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5.11.23. Evangelio del sínodo. Iglesia sin rabinos, padres ni instructores (Dom 31 TO, Mt 23,1-12)

Domingo, 5 de noviembre de 2023

IMG_1193Del blog de Xabier Pikaza:

Ha terminado el Sínodo 23, dejándonos un sabor agridulce. Pero el evangelio del domingo nos da otra vez “moral”, nos pone nuevamente en camino. Ese texto ha sido recreado por Mateo, a nombre de Pedro, partiendo de  la palabra de Jesús en Mc 12, 37-40.

Ofrecerá a continuación unas anotaciones de base sobre ese evangelio, para elaborar después un comentario de conjunto del texto. No le sobra ni falta nada. puede debería tomarse al pie de la letra, como declaración básica para elSínodo 24.

Mateo 23,1-12

En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo: “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque no hacen lo que dicen.

Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros.

Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar instructores, porque uno solo es vuestro instructor, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido

ANOTACIONES DE BASE

   Antes se presentar el comentario de este salmo (tomado de Evangelio Mateo) quiero ofrecer unas anotaciones telegráficas sobre su texto y contexto:

 1. Jesús habló a la gente y a sus discípulos (23, 1), como enseñanza para los de fuera (ojloi, muchedumbres: que sepan qué es la iglesia) y una instrucción para los de dentro (discípulos, mathetai), que sean iglesia

2. En la cátedra de Moisés se han sentado escribas (grammateis) y fariseos (23, 1). Han sentado cátedra sobre los demás, como dirigentes legales (escribas, clérigos) y como auto-nombrados ejemplo de vida (fariseos).

3. Mateo condensa así la iglesia “de origen judío” de Pedro, a quien Jesús ha nombrado “gran escriba” rabino de su iglesia (Mt 16, 17-19).Esta es la iglesia del Papa Francisco que asume el legado de Pedro y convoca un sínodo. En esta iglesia no hay =(no debe haber) lugar obispos, presbíteros/anciano, ni sacerdotes (ojo, aquí no se nombre ningún tipo de sacerdocio clásico, la iglesia judeo-cristiana de Mateo ha roto con los sacerdotes de Jerusalén):

4. Haced lo que digan, no hagáis lo que hagan… Estas palabras extienden una sospecha de base contra estos dos tipos de “autoridad” (la de libro: escribas; y la de autonombramiento: fariseos). En principio, según el evangelio, toda forma de autoridad establecida sobre otros es falsa…, una hipocresía (dicen, no hacen).

5.Estos escribas/fariseos identifican la religión como imposición (imponen cargas pesadas a los demás, no las tocan ellos con el dedo, no hacen lo que dicen). En principio, su autoridad es una forma de mentira/imposición organizada. A la iglesia actual se le ha acusado (y se le acusa) de andar imponiendo cargas legales y falsamente sacrales sobre el pueblo-pueblo. Quizá esa acusación sea exagerada, pero no la ha dicho cualquier, sino Jesús.

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  1. No llaméis a nadie “Rabino”, de Rab, grande… (con el sentido etimológico de maestro-magister, el que se hace “más”). Toda religión como supremacía es falsa (mentirosa y opresora). Ha habido “rabinos” judíos y cristianos (gente que sabe más, que tiene autoridad de sabiduría) que han sido “geniales”, que han ayudado a vivir a multitudes…, pero cuando ellos se convierten en “rabinismo” (autoridad establecida) se pervierten, pervierten el evangelio de la vida de Jesús, que no fue en ese sentido rabino.
  2. No llaméis a nadie “Padre” (en el sentido de aquel que tiene poder sobre los “hijos”). Dios no es Padre en ese sentido, su paternidad no es “poder”, sino servicio… Padre/Dios verdadero no es el que manda, sino el que da (se da) para que otros sean, el que es mejor para que sean grandes los otros.
  3. No llaméis a nadie “instructor” (kathegetes, dirigente…). La religión no es para que unos instruyan/dominan, a otros, sino para que todos se descubran libres, identificándose por dentro con Cristo (=el Maestro, dirigente interior, en libertad…). La religión de Jesús no es dependencia, sino experiencia y camino de libertad plena en el amor. Todo aquel que hace dependientes a los otros les destruye

