Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.
DEUS ABSCÓNDITUS
Eres un Dios escondido,
pero en la carne de un hombre.
Eres un Dios escondido
en cada rostro de pobre.
Más tu Amor se nos revela
cuanto más se nos esconde.
Siempre entre Tú y yo,
un puente.
Es imposible el vado.
Tanto me llamas Tú
como Te busco yo.
Los dos somos encuentro.
Haciéndome el que soy
-anhelo y búsqueda-
Tú eres el que eres
-don y abrazo-.
*
Pedro Casaldáliga
Todavía estas palabras
1994
*
Así dice el Señor:
“Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”
***
En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos.
De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús:
– “Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.“
No sabía lo que decía.
Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía:
– “Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.”
Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.
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Lucas 9, 28b-36
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El Evangelio nos dice que su rostro apareció totalmente transfigurado. Sabes muy bien que el rostro revela el corazón, revela la interioridad de un ser. Con los ojos de tu corazón contempla ese rostro, pero a través del rostro encuentra el corazón de Cristo. El rostro de Cristo expresa y revela la ternura infinita de su corazón. Cuando sientes una gran alegría, tu rostro se ilumina y refleja tu felicidad.
Es un poco lo que le ha pasado a Jesús en la transfiguración. Si escrutas el corazón de Cristo en la oración, descubrirás que la vida divina, en fuego de la zarza ardiente, estaba escondido en el fondo del mismo ser de Jesús. Por su encarnación, ha “humanizado” la vida divina para comunicártela sin que te destruya, pues nadie puede ver a Dios sin morir. En la transfiguración, esta vida resplandece con plena claridad de una manera fugaz e irradia el rostro y los vestidos de Jesús. Sobre el rostro de Cristo contemplas la gloria de Dios.
En la transfiguración, todo el peso de la gloria del Señor -es decir, la intensidad de su vida- irradia de Jesús. Las figuras de Moisés y Elías convergen hacia él. No hay que engañarse en esto: el ser mismo de Cristo hace presente al Dios tres veces santo de la zarza ardiente y al Dios íntimo y cercano del Horeb. Sin embargo, hay que aprehender toda la dimensión de la gloria de Jesús, que brilla de una manera misteriosa en su éxodo a Jerusalén, es decir, en su Pasión. En el centro mismo de su muerte gloriosa es donde Jesús libera esta intensidad de vida divina escondida en él.
La contemplación de la transfiguración te hace penetrar en el corazón del misterio trinitario, del cual la nube es el símbolo más brillante. Si aceptas en Jesús el entregar tu vida al Padre por amor, participas del beso de amor que ef Padre da al Hijo.
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Jean Lafrance,
Ora a tu Padre,
Editorial Narcea
Madrid 1.981, 104-105.
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