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Tú eres Pascua.

Domingo, 11 de abril de 2021
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Eres pascua,
aunque tus proyectos fracasen,
si mantienes la confianza en hombres y mujeres
y dejas a Dios ser Padre y Madre.

Eres pascua,
aunque tu vida parezca estéril,
si te sientes habitado por su presencia amiga
que misteriosamente te acompaña y salva.

Eres pascua,
aunque en nada destaques,
si bebes en sus manantiales
y te conformas con ser simplemente cauce.

Eres pascua,
aunque andes errante,
si compartes lo que eres y tienes
y despiertas alegría en otros caminantes.

Eres pascua,
aunque seas débil y torpe,
si escuchas su palabra serena y abierta
–”Soy yo, no temas”– y dejas que florezca.

Eres pascua,
aunque pidas pruebas para creer,
si besas las llagas que otros tienen
y esperas entre hermanos su presencia.

Eres pascua,
aunque tus manos estén vacías,
si te abres al otro, el que sea,
y le dejas que ponga tu corazón en ascuas.

Eres pascua,
aunque no lo creas,
aunque te rompas en mil pedazos,
aunque mueras en primavera…,
porque Él pasa y te libera.

Eres pascua,
aunque tengas las puertas y ventanas cerradas,
porque Él te ama y se hace presente
para abrirte a la vida y alegrarte.

*

Florentino Ulibarri

***

 

Aquel mismo domingo, por la tarde, estaban reunidos los discípulos en una casa con las puertas bien cerradas, por miedo a los judíos. Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo:

La paz esté con vosotros.

Y les mostró las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.

Jesús les dijo de nuevo:

– La paz esté con vosotros.

Y añadió:

– Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros.

Sopló sobre ellos y les dijo:

– Recibid el Espíritu Santo.

A quienes les perdonéis los pecados, Dios se los perdonará; y a quienes se los retengáis, Dios se los retendrá.

Tomás, uno del grupo de los doce, a quien llamaban «El Mellizo», no estaba con ellos cuando se les apareció Jesús.

Le dijeron, pues, los demás discípulos:

Hemos visto al Señor.

Tomás les contestó:

Si no veo las señales dejadas en sus manos por los clavos y meto mi dedo en ellas, si no meto mi mano en la herida abierta en su costado, no lo creeré.

Ocho días después, se hallaban de nuevo reunidos en casa todos los discípulos de Jesús. Estaba también Tomás. Aunque las puertas estaban cerradas, Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo:

– La paz esté con vosotros.

Después dijo a Tomás:

– Acerca tu dedo y comprueba mis manos; acerca tu mano y mótela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino creyente.

Tomás contestó:

– ¡Señor mío y Dios mío!

Jesús le dijo:

– ¿Crees porque me has visto? Dichosos los que creen sin haber visto.

Jesús hizo en presencia de sus discípulos muchos más signos de los que han sido recogidos en este libro.

Éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis en él vida eterna.

*

Juan 20,19-31

***

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El mundo tiene una ardiente sed de la paz de Dios, anhela ver resplandecer el arco iris de la divina gracia después de la tempestad, pero no consigue liberarse de la agitación y de la inquietud, puesto que es un mundo caído al que se le ha infligido el destino inexorable de no conocer la paz. Si se me preguntara en qué consiste esa paz, sólo podría sugerir la imagen de algo que sea transitorio para proporcionar la idea de lo que es imperecedero. Conocéis la paz de un niño adormecido, también sabéis algo de la paz que experimenta un hombre en sí mismo cuando encuentra a la mujer amada, algo de la paz que encuentra el amigo cuando mira a los ojos del amigo fiel; conocéis algo de la paz que experimenta un niño en brazos de su madre, de la paz que reposa en ciertos rostros maduros en la hora de la muerte; de la paz del sol vespertino, de la noche que lo cubre todo y de las estrellas perennes; conocéis algo de la paz de aquel que murió en la cruz. Pues bien, tomad todo eso como signo caduco, como símbolo pobre de lo que puede ser la paz de Dios. Estar en paz significa saberse seguro, saberse amado, saberse custodiado; significa poder estar tranquilo, tranquilo del todo; estar en paz con un hombre significa poder construir firmemente sobre la fidelidad, significa saberse una sola cosa con él, saberse perdonados por él. La paz de Dios es la fidelidad de Dios a pesar de nuestra infidelidad.

En la paz de Dios nos sentimos seguros, protegidos y amados. Es cierto que no nos quita del todo nuestras preocupaciones, nuestras responsabilidades, nuestras inquietudes; pero por detrás de todas nuestras agitaciones y de todas nuestras preocupaciones se ha levantado el arco iris de la paz divina: sabemos que es él quien lleva nuestra vida, que ésta forma unidad con la vida eterna de Dios.

Que Dios haga de nosotros hombres de su paz incomparable, hombres que reposen en él, aun en medio del trastorno de las cosas del mundo, que esta paz purifique y serene nuestras almas y que algo de la pureza y de la luminosidad de la paz que Dios pone en nuestros corazones irradie en otras almas sin paz; que nos convirtamos el uno para el otro, el amigo para el amigo, el esposo para la esposa, la madre para el hijo, en portadores de esta paz que viene de Dios.

*

Dietrich Bonhoeffer,
Memoria y fidelidad,
Magnano 1995, pp. 146-149, passim.

***

***

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“Nuevo inicio”. 2º de Pascua – B (Juan 20,19-31)

Domingo, 11 de abril de 2021
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Aterrados por la ejecución de Jesús, los discípulos se refugian en una casa conocida. De nuevo están reunidos, pero ya no está Jesús con ellos. En la comunidad hay un vacío que nadie puede llenar. Les falta Jesús. No pueden escuchar sus palabras llenas de fuego. No pueden verlo bendiciendo con ternura a los desgraciados. ¿A quién seguirán ahora?

Está anocheciendo en Jerusalén y también en su corazón. Nadie los puede consolar de su tristeza. Poco a poco, el miedo se va apoderando de todos, pero no tienen a Jesús para que fortalezca su ánimo. Lo único que les da cierta seguridad es «cerrar las puertas». Ya nadie piensa en salir por los caminos a anunciar el reino de Dios y curar la vida. Sin Jesús, ¿cómo van a contagiar su Buena Noticia?

El evangelista Juan describe de manera insuperable la transformación que se produce en los discípulos cuando Jesús, lleno de vida, se hace presente en medio de ellos. El Resucitado está de nuevo en el centro de su comunidad. Así ha de ser para siempre. Con él todo es posible: liberarnos del miedo, abrir las puertas y poner en marcha la evangelización.

Según el relato, lo primero que infunde Jesús a su comunidad es su paz. Ningún reproche por haberlo abandonado, ninguna queja ni reprobación. Solo paz y alegría. Los discípulos sienten su aliento creador. Todo comienza de nuevo. Impulsados por su Espíritu, seguirán colaborando a lo largo de los siglos en el mismo proyecto salvador que el Padre ha encomendado a Jesús.

Lo que necesita hoy la Iglesia no es solo reformas religiosas y llamadas a la comunión. Necesitamos experimentar en nuestras comunidades un «nuevo inicio» a partir de la presencia viva de Jesús en medio de nosotros. Solo él ha de ocupar el centro de la Iglesia. Solo él puede impulsar la comunión. Solo él puede renovar nuestros corazones.

No bastan nuestros esfuerzos y trabajos. Es Jesús quien puede desencadenar el cambio de horizonte, la liberación del miedo y los recelos, el clima nuevo de paz y serenidad que tanto necesitamos para abrir las puertas y ser capaces de compartir el evangelio con los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Pero hemos de aprender a acoger con fe su presencia en medio de nosotros. Cuando Jesús vuelve a presentarse a los ocho días, el narrador nos dice que todavía las puertas siguen cerradas. No es solo Tomás quien ha de aprender a creer con confianza en el Resucitado. También los demás discípulos han de ir superando poco a poco las dudas y miedos que todavía les hacen vivir con las puertas cerradas a la evangelización.