6. Cuatro “marcas” negativas, cuatro negaciones de poder, en este evangelio:

  1. Sin vestidos especiales, que marquen su superioridad, distinción o dominio sobre los otros La “foto” de obispos y demás clérigos que se exhiben y distinguen por el vestido es mal judaísmo… mal cristianismo. La foto final del sínodo con cientos de obispos muy vestidos de sí mismos como obispos me da mucha ternura, pero según este evangelio resulta personal y corporativamente “no cristiana” (por no decir anticristiana)
  2. Sin primeros asientos en los banquetes (=ventajas económicas), es decir, sin comer a costa de los otros. Hay gente que se ha hecho escriba/fariseo para comer más y mejor en el banquete de la vida. Jesús ha empezado criticando de poder “alimenticio” de escribas/fariseos. Toda religión de superioridad económica, para comer a costa de otros es falsa por principio, sin paliativos.
  3. Sin primeras cátedras (prôtokathedías) en las sinagogas (reuniones). La iglesia se constituye), está formada por sinagogas (reuniones en forma de mesas/redondas), sin cátedras superiores, es decir, sin lo que serán luego los obispos. Originalmente, esta iglesias petrinas eran comunidades de iglesias fraternas de iguales; no había en ellas obispos (primeras cátedras) como las que se establecieron a partir del siglo II,  es decir, después y en contra del Pedro del evangelio de Mateo. Según Mateo, Pedro  fue muy importante en todas las iglesias, pero no fue  obispo (pues no los había, ni los fundó él, como se deduce de  Mt 18, 15-18. Los obispos (es decir, los primer “cátedros”),  fueron importantes en la iglesia posterior… y pueden serlo en la que tiene que venir, pero con cambios esenciales; de lo contrario, ellos no son un bien, sino un mal para las iglesias.
  4. Sin derecho a saludos/honores especiales en la plaza (ágora), es decir, en la vida social… Una religión que trace un tipo de “superioridad” social en la plaza (ágora: Saludos, honores, vestidos, comidas etc) va en contra del evangelio. Los que buscan “saludos y honores” en la plaza por ser “autoridad religiosa” han confundido y negado el evangelio, según este pasaje de Mateo.

7. Una foto “desgraciada” para final del sínodo. Este es una foro de muchos hombres (sólo varones), vestidos de verde/autoridad, ocupando en grupo el primer asiento en el “banquete” eclesial y la primera cátedra en la enseñanza, dejando en un lugar invisible a “laicos, mujeres y demás gente”, va en contra de Mt 23, lo que debería haber sido el sínodo.

  1. Una foto del sínodo en San Pedro Vaticano… La gran “basílica” (casa real) de San Pedro del Vaticano, construida y decorada por las primeras “espadas” del arte, arquitectura y técnica edilicia del siglo XVI-XVII no era el mejor lugar para la foto de lo que quería ser el “sínodo” (caminar, comer, escuchar/compartir… según el evangelio).Ya sé que SanPedroVaticano es un espacio excelso de arte/historia de un cristianismo de poder… pero en sí mismo me parece poco apropiado (poco sinodal) en la línea de este evangelio de Mt 23.
  2. Jesús dijo “no es el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre…”. Esa foto de los grandes varones obispos de verde (sólo ellos, varones, obispos…) va en contra de esa palabra de Jesús
  3. San PedroVaticano es un espacio para conservar, admirar, celebrar en línea histórico/técnica…pero el sínodo tenía que haber terminado a campo abierto, como solía hacer las cosas San Pedro de Galilea, que llegó a Roma con lo puesto…Pero de esto había que hablar en otra ocasión. Ahora paso al comentario del texto.

COMENTARIO. Mt 23, 1-12

  1. En la cátedra de[1].

 Este pasaje nos sitúa ante un tema clave de la identidad cristiana, en un momento en que la iglesia corre el riesgo de convertir el camino de Jesús en una carrera de honores:

23 2 En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos; 3 cumplid, por tanto, y guardad todo lo que os digan, pero no hagáis según sus obras, pues dicen y no hacen 4 Pues pesan cargas pesadas (e incapaces de soportar) y las echan a las espaldas de los hombres, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas

5 Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres: ensanchan sus filacterias y alargan los flecos; 6 buscan el primer puesto en los banquetes y la primera cátedra en las sinagogas, 7y los saludos en las plazas, y que los hombres le llamen Rabí (Mt 23, 5-7)[2].

       Mateo reconoce la autoridad magisterial de los escribas y fariseos (representantes de la tradición de Moisés), no sólo porque los seguidores de su evangelio vivían (o habían vivido) al interior de las comunidades judías, organizadas por intérpretes de la ley (escribas), siguiendo el ejemplo de los fariseos (testigos de un compromiso fuerte de pureza), sino porque su camino sigue siendo básicamente judío. En esa línea, al aceptar la autoridad de los maestros judíos, aunque negando su ejemplo (haced lo que dicen, no lo que hacen), Mateo defiende una continuidad básica con ellos, de forma que en principio, su Iglesia no despliega instituciones propias, pues se despliega desde el mismo judaísmo, en apertura mesiánica, aunque en contra de cierto rabinismo. 

Mateo no propone, pues, un choque frontal, una salida violenta, sino una transformación interior, en defensa de aquellos a quienes escribas y fariseos están imponiendo una carga muy severa. No les critica para negarles, sino para invitarles a cambiar, pues están asumiendo un tipo de poder sobre las comunidades que, a su juicio, es negativo. Estamos pues ante un conflicto de autoridad y pertenencia. En esa línea, la crítica contra escribas/fariseos se dirige, al mismo tiempo, en contra del riesgo de algunos cristianos en la iglesia.

