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En casa.

Domingo, 7 de abril de 2024

0703still-doubting-jn-granville-gregory2º Domingo de Pascua.

Jn 20, 19-31

Está claro que todo escrito está dirigido a un destinatario. ¿Quiénes son los destinatarios de Juan 20,19-31? El último versículo nos da la clave: quienes lean estos relatos serán partícipes de la dinámica de la fe que aquí se narran. Al igual que los discípulos han recibido al Espíritu, al igual que Tomas ha tocado al Señor resucitado, quienes creen en lo que aquí se cuenta tienen la vida del resucitado. Hemos de releer este texto, conscientes de que fue escrito para que cuando los leamos o escuchemos, entremos a formar parte de la realidad que se narra. Para comprenderlo es necesario hacer caso a la intencionalidad del texto (esto con una hermenéutica performativa, colectiva y ritual). Veamos algunos detalles del relato:

Los discípulos se reúnen al anochecer en una casa. El miedo les hace cerrar las puertas para aislarse, protegerse. En contraste con el miedo Jesús en medio les ofrece paz. Una paz que no es solo individual, sino que es algo que se ofrece y que se recibe; es una forma de relación que pide apertura, comunicación, disponibilidad. Vemos entonces un cambio radical de actitud; del miedo se pasa a la comunicación, al encuentro. Fruto de la paz compartida será la alegría y la presencia del Espíritu que posibilita la vocación (como enviados) y el perdón recíproco.

Es llamativo que incluso después de este proceso (tan acelerado y condensado) volvamos a encontrar a los mismos personajes ahora junto a Tomas en una situación parecida: “dentro” y “estando cerradas las puertas”. Pero con algunas diferencias sustanciales: no “tenían miedo” y no se dice nada de una casa. Podríamos suponer que pasamos de estar en “una” casa a estar en casa. El espacio “dentro y juntos” se vuelve habitable.

El contexto del anochecer, del día primero de la semana y de las casas o de un “dentro” como lugar de reunión puede tener connotaciones rituales o por lo menos indicios de cierta forma de agrupación de las primeras comunidades en actitud de interpelación, de apertura, de espera… que tiene la respuesta de la presencia, la comunión, el sentido… El texto es manifiestamente comunitario y colectivo y las imágenes son claras: la presencia del resucitado elimina el miedo que encierra y aísla y habilita para el diálogo y la paz. La vida se sigue ofreciendo en medio de colectivos abiertos a la trascendencia, incluso o sobre todo de aquellos que han sufrido o sufren persecuciones o exclusiones o que están en los márgenes de la sociedad. La paz que brota de la resurrección sigue gestando espacios habitables y nos permite volver a estar en el mundo como en nuestra casa.

Paula Depalma

 Fuente Fe Adulta

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Invitación a la Paz.

Domingo, 7 de abril de 2024

IMG_3885Domingo II de Pascua

07 abril 2024

Jn 20, 19-31

Como en todos los llamados “relatos de apariciones”, nos hallamos ante otra catequesis, construida simbólicamente, que busca afianzar y extender la fe en el resucitado, en un relato que resulta insostenible cuando se entiende de forma literal.

Hay, sin embargo, un mensaje que se va a repetir en todas las catequesis de este tipo: la invitación a la paz, puesta en boca del resucitado. Aunque cada proceso de duelo es único y única la forma en que cada persona lo vive, no es extraño que, a la vez que se siente la presencia de la persona que partió, se intuya también su deseo de bien, de dicha y de paz para nosotros. De modo particular, cuando la relación ha sido intensa y profunda, quien queda de este lado suele percibir la presencia, el ánimo, la fuerza y la paz, viniéndole de quien marchó.

Me parece que no se trata solo de algo imaginario. Lo que puede ocurrir, a mi modo de ver, es que en momentos de mayor densidad humana -como los que suelen vivirse en el duelo-, es más fácil conectar con nuestra dimensión profunda. Y esa dimensión de profundidad es presencia, paz, fuerza, amor, gozo… De ahí es de donde nos vienen todas esas realidades, por más que nuestra mente, en un movimiento no difícil de entender, las atribuya a -o las proyecte en- la persona amada.

El fondo de lo real es presencia, vida, paz, amor… Y ese es también nuestro mismo fondo, siempre disponible, invulnerable e indestructible. Al silenciar la mente, conectamos con él y nuestra existencia se ve transformada. Aquellos discípulos a ese fondo lo llamaron Jesús. Otros podemos darle el nombre de la persona que nos dejó físicamente. Pero el fondo es uno y el mismo, aquello de lo que estamos hechos, lo realmente real.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Jesús confiere: paz, alegría e ilusión (espíriitu)

Domingo, 7 de abril de 2024

paz-a-ustedesDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- AL ANOCHECER DEL PRIMER DÍA DE LA SEMANA ESTABAN LOS DISCÍPULOS ENCERRADOS Y CON MIEDO.

Comienza el texto del evangelio de hoy diciéndonos que, aunque había amanecido, era de día, era ya Pascua, se había realizado la nueva creación, la nueva Alianza; sin embargo la comunidad naciente estaba al anochecer, encerrada y con miedo, con inseguridad y angustia.

La noche es siempre falta de luz. En el evangelio de San Juan el anochecer, la noche es la carencia de Cristo. Aquella comunidad estaba al anochecer porque Cristo no estaba presente

Los momentos y situaciones eclesiales son diversas, pero ¿No estamos también nosotros en un anochecer, encerrados y con miedo a todo, sin audacia y aliento vital?

¿No será que el Señor tampoco está presente en no pocos movimientos religiosos y grupos eclesiásticos que viven enquistados, con recelo y con las puertas –la mente y el corazón- cerradas a todo?

Yo creo que el papa Francisco es un hombre abierto, de mentalidad conciliar (Vaticano II), pero la Curia, parte de la jerarquía, muchos laicos, viven, vivimos, con miedo, enquistados y no permitimos el camino de la Iglesia hacia el nuevo Éxodo, hacia la nueva Alianza, hacia la Vida…

02.- EN ESTO ENTRÓ JESÚS EN LA COMUNIDAD Y LES CONFIERE PAZ, ALEGRÍA Y ALIENTO VITAL (ESPÍRITU).

La presencia de Cristo en aquel grupo cristiano naciente confiere paz, alegría y aliento vital (espíritu).

PAZ:

Dos aspectos

a. La presencia del Señor en nuestra vida personal y comunitaria serena el alma y la vida y no por vía jurídica, legal, dogmática, litúrgica, sino porque el Señor ya nos dijo: venid a mí los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré. Mi paz os dejo…

Cuando sentimos miedo y angustia moral, es que el Señor no está presente en nuestra vida.

Cuando Cristo está presente en mi vida, cuando la roca sobre la que se fundamenta la vida es Cristo, una inmensa paz embarga la existencia. Cesa el miedo y la angustia.

b. Por otra parte, una Iglesia en la que el Señor está presente vive en paz, en la paz que Jesús les había dejado: mi paz os dejo, no como la da el mundo.

Sin embargo, la Iglesia vive en grupos enfrentados: contra el papa Francisco, contra la mentalidad y espíritu del Concilio, contra el pensamiento teológico, contra la creatividad. El miedo de un posible cisma revolotea los aledaños eclesiásticos… ¿Cristo estará presente en esta Iglesia?

ALEGRÍA

La presencia del Señor impregna la vida de gozo y alegría.

No siempre se puede estar contento, pero si vivir en una serenidad interior. La presencia del Señor confiere alegría.

ESPÍRITU: ALIENTO VITAL

Continúa el texto de hoy evocando el Génesis y dice que Cristo exhaló su aliento sobre la Iglesia naciente y les dijo: recibid Espíritu Santo,

que es lo que Dios infunde en la creación al barro humano de Adán (Gn 2,7), exhaló su aliento sobre los discípulos. Es la misma expresión con la que, el mismo evangelista, Juan, nos dice que Jesús en la cruz nos entregó su espíritu (Jn 19,30).

El ser humano por nosotros mismos somos poco más que barro: necesitamos aliento vital, ganas de vivir, espíritu…

03.- TOMÁS NO ESTABA, PERO VUELVE AL GRUPO.

Nacemos y vivimos en una familia, en un pueblo….

Uno recibe la cultura, los criterios, la fe en una familia, en un pueblo, en una comunidad cristiana. (Es algo de lo que hemos escuchado en la primera lectura: todos vivían unidos, nadie pasaba necesidad… )

Muchas veces despreciamos nuestras comunidades, menospreciamos a nuestros sacerdotes, religiosos, incluso nuestro evangelio. (Otra cosa es que no todo lo que ha habido y hay en la Iglesia sea bueno y que el pecado y la tentación de poder no estén presentes en nuestras iglesias y jerarquía). Pero es noble y sano amar nuestra comunidad, nuestro pueblo, nuestra cultura, nuestras tradiciones, lo que hemos recibido.

Tomás no estaba en el grupo. Tomás es la versión joánica de los dos de Emaús de Lucas (Lc 24). Se van decepcionados del grupo, de lo que habían vivido e intuido junto a Jesús. Nos hemos desilusionado y vamos ya a nuestro aire.

Hemos conocido, quizás nosotros mismos, hemos vivido al margen, fuera de la comunidad, hemos roto con la familia, con amigos, con la iglesia.

Es muy difícil, ¿imposible? Amar una realidad, vivir serenamente, es difícil ser creyente si no es en el seno del grupo, del pueblo, de la comunidad eclesial.

Es evidente que la mayor y mejor parte de nuestro conocimiento lo hemos recibido de los demás. Yo no soy una cultura, un idioma, una fe. La cultura, la fe, el pensamiento son comunitarios…

Son los demás los que nos hacen personas y los que nos dicen: Hemos visto al Señor

Estamos en plena campaña electoral. Los líderes políticos, las ideologías , el grupo, el pueblo debiera saber acoger y transmitir fe en la vida, en la cultura, en el bien común.

04.- AL MOSTRARLE SUS HERIDAS A TOMÁS, JESÚS SANA LA HERIDA DE SU INCREDULIDAD Y DE SU DECEPCIÓN. (SAN GREGORIO MAGNO).

Tomás llega a creer en el Señor resucitado cuando toca sus heridas y su costado abierto: ¡Señor mío y Dios mío!

Jesús se aviene a la decepción de Tomás y le dice: toca estas heridas, mete la mano en el costado abierto. Hay bondad en Jesús.

El relato tiene un cierto tono eucarístico: tocar el cuerpo del Señor.

No se trata de un tocar físico, palpar corporalmente: se trata de la fe en el Señor resucitado.

La puerta hacia la fe en la vida, en Cristo son los pobres, los heridos, los sufrientes de la historia. Cuando celebramos la Eucaristía en sentido amplio: la mesa del Señor abierta a los desheredados de este mundo, estamos cerca de la resurrección y la vida

Tomás llega a la fe.

Cuando nos embargue la decepción y el fracaso en la vida, podemos -como Tomás- mirar hacia el horizonte absoluto, volver al grupo, mientras “tocamos las heridas, los heridos, de esta vida”, y, como buenos samaritanos, las vendamos. En ese momento dirá nuestro corazón: Señor mío y Dios mío.

TUS HERIDAS NOS HAN CURADO, SEÑOR.

SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO.

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Ha llegado nuestro turno de dar testimonio de la vida que Jesús Resucitado nos trae

Domingo, 7 de abril de 2024

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De su blog Fe y Vida:

Tomás verdaderamente cree y ofrece una confesión de fe en sintonía con la confesión de fe de Pedro (Mt 16, 16) o de Marta, hermana de María y de Lázaro (Jn 11,27)

Posiblemente, los discípulos están intentando pasar desapercibidos para no correr la misma suerte que el maestro. Y en esa situación, contra toda esperanza, Jesús se les aparece y les regala -gratuitamente- el don de su mismo espíritu

La resurrección de Jesús abrió esa vida resucitada que se anticipa con sus dones escatológicos para vivirla en la historia cotidiana

Entonces, al atardecer de aquel día, el primero de la semana, y estando cerradas las puertas del lugar donde los discípulos se encontraban por miedo a los judíos, Jesús vino y se puso en medio de ellos, y les dijo: Paz a ustedes. Y diciendo esto, les mostró las manos y el costado. Entonces los discípulos se regocijaron al ver al Señor. Jesús entonces les dijo otra vez: Paz a ustedes; como el Padre me ha enviado, así también yo los envío. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, éstos les son perdonados; a quienes retengan los pecados, éstos les son retenidos.  Tomás, uno de los doce, llamado el Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino. Entonces los otros discípulos le decían: ¡Hemos visto al Señor! Pero él les dijo: Si no veo en sus manos la señal de los clavos, y meto el dedo en el lugar de los clavos, y pongo la mano en su costado, no creeré. Ocho días después, sus discípulos estaban otra vez dentro, y Tomás con ellos. Y estando las puertas cerradas, Jesús vino y se puso en medio de ellos, y dijo: Paz a ustedes. Luego dijo a Tomás: Acerca aquí tu dedo, y mira mis manos; extiende aquí tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Respondió Tomás y le dijo: ¡Señor mío y Dios mío!  Jesús le dijo: Porque me has visto has creído. Dichosos los que no vieron, y sin embargo creyeron.  Y muchas otras señales hizo también Jesús en presencia de sus discípulos, que no están escritas en este libro; pero éstas se han escrito para que crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que, al creer, tengan vida en su nombre (Jn 20, 19-31)

Después de la Vigilia Pascual, los domingos que siguen nos ofrecen diversos pasajes bíblicos en los que Jesús se aparece a los suyos. De alguna manera se ofrece, pedagógicamente, el ir asumiendo la vida nueva que trae el Resucitado, las dificultades que supone, las incredulidades que suscita y las fidelidades y audacias que asumen aquellos que creen y comunican la experiencia fundante de la nueva vida que el Espíritu regala a quienes se disponen al seguimiento.

El Evangelio de Juan comienza este capítulo 20 con la aparición a María Magdalena. De ahí viene el título de Apóstola que se le ha reconocido porque ella es la primera a la que Jesús se le aparece, según este evangelio. Pero no es este el texto que se ofrece para este domingo sino el que sigue, donde Jesús se aparece a sus discípulos y, en concreto, se explicita lo que acontece con Tomás, quién no estuvo en la primera aparición y en la segunda, a pesar de sus dudas, verdaderamente cree y ofrece una confesión de fe en sintonía con la confesión de fe de Pedro en el evangelio de Mateo (16, 16) o de Marta, hermana de María y de Lázaro (Jn 11,27).