José Antonio Pagola

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“Porque me has visto, Tomás, has creído, -dice el Señor-. Dichosos los que crean sin haber visto”. Domingo 11 de abril de 2021. Domingo segundo de Pascua

Domingo, 11 de abril de 2021
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28-pasuaB2 cerezoLeído en Koinonia:

Hechos de los apóstoles 4,32-35: Todos pensaban y sentían lo mismo:
Salmo responsorial: 117: Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
1Juan 5,1-6. Todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo.
Juan 20,19-31: Porque me has visto, Tomás, has creído, -dice el Señor-. Dichosos los que crean sin haber visto.

Tras la muerte de Jesús, la comunidad se siente con miedo, insegura e indefensa ante las represalias que pueda tomar contra ella la institución judía. Se encuentra en una situación de temor paralela a la del antiguo Israel en Egipto cuando los israelitas eran perseguidos por las tropas del faraón (Éx 14,10); y, como lo estuvo aquel pueblo, los discípulos están también en la noche (ya anochecido) en que el Señor va a sacarlos de la opresión (Éx 12,42; Dt 16,1). El mensaje de María Magdalena, sin embargo, no los ha liberado del temor. No basta tener noticia del sepulcro vacío; sólo la presencia de Jesús puede darles seguridad en medio de un mundo hostil.

Pero todo cambia desde el momento en que Jesús –que es el centro de la comunidad- aparece en medio, como punto de referencia, fuente de vida y factor de unidad.

Su saludo les devuelve la paz que habían perdido. Sus manos y su costado, pruebas de su pasión y muerte, son ahora los signos de su amor y de su victoria: el que está vivo delante de ellos es el mismo que murió en la cruz. Si tenían miedo a la muerte que podrían infligirles “los judíos”, ahora ven que nadie puede quitarles la vida que él comunica.

El efecto del encuentro con Jesús es la alegría, como él mismo había anunciado (16,20: vuestra tristeza se convertirá en alegría). Ya ha comenzado la fiesta de la Pascua, la nueva creación, el nuevo ser humano capaz de dar la vida para dar vida

Con su presencia Jesús les comunica su Espíritu que les da la fuerza para enfrentarse con el mundo y liberar a hombres y mujeres del pecado, de la injusticia, del desamor y de la muerte. Para esto los envía al mundo, a un mundo que los odia como lo odió a él (15,18). La misión de la comunidad no será otra sino la de perdonar los pecados para dar vida, o lo que es igual, poner fin a todo lo que oprime, reprime o suprime la vida, que es el efecto que produce el pecado en la sociedad.

Pero no todos creen. Hay uno, Tomás, el mismo que se mostró pronto a acompañar a Jesús en la muerte (Jn 11,16), que ahora se resiste a creer el testimonio de los discípulos y no le basta con ver a la comunidad transformada por el Espíritu. No admite que el que ellos han visto sea el mismo que él había conocido; no cree en la permanencia de la vida. Exige una prueba individual y extraordinaria. Las frases redundantes de Tomás, con su repetición de palabras (sus manos, meter mi dedo, meter mi mano), subrayan estilísticamente su testarudez. No busca a Jesús fuente de vida, sino una reliquia del pasado.

Necesitará para creer unas palabras de Jesús: «Trae aquí tu dedo, mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel». Tomás, que no llega a tocar a Jesús, pronuncia la más sublime confesión evangélica de fe llamando a Jesús “Señor mío y Dios mío”. Con esta doble expresión alude al maestro a quien llamaban Señor, siempre dispuesto a lavar los pies a sus discípulos y al proyecto de Dios, realizado ahora en Jesús, de hacer llegar al ser humano a la cumbre de la divinidad realizado ahora en Jesús (Dios mío)..

Pero su actitud incrédula le merece un reproche de parte de Jesús, que pronuncia una última bienaventuranza para todos los que ya no podrán ni verlo ni tocarlo y tendrán, por ello, que descubrirlo en la comunidad y notar en ella su presencia siempre viva. De ahora en adelante la realidad de Jesús vivo no se percibe con elucubraciones ni buscando experiencias individuales y aisladas, sino que se manifiesta en la vida y conducta de una comunidad que es expresión de amor, de vida y de alegría. Una comunidad, cuya utopía de vida refleja el libro de los Hechos (4,32-35): comunidad de pensamientos y sentimientos comunes, de puesta en común de los bienes y de reparto igualitario de los mismos como expresión de su fe en Jesús resucitado, una comunidad de amor como defiende la primera carta de Juan (1 Jn 5,1-5).

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Octava de Pascua, Domingo de la Misericordia: Sentido bíblico y eclesial

Domingo, 11 de abril de 2021
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juandejuanes1523-1579-eccehomomuseodelprado-3Del blog de Xabier Pikaza:

La liturgia antigua celebraba la Pascua durante toda una semana, culminando el “domingo in albis”, cuando los bautizados salían a la calle vestidos de blanco de resurrección. La iglesia católica actual ha creado para este domingo II de pascua la fiesta de la misericordia y quiere vayamos vestidos de ella. Pero ¿de qué misericordia? porque  no todos la entendemos de la misma forma, empezando por Juan Pablo II, fundador de ella.

En su línea eclesial,  siguiendo las “revelaciones” de una joven polaca, llamada  Faustina Kowalska (1905 – 1938), a la que durante muchos años se le “apareció” Jesucristo como “misericordia divina”, el Papa Juan Pablo II estableció esta fiesta (el año 2000, cuando canonizó a F. Kowalska).   

De esa forma quiso promover una espiritualidad y praxis de la misericordia, en la línea de su encíclica Dives in Misericordia (1980), como fuente de reparación sacrificial y de purificación personal más que de transformación mesiánica de la Iglesia.

El Papa Francisco ha promovido también esa devoción y fiesta al Cristo de la Misericordia, pero con matices algo distintos, siguiendo el “programa” del Card. Kasper (La misericordia) y su propia teología y práctica social (Ev. Gaudium 2013 y Laudato si 2015)

En otra línea, por su empeño en recuperar la misericordia debemos citar el trabajo clave de J. Sobrino, Principio Misericordia (1992). Ciertamente, la visión de Juan Pablo II y la de J. Sobrino no se contradicen, pero son distintas. De un modo muy significativo, tras la muerte de Juan Pablo II, conforme a su visión de la “misericordia”, la Cong. para la Doctrina de la fe, avalada por Benedicto XVI,  publicó el 26.11.06 una “notificación” afirmando que algunas proposiciones de las obras de Sobrino “no estaban en conformidad con la doctrina de la Iglesia”. 

La “notificacion” citada  no se refiere directamente al “Principio Misericordia” de Sobrino pero lo que ella condena es en el fondo inseparable de lo que Sobrino dice sobre la Misericordia, entendida y vivida (practicada) desde la humanidad “divina” (mesiánica) de Jesús.

    En ese sentido  podemos hablar por lo menos de “dos misericordias”, la de F. Kowalska y Juan Pablo II (en línea más devocional e intimista), y la de otros, como J. Sobrino, cuyo libro insiste en la misericordia como motor devocional, pero también social ,de la transformación de la iglesia y del mundo. Éste es uno de los puntos “calientes” de la  vida de la Iglesia actual, como J. A. Pagola y un servidor desarrollamos en un libro titulado Entrañable Dios. Las obras de misericordia.

Teniendo eso en cuenta, he querido recordar que la Fiesta pascual de la Misericordia, fundada en la vida, muerte y resurrección Jesús, ha de entenderse a partir de la Biblia Judía (en especial de Ex 34), reelaborada por los cristianos, en forma espiritual y “material”, personal y social,  tal como culmina en Mt 25,31-46 (=las Obras de Misericordia).

    En las reflexiones que siguen expongo pues la raíz bíblica de la misericordia,  recordando que  sus nombres/elementos no son sólo dos, sino, al menos, cuatro, de forma que ellos nos “ayudan” a celebrar esta fiesta, no sólo al modo de F. Kowalska y Juan Pablo II, sino también al modo J. Sobrino y W. Kasper, del Papa Francisco  y de la Teología de la Liberación, como seguiré mostrando.

Cuatro nombres y rasgos de la Misericordia

w-szkole-milosierdzia-siostry-faustyny-i-jana-pawla-ii Esos nombres aparecen en Ex 34, 6-7, casi en el principio del camino de Dios en la Biblia. Ese pasaje del Éxodo ha sido y sigue siendo la Carta Magna de la misericordia de Dios, que se “abaja” y camina con los hombres, a quienes ofrece perdón desde la Montaña de su misterio de amor (el Sinaí), para que ellos (animados, perdonados) puedan así superar el estallido anterior de la idolatría (adoración del Becerro de Oro del poder y la pasión dominadora).