 El mayor problema que Mateo ha visto en las comunidades es la hipocresía, el hecho de que se eleven en ellas unos vigilantes, imponiendo sobre los pequeños unos cargas y pesos que ellos no soportan. De esa forma condena un riesgo que él advierte en algunas comunidades regidas por escribas y fariseos, donde el purismo (a su juicio falso) de los dirigentes desemboca en la opresión de los pequeños, un pecado que él había destacado en el discurso eclesial (Mt 18), pues no se encuentra sólo en los judíos de fuera, sino también en los cristianos.

Mateo no ha inventado este reproche, sino que lo ha tomado del Q (cf. Lc 11, 46) y especialmente de Mc 12, 38-39, lo que indica que el problema surgió pronto en ciertos grupos, en un tiempo en que muchos cristianos seguían integradas en las sinagogas, y no se habían independizado de ellas, formando así comunidades mixtas. Ni los cristianos habían abandonado del todo las sinagogas judías, ni los judíos de tendencia rabínica se habían cerrado aún de un modo exclusivista, como harán más tarde al condenar a los “minim” o herejes (entre los que estarán después los cristianos)[3].

Se trata pues de un problema de organización, que Mt 18, 15-20 había ya querido superar en claves de comunidad fraterna, dentro de un contexto donde los cristianos iban desarrollando sus principios de interpretación bíblica y comunitaria a partir del recuerdo y figura de Pedro (16, 17-19), en el mismo interior del judaísmo. Pues bien, en contra de esa fraternidad de iguales, algunas comunidades rabínicas, a las que se encuentran asociados los cristianos, están creando (conforme a las acusaciones de Mateo) un sistema de honores, con los siguientes rasgos[4]:

Poder de apariencia: “Hacen las cosas para ser vistos” (23, 5). Antes, en un contexto donde todos, en general, eran judíos, no había que acentuar los distintivos exteriores; cada uno “era lo que era”, y no tenía necesidad de decirlo expresamente (a no ser los sacerdotes de Jerusalén en un contexto de celebración). Ahora algunos sienten la necesidad de destacarlo, vistiéndose de un modo distinto, para que los otros les vean, creando así una competición por el aspecto externo, como he destacado en el “milagro” de la hemorroísa, donde se dice que ella quería tocar el borde del manto de Jesús (9, 20), entendido como signo religioso[5].

Poder de presidencia:“Buscan los primeros asientos en los banquetes y las primeras cátedras en las sinagogas” (23, 6). Surge así una religión hecha de autoridad en las comidas y reuniones, en las que, más que el diálogo personal y la ayuda mutua (comunicación entre iguales, desde los más pequeños, como había puesto de relieve Mt 18), importa un tipo de estratificación social. Ciertamente, éste es un riesgo de muchas comunidades instituidas (no sólo judías y cristianas), y así puede verse en grupos religiosos de diverso tipo, pues la crítica de Mateo se dirige no sólo a los escribas/fariseos, dirigentes de las comunidades judías en general, sino, y sobre todo, a los cristianos[6].

 ‒ Honor y poder social: “Y los saludos en las plazas, y que los hombres les llamen Rabí” (23, 7).Poder significa honor y afirmación pública en la sociedad antigua, un reconocimiento que tiene tanta importancia como la riqueza económica, con la que se vincula (cf. 6, 19-34 y 19, 16-30). Éste no es sólo un tema de pequeña moralidad para administradores eclesiales, sino un problema básico de institución comunitaria. De esa manera, el mensaje mesiánico, dirigido a los pobres y excluidos, a los que Jesús ha querido ofrecer toda la dignidad (cf. Mt 18), se convierte en un medio para el establecimiento de nuevas y más hondas desigualdades, fundadas en motivos religiosos[7].

Mateo no condena el buen judaísmo de la honradez y devoción profunda, ni el buen cristianismo del seguimiento de Jesús, sino un mal judaísmo y un cristianismo hecho de gestos y formas externas, que esta surgiendo en ese tiempo (en torno al 85 dC) como amenaza para unos y otros.   El poder de los vestidos (con su posible magia sacral) ha tardado más en introducirse en las iglesias cristianas; pero el honor y poder enbanquetes y reuniones doctrinales se ha extendido en ellas más que en las sinagogas en las que nunca ha logrado imponerse (hasta el día de hoy) un tipo de monarquía episcopal (ni una oligarquía presbiteral), pues la autoridad básica ha seguido estando en manos de todos los miembros (varones) de las comunidades[8].

