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Todos santos porque lo divino nos atraviesa.

Martes, 1 de noviembre de 2022
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4c1ef-bienaventuranzasMt 5, 1-12

Vaya por delante que hoy me siento absolutamente incapaz de armonizar el sentido que la liturgia da a esta fiesta con el mensaje del evangelio. Un botón de muestra: En la oración colecta se habla de “los méritos de todos los santos” y “la multitud de intercesores”. ¿No decía el domingo pasado el evangelio que el fariseo, que se sentía con derechos, no salió justificado del templo? Esa interpretación de la santidad como superioridad moral no tiene nada que ver con el evangelio. Y los intercesores; ¿Son mejores que Dios y nos quieren más?

Hace ya algunos años que vengo titulando esta fiesta como “todos santos”. Hoy añado “y pecadores” porque sin ese añadido, lo podemos entender mal. Me ayudó mucho a este matiz el oírle al Papa decir, ya varias veces; “soy un pecador”. Naturalmente, el Papa no quiere decir que roba o que mata o que hace otras barbaridades. Lo que hace es manifestar su fina espiritualidad, dando a entender que de lo que es a lo que tendría que ser hay aún un abismo. Esta idea ya la había desarrollado Lutero, siendo muy criticado por ello.

Está dando un vuelco la idea que teníamos de “santo”. A ello ha contribuido no poco el afán de la institución en las últimas décadas por declarar santos incluso a centenares. Suele pasar que a toda inflación corresponde casi siempre una devaluación. También han ayudado a esta nueva idea de santo los métodos utilizados en los procesos de canonización, no siempre auténticos ni demasiado convincentes. La prueba está que suelen salir adelante los procesos que tienen detrás una institución influyente y con dinero a discreción.

Lo que hemos dicho el día del fariseo y el publicano son puede servir hoy. Santo no es el perfecto, sino el pecador que reconoce la necesidad que tiene de un Dios que le ame sin merecerlo. Solo cuando uno se siente pecador está cerca de Dios. Solamente en la medida que un ser humano es santo puede sentirse pecador. El santo nunca descubrirá que lo es. Por favor, que nadie caiga en la tentación de aspirar a la perfección, “santidad”. Aspirad solo, a ser cada día más humanos, desplegando el amor que Dios ha derramado en vuestro ser.

En la celebración de este día, no tenemos que pensar en los “santos” canonizados, ni en los que desarrollaron virtudes heroicas, sino en todos los hombres que descubrieron y mostraron la marca de lo divino en ellos, aunque no hayan pensado en la santidad. No se trata de celebrar los “méritos” de personas extraordinarias, sino de reconocer la presencia de Dios, que es el único Santo, en cada uno de nosotros. El único mérito es de Dios.

En todos los tiempos han existido y siguen existiendo personas que descubriendo su autentico ser, ha sido capaces de darse a los demás y de hacer así un mundo más humano. En este mundo hay lugar también para el optimismo, porque la inmensa mayoría de la gente son “buenas personas”, que intentan por todos los medios hacer felices a los demás. Eso no quiere decir que no tengan fallos. Una de las actitudes que más nos humanizan es precisamente el aceptar las limitaciones, en nosotros mismos y en los demás. Jesús no exigió la perfección a sus seguidores, solo les pedía que descubrieran el amor que es Dios en ellos.

Estamos llamados todos a ser santos. Esto no debe asustarnos, porque no se trata de exigirnos la perfección sino de descubrir al Perfecto identificado con cada uno de nosotros. Significaría que debemos descubrir lo que Dios es en lo hondo de nuestro propio ser. No pensar en un Señor perfectísimo al que tenemos que parecernos. Obligarnos a imitar a Dios nos  ha hundido en la miseria más absoluta, porque mientras seamos humanos, nadie puede ser perfecto. Dejaríamos de ser humanos, que es lo que muchas veces ha pasado.

En esta fiesta celebramos la “bondad” se encuentre donde se encuentre. Es una fiesta de optimismo, porque, a pesar de los telediarios, hay mucho bien en el mundo si sabemos descubrirlo. Es cierto que mete más ruido uno tocando el tambor que mil callando. Por eso nos abruma el ruido que hace el mal y no nos queda espacio para descubrir el bien, que es mucho más fuerte y está más extendido que el mal.

Hoy es el día del optimismo. La Vida y el Bien triunfan sobre la muerte y el mal. Desde esta perspectiva, la vida merece siempre la pena. Porque esta alegría de vivir tenemos que mantenerla a pesar de tanto sufrimiento y dolor como encontramos en nuestro mundo. A pesar de que muchos seres humanos consumen su existencia sin enterarse de lo que son, y se conforman con vegetar como las plantas o quedarse en lo sensorial como los animales.

La santidad consiste en la posibilidad que me da Dios de parecerme a Él, porque está en lo hondo de mi ser como fuerza de actuación. En la medida que yo tomo conciencia de esa realidad que hay en mí, empiezo actuar según ella. Hablamos en contra de lo que nos han enseñado: Para ser santo tienes que hacer esto y dejar de hacer lo otro, siempre de manera heroica, pues lo que me piden es lo que cuesta, y lo que me prohíben es lo que me gusta.

Es muy significativa la identificación que ha hecho el “pueblo” (Iglesia) de esta fiesta de “todos los santos” con la de “todos los difuntos”, hasta el punto de que para muchos son una sola fiesta. Debíamos tomar conciencia de esta  realidad, para que las dos fiestas tomaran el verdadero significado. Son fiestas de recuerdo y agradecimiento. ¿Es concebible que uno no considere a su madre “santa”? Esto es lo que nos obliga a pensar que una madre no muere nunca, porque lo que ha dado, seguirá llegando a nosotros a pesar de que ya no esté.

Tratemos de descubrir ese futuro desde Dios. ¿Por qué nos empeñamos en imaginar un más allá conforme a nuestra limitación actual? Pretender que permanezca nuestra condición de criatura limitada no tiene mucho sentido. Lo contingente es perecedero. Lo único que permanece de nosotros es lo que ya tenemos de trascendente. La eternidad no es una sucesión interminable de tiempo, sino un instante en el que ya estamos. Eternidad no es lo contrario de tiempo, sino un ámbito al que podemos acceder aunque estemos en el tiempo.

Alguien ha dicho: Amar es decirle al otro: no morirás. Si el que ama es Dios, nos está diciendo: tú permanecerás mientras yo sea, es decir, siempre. El punto por el que podemos conectar con Dios nos hace eternos. Ese punto no puede ser lo material, lo biológico, lo caduco, sino lo trascendente. Yo permaneceré en la medida que renuncie (muera) a mi falso yo. “Si el grano de trigo no muere, queda infecundo, pero si muere, da mucho fruto”.

Cuando Jesús le dice a Nicodemo: “hay que nacer de nuevo”, le está invitando a encontrar una Vida (con mayúscula) trascendente, la del Espíritu. Una Vida que poseemos mientras desplegamos nuestra vida (con minúscula). Es la verdadera, la definitiva, porque la biológica termina sin remedio, pero la espiritual no tiene fin. Cada vez que oigamos en la Escritura “vida eterna”, debemos entender: Vida definitiva. No se trata de la vida del más allá, sino del aspecto más interesante de la vida del más acá.

Meditación

Cuando Jesús dice: “yo y el Padre somos uno”,
está manifestando su vivencia más profunda.
Consciente de que su centro está en Dios,
irradia esa realidad de Dios en todas direcciones.
Yo no tengo que escalar ninguna cima inexpugnable,
ni conseguir ninguna meta inalcanzable.
Solo tengo que centrarme en lo que ya soy.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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¿Buscamos ser felices o vivir saciados?

Martes, 1 de noviembre de 2022
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sermon-del-monte-6Mt 5, 1-12

Podemos ponernos ante el evangelio de esta fiesta diciendo “¡Bah! Las bienaventuranzas otra vez” o leerlo como si no lo conociéramos, como si fuera la primera vez que llega a nuestras manos. Os invito a hacer esto y, posiblemente nos asombre su temática, su alegría y desenfado. Su lenguaje es directo, concreto y positivo.

Nuestro asombro crecerá aún más si somos capaces de recordar el contexto en el que se escribió. Recordemos a esas primeras comunidades cristianas que son excluidas, silenciadas, que no tienen ninguna relevancia social ni religiosa e incluso son perseguidas.

¿Cómo es posible que estos hermanos y hermanas logren transmitirnos su testimonio de alegría, de sentirse afortunados, dichosos? Es más, ¿cómo nos explicamos que esta sea su experiencia más profunda? Posiblemente es difícil para nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, que ponemos tantas condiciones y necesitamos tantas seguridades para sentirnos felices.

Nos asombrará si miramos un momento sus palabras, cargadas de intención en Mateo. Jesús “sube” al monte como un nuevo Moisés a proclamar la nueva Ley, con autoridad “se sienta”, viene algo serio no cualquier recado, se le “acercan” los que le siguen y Él “viendo a esa muchedumbre” lo que se le ocurre es llamarlos DICHOSOS, BIENAVENTURADOS.

No les dice lo que deben hacer para serlo, que hubiera “enganchado” con los oyentes. Proclama, grita, que “son dichosos”. Y para que no quede duda, añade dos cosas que nos pueden desconcertar aún más: son dichosos AHORA, en presente. Es distinto a “llegarán a serlo”; tampoco les dice eso de “aguanten que luego…”

Y lo son porque son pobres, hambrientos, tienen lágrimas en los ojos…  esta es su situación y, en esta situación Jesús manifiesta que son felices. ¿Cómo mira Jesús la realidad de los que le rodean? ¿En qué descubre que suyo es el Reino de Dios? ¿Con qué fuerza lo dice para que los que le escuchan sientan que está expresando su experiencia más honda?

¡La dicha es estar con Él! Sentirse de los suyos, confiar en su amor, sentir su cercanía…  ¿No hemos tenido cada uno de nosotros experiencias similares? ¿No nos hemos sentido dichosos y dichosas en medio de dificultades, críticas, incomprensiones, enfermedades propias o sufrimientos por personas muy queridas? ¿No hemos sentido que más allá de todo eso hay una persona, un amor, una confianza sin medida?

Esta es la fe que nuestros primeros hermanos quieren transmitirnos. Creer en Jesús, confiar en su salvación y su amor, es  fuente de dicha y felicidad, es experimentar ya otro tipo de amor, de relaciones con Dios y con los hermanos.

Y, por si aún nos quedan dudas, Mateo, muy didáctico, añade lo que en ningún caso son signos de estar en el camino de la felicidad que da el Reino, de la dicha que da el seguir a Jesús: sentirse saciados, pasarlo siempre bien, que todos hablen bien de nosotros… Al contrario es ser perseguidos, que hablen mal de nosotros…

Es como si nos dijera: ¡Cuidado con buscar el camino que os prometían ayer los entendidos de la Ley, o la publicidad barata y facilona hoy! Si os sentís saciados, si reís, si no aspiráis a nada más que lo logrado, si todos hablan bien de vosotros… ¡Lloraréis y lo pasaréis mal!

La dicha del Reino no consiste en estar saciados, sino en buscar más: más paz, más justicia, más alegría para todos… ¡porque sabemos que es posible! No consiste en que “lo pasemos bien”, al contrario, lloramos y sufrimos por muchos y por muchas personas y situaciones… La dicha del Reino no se expresa en que todos hablen bien de nosotros, al contrario, apenas nos entenderán, nos pasarán por delante, se burlarán de nosotros, nos excluirán porque con nuestra forma de pensar –la de Jesús– somos una amenaza…

Pero, sin saber muy bien cómo, sin que sea una empresa a conquistar o unas virtudes a conseguir, ahí, en la realidad que vivimos AHORA somos dichosos, y nada ni nadie nos quitará esta alegría, porque sus claves no están en lo que pasa, ni en lo que nos pasa.

La clave es la persona de Jesús, nuestra fe en él, nuestra vinculación con él. Todo lo demás, se nos dará por añadidura. Y se nos dará hoy, ahora… ¿nos lo creemos? ¿Desbordamos y contagiamos alegría?

