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26.11.23. Cristo-Rey: Salvación en la historia, liberar a los condenados (Mt 25, 31-46)

Domingo, 26 de noviembre de 2023

IMG_1499Del blog de Xabier Pikaza:

Culmina el año litúrgico 2023 (año de Mateo), con un texto dividido en dos niveles:(a) El plano superior presenta la venida de Cristo-Rey (Hijo del hombre) que  separa a los hombres y pueblos según haya sido su conducta, poniendo a los buenos (ovejas) a su derecha en el cielo, y arrojando los malos (cabras) a su izquierda (al infierno). (b) El plano inferior distingue a los hombres conforme a sus obras: Dar de comer, acoger, vestir, curar, cuidar, liberar a los demás, o no hacerlo, mostrando así que Dios libera a los hombres haciendo que ellos se liberen a sí mismo.

La iglesia en general ha dado más importancia a la venida final del Cristo-Juez que a las obras de los hombres, sin advertir que hay una clara relación entre ambos planos: El Cristo-juez pide a los hombres que alimenten, acojan, curen y salven a otros seres humanos, comprometiéndose él mismo con su vida y muerte a liberarles.

Escribí sobre este texto una larga y premiosa tesis doctoral, Aquí me atrevo a condensarla, ofreciendo así un compendio de la historia y teología humana. Detalles, bibliografía y sentido del tema en  tesis citada,  en libro sobre teología bíblica   comentario de Mateo.

Mt 25, 31-46

Parábola del juicio, “obra de Dios:  25 31 Pues cuando venga el Hijo del Hombre en su gloria, y todos los ángeles con Él, entonces se sentará en el trono de su gloria; 32 y serán reunidas delante de Él todas las naciones; y separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras. 33 Y colocará las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda.

Obras de los hombres, historia humana:

[Salvación] 34 Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. 35 Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui extranjero y me acogisteis; 36 estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. 37 Entonces los justos le responderán, diciendo: Señor, ¿cuando te vimos hambriento y te alimentamos, o sediento y te dimos de beber? 38 ¿y cuándo te vimos extranjero y te acogimos o desnudo, y te vestimos? 39 Y cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, vinimos a ti? 40 Respondiendo el Rey, les dirá: En verdad os digo: cada vez que lo hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí lo hicisteis.

[Condena] 41 Entonces dirá también a los de su izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno que ha sido preparado para el Diablo y sus ángeles. 42 Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed y no me disteis de beber; 43 fui extranjero y no me acogisteis; estaba desnudo y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis. 44 Entonces ellos también responderán, diciendo: Señor, cuando te vimos hambriento o sediento, o extranjero o desnudo o enfermo, o en la cárcel, y no te servimos? 45 El entonces les responderá, diciendo: En verdad os digo: cada vez que no lo hicisteis a uno de esto más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis.

[Conclusión] 46 E irán estos al castigo eterno, pero los justos a la vida eterna..

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Carta magna del cristianismo

Mt 25, 31-46 es un texto de revelación suprema de Dios y de juicio humano, elaborado por la Iglesia desde una perspectiva israelita de pacto, condensando de esa forma el mensaje de Jesús, en línea de apertura universal (revelación de Dios) y de compromiso creyente, identificando a Dios (a su representante) con los necesitados, en un camino que va del hambre a la cárcel:

‒ Este pasaje responde al mensaje de Jesús, según el evangelio de Mateo, que había vinculado su Reino con el juicio que ha de aplicarse a todos los hombres, partiendo de la misericordia de Dios, la curación de los enfermos y la salvación de los pecadores. En esa línea, el mismo Jesús o sus seguidores inmediatos han podido afirmar que Dios se identifica con los pequeños y los pobres, con quienes sufre y a quienes ofrece salvación. Éstos son sus rasgos principales:

– Juicio de Dios, las grandes necesidades de los hombresque pueden dividirseen tres niveles: material (hambre y sed), social (exilio y desnudez), radical (enfermedad y cárcel). Esas necesidades expresan y condensan los males más corrientes de los hombres y mujeres, bien conocidos en la historia de los pueblos.  No existe, que sepamos, ningún texto judío o pagano (egipcio, mesopotamio, chino…) que haya sistematizado las necesidades humanas de esa forma y las haya entendido como efecto de una falta de justicia de unos hombres que no ayudan a los otros y como expresión del sufrimiento de Dios, que padece en los necesitados.