Ni rabino, ni padre, ni director (23, 8-12).En la línea anterior, desde el interior del mismo judaísmo (en diálogo con el rabinismo de escribas y fariseos), el Jesús de Mateo ha roto los esquemas de dominación de la sociedad jerárquica de su entorno, para crear una fraternidad igualitaria y universal donde son importantes los ancianos (padres) como necesitados (personas), pero no como portadores de un poder que margina o rechaza a los impuros y pobres. En ese contexto se sitúan tres normas básicas, establecidas de forma negativa (no, no, no…: 23, 8-10), aunque con un fondo poderosamente positivo, para destacar la importancia de la fraternidad (cf. 18, 15-20), tal como se ratifica después, cuando se diga: ¡El que se eleve será humillado… (23, 10-11):

23 8 Pero vosotros no os dejéis llamar rabino, porque uno es vuestro Maestro y todos vosotros sois hermanos. 9 Y no llaméis a ninguno de vosotros padre en la tierra, porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos. 10 Ni dejéis que os llamen director, porque uno es vuestro director, el Cristo[9].

 Esta palabra recoge la doctrina central de la iglesia de Mateo, estableciendo, al mimo tiempo, una crítica en contra de un tipo de escribas/fariseos de sinagoga o de Iglesia, que tienden a convertir las comunidades en estructuras jerárquicas de poder. En esa situación recoge Mateo la mejor tradición anti-jerárquica del Antiguo Testamento, reinterpretada desde el mensaje de Jesús (cf. 20, 20-28). Este pasaje, profundamente evangélico, define, en clave negativa, las relaciones que deben establecerse en una iglesia donde no ha de haber rabinos, padres o dirigentes:

‒Nos os dejéis llamar Rabi. Contra el poder de magisterio (23, 8). El judaísmo que empieza a reconfigurarse tras la caída del templo (70 dC) se define como federación de sinagogas, y se constituye en torno a los rabinos, maestros, que recrean la tradición y se elevan como autoridad, para ser así reconocidos (ratificados) más tarde por la Misná. La palabra Rabi/Rabbino (rabbi,) es una transliteración de yBir; de br; (rab: mucho, grande), y significa propiamente “mi grande”, mi Honorable Señor (Mon-Señor).

Los Rabinos judíos empezaban a destacar por su “saber” de Libro, en línea de hermenéutica textual (legal) y de fidelidad a las tradiciones que conforman la identidad del pueblo. El nuevo judaísmo que ellos recrearon, tras el 70 dC (y que ha durado hasta nuestros días) ha sido federación de sinagogas, con maestros que dirigen la vida del pueblo, sin obispos o señores sacrales como aquellos que han surgido y triunfado después en la comunidad cristiana. Humanamente, muchos rabinos han enseñado de un modo ejemplar, en diálogo y respeto, sencillez y estudio, entre las diversas escuelas de la tradición nacional judía.

A pesar de ello, Mateo ha rechazado en su Iglesia ese modelo de autoridad, que parece nacer de los mismos dirigentes a quienes les agrada que les llamen rabinos. Así les dice Jesús, precisamente a ellos “no os dejéis llamar (mh. klhqh/te, subjuntivo aoristo pasivo) rabinos”. Mateo no condena a los “fieles ordinarios” (¡que no llamen rabino a nadie!), sino a los dirigentes, para que no se dejen llamar de esa manera, pues en la comunidad de Jesús no existe más rabino (Didascalos, Maestro) que Jesús, que instituye el rabinatode la vida, propio de aquellos que enseñan con la entrega personal, como vamos viendo desde 16, 21[10].

‒ Y no llaméis a ninguno de vosotros Padre. Contra un poder patriarcal (23, 9). Jesús no quiere que en la iglesia haya padres que impiden descubrir al Padre del cielo (y convierten a los demás en menores en un sentido no cristiano). Esta palabra no se dirige a los “pretendidos rabinos” de fuera, sino a los miembros de la comunidad a los que ella manda que no llamen “padre” a nadie entre vosotros (u`mw/n). Al decir “no llaméis a nadie padre”, Mateo supone que algunos lo están haciendo, de manera que empieza a surgir en la iglesia una veneración jerárquica, dirigida a algunos que quieren hacerse “padres” de la comunidad, o de otros creyentes (que aparecen de esa forma como inferiores o subordinados)[11].

El Jesús de Mateo se opone de forma tajante a esa exigencia “patriarcal” dentro de la comunidad, recuperando la mejor tradición cristiana (que no hablaba de padres, cf. Mc 12, 46-48), no para negar a los padres de familia (que, a diferencia de Mc 10, 30, aparecen en Mt 19, 29), sino para recrear la iglesia en línea de comunión. La comunidad cristiana no se entiende como “sistema” de paternidad-filiación, sino de fraternidad universal, y el símbolo “padre” se reserva sólo para Dios, de manera que ningún creyente puede realizar funciones de padre o superior respecto de otro[12].