El evangelio de hoy no nos trae un programa moral, ni una explicación teórica sobre la felicidad, nos acerca la experiencia de los primeros cristianos que han encontrado en Jesús su alegría y nos recuerdan que estamos invitados a vivir su misma experiencia. Experiencia a la que también llamamos santidad. La santidad que hoy celebramos. Los santos, los que tienen nombre y los que no. “Los santos de la puerta de al lado”, como dice el Papa Francisco, tantos hombres y mujeres que nos rodean, puede que no los percibamos como perfectos, no lo son. Pero son felices, porque han encontrado en Jesús la alegría, la felicidad. Ese es el camino. ¿Nos atrevemos?

Mª Guadalupe Labrador. fmmdp

Fuente Fe Adulta

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Un futuro lleno de esperanza.

Martes, 1 de noviembre de 2022
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DidaskaliaJesús con las Bienaventuranzas presenta un camino de discipulado orientado a la felicidad. Esta felicidad prometida no es una utopía lejana, sino un modo de ser y de vivir que afrontando el mal se sostiene en la confianza en un Dios que nunca abandona la obra de sus manos. Ser felices al estilo del maestro galileo es tejer historias de justicia y esperanza haciendo memoria constante de aquello que humaniza y recrea en el cotidiano vivir de cada ser humano.

El Sermón de la montaña es la primera predicación extensa de Jesús en el evangelio de Mateo. En él el Maestro desarrolla las claves centrales que hacen posible la llegada del Reino y su justicia. Un Reino que no es un espacio etéreo y lejano hacia el que hay que caminar, sino el lugar concreto y frágil de nuestra vida a la que Dios llega para ofrecernos su amor y perdón. Y una justicia que nada tiene que ver con nuestro concepto legalista de lo que ha de ser premiado o castigado, sino la herramienta que permite alcanzar el sueño de Dios actuando en la realidad y reorganizando los valores y expectativas humanas.

Las Bienaventuranzas son memoria de el hacia dónde y el desde donde se ha de articular el seguimiento de Jesús. En ellas se repite machaconamente la llamada a la felicidad. Ser dichosas o dichosos no significa, sin embargo, alejarse del conflicto o de la carencia, es por el contrario afrontarlos renunciando a la posesión, al poder o a la violencia que quiebran las relaciones y someten el corazón humano.

El hecho de que Jesús llame dichos@s a quienes parece que tienen poco o nada de que alegrarse resulta paradójico, pero está cargado de fuerza profética. Es una llamada al compromiso para transformar la realidad y a permanecer en él. A resistir a pesar de la debilidad y sufrimiento que esta tarea conlleva sabiendo como Jesús que la causa merece la pena. con el corazón limpio,

Bienaventurad@s los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

La palabra pobre en hebreo no se refiere solo a quien no tiene dinero, sino, en un sentido más amplio, a quien está oprimido, a quien se le vulneran sus derechos y se le humilla. Esta dura realidad demasiado frecuente en tiempos de Jesús se convierte de la mano del evangelista Mateo en una metáfora del modo en que todo seguidor y seguidora de Jesús ha de afrontar y asumir el proyecto del Reino.

La expresión pobres de espíritu quiere indicar de este modo no un camino de pobreza interior sino un modo de estar en el mundo y en la comunidad que reconvierte en positivo la vulnerabilidad, la pequeñez y la humildad haciéndolas espacio de gratuidad de honestidad y servicio.

Bienaventurad@os los que lloran, porque ellos serán consolados.

La aflicción no tiene la última palabra en la vida. Consolar y ser consolados visibiliza la acción compasiva de Dios. La consolación no es conmoverse por la pena del otro u la otra, sino sentirse tocado/a en el lugar donde el otro/a sufre y luchar porque la causa de ese dolor desaparezca. Así lo hizo Jesús con aquella viuda de Nain.

Bienaventurad@s l@s mansos, porque ell@s poseerán en herencia la tierra.

La actitud que aquí se resalta, es algo más que de no responder violentamente a una provocación. La justificación vital de quien, como Jesús, asume perder para incluir se sostiene en la acogida de lo distinto, en la humildad para no sentirse con derecho a vencer, a dominar a imponer. Así lo vivió Jesús cuando decidió afrontar la cruz.

Bienaventurad@s l@s que tienen hambre y sed de justicia, porque ell@s serán saciados.

La justicia, como criterio de conducta que visibiliza la alianza entre Dios y el ser humano, una alianza nacida del amor y el perdón divino, es un anhelo, pero también una praxis. Tener hambre y sed de la justicia es vivirse volcada/o hacia el bien común, es estar siempre dispuesta/o a buscar que todo funcione mejor, que el poder no arrebate el servicio, que el éxito no oscurezca los caminos de solidaridad compartidos. Así lo descubrimos tantas veces en la vida de Jesús, en sus curaciones, sus comidas, sus encuentros…

Bienaventurad@s l@s misericordios@s, porque ell@s alcanzarán misericordia.

En una perspectiva más sapiencial la misericordia se convierte en el camino del dar y recibir que constituyen las relaciones humanas. No se trata de actuar bien para recibir una respuesta positiva de los demás, se trata de dejar que la vida entera se conmueva ante la necesidad de la otra o el otro. Es amar al prójimo como a ti mismo/a, es en definitiva ser entera donación como lo es Dios para cada uno/o.

Bienaventurad@s l@s limpi@s de corazón, porque ell@s verán a Dios.

Limpio de corazón es una expresión judía que se encuentra con frecuencia en el marco de la espiritualidad bíblica. Con ella se expresa el modo de ser de quien tienen toda su vida orientada desde Dios. El corazón, en lenguaje judío, es el centro del querer, del pensar y del sentir humano por lo tanto cuando se habla de tener un corazón limpio se esta hablando de dejar que Dios, en su amor y perdón, tenga la última palabra en nuestra vida.

Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

Trabajar por la paz es empeñarse en construir las relaciones en armonía, bondad, perdón. Esta actitud es la que nos constituye en hijos e hijas de Dios porque esa filiación nos hermana a unos/as con otros/as, genera sororidad y fraternidad y nos permite vivir en armonía con nosotros/as mismos/as, con los demás y con la madre tierra.

Bienaventurad@s l@s perseguid@s por causa de la justicia, porque de ell@s es el Reino de los Cielos.

El centro de la vida de Jesús fue la proclamación del Reino de Dios. Este anuncio mostraba a Dios actuando en el mundo con misericordia y perdón. Presentar a Dios así supuso para Jesús rechazo y persecución porque era (y es difícil) de concebir a un Dios absolutamente gratuito y bondadoso que se empeñaba en perdonar, en incluir, en ofrecer nuevas oportunidades.

Jesús no solo proclamó a este Dios, sino que actuó en su nombre sanado y salvando, pues solo así era posible hacer real la justicia que brotaba del Reino. Una justicia que muchos no deseaban y que justificó la cruz de Jesús y la de tantos seguidores y seguidoras suyas.

“Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.

Carme Soto Varela, ssj

Fuente Fe Adulta

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“Los muertos viven”, por José Arregui

Martes, 1 de noviembre de 2022
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t8835aErmita de Santa Engracia

Leído en su blog:

En el corazón o la memoria de todo

Las campanas de Aizarna han tocado a muerto. Han irrumpido en la calma de la mañana otoñal, difundiendo en el valle la memoria de Luisa, abuela nonagenaria del caserío Irure, mujer de extraordinaria fortaleza y ternura, mujer hecha hospitalidad materna para todo el que llegase, fuera quien fuera y como fuera. Las ondas sonoras del bronce han ascendido por el horizonte de Santa Engracia hacia el Infinito, fundiéndose con la música del universo sin medida.

¿Y Luisa, su espíritu, su conciencia, ‘ella’… a dónde se han ido? ¿Se habrá disuelto en la nada al apagarse su viva sonrisa, su dulce mirada, la luminosa paz de sus ojos? La pregunta me turba, pero no puedo pensar razonablemente que algo, alguien, alguna de las infinitas formas del Ser se disuelva en la nada. La nada no existe, ni de ella puede surgir algo. Toda forma es una conjunción de formas precedentes. Y todo lo que constituye a cada cosa en su figura concreta se convierte luego en otra cosa y en otra, y así sin cesar, en constante transformación. Nada se convierte en nada.

Cuando en otoño se suelta del tallo el rabillo de la hoja y, balanceándose en el aire, cae al suelo, vuelve a convertirse en tierra y la tierra en savia, la savia en yema, hoja, flor, fruto, y semilla envuelta en fruto. El fruto se convierte en alimento de seres vivos, y la semilla en germen en el seno de la tierra. La vida seguirá viviente en nuevas formas, inagotables y maravillosas. Nada se aniquila, todo se transforma. El milagro de la primavera empieza en el otoño, y la abundancia del verano en el desierto del invierno. O a la inversa: el verano viene del otoño y el invierno de la primavera, en la rueda de la vida en que todo es uno.

En la espiral de la vida más bien, pues nada vuelve a ser lo que fue, ni la misma forma se repite nunca. Observad y admirad: de incontables hojas que han sido, son y serán en la tierra, no ha habido, ni hay ni habrá jamás dos iguales. Ni dos granitos de arena ni dos toques de campana exactamente iguales, a pesar de las apariencias. Ni siquiera, al parecer, han existido ni existen ni existirán dos átomos que sean idénticos del todo. Asombroso. Cada forma, viviente o no viviente, desde lo infinitamente pequeño hasta lo infinitamente grande, en el universo entero, es diferente de todas las demás. Cada ser es único y distinto. Infinita dignidad de cada ser. Infinito respeto a cada ser.

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Cada ser es único y distinto, pero no separado ni solitario. Todo cuanto es desde siempre está conectado con todo lo que es, ha sido y será hasta siempre. Esa frágil hoja que ya amarillea y se mece a la brisa de la tarde no sería exactamente como es si en este universo, desde el primer Big Bang hasta hoy, hubiera faltado una sola partícula atómica en su forma exacta. Todos estamos interrelacionados con todos los seres, no solo del presente, sino también del pasado más lejano y del futuro más remoto. Solo nos distingue la forma, pero todas las formas estamos unidas. Somos interser, inter-seres, inter-vivientes, inter-humanos, ligados en todo con todo eternamente, desde el primer neutrón hasta las galaxias aún sin formarse. En la forma particular que somos siguen siendo y viviendo todos los seres que fueron e incluso serán, porque somos la transformación de lo que otros fueron, y otros serán la transformación de lo que nosotros somos. Cada ser guarda, se puede decir, la memoria viva de todo lo que fue en el pasado e incluso de lo que será en el futuro. De alguna manera, en cada ser es todo. Somos uno.

Y somos uno en el Todo sin forma que nos hace ser, en el Fondo de esta forma o ‘yo’ físico, mental y emocional, en el Fondo de esta conciencia individual que nos distingue y que erróneamente creemos que nos separa. Somos uno en el Ser, el Espíritu, el Aliento Vital que nos hace existir, respirar, vivir. Somos comunión de vida inmortal en formas infinitamente diversas. Somos uno en el Corazón eterno o la Memoria creadora que late en lo más profundo de las formas pasajeras. Cada forma encarna la Memoria del Todo. “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”. A ti, a mí, a todos, nos corresponde encarnar la Memoria vivificadora de todos los muertos. Cuando los recordamos, es decir, cuando los ‘traemos al Corazón’ bueno de la vida, los hacemos vivir. Infinita responsabilidad mística, ecológica, política: mantener viva la Vida o la Memoria de todos los seres.

Creo en “Dios” en cuanto Todo, Corazón, Memoria o Conciencia de todas las formas. Creo que, al igual que cuanto nace ‘muere’ a su antigua forma –incluida su conciencia individual separada–, cuanto muere ‘nace’ en el Todo, en la Memoria o en la Conciencia universal de todos los seres, en este universo o en otro, más allá del espacio y del tiempo, en una forma que desconocemos. Creo que el aliento vital no muere, que la vida resucita sin cesar, que cuando doblan las campanas anuncian la vida.