Pero notemos algunos puntos interesantes. Los discípulos están encerrados. La crucifixión y muerte de su maestro les ha mostrado el fracaso de la vida de Jesús y están asustados. No están esperando que la situación cambie. Posiblemente, están intentando pasar desapercibidos para no correr la misma suerte que el maestro. Y es en esa situación, contra toda esperanza, que Jesús se les aparece y les regala -gratuitamente- el don de su mismo espíritu, quien será el que los fortalezca para continuar la tarea que Él había comenzado. No es la valentía de los discípulos lo que les capacita para seguir adelante. Es el don de Dios, la vida del Resucitado, su Espíritu en medio de ellos, el que les dará la audacia necesaria para emprender el seguimiento del Cristo Resucitado. La paz y la alegría que acompañan esa experiencia son dones escatológicos, es decir, no dependen de que ahora las cosas comienzan a ir bien, sino de la experiencia de que la última palabra no la tiene la muerte. La resurrección de Jesús abrió esa vida resucitada que se anticipa con sus dones escatológicos para vivirla en la historia cotidiana.

La figura de Tomás que casi siempre se concibe como el incrédulo que mereció el reproche de Jesús, es señal, tal vez de lo contrario. Ahora la confesión de fe ha de ser vivida ya no por los testigos que estuvieron con Jesús sino por aquellos que creerán en la palabra de los primeros. Tomás puede ser símbolo de todos los creyentes que hemos continuado esta aventura de la vida cristiana. Hemos necesitado hacer esa confesión de fe. No hemos recibido pruebas definitivas que nos garanticen la veracidad que se nos anuncia, pero hemos visto el testimonio de tantas generaciones cristianas que, por su fe en Jesús, han hecho posible la justicia, la paz, la alegría, la solidaridad, la misericordia, la entrega. Y ha llegado nuestro turno. Creer en Jesús es más que repetir las palabras que finalmente dice Tomás: ¡Señor mío y Dios mío! Es seguir la línea de los testigos y testigas que nos han precedido y testimoniar con la propia vida la apuesta por la vida del espíritu.

El texto bíblico termina diciendo que todo esto se ha escrito para que se crea que Jesús es el Cristo y en Él se tenga vida eterna. Por eso, hoy el texto bíblico ha de encarnarse en nuestra propia vida, buscando hacer las obras del Reino, para que muchos crean en Jesús y tengan la vida en abundancia. Que este tiempo de pascua nos comprometa a dar un testimonio capaz de convocar a muchos a esta fe en el Jesús del Reino, en el Jesús de la vida nueva, de la paz y la alegría.

(Foto tomada de: https://www.crossroadsinitiative.com/es/media-es/articulo/incredulidad-tomas-divina-misericordia/)

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“Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.”

Domingo, 21 de enero de 2024
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Propósito

     Por fin echaré a andar…
Sólo, por donde sea,
por donde quiera Dios y su momento
y mi sinceridad.

Ya me estaba cansando
de pisarme la vida tristemente.

¡Aire, cielo, aire, mar, cielo, mar, aire!

Sólo, o con vosotros, ¡con los hombres!
¡¡ pero fuera de mí !!

*

Pedro Casaldáliga
Palabra Ungida, 1955

***

Jesús les dijo:

–  “Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.”

–  “Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.”

Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron… y se marcharon con él.

*

Marcos 1, 14-20

***

Ser cristiano significa prestar atención al kairós, a este «momento especial» de la manifestación de Dios en nuestro aquí y ahora. En él se desarrolla la dimensión auténticamente profética de toda vida cristiana, en la atención […] a todos los signos de la presencia del Reino en nuestra historia. Acoger el Reino de Dios implica una conducta: «Convertíos», precepto urgente, «el tiempo se acaba» (1 Cor 7,29), que acompaña al don del Reino y engendra una nueva actitud respecto a Dios y respecto a los hermanos. Jonás recibió la misión de llamar a la conversión a Nínive, la capital del imperio enemigo de Israel. El profeta, un judío amante de su patria, se niega a realizar esta tarea, pero al final acepta la voluntad de perdón del Señor, que carece de límites raciales o religiosos. El Reino es gracia, aunque para nosotros es también un deber.

Los primeros discípulos escucharon la «Buena Noticia» y fueron llamados a asociarse a la misión de Jesús (Mc 1,16-20). El Evangelio marcó profundamente sus vidas. Así debe marcar también la nuestra.

*

Gustavo Gutiérrez,
Condividere la Parola, Brescia 1996, pp. 170ss

***

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“La felicidad de Jesús”. Fiesta de Todos los Santos – A (Mateo 5,1-12)

Miércoles, 1 de noviembre de 2023
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IMG_1139No es difícil dibujar el perfil de una persona feliz en la sociedad que conoció Jesús. Se trataría de un varón adulto y de buena salud, casado con una mujer honesta y fecunda, con hijos varones y unas tierras ricas, observante de la religión y respetado en su pueblo ¿Qué más se podía pedir?

Ciertamente no era este el ideal que animaba a Jesús. Sin esposa ni hijos, sin tierras ni bienes, recorriendo Galilea como un vagabundo, su vida no respondía a ningún tipo de felicidad convencional. Su manera de vivir era provocativa. Si era feliz, lo era de manera contracultural, a contrapelo de lo establecido.

En realidad, no pensaba mucho en su felicidad. Su vida giraba más bien en torno a un proyecto que le entusiasmaba y le hacía vivir intensamente. Lo llamaba «reino de Dios». Al parecer, era feliz cuando podía hacer felices a otros. Se sentía bien devolviendo a la gente la salud y la dignidad que se les había arrebatado injustamente.

No buscaba su propio interés. Vivía creando nuevas condiciones de felicidad para todos. No sabía ser feliz sin incluir a los otros. A todos proponía criterios nuevos, más libres y radicales, para hacer un mundo más digno y dichoso.

Creía en un «Dios feliz», el Dios creador que mira a todas sus criaturas con amor entrañable, el Dios amigo de la vida y no de la muerte, más atento al sufrimiento de las gentes que a sus pecados.

Desde la fe en ese Dios rompía los esquemas religiosos y sociales. No predicaba: «Felices los justos y piadosos, porque recibirán el premio de Dios». No decía: «Felices los ricos y poderosos, porque cuentan con su bendición». Su grito era desconcertante para todos: «Felices los pobres, porque Dios será su felicidad».

La invitación de Jesús viene a decir así: «No busquéis la felicidad en la satisfacción de vuestros intereses ni en la práctica interesada de vuestra religión. Sed felices trabajando de manera fiel y paciente por un mundo más feliz para todos».

José Antonio Pagola

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“Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.” 01 de Noviembre de 2023. Todos los Santos

Miércoles, 1 de noviembre de 2023
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58-TodoslossantosALeído en Koinonia:

Apocalipsis 7,2-4.9-14: Apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua.
Salmo responsorial: 23: Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor.
1Juan 3,1-3: Veremos a Dios tal cual es.
Mateo 5,1-12a: Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo

Se celebra hoy la Solemnidad de Todos los Santos. Qué bueno sería que no se redujera a lo que hemos solido llamar “mundo católico”, sino a un mundo verdaderamente «cat–hólico» (etimológicamente, según el todo, refiriéndonos al todo), o sea, «universal».

¿No querríamos celebrar en este día a todos los santos que están ya ante Dios? ¿Pues cómo vamos a limitarnos a pensar en «catálogo romano de los santos», de los «canonizados» por la Iglesia católica romana, en esa práctica llevada a cabo sólo desde el siglo XI, de «inscribir» oficialmente a los santos particulares de esa Iglesia, en su libro «Santoral Romano»? ¿Será que quienes figuran oficialmente inscritos durante 9 siglos en esta sola Iglesia son «todos los santos» que están delante de Dios… o tal vez serán sólo una insignificante minoría de entre todos ellos?

Es decir: pocas fiestas tanto como ésta requieren ser «universalizadas» para hacer honor a su nombre: la festividad de «todos los santos». Por tanto, hay que hacer un esfuerzo por entenderla con una real universalidad. Ésta es una fiesta «ecuménica»: agrupa a todos los santos. Es más que ecuménica, porque no contempla sólo a los santos cristianos, sino a «todos», todos los que son santos a los ojos de Dios. Ello quiere decir, obviamente, que también incluye a los «santos no cristianos»… a los santos de otras religiones (debería ser una fiesta inter-religiosa), e incluso a los santos sin pertenencia a ninguna religión, los «santos paganos» (Danielou tituló así un libro suyo), los santos anónimos (éstos deben ser verdadera legión), incluso los «santos ateos», o sea, los ateos santos, que, haberlos los ha habido, y los sigue habiendo.

Una fiesta pues, que podría hacernos reflexionar sobre dos aspectos: el de la santidad misma (¿qué es, en qué consiste, qué «confesionalidad» tiene…?), y el del «Dios de todos los santos». Porque muchas personas todavía piensan –sin pensarlo demasiado, desde luego– en «un Dios muy católico». Para algunos, Dios mismo sería en realidad «católico, apostólico… y romano». O sea, «nuestro». O «un Dios como nosotros», de hecho. Pudiera ser que, también… un poco… hecho «a imagen y semejanza» nuestra.

La actitud universalista, la amplitud del corazón y de la mente hacia la universalidad, a la acogida de todos sin etiquetas particularistas, siempre nos cuestiona la imagen de Dios. Dios no puede ser sólo nuestro Dios, el nuestro, el que piensa como nosotros e intervendría en la historia siempre según nuestras categorías y de acuerdo con nuestros intereses… Dios, si es verdaderamente Dios, ha de ser el dios de todos los santos, el Dios de todos los nombres, el Dios de todas las utopías, el Dios de todas las religiones (incluida la religión de los que con sinceridad y sabiendo lo que hacen optan con buena conciencia por dejar a un lado “las religiones”, aunque no «la religión verdadera» de la que por ejemplo habla Santiago en su carta, 1,27). Dios es «católico» pero en el sentido original de la palabra. Está más allá de toda religión concreta. Está «con todo el que ama y practica la justicia, sea de la religión que sea», como dijo Pedro en casa de Cornelio (Hch 10).

Hoy nos parece todo esto muy natural, pero hace apenas 50 años –los que hace que se celebró el Concilio– que estamos pensando de esta manera. En las vísperas del Concilio, el famoso teólogo dominico Garrigou-Lagrange (avanzado, progresista, y por ello perseguido) escribía con la mentalidad común del ambiente católico: «Las virtudes morales cristianas son infusas y esencialmente distintas, por su objeto formal, de las más excelsas virtudes morales adquiridas que describen los más famosos filósofos… Hay diferencia infinita entre la templanza aristotélica, regulada solamente por la recta razón, y la templanza cristiana, regulada por la fe divina y la prudencia sobrenatural» (Perfection chrétienne et contemplation, Paris 1923, p. 64).

Danielou, por su parte, afirmaba: «Existe el heroísmo no cristiano, pero no existe una santidad no cristiana. No debemos confundir los valores. No hay santos fuera del cristianismo, pues la santidad es esencialmente un don de Dios, una participación en Su vida, mientras que el heroísmo pertenece al plano de las realidades humanas» (Le mystère du salut des nations, Seuil, Paris 1946, p. 75). Todas las grandes figuras de la humanidad, personajes como Sócrates o como Gandhi… sólo podrían considerarse héroes, no santos; no quedarían incluidos hoy en esta fiesta, porque los santos serían sólo cristianos, ¡y católicos!

Este cambio de perspectiva es una de las tantas «rupturas» que realizó el Concilio Vaticano II.

La primera lectura bíblica de esta fiesta litúrgica, del Apocalipsis, aun estando redactada en ese lenguaje no sólo poético, sino ultra-metafórico, lo viene a decir claramente: la muchedumbre incontable que estaba delante de Dios era «de toda lengua, pueblo, raza y nación»… En aquel entonces, hablar de «las naciones» implicaba a las religiones, porque cada pueblo-raza-nación era considerado que tenía su propia religión. A Juan le parece contemplar reunidos, en aquella apoteosis, no sólo a los de su propia religión, sino a todos los pueblos, lo que equivale a decir: a todas las religiones.

Si corregimos así nuestra visión, estaremos más cerca de «ver a Dios tal como es» (segunda lectura), tal como podremos verle más allá de los velos carnales del chauvinismo cultural o el tribalismo religioso -que no son muy distintos. Obviamente, esos «ciento cuarenta y cuatro mil» (doce al cuadrado, o sea, «los Doce», o «las Doce ‘tribus’ de Israel», pero elevadas al cuadrado y multiplicadas por mil, es decir, totalmente superadas, llevadas fuera de sí hasta disolverse entre «toda lengua, pueblo, raza y nación»), esos ciento cuarenta y cuatro mil, o los entendemos como un símbolo macroecuménico, o nos retrotraerían a un fantástico tribalismo religioso.

Las bienaventuranzas comparten la misma visión «macro-ecuménica»: valen para todos los seres humanos. El Dios que en ellas aparece no es «confesional», no es de una religión, de una raza o tribu… no es «religiosamente tribal». Tampoco exige rituales de ninguna religión, sino la simple religión humana: la pobreza, la opción por los pobres, la transparencia de corazón, el hambre y sed de justicia, el luchar por la paz, la persecución como efecto de la lucha por la Causa del Reino… Esa «religión humana básica fundamental» es la que Jesús proclama como «código de santidad universal», para todos los santos, los de casa y los de fuera, los del mundo «católico»…

Si a propósito de la festividad de Todos los Santos se nos sugiere el texto de las Bienaventuranzas, es porque ellas son en verdad el camino de la «santidad universal», válida para todos los humanos, una santidad «supra-religional», llana y simplemente humana. En y con las Bienaventuranzas como carta de navegación de nuestra vida es posible alcanzar la meta de nuestra santificación, entendida como la lucha constante por lograr en el cada día el máximo de plenitud de la vida y el amor según el querer de Dios.