 Este pasaje no discute la causa radical de esos males, aunque sabe que están vinculados con la injusticia humana (unos hombres no ayuda a los otros)… y sabe también que en esos males se expresa de un modo misterioso el mismo ser divino. El texto no razona sobre el origen del hambre o de la cárcel, sino que supone su existencia y busca una forma de solucionarlos, no en clave de imposición legal, sino de llamada a la conversión (transformación) humana, en una línea gratuidad, desde la experiencia del Dios que se hace presente en las necesidades de los hombres, y les pide que sean solidarios unos con los otros, en perspectiva de juicio final.

 Cielo: Venid, benditos de mi Padre.

 La trama del sufrimiento humano pide una respuesta que ha de darse en la historia, pero que la desborda, pues se expresa y ratifica en la culminación del tiempo (con la venida o manifestación del Hijo del Hombre). De esa manera, desde ese fin se entiende la acción en favor de los expulsados del conjunto social (hambrientos, exilados, enfermos, encarcelados…), una acción que no se ejerce en línea de antítesis violenta (lucha de pobres contra ricos, de libres  contra encarcelados), sino de solidaridad transformadora entre todos los hombres y mujeres, de manera que el reino de Dios se identifica con el amor gratuito que unos ofrecen entre sí, sabiendo que los necesitados son el signo supremo de Dios y que los justos (los servidores, los que acogen y cuidan a los otros) son la expresión de su presencia en la historia.

En un sentido, el texto se encuentra construido en forma de antagonismo simétrico entre ovejas y cabras, derecha a izquierda, servicio y no servicio, premio y castigo, situándose así en un plano legal, que responde de manera muy significativa al mensaje israelita y de la iglesia primitiva. Las  dos partes de esa escena del juicio (derecha e izquierda, bien y mal) forman una especie de tablero simbólico, de tipo universal, para que en su fondo se destaque mejor lo inaudito: la preponderancia plena de la gracia de Jesús, Hijo de Hombre, que, tras contar esta “parábola”, según Mateo, seguirá caminando hacia la cruz para ofrecer su redención a muchos, es decir, a todos (cf. 20, 28; 26, 28). Sólo en ese fondo de entrega de Jesús puede entenderse este pasaje.

  Del hambre a la cárcel. El camino de muerte de la historia humana

 ‒ Ésta es, quizá, la primera tabla social (universal) de los derechos humanos,la más concreta e importante de todas. Éstos no son los derechos de una nación, de un Estado social, de una Iglesia… sino los derechos de la humanidad empezando por los pobres. Éstos son ante todo los derechos de los pobres (hambrientos, encarcelados), no en sentido general, como en la Revolución francesa (libertad, igualdad, fraternidad), sino en una línea concreta, que implica y exige la presencia, ayuda y asistencia del conjunto social (=dar de comer, visitar al encarcelado).  Éstos son los derechos que todos los hombres y mujeres tienen a ser atendidos.

Esos derechos marcan y definen el carácter divino de la vida humana, pues son los deberes y derechos del mismo Dios, que se ha encarnado en Cristo, no sólo de un modo individual (en Jesús, un hombre concreto), sino en sentido universal: en todos los hombres, y de un modo especial, en cada uno de los pobres en concreto, que son “hermanos” de Jesús, presencia de Dios. Esta encarnación de Dios (de Cristo) en los pobres-necesitados marca identidad suprema de la vida humana, como vida de Dios.

Esos derechos suscitan unos deberes correspondientes, que se fundan en la gracia y compromiso básico de reconocer, acoger y ayudar al mismo Dios que está presente en los necesitados. En esa línea, el deber fundamental no es el de honrar a los poderosos, sino el de atender, acoger y cuidar a los necesitados.