Esos cuatro nombres  nos sirven para trazar camino de humanidad reconciliada,  no para volver simplemente a las cosas que habían sido antes, sino para crear rutas nuevas, desde el mismo Dios eterno que quiere seguir fecundando de amor nuestro tiempo.

Recodemos la escena. Dios había dado a Moisés su Ley (cf. Ex 19-21), pero los judíos la habían rechazado, para adorar (¡como nosotros solemos hacer!) al becerro de oro, que es el dinero, la fuerza y la pura pasión. Como mediador fracasado de la alianza, bajó Moisés del monte con las tablas de piedra de la ley, y descubriendo el pecado del pueblo, rompió las tablas con furia, pues le parecía que todo había terminado (Ex 32, 15-20). Así le vio Miguel Ángel en su famosa estatua:

 Pero Dios aguardaba con paciencia, y le pidió que volviera, que empezara de nuevo, con nuevos fundamentos de amor y vida. Conforme a la ley de este mundo, Dios tenía que haber rechazado para siempre al pueblo, pero su misericordia es mayor que la ley, y Dios quiso perdonar (¡él es perdón!), pidiéndole a Moisés que subiera de nuevo a la montaña (cf. Ex 34, 1-4)…

Moisés subió al amanecer al Monte Sinaí… Yahvé bajó en la nube y se quedó con él conversando, y proclamó el nombre de Yahvé (¡su nombre!) y pasó ante él diciendo: ¡Yahvé, Yahvé, Dios entrañable (rehem) y de gracia (hannun), lento a la ira y rico en lealtad (hesed) y verdad (‘emunah), leal hasta la milésima generación; que perdona culpa, delito y pecado, pero no deja impune y castiga la culpa de los padres en los hijos y nietos, hasta la tercera y cuarta generación! (Ex 34, 4-7).

Éstos son los nombres que el Papa Juan Pablo II citó y estudió en la famosa nota 52 de su Encíclica Dives in Misericordia (Rico en Misericordia, 1980), acudiendo al texto hebreo, porque es importante captar bien los matices de cada uno de ellos, aunque quizá no dedujo todo lo que ellos implican,y no los tomó como principio de renovación personal y social de la Iglesia.

Esos nombres nos dicen que en el principio de la vida no  están las “obras malas” de los hombres (oro, fuerza bruta, la pasión del gran “becerro”…), sino  está la misericordia más alta de Dios que pasa ante la roca donde Moisés se ha guarnecido para proclamar cuatro palabras: Amor entrañable (rahum), Gracia (hannun), Fidelidad (hesed)y Verdad(´emet, ‘emunah).

Éstos cuatro nombres  describen el misterio de Dios, abriendo un camino de vida a los hombres, a los que él perdona, para que así ellos puedan (podamos) perdonarnos unos a los otros, en un plano intimista y social, al mismo tiempo, en libertad y compromiso creador de iglesia. Son los nombres de Dios, siendo, al mismo tiempo, los nombres del hombre que ha de ser amor entrañable y gratuidad, fidelidad y verdad como he comentado en Entrañable Dios. Las obras de misericordia, Verbo Divino, Estella 2016).

1. Dios Rahum (rehem): La misericordia es el Amor entrañable.

entranable-diosEsa palabra, vinculada al vientre materno, expresa el cuidado de una madre por aquellos que brotan de su entraña y necesitan su ayuda, evocando así la más honda experiencia de Dios en la Biblia. El principio de Dios no es la acción de unas manos que forman las cosas, ni un tipo de pasión superior, ni un deseo de amontonar cosas, sino el amor del útero materno, expresado en el cuidado de la madre por los hijos. También un padre puede tener rehem, pero su modelo originario es la madre.

   La misericordia empieza siendo una pasión (com-pasión) de vientre, esto es, un amor  y dolor de entrañas, que nos vincula con todos los que sufren, pues forman parte de nuestra misma vida. En ese sentido, rehem significa apiadarse de los desgraciados externos, pero esa piedad amorosa nono nace sólo porque hay desgraciados externos, sino porque Dios mismo es amor entrañable o, mejor dicho, entraña de amor, y porque nosotros con él somos (hemos de ser) entrañas de amor sensibles al dolor concreto de todos los demás, que forman parte del “cuerpo” más hondo de nuestra propia vida.

Así lo ha puesto de relieve la tradición cristiana al explicar de un modo muy hondo el tema de la condescendencia y  ternura de Dios, que se apiada de un modo radical de cada uno hombres necesitados (descendiendo a ellos: con-descendiendo) no sólo porque ellos lo (le) necesitan, sino ante todo porque  Dios mismo es Amor entrañable (y nosotros hemos de serlo en él),  porque él ama como madre, en un desbordamiento de ternura y cuidado.

2. Dios es Hannun (hen), Gratuidad amorosa, no sólo de entrañas (vientre), sino de vida total

414pD5v+fkL._SX334_BO1,204,203,200_Esa palabra (hannun) viene de la raíz hebrea hanan, que significa Gracia, como en Hanna/Ana, la madre de Samuel (2 Sam 2), o la abuela de Jesús (Protoevangelio de Santiago). Ese nombre (Ana) significa en hebreo Agraciada (lo mismo que el nombre que el Ángel de Dios puso a María (en el evangelio de Lucas: 26-38), aunque en idioma griego: Kejaritomene: Agraciada o llena de Gracia

Dios aparece así como la Gracia, como aquel que acoge y ayuda a los hombres de un modo generoso, sin necesidad de imponerse con violencia, para enriquecerles, dialogando y colaborando con ellos no para dominarles, sino con ternura maternal,  como has destacado tú en la segunda parte de tu libro. La vida humana no es conquista, sino “don”, no es sacrificio reparador (como sometimiento), sino desbordamiento generoso de vida-

Sólo Dios es plenamente gracia y maternidad entrañable, Hannun, y en ese sentido él es la gratuidad suprema de la que nace toda misericordia. Desde ese fondo, fundándose en el Dios que llevan dentro los hombres pueden responder y actuar también gratuitamente,  si acogen y cumplen su palabra Dios.

Este amor-hen de Dios, que es fuente de toda gratuidad, y Ternura de todas las ternuras, precede a las obras de misericordia de los hombres, las sostiene y fundamenta. En esta línea se manifiesta su experiencia, Entraña de las entrañas de Dios que agracia a los hombres, se agrada en ellos y les mira no sólo con simpatía, sino con felicidad, a pesar de su pecado.

3. Dios es Hesed, Fidelidad al pacto de la vida, esto es, a la exigencia de justicia, en un un camino que ha de recorrerse en clave de libertad y liberación.

Esta palabra (hesed)incluye también matices de cercanía y ayuda entrañable y gratuita, como en los casos anteriores, pero añade un matiz importante de lealtad o fidelidad a la alianza, es decir, a la palabra dada y a la justicia de las relaciones humana, como lo muestra la escena del Monte Sinaí,  en la que Dios aparece en su trascendencia suprema, como desbordamiento de Amor, pero siempre en línea de justicia, de forma que no puede separarse de los mandamientos que llena en su mano que son “no matar”, “no robar personas”, no “adueñarse de la mujer ajena”, no falsear los tribunales, no “desear” y robar los bienes ajenos.

El Dios Yahvé (¡soy el que soy!) había estipulado con los hebreos un pacto en el montaña, y ellos, su pueblo, se habían comprometido a cumplirlo, el “pacto de los mandamientos”, es decir, de la justicia (Ex 19-31), pero después ellos lo rompieron, adorando al Becerro (Ex 32). Lógicamente, Dios debía responder rompiendo su pacto y abandonando al pueblo en manos de su propia destrucción.

Pero Dios, siendo justicia de pacto y de ley, es también misericordia que restaura, esto es, “hesed”. Ciertamente, Dios habita en la justicia de la ley (de talión), pero sin quedar cerrado en ella, de forma que él ha mantenido su palabra de amor y ha perdonado.