En la homilía, en la oración, en la conversación que tengamos sobre el tema, no dejemos de nombrar hoy a Gandhi, que tiene que ir de la mano con Francisco de Asís; a Martin Luther King acompañado por Mons. Oscar Arnulfo Romero, que lo admiraba mucho por cierto; a la mística santa Teresa con el incomparable Ibn Arabí, el místico sufí murciano universal; al inefable Juan de la Cruz con el místico Nisagardatta («¡Yo soy Eso!» –sus principales libros están disponibles en la red–)… La manera más efectiva de cambiar nuestra vieja mentalidad «tribal», que tanto nos ha afectado tradicionalmente en la concepción de la santidad, es practicarla, conversarla, manifestarla, compartirla fraternamente…

Dentro ya de la perspectiva cristiano-católica, para una aplicación más parenética de este precedente comentario exegético, recomendamos, como la mejor referencia, el capítulo Vº de la Constitución Dogmática de la Iglesia “Lumen Gentium”, del Vaticano II, con su “Universal llamado a la santidad”. Antes del Concilio se reconocía que había una especie de «profesionales de la santidad», que se dedicaban de un modo especializado a conseguirla, como los monjes y los religiosos/as, de quienes se decía que vivían en el «estado de perfección»; a los demás, los laicos/as o seglares como que se les consideraba de alguna manera dispensados de preocuparse demasiado de la santidad… Leer más…

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1-2.11.23. Santos y difuntos: Así en la tierra como en el cielo

Miércoles, 1 de noviembre de 2023
Comentarios desactivados en 1-2.11.23. Santos y difuntos: Así en la tierra como en el cielo

IMG_1135Del blog de Xabier Pikaza: 

Conforme a la terminología del NT, “santos” son los que han/hemos sido santificados (elegidos para el Reino de Dios), debiendo comportarnos según eso de manera digna, según la grandeza de nuestra elección.

“Difuntos” son, por el contrario, los que han cumplido ya la tarea de la vida (son de-functi, sin función ni tarea que cumplir), pues Dios en/por Cristo ha “pagado” la deuda de la vida, de forma que están ya inmersos en la gloria infinita de su vida.

En resumen: los santos tienen/tenemos una tarea/función que cumplir sobre la tierra; los difuntos no tienen ya tarea ni oficio que cumplir, pues han sido per-donados por Dios en Cristo, liberados del duro ejercicio de las funciones de esta vida.

Introducción

Santos de este mundo, con tarea aún que cumplir, y difuntos, sin otra función que “ser/amar” (pues sólo en amor es su ejercicios: Juan de la Cruz), estamos integrados en la “fiesta” de la resurrección, propia de esos estos (1-2 XI 2023).

  Ciertamente, en sentido popular, estas dos fiestas han sido entendidas y se entienden de un modo algo distinto, y siga celebrándolas así, según su traducción quien así las tome, según las presenté, en la postal de RD y en FB de ayer, conforme a la sabia experiencia de mi amama/abuela. Hoy quiero presentarlas de un modo más teológico, siguiendo el argumento de mi Teología de la Biblia.

Según Hech 23, 1-10, defendiéndose ante el Sanedrín de Jerusalén, Pablo afirma que cristianos y los judíos fariseos (herederos del antiguo Israel, que perdura y se mantiene tras la caída del templo: 70 d.C.) comparten una misma fe en la resurrección, como elevación transfiguración de la humanidad Los fariseos laesperan para el fin de los tiempos. Los cristianos afirman que ella ha comenzado a realizar en la pascua de Jesús [1]. En este contexto podemos hablar de una segunda humanización.

− La primera humanización sucedió cuando el proceso biológico, extraordinariamente preciso y animado por la ‘naturaleza’, se abrió por dentro para que surgieran personas, es decir, sujetos humanos, dotados de libertad. Los códigos genéticos siguieron actuando, con su pequeño campo de variantes, y se estabilizó el genoma. Pero la misma constitución biológica de la humanidad se abrió a un nivel más alto de libertad y palabra personal, de manera que sin ella somos inviables como humanos. De aquella ruptura y más alto nacimiento provenimos, en ella nos mantenemos, como habitantes de dos mundos: somos cuerpo-genoma y alma-libertad, biología y pensamiento. Esa ruptura nos ha permitido crear las sociedades tradicionales, pero ellas están ahora en crisis.

La segunda humanización se funda en la primera, pues la base biológica perdura (seguimos siendo carne animada), pero nos hará pasar del nivel anterior, que había conducido de la biología inconsciente al sistema cultural de las tareas y funciones de este mundo al nivel más alto del Dios que es y vive en nosotros,   liberándonos de todo lo que no sea dejarnos amados y amor, en plenitud. 

Estes el cielo de los santos y difuntos de la patrística antigua,  tal como ha sido representada por los mosaístas bizantinos del ábside del  Baptisterio de San Juan de Florencia. Esta es la  segunda humanización se realizará (se está realizando) a través de un camino que puede tener momentos traumáticos, como los de Jesús que muere poniendo su vida en manos de la vida de Dios (reino) abriendo así un camino de resurrección para todos los creyentes (es decir, para aquellos que confían en la vida de Dios, que le llama, les enriquece y les introduce desde este mundo en la gloria sin fin de los difuntos, de aquellos que no tienen más función que vivir (ser revividos) en la existencia plena del Dios en quien vivimos, nos movemos y somos (Hech 17, 28).

                       En este contexto resulta básica la aportación de los antiguos “testigos” judíos y cristianos (cf. Dan 7 o Ap Jn 12-22), que ‘vieron’ hace tiempo lo que había de venir y así pueden ayudarnos a entenderlo y transformarlo (en comunión de gratuidad), de forma que sea el mismo Dios quien vive y actúa en nosotros, y nosotros no tengamos más función que dejarnos amar.

             El sistema del talión (ojo por ojo, amar a los amigos y odiar a los enemigos) quiere globalizar la vida humana  en una serie de funciones y tareas de tipo económico y social, como si de esa forma fuéramos capaces de alcanzar nuestro cielo (que es la vida de Dios). Pero ese cielo de la vida plena sólo podremos alcanzarlo cuando seamos de-functi, cuando estemos liberados de las duras funciones del mundo.

En esa línea, la tradición cristiana (y monoteísta) sabe que el único Dios real es el Amor, revelado como donación de sí, esto es, Ágape, que consiste en regalar la propia vida a otros, para así vivir en ellos. Hay un Amor-Eros que puede interpretarse como búsqueda de la propia plenitud, deseo de encontrar aquello que nos falta, para así completarnos y ser perfectos en nosotros mismos. Pues bien, el Dios-Amor del evangelio es Ágape: donación y regalo de sí mismo, para que de esa forma otros vivan.

  Iglesias cristianas, experiencia y promesa de resurrección.

Las iglesias no son instituciones de Capital y mercado, según el cual vivimos en equivalencia entre lo damos y recibimos, conforme a la ley de este mundo, sino comunidades de presencia de Dios, esto es, de acción gratuita, por la cual damos a los otros lo que somos, a fin de que ellos vivan, de manera sean y nosotros seamos en ellos. El Dios de las iglesias es Amor-Vida que se regala a sí mismo, de un modo gratuito. Por eso, ellas deben encarnarse en el mundo de los pobres, no para ofrecerles algo desde arriba (siendo ellas ricas), sino para caminar con ellos (con-curso), en generosidad de amor, sin buscar seguridades superiores como institución, pues la única seguridad del ser humano es la vida en los otros, con los otros seres humanos, en camino abierto a un futuro de plena comunicación (es decir) de elevación.

 − La tarea del hombre racional y “obrero” del mundo, racionalizada según ley, de un modo científico y global, en todo el mundo,está al servicio de la producción y consumo, no de las personas como tales. Vive de imponerse sobre el mundo y de relacionarse con otros seres humanos en línea de intercambio de mercado, de forma que cada uno sigue estando sólo en un mundo que él debe dominar para sentirse así seguro

 ­- Situándose en un plano superior, las iglesias son comunidades de amor gratuito, es decir, de esperanza de resurrección, es deci, de santidad de los que viven/vivimos en ese mundo y de gloria de difuntos, es decir, de los liberados de las antiguas funciones esta tierra. 

La iglesias o son instituciones de mercado, sino de donación de vida, en las que el gozo de cada uno consiste en que otros vivan, y la vida de cada uno se expresa y fructifica, como semilla de buen trigo, en la vida de los otros. En ese sentido, ellas son iglesias son comunidades de siembra de humanidad, es decir, de esperanza de resurrección. Son como Cristo, grano sembrado en la tierra de la vida de Dios, al servicio del Reino que es Dios hecho Vida de todas las vidas, pues en él vivimos, nos movemos y somos (cf. Hch 17, 28) en el mismo camino que vamos trazando en el mundo

 Según el NT, el testimonio clave de la resurrección de Jesús han sido sus apariciones, como expresión de una forma superior de presencia trans‒personal (como experiencia transcendimiento y culminación, no de negación de la persona), en línea de fe (de acogida y comunicación creadora), no de imposición física. Jesús ha entregado su vida por los demás, y lo ha hecho de tal forma que ha podido mostrarse ante ellos (en ellos) vivo tras la muerte, como presencia y poder de vida, iniciando en (por) ellos un tipo más alto de existencia humana (es decir, una mutación mesiánica). Las apariciones son signos de presencia de Jesús resucitado, una experiencia nueva de vida, en línea de comunicación transpersonal.

Signo de cielo. “Apariciones de Jesús resucitado”, signo de cielo

IMG_1137         Las apariciones de Jesús no son imaginaciones de algo que externamente no se ve, sino experiencia radical de presencia de aquel que nos ha dado su vida, como vida de Dios, como renacimiento, un modo superior de entender (experimentar) el pasado y de comprometerse en el presente, desde el don de Dios en Jesús, en forma de mutación antropológica. Desde ese fondo pascual, la vida cristiana es una experiencia de renacimiento, la certeza vital de unos hombres y mujeres que se sienten/saben en camino de resurrección, dentro de este mismo mundo que ellos transfiguran (quieren transfigurar) en línea de humanización superior, pasando así de la muerte a la vida, es decir, de una vida que es muerte (pues desemboca en ella) a la muerte que es donación de la vida al servicio de los otros y esperanza de resurrección

         En un sentido, las apariciones que Pablo ha recogido de forma oficial en 1 Cor 15, 3-7, podrían entenderse como manifestaciones del poder sobrenatural de unos seres superiores, favorables o desfavorables (dioses, difuntos, demonios…), un tema que aparece en muchas religiones. Pero, desde la perspectiva bíblica han de verse como expresión de un modelo más alto de vida, en línea de mutación humana y comunicación transpersonal. No se trata de “ver” a Jesús en forma externa, sino de descubrir su presencia en la vida. [2].

“Ver” a Jesús resucitado, descubrir su presencia. Sus seguidores saben y afirman que son él, que forman parte de su vida, que son el mismo Jesús renacido, presente, cristiano (=mesiánico). En ese sentido, la visión‒presencia de alguien que han muerto tras haber dado la vida a (por) aquellos que les siguen forma un arquetipo o símbolo importante de una humanidad, que nace y vive de aquellos que mueren, en un mundo donde nada ni nadie acaba del todo, sino que todo deja huella y sigue siendo (existiendo) al transformarse, pero no en línea de eterno retorno de lo que ya era (nada se crea, nada se destruye, todo se transforma), sino de creación de lo que ha de ser.

         Todas las restantes cosas se transforman de manera que son intercambiables. Lo hombres, en cambio, no son intercambiable, pues cada uno es único en sí, por aquello que ha recibido y realizado, pero ellos pueden habitar y habitan unos en los otros, destruyéndose o dándose la vida. En esa línea ha vivido y ha muerto Jesús por los demás, pero de tal forma que sus discípulos descubren y proclaman que él vive en ellos, haciéndoles ser lo que son, unos resucitados.

   En esa línea ha de entenderse la novedad de Jesús, su mutación pascual, centrada en el hecho de que algunos de sus seguidores han descubierto y confiesa que él vive (ha resucitado en ellos), de manera que pueden afirmar que ellos mismos son Jesús, Palabra de Dios, que habita en ellos (cf. Gal 2,20‒21). Las religiones “son”, en general, una experiencia de identificación con la vida y destino de un Dios. Pues bien, el cristianismo constituye una experiencia de identificación vital con Jesús, enviado‒mesías de Dios, que habita en aquellos que le acogen.

El cristianismo es la aparición (presencia) de Jesús en aquellos que le ven (acogen), reviviendo de esa forma su experiencia y destino de muerte y resurrección. Los cristianos afirman, según eso, que el mismo Jesús, Hijo de Dios, que ha vivido y muerto por el Reino, revive (resucita) como Vida de Dios en su vida de creyentes. El cristianismo es, según eso, la experiencia de la vida de Dios que “es” al darse en los demás (resucitando en ellos) y haciendo así que ellos resuciten, habitando en un nivel de vida superior, compartida en amor. El problema de cierta teología cristiana está en el hecho de haber “cosificado” esa experiencia, destacando el “triunfo de Jesús” en sí (como si fuera emperador o sacerdote por encima de los otros), tendiendo a separar a Jesús al divinizarle, en vez de descubrirle en ellos mismos, sabiendo que su altar son los resucitados, los creyentes, los pobres y excluidos de la tierra por los que él vivió. Ciertamente, en un sentido, Jesús ha resucitado en sí; pero en otro sentido debemos confesar que él lo ha hecho en los creyentes, de forma que ellos son su resurrección.

Jesús no “aparece” con el cuerpo anterior (no lleva a los suyos al pasado), ni actúa como espíritu incorpóreo en los creyentes (en línea gnóstica), sino que está presente como impulso de vida universal, principio de humanidad resucitada, de forma que su cuerpo aquellos que aceptan y agradecen su presencia, pues en ellos vive y resucita, no para negar su identidad, sino para ratificarla, pues por (en) él todos y cada uno de los hombres son (somos) resurrección de Dios, Dios encarnado. Por eso, el “cuerpo” de Jesús no es sólo el suyo, de individuo separado, sino el de aquellos que confían y viven en él, como ha puesto de relieve Pablo en su experiencia y teología de la identidad cristiana, que no es de tipo imaginario, sino mesiánico, corporalidad como presencia de unos en otros, y de todos en Jesús, que es “cuerpo” siendo palabra de Dios encarnada en la historia (cf. Jn 1, 14).

No es ver a Jesús (separado de nosotros), sino vivir en él.

