Por Zoraida Jaime González
octubre 20, 2021
La conceptualización del homosexual como estigma y sujeto peligroso se aborda en las primeras décadas del siglo XX de la mano de importantes criminólogos, médicos y psiquiatras, que investigaban con métodos científicos el origen de esa “inversión sexual” y sus causas, y con ellas trataban de hallar una solución, fundamentalmente médica, para extirpar al responsable. Existían estudios criminológicos, como el de Constantino Bernaldo de Quirós, que vinculaba de forma explícita la prostitución y la homosexualidad a la peligrosidad social.
La figura más importante fue el médico y científico Gregorio Marañón, quien en su obra La evolución de la sexualidad y los estados intersexuales de la especie humana, publicada en 1929, escribió que no era cuestionable que los hombres y las mujeres homosexuales siguieran su instinto sexual de la misma manera que lo hacían los heterosexuales. Además, defendía que el aparato legal no debería de ocuparse de la homosexualidad, en primer lugar, porque se les eximía de culpabilidad a los homosexuales y, en segundo lugar, porque la desviación del instinto no debía de castigarse, sino ser tratada como asunto médico, ya que por esa desviación era diagnosticada como enfermedad (Mora Gaspar, 2019: 41).
Se constata que, en el marco de la República, sobre todo en los círculos intelectuales de la izquierda política, existió una progresiva tolerancia frente a la homosexualidad, que no llegó a garantizar la total normalización de las relaciones homoafectivas, pero sí colaboró a la visibilización del fenómeno coadyuvada particularmente por las vanguardias artísticas y la estética sexualmente ambigua del modernismo (Terradillos Basoco, 2020: 91).
Sin embargo, el ambiente de cierta tolerancia y libertad que se respiraba en los años de la Segunda República tuvo su fin tras la sublevación o el “Alzamiento” del 18 de julio, que dio lugar a una sanguinaria contienda fratricida que duró desde 1936 hasta 1939 con la victoria del bando franquista en todo el territorio y abriendo paso a una de las etapas más oscuras de nuestra Historia reciente.
La figura que, a partir de entonces, gobernó de manera autoritaria durante cuatro décadas fue Francisco Franco. La dictadura contó desde el primer momento con el máximo apoyo consensuado entre los tres pilares básicos que sustentaron el régimen durante toda su existencia. Una alianza articulada básicamente entre el Ejército, la Falange y la Iglesia Católica. Dicha tríada ofrece fidelidad a Franco y a sus políticas de antidemocracia y conservadurismo.
El estilo agresivo de la Falange y la moral tradicional de la Iglesia Católica se unieron para dar forma al esquema político-ideológico de la dictadura designado como “nacionalcatolicismo”. Así, los eclesiásticos, junto con las fuerzas armadas, obtienen el monopolio del poder, sobre todo en el ámbito educativo, utilizado como un instrumento crucial para “recatolizar” España. Así, toda la legislación laica sobre educación de la Segunda República fue revertida y sustituida por una legislación ultracatólica. La religión católica no sólo se hizo dueña de la enseñanza, sino que lo inundó absolutamente todo: las costumbres, la administración e incluso optaron a puestos políticos.
Entre los principales argumentos más extendidos por la moral religiosa se encontraba la idea de la familia tradicional como unidad esencial de la sociedad española. Una familia compuesta por un matrimonio patriarcal e indisoluble en la cual el hombre es el trabajador que sustenta a la familia, y la mujer se convierte en una herramienta de control del varón obligada a mantenerse en casa como una esclava al cuidado del marido y de los hijos. En este sentido, se desarrolla una política pronatalista orientada a la reproducción de familias y a la creación de súbditos para el régimen, que heredarán los principios ideológicos de la dictadura.
Debido a esta política pronatalista, determinadas medidas emprendidas por la II República tales como la aprobación del aborto y el divorcio fueron derogadas. En su lugar, se establecieron disposiciones legales para la defensa de la familia numerosa con la aprobación de un subsidio, cuya cuantía aumentaba en función del número de hijos nacidos dentro del matrimonio (Jurado Marín, 2014: 60-61). Por tanto, era inconcebible que los homosexuales tuviesen la oportunidad de formar una familia.
Como hemos comentado anteriormente, las mujeres españolas debían de asumir el papel de buenas amas de casa, esposas y madres. Para ello, no faltaron organizaciones y medios propagandísticos destinados al adoctrinamiento y a la educación de la mujer en los valores tradicionales, como lo fueron las Guías de la buena esposa, difundidas a partir de 1953. También tuvo un gran protagonismo la Sección Femenina.