 ‒ Estas seis necesidades no son en principio de tipo religioso ni de estructura eclesial (el problema de fondo no es la falta de evangelización estricta, de buena religión o sacramentos…), sino de tipo humano, en el sentido básico del término. La iglesia cristiana, comprometida a cumplir estas “obras” (dar de comer, acoger al extranjero, visitar al encarcelado…), según el evangelio, ha de ponerse ante todo al servicio de la humanidad necesitada, por encima de un pueblo concreto (Israel, Antiguo Testamento), no para negarlo, sino para universalizar su aportación, o por encima de la misma iglesia, como institución creyente, tampoco aquí para negarla, sino para indicar mejor el sentido universal de su experiencia de Dios y su tarea de servicio humano.

‒ Son obras abiertas a todos los pueblos, es decir, a todas las unidades sociales, entendidas en forma cultural o social, cada uno de esos pueblos con su propia identidad, conforme a una visión común del Antiguo Testamento, que divide a los hombres y mujeres en lenguas y naciones (no en imperios, estados o clases sociales), para vincularlos después desde las necesidades de cada uno de los hombres. Significativamente, este pasaje deja a un lado las grandes unidades políticas (imperios, estados, reino…) que, a su entender son secundarias, para situarnos ante los pueblos, entendidos como unidades culturales y sociales de convivencia. Pero después tampoco los pueblos como tales importan, pues en contra de las grandes diatribas de los mensajes proféticos contra los estados-pueblos (cf. Ez 25-32), aquí esos estados-pueblos  desaparecen inmediatamente, de manera que ante el juez final quedan sólo hombres concretos, de cualquier pueblo o nación. Esas necesidades son las que vinculan a todos los pueblos y las que suscitan una serie de “obras”.

Éstas obras está estructuradas de un modo creciente, entre el hambre y el encarcelamiento.Es muy importante poner de relieve el orden progresivo, como si formaran una “cadena”, es decir, un proceso o progreso que va desde el hambre a la cárcel, que aparece como culminación de todos los males de la historia humana. Resulta fundamental tener en cuenta este ordenamiento, pues nos permite descubrir que la cárcel no nace de sí mismo, sino que, según Mt 25, 31-45, es la consecuencia y culminación de un tipo de males que empiezan con el hambre.

               Como seguiré indicando, estas seis obras son de tipo humano integral, aunque después la Iglesia ha tendido a llamarles obras corporales, añadiendo una séptima (que sería enterrar a los muertos) y poniendo a su lado unas siete obras también importantes, que serían “espirituales” (enseñar a quien no sabe, dar buen consejo a quien lo necesita, corregir al que yerra…). Pues bien, conforme al esquema de Jesús, cuidadosamente estructurado por Mt 25, todas las obras de misericordia se condensan en estas seis, que son espirituales y corporales, que son cristianas siendo universales, que empiezan por el hambre y culminan en la cárcel, como seguiré indicando.

               Por eso, según Mt 25, 31-46, no se puede visitar (liberar) a los encarcelados de verdad si es que no se empieza desde el principio, es decir, dando de comer a los hambrientos, para ir pasando desde ahí a todas las restantes (dar de beber, acoger a los exilados, vestir a los desnudos…). En ese sentido el “apostolado carcelario” (es decir, el envío de los cristianos a las cárceles del mundo) ha de entenderse como culmen y compendio de un testimonio completo de vida mesiánica, es decir, de compromiso al servicio de los necesitados.

  1. Tuve hambre y me disteis de comer (Mt 25, 35)

En principio, el hambre es una necesidad material, y parece fácilmente remediable, pues la tierra ofrece mucho alimento, y el hombre actual sabe producir, de manera que hay comida suficiente para todos. Pero de hecho los hombres concretos no saben o no quieren compartir la comida (los bienes), de forma que unos tienen pan sobrante y otros mueren por falta de alimento. Por eso, aunque el hambre tiene varias raíces(escasez de recursos, desgracias, subdesarrollo de algunos colectivos…), en sentido más profundo, ella proviene de dos principales: el egoísmo de algunos y la injusticia del sistema social.

Ciertamente, hay otros temas y cuestiones en el fondo del hambre, como principio de un camino que, en su forma actual, desemboca en la cárcel. Pero es evidente que sin una transformación económica, si no se empieza replanteando y resolviendo el tema del hambre es imposible resolver el de la cárcel. En el principio de un camino de libertad, tal como lo ha propuesto Jesús, se encuentra el don y la exigencia (la experiencia concreta) de comer juntos, compartiendo panes y peces, a campo abierto, sin expulsiones ni exclusiones, como muestran los relatos de las multiplicaciones (cf. Mc 6, 35-44; 8, 1-9 par).