Jesús no es objeto de una experiencia “visionaria”, como en otras posibles apariciones de tipo onírico o despierto, psíquico o mental, en sueño o vigilia, en un nivel de vida en el mundo, sino de una experiencia de recreación, sabiendo así que él mismo (el Selbstdivino de la vida humana) habita en los hombres, y los hombres en él, de un modo trans‒personal (no im‒personal), unos en otros. En esa línea, para centrar el tema, es bueno recordar el tema del Dios que habla a Moisés desde la zarza y diciendo ¡Soy el que Soy! (Ex 3, 14). Un tipo de judaísmo ha podido tener cierta dificultad con estas experiencias, entendidas en línea de hechicería: Leer más…

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Santos, Difuntos o Fantasmas. El Halloween de amama

Miércoles, 1 de noviembre de 2023
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IMG_1128Del blog de Xabier Pikaza:

No me molesta Halloween como fiesta pagana de origen quizá celta, pero con raíces mucho más extensa, yo diría universales: el culto y recuerdo de la muertos, con lo que tiene de fascinación, pavor y vibración del alma, es una de las bases de la cultura humana (y de la religión). Si un día lo olvidamos, si los muertos dejan de ser “sagrados” en el sentido más hondo del término, dejaremos también de ser humanos.Me espanta un Halloween sin hondura humana, manejado por comerciantes del dinero y de la conciencia humana. Si triunfa este “Halloween sin Halloween”, habremos perdido el temblor y la emoción de la vida, con el infinito temblor sagrado, esperanzado, de la muerte, de manera que nos convertiremos en máquinas, juguetes parlantes, en manos de la pura banalidad o de la máquina económica que todo lo corrompe. Viviremos sin repliegues de misterio en el alma, pues no tendremos alma.

De esto quiero tratar en el entorno de estos días de santos y difuntos, no para negar el Halloween como posible fiesta de la muerte (¡que yo he celebrado de niño!), sino para darle su sentido antropológico, religioso, no comercial, sino de apertura al misterio de la vida.

1.- El Halloween de mi abuela (=amama).

IMG_1129Celebré un año las fiestas de los santos y difuntos con la amama, en el basherri de Aldekoa/Arrueta. Con ella se podía hablar de todo y así hablamos. Fue una de las más hondas lecciones que me han dado, sobre la vida y la muerte. Yo tendría en torno a ocho año (quizá siete y miedo, quizá ocho y medio)

1.1. Le dije que me habían dicho que no pasara esos días por delante del Illherri o cementerio (pueblo de los muertos), pues venían los difuntos y metían miedo.
Me dijo que no les tuviera miedo, que pasara por allí contento, que los muertos (Arima-Santuak, almas santas) estaban allí para ayudarnos y enseñarnos. Que les pidiera su ayuda, y que me ayudarían, pues los muertos son santos que ayudan a los niños a crecer y a los hombres a vivir, como ellos han vivido, y mejor todavía, aunque no les veamos.

1.2. Le pregunté entonces por qué se celebraban muchas misas, con muchas velas en la Iglesia. Le dije también que muchos lloraban, sobre todo las mujeres, y que iban de negro.

Me respondió que las misas no eran para ayudar a los difuntos, sino para recordarles, para saber que todos formamos una gran familia, vivos y difuntos. Me dijo que las velas eran para saber que hay una luz para cada uno, para todos… y que las mujeres lloraban porque recordaban con cariño a los muertos, sabiendo que un día todos los que hemos vivido en el mundo nos encontraríamos en Dios.

1.3. Seguí preguntando  por qué había dos fiestas, una de difuntos y otra de santos, que me parecía que los santos ya disfrutaban en el cielo y los difuntos seguían sufriendo en el purgatorio o el infierno.

Ella me dijo, con toda decisión, que las dos fiestas eran una misma. El día de los Santos se recordaba a todos los muertos con alegría, porque todos iban a Dios, donde la vida era una Gran Luz, un Gran Amor; entre esos santos se recordaba a algunos en especial, como la Virgen, San Pedro o San Martin, los que estaban en las imágenes de la iglesia. El día de los Difuntos se recordaba a los mismos muertos, especialmente a últimos, a los que todavía recordamos (aitita, osaba Leon…), porque Dios le está recibiendo en su casa del cielo.

1.4. Le dije que Eneko decía había muertos malos, malos, de esos que iban al infierno, y que venían para castigan a los niños, que así me lo había dicho Eneko, y que había que espantarles.

Ella me respondió muy seria que no le hiciera caso a Eneko, porque ningún muerto podía venir a hacernos daño. Además, añadió, no podíamos decir que alguno se condenaba, porque Dios es el Más Grande (Jaungoikoa haundiena da…) y puede llevar a todos al cielo, porque él quiere mucho a todos, porque todos somos sus hijos, y por eso vino Jesús, para abrir las puertas del cielo, de par en par…

IMG_11301.5. Entonces concluí: Si todos se van a salvar a ir al cielo, da lo mismo ser bueno que malo…Ella volvió a responderme muy seria. ¡No todo da lo mismo! Precisamente porque Dios nos quiere tenemos que buenos, y no tener miedo… Por eso tenemos que celebrar y alegrarnos estos días, de los Santos y de los Difuntos, llevar flores, llevar luces… Vamos al etxaurre para buscar flores, luego voy a hacer unos pasteles, vamos a poner luces en casa, para que estén con nosotros los santos y difuntos, y estén contentos…

1.6. Pero ¿no dices que no se les puede ver, que no les tenga miedo? ¿Para qué poner luces y flores si no les vemos?

− No les vemos, pero ellos están. Están aquí, con nosotros, en la misma casa, están en la iglesia y el Illherri… No les podemos ver, pero están, nos hablan al corazón, sin necesidad de palabras, nos dicen que vivamos, que nos queremos… ¿Sabes quien es el muerto principal? Es Jesús, ya sabes cómo le mataron, pero está con nosotros. Eso es lo que llaman los curas resurrección. Jesús está aquí, diciéndonos lo que nos decía cuando vivió en Jerusalén; y está la Andramari, su amatxu, y están los muertos, todos los muertos, están resucitados, con nosotros. No, no les podemos ver, ni escuchar con los oídos, pero les podemos sentir en el corazón y están contentos porque vivimos y nos queremos. Por ellos podemos vivir..

1.7. No entiendo, amama. ¿Por qué dices que podemos vivir por ellos, si ya no están?

–¿Cómo que no están? Están, pero no podemos verles, gracias a Dios. Tú no podrías vivir si tu aitita, que ya a muerto, pero está contigo, y no podrías vivir sin Jesús y sin todos los que han muerto para que nosotros podamos vivir. Por eso, aunque estamos tristes porque han muerto nos alegramos, buscamos flores, ponemos luces, vamos a comer pasteles… y después, mañana, iremos a misa, con luces y flores y daremos gracias a Dios por todos los muertos…

Mi amama celebraba así un tipo de Halloween, de rito “pagano” por los muertos, como el que han celebrado chinos y bantúes, celtas y euskaldunes, por siglos y siglos… Pero ese rito era, al mismo tiempo, una fiesta cristiana, una fiesta de gozo por la vida y la muerte de Jesús, en el Illherri y en la Iglesia, en los caminos y en las fuentes.

No sé si he recreado aquel recuerdo de un modo demasiado romántico, pero ha seguido estando ahí, a lo largo de mi vida, con más fuerza que las ideas teológicas que más tarde quise aprender. Por eso, estoy seguro de que un tipo Halloween humano y religioso pertenece a las entrañas de la misma vida. Ese Halloween, no se opone al Evangelio de Jesús, sino todo lo contrario, está en la línea de la fiesta cristiana de la vida.

Pero está llegando un Halloween puramente comercial, que ha perdido su raíces religiosas y se ha convertido en un signo de consumismo banal, que todo lo confunde (muertos y vivos, monstruos y seres humanos) en aras de un comercio que Cristo quiso expulsar del templo de la vida humana.

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No están todos los que son… Fiesta de todos los Santos.

Miércoles, 1 de noviembre de 2023
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a_burke_8Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Los protagonistas de las tres lecturas (hoy tendré también en cuenta la segunda) son las personas que deberían estar al servicio de la comunidad. Unos se portan mal con Dios y con el prójimo; Pablo se entrega por completo a sus cristianos.

El mal ejemplo de los sacerdotes (1ª lectura)

La primera lectura nos traslada a Judá en el siglo IV a.C. Por entonces, los judíos están sometidos al imperio persa. No tienen rey, sólo un gobernador, y los sacerdotes gozan cada vez de mayor poder y autoridad. Pero no lo ejercen como correspondería. Contra ellos se alza este profeta anónimo (Malaquías no es nombre propio sino título; significa “mi mensajero”). Las acusaciones que hace a los sacerdotes son muy duras, pero parecen muy genéricas: no dar gloria a Dios, no obedecerle, no guardar sus caminos, hacer tropezar a muchos. Si la liturgia no hubiese mutilado el texto, quedarían claras algunas de las cosas con las que los sacerdotes desprecian a Dios: ofreciendo sobre el altar pan manchado, animales ciegos, cojos, enfermos o incluso robados. En definitiva, no dan importancia al altar ni a lo que se ofrece a Dios.

Lectura de la profecía de Malaquías 1, 14-2, 2b. 8-10

«Yo soy el Gran Rey, y mi nombre es respetado en las naciones -dice el Señor de los ejércitos. Y ahora os toca a vosotros, sacerdotes. Si no obedecéis y no os proponéis dar gloria a mi nombre -dice el Señor de los ejércitos-, os enviaré mi maldición. Os apartasteis del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la ley, habéis invalidado mi alianza con Leví -dice el Señor de los ejércitos-. Pues yo os haré despreciables y viles ante el pueblo, por no haber guardado mis caminos, y porque os fijáis en las personas al aplicar la ley. ¿No tenemos todos un solo padre? ¿No nos creó el mismo Señor? ¿Por qué, pues, el hombre despoja a su prójimo, profanando la alianza de nuestros padres?»

El mal ejemplo de los escribas y fariseos (evangelio)

En los domingos anteriores leíamos diversos enfrentamientos de grupos religiosos judíos con Jesús. Ahora le toca a él contraatacar. Y lo hace con un discurso muy extenso, del que hoy sólo se lee la primera parte, dirigido contra los escribas y fariseos, los principales representantes religiosos de los judíos después del año 70 (cuando los romanos incendiaron el templo de Jerusalén, los sacerdotes pasaron a segundo plano porque no podían ejercer su función cultual).

Los escribas eran los especialistas en la Ley de Moisés, algo así como nuestros canonistas y moralistas. Los fariseos eran los seglares piadosos, que se esforzaban sobre todo por cumplir las normas de pureza y por pagar el diezmo incluso de lo más pequeño.

           Ni buen ejemplo ni buena enseñanza

 En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. 

El discurso comienza con una afirmación llena de ironía. Aparentemente distingue entre lo que dicen y lo que hacen. Lo que dicen es bueno, lo que hacen… es que no hacen nada. Sin embargo, esta afirmación hay que matizarla teniendo en cuenta el resto del evangelio. Entonces se advierte que Jesús no está de acuerdo con la enseñanza de escribas y fariseos, porque en otras ocasiones ha mostrado su desacuerdo con ellos, e incluso ha puesto en guardia a los discípulos contra su doctrina («la levadura de los escribas y fariseos»). Así lo demuestra la referencia a su enseñanza: toda ella se resume en agobiar a la gente con cargas pesadas, que ellos no se molestan en empujar ni con el dedo. Por consiguiente, la única forma adecuada de interpretar las palabras iniciales es la ironía. Jesús está en desacuerdo con la conducta de escribas y fariseos, y también con su enseñanza.

Filacterias y alzacuellos, borlas y colorines

 Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros.

El discurso sigue con el mismo enfoque irónico. Después de afirmar que «no hacen», dice que hacen muchas cosas, pero todas para llamar la atención. Y se detiene en algo a lo que Jesús daba mucha importancia: la forma de vestir.

Las filacterias eran pequeñas cajas forradas de pergamino o de piel negra de vaca que contienen tiras de pergamino en las que están escritos cuatro textos bíblicos (Dt 11,13-22; 6,4-9; Ex 13,11-16; Ex 13,2-10). Desde los trece años, durante la oración de la mañana en los días laborables, el israelita varón se ponía una sobre la cabeza y otra en el brazo izquierdo, pronunciando estas palabras: «Bendito seas, Yahvé, Dios, Rey del Universo, que nos has santificado por tus mandamientos y que nos has ordenado llevar tus filacterias». Mateo alude a una costumbre de los judíos beatos, que llevaban las filacterias todo el día y agrandaban las borlas para hacerlas más visibles.

El origen de las borlas se remonta a Nm 15,38s: «Di a los israelitas: Haceos borlas y cosedlas con hilo violeta a la franja de vuestros vestidos. Cuando las veáis, os recordarán los mandamientos del Señor y os ayudarán a cumplirlos sin ceder a los caprichos del corazón y de los ojos, que os suelen seducir». Los judíos beatos agrandaban esas borlas que llamar la atención. Escribas y fariseos caen en estos defectos, a los que se añaden otros detalles de presunción.

            Ni maestro, ni padre

            Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

Mateo, que no quiere limitarse a ironizar, sino que desea evitar los mismos peligros en la comunidad cristiana, termina esta parte introductoria exhortando a evitar todo título honorí­fico: maes­tro, padre, consejero. En su opinión, no se trata de una cuestión secundaria: el uso de estos títulos equivale a introducir dife­rencias dentro de la comunidad, olvidando que todos somos igua­les: todos herma­nos, todos hijos del mismo Padre. Más aún, esos títulos signifi­can desposeer a Dios y al Mesías de la dignidad exclusiva que les pertenece, para atribuírsela a simples hombres. Por eso, frente al deseo de aparentar de escri­bas y fariseos, el principio que debe regir entre los cristianos es que «el más grande de vosotros será servidor vuestro». Y el que no esté dispuesto a aceptarlo, que se atenga a las consecuen­cias: «A quien se eleva, lo abajarán, y a quien se abaja, lo elevarán».

            Una anécdota que viene a cuento

Me contaban hace poco que un compañero fue a visitar a un cardenal. Cometió el tremendo error de llamarle “Reverencia” (título de un obispo) en vez de “Eminencia”. Al interesado se le mudó la cara ante tamaña ofensa. Y mi compañero no consiguió lo que pedía. Lógico.

