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Este es mi Hijo amado

Domingo, 25 de febrero de 2024
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El modelo, hijo del artista artista que ha realizado el cartel de la Semana Santa sevillana

Transfigúrame.

Señor, transfigúrame.
Traspáseme tu rayo rosa y blanco.
Quiero ser tu vidriera,
tu alta vidriera azul, morada y amarilla
en tu más alta catedral.

Quiero ser yo mismo, sí, mi historia,
pero de Ti en tu gloria traspasado.
Quiero poder mirarte sin cegarme,
convertirme en tu luz, tu fuego altísimo
que arde de Ti y no quema ni consume.

Déjame mirarte, contemplarte
a través de mi carne y mi figura,
de la historia de mi vida y de mi sueño,
inédito capítulo en tu Biblia.

Si he de transfigurarme hasta tu esencia,
menester fue primero ser ese ser con límites,
hecho vicisitud camino de figura,
pues solo la figura puede trans-figurarse.

Pero a mí solo no. Como a los tuyos,
como a Moisés (fuego blanco de zarza),
como a Elías (carro de ardiente aluminio),
cada uno en su tienda, a ti acampados,
purifica también a todos los hijos de tu padre,
que te rezan conmigo o te rezaron
o acaso ni una madre tuvieron
que les guiara a balbucir el padrenuestro.

Purifica a todos, a todos transfigúralos.
Si acaso no te saben, o te dudan,
o te blasfeman, límpiales piadoso
(como a ti la Verónica) su frente;
descórreles las densas cataratas de sus ojos,
que te vean, Señor, y te conozcan;
espéjate en su río subterráneo,
dibújate en su alma
sin quitarles la santa libertad
de ser uno por uno tan suyos, tan distintos.

Mira, Jesús, a la adúltera
y al violento homicida
y al mal ladrón y al rebelde soberbio
y a la horrenda –¡piedad! – madre desnaturada
y al teólogo necio que pretende
apresarte en su malla farisea
y al avaro de oídos tupidos y tapiados
y al sacrificador de rebaños humanos.

[A cada uno de ellos] sálvale Tú,
despiértale la confianza.
Allégatele bien, que sienta
su corazón cobarde contra el tuyo
coincidentes los dos en solo un ritmo.

Que todos puedan en la misma nube,
vestidura de ti, sutilísima fimbria de luz,
despojarse y revestirse
de su figura vieja y en ti transfigurada.
Y a mí con ellos todos, te lo pido,
la frente prosternada hasta hundirla en el polvo,
a mí también, el último, Señor,
preserva mi figura, transfigúrame.

*

Gerardo Diego

***

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Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador… Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús:

“Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.”

Estaban asustados, y no sabían lo que decía. Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube:

“Éste es mi Hijo amado; escuchadlo.

De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.

Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:

– “No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.”

Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de “resucitar de entre los muertos”.

*

(Marcos 9,2-10)

***

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La transfiguración no es la revelación impasible de la luz del Verbo a los ojos de los apóstoles, sino el momento intenso en el que Jesús aparece unificado en todo su ser con la compasión del Padre. En aquellos días decisivos, él es más que nunca transparente a la luz de amor de aquel que lo entrega a los hombres por su salvación. Por consiguiente, si Jesús se transfiguró, es porque el Padre hace resplandecer en él su gozo. El irradiar su luz en su cuerpo de compasión es como el estremecimiento del Padre por la total entrega de su Unigénito. De ahí la voz que atraviesa la nube: “Éste es mi Hijo amado; en él están todas mis complacencias… escuchadle”.

En cuanto a los tres discípulos, son inundados durante unos segundos por lo que se les concederá recibir, comprender y vivir a partir de Pentecostés: la luz deífica que emana del cuerpo de Cristo, las energías multiformes del Espíritu dador de Vida. Y entonces cayeron a tierra, porque “Aquel” no sólo es “Dios con los hombres” sino Dios-hombre: nada puede pasar de Dios al hombre ni del hombre a Dios si no es a través de su cuerpo. Ya no hay distancias entre la materia y la divinidad: en el cuerpo de Cristo nuestra carne está en comunión con el Príncipe de la Vida, sin confusión ni separación.