Éste no es sólo un camino de los ricos “que dan de comer a los pobres”, manteniendo en su forma actual el orden existente, sino un camino de transformación de conjunto, que ha de empezar por los mismos hambrientos, que (según las bienaventuranzas) pueden abrir y abren con Jesús un proyecto de comunión universal, para todos los hombres. No se trata pues sólo de que los ricos empiecen dando de comer a los pobres desde arriba, sino de que todos empiecen a compartir lo que tienen, empezando por los mismos pobres.

2. Tuve sed y me disteis de beber (Mt 25,35).

 El agua era (y sigue siendo) tan urgente y necesaria como el pan, pues en zonas y tiempos de sequía el mayor riesgo para el hombre es la falta de bebida, como así aparece indicarlo Mt 10, 42: “Aquel que os diere de beber un vaso de agua, no quedará sin recompensa”. Conforme, al conjunto de la Biblia, Dios ofrece el agua, para que los hombres la compartan, en un plano de conjunto, donde se vinculan el aspecto material y espiritual, físico y social.

Con ese convencimiento ha elaborado el evangelio de Juan su tradición social y mística del agua, en una serie de textos escalonados, que  empiezan por la Bodas de Caná, donde Jesús transforma el agua de las purificaciones en vino del Reino (cf. Jn 2, 1-11), siguiendo por la conversación con Nicodemo, al que asegura que debe renacer del agua y del espíritu (Jn 3, 3-5), para añadir, ante el pozo de Siquem, que el mismo Jesús ofrecerá a los hombres un agua que “salta” hasta la vida eterna (cf. Jn 4, 13-14) y culminar en la palabra del templo: “Quien tiene sed que venga a mí; y que beba aquel que cree en mí; pues… ríos de agua viva brotarán de su seno” (Jn 7, 37-39).

 Ciertamente, el agua tiene otros sentidos, pero la primera bendición de Dios, la más importante, está simbolizada por el agua que debemos mantener con limpieza (sin contaminación) y dar a los pobres, compartiéndola con ellos, para así vivir en hermandad. Sólo partiendo del agua podemos hablar de otras obras de misericordia: Vestir al desnudo, acoger al extranjero… Lo más espiritual (Espíritu de Dios) se identifica con el don material del agua (bebida para los necesitados). Mientras todos los hombres y mujeres no tengan acceso al agua, en igualdad y justicia, no se puede hablar de fraternidad humana.

3. Fui extranjero y me acogisteis (Mt 25,35).

Acoger se dice en griego synagô, recibir, reunir en un grupo. De la misma raíz proviene la palabra sinagoga, reunión o comunidad, en sentido social. Pues bien, en ese contexto, Jesús pide que acojamos en nuestro grupo (país, comunidadasamblea) a los extraños (xenoi), en gesto de hospitalidad integral, es decir, humana, en el sentido espiritual y social. No se trata de recibir sólo a los demás (a los extranjeros) en una iglesia entendida en línea espiritualista, sin más vínculos que un tipo de oración aislada de la vida, ni tampoco de ofrecer unos servicios sociales desde un plano superior (desde fuera), sino de acoger en comunidad, compartiendo la propia vida con los marginados y extranjeros.

 Los xenoi o extranjeros antiguo provenían de otros lugares, con otras culturas, pues habían debido abandonar su tierra, casi siempre por razones de comida, para vivir en entornos económicos, culturales y sociales extraños, en ambientes casi siempre adversos. Solían ser pobres y así en general carecían no sólo de bienes económicos, sino también personales y afectivos. Lógicamente, ellos formaban parte de los estratos socialmente menos reconocidos (valorados) de la población, condenados al ostracismo y rechazados como peligrosos, en una sociedad estamental donde ser extranjero significaba carecer de un espacio social reconocido (apareciendo además casi siempre como fuente de riesgos, de robos etc.). Por eso, al decir “fui xenos y (no) me acogisteis”, el texto piensaante todo en una iglesia o comunión creyente que ha de ser casa para los sin casa (como dice 1 Pedro).