‒ Directores, poder de guiar a los demás (23, 10). No ha de haber tampoco en la Iglesia directores, katheguetes (kazegetai), personas que guíen y dirijan a otras), con poder de marcar el camino a los demás, asumiendo así una autoridad particular, como instructores o líderes de otros. El kathêgetes es alguien que va por delante, que “adoctrina” a los demás y que se arroga el poder de dirigirles. Esa palabra y función tiene un sentido cercano al de maestro, aunque con un matiz de dirección socio/personal más que de mando doctrinal, en línea helenista. Pues bien, en contra de la advertencia de Mateo, la tradición posterior de la Iglesia hablará de esos kathegetas/catequetas como obispos de las comunidades, con un poder de orientación (dirección comunitaria) no simplemente doctrinal, actuando así como entrenadores, bajo cuya dirección han de ponerse el resto de los creyentes[13].

El katheguetes, dirigente no es simplemente un grande (rabí) que tiene más sabiduría o un padre, que está por encima, sino alguien que, además, quiere guiar a la comunidad, pudiendo convertirse en iniciador jerárquico de otros. Al prohibir que algunos actúen como kathegetas, el Jesús de Mateo afirma que cada creyente puede y debe vincularse de manera directa e inmediata a Cristo, que es el verdadero kathegeta de aquellos que creen en él. En esa línea, de una forma sorprendente, el evangelio de Mateo insiste en un tema que ha sido intensamente desarrollado por la comunidad del Discípulo Amado[14].

Las tres advertencias se entienden de un modo unitario: la primera (sobre los rabinos) y la tercera (sobre los dirigentes) resultan paralelas; en el centro queda la alusión contra aquellos que actúan como padres, ignorando que el único Padre verdadero es Dios. En contra de una tendencia, normal en nuestras sociedades, Jesús no ha fundado un grupo de rabinos y sabios, pues quiere que todos los miembros de su iglesia sean hermanos (se vinculen directamente entre sí). Nadie puede elevarse como director o guía, intermediario o bróker de los otros, pues todos tienen acceso directo a Dios Padre y al Cristo que es Rabi y Kathêgêtês de cada uno de sus fieles.

Conforme a la visión de Mateo, el judaísmo rabínico, entendido como religión de Ley y Libro, necesita intérpretes, rabinos/catequetas que ejerzan la función de padres. Pues bien, en contra de eso, el evangelio de Mateo propone una religión de encuentro personal con Cristo, sin necesidad de rabinos/padres/catequetas que se impongan sobre los demás. El objetivo de la iglesia de Mateo no es crear estructuras que funcionen bien (con buenos mandos), ni es superar a las demás instituciones en conocimiento o número, sino expandir y celebrar gratuitamente la gracia y el amor de Cristo, buscando el bien de todos (incluso de los otros grupos sociales) tanto o más que el propio. El objetivo de la Iglesia es ofrecer un testimonio y camino de fraternidad, no la creación de una buena empresa socio-religiosa. Por eso, al final de este pasaje, Mateo vuelve (como indicaré) a su doctrina fundamental, que sido desarrollada en los pasajes sobre los niños: El mayor de todos sea vuestro servidor, pues el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado (19, 13-15)[15].

El mayor entre vosotros sea vuestro servidor… (23, 11-12). Estos versos forman la conclusión y fundamento de las tres sentencias anteriores sobre los rabinos, padres y dirigentes, en la línea de Mc 10,41-45 (respuesta de Jesús a los zebedeos: Mt 20, 26-28) y de la tradición del Q (el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado: Lc 14, 11; 18, 14)

23 11 El más grande entre vosotros sea vuestro servidor. 12 Pues el que se eleve a sí mismo será humillado; y el que se humille será elevado.

  Estas palabras transmiten una experiencia clave de Mateo, que aparece no sólo en los textos sobre los pequeños y los niños (18. 1-5; 19, 13-15), sino en la invitación radical al seguimiento, tras la confesión de Pedro (16, 24-28). Sólo en el espacio de comunión mesiánica abierto por Jesús en su camino hacia Jerusalén recibe sentido esta llamada a la fraternidad real y radical, que sólo puede surgir y mantenerse allí donde se invierte el fundamento jerárquico de las instituciones del entorno social donde los que mandan dominan a sus subordinados y se aprovechan de ellos (cf. 20, 20-28)[16].

Este motivo, que proviene de la tradición israelita, radicalizada por Jesús, parece negativo y condenatorio y sin embargo resulta extraordinariamente positivo, pues no implica odio o rechazo de los grandes (rabinos-padres-directores), sino inversión creadora. Por eso afirma que el más grande (mei,zwn) tiene lugar e importancia en la comunidad, pero sólo en la medida en que se convierta en servidor de los demás. No se trata de que la comunidad esclavice al grande, le rebaje y le obligue a humillarse, sino que el grande, por sí mismo, ha de hacerse servidor de los demás, descubriendo y realizando su auténtica grandeza, como el Hijo del Hombre que ha querido dar la vida, regalarla, como redención (lytron: 20, 28), es decir, como potencial transformador, a favor de los demás. Esta es la “inversión” del grande, que no es destrucción, sino confirmación de su grandeza, puesta de esa forma al servicio de los demás, como ratifica la sentencia posterior, de tipo paradójico: El que se eleva será abajado, el que se abaje será elevado (23, 12).