Lo que el Verbo inauguró en su encarnación y manifestó a partir de su bautismo con sus milagros nos lo deja entrever en plenitud la transfiguración: el cuerpo del Señor Jesús es el sacramento que concede la vida de Dios a los hombres. Cuando nuestra humanidad consienta unirse a la humanidad de Jesús, participará en la naturaleza divina, será deificada.

*

J. Corbon,
Liturgia alia sorgente, Roma 1982, 81s.

***

Licencia Atribución de Creative Commons (reutilización permitida)

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Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.

Domingo, 13 de marzo de 2022
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DEUS ABSCÓNDITUS

Eres un Dios escondido,
pero en la carne de un hombre.
Eres un Dios escondido
en cada rostro de pobre.
Más tu Amor se nos revela
cuanto más se nos esconde.

Siempre entre Tú y yo,
un puente.
Es imposible el vado.

Tanto me llamas Tú
como Te busco yo.
Los dos somos encuentro.
Haciéndome el que soy
-anhelo y búsqueda-
Tú eres el que eres
-don y abrazo-.

*

Pedro Casaldáliga
Todavía estas palabras
1994

*

Así dice el Señor:

“Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”

 (Lucas 3, 22)

***

 

En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos.

De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén.

Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús:

“Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

No sabía lo que decía.

Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía:

“Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.”

Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.

*

Lucas 9, 28b-36

***

El Evangelio nos dice que su rostro apareció totalmente transfigurado. Sabes muy bien que el rostro revela el corazón, revela la interioridad de un ser. Con los ojos de tu corazón contempla ese rostro, pero a través del rostro encuentra el corazón de Cristo. El rostro de Cristo expresa y revela la ternura infinita de su corazón. Cuando sientes una gran alegría, tu rostro se ilumina y refleja tu felicidad.

Es un poco lo que le ha pasado a Jesús en la transfiguración. Si escrutas el corazón de Cristo en la oración, descubrirás que la vida divina, en fuego de la zarza ardiente, estaba escondido en el fondo del mismo ser de Jesús. Por su encarnación, ha “humanizado” la vida divina para comunicártela sin que te destruya, pues nadie puede ver a Dios sin morir. En la transfiguración, esta vida resplandece con plena claridad de una manera fugaz e irradia el rostro y los vestidos de Jesús. Sobre el rostro de Cristo contemplas la gloria de Dios.

En la transfiguración, todo el peso de la gloria del Señor -es decir, la intensidad de su vida- irradia de Jesús. Las figuras de Moisés y Elías convergen hacia él. No hay que engañarse en esto: el ser mismo de Cristo hace presente al Dios tres veces santo de la zarza ardiente y al Dios íntimo y cercano del Horeb. Sin embargo, hay que aprehender toda la dimensión de la gloria de Jesús, que brilla de una manera misteriosa en su éxodo a Jerusalén, es decir, en su Pasión. En el centro mismo de su muerte gloriosa es donde Jesús libera esta intensidad de vida divina escondida en él.

La contemplación de la transfiguración te hace penetrar en el corazón del misterio trinitario, del cual la nube es el símbolo más brillante. Si aceptas en Jesús el entregar tu vida al Padre por amor, participas del beso de amor que ef Padre da al Hijo.

*

Jean Lafrance,
Ora a tu Padre,
Editorial Narcea
Madrid 1.981, 104-105.

***

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Este es mi Hijo amado

Domingo, 28 de febrero de 2021
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 ¡Quiero verte, Señor!

Quiero cerrar los ojos
y mirar hacia dentro
para verte, Señor.

Quiero también abrirlos
y contemplar lo creado
para verte, Señor.

Quiero subir a l monte
siguiendo tus huellas y camino
para verte, Señor

Quiero permanecer acá
y salir de mí mismo
para verte, Señor.

Quiero silencio y paz
y entrar en el misterio
para verte; Señor.

Quiero oír esa voz
que hoy rasga el cielo
y me habla de ti, Señor.

Quiero vivir este momento
con los ojos fijos en ti
para verte, Señor.

Quiero bajar del monte
y hacer tu querer
para verte, Señor.