En esa línea, hesed significa no sólo lealtad al pacto (y a la justicia), sino también trascendencia de amor y “perdón”, por encima de la misma ley (no en contra de ella), superando el plano de los mandamientos y ofreciendo a los hombres la gracia incondicionada y eterna de su vida. De un modo muy significativo, el judaísmo ha identificado la palabra hesed con la “religión”, de manera que los hasidim (asideos, los que tienen Hesed) son los verdaderamente religiosos

4. Dios es ‘Emet/’Emunah, el Verdadero, es decir, la Verdad, pero no una verdad como doctrina separa de la vida, sino como la misma vida que es fiel, que es solidaria.

índiceConforme a esta visión de la “misericordia” bíblica, ratificada por Jesús, el elemento final que la “condensa y ratifica” es la “verdad” entendida como fidelidad a los demás, como “fe” en el sentido (emunah): Esto es la verdad, ser fiables. Los hombres y mujeres no son verdaderos porque aceptan una proposiciones teóricas, sino porque son “fiables”, porque los demás pueden confiar en ellos, en un sentido afectivo y efectivo, personal y social.

Según eso, la Verdad no significa simple veracidad, ni descubrimiento de algún misterio particular oculto, sino firmeza personal  en el camino de encuentro con los otros (no empecinamiento testarudo).  Así entendida, la misericordia es  cumplimiento de la palabra dada, siempre en diálogo con los demás, al servicio de las personas, no es un tipo de lay que se sitúa por encima de las personas.

   En ese sentido, Jesús pudo decir que él era testigo de la verdad, del bien supremo de la vida humana que es el amor a los pobres… y por eso le mataron, precisamente por ser misericordioso, porque su lema era “misericordia quiero y no sacrificios…”. No supieron qué hacer con él, tuvieron miedo, tuvieron envidia, y le mataron, precisamente porque era misericordioso.

  Lógicamente, la resurrección de Jesús ha de entenderse como “resurrección de la misericordia”. Este mundo nuestro del año 2021 es un mundo “sin misericordia”, con pocas entrañas (rehem), con poca gratuidad (hen), con poca fidelidad al valor supremo de las personas (hesed)… con poca verdad (emunah). En este mundo queremos celebrar hoy la fiesta pascual de la misericordia, con elementos buenos de Faustina Kowalska y de Juan Pablo II, pero elevándonos de plano, sin condenar todo aquello que representa y promueve Jon Sobrino, no porque lo diga sin más Sobrino, sino porque forma parte de la entraña de la vida humana, tal como ha sido ya formulada por el libro del Éxodo en el AT y ratificada por Jesucristo.

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Bienaventurados los que creen sin haber visto. Domingo 2º de Pascua. Ciclo B.

Domingo, 11 de abril de 2021
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expo3Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Todas las apariciones de Jesús resucitado son peculiares. Como si los evangelistas quisieran acentuar las diferencias para que no nos quedemos en lo externo, lo anecdótico. Uno de los relatos más interesantes y diverso de los otros es el de este domingo.

«Bienaventurados los que creen sin haber visto (Juan 20,19-31)

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

– Paz a vosotros.

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:

– Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.

Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:

– Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:

– Hemos visto al Señor.

Pero él les contestó:

– Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.

A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:

– Paz a vosotros.

Luego dijo a Tomás:

– Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.

Contestó Tomás:

– ¡Señor mío y Dios mío!

Jesús le dijo:

– ¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto.

Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

Comparado con otros relatos de apariciones, este de Juan ofrece la siguientes peculiaridades:

  1. El miedo de los discípulos. Es el único caso en el que se destaca algo tan lógico, y se ofrece el detalle tan visivo de la puerta cerrada. Acaban de matar a Jesús, lo han condenado por blasfemo y rebelde contra Roma. Sus partidarios corren el peligro de terminar igual. Además, casi todos son galileos, mal vistos en Jerusalén. No será fácil encontrar alguien que los defienda si salen a la calle.
  2. El saludo de Jesús: «paz a vosotros». Tras la referencia inicial al miedo a los judíos, el saludo más lógico, con honda raigambre bíblica, sería: «no temáis». Sin embargo, tres veces repite Jesús «paz a vosotros». Algún listillo podría presumir: «Normal; los judíos saludan shalom alekem, igual que los árabes saludan salam aleikun». Pero la solución no es tan fácil. Este saludo, «paz a vosotros», solo se encuentra también en la aparición a los discípulos en Lucas (24,36). Lo más frecuente es que Jesús no salude: ni a los once cuando se les aparece en Galilea (Marcos y Mateo), ni a los dos que marchan a Emaús (Lc 24), ni a los siete a los que se aparece en el lago (Jn 21). Y a las mujeres las saluda en Mateo con una fórmula distinta: «alegraos». ¿Por qué repite tres veces «paz a vosotros» en este pasaje? Vienen a la mente las palabras pronunciadas por Jesús en la última cena: «La paz os dejo, os doy mi paz, y no como la da el mundo. No os turbéis ni os acobardéis» (Jn 14,27). En estos momentos tan duros para los discípulos, el saludo de Jesús les desea y comunica esa paz que él mantuvo durante toda su vida y especialmente durante su pasión.
  3. Las manos, el costado, las pruebas y la fe. Los relatos de apariciones pretenden demostrar la realidad física de Jesús resucitado, y para ello usan recursos muy distintos. Las mujeres le abrazan los pies (Mateo), María Magdalena intenta abrazarlo (Juan); los de Emaús caminan, charlan con él y lo ven partir el pan; según Lucas, cuando se aparece a los discípulos les muestra las manos y los pies, les ofrece la posibilidad de palparlo para dejar claro que no es un fantasma, y come delante de ellos un trozo de pescado. En la misma línea, aquí muestra las manos y el costado, y a Tomás le dice que meta en ellos el dedo y la mano. Es el argumento supremo para demostrar la realidad física de la resurrección. Curiosamente se encuentra en el evangelio de Juan, que es el mayor enemigo de las pruebas física y de los milagros para fundamentar la fe.
  4. La alegría de los discípulos. Es interesante el contraste con lo que cuenta Lucas: en este evangelio, cuando Jesús se aparece, los discípulos «se asustaron y, despavoridos, pensaban que era un fantasma»; más tarde, la alegría va acompañada de asombro. Son reacciones muy lógicas. En cambio, Juan solo habla de alegría. Así se cumple la promesa de Jesús durante la última cena: «Vosotros ahora estáis tristes; pero os volveré a visitar y os llenaréis de alegría, y nadie os la quitará» (Jn 16,22). Todos los otros sentimientos no cuentan.
  5. La misión. Con diferentes fórmulas, todos los evangelios hablan de la misión que Jesús resucitado encomienda a los discípulos. En este caso tiene una connotación especial: «Como el Padre me ha enviado, así os envío yo». No se trata simplemente de continuar la tarea. Lo que continúa es una cadena que se remonta hasta el Padre.
  6. El don de Espíritu Santo y el perdón. Marcos y Mateo no dicen nada de este don y Lucas lo reserva para el día de Pentecostés. El cuarto evangelio lo sitúa en este momento, vinculándolo con el poder de perdonar o retener los pecados. ¿Cómo debemos interpretar este poder? No parece que se refiera a la confesión sacramental, que es una práctica posterior. En todos los otros evangelios, la misión de los discípulos está estrechamente relacionada con el bautismo. Parece que, en Juan, perdonar o retener los pecados tiene el sentido de admitir o no admitir al bautismo, dependiendo de la preparación y disposición del que lo solicita.

Tomás y nosotros. En un mundo bastante racional y racionalista, queremos a veces una fe con pruebas: pedimos ver y palpar. Lo hacemos sin soberbia, como simples personas que sienten dudas y dificultades. Jesús se mantiene a la expectativa, tarda ocho días, o meses y años. Se presenta de pronto, cuando menos lo esperamos, saludándonos con la paz. O quizá no se presente nunca. Se contentará con recordarnos en nuestro interior: «Bienaventurados los que creen sin haber visto».

«Un solo corazón y una sola alma» (Hechos 4,32-35)

Lucas presenta en dos ocasiones un resumen de la vida de la primera comunidad cristiana (Hch 2,42-47 y 4,32-35). Este segundo contiene cuatro afirmaciones breves: la primera y la última se centran en la posesión de los bienes en común, con el ejemplo especial de los que poseían tierras o casas; la segunda se refiere al testimonio de los apóstoles «con mucho valor», cosa comprensible porque ya han tenido que aparecer ante el Sanedrín (4,1-22); la tercera, a la buena acogida entre los no cristianos, tema que también apareció en el resumen anterior (2,43).