 NOTAS

[1] Sobre escribas y fariseos, cf. J. H. Charlesworth (ed.), Hillel and Jesus, Fortress, Minneapolis 1997; B. Chilton (ed.), The Missing Jesus. Rabbinic Judaism and the New Testament, Brill, Bos­ton-Leiden 2002; J. Jeremías, Jerusalén en tiempos de Jesús, Cristiandad, Madrid 1997; L. L. Johns (ed.), Hillel and Jesus: Comparisons of Two Major Religious Leaders, Fortress, Minneapolis 1997; J. Neusner (ed.), The Social World of Formative Christianity and Judaism, Fortress, Filadelfia 1988; From Politics to Piety. The emergence of Pharisaic Judaism, Ktav, New York 1979; G. Stemberger, Jewish Contemporaries of Jesus: Pharisees, Sadducees, Essenes, Fortress Press, Ausburg 1991.

[2] Cf. H. J. Becker, Auf der Kathedra des MoseRabbinischtheologisches Denkenund antirabbinische Polemik in Matthäus 23, 1-12, Kirche und Judentum, Berlin 1990;  R. Hoet, Omnes autem vos fratres estis.Étude du concept ecclésiologique des «frères» selon Mt 23,8-12, An.Greg 232, Roma 1982. Paradójicamente, el judaísmo rabínico ha terminado siendo menos jerárquico y estamental que el cristianismo, pues algunos cristianos han desarrollado después más un tipo de poder jerárquico. El Jesús de Mateo (lo mismo que el de Marcos) no habría aceptado la mística de la jerarquía que desarrollará pronto Ignacio de Antioquia (y parte de la Iglesia posterior), con el obispo monárquico ocupando el primer asiento (prôtoklisia) en la mesa comunitaria y la primera cátedra (prôtokathedria) en la enseñanza.

[3] Los cristianos de Mateo no habían instituido todavía un cuerpo separado, con sus dirigentes exclusivos, de manera que la misma autoridad de Pedro (cf. 16, 17-19) puede inscribirse en un contexto judío). Nos hallamos pues en un momento fundacional, cuando las “aguas cristianas” podían dirigirse todavía hacia una iglesia separada o hacia el rabinismo. Éste no es un tema de dogmática (en el sentido posterior), ni de diferencia mesiánica estricto, ya que la forma de entender a Jesús como Cristo podía discutirse, y había otras figuras mesiánicas (incluso un tipo de Hijo de Hombre henoquiano).

[4] Normalmente se piensa que el poder es signo de Dios y que Jesús habría venido a sancionarlo y sacralizarlo. Pues bien, Mateo sabe que la comunidad de Jesús no tiene más signo divino que la fraternidad (todos hermanos) y el servicio gratuito a los expulsados del sistema (pequeños y hambrientos, extranjeros, enfermos y encarcelados: Mt 25, 31-46), desde la perspectiva de Jonás que ha debido “morir” para proclamar el mensaje (12, 39-41; 16, 4.17). Por eso, no hay en ella lugar para presbíteros o padres patriarcales, en la línea de aquellos que habían condenado a Jesús (cf. 16, 21; 21, 23; 26, 3; 27, 1; 27, 12), pues sólo Dios es Padre verdadero (cf. 23, 8-10).

[5] Cf. Pikaza, Diccionario Biblia, Vestidos 1352-1357. En esa línea, las borlas o nudos del manto, que antes tenían un sentido general de pertenencia israelita, se están convirtiendo en señal de autoridad, de manera que algunos escribas/fariseos podían acabar corriendo el riesgo de crear una religión de vestidos, que les distinguiera de aquellos que no eran de su grupo. Mateo siente que al insistir en esos elementos el fuego del mensaje de Jesús corre el riesgo de apagarse, convertido en una especie de “religión heráldica”, donde la apariencia importa más que la vida. (Paradójicamente ese riesgo de los vestidos ha triunfado después en un tipo de iglesia católica y en algunos grupos de judíos “religiosos”, con caftanes y gorros del siglo XVIII, de origen más eslavo que israelita).

[6] En contra del mensaje de Jesús, la dinámica del poder está empezando a introducirse en las comunidades de sus seguidores, de manera que el mismo evangelio puede hacerse fuente y signo de distinción y jerarquización social, en un contexto donde empiezan dominan elementos económico/políticos (primeros puestos en comidas y reuniones). De esa forma, los que ocupan las primeras cátedras tienden a convertirse en referencia fundamental de Dios, como una expresión de su poder sobre los otros (es decir, sobre los más pequeños), en contra de la norma central del juicio (25, 31-46).