El buen ejemplo de Pablo (2ª lectura)

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Oscar Romero, un buen ejemplo

Por pura casualidad, y sin que sirva de precedente, la segunda lectura de hoy se puede relacionar con las otras dos. Frente al mal ejemplo de desinterés, autoritarismo, vanidad y presunción, Pablo ofrece un ejemplo de entrega absoluta a los cristianos de Tesalónica, como una madre, trabajando día y noche para no resultarles gravoso.

Hermanos:
Os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos. Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nuestro amor. Recordad si no, hermanos, nuestros esfuerzos y fatigas; trabajando día y noche para no serle gravoso a nadie, proclamamos entre vosotros el Evangelio de Dios. Ésa es la razón por la que no cesamos de dar gracias a Dios, porque al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes.

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01 Noviembre. Fiesta de Todos los Santos

Miércoles, 1 de noviembre de 2023
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«Felices…» (Mt 5, 1-12)

Este año nos toca vivir la fiesta de todos Santos de otra manera, tampoco es que siempre se haya vivido igual, la diferencia está en que este año no hemos elegido nosotros el cambio, nos ha venido sin buscarlo. Este tiempo de pandemia nos está obligando a reinventar muchas cosas y también a pensar en todo aquello que solemos dejar “para más adelante”. Nuestra sociedad que no quería ni oír hablar de la muerte se ha encontrado sin poder estar con sus seres queridos en el momento de la enfermedad y la muerte y eso nos ha obligado a pensar.

La muerte no es un cuento, ni una leyenda. Es una realidad con la que tarde o temprano tenemos que lidiar. Un día moriremos, eso seguro. Pero además mueren también nuestro seres queridos y cuando eso ocurre no sabemos qué hacer con su ausencia, no sabemos vivir el duelo, nadie nos ha enseñado a convivir con la muerte…

Por eso hoy os dejamos con esta oración de San Agustín, cada una puede leerla como si la hubiera escrito esa persona amada que falleció y que estos días tenemos presente.

No llores si me amas

No llores si me amas,
si conocieras el don de Dios y lo que es el cielo.

Si pudieras oír el cántico de los ángeles
y verme en medio de ellos.
Si pudieras ver desarrollarse ante tus ojos; los horizontes, los campos
y los nuevos senderos que atravieso.

Si por un instante pudieras contemplar como yo,
la belleza ante la cual las bellezas palidecen.

¿Tú me has visto,
me has amado en el país de las sombras
y no te resignas a verme y
amarme en el país de las inmutables realidades?

Créeme.
Cuando la muerte venga a romper las ligaduras
como ha roto las que a mí me encadenaban,
cuando llegue un día que Dios ha fijado y conoce,
y tu alma venga a este cielo en que te ha precedido la mía,
ese día volverás a verme,
sentirás que te sigo amando,
que te amé, y encontrarás mi corazón
con todas sus ternuras purificadas.

Volverás a verme trasfigurado, en éxtasis, feliz.
ya no esperando la muerte, sino avanzando contigo,
que te llevaré de la mano por
senderos nuevos de Luz…y de Vida…
¡Enjuga tu llanto y no llores si me amas!
*
(San Agustín)

*
Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Nadie se hace Santo, lo es desde siempre.

Miércoles, 1 de noviembre de 2023
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solemnidad-todos-los-santosTODOS SANTOS (A)

Mt 5, 1-12

Los matemáticos dicen que la distancia de cualquier número, por grande que sea, al infinito, es siempre infinita. Para Dios todos somos iguales, no hay posible distinción. ¿Qué sentido tiene entonces marcar las diferencias entre unos y otros? La fiesta de Todos los Santos, entendida como diferencia de perfección entre los seres humanos no tiene sentido. Por eso la he titulado: “Todos santos”; aunque también podía haber puesto “Todos pecadores” y sería exactamente igual de cierto. Para Dios no hay diferencia ninguna, porque nos ama a todos por lo que Él es.

Si por santo entendemos un ser humano perfecto, significaría que ya ha llegado a su plenitud y por lo tanto se habría acabado su posibilidad de crecer. Pero su verdadero ser, y por lo tanto su perfección, nada tiene que ver con su biología o con su moralidad. A esa parte de nuestro ser no afectan las limitaciones, sean del orden que sean. Esa realidad permanece siempre intacta. Descubrir, vivir ese verdadero ser, es lo que podíamos llamar santidad y es posible para todos.

Cuando creemos que para ser santo tenemos que anular los sentidos, reprimir los sentimientos, machacar la inteligencia y someter la voluntad, nos estamos exigiendo la inhumanidad. La plenitud de lo humano solo se alcanza en lo divino, que ya está en nosotros. Vivir lo divino que hay en nosotros es la meta de lo humano. El verdadero santo no es el perfecto sino el sincero. El santo nunca descubrirá que lo es. Por favor, que nadie caiga en la tentación de aspirar a la “santidad”. Aspirad solo a ser cada día más humanos, desplegando el amor que es Dios y está en vosotros.

Cuando hemos puesto la santidad en lo extraordinario, nos hemos salido de todo marco de referencia evangélico. Si creemos que santo es aquel que hace lo que nadie es capaz de hacer, o deja de hacer lo que todos hacemos, hemos caído en la trampa del ideal de perfección griega que se nos ha vendido como cristiana. Cuando un joven le dice a Jesús: “Maestro bueno”. Jesús le responde: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno más que Dios. ¿Qué hubiera contestado si le hubiera llamado santo?

Todos somos santos, porque nuestro verdadero ser es lo que hay de Dios en nosotros; aunque la inmensa mayoría no lo hemos descubierto todavía, y de ese modo, tampoco podemos manifestar lo que somos. Somos santos por lo que Dios es en nosotros, no por lo que nosotros somos para Dios o para los demás. La creencia generalizada de que la santidad consiste en desplegar las virtudes morales no tiene nada que ver con el evangelio. Recordemos: “Las prostitutas y los pecadores os llevan la delantera en el reino de Dios”. Para Jesús, es santo el que descubre el amor que llega a él sin mérito ninguno por su parte. La perfección moral en consecuencia de la santidad, no su causa.

Debemos tener mucho cuidado a la hora de hablar de los santos como “intercesores”. Si lo entendemos pensando en un Dios, que solo atiende las peticiones de sus amigos o de aquellos que son “recomendados”, estamos ridiculizando a Dios. En (Jn 16,26-27) dice Jesús: “no será necesario que yo interceda ante el Padre por vosotros, porque el Padre mismo os ama”. Lo hemos dicho hasta la saciedad, Dios no nos ama porque somos buenos o por recomendación de uno que lo es, sino porque Él es amor. Es un poco ridículo seguir repitiendo: Señor, ten piedad (15 veces en cada eucaristía).

Se puede entender la intercesión de una manera aceptable. Si descubrimos que esas personas que han tomando conciencia de su verdadero ser son capaces de hacer presente a Dios en todo lo que hacen, pueden ayudarnos a descubrirlo, y por lo tanto pueden acercarnos a Dios. Descubrir que ellos confiaron en Dios a pesar de sus defectos, nos tiene que animar a confiar más nosotros. No solo valdría para los que conviven con ellos, sino par todos los que después de su muerte, tuvieran noticia de ‘su vida y milagros’. Sería el camino más fácil para que creciera el número de los “conscientes”.

Debemos tener cuidado con la “comunión de los santos”. No se trata de unos “dones” o unas “gracias” que ellos han merecido y que nos ceden. Es ridículo cuantificar y almacenar los bienes espirituales. Todo lo que nos viene de Dios es siempre gratuito y nunca se puede merecer. “Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Ahora bien, en el momento que se tiene conciencia de la unidad, se comprende que todo lo que hace uno repercute en el todo. La doctrina de Pablo es esclarecedora: “Todos formamos un solo cuerpo”.

En esta fiesta celebramos la bondad, se encuentre donde se encuentre. Es una fiesta de optimismo, porque, a pesar de los telediarios, hay mucho bien en el mundo si sabemos descubrirlo. Es cierto que mete más ruido uno tocando el tambor que mil callando. Por eso nos abruma el ruido que hace el mal y no nos queda espacio para descubrir el bien. Hoy es el día de la alegría. La Vida y el Bien triunfan sobre la muerte y el mal. La vida merece siempre la pena. Esta alegría de vivir tenemos que mantenerla a pesar de tanto sufrimiento y dolor como hay en nuestro mundo. A pesar de que muchos seres humanos consumen su existencia sin enterarse de lo que son, y se conforman con vegetar.

Las bienaventuranzas nos descubren el verdadero rostro del “santo”. ¿Quién es dichoso? ¿Quién es bienaventurado? Felicitar a uno porque es pobre, porque llora, porque pasa hambre, porque es perseguido, sería un sarcasmo para el común de los mortales. Sobre todo, si le engañamos con la promesa de que serán felices más allá. Haber reservado la palabra “bienaventurado” para los que han muerto, es una manipulación inaceptable.  Aquí abajo, el dichoso es el rico, el poderoso, el que puede consumir de todo sin dar un palo al agua. Esa escala de valores queda trastocada por el evangelio.

Las bienaventuranzas no se pueden entender racionalmente, ni se pueden explicar con argumentos. Cuando Pedro se puso a increpar a Jesús, porque no entendía su muerte, Jesús le contestó: Tú piensas como los hombres, no como Dios. Solo entrando en la dinámica de la trascendencia, podemos descubrir su sentido. Solo descubriendo lo que hay de Dios en mí, podré darme cuenta del verdadero valor. Para que una persona sea dichosa le tenemos que dar aquello que considera el valor supremo. Tenga lo que tenga, si no lo percibe como valor absoluto, no le hará feliz.

Las bienaventuranzas no son un sí de Dios a la pobreza y al sufrimiento, sino un rotundo no de Dios a las situaciones de injusticia, asegurando a los pobres lo más grande que pudieran esperar, el amor que es Dios. En Él los pobres pueden esperar, tener confianza. No para un futuro lejano, sino ya, aquí y ahora. Puede ser bienaventurado el que llora, pero nunca el que hace llorar. Puede ser feliz el que pasa hambre, pero no el que tiene la culpa del hambre de los demás. Buscar la salvación en las seguridades terrenas es la mejor prueba de que no se ha descubierto el amor de Dios. Aún en las peores circunstancias imaginables, las posibilidades de ser, nadie puede quitártelas.

En la celebración de este día, no tenemos que pensar en los “santos” canonizados, ni en los que desarrollaron virtudes heroicas, sino en todos los hombres que descubrieron la marca de lo divino en ellos, y ese descubrimiento les empuja a mayor humanidad. No se trata de celebrar méritos, sino de reconocer la presencia de Dios que es el único Santo, en cada uno de nosotros. El merito será siempre de Dios. Muchas de esas personas que se han ido y recordaremos mañana, son verdaderos santos.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Un mundo al revés

Miércoles, 1 de noviembre de 2023
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IMG_1140Fiesta de Todos los Santos

1 noviembre 2023

Mt 5, 1-12a

Una existencia egocentrada gira en torno a los intereses del propio yo, por encima de cualquier otra referencia. Se caracteriza por el narcisismo y la apropiación –el yo no puede existir sin decir “mío”– y persigue el tener, el poder, el aparentar o, simplemente, su propio bienestar.

 Tal programa de vida puede explicarse e incluso comprenderse a partir de factores psicológicos –carencias y vacíos afectivos– y socioculturales –“valores” dominantes en un ambiente determinado–, que tienden a encerrar a la persona en determinados mecanismos de defensa y, en último término, a mantenerla en la ignorancia básica acerca de su verdadera identidad.

  La espiritualidad es un camino de comprensión –de liberación de aquella ignorancia radical– y, por eso mismo, de desegocentración. Una existencia lograda, adulta y plena, libre y feliz es una existencia desegocentrada, amorosa y servicial. La persona feliz es buena.

   Las llamadas “Bienaventuranzas”, sin duda una de las páginas más sublimes y provocativas de la literatura espiritual, constituyen un “programa de vida” que señala el camino de la desegocentración y, en ese sentido, pone del revés los valores que, en gran medida, gobiernan todavía el mundo de los humanos.

   Ahora bien, tal programa no se halla al alcance del yo. De hecho, lo que pretende es transcenderlo, pero no desde un imperativo moral, sino desde la comprensión que posibilita pasar de una consciencia de separación (egoica o egocentrada) a una consciencia de unidad (transpersonal, desegocentrada, fraternal y planetaria), permitiendo así salir de la ignorancia y vivir en la verdad de lo que realmente somos.

  No se llama “dichoso” a algún yo que hubiera conseguido las metas propuestas, sino justamente a quien ha dejado de identificarse con él. La ignorancia nos mantiene en la identificación con el yo; la comprensión nos muestra nuestra verdadera identidad.

  Las Bienaventuranzas no son, por tanto, un mensaje de felicidad para el yo. En realidad, el yo no puede ser feliz, porque su existencia –como la de todas las formas– se halla sometida a la ley de la impermanencia y a merced de sucesos que no puede controlar. Donde hay impermanencia, afirma un axioma básico del budismo, hay sufrimiento. Por eso tiene razón José Díez Faixat cuando afirma que “nadie es feliz; lo difícil es ser nadie”.

    Es difícil porque estamos literalmente hipnotizados, tan identificados con el yo que nos resulta imposible entendernos a nosotros mismos sin ser “alguien”. Hemos ligado nuestra suerte y nuestra felicidad al carrusel del yo, con todos sus inevitables altibajos, olvidando que lo que realmente somos se halla siempre a salvo.

   Pues bien, utilizando este lenguaje, la bienaventuranza que proclama “felices los pobres” está diciendo “felices quienes han comprendido que son nadie”, es decir, quienes no se identifican con su yo, porque han descubierto que, en su verdadera identidad, son vida.

   ¿Qué significa todo esto en la vida cotidiana? Que se abren ante mí dos caminos posibles. Puedo vivir en función del yo –instalado en la ignorancia–, dando así lugar a una existencia egocentrada que gira en torno a sus propios intereses. El resultado es el egocentrismo, la agresividad y la decepción cuando se frustran las expectativas y el sufrimiento debido a la no aceptación de la impermanencia.

    O puedo reconocerme como vida –desde la que acojo e integro el yo– y, desde esa consciencia de unidad, me dejo ser cauce para que la vida fluya, buscando el bien de todos los seres.