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Todos los Santos. Quien deja de esperar, deja de vivir

Martes, 1 de noviembre de 2022
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índiceDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- El ser humano es esperante.

El ser humano es esperante. La esperanza es una dimensión esencial a la condición humana.

Tal vez hoy hemos perdido la esperanza y el sentido de la vida.

Pero vivir es esperar. Quien deja de esperar, deja de vivir humanamente [1] y pasamos a vegetar en el suave placer del capitalismo ilustrado.

Sin esperanza la vida se diluye en unos momentos puntuales sin ilación, sin biografía y, lo que es más grave: sin sentido.

La esperanza ha construido bien, serena y sensatamente la vida y la historia de los hombres y de los pueblos.

No es lo mismo vivir en esperanza que sin esperanza o  desesperadamente o en desesperación.

Por otra parte, tampoco es lo mismo optimismo que esperanza. El optimismo es un estado de ánimo porque me van bien las cosas, la salud, el trabajo, etc. Pero hay situaciones en las que ya no hay lugar alguno al optimismo. En la muerte, en un funeral no hay lugar alguno al optimismo, por eso ahí comienza -si no lo ha hecho antes- la esperanza.

El ser humano es una “sed infinita”, una nostalgia y esperanza de plenitud, aunque tal plenitud no está en nuestras manos. Y la sed nos habla del agua, el hambre nos habla de algún alimento. ¿La esperanza infinita no nos estará hablando de Dios?

Dios es el horizonte absoluto del ser humano.

02.- Todos los Santos: Fiesta de esperanza

El día de Todos los Santos es una fiesta de gran esperanza, porque nos habla del futuro, de lo que podemos confiadamente esperar en la vida y en la muerte, del sentido de la historia y de la vida.

El ser humano nunca ha sabido tanto de sus orígenes y tan poco de su destino como hoy. Entre el Génesis, Darwin y los bing-bang del origen, sabemos, más o menos, de dónde venimos, pero estamos escasos de horizontes y de futuro absoluto. ¿Hacia dónde vamos?

Vivimos en el club de los proyectos vivos y las esperanzas muertas

En esta fiesta de Todos los Santos celebramos que nuestro destino, nuestra meta final es la misma que la de JesuCristo, que la de la Virgen María y que la de todos nuestros hermanos, esa muchedumbre inmensa que nadie puede contar y que han conseguido la victoria de nuestro Dios.

Todos los Santos es, pues, una fiesta, pues, que fortalece nuestra esperanza.

Seréis bienaventurados.

03.- Una escala de valores diversa

El relato de las bienaventuranzas tiene una gran solemnidad. Jesús nos habla y augura una vida feliz desde un cuadro de valores diversos al de nuestras sociedades.

La escena de las bienaventuranzas se sitúa en una montaña, y –como se suele decir hoy en día- supone un cambio de paradigma. Se trata de un nuevo Sinaí, Dios ya no le entrega a Moisés las tablas de la ley, ahora el legislador es JesuCristo, y los mandamientos ya no son los diez, sino las Bienaventuranzas.

La escala de valores vigente -especialmente para nosotros desde el superhombre de Nietzsche- es muy diferente a la de Cristo. El pensamiento de Jesús es bien otro.

La bienaventuranza, la felicidad están en la pobreza, en la paz, en la justicia, en el servicio que crea fraternidad, en la misericordia hace bien a todos: al que es misericordioso y al que recibe esa bondad.

04.- Una muchedumbre inmensa: la humanidad.

En un lenguaje enigmático, solemne -y con la caja de los truenos preparada-, la apocalíptica (1ª lectura) nos habla de una muchedumbre inmensa, es decir de toda la humanidad significada con ese número simbólico de 144.000 (12 tribus x 12), que va llegando a la casa del Padre pasando por la gran tribulación de la vida.

Todos –toda la humanidad- estamos marcados en la frente por nuestro Dios: todos estamos destinados a la vida, a la salvación.

    La fiesta de hoy, Todos los Santos, es la misma que la de mañana: Todos los difuntos. Son como dos caras de la misma moneda. Toda la humanidad está sellada y llamada a la vida.

    Nos hará bien recordar el texto de la Sabiduría que leíamos el pasado domingo:

Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado.

La memoria de JesuCristo nos hace bien, nos reconcilia. La Comunión de los Santos: una especie de memoria, de solidaridad y “circularidad” entre los que se fueron y los que quedamos. Ellos se acuerdan de nosotros de un modo amable. Ellos oran por nosotros. [2]

Estos días de “difuntos y de todos los santos” son como una llamada a reavivar la esperanza. ¿Qué nos cabe esperar en la vida y en la muerte?

05.- Conclusión.

Es sano vivir en la frontera: nada está cerrado ni tan siquiera por la muerte. Miremos la vida con esperanza y ojos de plenitud.

El cristianismo es una esperanza infinita en la misericordia de Dios.

“In spe erit fortitudo vestra»” (Is 30, 15). En la esperanza está vuestra fortaleza.

    Todos los Santos nos anuncian nuestro futuro, el futuro absoluto. Hacia Ti, morada santa; hacia ti, tierra de salvación.

[1] En el País Vasco se produce un suicidio cada dos días. A ello hay que añadir un gran número de intentos de suicidio que no se consuman.

La primera causa de muerte violenta en el conjunto de España es de 11 personas que se quitan la vida al día y más de 70.000 lo intentaron en 2020.

En estos momentos Osakidetza está atendiendo especialmente al suicidio de adolescentes. Bien está, pero ¿el suicidio es un problema médico?

[2] Detrás del purgatorio y de las indulgencias –tal y como lo hemos vivido- se esconde una mentalidad un tanto mercantil. ¿perdón a plazos? ¿gracia por entregas? Salvación sí, pero me la pagas. Sin embargo Jesús dijo: Hoy, no mañana, hoy estarás conmigo en el Paraíso.

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Pedro Páramo

Sábado, 5 de febrero de 2022
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Del blog Nova Bella:

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Hacía tanto que no alzaba la cara,

que me olvidé del cielo.”

*

Juan Rulfo

***

"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , ,

“En camino a La Paz (I)”, por José Arregi

Lunes, 6 de diciembre de 2021
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paloma_de_la_paz_by_azafranzDe su blog Umbrales de Luz:

No es fácil definir la PAZ, plenitud de todos los bienes. Sabemos lo que es hasta que empezamos a decirlo o, para poder decirlo, miramos un diccionario, y de pronto caemos en la cuenta de nuestra ignorancia. Pero más dolorosa que la ignorancia es la carencia de paz. ¿Podrán las palabras ayudarnos a saberla y a gustarla, a acogerla en nosotros o a caminar hacia ella, aquí y ahora?

Leo en la RAE, en la entrada Paz¸ algunas de sus acepciones: 1. Situación en la que no existe lucha armada en un país o entre países. 2. Relación de armonía entre las personas, sin enfrentamientos ni conflictos. 3. Estado de quien no está perturbado por ningún conflicto o inquietud.

Nuestra ignorancia y perplejidad persisten. En efecto, la primera de las acepciones recogidas es insuficiente y engañosa: no basta que no haya guerra para que haya paz; como no basta “la tranquilidad del orden” –según la definición de la paz propuesta por San Agustín poco antes de la caída del Imperio Romano–: no hay paz si no hay justicia, por mucho orden que haya, impuesto a la fuerza. Si la primera acepción se queda corta, las otras dos se pasan, pues la “relación de armonía sin conflicto” alguno o el “estado personal no perturbado por ninguna inquietud” simplemente no existen.

¿Tendremos, pues, que emigrar a otro planeta en busca de paz? La humanidad –o lo que vaya resultando de ella– algún día lo hará. ¿Hallará la paz? No es seguro que en el universo infinito exista algún planeta perfecto sin “enfrentamientos ni conflictos” y que no sea “perturbado por ningún conflicto o inquietud”. Y aun cuando existiera, nadie mientras vivamos nosotros podrá llegar a él. ¿Tendremos, pues, que esperar la paz para después de la muerte? San Agustín enseñó que solo en el “cielo” después de la muerte y del fin del mundo gozaremos de la vida “eterna”, mejor, de la vida plena, la dicha y bienaventuranza plenas, la PAZ plena (lo que pasa es que a la inmensa mayoría de los humanos la destinaba al infierno eterno…).

Sea como fuere, la paz la deseamos aquí y ahora, y no tiene por qué ser la paz perfecta del diccionario. Dejemos, pues, de lado los planetas perfectos, existan o no existan, y dejemos la “vida de después”. Vivimos aquí, y aquí nos perturban conflictos e inquietudes, y aquí y ahora deseamos la paz que no hallamos en ninguna parte.

No existe, pero a ella aspiramos. Si no hubiera agua, si no fuéramos agua, no tendríamos sed. Si no hubiera paz, si no fuéramos paz, ¿la podríamos desear? Tal vez exista la paz, pero no lo seamos. ¿Aspiramos acaso a lo que no existe ni somos? Tal vez existamos en la paz y no somos conscientes de ello. O quizá somos paz, pero no sabemos cómo llegar a ser eso que somos.

Pienso que aspiramos a lo que somos en el fondo, en  y es nuestro horizonte común. Pero aspirar de verdad significa caminar. Somos caminantes en camino a la paz que es y que somos.

¿Qué seríamos, qué sería la humanidad sin el sueño, el aguijón, la utopía o la esperanza de la paz? La esperanza no significa esperar o aguardar que algo suceda. Eso sería, en lenguaje de Ernst Bloch –pensador marxista crítico–, una esperanza dormida. La esperanza “despierta” es crítica del presente con su conflicto violento o su (des)orden establecido, y es estímulo del futuro que hay que crear. Esperar significa caminar con espíritu y respiro, dar pasos en dirección hacia la utopía, aunque nunca la alcancemos.

Ser caminante de la paz es la condición y el modo para construir, paso a paso, la paz concreta y posible, una paz parcial y verdadera. Es también la manera de vivir en paz, no en la paz plena inexistente, pero sí en una paz real y suficiente para seguir caminando.

¿Y cómo, en nuestra condición limitada e incierta, podremos seguir caminando cada día a pesar de todo? Señalo tres aspectos o formas fundamentales del camino a la paz: adentrarnos más a fondo en nosotros mismos, hacernos próximos del hermano, de la hermana herida, sumergirnos en la naturaleza que nos rodea y somos. No son tres caminos, sino tres dimensiones de un mismo y único camino. Cada uno implica a los otros; si falta uno faltan todos.

(Versión libre del artículo publicado en euskera en la revista HEMEN 68, diciembre de 2020, pp. 7-8).

Aizarna, 23 de Noviembre de 2021

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¿Rezar por los difuntos? – (¡Mejor ocúpate de los vivos!)

Martes, 2 de noviembre de 2021
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6301986548_3b2150603f_mDel blog de Jairo del Agua:

¿Podemos hacer algo por los difuntos? ¿Ellos pueden hacer algo por nosotros? He ahí otro tema de urgente profundización y purificación.

Deberíamos empezar por convencernos de que la muerte, para los cristianos, es una liberación, una meta, una pascua: el paso a la tierra prometida. NO un motivo de tristeza y, menos aún, de penitencia reparadora.

Puede que haya tristeza y llanto por la separación humana, por el dolor sensible, por la tragedia a veces. Pero todo eso debería estar arropado y consolado por la fe (segura confianza) en la felicidad eterna.

Los que mueren, mueren para vivir. No sabemos el camino que aún tendrán que recorrer, pero estamos ciertos de que pasaron definitivamente a la orilla de la Vida.

Por tanto, los signos y oraciones deberían ser de esperanza y alegría por la etapa superada (en la forma posible a cada cual), por el desembarco en los brazos del Padre. En los símbolos litúrgicos debería dominar el blanco y no el morado penitencial que ya no tiene sentido.
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Lo primero que podemos hacer por nosotros y por nuestros difuntos es “aceptar” su descanso en la paz. Ya entraron en la, para nosotros, inalcanzable eternidad. No puedes hacer nada más por ellos, como no puedes operarte de apendicitis por el que entró en el quirófano o como no puedes examinarte por tus hijos.