El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma: nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común.

Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor.

Y se los miraba a todos con mucho agrado.

Entre ellos no había necesitados, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles; luego se distribuía a cada uno según lo que necesitaba.

Pensando en las comunidades actuales, las diferencias son notables. El compartir los bienes se mantuvo en algunas iglesias durante más de dos siglos (tenemos el testimonio nada dudoso de Luciano de Samosata). Hoy día seguimos, más bien, la práctica de las comunidades paulinas, donde cada cual conservaba sus bienes, ayudando a los necesitados cuando era preciso. Entonces, como ahora, las comunidades pobres (Tesalónica) eran mucho más generosas que las ricas (Corinto).

El impulso misionero, que produjo la admirable expansión del cristianismo por el imperio romano, ha adquirido en las últimas décadas un enfoque muy distinto al del simple predicar la resurrección de Cristo.

El cambio más notable se advierte en la buena opinión de la gente, que hoy día es a menudo bastante mala, no siempre con razón. Pero conviene recordar que la visión de Lucas peca de optimismo. Durante el siglo I los cristianos fueron perseguidos, insultados y considerados los peores malhechores.

«El que ha nacido de Dios vence al mundo» (1 Juan 5,1-6)

La primera carta de Juan es un escrito bastante polémico y dualista. Todo lo bueno está en Dios, y todo lo malo en el mundo. El autor denuncia a los cristianos que han abandonado la comunidad, a los que llama “mentirosos”, “anticristos”, “falsos profetas”. Sus errores principales se dan en el terreno de la moral y del dogma. Desde el punto de vista moral, niegan tener pecado y haber pecado, con lo que niegan la redención de Cristo. Tampoco conceden importancia al amor a los hermanos y a la caridad con los necesitados. Desde el punto de vista dogmático, niegan que Jesús sea el Cristo, el Hijo de Dios. Con ello, al negar al Hijo, niegan al Padre.

Frente a esta postura, el autor insiste en el amor que el Padre nos ha tenido enviándonos a su Hijo y haciéndonos hijos suyos. El cristiano no debe amar este mundo, sino creer en Jesús y amar a los hermanos, no de palabra, sino de obra y de verdad.

  Queridos hermanos: Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama al que da el ser ama también al que ha nacido de él. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Pues en esto consiste el amor de Dios: en qué guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados, pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Este es el que vino por el agua y la sangre: Jesucristo. No solo en el agua, sino en el agua y en la sangre; y el Espíritu es quien da testimonio, porque el Espíritu es la verdad.

El evangelio terminaba hablando de la fe en Jesús, que nos da la vida eterna. Esta fe en que Jesús es el Cristo, el Mesías, el Hijo de Dios, ocupa también un puesto capital en este pasaje, repleto de conceptos típicos de Juan: nacer de Dios, amar a Dios y a los hijos de Dios, cumplir sus mandamientos, vencer al mundo, el agua y la sangre, el testimonio del Espíritu, la verdad. Demasiada materia. Destaco dos detalles:

¿Cómo sabemos que amamos a los hijos de Dios? Si amamos a Dios. Es una inversión curiosa, porque Juan insiste a menudo en que la prueba de que amamos a Dios es que amamos a los hermanos.

Creer en un Mesías que salva «por el agua», con el bautismo, no sería difícil. Lo que escandaliza a muchos es que salve «por la sangre», derramándola por nosotros.

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11 Abril, 2021. II Domingo de Pascua, Divina Misericordia

Domingo, 11 de abril de 2021
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La paz esté con vosotros”

(Jn 20, 19-31 )

En este Segundo domingo de Pascua nos encontramos a Jesús deseando la paz a sus discípulos. Y lo hace en tres ocasiones… por si se despistaban en la primera…

El Evangelio comienza: “al atardecer de aquel día”. El mismo domingo en que Pedro y Juan vieron el sepulcro vacío, en que María de Magdala se encontró con Jesús Resucitado y le confundió con el jardinero… Aquel día, al atardecer, cuando comenzaba la oscuridad, estaban encerrados, paralizados por el miedo ¿De qué nos inmoviliza nuestro miedo?

Jesús se presenta en medio de los discípulos (hombres y mujeres). Ya no se aparece solo a María. Se hace presente ante la comunidad. Quiere transmitir su mensaje a todas las personas que le han estado siguiendo.

Y les dice paz a vosotros. En la actualidad parece que esta palabra tiene el significado de ausencia de guerra. Pero estamos tan necesitadas… La humanidad grita paz; nuestras sociedades, familias y comunidades, la buscamos en el trabajo, en nuestra forma de relacionarnos… Anhelamos paz en nuestras entrañas, allí donde nos encontramos con Dios…

Sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”. El aliento, en la Biblia, nos habla de vida. En el Génesis, en la Creación del hombre, podemos leer: “Dios sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente”. Jesús quiere transmitirse, entregar su Espíritu Santo, a los discípulos a través de esa expiración…

Los discípulos, al ver al Señor, se llenan de alegría. Existe un gran contraste con el miedo anterior. El encuentro con Jesús Resucitado cambia la vida.

Esa paz que les transmite… La tercera vez (el número tres en las Biblia nos habla de plenitud) que Jesús lo repite es cuando la comunidad está completa, cuando Tomás también se encuentra reunido con los discípulos. A veces, cuando las cosas no son como nos gustarían, tenemos la tentación de huir, ya sea físicamente, emocionalmente, mentalmente… Es en comunidad donde recibimos la paz, donde somos enviadas, donde Jesús nos entrega la Santa Ruah.

Oración

Trinidad Santa, sopla tu aliento de vida sobre nosotras. Entréganos tu paz.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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La comunidad encuentra a Jesús dándoles Vida.

Domingo, 11 de abril de 2021
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image2Jn 20, 19-31

Este relato es la clave para entender la teología de todas las apariciones pascuales. No pretenden decirnos qué pasó en Jesús sino transmitirnos su vivencia interior. La experiencia pascual demostró que solo en la comunidad se descubre la presencia de Jesús vivo. La comunidad es la garantía de la fidelidad a Jesús. Es la comunidad la que recibe el encargo de predicar. La misión de anunciar el evangelio no se la han sacado ellos de la manga sino que es el principal mandato que reciben de Jesús.

Juan es el único que desdobla el relato de la aparición a los apóstoles. Con ello  personaliza en Tomás el tema de la duda, que es capital en todos los relatos de apariciones. El primer día de la semana”. Jesús está ya fuera del tiempo y el espacio. Para él ya no hay días ni meses ni cuarentenas. En él no puede pasar nada, porque para que pase algo se necesita el tiempo y el espacio. Lo último que pasó en Jesús fue su muerte. Más allá de ella entra en la eternidad donde nada puede pasar.

Jesús aparece en el centro como factor de unidad. La comunidad está centrada en Jesús. No atraviesa la puerta o la pared, no recorre ningún espacio; se hace presente en medio de la comunidad. El saludo elimina el miedo. Las llagas, signo de su entrega, evidencian que es el mismo que murió en la cruz. La verdadera Vida nadie pudo quitársela a Jesús. La permanencia de las señales de muerte, indica la permanencia de su amor. Garantiza además, la identificación del resucitado con el Jesús crucificado.

El segundo saludo les refuerza para la misión. Les ofrece paz para el presente y para el futuro. En los relatos de apariciones la misión es algo esencial; les había elegido para llevarla a cabo. La misión deben cumplirla, demostrando un amor total, semejante al suyo. Si toman conciencia de que poseen la verdadera Vida, el miedo a la muerte biológica no les preocupará en absoluto. La Vida que él les comunica es definitiva.

El verbo soplar, usado por Jn, es el mismo que se emplea en Gn 2,7. Con aquel soplo el hombre barro se convirtió en ser viviente. Ahora Jesús les comunica el Espíritu que da otra Vida. Se trata de la nueva creación del hombre. La condición de hombre-carne se transforma en hombre-espíritu. Esa Vida es la capacidad de amar como ama Jesús. Les saca de la esfera de la opresión y les hace libres (quita el pecado del mundo).