Quiero recorrer los caminos
y detenerme junto al que sufre
para verte, Señor.

Quiero escuchar y ver,
gozar de este instante,
y decirte quién eres para mí, Señor.

*

 Florentino Ulibarri

***

Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador… Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús:

“Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.”

Estaban asustados, y no sabían lo que decía. Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube:

“Éste es mi Hijo amado; escuchadlo.

De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.

Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:

– “No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.”

Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de “resucitar de entre los muertos”.

*

(Marcos 9,2-10)

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La transfiguración no es la revelación impasible de la luz del Verbo a los ojos de los apóstoles, sino el momento intenso en el que Jesús aparece unificado en todo su ser con la compasión del Padre. En aquellos días decisivos, él es más que nunca transparente a la luz de amor de aquel que lo entrega a los hombres por su salvación. Por consiguiente, si Jesús se transfiguró, es porque el Padre hace resplandecer en él su gozo. El irradiar su luz en su cuerpo de compasión es como el estremecimiento del Padre por la total entrega de su Unigénito. De ahí la voz que atraviesa la nube: “Éste es mi Hijo amado; en él están todas mis complacencias… escuchadle”.

En cuanto a los tres discípulos, son inundados durante unos segundos por lo que se les concederá recibir, comprender y vivir a partir de Pentecostés: la luz deífica que emana del cuerpo de Cristo, las energías multiformes del Espíritu dador de Vida. Y entonces cayeron a tierra, porque “Aquel” no sólo es “Dios con los hombres” sino Dios-hombre: nada puede pasar de Dios al hombre ni del hombre a Dios si no es a través de su cuerpo. Ya no hay distancias entre la materia y la divinidad: en el cuerpo de Cristo nuestra carne está en comunión con el Príncipe de la Vida, sin confusión ni separación.

Lo que el Verbo inauguró en su encarnación y manifestó a partir de su bautismo con sus milagros nos lo deja entrever en plenitud la transfiguración: el cuerpo del Señor Jesús es el sacramento que concede la vida de Dios a los hombres. Cuando nuestra humanidad consienta unirse a la humanidad de Jesús, participará en la naturaleza divina, será deificada.

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J. Corbon,
Liturgia alia sorgente, Roma 1982, 81s.

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Fuego

Miércoles, 17 de abril de 2019
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im25411MoisesDesiertoVivimos como si nada ocurriera, con cierta o mucha rutina, que en el fondo nos da seguridad. Hay personas que llevan muy mal los cambios, y a veces el intento de tenerlo todo bajo control, organizado… hace que Dios, el Amor, para acercarse a nosotros, tenga que “manifestarse”, llamarnos la atención, suplicarnos con algún gesto que estemos despiertos, alerta, presentes ¿por qué? porque tiene algo que decirnos.

Éxodo 3,1-8  13-15

…Moisés, después de descubrir su identidad en palacio, y tratar a su manera, de defender a los que ha descubierto como “suyos”, se sumerge en un profundo desierto, el desierto que nuestro tiempo litúrgico nos invita a experimentar de nuevo este año,  y el texto nos descubre que incluso en el desierto nos podemos acomodar.  Sin embargo el buen hombre tiene tal sed de Dios, que hasta con el rebaño, con todo su bagaje existencial, se acerca a ese monte donde Dios habita.

El paralelo puede ser muy clarificador si le ponemos palabras nuestras. ¿Cómo sería tu interpretación? Algo tan sencillo como que voy a dialogar con Dios, lo intento con mi rebaño, que es  lo que te sigue, lo que tú cuidas, lo que te da de comer, lo que te hace sentir útil y necesari@.

Y, en medio de esta normalidad de vida, de ir con tu rebaño a todos lados, de pronto, algo irrumpe, algo es diferente, algo como fuego que arde y arde sin consumirse, sin destruir, sin quemar, es un fuego que llama, invita, alienta. Moisés queda maravillado y decide “voy a acercarme a mirar”

Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza”.