  El paso de la ignorancia a la comprensión –de identificarme ansiosamente con el yo a comprender que, bien mirado, soy “nadie”– modifica de manera radical el criterio que guía mi existencia: dejo de juzgarla de manera exclusiva en función de mis propios intereses –sintiéndome “feliz” o abatido, según las circunstancias respondan a ellos o los frustren– para empezar a mirarla desde mi (nuestra) verdadera identidad y desde el amor a los demás que brota de esa comprensión.

   Y es aquí, en la práctica cotidiana, donde se verifica la verdad profunda de la bienaventuranza: si vivo para el yo, terminaré frustrado y vacío; solo cuando vivo desde la verdad de lo que somos –y el amor que nace de ahí– seré feliz aun en medio de circunstancias adversas. Porque la felicidad no estará puesta en lo que pueda sucederle al yo, sino en la certeza de que, en medio de todo lo que suceda, nuestra verdadera identidad se halla siempre a salvo.

¿Qué busco en el día a día? ¿Únicamente mi propio bienestar, por encima de todo, o el bien de las personas?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Las Bienaventuranzas en el lugar imaginado del Reino de Dios.

Miércoles, 1 de noviembre de 2023
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sermon-monteDomingo 1 de noviembre 2023

Mt 5, 1-12

Si nos situamos en el imaginario cultural de los oyentes primarios de Jesús las bienaventuranzas no aparecerán como una proclamación de santidad sino de honorabilidad, porque el honor era el valor central en el mundo antiguo y, por lo tanto, lo que se está proclamando es que quien es reconocido en las situaciones que proclaman las bienaventuranzas ha adquirido la máxima reputación. Sin embargo, lo que proponen está lejos de ser considerado socialmente honorable tanto en aquella sociedad como en la nuestra.

Vistas así, las bienaventuranzas son contraculturales, y por tanto, desafían hoy como ayer nuestros modos de entender lo que encaja y lo que no en nuestros universos sociales y religiosos. Generalmente, traducimos el término griego makarios con que se inicia cada bienaventuranza como felices o bienaventurados, pero también podría traducirse por honorable para destacar la propuesta social que subyace en ellas y la carga subversiva que poseen [1]. Desde este enfoque desarrollaremos el comentario.

Reimaginar el lugar comunitario y social.  

Las bienaventuranzas no describen un estado ideal ni una enumeración de regalos recibidos por perseverar en el sufrimiento, sino que presentan un horizonte alternativo. El sermón del monte invita a imaginar un mundo alternativo en el que la opresión ceda ante la misericordia, las relaciones sean justas y equitativas y todas y todos puedan acceder a los recursos disponibles. No es cuestión de alcanzar alturas espirituales sino de entregar la vida para hacer posible un mundo diferente, un mundo acorde con el sueño del Reino de Dios.

Jesús al proclamar las bienaventuranzas nos está invitando a reimaginar los lugares que habitamos. Nos está llamando a pensar y vivir desde otros valores, con otras prácticas que, sin duda, no nos situarán en los centros de poder sino en los márgenes porque no armonizan con lo que la mayoría piensa. Al escucharlas con atención encontramos condiciones y conductas que Dios valora o encuentra honorables y que, por tanto, quien quiera formar parte de la comunidad del Reino tiene no solo que valorar y estimar sino convertirlas en señas de identidad.

Las bienaventuranzas nos sitúan en un espacio alternativo desde el que tener una nueva perspectiva de la realidad y de Dios. Este nuevo espacio es lo que Jesús llamó Reino de Dios y las bienaventuranzas son centrales para imaginar ese lugar. Pero decir que el Reino de Dios es un lugar imaginado no significa que sea inventado, sino que cuando nos situamos ante él, desde la perspectiva de la Buena Noticia que Jesús proclama, podemos abrirnos tanto a nuevas perspectivas de vida y de fe como a cambios personales o colectivos que generen transformación crítica y creativa en nuestro entorno [2].

Honorables son l@s pobres de espíritu. Teniendo en cuenta el mensaje y la praxis de Jesús, es claro que Dios no hace honorable la pobreza, sino a los pobres. El honor generalmente otorgado a los ricos y poderosos es ahora entregado a quienes viven en duras condiciones sociales y económicas, sin los recursos necesarios, explotados/as y despreciados/as por los poderosos. Estas personas, indefensas frente al opresor/a, sufren su maldad y eso les hace perder la esperanza, la dignidad y la autoestima. y a su pobreza material se añade su dolor profundo en el alma, por eso, pueden ser llamadas pobres de espíritu.

Dios hace honorable su vida por la acción sanadora y salvadora de Jesús. Con ella Jesús puede devolverles la esperanza, liberarlos/as, acogerlos/as, compartir con ellos/as e invitarlos/as a formar parte de la comunidad del Reino, una comunidad que está llamada a ser primicia de un cambio mayor, el de hacer posible un mundo diferente. Eso no ocurrirá por acto milagroso sino por el empeño sostenido y paciente de quienes creen en un nuevo cielo y una nueva tierra donde habite la justicia.

Honorables son quienes lloran. Las lágrimas pueden parecer signos de debilidad, de fracaso o tristeza, pero también pueden expresar indignación y lamento. Quienes lloran porque son abusados, ninguneados o negados en su dolor sienten rabia, se lamentan, pero solo su llanto parece tener voz.  Raquel la matriarca de Israel es símbolo de ese llanto desesperado de la víctima, pero también receptora del consuelo prometido y de un futuro lleno de esperanza (Jr 31, 1-22).  En ella se hace memoria subversiva de un consuelo que no solo enjuga las lágrimas, sino que transforma la vida, atraviesa las fronteras de la existencia y devuelve a la vida [3]

Honorables son quienes no buscan venganza. Sentir en propia carne el peso de la injusticia, sentirnos dolidas/os por las conductas de otros/as, sabernos perdedoras/os en juegos tramposos, puede tentarnos a buscar venganza. Pero si queremos formar parte de la familia alternativa del Reino tenemos que incorporar otro modo de respuesta. No es fácil, pero Jesús lo hizo primero. Quien no busca venganza heredará la tierra porque perdonar, comprender y confiar es un estilo de vida que nos hace herederas/os del mundo soñado por Dios.

Honorables quienes tienen hambre y sed de justicia. Con frecuencia nos duele la injusticia, nos da rabia el abuso y el maltrato, pero muchas veces nos contentamos con indignarnos sin tomar decisiones que ayuden al cambio. Tener hambre y sed de justicia es luchar porque exista una relación justa entre las personas y los bienes. Tener hambre y sed de justicia es elegir la palabra y no el silencio cómplice. Tener hambre y sed de justicia es no claudicar hasta que la bondad y la verdad se encuentren.

Honorables quienes son misericordios@s. La misericordia caracteriza el reino de Dios. Las curaciones de Jesús y sus exorcismos muestran misericordia, como también sus comidas. La misericordia está en el ADN de quienes siguen a Jesús.  Amar sin esperar nada a cambio, perdonar a los/as enemigos/as, estar del lado de quienes no cuentan es construir la casa de Dios.

Honorables quienes son limpi@s de corazón. Quienes no engañan, quienes son honestas/os, e íntegras/os, pueden entender que es dejarse sostener por Dios. Ellos y ellas viven desde el corazón y desde ahí pueden habitar una espiritualidad autentica y audaz que vivifique sus vidas y las de los que están próximos a ellos y ellas.

Honorables quienes trabajan por la paz. En un mundo crispado, endurecido y violento necesitamos paz y pacificadoras/os que puedan imaginar espacios habitables, que construyan puentes y destruyan fronteras. Cada gesto de paz hace germinar esperanza y fraternidad/sororidad. Cada gesto de paz nos hace hermanos y hermanas, cada gesto de paz nos hace hijos e hijas de Dios.

Honorables quienes son perseguid@s por causa de la justicia. Este modo de vivir que proclaman las bienaventuranzas cuestiona el mundo en que vivimos, quien apuesta por el lugar imaginado del Reino será incomodo@, e incluso perseguido. Quien quiera vivir así, no será considerado/a honorable para los criterios de nuestra sociedad individualista y egoísta porque de la misma manera persiguieron a los profetas, pero tendrán la suerte de ayudar a cambiar el mundo al estilo de Dios.

Carme Soto Varela

[1] Jerome H. Neyrey, Honor y vergüenza. Lectura cultural del evangelio de Mateo, Sígueme (Salamanca), 2005.

[2] Halvor Moxnes, Poner a Jesús en su lugar. Una visión radical del grupo familiar y el Reino de Dios, Verbo Divino (Estella) 2005.

[3] Lola Arrieta-Elisa Estévez, Acompañar en las periferias existenciales, Narcea (Madrid), 2020.

Fuente Fe Adulta

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El purgatorio es una gozada.

Miércoles, 1 de noviembre de 2023
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TodosLosSantos_201015Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

30.10.2023

01.- Todos los difuntos son Todos los Santos.

    Estos dos días: los Santos y Difuntos en realidad son una única fiesta, o son como las dos caras de la misma moneda: una única y hermosa celebración de memoria y futuro, de recuerdo y esperanza.

Le oí decir a algún obispo que, puesto que hay infierno, hay condenados.

Y si hay condenados, ¿para qué vamos a orar por ellos?

Mejor pensemos que todos morimos en la misericordia de Dios. Mejor pensar que el “juez” es JesuCristo y mejor pensar que cuando el Señor hace justicia, nos ama más. De Ti procede el perdón y así infundes respeto, (Salmo 129).

02.- Esa muchedumbre inmensa lavada con la sangre de Cristo.

    La muerte es el gran enigma de la vida y se convierte en una -la- gran pesadumbre de la vida.

En la tribulación la vida y de la muerte pongamos nuestra confianza en Dios. El transcurrir humano, con todas nuestras tribulaciones, se serena desde la misericordia de Dios que nos ha acogido por amor.

Probablemente tengamos ya en la vida la experiencia de que, cuando un problema nos turba y da mil vueltas nuestra cabeza, “sentarse” y poner nuestra “gran tribulación” en manos de Dios serena nuestra situación, hemos sido lavados y reconciliados en la sangre de Cristo.

Tal es nuestro descanso, nuestra bienaventuranza, en el fondo nuestra paz.

03.- ¿Y el purgatorio?

Cuando en la historia de la Iglesia y de la teología se separaron el pensamiento de la purificación del pensamiento del encuentro con Dios y con Jesucristo se creó un “inmenso campo de concentración y torturas” y los símbolos (el fuego) se interpretaron como descripciones objetivas, como si se tratara de un lugar geográficamente localizable.

Pero no pensemos así.

Cristo nos espera y su encuentro es la purificación y el Espíritu es el fuego.

En la muerte, el hombre se sitúa fuera del tiempo terrestre; su purificación no se mide por horas ni por días, sino por la gracia del Señor… ¡Feliz purgatorio! La purificación está en el encuentro con Cristo

El Padre nos tapará la boca como al hijo pródigo y entraremos en la fiesta, porque había que celebrar una fiesta, una bienaventuranza.

Después de esta vida, Dios mismo será nuestro lugar. (San Agustín)

04.- Fiesta de esperanza: de bienaventuranza: Comunión de los santos

    Al mismo tiempo que recordamos, Todos los Santos es fiesta de gran esperanza, porque nos anuncia nuestro futuro, el futuro absoluto. Hacia Ti, morada santa, solemos cantar.

    Y es una fiesta de esperanza porque no caemos en el vacío absoluto, en la nada. Nos aguardan, nos esperan.

La comunión de los santos es esa memoria común en la que recordamos y nos recuerdan desde el cielo. Es hermoso pensar, ¡vivir!, que nuestros padres, hermanos, familiares, amigos y “enemigos”  se acuerdan de nosotros y nos esperan en el cielo. Se acuerdan de nosotros de un modo más amable y profundo que en esta vida.

    Estas cosas así pensadas y vividas son fuente de bienaventuranza y de serena paz.

    Seréis bienaventurados.

05.- La Eucaristía es memorial y esperanza

Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección…

En la Eucaristía recordamos a Cristo: su redención, su perdón, al mismo tiempo que esperamos una conclusión feliz de la historia. El recuerdo es salvífico y el futuro realizador.

Estad alegres y contentos,
porque vuestra recompensa será grande en el cielo.

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“Pasión por Dios y compasión por el ser humano”. 30 Tiempo ordinario – A (Mateo 22,34-40)

Domingo, 29 de octubre de 2023
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201110211226393d6463Cuando olvidan lo esencial, fácilmente se adentran las religiones por caminos de mediocridad piadosa o de casuística moral, que no solo incapacitan para una relación sana con Dios, sino que pueden dañar gravemente a las personas. Ninguna religión escapa a este riesgo.

La escena que se narra en los evangelios tiene como trasfondo una atmósfera religiosa en que sacerdotes y maestros de la ley clasifican cientos de mandatos de la Ley divina en «fáciles» y «difíciles», «graves» y «leves», «pequeños» y «grandes». Casi imposible moverse con un corazón sano en esta red.

La pregunta que plantean a Jesús busca recuperar lo esencial, descubrir el «espíritu perdido»: ¿cuál es el mandato principal?, ¿qué es lo esencial?, ¿dónde está el núcleo de todo? La respuesta de Jesús, como la de Hillel y otros maestros judíos, recoge la fe básica de Israel: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser». «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».

Que nadie piense que, al hablar del amor a Dios, se está hablando de emociones o sentimientos hacia un Ser imaginario, ni de invitaciones a rezos y devociones. «Amar a Dios con todo el corazón» es reconocer humildemente el Misterio último de la vida; orientar confiadamente la existencia de acuerdo con su voluntad: amar a Dios como Padre, que es bueno y nos quiere bien.

Todo esto marca decisivamente la vida, pues significa alabar la existencia desde su raíz; tomar parte en la vida con gratitud; optar siempre por lo bueno y lo bello; vivir con corazón de carne y no de piedra; resistirnos a todo lo que traiciona la voluntad de Dios negando la vida y la dignidad de sus hijos e hijas.

Por eso el amor a Dios es inseparable del amor a los hermanos. Así lo recuerda Jesús: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». No es posible el amor real a Dios sin escuchar el sufrimiento de sus hijos e hijas. ¿Qué religión sería aquella en la que el hambre de los desnutridos o el exceso de los satisfechos no planteara pregunta ni inquietud alguna a los creyentes? No están descaminados quienes resumen la religión de Jesús como «pasión por Dios y compasión por la humanidad».

