión para la Doctrina de la Fe, presidida por el cardenal Seper, en el año 1976, publicó la declaración Inter insigniores, en la que se cerraba esta posibilidad echando mano básicamente de dos argumentos: Cristo, designando a los Doce apóstoles creó el servicio sacerdotal sólo para hombres, y la actuación sacramental in persona Christi demanda que sea hombre quien lo pueda representar.

Pensamos, con muchísimas personas creyentes, con muchísimos teólogos también, que esos dos argumentos son muy discutibles; el primero, porque no existe la seguridad de que la designación de los Doce hubiese tenido para Jesús el alcance de crear un cuerpo sacerdotal tal como después fue apareciendo en la Iglesia; y el segundo, por lo mismo y además porque condicionar con el sexo la capacidad representativa de Cristo, hoy parece simplemente aberrante. Quién mejor representará a Cristo será la persona, hombre o mujer, que más viva en la actitud de servir hasta el extremo de dar la vida.

Pero esos fueron también los argumentos de los que echó mano el Papa Juan Pablo II para cerrar el debate en su breve carta Ordinatio sacerdotalis del año 1994. Y así no tiene reparos en afirmar en ella que es “una disposición que hay que atribuir a la sabiduría del Señor del Universo”(n. 3). Permítaseme la vulgaridad, pero es mucho decir de Dios poder afirmar tal cosa por muy Papa que uno sea, máximo cuando no existen evidencias que lo justifiquen y las consecuencias son tan graves para todo el conjunto eclesial y para la mujeres en concreto, en un momento histórico en el que el feminismo se presenta como un signo de los tiempos que demanda escucha fiel, discernimiento atento y prácticas cuidadosamente maduradas.

Sin dudar para nada de sus rectísimas intenciones, a muchísimas personas de la Iglesia esa declaración nos ha llegado como una manera de esquivar el debate de un tema ciertamente espinoso, pasándole al mismísimo Dios la patata caliente.

El arzobispado de Santiago, en su declaración esquemática y aséptica, no hace sino emplear estas mismas argumentaciones para declarar ilícita e inválida la ordenación como cura de Christina Moreira y, por lo tanto, también los sacramentos que ella y su comunidad realizan y viven.

Pero así están las cosas. El deseo del Papa Juan Pablo II de que el asunto quedase definitivamente cerrado no se ha cumplido, porque la sociedad está ahí apretando y porque una parte muy considerable de la Iglesia seguimos pensando que esa fue una puerta mal cerrada.

Corremos el riesgo de convertirnos en una institución anacrónica, quizás ya lo estamos siendo en buena medida, y no precisamente por apegarnos en cuerpo y alma al estilo de vida de Jesús, lo cual merecería la pena el aislamiento, sino por vincularnos artificialmente a unos modelos eclesiales que podrían cambiar precisamente buscando ser más fieles al espíritu de Cristo.

Algo que una vecina nuestra, mujer de aldea, sin conocimientos teológicos, pero con fina sensibilidad cristiana, resolvía a su manera con esta argumentación simple en un momento en que en pequeño grupo se hablaba de estas cosas: “A mí me da igual que el médico sea hombre o mujer, que el profesor de nuestros hijos sea hombre o mujer, que el veterinario sea hombre o mujer; yo lo que quiero es que sea buena persona y que cumpla bien su oficio”. Lo más sencillo es casi siempre lo más verdadero.

La respuesta en los medios digitales ante la actuación de Christina Moreira demuestra hasta qué punto la desconsideración hacia la mujer, el machismo, tiene carta de ciudadanía en determinados sectores de la Iglesia, como la tiene también por desgracia en la sociedad de la que formamos parte.

Suponemos que Christina Moreira hace pública su condición y práctica de cura porque lo ve como algo normal, porque entiende que puede ser un signo profético en bien de la Iglesia y de las mujeres, porque piensa que puede ayudar a que el debate se mantenga vivo a pesar de todo. Suponemos que estará dispuesta a poner las espaldas bajo los golpes que le van a caer encima, como le caen a quien a tales cosas se arriesga. Deseamos que pueda vivir todo esto sin afán ninguno de méritos y prestigios cristianamente anacrónicos. De nuestra parte reciba respeto, cierta admiración y agradecimiento y oración: que los golpes no la hundan, que los aplausos no la confundan. Y Dios dirá.

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Fuente Religión Digital

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