Esas “ánimas” por las que te preocupas tendrán que hacer, ellas solitas, su propia rehabilitación y su vuelta al Padre para poder ver su rostro. Nada puedes hacer y nada hay que temer porque están caminando bajo el impulso de la Misericordia infinita.

El único y universal remedio, lo que realmente puedes hacer “aquí y ahora” es: “Vencer el mal con abundancia de bien” (Rom 12,21) con el impulso y experiencia de los que partieron. Únicamente puedes ensanchar el bien que pugna por inundar tu vida. Te propongo estos tres avances bajo la sonrisa de tus difuntos:

1. Rectificar los malos funcionamientos que heredaste (parte del pecado original), muy sutiles a veces, porque suelen ser subconscientes y no nos hemos parado a concientizarlos.

2. Perdonar, perdonar de corazón las posibles heridas que te causaron, hasta que no quede ni rastro de resentimiento. No porque necesiten tu perdón, sino porque ese perdón es la medicina que necesitan tus heridas. Y recuerda: perdonar NO es apretar los dientes y olvidar el dolor de tus heridas. Perdonar es comprender. Comprendiendo tu propia fragilidad (conociéndote a ti mismo) entrarás en la comprensión de la limitación de los que te hirieron.

3. Seguir el buen ejemplo que te dejaron. Es la mejor forma de amar y honrar su memoria. Tiene sentido nombrarles en la santa Misa para sentirnos orando “CON ellos”, pero NO “POR ellos”, para seguir sintiendo su aliento y ejemplo de vida, para concientizar que pertenecen a tu misma Iglesia y siguen viviendo en ella.
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15582905686_22791bfc2b_nAmar es admirar y admirar nos lleva a imitar lo que admiramos. Si admiramos (amamos), es que esa persona nos atrae. Si nos atrae, es porque ya tenemos en nosotros algo de eso que admiramos.

La “presencia interior” de tus difuntos (más que su recuerdo cerebral) estimulará eso que pugna por crecer en ti. Esa sería la gran finalidad de honrar a los muertos. ¿Qué admiraste y qué sigues amando en tus difuntos? Si no hay amor, solo queda sensiblería u obligación mental o rutina externa. Nada de su “vida” te ha quedado, solo recuerdos muertos.

Si lo que te queda es amor, es un disparate hacer cambalaches con el Cura o con Dios. Tus difuntos no necesitan estipendios. Ya han desembarcado en las manos del Padre. Dedica tus dineros a los pobres vivos o a las necesidades de la Iglesia caminante. Los que ya pasaron no lo necesitan.

Lo que ellos desean -con toda seguridad- es que aproveches bien su buen ejemplo y rectifiques sus errores, que sigas tu camino y despliegues todos tus dones. ¡Eso será para ellos aire fresco! ¡Eso es lo urgente, realista y espiritualmente eficaz! Lo otro, los negocios espirituales y el “dios negociador”, son pura idolatría.
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Otra cosa es que necesites apoyar el dolor de la ausencia en la ternura del Padre. Hazlo sin reservas. Puede, incluso, que sea un consuelo para ti poner a tus difuntos en la mesa del altar y oír sus nombres. Puede que eso te recuerde su buen ejemplo. Hazlo si es positivo para ti, pero sin pagar contraprestación alguna.

No olvides que la Eucaristía (acción de gracias) es totalmente gratuita, es puro don del Señor, invitación a imitarle: “Haced esto en memoria mía” (Lc 22,19).

No hay culpas que pagar, ni sacrificios purificadores, ni méritos que aplicar para sacar a los muertos del “fuego”.

Lo que intentamos vivir, bajo el signo de una “comida fraterna”, es la vivificante presencia y ejemplo del Señor: amor, unión, paz, alegría… y motivación mutua para caminar hacia los brazos del Padre. Y el ejemplo de los que le siguieron antes que nosotros (nuestros santos y difuntos) nos puede ayudar sobremanera.

¿Todavía crees en el “avaro ídolo” que se queda con tu hambre o tu dinero para “compensar” las culpas de tus muertos? ¿Acaso no descubriste al Dios de los cristianos, todo perdón, todo misericordia, todo atracción, todo gratuidad? Repítelo muchas veces en tu interior: ¡El Dios verdadero es infinita gratuidad! Solo tu cerrazón y alejamiento podrán privarte de su abundancia derramada.
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15582905746_59faeef360_nProcura saltar sobre las esperpénticas fórmulas canónicas: “óyenos”, “acuérdate…” o “recuerda…”. ¿Pero a qué “desmemoriado ídolo” rezamos? ¿Acaso has olvidado tú a tus difuntos? ¿Cómo puede haberlos olvidado su Padre? ¿No se sentiría ofendida una madre terrícola a la que suplicases: acuérdate de tu hijo fallecido? ¿Cómo podemos pronunciar esas necedades? “Guías ciegos…” (Mt 23,16).

Si alguien, desde fuera, observase nuestros rezos oficiales, tendría que concluir que oramos a un “dios con alzhéimer”, al que hay que repetir y repetir que no olvide.

No hemos leído la Escritura y NO creemos en el Dios verdadero que jamás olvida a sus hijos:

“Estoy a la puerta y llamo…” (Ap 3,20).

“¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Aunque ella se olvide, yo no te olvidaré!” (Is 49,15).

“En la palma de mis manos te llevo tatuado” (Is 49,16).

No sigo para no cansarte. Pero sigue tú leyendo, por ejemplo, “El Cantar de los Cantares”
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Me gusta imaginar a nuestros muertos eclosionando bajo la arena como tortuguitas marinas. Unos llegarán más crecidos y otros menos. Unos saldrán muy cerca del agua y otros muy lejos. Pero todos, absolutamente todos, tras la carrera de la última purificación por la arena, se sumergirán en la Inmensidad y encontrarán, por fin, su destino.

Unos lo habrán intuido y gozado ya en esta vida. Para otros será una sorpresa verse liberados de inconsciencias, errores, oscuridades y rebeldías. Se encontrarán con el Padre que negaron o ignoraron y empezarán a comprender… Tal vez todo eso requiera el esfuerzo que no hicieron en vida, la rehabilitación necesaria para ser capaces de “ver” lo que no quisieron o pudieron ver en esta tierra.

¿Cómo será esa rehabilitación? Eso pertenece al misterio y no se nos ha revelado. Lo que sabemos con certeza es que “Dios lo será todo en todos” (1Cor 15,28). Esa es nuestra fe, esa nuestra esperanza, esa la alegría de recordar a nuestros muertos. Por eso, cuando pongas a tus seres queridos sobre el altar, piensa que ya caminan o han llegado a la Luz, sin posible retorno.

Nada cambiará con tus rezos, ni el difunto, ni el Dios de la Misericordia que se derrama permanentemente sobre todos: sobre nosotros y sobre ellos.

Lo único que puede cambiar es tu corazón. Todavía estás en camino y puedes elegir. Todavía puedes cambiar e inundar tu vida de bien y paz, para desembarcar más cerca de la Felicidad cuando eclosiones en la ribera del Mar.

Tu cambio, tu elección del bien, repercute en la Iglesia universal. Eso te están gritando desde el otro lado -estoy seguro- los que te quieren. Tu propio progreso no te costará un céntimo, solo algún esfuerzo. Pero merece la pena, ya lo verás.

¡Y cómo alegrarás a los que te esperan!

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Todos santos, aquí y ahora.

Lunes, 1 de noviembre de 2021
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La vida futura es el opio del pueblo, es una mistificación que hace esperar del futuro un cambio que no no se habría producido o por lo menos no se ha preparado en el presente.

La verdadera fe cristiana no es la fe en una vida futura, sino en la vida eterna, y si es eterna, sólo se necesita un momento de reflexión para comprender que ya se ha iniciado. Vivimos ahora, o no viviremos nunca.

*

Luis Evely, “Ese hombre eres tú” (1957), p. 58

***

 

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:

“Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.

Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.

Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.

Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.

Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.

Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.”

*

Mateo 5, 1-12a

***

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***

Tu verdadera identidad es ser hijo de Dios. Esa es la identidad que debes aceptar. Una vez que la hayas reivindicado y te hayas instalado en ella, puedes vivir en un mundo que te proporciona mucha alegría y, también, mucho dolor. Puedes recibir tanto la alabanza como el vituperio que te lleguen como ocasiones para fortalecer tu identidad fundamental, porque la identidad que te hace libre está anclada más allá de toda alabanza y de todo vituperio humano. Tú perteneces a Dios y, como hijo de Dios, has sido enviado al mundo.

Dado que ese lugar profundo que hay dentro de ti y donde se arraiga tu identidad de hijo de Dios lo has desconocido durante mucho tiempo, los que eran capaces de afectarte han tenido sobre ti un poder repentino y a menudo aplastante. Pero no podían llevar a cabo aquel papel divino, y por eso te dejaron, y te sentiste abandonado. Pero es precisamente esta experiencia de abandono la que te ha atraído a tu verdadera identidad de hijo de Dios.

Sólo Dios puede habitar plenamente en lo más hondo de ti. Puede ser que haga falta mucho tiempo y mucha disciplina para volver a unir tu yo profundo, escondido, con tu yo público, que es conocido, amado y aceptado, aunque también criticado por el mundo; sin embargo, de manera gradual, podrás empezar a sentirte más conectado a él y llegar a ser lo que verdaderamente eres: hijo De Dios.

*

H. J. M. Nouwen,
La voz del amor,
Brescia 21997, pp. 98ss, passim.

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Jesús es el pan vivo, la transparencia de Dios…

Domingo, 8 de agosto de 2021
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La transparencia, Dios, la transparencia.

Dios del venir, te siento entre mis manos,
aquí estás enredado conmigo, en lucha hermosa
de amor, lo mismo
que un fuego con su aire.

No eres mi redentor, ni eres mi ejemplo,
ni mi padre, ni mi hijo, ni mi hermano;
eres igual y uno, eres distinto y todo;
eres dios de lo hermoso conseguido,
conciencia mía de lo hermoso.

Yo nada tengo que purgar.
Toda mi impedimenta
no es sino fundación para este hoy
en que, al fin, te deseo;
porque estás ya a mi lado
en mi eléctrica zona,
como está en el amor el amor lleno.

Tú, esencia, eres conciencia; mi conciencia
y la de otros, la de todos
con la forma suma de conciencia;
que la esencia es lo sumo,
es la forma suprema conseguible,
y tu esencia está en mí, como mi forma.

Todos mis moldes, llenos
estuvieron de ti; pero tú, ahora,
no tienes molde, estás sin molde; eres la gracia
que no admite sostén,
que no admite corona,
que corona y sostiene siendo ingrave.

Eres la gracia libre,
la gloria del gustar, la eterna simpatía,
el gozo del temblor, la luminaria
del clariver, el fondo del amor,
el horizonte que no quita nada;
la transparencia, dios la transparencia,
el uno al fin, dios ahora sólito en el uno mío,
en el mundo que yo por ti y para ti he creado.

*

Juan Ramón Jimenez
Dios en la poesía atual. B.A.C., Madrid, 1970

***

 

 

Fundación Zenobia-Juan Ramón Jiménez

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En aquel tiempo, los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: “Yo soy el pan bajado del cielo”, y decían:

“No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?”

Jesús tomó la palabra y les dijo:

“No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: “Serán todos discípulos de Dios.” Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan de vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.”

*

Juan 6,41-51

***

La vida vivida eucarísticamente es siempre una vida de misión. Vivimos en un mundo que gime bajo el peso de sus pérdidas: las guerras despiadadas que destruyen pueblos y países, el hambre y la muerte de hambre que diezman poblaciones enteras, el crimen y la violencia que ponen en peligro la vida de millones de personas, el cáncer y el sida, el cólera y otras muchas enfermedades que devastan los cuerpos de incontables personas; terremotos, aluviones y desastres del tráfico… es la historia de la vida de cada día que llena los periódicos y las pantallas de los televisores […]. Este es el mundo al que hemos sido enviados a vivir eucarísticamente, esto es, a vivir con el corazón ardiente y con los ojos y los oídos abiertos. Parece una tarea imposible.