4. Estaba desnudo y me vestisteis (Mt 25,36)

               El vestido definía al hombre por su situación social y oficio.  Según eso, desnudo no es sólo (ni ante todo) quien no tiene ropa, sino aquel que está excluido, humillado, oprimido por otros, pues carece de la dignidad y lugar social que le ofrece el vestido. El desnudo es un extranjero en su propio país y en su tierra, aquel que no ha podido lograr que se reconozca su dignidad, o ha sido expulsado del orden social. (a) Se trata, por tanto, de vestir en sentido externo. Por eso, quien tiene ropa sobrante (capa de rey, manto de sacerdote, túnica de labrador) y no viste al desnudo es un ladrón, merecedor del juicio (como supone Juan Bautista: Lc 3, 11). (b) ‒ Pero se trata, sobre todo, de vestir en un sentido integral, creando espacios de dignidad, de cultura compartida, formas de vida en las que nadie sea en principio  excluido, rechazado.

En esa línea, en sentido radical, desnudo no es aquel que no tiene ropa material, sino el que va “mal vestido”, en sentido físico y personal, el marginado, humillado y oprimido, hombre o mujer sin defensa, a merced de los otros, rebajado, rechazado, sin derecho (cf. Sant 2, 2-3). El extranjero carecía de protección social, no tenía sinagoga, y era por eso muy pobre. Pero más pobre es aún el desnudo, pues carece de protección personal y dignidad, pudiendo ser manipulado, en un plano sexual, laboral y social.

Desnudo es, según eso, el que no tiene derecho, ni dignidad, hallándose por tanto a merced de los demás. Especialmente desnudas en ese plano están las mujeres de la trata sexual, los niños y niñas robados y prostituidos, y en sentido más amplio todos aquellos que carecen de defensa o protección, corriendo siempre el riesgo de ser utilizados, destruidos, encarcelados. Estos desnudos son los más “seguros” candidatos a la cárcel, pues viven a la intemperie, sin cobertura social ni jurídica, personal ni económica, a merced de las propias necesidades y de la violencia del ambiente, apareciendo, así como contrarios a los valores de la sociedad establecida.

5. Estuve enfermo y vinisteis a mí (Mt 25, 36), cuidasteis de mi (Mt 25, 32).

La iglesia de Mateo no es un simple hospital para morir, sino una casa para vivir en compañía, superando el miedo, la opresión y la violencia, como quiso Jesús, mesías de la salud. A Jesús no le importaba el origen social o personal de las dolencias (cosa que ha de verse en otro plano), pero sabía que toda enfermedad tiene un aspecto social (depende de la forma de relacionarnos con los otros), y otro que puede llamarse espiritual (pues puede no sólo destruir al ser humano, sino impulsarle a poner su vida al servicio de los otros), iniciando a partir de aquí un programa de visita y sanación de los enfermos, una medicina de presencia curadora. Pues bien, en este contexto se pueden distinguir de un modo inicial cuatro tipos de enfermedades:

Hay enfermedades que derivan del hambre y sed. Ellas dominan en países del tercer mundo, y se extienden también en nuestra sociedad capitalista (en sus bolsas de pobreza). Hambre y enfermedad van unidas, como sabe el relato de los jinetes del Ap 6, 1-7. Por eso, la primera forma de visitar a los enfermos consiste en crear una cultura de salud, que empieza en el hogar o familia, que se expresa en los grupos sociales y que culmina en una “política” sanitaria al servicio de todos.

Hay enfermedades más relacionada con el exilio y desnudez, con la violencia social, la falta de cariño y el desfondamiento personal, en línea psicológica. Muchos exilados y desnudos terminan enfermos, con dificultad de adaptación y malestar interior, sin ternura ni raíces, con propensión a la violencia. Pues bien, al situarse ante esos enfermos, el conjunto social pierde su humanidad si no les atiende, convirtiéndose en un campo de lucha de todos contra todos. Por eso visitar a los enfermos implica superar las condiciones de exilio en que muchos de ellos viven (malviven) y enferman, no solamente en el sentido de que pueden sufrir algunas enfermedades, sino de que son radicalmente enfermos.