[7] Éste es el riesgo que Mateo ha visto en pequeños grupos cristianos y en grandes sinagogas que, a su juicio, están creando estructuras de elevación y poder para algunos privilegiados (escribas y fariseos). Jesús condena así no sólo el riesgo de unos pocos fariseos/escribas judíos o cristianos separados, sino el de todas las sociedades e iglesias, en las que estaba empezando a triunfar una “deriva de poder” que puede destruir el mismo evangelio. He desarrollado el tema en Sistema. Sobre el honor en el cristianismo primitivo, cf. J. B. Malina, El mundo del Nuevo Testamento, Verbo Divino. Estella, 1995; El mundo social de Jesús y los evangelios, Sal Terrae, Santander, 2002.

[8] Para integrarse mejor en el entorno romano-helenista, de tipo jerárquico, la iglesia tendió a invertir la lógica de este pasaje (23,1-12) y de 18, 1-14 (donde se destaca la autoridad de los más pequeños) y de 20, 24-28 (sentido de la autoridad). La iglesia dejó de ser una comunión (federación de comunidades vinculadas a Jesús), para convertirse en religión jerarquía, bajo administradores que despliegan un modelo de autoridad que puede compararse a la del Imperio, con primeros asientos (prôtoklisia) en la mesa eucarística y primeras cátedras (prôtokathedria) en la enseñanza.

[9] La iglesia ha de volver a este pasaje de la tradición fraterna de Mateo, en contra de cierto tipo de autoridad de rabinos/padres/dirigentes que estaba extendiéndose en la Iglesia, con personas que intentaban imponer su autoridad doctrinal (sinagogas) y social (banquetes), haciéndose llamar rabinos (maestros), y actuando como padres y directores de los demás, convirtiendo el mensaje del Reino en objeto de imposición y triunfo (en contra de 20, 24-28. Sobre la estructura comunitaria de Mateo, cf. D. Balch (ed.), Social History of the Matthean Community, Augsburg, Minneapolis 1991; R. E. Brown, Las iglesias que los apóstoles nos dejaron, DDB, Bilbao 1986, 121-142; M. H. Crosby, House of Disciple: Church, Economic and Justice in Matthew, Orbis, New York 1988; H. Frankemölle, Jahwebund; J. P. Meier, Antioch, en R. E. Brown y P. Meier, Antioch and Rome,Paulist, London 1983, 45-72; Pikaza, Hermanos de Jesús; H. Schlier, Eclesiología, en MS IV/1, Cristiandad, Madrid 1973, 107-122;  Thompson, Advice.

[10] Mateo valora a los escribas y sabios (cf. 13, 52-53; 23, 34), pero no quiere una Iglesia donde ellos se eleven sobre los demás, y reciban un tratamiento de honor, pues Jesús no quiere una sociedad dirigida por rabinos mesiánicos, ni un dominio de expertos, que asuman un tipo de autoridad más alta, rompiendo así la comunión fraterna. Un poder de rabinos (grandes), deja al margen a los iletrados. Todo intento de imponer una casta de escribas destruye el evangelio.

[11] En ese contexto, los rabinos aparecerían como padres, presidentes-directivos de comunidades, nueva jerarquía. Ciertamente, al decir “no llaméis a nadie padre”, Mateo supone que algunos se dejan llamar así, queriendo ser venerados, de un modo jerárquico (el rabino se hace padre y el dirigente, de manera que los tres títulos o funciones tienden a identificarse). Pues bien, el Jesús de Mateo se opone de forma tajante a ese modelo de autoridad, no para negar la “enseñanza mesiánica”, sino para impedir que se vuelva estructura de dominio de unos sobre otros.

[12] La Iglesia debe superar una estructura patriarcal, pues sólo hay un Dios Padre, que unifica en su amor a hermanos y hermanas, varones y mujeres, sin distinción de sexo o jerarquía. Para los judíos, Yahvé era Nombre indecible, soberanía y trascendencia, de modo que nadie podía hacerlo suyo o pronunciarlo. Para los seguidores de Jesús, el Nombre de ese Dios indecible es Padre, pues ellos le conocen y pueden nombrarle, pero de tal forma que ese nombre Padre (como el Yahvé judío) no puede atribuirse ya a nadie. Los cristianos han descubierto y venerado de tal forma el misterio del Padre sobre el cielo, reconociéndose como hijos (libres), que no pueden ya inclinarse ante ningún “padre” del mundo. Toda jerarquización (sacralización) en línea patriarcal es contraria al evangelio. Así lo indicaba Marcos (cf. ComMc 3, 31-35 y 10, 30), e igualmente Pablo, que apenas utiliza el símbolo “padre” para hablar de las relaciones comunitarias (a pesar de 1 Cor 4, 15; Flp 2, 22; 1 Tes 2, 11). Sólo la tradición del Discípulo amado emplea con cierta frecuencia el término correlativo “hijitos”, dirigido a los miembros de su comunidad (cf. 1 Jn 2, 1. 12.13.18. 28; 3, 7. 18; 4, 4; 5, 21), como hacía Pablo al desahogarse con los Gálatas (Gal 4, 19). Esta utilización espiritual de “padre”   se ha impuesto en la tradición posterior de la Iglesia, de una forma paradójica.