¿Qué puede hacer este reducido grupo de personas que lo han encontrado por el camino […] en un mundo tan oscuro y violento? El misterio del amor de Dios consiste en que nuestros corazones ardientes y nuestros oídos receptivos estarán en condiciones de descubrir que aquel a quien habíamos encontrado en la intimidad continúa revelándose a nosotros entre los pobres, los enfermos, los hambrientos, los prisioneros, los refugiados y entre todos los que viven en medio del peligro y del miedo.

*

H. J. M. Nouwen,
La fuerza de su presencia,
Brescia 52000, pp. 82ss).

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Historias donde el cielo y la tierra se tocan

Viernes, 23 de abril de 2021
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“Érase dos monjes que en un antiguo libro habían leído que en el otro extremo del mundo había un lugar en el que el cielo y la tierra se tocaban. Entonces decidieron buscarlo y no regresar hasta haberlo encontrado. Atravesaron el mundo, superaron incontables peligros, sufrieron todas las privaciones que una gira semejante con lleva y todas las tentaciones que a uno pueden apartarlo de su objetivo. Ellos habían leído que allí había una puerta, que bastaba con llamar, y que uno se encontraba en la presencia de Dios. Al fin, encontraron lo que buscaban; llamaron a la puerta y vieron, con el corazón palpitando a tope, cómo se abría, y cuando entraron… estaban en casa, en la celda de su convento. Entonces lo comprendieron: el lugar donde el cielo y la tierra se juntan se encuentra en esta tierra, en el lugar que Dios nos ha asignado“.

*

 Jörg Zink

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“Paseaba un alumno por una terraza con Confucio. Abajo, unos jóvenes danzarines ensayaban la coreografía para un nuevo ballet. Fíjate lo armónicos que son sus movimientos, dijo Confucio. A mí el baile me parece algo superficial –repuso el alumno–. ¿No sería mejor que los jóvenes pasaran su tiempo en meditación?. A lo que Confucio replicó: ¡Magnífica pregunta! Si creyéramos que solo hay un camino que conduce a la sabiduría, pronto nos cansaríamos y careceríamos de entusiasmo. Pero si recorremos diversos caminos, si meditamos, bailamos, cultivamos un jardín o pisamos la uva, entonces encontramos nuevas y distintas facetas en nosotros. Todo ello nos hace más fuertes, nos da aliento y nos ayuda a reaccionar si un día surgen obstáculos en nuestro camino. Entonces, esos obstáculos no nos perturbarán.

*

Willi Hoffsümmer

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“Un erudito intelectual acudió a un rabí. Como había oído hablar muy bien de él, le expuso un deseo completamente personal y le dijo: Llevo estudiando teología muchos años y he leído un libro tras otro, pero hasta ahora nunca he encontrado a Dios. Respondió el rabí: Entonces, seguro que todavía no te has agachado lo suficiente.

Rabí, hay algo que no entiendo: se acerca alguien a un pobre y se muestra amable y le ayuda en lo que puede. Pero llega a un rico y ni siquiera lo mira. ¿Qué pasa con el dinero?. Entonces dijo el rabí: Acércate a la ventana: ¿qué ves?.Contestó: Veo a una señora con un niño. Y un coche que va al mercado. «Bien. Ahora ponte delante del espejo. ¿Qué ves?». ¡Por Dios, rabí, qué voy a ver: a mí mismo!. «Pues ya ves: la ventana está hecha de cristal, y de cristal está hecho el espejo. Basta con poner un poco papel de plata detrás, y uno ya solo se ve a sí mismo».

*

Sigmund von Radecki

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Entre cielo y tierra

Lunes, 9 de noviembre de 2020
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

SER HERMANO - MEMORIA PROFETICA DE JESUS - ESP - sin cintillo_resize

Comparto otro texto, que al leerse con detenimiento nos remite indudablemente a San Juan de la Cruz y a Thomas Merton: el hombre dividido, que necesita redescubrir su identidad desde la unidad con lo Divino, y que es impulsado por una nostalgia, un llamado interior a salir de sí, a buscar más allá de lo histórico y particular. Es el “sal de tu tierra” con que es convocado el padre de la fe; o el “A dónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido” del místico español. La vida, con sus obstáculos, y también con sus necesarias mediaciones, se convierte en oportunidad, en llamada de alerta, para reconsiderar y reorientar nuestros pasos hacia el CAMINO verdadero.

“En el hombre (entiéndase siempre: ser humano, hombre o mujer), la conciencia del yo quiebra la unidad de la vida más allá del tiempo y el espacio. De lo que resulta una dualidad: de una parte, un mundo “histórico”, que se forma en las condiciones espacio-temporales, siéndole así posible explorar y dominar; de otra un Ser supra-existencial, esencial, que escapa a toda comprensión racional.

[El SER único se quiebra cuando pasa a través del prisma de ese yo que lo fija todo, que conoce únicamente a través de los opuestos y que sólo se orienta con lo que es objetivo. Si es el aspecto egocéntrico el que cristaliza en la conciencia del hombre, parecerá real sólo aquello que cabe en este aspecto. Es así como el hombre pierde en su conciencia el contacto con el SER]

De ahí que el hombre se reconozca como viviendo entre cielo y tierra. Vive en la tensión de estas dos realidades: por un lado su realidad existencial que le limita en el tiempo y el espacio, y que supone una amenaza en su existencia, tentándole con posibilidades de “dicha” y llamándole a servir en sus marcos organizados; por el otro la realidad del SER supra-existencial.

Este, que se mantiene escondido en lo secreto de su Ser individual esencial, que se percibe como profunda nostalgia, presiona inexorablemente en él para que tome de ello conciencia, recabando su atención por medio de todos los obstáculos de su existencia, a través de todas las estructuras organizadas de su conciencia existencial, a fin de llevarle por la vía de lo DIVINO“.

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K.G. Dürckheim

CIELO Y TIERRA BESO

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Todos santos, aquí y ahora.

Domingo, 1 de noviembre de 2020
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La vida futura es el opio del pueblo, es una mistificación que hace esperar del futuro un cambio que no se habría producido o por lo menos no se ha preparado en el presente.

La verdadera fe cristiana no es la fe en una vida futura, sino en la vida eterna, y si es eterna, sólo se necesita un momento de reflexión para comprender que ya se ha iniciado. Vivimos ahora, o no viviremos nunca.

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Luis Evely,
“Ese hombre eres tú” (1957), p. 58

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En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:

“Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.

Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.

Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.

Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.

Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.

Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.”

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Mateo 5,1-12a

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La meditación del bautismo de Jesús (Lc 3,21 ss) supuso para mí un intento de hacerme consciente del amor de Dios. Jesús baja al Jordán, al agua cargada con la culpa de las muchas personas que iban al Jordán a que Juan las bautizara. Mientras baja, se abren sobre él los cielos y Dios le promete: «Tú eres mi hijo amado, en ti me he complacido». También esta frase –que somos hijos e hijas amados de Dios- la escuchamos hoy de una manera suficiente en los discursos espirituales, pero lo más frecuente es que estas palabras nos resbalen. Son justas, pero no provocan nada. Siempre será un don el hecho de que estas palabras alcancen nuestro corazón de modo que se sienta realmente amado, sanado y cambiado por el amor […].

Experimenté en la meditación la realidad de este amor cuando referí la frase: «Eres mi hijo amado», precisamente en mi miedo, en mi oscuridad, en mi rechazo, en mi mediocridad, en las mentiras de mi vida. Sólo cuando referí a mi vida concreta la palabra que me dice que soy un hijo amado, me tocó en lo más profundo de mi ser y me proporcionó paz interior. Todos los discursos sobre el amor de Dios nos resbalarán si no llegan a tocar las experiencias de nuestra vida de cada día.

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Anselm Grün,
Abitare nella casa dell’amore,
Brescia 2000, pp. 50ss, passim).

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“La felicidad de Jesús”. Fiesta de Todos los Santos – A (Mateo 5,1-12)

Domingo, 1 de noviembre de 2020
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31-852867No es difícil dibujar el perfil de una persona feliz en la sociedad que conoció Jesús. Se trataría de un varón adulto y de buena salud, casado con una mujer honesta y fecunda, con hijos varones y unas tierras ricas, observante de la religión y respetado en su pueblo ¿Qué más se podía pedir?

Ciertamente no era este el ideal que animaba a Jesús. Sin esposa ni hijos, sin tierras ni bienes, recorriendo Galilea como un vagabundo, su vida no respondía a ningún tipo de felicidad convencional. Su manera de vivir era provocativa. Si era feliz, lo era de manera contracultural, a contrapelo de lo establecido.

En realidad, no pensaba mucho en su felicidad. Su vida giraba más bien en torno a un proyecto que le entusiasmaba y le hacía vivir intensamente. Lo llamaba «reino de Dios». Al parecer, era feliz cuando podía hacer felices a otros. Se sentía bien devolviendo a la gente la salud y la dignidad que se les había arrebatado injustamente.

No buscaba su propio interés. Vivía creando nuevas condiciones de felicidad para todos. No sabía ser feliz sin incluir a los otros. A todos proponía criterios nuevos, más libres y radicales, para hacer un mundo más digno y dichoso.

Creía en un «Dios feliz», el Dios creador que mira a todas sus criaturas con amor entrañable, el Dios amigo de la vida y no de la muerte, más atento al sufrimiento de las gentes que a sus pecados.

Desde la fe en ese Dios rompía los esquemas religiosos y sociales. No predicaba: «Felices los justos y piadosos, porque recibirán el premio de Dios». No decía: «Felices los ricos y poderosos, porque cuentan con su bendición». Su grito era desconcertante para todos: «Felices los pobres, porque Dios será su felicidad».

La invitación de Jesús viene a decir así: «No busquéis la felicidad en la satisfacción de vuestros intereses ni en la práctica interesada de vuestra religión. Sed felices trabajando de manera fiel y paciente por un mundo más feliz para todos».

José Antonio Pagola

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“Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.” 01 de Noviembre de 2020. Todos los Santos

Domingo, 1 de noviembre de 2020
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58-TodoslossantosALeído en Koinonia:

Apocalipsis 7,2-4.9-14: Apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua.
Salmo responsorial: 23: Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor.
1Juan 3,1-3: Veremos a Dios tal cual es.
Mateo 5,1-12a: Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo

 

Se celebra hoy la Solemnidad de Todos los Santos. Qué bueno sería que no se redujera a lo que hemos solido llamar “mundo católico”, sino a un mundo verdaderamente «cat–hólico» (etimológicamente, según el todo, refiriéndonos al todo), o sea, «universal».

¿No querríamos celebrar en este día a todos los santos que están ya ante Dios? ¿Pues cómo vamos a limitarnos a pensar en «catálogo romano de los santos», de los «canonizados» por la Iglesia católica romana, en esa práctica llevada a cabo sólo desde el siglo XI, de «inscribir» oficialmente a los santos particulares de esa Iglesia, en su libro «Santoral Romano»? ¿Será que quienes figuran oficialmente inscritos durante 9 siglos en esta sola Iglesia son «todos los santos» que están delante de Dios… o tal vez serán sólo una insignificante minoría de entre todos ellos?

Es decir: pocas fiestas tanto como ésta requieren ser «universalizadas» para hacer honor a su nombre: la festividad de «todos los santos». Por tanto, hay que hacer un esfuerzo por entenderla con una real universalidad. Ésta es una fiesta «ecuménica»: agrupa a todos los santos. Es más que ecuménica, porque no contempla sólo a los santos cristianos, sino a «todos», todos los que son santos a los ojos de Dios. Ello quiere decir, obviamente, que también incluye a los «santos no cristianos»… a los santos de otras religiones (debería ser una fiesta inter-religiosa), e incluso a los santos sin pertenencia a ninguna religión, los «santos paganos» (Danielou tituló así un libro suyo), los santos anónimos (éstos deben ser verdadera legión), incluso los «santos ateos», o sea, los ateos santos, que, haberlos los ha habido, y los sigue habiendo.