Hay enfermedades propias de la cultura del bienestar, ligadas al hastío de la vida y a la falta sentido. Ellas pueden hallarse vinculadas a problemas genéticos, pero casi siempre tienen un origen familiar y social. La “buena” y rica sociedad de occidente ha logrado altas cotas de bienestar sanitario, pero también ha visto aumentar sus dolencias, sobre todo psíquicas. Nuestra cultura ha resuelto grandes problemas, pero no ha logrado dar sentido (=salud) a las personas. Ha crecido el poder material, pero han aumentado también  las bolsas de pobreza material, social, humana.

Hay finalmente un tipo de enfermedad muy vinculado con la cárcel… He venido diciendo que muchos encarcelados vienen del hambre y de la sed, del exilio (extranjeros) y de la desnudez… Pues bien, al lado de (o juntamente con) ellos hay muchos encarcelados que vienen de la enfermedad,  que son enfermos sociales y personales, de manera que las cárceles de algunos países de occidente se han convertido en un tipo sanatorios psiquiátricos, pero sin  verdadera atención a los enfermos, sanatorios donde a los internos se les “calma” con pastillas, sin ofrecerles verdadera curación. Deberían ser sanatorios,  pero se han convertido en un tipo de “moritorios”, máquinas para la muerte.

 6. Estuve en la cárcel y vinisteis a mi (25, 36) y cuidasteis de mi (Mt 25, 43).

Resulta significativo el hecho de que Mt 25, 31-46 presente al final de su lista de necesidades humanas los encarcelados, tras los hambrientos-sedientos-extranjeros-desnudos-enfermos, como para indicar que en ellos se condensan y culminan todos los males de la sociedad, que son signo de la presencia de Dios sobre la tierra. Y sigue siendo significativo el hecho de que no les presente en modo alguno como culpables (pero tampoco como inocentes), sino simplemente como “detenidos”, es decir, como personas que está bajo custodia o confinamiento (en phylakê), sin añadir ningún tipo de reflexión moralista, judicial o social.

Pues bien, estos encarcelados, a quienes la sociedad encierra (expulsa) como peligrosos, culminando con ellos el camino que empieza con el hambre y sed y sigue con el exilio, desnudez y enfermedad, son para Jesús una especie de piedra angular de la comunidad mesiánica, en la línea del cimiento del reino que es el mismo Hijo de Dios que ha sido expulsado de la “viña” (de la buena sociedad) y condenado a muerte, pues no cabe en el edificio de la sociedad dominante (cf. 21, 43).

Sin duda, algunos encarcelados pueden representar un peligro para la vida de los demás (por perturbación psíquica o tendencias agresivas/homicidas insuperables) social, y no es sensato que queden sin más en libertad. Pero en conjunto, de hecho, la mayoría de los encarcelados actuales no van en contra de los valores humanos como tales, sino de este tipo de sociedad, de manera que resulta necesario un proceso de cambio social para superar la cárcel, sin olvidar, al mismo tiempo, la obra de presencia y ayuda a los encarcelados concretos.

Por eso, en este contexto, Jesús quiere ofrecer a los encarcelados una presencia humana de cuidado (¡como obra que se hace a Dios!), pidiendo a sus discípulos que se ocupen de ellos (estrictamente hablando, que les acojan y cuiden). La transformación de la sociedad resulta inseparable de la atención a los encarcelados reales.

 En un sentido más personal, la opresión más fuerte del ser humano puede ser la enfermedad, vejez y muerte de cada uno, como han puesto de relieve Buda y el Budismo, al insistir en la transformación personal de cada uno, superando sus deseos que conducen al sufrimiento. Pero en un plano social, conforme a la dinámica de la Biblia hebrea y a la experiencia de Jesús, tal como ha sido condensada en Mt 25, 31-46, la necesidad y dolor más alto se expresa en los encarcelados (y en las víctimas que ellos mismos han podido producir, quizá matando, robando…).

Al situarse ante ellos, Jesús no defiende ni condena el posible pecado moral de esos encarcelados, ni instituye una dinámica de tipo judicial, para saber si son o no culpables (cf. Mt 7, 1), para que así respondan a la justicia del mundo, sino que asume su dolencia y pide a la comunidad que se ocupe de ellos, que les visite y cuide, en un gesto mesiánico de solidaridad salvadora.