Te invito en este relato oracional a poner de nuevo nombre a lo que te rodea. Posiblemente la actitud humana de acercarnos a mirar está muy arraigada en nosotros, forma parte de todas las culturas; pero mirar no es igual a ver, tenemos una máscara turística muy incrustada, además hoy todos sacaríamos el móvil para filmar el show de la zarza y enviarlo a montones de gente que a su vez lo enviarían… ¿y qué?

Lo importante de todo el montaje es que en medio de esta puesta en escena hay algo que transforma para siempre la historia de salvación, la historia de la humanidad: Dios llama a Moisés y este responde: aquí estoy, y entonces la voz de Dios se vuelve más clara: quítate las sandalias (suelta las máscaras) porque pisas tierra sagrada, porque al dialogar con Dios, entras en su espacio, como cuando dialogas con alguien y te introduce en su vida, en su historia y realidad.

Desierto4Dialogar con Dios es dejarse introducir en su doble realidad: primero la seguridad de que me llama, desde la llama ardiendo, desde el fuego que siento, que sé es su llamada, su llamarada, el fuego de su Espíritu que busca su tienda, que busca una comunidad de personas que le acojan, una a una para un bien común, para una tarea imposible.

Pero la prueba y la evidencia de que es de Dios está en el relato, el peligro ahora es ir al versículo siguiente enseguida y enzarzarnos en la tarea, que es lo que nos hace sentir útiles, y olvidarnos de que sin el fuego del Espíritu, sin la voz de Dios que me llama por mi nombre y me convoca a un diálogo sobre la realidad, muy poco puedo hacer.

Moisés pudo liberar al pueblo de todas las opresiones, porque continuamente estaba conectado, pero no una conexión de GPS, que te guía robóticamente, sin relación personal, sólo una voz que te dice lo que hacer para llegar a tu destino.

Este, amig@s mí@s no es el Dios de Moisés, no es el Dios de Jesús. El Dios de nuestro relato es el que te busca en tu desierto, te prepara una situación para que le descubras, y te pide que seas su voz y presencia en las situaciones de abuso. No te dice ve y soluciona, te dice que Él ha visto la opresión, que Él ha oído sus quejas, que Él se ha fijado en sus sufrimientos, y que va a ir a librarlos.

Al fin, nuestro corazón empieza a comprender, y respondemos como responde quien ha estado con Dios: iré si vienes conmigo, iré si me dices quien eres, iré si eres mi amigo, iré si tú actúas en mí.

Iré si te haces fuego en mí. Iré si nunca interrumpimos la conexión. Iré si tú me lo pides. Pero primero necesito oír esa voz que me llama a mí, sin la cual no estoy bajo cobertura, y si voy por mi cuenta dejo de estar en tierra sagrada y puedo manosear la obra de Dios.

Hoy conocemos tantos tipos de opresión que es fácil sentirnos agobiados y encogidos ante tanto dolor causado al planeta, a pueblos enteros explotados… estoy impresionada de la cantidad de demencia que hay en el norte de Europa, dicen si son los hijos de la segunda guerra mundial, los que vivieron el horror nazi, niños entonces, como esa niña de 5 años que tuvo que asesinar a sus padres obligada por el nazi que si no la mataba a ella… el dolor tragado nos vuelve locos.

descubrimiento-del-fuego-r-655x368Liberar, amar, perdonar… quien no quiere colaborar… el pequeño detalle es que sin su fuego yo no puedo quemar la maldad, sin su calor no puedo caldear los corazones helados por los escándalos… estamos presenciando una especie de holocausto en la iglesia en que creíamos, resulta que… sí, se convirtió en institución y en muchos casos dejó de escuchar la voz de Dios, dejó de dejarse maravillar por la zarza, la llama, la llamarada, la invitación a ser la liberación de Dios.

Pero esto no es un final, este es un fuego purificador, y lo que quede después del incendio será lo auténtico, lo que realmente vale. Y con esas cuatro cenizas llenas de rescoldos del Espíritu, estamos reconstruyendo la comunidad cristiana.  Desde la libertad, desde la colegialidad, desde la reconciliación, desde la Palabra escuchada en el desierto y compartida bajo la tienda de tu hogar.

La zarza está ardiendo,  el fuego-llama, llama, atrae, convoca.