José Antonio Pagola

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“Amarás al Señor, tu Dios, y a tu prójimo como a ti mismo”. Domingo 29 de octubre de 2023. 30º domingo de tiempo ordinario.

Domingo, 29 de octubre de 2023
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53-OrdinarioA30Leído en Koinonia:

Éxodo 22,20-26: Si explotáis a viudas y huérfanos, se encenderá mi ira contra vosotros.
Salmo responsorial: 17: Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza.
1Tesalonicenses 1,5c-10:Abandonasteis los ídolos para servir a Dios y vivir aguardando la vuelta de su Hijo.
Mateo 22,34-40: Amarás al Señor, tu Dios, y a tu prójimo como a ti mismo.

Podríamos decir que hoy comenzamos la recta final del año litúrgico; esto significa que dentro de un mes estaremos finalizando un ciclo para dar inicio al siguiente. Nos vienen entonces de maravilla las lecturas de hoy para que desde ya comencemos a revisar nuestra vida de fe y cada una de nuestras acciones a lo largo de este año y para que nos preparemos de manera adecuada para vivir con más radicalidad y compromiso el año que viene. La frase clave del pasado domingo nos puede ayudar a entender con más precisión el mensaje de hoy y el de los próximos domingos. Escuchamos hace ocho días la bien conocida frase de Jesús: “den al césar lo que es del césar, y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 21). Centrémonos en lo que hay que dar a Dios; de este modo, lo que habría que “dar al césar” tendrá que ir disminuyendo cada día más y más, pues en la medida que vamos ampliando nuestra conciencia de ciudadanos/as del Reino, todo lo que somos y tenemos estará únicamente en función de ese proyecto de Reino que es la sociedad solidaria, igualitaria y fraterna; el “césar” y su sistema, tendrán que desaparecer, por fuerza. Y la manera práctica cómo Dios tiene en mente la creación de ese sistema humano social distinto al egipcio, lo expone maravillosamente en el Sinaí, en el contexto de la Alianza con su pueblo. Para ello se vale de tres figuras que simbolizan lo que NO es su proyecto: la viuda, como símbolo del más desvalido de los seres por no tener un macho que le de identidad; el forastero, por no tener un pedazo de tierra donde realizar su proyecto personal y familiar, y el que no posee nada y va de préstamo en préstamo, como símbolo del indigente. Si el seguidor de Yahveh pasa por alto estos tres extremos o declaradamente se aprovecha de su situación, o no hace nada por mejorarla (lo más común aún en nuestros días), él mismo está atrayendo sobre sí la desgracia por ir en contravía del proyecto de la justicia que es la esencia misma del proyecto de Dios que mueve todo el aparato liberador de Egipto. Nada más claro para ayudarnos a entender, además, el pasaje del evangelio que hoy escuchamos; Jesús sienta su posición respecto al camino que hay que seguir si se quiere estar en sintonía auténtica con el proyecto del Padre: no es el legalismo, no es la preocupación de si estamos o no cumpliendo este o aquel mandato; no se puede dudar: “ama a Dios por sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo”; en esto se resume toda la Revelación de Dios.

La legislación de Israel estaba orientada a mitigar los efectos del empobrecimiento de las grandes masas de campesinos. El exilio, el desplazamiento forzado por causa de la guerra, la usura… se convertían en una amenaza para la convivencia y, sobretodo, contradecían los fundamentos éticos del pueblo de Dios.

El «código de la alianza» hacía énfasis, no sólo en las rúbricas litúrgicas o en las orientaciones religiosas, sino en la protección de los sectores más vulnerables de la sociedad: forasteros, viudas, huérfanos, jornaleros y pobres en general. Los forasteros porque, en la mayoría de los casos, eran exiliados de la guerra que habían sufrido el desplazamiento forzado y llegaban a las tierras de Israel sin otro recurso que sus propias manos. La legislación recuerda los beneficios del éxodo y el cambio de situación del pueblo hebreo que pasó de la servidumbre a la libertad. Las viudas y los huérfanos estaban a merced de los parientes varones que detentaban el monopolio jurídico de la tierra. Los jornaleros estaban a merced de los terratenientes que les pagaban cuando se les venía en gana y no al terminar el día, como lo determinaba la Ley. El clamor de estas personas se convertía en una preocupación del Dios liberador que no podía dejar impune a los opresores, explotadores y usureros.

Un hombre del antiguo Israel, como Jesús, se sorprendería al ver que nuestra sociedad se basa en la usura. Para ellos, los exagerados intereses de una deuda eran una auténtica vergüenza. Y más se asustaría al saber que los grandes usureros gobiernan las políticas de los países y determinan quién vivirá satisfecho y cuantos millones de pobres morirán de hambre. La usura es, en la Biblia, un delito comparable sólo con el asesinato. La usura es la mayor amenaza para la gente pobre que se ve obligada a empeñar hasta la propia ropa para poder comer. La usura se origina en la injusta percepción de los valores sociales, pues la ambición y la acumulación se convierten en el objetivo de las relaciones sociales, quitándoles su carácter de gratuidad y solidaridad.

Esta situación queda consagrada igualmente en el plano internacional. Tan consagrada, que se considera «natural» la situación de sometimiento absoluto con el que las finanzas internacionales, impúdicamente especulativas, dominan la vida y el trabajo de las mayorías de los distintos países, mediante la subida y la bajada, casi enteramente caprichosa, de los intereses de «los mercados» internacionales. Hace unos años fue con la Deuda Externa: países enteros gravados con deudas que equivalían a muchas veces su producto nacional bruto anual… es decir, que debían todo lo que podían producir durante varios años, podríamos decir que de hecho se debían a sí mismos. Y todo ello, proviniendo de unos préstamos que habían sido ofrecidos a intereses bajísimos, pero «fluctuantes», intereses que una vez contraídas las deudas fueron internacionalmente alzados hasta un 18%, cuando a lo largo de la historia tales intereses nunca habían subido más allá de un 6%. En los préstamos personales sabemos cuándo unos intereses comienzan a ser usureros. ¿Por qué no se sabe en qué cifra de interés comienza la «usura» en el plano internacional? ¿No estamos viviendo una situación de usura en el sistema financiero internacional? Solemos pensar que el mundo civilizado y moderno es muy distinto de aquel mundo de masas pobres y de esclavos que no eran dueños de sí mismos, pero la diferencia no es tan grande: las grandes estructuras de injusticia son ahora mucho más complejas, sofisticadas y masivas.

 Pablo interpreta el paso de una mentalidad legalista y opresora, hacia una mentalidad creativa y liberadora, como un cambio de la idolatría al culto al Dios verdadero, al Dios de la Vida. Mientras los hebreos eran prisioneros de los interminables preceptos de la Ley (la escrita y la oral), los así llamados paganos eran esclavos de la incesante marea de modas de pensamiento y de religiones que les impedían descubrirse a sí mismos como esclavos de la idolatría del imperio. Pablo propone a los gentiles no una religión más, sino un nuevo estilo de vida donde el discernimiento, la gratuidad y la conciencia de ser libres constituía el fundamento de la relación con Dios y con el prójimo.

 El evangelio apunta, precisamente, en la misma dirección al mostrarnos que para Jesús, el fundamento de la relación con Dios y el prójimo es el amor solidario. Jesús sintetiza el decálogo y casi toda la legislación en su principio de amor fraternal y recíproco.

Los juristas gustaban de probar los conocimientos que Jesús tenía sobre la Ley. Para ellos el mandamiento más importante era la observancia del sábado. Ese día debían dedicarse por completo al reposo y a escuchar la lectura de la Escritura. Con el tiempo convirtieron esta ley en una carga que a duras penas soportaban los pobres.

El sábado había dejado de ser fiesta del Señor y se había convertido en un día lúgubre, lleno de prescripciones ridículas que impedían a las personas movilizarse, cocinar e incluso auxiliar al necesitado.

Cuando los juristas preguntan a Jesús por la ley más importante esperan que el cometa un error y se pronuncie contra la Ley misma. Jesús se les adelanta y les hace ver que en la Ley lo más importante es el amor a Dios y el amor al prójimo. El amor es el espíritu mismo de la legislación divina.

Al colocar estos dos mandamientos como el eje de toda la Escritura, Jesús pone en primer lugar la actitud filial con respecto a Dios y la solidaridad interhumana como los fundamentos de toda la vida religiosa. Incluso, la adecuada interpretación de la Escritura (la Ley y los Profetas) depende de que sean comprendidos y asumidos estos dos imperativos éticos.

Nosotros vivimos hoy en sociedades que tienen muchas más normas que el pueblo judío, incluso nuestras iglesias tienen extensas legislaciones. Vivimos también en un mundo que tiene muchísimos más millones de pobres oprimidos bajo la usura internacional, que los pobres oprimidos por los que clamaron los profetas. La Palabra de Jesús que hoy recordamos y actualizamos en nuestra celebración es una invitación a sacudir nuestra pasividad, a recuperar la indignación ética ante la situación intolerable de este mundo llamado moderno y civilizado, y a volver a lo esencial del Evangelio, al mandamiento principal, a los dos amores. Leer más…

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29.10.23. Dos amores que son uno, el credo de Jesús. Mt 22, 34-40 (DOM 29 TO)

Domingo, 29 de octubre de 2023
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IMG_1075Del blog de Xabier Pikaza:

La Iglesia posterior ha fijado dos “credos”, que se llaman símbolos o confesiones de fe y se “rezan” en la misa: el corto (Credo de los Apóstoles) y el largo (Credo  Nicea-Constantinopla).Ellos contienen el conjunto de la fe cristiana, centrada en Dios, en Jesús y en el Espíritu Santo. Pero hayun credo o confesión más importante, que proviene del judaísmo (AT) y que ha sido formulado por Jesús, según el evangelio de este domingo. No es un credo para rezar, sino para vivir y sólo contiene dos artículos o normas: amar a Dios y al prójimo. Éste es el contenido de la fe de Jesús. Todo el resto es comentario

Este doble mandamiento evangelio Mt 22, 34-40 recoge la experiencia más profunda de la historia israelita, centrada en el Shema, palabra básica del amor de (a) Dios (Dt 6, 4-9; cf. también Dt 11, 13-21 y Num 15, 37-41), y el mandamiento del amor al prójimo (que se formula con las palabras de Lev 19, 18). En ese sentido, el credo de Jesús es un credo judío. Pero es, al mismo tiempo, un credo totalmente cristiano o, mejor dicho, humano. El camino y sentido de la vida consiste en amar: vivir el amor como don o regalo primero (amar a Dios), desplegar el amor en relación a los demás (amar al prójimo).

Texto: Mt 22, 34-40

En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?” Él le dijo: “”Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.” Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los Profetas.

 Esta versión de Mateo está tomada de Mc 12, 28-34. Los herodianos del texto anterior del denario se preocupaban más de la política (césar sí, césar no), a los saduceos les interesaba más el tema de la vida futura, vinculado a las mujeres. Pues bien, los fariseos, se centran en los mandamiento de la ley, que no son mandamientos para creer, sino para cumplir.

El escriba fariseo, que es hombre del Libro, interpreta a Dios como alguien que tiene poder para mandar, es decir, para imponer unos preceptos a sus criaturas, en este caso a los judíos. Ciertamente, su pregunta (¿cuál es el primero de los mandamientos?) es buena y veremos que Jesús la admite. Pero   ha de entenderse desde el fondo del mejor judaísmo: el mandamiento (entolê) no es algo que se debe cumplir a la fuerza, sino aquello hace que seamos personas, voluntariamente.

El judaísmo del tiempo de Jesús tenía muchos “mandamientos menores”, que podían resultar muy numerosos. Así se decía que había 248 mandamientos positivos (que dicen lo que hay que hacer) y 365 negativos (que dicen lo que no se puede hacer), en total 613. De todas formas, más que mandamientos eran normas de conducta, en el plano de laz buenas costumbres (para la comida y las relaciones familiares, para el trabajo y los negocios). Todos los judíos sabían que esos mandamientos se condensan y centran en una actitud básica de respeto a Dios y de justicia entre los hombres.

En esa línea se sitúa la pregunta del escriba que busca la raíz de los 613 preceptos, para condensarlos y resumirlos en su base. Así viene donde Jesús y le pregunta. Es un hombre de libro y quizá conoce de memoria los 613. Jesús, probablemente, no los conoce, aunque sabe que están ahí y que pueden ser valiosos para algunas circunstancias. Pero a él sólo le importa la raíz de la fe y de la vida, es decir, el mandamiento básico. De esa forma, acepta el reto y no responde con uno sino con dos “mandamiento, como indicando que al principio no hay un tipo de monismo (sólo Dios o sólo el hombre) sino un dualismo básico, un diálogo entre Dios y los humanos.

Primer mandamiento o Shema: Amarás al Señor, tu Dios…

 No es un mandamiento en el sentido actual, sino  es una confesión y compromiso de amor. Ésta es la palabra esencial del judaísmo, éste ha sido y sigue siendo el punto de partida de la conciencia de amor de occidente (con el cristianismo y el Islam): El hombre nace y se configura escuchando una palabra de Dios, que le pone en pie y le capacita para responder amando, en gesto abierto al conjunto de la comunidad:

Escucha, Israel: Yahvé nuestro Dios es el único Yahvé. Amarás a Yahvé tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Se la repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado;  las atarás a tu mano como una señal, y serán como una insignia entre tus ojos; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas.´´   A Yahvé tu Dios temerás, a él le servirás, por su nombre jurarás (Dt 6, 4-13).

           Esta confesión es un credo de pacto, pues expresa e incluye la alianza de Dios con su pueblo. Es una confesión afectiva y fundante, pues no alude todavía a mandatos concretos, sino a la raíz que los sustenta y unifica, vinculando al pueblo con Dios, en el amor o fidelidad básica. Es una confesión que brota de la revelación de Dios que el pueblo acoge, escuchando y respondiendo su palabra. Incluye dos artículos. (1) Sólo Yahvé es Dios y se eleva frente las restantes figuras religiosas que son mentira, idolatría (como saben los judíos, sus elegidos). (1). Israel es pueblo de Dios, llamado entre todos para testimoniar su amor a Dios y responderle en gesto generoso: «Amarás a Yahvé, tu Dios, con corazón, alma y fuerzas».