Una fiesta pues, que podría hacernos reflexionar sobre dos aspectos: el de la santidad misma (¿qué es, en qué consiste, qué «confesionalidad» tiene…?), y el del «Dios de todos los santos». Porque muchas personas todavía piensan –sin pensarlo demasiado, desde luego– en «un Dios muy católico». Para algunos, Dios mismo sería en realidad «católico, apostólico… y romano». O sea, «nuestro». O «un Dios como nosotros», de hecho. Pudiera ser que, también… un poco… hecho «a imagen y semejanza» nuestra.

La actitud universalista, la amplitud del corazón y de la mente hacia la universalidad, a la acogida de todos sin etiquetas particularistas, siempre nos cuestiona la imagen de Dios. Dios no puede ser sólo nuestro Dios, el nuestro, el que piensa como nosotros e intervendría en la historia siempre según nuestras categorías y de acuerdo con nuestros intereses… Dios, si es verdaderamente Dios, ha de ser el dios de todos los santos, el Dios de todos los nombres, el Dios de todas las utopías, el Dios de todas las religiones (incluida la religión de los que con sinceridad y sabiendo lo que hacen optan con buena conciencia por dejar a un lado “las religiones”, aunque no «la religión verdadera» de la que por ejemplo habla Santiago en su carta, 1,27). Dios es «católico» pero en el sentido original de la palabra. Está más allá de toda religión concreta. Está «con todo el que ama y practica la justicia, sea de la religión que sea», como dijo Pedro en casa de Cornelio (Hch 10).

Hoy nos parece todo esto muy natural, pero hace apenas 50 años –los que hace que se celebró el Concilio– que estamos pensando de esta manera. En las vísperas del Concilio, el famoso teólogo dominico Garrigou-Lagrange (avanzado, progresista, y por ello perseguido) escribía con la mentalidad común del ambiente católico: «Las virtudes morales cristianas son infusas y esencialmente distintas, por su objeto formal, de las más excelsas virtudes morales adquiridas que describen los más famosos filósofos… Hay diferencia infinita entre la templanza aristotélica, regulada solamente por la recta razón, y la templanza cristiana, regulada por la fe divina y la prudencia sobrenatural» (Perfection chrétienne et contemplation, Paris 1923, p. 64).

Danielou, por su parte, afirmaba: «Existe el heroísmo no cristiano, pero no existe una santidad no cristiana. No debemos confundir los valores. No hay santos fuera del cristianismo, pues la santidad es esencialmente un don de Dios, una participación en Su vida, mientras que el heroísmo pertenece al plano de las realidades humanas» (Le mystère du salut des nations, Seuil, Paris 1946, p. 75). Todas las grandes figuras de la humanidad, personajes como Sócrates o como Gandhi… sólo podrían considerarse héroes, no santos; no quedarían incluidos hoy en esta fiesta, porque los santos serían sólo cristianos, ¡y católicos!

Este cambio de perspectiva es una de las tantas «rupturas» que realizó el Concilio Vaticano II.

La primera lectura bíblica de esta fiesta litúrgica, del Apocalipsis, aun estando redactada en ese lenguaje no sólo poético, sino ultra-metafórico, lo viene a decir claramente: la muchedumbre incontable que estaba delante de Dios era «de toda lengua, pueblo, raza y nación»… En aquel entonces, hablar de «las naciones» implicaba a las religiones, porque cada pueblo-raza-nación era considerado que tenía su propia religión. A Juan le parece contemplar reunidos, en aquella apoteosis, no sólo a los de su propia religión, sino a todos los pueblos, lo que equivale a decir: a todas las religiones.

Si corregimos así nuestra visión, estaremos más cerca de «ver a Dios tal como es» (segunda lectura), tal como podremos verle más allá de los velos carnales del chauvinismo cultural o el tribalismo religioso -que no son muy distintos. Obviamente, esos «ciento cuarenta y cuatro mil» (doce al cuadrado, o sea, «los Doce», o «las Doce ‘tribus’ de Israel», pero elevadas al cuadrado y multiplicadas por mil, es decir, totalmente superadas, llevadas fuera de sí hasta disolverse entre «toda lengua, pueblo, raza y nación»), esos ciento cuarenta y cuatro mil, o los entendemos como un símbolo macroecuménico, o nos retrotraerían a un fantástico tribalismo religioso.

Las bienaventuranzas comparten la misma visión «macro-ecuménica»: valen para todos los seres humanos. El Dios que en ellas aparece no es «confesional», no es de una religión, de una raza o tribu… no es «religiosamente tribal». Tampoco exige rituales de ninguna religión, sino la simple religión humana: la pobreza, la opción por los pobres, la transparencia de corazón, el hambre y sed de justicia, el luchar por la paz, la persecución como efecto de la lucha por la Causa del Reino… Esa «religión humana básica fundamental» es la que Jesús proclama como «código de santidad universal», para todos los santos, los de casa y los de fuera, los del mundo «católico»…

Si a propósito de la festividad de Todos los Santos se nos sugiere el texto de las Bienaventuranzas, es porque ellas son en verdad el camino de la «santidad universal», válida para todos los humanos, una santidad «supra-religional», llana y simplemente humana. En y con las Bienaventuranzas como carta de navegación de nuestra vida es posible alcanzar la meta de nuestra santificación, entendida como la lucha constante por lograr en el cada día el máximo de plenitud de la vida y el amor según el querer de Dios.

En la homilía, en la oración, en la conversación que tengamos sobre el tema, no dejemos de nombrar hoy a Gandhi, que tiene que ir de la mano con Francisco de Asís; a Martin Luther King acompañado por Mons. Oscar Arnulfo Romero, que lo admiraba mucho por cierto; a la mística santa Teresa con el incomparable Ibn Arabí, el místico sufí murciano universal; al inefable Juan de la Cruz con el místico Nisagardatta («¡Yo soy Eso!» –sus principales libros están disponibles en la red–)… La manera más efectiva de cambiar nuestra vieja mentalidad «tribal», que tanto nos ha afectado tradicionalmente en la concepción de la santidad, es practicarla, conversarla, manifestarla, compartirla fraternamente…

Dentro ya de la perspectiva cristiano-católica, para una aplicación más parenética de este precedente comentario exegético, recomendamos, como la mejor referencia, el capítulo Vº de la Constitución Dogmática de la Iglesia “Lumen Gentium”, del Vaticano II, con su “Universal llamado a la santidad”. Antes del Concilio se reconocía que había una especie de «profesionales de la santidad», que se dedicaban de un modo especializado a conseguirla, como los monjes y los religiosos/as, de quienes se decía que vivían en el «estado de perfección»; a los demás, los laicos/as o seglares como que se les consideraba de alguna manera dispensados de preocuparse demasiado de la santidad… Leer más…

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Todos los santos, todos los difuntos. La esperanza de resurrección según Pablo

Domingo, 1 de noviembre de 2020
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60099A3D-8ADC-4C1E-9BC0-586CA8BF1DCDDel Blog de  Xabier Pikaza:

Desde que mantengo este blog (año 2007) he venido ofreciendo año tras año algunas reflexiones sobre el día de Todos los Santos y el de Todos los Difuntos. Hoy vinculo ambos día presentando la esperanza más antigua de la Iglesia, tal como ha sido expresada en las cartas de san Pablo (1 y 2 Tes y 1 Cor).

Ésa es la esperanza que ha movido al cristianismo y lo sigue moviendo hasta el día de hoy. Jesús ha comenzado una obra de vida que culminará en su “parusía”, es decir, en la revelación de su vida, en el triunfo del amor sobre la muerte. El texto que sigue está tomado básicamente de mi libro “La Palabra se hizo carne. Curso de teología bíblica”

Pablo: para esperar a su Hijo (1 Tes 4 y 1 Cor 15)

  En el lugar donde Jesús anunciaba y preparaba la llegada del Reino (y quizá del Hijo del Hombre, cf. cap. 14), ha proclamado Pablo la venida y presencia de Jesús como “Señor que descenderá del cielo…” (1 Tes 4, 15-17), y lo hará muy pronto, antes que acabe esta generación. No vendrá en Jerusalén para ofrecer allí su reino a los judíos, sino “en las nubes del cielo”, para instaurar su salvación sobre el mundo entero. En un sentido cronológico, Pablo se equivocó, pues Jesús no vino externamente. Pero su mensaje, las consecuencias que dedujo de su visión del Cristo pascual, con la forma en que creó comunidades mesiánicas siguen siendo fundamentales en la vida de la Iglesia (cf. lo ya dicho en cap. 18, donde he tratado en conjunto de Pablo).

1 Tes 4. Parusía inminente, itinerario escatológico.

Pablo no escribió ningún libro sobre el final de este mundo como hará el autor del Apocalipsis (cf. Ap 5, 1), ni trazó un esquema con el desarrollo de las cosas que debían suceder al fin de los tiempos, pues ese desarrollo había sido trazado ya por la apocalíptica judía, especialmente por Daniel (cf. también Mc 13 par), de manera los fieles conocían los momentos principales del drama del fin de los tiempos. Pablo ha destacado en ese contexto dos cosas: (a) Que Jesús resucitado es Hijo de Dios y contenido de la esperanza apocalíptica. (b) Que Dios le ha llamado a él (a Pablo) para anunciar y preparar el cumplimiento de esa esperanza a los gentiles (cf. Gal 1, 16; 1 Tes 1, 9-10).

Éste ha sido el mensaje de Pablo en Tesalónica: Los convertidos del paganismo deben abandonar los ídolos y servir al Dios vivo verdadero (de Israel), para esperar a su Hijo Jesús, que ha resucitado ya y que ha de venir pronto para liberarnos de la ira venidera. Pero Pablo se fue, algunos cristianos murieron y Jesucristo no venía. Por eso le preguntan y Pablo les responde por carta (hacia el año 50 d.C.), en el primer documento conservado del NT, diciéndoles “lo referente a los que han muerto”:

  Dios tomará también consigo a los que han muerto en Jesús. Pues esto os decimos, como palabra del Señor: que nosotros, los vivientes, los que permanezcamos hasta la venida del Señor no llevaremos ventaja a los que han muerto. Porque cuando se suene la orden, a la voz del arcángel y a la trompeta de Dios, el mismo Señor, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán primero; después, nosotros, los vivientes, los que permanezcamos, eremos arrebatados en las nubes, al encuentro del Señor en el aire, y de esa manera estaremos siempre con el Señor. Por lo tanto, consolaos unos a los otros con estas palabras (1 Tes 4, 13- 18).

 Pablo había anunciado la llegada inminente de Jesús, redentor apocalíptico, y sus convertidos (cristianos) de Tesalónica pensaron que ellos no morirían, sino que Cristo vendría y les llevaría directamente a su Reino. Pero Cristo no había venido y algunos murieron ¿Qué pasaría con esos muertos venga Cristo? ¿Cómo podrían entrar en su Reino?  Así les ha respondido Pablo:

  − Lo primero que Cristo hará cuando venga en resucitar a los que han muerto unidos a élcomo creyentes. Éste será el punto de partida del despliegue apocalíptico, la primera obra de Jesús resucitado: Descendería del cielo para resucitar a los cristianos muertos, de manera que ellos serán los primeros en salvarse.

Después elevará a su gloria a los cristianos vivos, que no tendrán necesidad de morir, sino que serán directamente transfigurados y elevados al Reino.  En ese momento Pablo creía que la muerte no era necesaria para todos, de manera que los creyentes de la “última generación” (entre que se contaba él) no tendrían que morir, sino que serían arrebatados a las “nubes”, en el aire celeste, para ser así transformados en Cristo[1].

 2. 1 Cor 15. Todos serán vivificados, Dios todo en todos.