El Espíritu es el criterio para discernir las actitudes que se derivan de esa Vida. Debemos tener cuidado de no hacer decir a los textos lo que no dicen. El Espíritu no es la tercera persona de la Trinidad. Se trata de la Fuerza que les capacita para la misión. Del mismo modo, deducir de aquí la institu­ción de la penitencia, es ir mucho más lejos de lo que permite el texto. El concepto de pecado que tenemos hoy no se elaboró hasta el s. VII. Lo que se entendía entonces por pecado era algo muy distinto.

En la comunidad quedará patente el pecado de los que se niegan a dar su adhesión a Jesús. Ni Jesús ni la comunidad condenan a nadie. La sentencia se la da a sí mismo cada uno con su actitud. El Espíritu permite a la comunidad discernir la autenticidad de los que se adhieren a Jesús y salen del ámbito de la injusticia al del amor.

La referencia a “Los doce”, designa la comunidad cristiana como heredera de las promesas de Israel. Tomás había seguido a Jesús pero, como los demás, no le había comprendido del todo. No podían concebir una Vida definitiva que permanece después de la muerte. Separado de la comunidad, no tiene la experiencia de Jesús vivo. Una vez más se destaca la importancia de la experiencia compartida en comunidad.

Hemos visto al Señor. No se trata una visión ocular sino de la presencia de Jesús que les ha trasformado porque les comunica Vida. Les ha comunicado el Espíritu y les ha colmado del amor que brilla en la comunidad. El relato insiste. Jesús no es un recuerdo del pasado, sino que está vivo y activo entre los suyos. A pesar de todo, los testimonios no pueden suplir la experiencia; sin ella Tomás es incapaz de dar el paso.

A los ocho días… Cuando se escribe este texto, la comunidad ya seguía un ritmo semanal de celebraciones. Jesús se hace presente en la celebración comunitaria, cada ocho días. La nueva creación del hombre, que Jesús ha realizado durante su vida, culmina en la cruz el día sexto. Estaban reunidos dentro, en comunidad, es decir, en el lugar donde Jesús se manifiesta, en la esfera de la Vida, opuesto a “fuera”, el lugar de la muerte. Tomás, reintegrado a la comunidad, puede experimentar lo que no creyó.

La respuesta de Tomás es extrema, igual que su incredulidad. Al llamarle Señor, reconoce a Jesús y lo acepta dándole su adhesión. Al decir “mío” expresa su cercanía. Jesús ha cumplido el proyecto, amando como Dios ama. “Aquel día experimentaréis que yo estoy identificado con mi Padre”. “Quien me ve a mí, ve al Padre”. Dándoles su Espíritu, Jesús quiere que ese proyecto lo realicen también todos los suyos.

Tomás tiene ahora la misma experiencia de los demás: Ver a Jesús en persona. El reproche de Jesús se refiere a la negativa a creer el testimonio de la comunidad. Tomás quería tener un contacto con Jesús como el que tenía antes de su muerte. Pero la adhesión no se da al Jesús del pasado, sino al Jesús presente, que es a la vez, el mismo y distinto. El marco de la comunidad hace posible la experiencia de Jesús vivo.

La experiencia de Tomás no puede ser modelo. El evangelista elabora una perfecta narración de apariciones y a continuación nos dice que no es esa presencia externa la que debe llevarnos a la fe. La demostración de que Jesús está vivo, tiene que ser el amor manifestado. La advertencia es para los de entonces y para todos nosotros. El mensaje queda abierto al futuro. Muchos seguirán creyendo aunque no lo vean.

El mensaje para nosotros hoy es claro: Sin una experiencia personal, llevada a cabo en el seno de la comunidad, es imposible acceder a la nueva Vida que Jesús anunció antes de morir y ahora está comunicando. Se trata del paso del Jesús aprendido al Jesús experimentado. Sin ese cambio no hay posibilidad de entrar en la dinámica de la resurrección. Que Jesús siga vivo no significa nada si yo no vivo su misma Vida.

Meditación

Mi principal tarea es descubrir esa Vida que Dios ya me ha dado.
No en confiar en que un día tendré lo que ahora no tengo.
Para confiar en lo que ya tengo,
primero hay que descubrirlo, aceptarlo y vivirlo.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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La Iglesia es mujer.

Domingo, 11 de abril de 2021
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mujer-iglesiaNuestra sociedad es masculina, y hasta que no entre en ella la mujer no será humana (Henrik Ibsen)

Domingo II de Pascua

Jn 20, 19-31

-A los ocho días estaban de nuevo dentro los discípulos y Tomás con ellos. Vino Jesús a puertas cerradas, se colocó en medio y les dijo: Paz con vosotros.
Después dice a Tomás: Mete aquí el dedo y mira mis manos: trae la mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, antes cree.

Los apóstoles se muestran unos cobardicas -su jefe de filas, el primero- aquellos días memorables de la Pascua judía. Y razones humanas tenían para ello. En el fondo les pesa el miedo atávico a un Dios tirano, que con la expulsión del Paraíso les prohibe la paz y la felicidad a que por su propia naturaleza el hombre aspira.

La fidelidad y valentía la muestra María Magdalena. Unge con aromas, lágrimas y besos los pies de su maestro. Se queda la última en el Gólgota y es la primera en acudir a ungirle el cuerpo. Advierte a Pedro de su desaparición, de verle resucitado y decirle en hebreo temblando de emoción: ¡Rabbuni! Quizás por eso confió Jesús en ella encomendádole que anunciara a los apóstoles la buena nueva de estos hechos. Ya lo adelantó Solón, uno de los Siete Sabios de Grecia, “Los dioses han hecho dos cosas perfectas: la mujer y la rosa”.

El hombre se retira de la escena avergonzado en su innoble papel de calzonazos. La mujer le salva de la quema al asumir con valentía el papel de redentora que la Iglesia, nunca hasta ahora, ha querido adjudicarle. El Papa Francisco ha manifestado en más de una ocasión estar “convencido de la urgencia de ofrecer epacios a la mujer en la vida de la Iglesia”. Porque “la Iglesia es mujeres ‘la‘, no ‘el‘ Iglesia”. Dimensión femenina que él dice gustarle describir como seno acogedor que genera y regenera la vida”.

La directora de cine Margarethe von Trotta filmó en 2009 la película Sor Hildegarda von Bingen, benedictina del siglo XII. El Virrey dice de su Arzobispo que “se niega a sentarse a la mesa con una mujer, incluso con la mía”. Y ella le apostrofa en otro momento: ¿Qué revelación particular habéis tenido, ilustrísima, que os autorice a excluir a las mujeres del conocimiento? Ninguna autoridad desmedida le arredra. En la clausura del curso de solfeo, dice a sus alumnas: Yo quisiera que recordarais siempre que Dios no os puso en vano la percepción, la curiosidad… Que nada de eso es el coto de los hombres. La inteligencia no tiene sexo.  Y si alguien lo dice –muchos lo dicen- mienten. Tampoco es privilegio de los hombres la libertad de indagar los secretos del universo.

Fue líder del monacato alemán, abadesa, mística, médico, escritora y compositora. Juan Pablo II se refirió a ella como profetisa y santa. Y el 7 de octubre de 2012, Benedicto XVI le otorgó el título de Doctora de la Iglesia Universal en la misa de apertura del Sínodo de los obispos en la Basílica de San Pedro.

Ahora como entonces el Resucitado está entre los suyos, según nos revela la liturgia del día. Jesús vence el miedo, la cobardía y la incredulidad de sus apóstoles e insufla luz y vida en las primeras comunidades cristianas. “Entre ellos“, nos refiere el Libro de los Hechos (4, 34-35) “no había indigentes, pues los que poseían campos o casas los vendían, llevaban el precio de la venta y lo depositaban a los pies de los apóstoles”.

Así llega la paz y la armonía, frutos naturales del árbol femenino, seno acogedor que genera y regenera la vida. Cuando nos alejamos de Jesús las perdemos y cuando con él estamos las tenemos.

LA PAZ, CONMIGO SEA

Derribar quiero los muros de la noche
que atropellan mis pacíficos sueños.

Quiero un dormir sereno,
reposando mi cabeza feliz
¡oh Dios¡ sobre la almohada de Tu pecho.