Vivir es escuchar

Esta confesión nos lleva allá del mandato en cuanto tal, hasta el fundamento del que brotan todos los mandatos: escucha, acoge la voz de Dios. Sólo quién oye bien puede cumplir lo mandado. En el fondo de la Ley (lo que debe hacerse) se halla la obediencia, entendida en su sentido original de ob-audire (=escuchar con asentimiento, en griego hyp-akouein). Antes del hacer, en gesto de duro cumplimiento, está el escuchar o acoger la voz de Dios. En el principio, el hombre es oyente de la Palabra. Jesús ha citado los primeros términos del Shemá (escucha…), poniendo su enseñanza a la luz del mensaje fundante de Dt 6, 4-6.

  1. Escucha (en hebreo shemá; en griego akoue). Este es el principio de todo mandato: oye, es decir, atiende a la voz, acoge la Palabra. En el fondo se dice: no te cierres, no hagas de tu vida un espacio clausurado donde sólo se escuchan tus voces y las voces de tu mundo. Más allá de todo lo que haces y piensas, de todo lo que deseas y puedes, está el ancho campo de la manifestación de Dios (y de los otros, que te hablan): abrirse a su voz, mantener la atención, ser receptivo ante el misterio, ese es el principio y sentido de toda religión y de todo amor, esa es la verdad del mandamiento.
  2. Israel es la comunidad de aquellos que escuchan a Dios, que se mantienen atentas, oyendo la Palabra: ese es el pueblo que brota de Dios. Quedan en segundo plano los restantes elementos configuradores del pueblo: patriarcas, circuncisión, leyes alimenticias, ritos de tipo sagrado… Todo eso es secundario. Sólo la escucha del único Dios configura al único pueblo israelita.
  3. El Señor, muestro Dios, es Señor único. Pagano es quien se pierde adorando muchas voces y así acaba escuchándose a sí mismo (a sus ídolos). Israelita, en cambio, es quien sabe a acoger al único Dios (al «nuestro»). La palabra fundante del mandato pide al creyente que escuche sólo a Dios: que se deje transformar por él, que acoja su revelación y que no crea a ningún otro posible «señor» de los que existen (quieren imponerse) sobre el mundo.
  4. Amarás… Dios habla desde su propia trascendencia, como fuente de gracia; el ser humano le escucha, para responderle con amor, es decir, con la entrega del propio ser. En esta perspectiva, el amor del hombre no es lo primario; no es algo que brota por instinto natural, no es una simple expansión de la especie. Entendido en sentido fuerte, ese amor es gesto de respuesta agradecida, algo que brota cuando se descubre que Dios es amor, y que nos pide que le amemos. Dios es Vida, la Palabra originaria, que empieza pidiendo que le amamos. Se supone que nos ama, pero quiere (pide) que le amemos.

El mandamiento es lo que somos

Entendido en sentido estricto, este mandato primero no expresa aquello que debemos hacer, sino aquello que somos, en perspectiva de gracia abierta al despliegue de la vida. El hombre se define como aquel ser especial que puede escuchar la palabra de amor, respondiendo a ella. Ciertamente, el amor no se puede imperar: si se cumple por obligación ya no es amor. Pero se debe animar y potenciar. Así dice el texto:

(1) Amarás… Surge el amor como respuesta: no es gesto que el hombre ha creado sino gozo que brota allí donde él acoge la voz de Dios. No puede responder quien no ha escuchado: no puede amar quien no se ha descubierto llamado por Dios, elegido por su gracia.

(2) Al Señor, “tu” Dios. Pasamos de Israel colectivo (pueblo que escucha la voz de Dios) a cada uno de sus miembros: la respuesta ha de ser individual. Por eso, cada israelita da gracias a Dios por su llamada, en gesto de profundo reconocimiento. Dios ha creado a cada hombre como alguien que puede amar, y así nos pide que amemos, que le amemos.

(3) Con todo tu corazón/alma/mente/fuerzas. Para este amor de Dios no hay medida, no hay talíón posible (¡ojo por ojo!). El amor desborda Dios los límites y leyes de los hombres.

El que ama es corazón (hebreo leb, griego kardia). El hombre no se empieza a definir por el deseo, la voluntad de poder o el pensamiento discursivo. Al escuchar la voz de Dios y responderle, el ser humano es ante todo corazón: capacidad de amor. El texto original hebreo pone junto al corazón el alma y el poder (naphseka, me’odeka). El evangelio, conservando esos dos términos, traducidos al griego (psychê, iskhys),  pero añade uno más, dianoia o mente, ofreciendo así una visión más amplia del ser humano.

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“Aprenda a salvarse en treinta segundos”. Domingo 30. Ciclo A.

Domingo, 29 de octubre de 2023
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mandamientosDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj: 

¿Cuál es el mandamiento principal? Muchos católicos responderían: «Ir a misa el domingo». A los que piensen de otro modo, les gustará recordar lo que pensaba Jesús.

 El problema de sus contemporáneos

             En los domingos anteriores, diversos grupos religiosos se han ido enfrentado a Jesús, y no han salido bien parados. Los fariseos envían ahora a un especialista, un doctor de la Ley, que le plantea la pregunta sobre el mandamiento principal. Para comprenderla, debemos recordar que la antigua sinagoga contaba 613 mandamientos (248 preceptos y 365 prohibiciones).

 ¿Se puede reducir todo a uno?

             Ante este cúmulo de mandamientos, es lógico que surgiese el deseo de sintetizar, de saber qué era lo más importante. Este deseo se encuentra en una anécdota a propósito de los famosos rabinos Shammay y Hillel, que vivie­ron pocos años antes de Jesús. Una vez llegó un pagano a Shammay y le dijo: «Me haré prosélito con la condición de que me enseñes toda la Torá mien­tras aguanto a pata coja». Shammay, que era sastre, lo despidió amenazándolo con la vara de medir que tenía en la mano. El pagano acudió entonces a Hillel, que le dijo: «Lo que no te guste, no se lo hagas a tu prójimo. En esto consiste toda la Ley, lo demás es interpreta­ción» (Schabat 31a). También el Rabí Aquiba (+ hacia 135 d.C.) sintetizó toda la Ley en una sola frase: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo; este es un gran princi­pio general en la Torá».

 La novedad de Jesús

             Mateo había puesto en boca de Jesús una síntesis parecida al final del Sermón del Monte: «Todo lo que querríais que hicieran los demás por vosotros, hacedlo vosotros por ellos, porque eso significan la Ley y los Profetas» (Mt 7,12). En el evangelio de hoy Jesús responde con una cita expresa de la Escritura:

 En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús habla hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba:

̶ Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?

Él le dijo:

̶  Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas. 

            «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente» (Deuteronomio 6,5). Son parte de las palabras que cualquier judío piadoso recita todos los días, al levantarse y al ponerse el sol. En este sentido, la respuesta de Jesús es irreprochable. No peca de originalidad, sino que aduce lo que la fe está confesando continuamente.

            La novedad de su respuesta radica en que le han preguntado por el manda­miento principal, y añade un segundo, tan importante como el primero: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Levítico 19,18). Una vez más, su respuesta entronca en la más auténtica tradición profética. Los profetas denunciaron continuamente el deseo del hombre de llegar a Dios por un camino individual e intimista, que olvida fácilmente al prójimo. Durante siglos, muchos israelitas, igual que muchos cristianos, pensaron que a Dios se llegaba a través de actos de culto, peregrinaciones, ofrendas para el templo, sacrificios costosos… Sin embargo, los profetas les enseñaban que, para llegar a Dios, hay que dar necesariamente el rodeo del prójimo, preocuparse por los pobres y oprimidos, buscar una sociedad justa. Dios y el prójimo no son magnitudes separables. Tampoco se puede decir que el amor a Dios es más importante que el amor al prójimo. Ambos preceptos, en la mentalidad de los profetas y de Jesús, están al mismo nivel, deben ir siempre unidos. «De estos dos mandamientos penden la Ley entera y los Profetas» (v.40).

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El prójimo son los más pobres (1ª lectura)

            En esta misma línea, la primera lectura es muy significativa. Podían haber elegido el texto de Deuteronomio 6,4ss donde se dice lo mismo que Jesús al principio: «Escucha, Israel, el Señor tu Dios es uno. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón…» Sin embargo, han elegido un texto del Éxodo que subraya la preocupación por los inmigrantes, viudas y huérfanos, que son los grupos más débiles de la sociedad (la traducción que se usa en España dice los «forasteros», pero en realidad son los inmigrantes, los obligados a abandonar su patria en busca de la supervivencia, marroquíes, senegaleses, rumanos, etc.). Luego habla del préstamo, indicando dos normas: si se presta dinero, no se pueden cobrar intereses; si se pide el manto como garantía, hay que devolverlo antes de ponerse el sol, para que el pobre no pase frío. Es una forma de acentuar lo que dice Jesús: sin amor al prójimo, sobre todo sin amor y preocupación por los más pobres, no se puede amar a Dios.

Así dice el Señor: «No oprimirás ni vejarás al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto. No explotarás a viudas ni a huérfanos, porque, si los explotas y ellos gritan a mí, yo los escucharé. Se encenderá mi ira y os haré morir a espada, dejando a vuestras mujeres viudas y a vuestros hijos huérfanos. Si prestas dinero a uno de mi pueblo, a un pobre que habita contigo, no serás con él un usurero, cargándole intereses. Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás antes de ponerse el sol, porque no tiene otro vestido para cubrir su cuerpo, ¿y dónde, si no, se va a acostar? Si grita a mí, yo lo escucharé, porque yo soy compasivo.»

El ejemplo de unos cristianos pobres (2ª lectura: 1 Tes 1,5c-10)

            La lectura de la primera carta a los Tesalonicenses, continuación del fragmento que leímos el domingo pasado, recuerda lo bien que acogieron «la Palabra, entre tanta lucha con la alegría del Espíritu Santo». La continuación de la carta aclara que «tanta lucha» se refiere a las persecuciones de los judíos. La comunidad, quizá la más pobre de las que fundó Pablo, supo unir dos realidades aparentemente irreconciliables: sufrir y vivir alegres, gracias al Espíritu Santo. De este modo se convirtieron en modelo para otros muchos cristianos de Macedonia y Grecia y nos recuerdan el ejemplo parecido de otras comunidades actuales.

            El texto, aunque muy breve, contiene dos datos interesantes: 1) Resume la predicación de Pablo, al menos en sus primeros tiempos: el recurso para evitar el castigo futuro de Dios consiste en abandonar los ídolos, volverse al Dios verdadero y vivir aguardando la vuelta de su Hijo Jesús. 2) Hay comunidades cristianas no solo en Macedonia, sino también en Acaya y «en todas partes»; Acaya es la región situada al norte del Peloponeso, entre la región de Corintia y el mar Jónico. Esto demuestra que la predicación de Pablo y de los otros misioneros no se limitó a la ciudad de Corinto, sino que se extendió también hasta relativamente lejos.

Hermanos: Sabéis cuál fue nuestra actuación entre vosotros para vuestro bien. Y vosotros seguisteis nuestro ejemplo y el del Señor, acogiendo la palabra entre tanta lucha con la alegría del Espíritu Santo. Así llegaste a ser un modelo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya. Desde vuestra comunidad, la palabra del Señor ha resonado no sólo en Macedonia y en Acaya, sino en todas partes; vuestra fe en Dios había corrido de boca en boca, de modo que nosotros no teníamos necesidad de explicar nada, ya que ellos mismos cuentan los detalles de la visita que os hicimos: cómo, abandonando los ídolos, os volvisteis a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero y vivir aguardando la vuelta de su Hijo Jesús desde el cielo, a quien ha resucitado de entre los muertos y que os librará del castigo futuro.

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Domingo XXX. 29 Octubre, 2023

Domingo, 29 de octubre de 2023
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D-XXX


“Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los Profetas.”

(Mt 22, 34-40)

“Amarás al Señor tu Dios…y a tu prójimo.” Nos sabemos “el mandamiento del amor” de memoria, lo hemos escuchado cientos de veces y, como pasa con todo lo que se repite… ¡nos hemos acostumbrado!

Lo oímos o lo leemos y apenas nos llama la atención. Ya no nos hace pensar. Pero, probablemente, estas palabras tuvieron una resonancia muy distinta en los oídos de los fariseos que preguntaron, y también en los primeros judíos que escucharon las palabras de Jesús.

Los judíos del tiempo de Jesús, fariseos, saduceos o de cualquier otra escuela, ya sabían que tenían que amar a Dios. También sabían que tenían que amar al prójimo. Entonces, ¿dónde está la novedad?

Amar a Dios y amar al prójimo se había convertido en un mandamiento más, dentro de una lista excesivamente larga de mandamientos y preceptos. Con el paso del tiempo los judíos acabaron creyendo que amar a Dios era cumplir la Ley. Jesús les dice que cuando se ama de verdad a Dios y a las demás personas la Ley deja de tener importancia. El amor supera toda Ley.

Esta fue la gran novedad, la radicalidad del mensaje de Jesús. Pero, claro, con el correr de los años la fuerza de aquella novedad se tuvo que acomodar, y se fue institucionalizando. Los primeros discípulos dieron paso a las primeras comunidades, las cuales necesitaban organizarse. El mensaje se propagaba y con él hacía falta una “hoja de ruta”. Y el Amor tuvo que dejar espacio, de nuevo, a otras leyes.

Aquellos seiscientos preceptos que agobiaban a los judíos del tiempo de Jesús parecen poca cosa cuando te enfrentas con el Código de Derecho Canónico… Es así, necesitamos normas. Ya es difícil la convivencia habiendo leyes, ¡cómo sería si faltaran!

Las leyes son necesarias, pero no son absolutas. Absoluto es el AMOR, así, con mayúsculas, el verdadero, el que nace de lo más profundo y sincero del corazón humano.

Cuando alguien es capaz de vivir desde ahí las leyes se le quedan pequeñas. No necesita que le digan que no debe dañar a nadie, ya lo sabe. En el Reino ya no habrá normas, ni leyes. Habrá amor en grandes cantidades.

Oración

Trinidad Santa, ensancha nuestro corazón y llénalo de tu Amor para que empecemos a gustar ya ahora la felicidad del Reino.

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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