Los cristianos han sabido que en sentido estricto la paternidad pertenece sólo a Dios, “de quien deriva toda paternidad en cielo y tierra” (como ratifica Ef 3, 15, en una línea cercana a Mt 23, 9), pues “sólo Uno es Padre verdadero”, como sólo Uno es Bueno (Mt 19, 17). Al decir que “nadie es padre…”, Mateo está pidiendo que nadie suplante a Dios, como ha puesto de relieve, quizá con cierto embarazo, el mismo J. Ratzinger, Fraternidad, en Obras completas I, BAC, Madrid 2014, 548-554. Evidentemente, está al fondo la tradición judía que no deja utilizar el nombre de Dios (Yahvé). Pues bien, desde el momento en que el nombre de Dios es “Padre” ya no puede aplicarse propiamente a ningún hombre (los padres humanos estarán, por tanto, en otro plano).

[13] La prohibición de emplear ese título (y de realizar esa función) matiza así con una palabra griega (helenista) aquello que la prohibición anterior decía de manera más judía (con rabino o padre). Cf. G. W. H. Lampe, A patristic Greek Lexicon, Oxford 1982, 688.

[14] Así dice “Juan”: “Pero vosotros tenéis la Unción del Santo, y todos sabéis” (cf. 1 Jn 2, 20). “La Unción que de Él (Dios) recibisteis permanece en vosotros y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe. Porque su Unción os enseña todas las cosas, y es verdadera y no mentira… (1 Jn 2, 24-27. Estos creyentes de la Comunidad de Juan rechazan toda autoridad externa, toda jerarquía social o eclesial, ya que el mismo Espíritu Santo (Unción interior) se vuelve autoridad que ellos aceptan, sin necesidad de someterse a poderes exteriores, pues todos (no unos pocos jerarcas) conocen la verdad. Este pasaje de 1 Jn vincula así la tradición del buen grupo (fundada en el testimonio del Discípulo Amado: Lo que oísteis desde el principio: 1 Jn 2, 24) y la libertad de los creyentes, es decir, la verdad interior, vinculada a la Unción de Dios (Crisma: Espíritu Santo), que hace que cada fiel sea Cristo (un cristiano), sin necesidad de apelar al diálogo comunitario (tema que, sin embargo, es básico Mt 18, 15-20). Cada creyente aparece así como un iluminado del Espíritu (de manera que no tenéis necesidad de que nadie os enseñe…). Nadie ha destacado tanto como el Discípulo Amado la presencia personal del Espíritu Santo en cada uno de los creyentes. Pero el Jesús de Mateo dice en el fondo lo mismo, tal como indica su disputa contra la autoridad externa de los escribas y fariseos en este pasaje (23, 8-10).

[15] En las iglesias de Mateo no existía un colegio de presbíteros, con autoridad superior, como el que hubo, al parecer, en Jerusalén (Hech 11, 30; 15, 2.22.36) y el que había surgido en algunas iglesias postpaulinas (cf. Hech 11, 30; 14, 23; 1 Tim 5, 17; Tit 1, 5). Los responsables de las comunidades eran más bien carismáticos (profetas, sabios, escribas: 23, 34; cf. 13, 52), como aquellos a los que se alude en la comunidad de Antioquía (Hech 13, 1) y en la Didajé. En esa línea, Mateo no conoce un episcopado monárquico, como el que podía estar surgiendo en las comunidades de 1 Tim, Tit, y el que surgirá después en la Iglesia de Antioquía, según el testimonio de IgnacioLa esencia del evangelio (de la Iglesia) no es la eficacia de un sistema político/religioso (centrado en buenos funcionarios, dentro de un escalafón de poder), sino la experiencia del encuentro personal con el Dios de Cristo y el despliegue del amor fraterno, que vincula a todos los hermanos entre sí, por medio de Jesús. Por eso, aquello que en línea de organización podría resultar positivo para otras instituciones (con jerarcas eficaces, ministros competentes…), acaba siendo destructor para los cristianos, pues les impide vivir en comunión directa, desde el Dios de Cristo. En contra de Mt 23, 6-11, se elevará Ignacio de Antioquía (el primer autor que cita de Mateo: cf. Sm 1,1; Phld 3,1), con su orden de obispo-presbíteros-diáconos, no puede darse aquí. Cf. J. P. Meier, Antioch, en Id y R. E. Brow, Antioch and Rome, Chapman, London 1983, 45-72.

[16] Así lo ha puesto de relieve R. E. Brown, Las iglesias que los apóstoles nos dejaron, Desclée, Bilbao 1986, 121-142.

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