Pero pasaba el tiempo y se planteaban nuevos temas, como el de algunos cristianos de Corinto que, unos tres o cuatro años después (en torno a 53-54 d.C.), empezaron a negar la resurreccióncorporal de Jesús y de sus fieles, porque se alargaba la espera (¡Cristo no viene!) o porque resultaba innecesaria, pues Jesús estaba ya resucitado en los creyentes. En ese contexto (cf. 1 Cor 15, 12-21) reformula Pablo el tema:

             Porque así como en Adán mueren todos, así también serán vivificados todos en Cristo, pero cada uno en su orden: la primicia, Cristo; luego los que son de Cristo, en su parusía; después el fin, cuando él entregue el reino al Dios y Padre, cuando ya haya destruido todo principado, y todo poderío y potestad… Cuando le someta todo (al Padre), entonces también él mismo el Hijo se someterá al que le ha sometido todo, para que Dios sea Todo (=Ta Panta) en Todos (1 Cor 15, 22-24. 28).

           A diferencia de 1 Tes 4,13-18, Pablo afirma ahora que todos mueren en (como) Adán, sea por decreto universal divino (cf. Hbr 9, 27), sea por vinculación con Adán  , como murió Cristo, para vencer a la muerte, destruyendo su aguijón (cf. 1 Cor 15, 55-57).  En ese contexto añade Pablo las palabras más importantes de la Biblia sobre el tema: “Así como en Adán mueren todos (=pantes), así también en Cristo serán vivificados todos (=pantes)” (1 Cor 15, 22). (a) Primero viene el hecho: todos mueren. (b) Después viene la declaración de fe, con la esperanza universal y positiva: todos serán vivificados (dsôopoiêthêsontai), es decir, recibirán la vida de Cristo (como antes han recibido la muerte de Adán). Estas palabras van en contra de Dan 12, 1-3, pues no hay dos resurrecciones, una de salvación y otra de condena (cf. Dt 30, 15-20, y en otro sentido Mt 25, 31‒46), sino una vivificación, en la línea de Rom 5 (cf. cap. 18), según el orden (tagma) siguiente:

  1. Primero ha resucitado Cristo, como primicia (1 Cor 15, 23). Frente a la muerte de todos en Adán (cosa que 1 Tes 4,13-18 no había contemplado), Pablo insiste ahora en la vida de todos en Cristo, interpretando así, de un modo universal la resurrección de Cristo. Él ha sido el primero que ha vencido a la muerte, pero no lo ha hecho como un hombre individual, sino como cabeza y compendio de toda la humanidad[2].
  2. Después resucitarán los que son de Cristo, en su parusía, los que forman parte de su comunidad o cuerpo mesiánico. De alguna forma (como destacan Ef y Col), los creyentes se encuentran integrados ya en la pascua de Jesús, aunque sólo resucitarán del todo en su parusía. Más que anunciador del juicio, mensajero del fin (como Henoc u otros videntes), Jesús es fuente de vida, presencia de Dios, para aquellos que se vinculan a él.
  3. Finalmente llegará el “telos” o plenitud (1 Cor 15, 24), entendida como victoria apocalíptica, con la destrucción de los poderes perversos (Principados, Poderíos y Potestades, que desembocan y se centran en la muerte) y también como culminación teológica o reintegración (el mismo Cristo Hijo vuelve al Padre). Jesús anunció y preparó el Reino de Dios, y ahora se cumple su anuncio, pues él mismo destruye con su victoria a los perversos (Principados, Poderíos, Potestades), para así entregar su Reino de vida al Dios y Padre[3].
  4. De forma que Dios sea todo en todos (1 Cor 15, 28). No se refiere sólo a los creyentes de 1 Cor 15, 23, en un contexto eclesial, sino a todos los seres humanos en un contexto universal de vida (1 Cor 15, 22), de manera que no hay dos espíritus opuestos (bien y mal) como en Qumrán, ni dos finales de la historia (salvación y condena), ni un Infinito (=Dios) separado de la historia de los hombres, sino que sólo un Espíritu bueno, que es el Dios Universal, que ha creado las cosas por sí mismo, para que todo sea y viva en él, por Cristo, de manera que los poderes opuestos, que han querido destruir su obra, desaparecerán (como si no hubieran sido).

             Eso significa que, estrictamente, esos “poderes” (entendidos como principados, potestades, poderes) no tenían realidad, no existían, no eres personas creadas por Dios (como los hombres y mujeres), sino que eran pura negación (no‒ser), una “apariencia” que no siendo realidad destruye, como Belcebú (lo satánico) y Mammón (el capital imaginario y destructor) del mensaje y vida de Jesús (cf. cap. 14). A fin de que todos vivan tienen que ser destruidos todos los poderes de muerte[4]. Leer más…

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No están todos los que son… Fiesta de todos los Santos.

Domingo, 1 de noviembre de 2020
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Todos los santos 1Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

La oración de la misa de hoy habla de «celebrar en una misma fiesta los méritos de todos los Santos». Quienes conocen las listas interminables de santos y santas que contiene, día por día, el Martirologio romano, considerará justo tenerlos a todos presentes en una misma fiesta. Pero, con esto, pensamos en las personas que, al menos en los últimos siglos, han sido canonizadas por la Iglesia tras un largo y costoso proceso a propósito de sus virtudes heroicas. Quedan fuera los innumerables cristianos que han vivido heroicamente su fe, esperanza y caridad, pero que no han sido especialmente conocidos y, si lo han sido, su devotos no disponían de la gran cantidad de dinero necesaria para costear el proceso. Por eso, en esta fiesta conviene volver al sentido de la palabra «santo» en las cartas del Nuevo Testamento, cuando designaba a todo cristiano como consagrado a Dios. La fiesta de hoy nos invita a celebrar e imitar a tantas personas buenas, «santas», que hemos conocido en nuestra viday de cuyas virtudes nos hemos beneficiado.

Ocho puertas para entrar en el Reino de Dios

            En la Fiesta de Todos los Santos, la lectura del evangelio recoge las bienaventuranzas. Es una forma de indicarnos el camino que llevó a tantos hombres y mujeres a lo largo de la historia a la santidad. Resulta imposible comentar cada una de ellas en poco espacio. Me limito a indicar algunos detalles fundamentales para entenderlas.

Las bienaventuranzas no son una carrera de obstáculos

Carrera 100 ms valla            Muchos cristianos conciben las bienaventuranzas como una carrera de obstáculos, una serie de ocho vallas que debemos superar hasta que conseguimos llegar a la meta del Reino de Dios. Y la carrera se hace difícil, tropezamos continuamente, nos sentimos tentados a abandonar cuando vemos tantas vallas derribadas. «No soy pobre material ni espiritualmente; no soy sufrido, soy violento; no soy misericordioso; no trabajo por la paz… No hace falta que un juez me descalifique, me descalifico yo mismo». Las bienaventuranzas se convierten en lo que no son: un código de conducta.

Las bienaventuranzas son ocho puertas para entrar en el Reino de Dios

bienaventuranzas-basilica            Antonio Barluzzi, el arquitecto que diseñó la basílica de las bienaventuranzas sobre una colina junto al lago de Galilea, la concibió con una planta octogonal y ocho grandes ventanas que permiten ver el hermoso paisaje del lago de Galilea. Sin embargo, las bienaventuranzas, más que ocho ventanas para mirar al exterior son ocho puertas para entrar al palacio del Reino de Dios.

            Para entenderlas rectamente hay que advertir dónde las sitúa Mateo: al comienzo del primer gran discurso de Jesús, el Sermón del Monte, en el que expone su programa e indica la actitud que debe distinguir a un cristiano de un escriba, de un fariseo y de un pagano.

            A diferencia de los políticos, capaces de mentir con tal de ganarse a los votantes, Jesús dice claramente desde el principio que su programa no va a agradar a todos. Los interesados en seguirle, en formar parte de la comunidad cristiana (eso significa aquí el «Reino de los cielos»), son las personas que menos podríamos imaginar: las que se sienten pobres ante Dios, como el publicano de la parábola; los partidarios de la no violencia en medio de un mundo violento, capaces de morir perdonando al que los crucifica; los que lloran por cualquier tipo de desgracia propia o ajena; los que tienen hambre y sed de cumplir la voluntad de Dios, como Jesús, que decía que su alimento era cumplir la voluntad del Padre; los misericordiosos, los que se compadecen ante el sufrimiento ajeno, en vez de cerrar sus entrañas al que sufre; los limpios de corazón, que no se dejan manchar con los ídolos de la riqueza, el poder, el prestigio, la ambición; los que trabajan por la paz; los perseguidos por querer ser fieles a Dios.

            Pero las bienaventuranzas son ocho puertas distintas, no hay que entrar por todas ellas. Cada cual puede elegir la que mejor le vaya con su forma de ser y sus circunstancias.

Evitar dos errores

            En conclusión, las bienaventuranzas no dicen: «Sufre, para poder entrar en el Reino de Dios». Lo que dicen es: «Si sufres, no pienses que tu sufrimiento es absurdo; te permite entender el evangelio y seguir a Jesús».

            No dicen: «Procura que te desposean de tus bienes para actuar de forma no violenta». Dicen: «Si respondes a la violencia con la no violencia, no pienses que eres estúpido, considérate dichoso porque actúas igual que Jesús».

            No dicen: «Procura que te persigan por ser fiel a Dios». Dicen: «Si te persiguen por ser fiel a Dios, dichoso tú, porque estás dentro del Reino de Dios».

            Pero, al tratarse de los valores que estima Jesús, las bienaventuranzas se convierten también en un modelo de vida que debemos esforzarnos por imitar. Después de lo que dice Jesús, no podemos permanecer indiferentes ante actitudes como la de prestar ayuda, no violencia, trabajo por la paz, lucha por la justicia, etc. El cristiano debe fomentar esa conducta. Y el resto del Sermón del Monte le enseñará a hacerlo en distintas circunstancias.

Las puertas y el palacio

            Finalmente, no olvidemos que estas ocho puertas nos permiten entrar en el palacio y sentarnos en el auditorio en el que Jesús expondrá su programa a propósito de la interpretación de la ley religiosa, de las obras de piedad, del dinero y la providencia, de la actitud con el prójimo… Este gran discurso es lo que llamamos el Sermón del Monte. Limitarse a las bienaventuranzas es como comprar la entrada del cine y quedarse en la calle.

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01 Noviembre. Fiesta de Todos los Santos

Domingo, 1 de noviembre de 2020
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«Felices…» (Mt 5, 1-12)

Este año nos toca vivir la fiesta de todos Santos de otra manera, tampoco es que siempre se haya vivido igual, la diferencia está en que este año no hemos elegido nosotros el cambio, nos ha venido sin buscarlo. Este tiempo de pandemia nos está obligando a reinventar muchas cosas y también a pensar en todo aquello que solemos dejar “para más adelante”. Nuestra sociedad que no quería ni oír hablar de la muerte se ha encontrado sin poder estar con sus seres queridos en el momento de la enfermedad y la muerte y eso nos ha obligado a pensar.

La muerte no es un cuento, ni una leyenda. Es una realidad con la que tarde o temprano tenemos que lidiar. Un día moriremos, eso seguro. Pero además mueren también nuestro seres queridos y cuando eso ocurre no sabemos qué hacer con su ausencia, no sabemos vivir el duelo, nadie nos ha enseñado a convivir con la muerte…

Por eso hoy os dejamos con esta oración de San Agustín, cada una puede leerla como si la hubiera escrito esa persona amada que falleció y que estos días tenemos presente.

No llores si me amas

No llores si me amas,
si conocieras el don de Dios y lo que es el cielo.

Si pudieras oír el cántico de los ángeles
y verme en medio de ellos.
Si pudieras ver desarrollarse ante tus ojos; los horizontes, los campos
y los nuevos senderos que atravieso.

Si por un instante pudieras contemplar como yo,
la belleza ante la cual las bellezas palidecen.

¿Tú me has visto,
me has amado en el país de las sombras
y no te resignas a verme y
amarme en el país de las inmutables realidades?

