El amor

Domingo, 29 de octubre de 2023

IMG_1040Mt 22, 34-40

«Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente»

La contestación de Jesús a la pregunta del fariseo (el primer mandamiento es el amor a Dios y el amor al prójimo) nos da pie a hacer una reflexión general sobre el amor, y lo vamos a hacer tomando como referencia el libro de Erich Fromm “El arte de amar”.

Fromm afirma que el ser humano primitivo se siente uno con la Naturaleza y que eso colma su vida. Añade que, según se va liberando de este vínculo, va en aumento la angustia que le produce su soledad, y concluye que este hombre desarraigado del medio está totalmente solo salvo en la medida en que ayuda al otro; que se volvería loco si no pudiera librarse de su prisión al unirse a los demás hombres.

El hombre actual se refugia en el rebaño para superar la angustia que siente, pero sus relaciones con los demás son tan superficiales que no le libran de ella. Tampoco le libra sumergirse en el trabajo o abrazarse a un ocio cada vez más artificioso, porque el trabajo es rutinario y poco creativo, y el ocio también se ha convertido en rutina y compulsión.

La solución plena está en la unión interpersonal; en la fusión con otra persona en el amor. Este deseo es el más poderoso que actúa en el hombre, pero sólo el amor maduro capacita para vencer la soledad. El amor maduro consiste esencialmente en dar, no en recibir. Dar sin recibir a cambio puede considerarse como empobrecimiento, o como virtud en el sentido de sacrificio, pero quizás su sentido más genuino sea expresión de potencia, de poder, de fuerza, de riqueza… La esfera más importante del dar es el dar de sí mismo, y cuando se da así, no se puede dejar de recibir, y por eso, dar significa hacer de la otra persona un dador, y compartir ambos la alegría de lo que han creado.

El amor —continúa diciendo Fromm— es preocupación activa por la vida y desarrollo personal de quien amamos, es también responsabilidad de responder siempre a las exigencias de la unión con el otro, es respeto activo para que la otra persona crezca y se desarrolle por sí misma tal como es, y es finalmente conocimiento profundo de la otra persona.

El problema de conocer al otro es similar al de conocer a Dios. Tratamos de conocerle con el entendimiento, y ése no es el camino. En el misticismo se reemplaza el pensamiento por la experiencia de la unión con Dios, y ahí se produce el verdadero conocimiento y la plenitud. Lo mismo ocurre con el amor. Según afirma Fromm, la consecuencia lógica de la teología es el misticismo, y la consecuencia lógica de la psicología es el amor.

Pero hay muchos tipos de amor. El amor de una madre es incondicional; el niño no tiene que hacer nada para obtenerlo. El amor del padre hay que ganarlo y se puede perder. La relación entre la madre y el niño es de desigualdad, en la que uno necesita toda la ayuda y la otra la proporciona. Este altruismo es considerado como la forma más elevada de amor y el más sagrado de todos los vínculos emocionales, pero la madre recibe más que el niño porque se trasciende en el niño; porque su amor por él colma de sentido su vida.

El amor fraterno se caracteriza por su falta de exclusividad, y en él se realiza la solidaridad humana. Si percibo en una persona sólo lo superficial, básicamente percibo las diferencias; percibo lo que nos separa. Si penetro hacia el núcleo, percibo nuestra identidad, nuestra hermandad. El amor comienza a desarrollarse si amamos a los que no necesitamos.

El amor erótico es el anhelo de fusión completa con una única persona. Es la forma de amor más engañosa, porque se puede confundir con la experiencia explosiva del enamoramiento, y el enamoramiento es una intoxicación por amor. Si el deseo de unión física no está estimulado por el amor (si no es a la vez fraterno) jamás conduce a la unión, salvo en un sentido orgiástico o transitorio.

El amor a Dios también puede tener su origen en la necesidad de evitar la angustia de la soledad a través de la unión con alguien. Cuando la religión ha tenido un carácter matriarcal, los dioses se han caracterizado por profesar un amor incondicional e igual para todos. El creyente sabe que, aunque haya pecado, su Madre le amará y no amará a otro más que a él. Este amor propicia lo que ocurre entre la madre y el hijo, es decir, que el amor a Dios, y el amor de Dios hacia él, son inseparables. En las etapas patriarcales el Padre tiene exigencias, establece principios y leyes, supedita su amor a la obediencia, tiene predilección por el más obediente y capacitado, y las cosas se complican…

Miguel Ángel Munárriz Casajús 

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí

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