En un nivel externo, ese gesto de ayuda a los encarcelados parece oponerse a la a la sentencia final de este pasaje. Por un lado, Jesús pide a sus seguidores que visiten/atiendan a los encarcelados (no que les condenen). Pues bien, desde ese presupuesto: ¿Cómo podrá decir, al fin, a los de la izquierda que vayan al fuego, esto es, a la cárcel “eterna” (25, 41.46), sin visitarles ni ayudarle, a los que no han ayudado/visitado a los encarcelados?

La cárcel un tema teológico y social, una gran paradoja:

A partir de todo lo anterior se plantea la gran pegunta: ¿Puede Dios condenar al infierno final a los “injustos” (es decir, a la cárcel eterna) si él manda a los hombres que no condenen a los encarcelados, sino que les ayuden? En ese contexto, Mt 25,31-46 plantea un tema que resulta teóricamente insoluble, pues nos sitúa ante el misterio del mal, con la posibilidad de una “destrucción eterna” de los malvados, es decir, de aquellos que no ayudan a los otros.

Por un lado, Jesús pide a los suyos que visiten/ayuden a los encarcelados,  no que les “castiguen” ni que les condenan para siempre. En esa línea, los cristianos están llamados no sólo a perdonar en un sentido espiritual a los encarcelados (en el caso de que ellos sean son culpables), sino también a cuidarse de ellos, a ayudarles humanamente en gesto de visita/atención y recuperación, ofreciéndoles el perdón de Dios y el principio de una posible conversión. Eso significa que los cristianos no quieren “condenar” a nadie, mandándole a un tipo de “infierno” que es ya irrecuperable, sino que han de entender la cárcel como espacio de ayuda a los necesitados y como lugar de terapia para los culpables.

Pero al mismo tiempo, Jesús eleva su palabra contra aquellos que no ayudan a los encarcelados, amenazándoles con el “fuego eterno”, es decir, con la condena sin fin (con un infierno entendido como cárcel total y para siempre). De esa forma, da la impresión de que el mismo Dios (que ha de ser todo bondad, el que sufre en los que sufren) no cumple aquello que él pide a los hombres. (a) Por un lado, él pide a los hombres que perdonen y ayuden siempre, y que lo hagan de un modo especial con los encarcelados. (b) Pero él, en cambio, al final de la vida no ayuda a los que mueren “en pecado”, creando una especie de cárcel eterna e inmensa (sin salida) para aquellos que no ayudan (no han ayudado) a los encarcelados.

 Mt 25, 31-46  sabe que las cárceles de este mundo son  obra de los hombres, no de Dios, de manera que ese Dios de Jesús pide a los creyentes que ayuden a los encarcelados (que les atiendan, que les perdonen). Por eso, en un sentido radical, conforme al espíritu de Mt 25, 31-46 no ha podido crear el infierno (la cárcel suprema), sino que ha venido a superarlo (es decir, a evitarlo).

En esa línea, Mt 25, 31-46 sabe que la cárcel final, es decir, el mismo infierno es obra de los hombres, no de Dios, que quiere eliminarlo (y que para eso ha enviado a su Hijo Jesucristo al mundo), pero que, por otro lado, ha dejado a los hombres en manos de su propia opción, de manera que aquellos que no ayudan/sirven a los demás quedan sometidos al poder de propia muerte, esto es, del mal que ellos mismos han creado.

Dios tiene que dejar “abierta” la posibilidad del infierno, respetando así la libertad de los hombres… Esa libertad del infierno es la libertad que Dios nos deja para destruirnos a nosotros mismos, para destruir la vida de la tierra.. En ese sentido, el tema de la cárcel y el infierno nos deja en manos de la gran paradoja de Dios (que es la paradoja de la vida social). Cuando Jesús dice a los injustos “que vayan al fuego eterno” da la impresión de que está suponiendo que “ni Dios puede ayudar” a esos injustos, dejándoles bajo el poder de un tipo de “talión escatológico” (de un castigo final), que estaría por encima del mismo Dios, que aparece así como un espectador externo.