Créeme.
Cuando la muerte venga a romper las ligaduras
como ha roto las que a mí me encadenaban,
cuando llegue un día que Dios ha fijado y conoce,
y tu alma venga a este cielo en que te ha precedido la mía,
ese día volverás a verme,
sentirás que te sigo amando,
que te amé, y encontrarás mi corazón
con todas sus ternuras purificadas.

Volverás a verme trasfigurado, en éxtasis, feliz.
ya no esperando la muerte, sino avanzando contigo,
que te llevaré de la mano por
senderos nuevos de Luz…y de Vida…
¡Enjuga tu llanto y no llores si me amas!
*
(San Agustín)

*
Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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A pesar de mis fallos, soy plenitud.

Domingo, 1 de noviembre de 2020
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solemnidad-todos-los-santosMt 5, 1-12

Los matemáticos dicen que la distancia de cualquier número, por grande que sea, al infinito, es siempre infinita. Para Dios todos somos iguales, no hay posible distinción. ¿Qué sentido tiene entonces el marcar las diferencias entre unos y otros? La fiesta de “Todos los Santos”, entendida como diferencia de perfección entre los seres humanos no tiene mucho sentido. Por eso le he cambiado el título y he puesto: Todos santos; aunque también podía haber puesto “Todos pecadores” y sería exactamente igual de cierto. Para Dios no hay diferencia ninguna, porque nos ama a todos por lo que Él es.

Si por santo entendemos un ser humano perfecto, significaría que ya ha llegado a su plenitud y por lo tanto se habrían acabado sus posibilidades de crecer. Pero su verdadero ser, y por lo tanto su perfección, nada tiene que ver con su biología o con su moralidad. A esa parte de nuestro ser no afectan las limitaciones, sean del orden que sean. Es una realidad que permanece siempre intacta. Descubrir, vivir y manifestar ese verdadero ser, es lo que podíamos llamar santidad y es posible para todos.

Cuando creemos que para ser santo tenemos que anular los sentidos, reprimir los sentimientos, machacar la inteligencia y someter la voluntad, nos estamos exigiendo la más torpe inhumanidad. La plenitud de lo humano solo se alcanza en lo divino, que ya está en nosotros. Vivir lo divino que hay en nosotros es la meta de lo humano. El verdadero santo no es el perfecto sino el sincero. El santo nunca descubrirá que lo es. Por favor, que nadie caiga en la tentación de aspirar a la “santidad”. Aspirad solo, a ser cada día más humanos, desplegando el amor que es Dios y está en vosotros.

Cuando hemos puesto la santidad en lo extraordinario, nos hemos salido de todo marco de referencia evangélico. Si creemos que santo es aquel que hace lo que nadie es capaz de hacer, o deja de hacer lo que todos hacemos, ya hemos caído en la trampa del ideal de perfección griega, que durante siglos se nos ha vendido como cristiana. Cuando un joven le dice a Jesús: “Maestro bueno”. Jesús le responde: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno más que Dios. ¿Qué hubiera contestado si le hubiera llamado santo?

Todos somos santos, porque nuestro verdadero ser es lo que hay de Dios en nosotros; aunque la inmensa mayoría no lo hemos descubierto todavía, y de ese modo, tampoco podemos manifestar lo que somos. Somos santos por lo que Dios es en nosotros, no por lo que nosotros somos para Dios o para los demás. La creencia generalizada de que la santidad consiste en desplegar las virtudes morales, no tiene nada que ver con el evangelio. Recordemos: “Las prostitutas y los pecadores os llevan la delantera en el reino de Dios”. Para Jesús, es santo el que descubre el amor que llega a él sin mérito ninguno por su parte. La perfección moral es consecuencia de la santidad, no su causa.

Debemos tener mucho cuidado a la hora de hablar de los santos como “intercesores”. Si lo entendemos pensando en un Dios, que solo atiende las peticiones de sus amigos o de aquellos que son “recomendados”, estamos ridiculizando a Dios. En Jn 16,26-27 dice Jesús: “no será necesario que yo interceda ante el Padre por vosotros, porque el Padre mismo os ama”. Lo hemos dicho hasta la saciedad, Dios no nos ama porque somos buenos o por recomendación de uno que lo es, sino porque Él es amor. Es un poco ridículo seguir repitiendo una y otra vez: Señor, ten piedad (15 veces en cada eucaristía).

Se puede entender la intercesión de una manera aceptable. El ejemplo de esas personas, que han tomando conciencia de su verdadero ser y son capaces de hacer presente a Dios en todo lo que hacen, puede ayudarnos a descubrirlo, y por lo tanto puede acercarnos a Dios. Descubrir que ellos confiaron en Dios, a pesar de sus defectos, nos tiene que animar a confiar más en nosotros. No solo valdría para los que conviven con ellos, sino para todos los que, después de su muerte, tuvieran noticia de ‘su vida y milagros’. Sería el camino más fácil para que creciera el número de los “conscientes”.

Debemos tener cuidado con la “comunión de los santos”. No se trata de unos “dones” o unas “gracias” que ellos han merecido y que nos ceden a nosotros. Es ridículo cuantificar y almacenar los bienes espirituales. Todo lo que nos viene de Dios es siempre gratuito y nunca se puede merecer. “Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Ahora bien, en el momento que se tiene conciencia de la unidad, se comprende que todo lo que hace uno repercute en el todo. La doctrina de Pablo es esclarecedora: “Todos formamos un solo cuerpo”.

En esta fiesta celebramos la bondad, se encuentre donde se encuentre. Es una fiesta de optimismo, porque, a pesar de los telediarios, hay mucho bien en el mundo si sabemos descubrirlo. Es cierto que mete más ruido uno tocando el tambor que mil callando. Por eso nos abruma el ruido que hace el mal y no nos queda espacio para descubrir el bien. Hoy es el día de la alegría. La Vida y el Bien triunfan sobre la muerte y el mal. La vida merece siempre la pena. Esta alegría de vivir tenemos que mantenerla a pesar de tanto sufrimiento y dolor como hay en nuestro mundo. A pesar de que muchos seres humanos consumen su existencia sin enterarse de lo que son y se conforman con vegetar.

Las bienaventuranzas nos descubren el verdadero rostro del “santo”. ¿Quién es dichoso? ¿Quién es bienaventurado? Felicitar a uno porque es pobre, porque llora, porque pasa hambre, porque es perseguido, sería un sarcasmo para el común de los mortales. Sobre todo si le engañamos con la promesa de que serán felices más allá. Haber reservado la palabra “bienaventurado” para los que han muerto, es una manipulación del evangelio inaceptable. Aquí abajo, el dichoso es el rico, el poderoso, el que puede consumir de todo sin dar un palo al agua. Esa escala de valores queda trastocada por el evangelio.

Las bienaventuranzas no se pueden entender racionalmente, ni se pueden explicar con argumentos. Cuando Pedro se puso a increpar a Jesús, porque no entendía su muerte, Jesús le contestó: “Tú piensas como los hombres, no como Dios”. Solo entrando en la dinámica de la trascendencia, podemos descubrir el sentido de las bienaventuranzas. Solo descubriendo lo que hay de Dios en mí, podré darme cuenta del verdadero valor. Para que una persona sea dichosa le tenemos que dar aquello que considera el valor supremo para ella. Tenga lo que tenga, si no lo percibe como valor absoluto, no le hará feliz.

Las bienaventuranzas no son un sí de Dios a la pobreza y al sufrimiento, sino un rotundo “no” de Dios a las situaciones de injusticia, asegurando a los pobres lo más grande que pudieran esperar, el amor que es Dios. En Él los pobres pueden esperar, tener confianza. No para un futuro lejano, sino ya, aquí y ahora. Puede ser bienaventurado el que llora, pero nunca el que hace llorar. Puede ser feliz el que pasa hambre, pero no el que tiene la culpa del hambre de los demás. Buscar la salvación en las seguridades terrenas es la mejor prueba de que no se ha descubierto el amor de Dios. Aún en las peores circunstancias imaginables, las posibilidades de ser, nadie puede quitártelas

En la celebración de este día, no tenemos que pensar en los “santos” canonizados, ni en los que desarrollaron virtudes heroicas, sino en todos los hombres que descubren la marca de lo divino en ellos, y ese descubrimiento les empuja a mayor humanidad. No se trata de celebrar los méritos de personas extraordinarias, sino de reconocer la presencia de Dios, que es el único Santo, en cada uno de nosotros. El merito será siempre de Dios. Muchas de esas personas, que se han ido y recordaremos mañana, son verdaderos santos.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Trabajar por la paz.

Domingo, 1 de noviembre de 2020
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bienaventuranzas-basilicaLa paz es para el mundo lo que la levadura para la masa (El Talmud).

Mt 5, 1-12. Dichosos los que trabajan por la paz porque serán llamados hijos de Dios (v9)

Trabajar con todo cuanto existe en el universo:

Con cuantos Seres Vivos pueblan hoy nuestro menesteroso Planeta, que nos pide la limosna de no deteriorarlo más de lo que ya está.

Con el Medio Ambiente en general, no estropeándolo al arrojar cosas que perjudican su salud física.

Con el Aire, que nada pueda lesionar su bienestar.

Con el Agua que desciende de las nubes, las de las fuentes ríos y mares, para que no la contaminen.

Con los árboles del bosque, para que sus troncos poderosos y las hojas verdes de sus ramas crezcan normalmente.

Con todos los Seres que hoy poblamos este mundo, para que no nos vayamos antes del tiempo fijado por la Madre Naturaleza, que con tanto cariño nos contempla, lo que, como Jesús dijo en el Sermón de La Montaña, nos hará dichosos.

Dicho Sermón, es la Carta Magna del nuevo pueblo de Dios, que se ha de leer con el Monte Sinaí y Moisés de fondo como se recuerda en Éxodo 19.

Encabezan el discurso del Monte las Bienaventuranzas, que constituyen el nuevo programa del reinado de Dios: son enunciados de valor, no mandatos como el decálogo del Sinaí, una invitación a superarse constantemente; una denuncia de mezquindades; una oferta de misericordia de Dios y den del gozo incontenible que nos trae.

Las palabras de Jesús son, en primer lugar, un convite a vivir la pobreza, la aflicción, el desprendimiento el hambre y la sed de justicia como bienaventuranza, y así la pobreza material de espíritu se transforma en pobreza de corazón o apertura y confiada a la voluntad y providencia del Padre; la aflicción, en consuelo mesiánico, el único capaz de dar sentido al sufrimiento y a la muerte; el desprendimiento, en posesión de la herencia de la tierra, y el hambre y la sed de justicia, en la esperanza radical que traerá la Buena Noticia.

Estas cuatro primeras bienaventuranzas podrán dar la impresión de una fácil y falsa espiritualización de la dura realidad humana con la esperanza pasiva de una reivindicación de un reinado; pero no es así, a estas cuatro actitudes del corazón, siguen las otras cuatro bienaventuranzas del compromiso y del empeño por cambiar la realidad y hacer presente el reinado de Dios aquí y ahora: el compromiso de la misericordia y solidaridad; el empeño de una vida honrada y limpia; el trabajo por la paz y la reconciliación.

En estas bienaventuranzas, Jesús anuncia el comienzo que ya está sucediendo en la praxis de los pobres; y es en la práctica de los pobres donde despunta, aunque de lejos, la nueva creación donde se construye en torno a sus ejes básicos: la posesión compartida de la tierra, ausencia de males que hacen sufrir y llorar, práctica de la justicia y de la solidaridad.

De mi libro Yo amo el planeta

DESPERTAR DE LA NATURALEZA

Que los vientos -espíritus de vida-
soplen sobre las cuerdas de mi Oriente
y las hagan sonar hasta Occidente
con ámbito de Pascua florecida.

Sueño el suave siseo de la fuente
-ayer tan excitada y hoy dormida-
en cuyo centro vigilante anida,
el manso resurgir del Medioambiente.

Un despertar de la Naturaleza,
que, avivando el fuego de los sueños,
enciende de colores su corteza.

Tu enternecida piel entonces reza
y entona villancicos navideños
agradeciendo a Dios tanta riqueza

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Recordatorio

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