-“Venid a mí, dijiste,
los que sufriendo
queréis buscar en Mí,
la paz que prometí en mi Evangelio”.

¿Lo ves, Jesús?

Yo vengo y voy, y voy y vengo.
Cuando me voy de Ti, la pierdo,
cuando vengo la tengo.

(SOLILOQUIOS, Ediciones Feadulta)

 

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Domingo de la divina misericordia.

Domingo, 11 de abril de 2021
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2º Domingo de Pascua. (11-4-2021)

Jn 20, 19-31

Pascua es el triunfo de la Vida definitiva sobre la muerte del cuerpo y la vida perecedera. Eso fue la resurrección de Jesús y es también la nuestra. Y este 2º Domingo de Pascua es el domingo de la Divina Misericordia. La gran misericordia de Dios para con su creación es el don de la Vida (Su Vida) con la vida, en la tierra. Dos vidas en una. La Vida eterna y definitiva en la vida cotidiana y con fecha de caducidad. Ante este don inconmesurable hay que clamar con el Salmo 117 “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”. Porque es eterna su misericordia, exalta de gozo hoy nuestro corazón.

El Evangelio de hoy nos relata la incredulidad de Tomás ante la resurrección de Jesús. La semana anterior hemos asistido a los últimos días de la vida en la tierra de Jesús. Jesús ha sido crucificado, muerto y sepultado. A este Jesús crucificado sus discípulos, mediando el tiempo, lo experimentan como “el viviente”.  Jesús está vivo entre ellos. Lo saben. La muerte de Jesús los había dispersado. Habían vuelto a su vida cotidiana anterior. En el relato evangelio de hoy están de nuevo reunidos, en comunidad, “en el primer día de la semana”. El texto es de Juan y hay que entender su simbología. “Primer día” habla de una nueva creación, hombres nuevos. Los discípulos han “progresado adecuadamente”. Y Jesús, el resucitado, el que vive, está en medio de ellos. Así lo viven, lo experimentan ellos. Es él, el crucificado. No cabe duda (“les enseña las manos y el costado”). Las puertas están cerradas por miedo a los judíos. Poco después, los discípulos se llenan de alegría. Pasan del miedo inhibidor al estado eufórico de la alegría. Lo expresan directamente: ¡¡Hemos visto al Señor!! Así le contarán a Tomás lo sucedido. Se sienten enviados a continuar la misión de Jesús: evangelizar. Para la realización de esa tarea Jesús les había prometido su Espíritu. Aquí está la promesa cumplida. Todos, ahora, se siente pletóricos de Espíritu, hombres nuevos. Saben que son “barro soplado con el Espíritu”, otro Adam diferente. Jesús ha resucitado, está vivo; Ellos también.

Los discípulos están reunidos para hacer memoria (recordar) y celebrar la última cena con el Señor. Están juntos para intercambiar recuerdos y vivencias compartidas. Y entre los recuerdos no olvidan la tarea encomendada: Dar a todo el mundo la buena noticia de que Dios es como un padre todoamor, compasivo y misericordioso. Se acuerdan de que la mejor imagen que Jesús les dibujó de Dios estaba en la Parábola del Padre Fuera de Serie del hijo pródigo. Los discípulos cuentan a Tomás, como resumen de todo lo sucedido, que “Hemos visto al Señor”.  Porque Tomás no estaba con ellos y se lo había perdido. Ellos “han visto” y Tomás necesita someter a prueba sensible lo que le dicen. “Si no veo las señales de los clavos en sus manos y no meto la mano en su costado…” ¡ Pobre Tomás, con esas comprobaciones físicas no llegas al ¡Señor mío y Dios mío!. Tienes que volver a estar con ellos, compartir recuerdos, misión y Espíritu para poder creer. Tu solo no, con la comunidad, es posible la fe compartida y apoyada. Para “ver” al Señor es necesaria la fe y en comunidad. A los ocho días, todos juntos y Tomás con ellos, en comunidad, pudieron decir al unísono “Señor mío y Dios mío”. Todos juntos confesaron que Jesús es la persona interpuesta entre Dios y los hombres y que se sentían con la misión de ser mediadores (“personas interpuestas”) entre Jesús y los hombres. Hacia dentro de la comunidad y hacia afuera, hacia la humanidad entera.

Al hilo del texto evangélico que acabo de presentar y del salmo 117 que hoy le acompaña, mi reflexión continúa con el papel de las “personas interpuestas”. Dios es misericordioso con su creación a través de las circunstancias y acontecimientos históricos, pero sobre todo a través de las personas. Son las “Personas interpuestas” que Dios necesita para expresar su misericordia con los hombres. Así lo diseñó desde toda la eternidad. A todos nos incluyó en su proyecto de humanización evolutiva de los seres humanos. A todos nos dio la posibilidad y responsabilidad de ser el medio y la ocasión para que tus próximos descubran la misericordia que Dios tiene para con ellos. Eres “la persona interpuesta” entre Dios y los hombres. Como Jesús, que fue la primera persona interpuesta entre Dios y la humanidad.

A su vez, los otros son los mediadores de la misericordia de Dios para contigo, como lo eres tú -de la misericordia de Dios- con tus vecinos. Somos los eslabones de la cadena que nos une a todos con Dios y entre nosotros. Así entiendo yo la Comunión de los santos y la construcción del Reinado de Dios en la tierra. Así entiendo qué es evangelizar hoy: manifestar, con mi vida y mi palabra, que Dios es amor, es padre generoso, excesivo. Nos ha creado por amor y que quiere ante todo que seamos felices. Que pone de su parte todo lo que necesitamos para serlo. Que nos da a Jesús y el Espíritu como modelo, luz y fortaleza. Y que quiere que entre nosotros reine el amor, la fraternidad y solidaridad.

Para mi Jesús es modelo e ideal de “Persona interpuesta”. Me encanta serlo yo también. Me encanta ser medio, ocasión y oportunidad para que mis hermanos descubran la presencia de Dios en su vida. Me encanta acompañarlos en este descubrimiento. Me encanta ser partera (Sócrates) de Dios para mis hermanos. Ayudarlos a descubrir la Buena noticia de que Dios existe para servir al hombre. Para apoyarle en sus proyectos, para fortalecerle en sus esperanzas y fracasos. Que con Dios todo va mejor. Quiero que experimente que es verdad aquello de que Él está en nosotros para que tengamos Vida en abundancia. Que Él es nuestra plenificación humana, y por tanto divina. Me encanta verlos crecer en su desarrollo como personas, ver que son más felices y más servidores de sus hermanos.

Si te vives como “persona interpuesta” enseguida descubres que lo que tú haces es muy poco, casi nada, en comparación con lo que ves hacer a/en las personas a las que has acompañado en sus descubrimientos. No sales de tu asombro. Efectivamente te has comportado como siervo inútil. Has hecho solo lo que tenías que hacer. Que tú has sembrado con tu vida, con tu testimonio y que la cosecha es de los otros y del Otro. La semilla ha germinado mientras dormíamos. ¡Qué misterio! La Vida lo hace todo.

África de la Cruz Tomé

 Fuente Fe Adulta

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¿Creer?

Domingo, 11 de abril de 2021
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Mente.14Domingo II de Pascua

11 abril 2021

Jn 20, 19-31

Los relatos de apariciones tienen por objeto alimentar y sostener la fe de los discípulos en la presencia de Jesús resucitado. Son, por tanto, construcciones catequéticas, adaptadas a cada comunidad, elaboradas con aquel objetivo. En ese sentido, constituyen textos fundacionales que habrían de marcar el recorrido de las comunidades.

 El hecho de que sean catequesis obliga a hacer una lectura de las mismas en clave simbólica. No tratan de narrar una crónica histórica, sino de transmitir un contenido de fe o creencias.

 Lo que ocurre es que, en nuestra cultura, las creencias no gozan de mucha credibilidad. Hemos aprendido que todas ellas son construcciones mentales y que tienden a absolutizarse con demasiada facilidad, con el peligro que ello comporta.