Se creó también en 1941 el Patronato de Protección a la Mujer para regenerar a las mujeres descarriadas: delincuentes, mendigas, escapadas de casa, madres solteras, etc, quienes eran recluidas en centros dependientes del Patronato. Pero en el otro extremo, la dictadura castigaba brutalmente a estas mujeres “rojas”, que se convertían en objeto de escarnio público cuando eran paseadas en ropa interior con la cabeza rapada, y que eran encarceladas en la multitud de cárceles para mujeres donde fueron torturadas, obligadas a beber aceite de ricino lo cual causaba una gran molestia en el estómago, acosadas sexualmente, humilladas e incluso fusiladas.
Fotograma de la película propagandística Rojo y negro (1942) en la que un soldado de uniforme porta la bandera falangista. Imagen: CEPICSA.
Esta cruda realidad se construyó sobre la base del machismo orgánico, una estructura ideológica y misógina que ensalzaba la virilidad y la masculinidad que no sólo se encontraba en los discursos políticos, sino que se difundió a través de la propaganda oficial en todas las esferas públicas. Por tanto, esta estructura que degradaba el status de las mujeres y de la feminidad puso en el punto de mira a aquellos varones que tenían un aspecto y una conducta afeminada, con especial atención al invertido, que se convertía en enemigo interno. Así, los hombres tenían que evitar amaneramientos y modular la voz haciendo predominar los tonos graves.
Cautelas similares se observaban respecto a los códigos de vestimenta, que obligaban a los hombres a llevar chaqueta y corbata, pudiendo ser multados si no vestían como un verdadero varón. Como hemos podido observar, el binarismo de género se convirtió en un elemento muy útil y explotable por la peroración franquista, que se construyó a partir de opuestos absolutos (Mora Gaspar, 2019: 40).
Estudios científicos y construcción ideológica acerca del homosexual
Debemos recordar la connivencia establecida entre la Iglesia Católica y la dictadura, a cuya comunión se unieron los psiquiatras y las instituciones jurídicas adheridas a la causa nacional. Cada una de estas instituciones colaboraron entre ellas en la fabricación de una ideología que sirvió al franquismo para justificar sus actos represivos y perpetuar su dominio. Los psiquiatras y psicólogos que se entregaron al sistema franquista realizaron una serie de estudios sobre la homosexualidad que contribuyó al argumento legitimante de la eliminación del enemigo político como personaje incompatible con el nuevo orden, por lo que no dudaron en etiquetar al homosexual de enfermo en unas ocasiones y de psicópata en otras (Terradillos Basoco, 2020: 71-74). Así, estos profesionales crearon conceptos y criterios sin un verdadero fundamento científico, los cuales se incrustaron en las normas de costumbre e inspiraron las leyes posteriores, las cuales calificaban y delimitaban las “anormalidades” de ciertas conductas.
El psicópata Antonio Vallejo-Nájera
El principal psiquiatra del régimen que construyó este entramado ideológico fue Antonio Vallejo-Nájera, quien nada más estallar la Guerra civil se adhirió al bando franquista, y posteriormente se convirtió en el psiquiatra oficial del régimen. En la primera de sus obras más importantes, Higiene de la raza. La asexualización de los psicópatas (1934), ya desdeñaba de la siguiente manera: “aterra el estudio de estos casos monstruosos, infanticidas, violadores, homosexuales y pervertidos de todas las categorías, de manera que pierde poco la sociedad en privar del derecho a la paternidad a tales desechos de presidio” (Ramírez Pérez, 2018: 143).
Fue más allá en 1944 cuando publicó Psicología de los sexos, donde advirtió de los peligros patológicos de apartarse de los roles de género establecidos. Defendía que el destino biológico del género era uno e inmutable, que estaba ligado de manera esencial al sexo asignado al nacer, por lo que todo aquel que se salía de esa categoría de identidad, sería una desviación peligrosa que haría caer a los hombres y a las mujeres en el terreno de la perversión e inversión de los instintos. En tesis como estas, el psiquiatra dispuso claramente que los homosexuales quedaban definidos por su condición personal: la perversión, lo cual les convierte en sujetos peligrosos que deben ser castigados por la ley y no por la medicina (Terradillos Basoco: 69-70).