– Pero, al mismo tiempo, el Dios de Jesús (de Mt 25) es un Dios comprometido con la vida los hombres, que ha muerto para “sacarles del invierno”, según dice el Credo Romano: Descendió a los infiernos para liberar a todos los condenados. Esta es la última palabra del Cristo Rey del evangelio de Mateo, pues, pues el mismo juez que dice “estuve en la cárcel y me (o no me) visitasteis…” sigue diciendo que ha bajado al infierno para, para liberar a los encarcelados…”. Se trata, sin duda, del Dios que según la tradición (y la palabra del Credo Romano) ha bajado a los infiernos, a la gran cárcel de la historia humana, para liberar a los que estaban allí sometidos, es decir, para abrir al fin todas las cárceles.

Entendido así, nuestro texto (Mt 25, 31-46) nos deja en manos de la gran paradoja de la historia.

Por un lado, el Dios de Jesús (Jesús-Dios) se hace presente en los que sufren (hambrientos, sedientos…), y de un modo especial en los encarcelados, en los que culmina esta lista de los males, y así quiere ayudarles (liberarles de su perdición).

  1. Al mismo tiempo, el Dios de Jesús nos deja en manos de nuestra propia opción: Si destruimos la vida de los hombres de este mundo podemos destruirnos a nosotros mismos.
  2. Finalmente, según Mt 27 y el Credo Romano Jesús ha bajado al infierno de la historia humana, ha compartido la vida de los condenados al infierno, para liberarles a todos.

Urgencia social, ayudar a los encarcelados.

Desde el fondo anterior se entiende la tarea (la exigencia) de ayudar a los encarcelados. Jesús no quiso destruir por la fuerza las cárceles de su tiempo (siglo I d.C.), ni pide a sus discípulos que destruyan por la fuerza las cárceles de ahora (s. XXI), pero introduce en este contexto carcelario (penitenciario) un principio de inversión (de transformación) que se expresa en forma de cuidado, a fin de que ellas (las cárceles) puedan convertirse en escuela especial de humanidad, lugar de presencia solidaria y cuidado, como indica la palabra epeskepsasthe: “Estuve en la cárcel y cuidasteis de mí”. De aquí derivan tres consecuencias importantes para los cristianos:

 ‒ El cristiano acepta en un sentido el orden judicial como expresión de justicia intra-mundana (cf. Rom 13,1-7). Eso significa que no quiere convertirse en guerrillero, para tomar por asalto la cárcel y liberar con violencia a los presos (como podría suponer una lectura sesgada de Lc 4, 18-19: He venido a liberar a los presos. Eso significa que Jesús se (nos) introduce en el contexto de la justicia carcelaria que actualmente existe, dentro del orden actual de la sociedad, pero invirtiendo de algún modo su tendencia, poniéndose al servicio de los encarcelados (para bien de toda la sociedad).

 ‒ Según eso, el cristiano quiere transformar las cárceles actuales, pero no destruyéndolas en sentido violento (con otra violencia que sería también opresora), sino convirtiéndolas en lugar de humanización, no de castigo. En esa línea, el cristiano visita a los encarcelados (es decir, va a ellos y les cuida: estaba encarcelado y vinisteis a mí: 15, 37.39), a fin de ocuparse de ellos (es decir, de visitarles y servirles: 25, 43-44), porque sabe que el sistema judicial en sí resulta insuficiente, no libera al ser humano, sino que se limita a controlar una violencia que parece incontrolada (o a-social) con otro tipo de violencia controlada. Por eso, aceptando en un plano la cárcel, el cristiano quiere superarla.

 ‒ Este principio cristiano (visitar/cuidar a los encarcelados) está abierto hacia (debe conducir a) la superación del sistema carcelario, convirtiendo las medidas de prisión (encerramiento físico) en un medio para la transformación personal y social de los presos, en la línea de la práctica penitencial de la Iglesia en los siglos IV-VII d.C. El cristiano quiere crear formas eficaces y misericordiosas de re-educación de los culpables (sin necesidad de este tipo prisión externa), de manera que sólo algunos especialmente “peligrosos” podrían (quizá deberían) quedar físicamente encerrados. Éste es, un deseo humanista, pero de fondo cristiano, que ha de aplicarse en los próximos decenios, para que la condena de los culpables no se expresa en forma de venganza, sino como ofrecimiento de una oportunidad de transformación humana.

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