¡Aquí estoy! Con lo que soy ¡aquí estoy!  Con lo que no soy ¡aquí estoy!

Magda Bennásar Oliver

Fuente Fe Adulta

Espiritualidad , , , , , , ,

Deseo

Lunes, 28 de enero de 2019
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Del blog Nova Bella:

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Moisés insiste en ver a Dios. No le bastan los encuentros vividos en el fuego y en la oscuridad…y es que el deseo de Dios lleva consigo la gozosa paradoja de que la satisfacción del deseo agranda la capacidad para un nuevo deseo, pues en esto consiste ver verdaderamente a Dios, en quien lo ve no cesa jamás en su deseo.

*

Gregorio de Nisa

01.05-1

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Éste es mi Hijo amado

Domingo, 25 de febrero de 2018
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Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador… Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús:

“Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.”

Estaban asustados, y no sabían lo que decía. Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube:

“Éste es mi Hijo amado; escuchadlo.

De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.

Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:

– “No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.”

Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de “resucitar de entre los muertos”.

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(Marcos 9,2-10)

***

La transfiguración no es la revelación impasible de la luz del Verbo a los ojos de los apóstoles, sino el momento intenso en el que Jesús aparece unificado en todo su ser con la compasión del Padre. En aquellos días decisivos, él es más que nunca transparente a la luz de amor de aquel que lo entrega a los hombres por su salvación. Por consiguiente, si Jesús se transfiguró, es porque el Padre hace resplandecer en él su gozo. El irradiar su luz en su cuerpo de compasión es como el estremecimiento del Padre por la total entrega de su Unigénito. De ahí la voz que atraviesa la nube: “Éste es mi Hijo amado; en él están todas mis complacencias… escuchadle”.

En cuanto a los tres discípulos, son inundados durante unos segundos por lo que se les concederá recibir, comprender y vivir a partir de Pentecostés: la luz deífica que emana del cuerpo de Cristo, las energías multiformes del Espíritu dador de Vida. Y entonces cayeron a tierra, porque “Aquel” no sólo es “Dios con los hombres” sino Dios-hombre: nada puede pasar de Dios al hombre ni del hombre a Dios si no es a través de su cuerpo. Ya no hay distancias entre la materia y la divinidad: en el cuerpo de Cristo nuestra carne está en comunión con el Príncipe de la Vida, sin confusión ni separación.

Lo que el Verbo inauguró en su encarnación y manifestó a partir de su bautismo con sus milagros nos lo deja entrever en plenitud la transfiguración: el cuerpo del Señor Jesús es el sacramento que concede la vida de Dios a los hombres. Cuando nuestra humanidad consienta unirse a la humanidad de Jesús, participará en la naturaleza divina, será deificada.

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J. Corbon,
Liturgia alia sorgente, Roma 1982, 81s.

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¿Optimismo o esperanza?

Jueves, 28 de enero de 2016
Comentarios desactivados en ¿Optimismo o esperanza?

Del blog de Henry Nouwen:

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“El optimismo y la esperanza son actitudes radicalmente distintas. El optimismo es la expectativa de que las cosas -el tiempo, las relaciones humanas, la economía, la situación política, etc.- mejorarán. La esperanza es confiar en que Dios cumplirá sus promesas para con nosotros y que, al hacerlo, nos llevará a la verdadera libertad. El optimismo nos habla de cambios concretos en el futuro. La persona con esperanza vive el momento con la conciencia y la confianza de que todo en la vida está en buenas manos.

Todos los grandes guías espirituales de la historia han sido personas con esperanza. Abraham, Moisés, Ruth, María, Rumi, Ghandi, Dorothy Day. Todos vivieron con una promesa en sus corazones que los guió hacia el futuro, sin necesidad de saber exactamente cómo sería. Vivamos nosotros también con esperanza”

*
Henri Nouwen
rocazen - copia
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Éste es mi Hijo amado

Domingo, 1 de marzo de 2015
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 Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador… Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús:

“Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.”

Estaban asustados, y no sabían lo que decía. Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube:

“Éste es mi Hijo amado; escuchadlo.

De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.

Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:

– “No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.”

Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de “resucitar de entre los muertos”.

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(Marcos 9,2-10)

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