Su predecesor en dichas investigaciones fue el Catedrático de Medicina Legal y de Psiquiatría de la Universidad de Zaragoza, Valentín Pérez Argilés, quien en 1959 publicó un Discurso sobre la homosexualidad, en un contexto de alarmante expansión homosexual. Argilés defendía también que la homosexualidad era una enfermedad, y además contagiosa, por lo que realizó innumerables estudios morfológicos, endocrinológicos y genéticos para poder aplicar la terapia más adecuada a una temprana edad.
La noción de contagio renació de la mano de este famoso médico, por lo que su análisis convertía al homosexual en un sujeto muy peligroso que podía contaminar al resto de la sociedad, por lo que llegó a considerarse como un asunto de salud pública que debía ser resuelto por la jurisprudencia. Argilés defiende que hay que ayudar a los homosexuales a salir de su situación ignominiosa a través de la abstinencia, y para ello, se debe reprimir toda propaganda homosexual que pudiese llegar al país (Mora Gaspar: 43).
El Magistrado-Juez de los Tribunales de Vagos y Maleantes de Cataluña y Baleares, Antonio Sabater Tomás, dedicó buena parte de su carrera a explorar las causas de la peligrosidad homosexual y las posibilidades de mejora y refinamiento de sus condenas, lo cual expuso en su obra Gamberros, homosexuales, vagos y maleantes, publicado en 1962. Para él, el homosexual era aquella persona que no podía controlar sus instintos más profundos y ni siquiera quería domesticarlos, equiparándolo a un animal salvaje, ya que ese dominio de los impulsos era distintivo del ser humano.
Por tanto, Sabater Tomás propuso la idea de recrudecer la legislación preventiva contra la homosexualidad para que garantice la total separación de los homosexuales no sólo de la sociedad, sino del resto de presos, debido a la consideración del carácter contaminante de la homosexualidad, lo cual será aplicado en la ley de 1970. Luis Vivas Marzal, presidente de la Audiencia Provincial de Valencia, pronunció el discurso donde exponía que concordaba con Sabater Tomás en que la ley existente de Vagos y Maleantes quedó obsoleta, con lo que una nueva ley debía actuar con firmeza (2019: 43-44).
Montaje fotográfico realizado en la Central de Observación de la Dirección de Prisiones, donde se estudiaba y calisificaba a los reclusos. Imagen: Tusquets.
El inicio de la represión de las disidencias sexuales
Desde 1939 hasta 1954, no existió aún una ley que persiguiese específicamente a los homosexuales, pero el régimen sí que se valió de otras leyes y otros medios para castigar a aquellos que fuesen sospechosos. En 1944, se llevó a cabo la reforma del Código Penal de 1932, en la cual su artículo 431 no hacía alusión a la homosexualidad, pero incurrían penas para aquellos que cometiesen delitos de escándalo público, por lo que los actos homosexuales se consideraron delitos cuando salían del ámbito privado y tenían repercusión social. Por tanto, bastaba una delación de un vecino o conocido para que un homosexual fuera procesado, aunque realmente se hubiera realizado en privado, pero hubiese sido conocido de manera directa o indirecta. Por tanto, la legislación no castigó conductas específicas, sino que defendió a la sociedad contra comportamientos individuales considerados peligrosos (Ramírez Pérez, 2018: 136).
Otro instrumento que aprovecharon las autoridades franquistas para castigar a los homosexuales fue la Ley de Vagos y Maleantes de 1933, que, aunque la ley no establecía aún la homosexualidad como delito, fue a comienzos de los cuarenta cuando los jueces comenzaron a utilizarla para reprimir lo que se denominó en la época las “desviaciones sexuales”, ya que su texto, como hemos comentado con anterioridad, establecía medidas de control, seguridad y prevención contra aquellos sectores marginales que practicaban actividades moralmente reprobables (Jurado Marín, 2014: 64-66). Leer más…
General, Historia LGTBI, Homofobia/ Transfobia.
Antonio Sabater Tomás, Antonio Vallejo-Nájera, Cárcel de Huelva, Colonia Agrícola Penitenciaria de Tefía, Constantino Bernaldo de Quirós, Departamento de Homosexuales de la Central de Observación, Ejército, Falange Española Tradicionalista y de las JONS, Francisco Franco, Franquismo, Gregorio Marañón, Homofobia/Transfobia, Homosexualidad, Ley de Vagos y Maleantes, Luis Vivas Marzal, Nacionalcatolicismo, Personas LGTBIQ, Valentín Pérez Argilés
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