 A través de ellas, los humanos han tratado de alcanzar seguridad, aliviar sus miedos y fortalecer su sentido de pertenencia a un grupo. Cumplían, por tanto, una función psico-social de primer orden. Pero los riesgos no eran menores: separación, enfrentamiento, cerrazón, dogmatismo, fanatismo, proselitismo…

 Al reconocer que son solo constructos mentales, quedan automáticamente relativizadas. Dejamos de “poner la fe” en ellas y, como mucho, las entendemos como “mapas mentales” que apuntan a algo que trasciende la mente y que habremos de verificar en nuestra experiencia. Porque, si contienen verdad, necesariamente están hablando de todos nosotros. Y eso es precisamente lo que nos invitan a buscar: la verdad de lo que somos…, más allá de las ideas o creencias que tenemos. Con lo cual, no es extraño que a lo largo del camino veamos cómo van cayendo todas ellas. Y, al caer, nos queda una única certeza: la certeza de ser.

 Se produce entonces un fenómeno paradójico y sumamente ilustrativo: al caer las creencias, crece la libertad interior y la lucidez. Como si hubiera caído un corsé que nos constreñía y eso nos hubiera permitido iniciar un camino de autoindagación.

¿Qué valor doy a las creencias?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Amanecía el primer día de la nueva creación, se había hecho la luz, pero el grupo, aquella iglesia se encontraba al anochecer. Tal vez como muchos de nuestros eclesiásticos (?)

Domingo, 11 de abril de 2021
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paz-a-ustedesDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

El texto de hoy es realmente un tejido que forma un tapiz de hermosas evocaciones del hecho central de la historia de la humanidad: la Resurrección del Señor. Por otra parte, este relato concluye el camino de los discípulos hacia la fe en el Señor resucitado, que se puede concretar en la expresión de fe de Tomás: ¡Señor mío y Dios mío!

         Recorramos el texto con calma (aunque quizás sea excesivamente largo para una homilía):

  1. Aquel grupo (iglesia) se encuentra al atardecer-anochecer el primer día de la semana

         La Resurrección supone la nueva creación realizad por Cristo en su muerte y resurrección. Amanecía el primer día de la nueva creación, se había hecho la luz. Sin embargo aquel grupo, aquella iglesia se encontraba al anochecer, a oscuras, como en tinieblas (una de las antítesis de Juan: verdad / mentira, muerte / vida, luz /tinieblas).

         Hoy en día, ¿no estamos en una espesa noche cultural, humanista, religiosa? ¿No seguimos el consejo de Nietzsche que nos condenó a vivir errantes en una noche densa?

¿No erramos como a través de una nada infinita? ¿No sentimos el aliento del vacío? ¿No hace ya frío? ¿No anochece continuamente y se hace cada vez más oscuro?[1]

         En la misma pandemia ¿no estamos en una noche no ya científica, sino una noche de esperanza, en una falta de horizonte?

         No somos capaces de transmitir un poco de esperanza y de Vida.

         Ha amanecido la vida: resucitó el Señor, nuestra esperanza.

  1. Los discípulos estaban encerrados por miedo a los judíos.

         Aquellos primeros discípulos estaban encerrados con miedo a los judíos.

         Jesús “había fracasado” y sus seguidores se encierran, “se enquistan” por miedo.

         Muchos sectores de la iglesia, se encuentra encerrados en sí mismos por miedo a todo. El grupo de cardenales, de obispos, de laicos que se oponen al papa, viven encerrados y con miedo. ¿No será este el caso de nuestra propia diócesis de San Sebastián? ¿No vivimos en una noche doctrinal, en una cerrazón blindada a todo pensamiento, libertad y creatividad? ¿No se tiene miedo a la libertad y diversidad teológicas o -simplemente- miedo a la libertad de pensamiento? ¿No vivimos con miedo a las ideologías, no tenemos pavor a los logros de las ciencias? ¿no se tiene miedo a la sexualidad? ¿no condenamos “todo lo que se mueve” en nuestro derredor?

         El miedo bloquea, encierra, “confina para no contaminarse con lo que considera pandemia teológica, moral, etc.” y no tolera la más mínima apertura. El miedo toca a vísperas de fanatismos y fundamentalismos.

  1. Jesús se hace presente en la comunidad y les confiere paz y alegría

         Cuando JesuCristo no está en una comunidad ese grupo se encuentra “al anochecer, con las puertas cerradas y con miedo.”

         Pero cuando Jesús está presente en una comunidad, en una iglesia, en una parroquia o diócesis, hay paz, alegría y ánimo-espíritu: Paz a vosotros… y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Recibid Espíritu

Una iglesia que genera miedo, pánico, escrúpulos, culpabilidades, miedos, tristezas, no es la iglesia de Jesús

Mirémonos nosotros personal y eclesialmente si vivimos en paz, con alegría e ilusión.

¿Y si en vez de cuidar el “orden público”, la precisión ritualista, la exactitud dogmática y la “disciplina de partido”, cuidáramos la paz de nuestras gentes, la alegría o cuando menos la serenidad y la ilusión, el ánimo de nuestros curas, laicos y creyentes?

En el evangelio de hoy podemos apreciar que lo esencial en la Iglesia es la presencia de Cristo en medio de la comunidad. Lo central no es el Derecho Canónico, ni el catecismo, ni el báculo. Quien es el fundamento de nuestra vida es Cristo: él nos infunde paz y serenidad.

  1. Como el Padre me ha enviado, así os envío yo.

         Una iglesia encerrada en sí misma, se dedica “a sus cosas”, a sus liturgias y sus estructuras, a conservar como en formol la doctrina, el dogma, los ritos.

         Una iglesia en la que está Cristo, vive abierta a la misión; o en palabras del papa Francisco, es una iglesia que sale a las “periferias”, sale afuera, hacia el diálogo con otras gentes, hacia los más pobres, busca el diálogo con las ideologías, desea la relación y comunicación con las diversas tradiciones cristianas (ecumenismo), con otras religiones.

         La iglesia huele a alcanfor y formol y tenemos miedo a pillar una neumonía con el aire fresco del Evangelio.

  1. Tomás no estaba con ellos.

Tomás probablemente había terminado decepcionado de Jesús y del grupo, por eso se había marchado y no estaba en el grupo. Por eso no cree, posiblemente andaba despistado (fuera de pista), descentrado.

         Como nosotros. Nuestras iglesias están medio vacías. ¡Cuánta gente no se ha marchado de la iglesia!

¿Cómo nos va o nos ha ido la vida “al margen” de la comunidad, en las rupturas familiares, en las disensiones eclesiásticas, ideológico-políticas?

         Los seres humanos somos comunitarios, sociales. Nos nacen nuestros padres, vivimos en familia, recibimos la cultura de nuestro pueblo (además de otros elementos universales), la fe la vivimos en comunidad eclesial, en la parroquia, en la vida comunitaria, los idiomas son comunitarios, lo mismo que los valores, etc.

         Las fugas y marginaciones son problemáticas, difíciles. Cuando uno marcha o rompe con su familia, se crea una situación difícil para todos; cuando se ha de salir del propio pueblo-cultura por razones de trabajo (migraciones), de exilio (situaciones políticas), etc. no son cosas sencillas. Lo mismo en la vida eclesial: cuando se producen rupturas, separaciones, etc., la cosa es problemática.

         ¿A qué viene esto?

Fuera del grupo uno vive dislocado, hace frío, se está mal.

En estos momentos eclesiásticos habremos de procurar vivir una eclesiología no de continua disputa o una eclesiología de “vencedores y vencidos”; no sería lo más mínimo humano ni cristiano. Sería, es muy triste.

  1. Tomás vuelve al grupo.

         A los ocho días Tomás se reincorpora al grupo. Son “Los otros discípulos” los que le comunican: hemos visto al Señor.

         La educación, la fe, la cultura nos la transmiten siempre “los otros”, la familia, el pueblo, la iglesia. Es muy difícil vivir siempre sólo y al margen de alguna comunidad humana y de la comunidad cristiana. No se puede ser “cristiano por libre”, como no se puede ser familia por libre o no se pertenece a un pueblo por libre, sino con un cierto sentido comunitario.

         Somos seres comunitarios. Esta pandemia que estamos viviendo nos está aislando, confinando por fuerza mayor (sanitaria). Pero es difícil vivir aislado, porque somos seres comunitarios.

Y es que vivir en comunidad es algo tan natural y espontáneo como difícil y en ocasiones, duro. La vida matrimonial y familiar es muy problemática en determinadas situaciones, lo mismo que la vida socio-política, y eclesiástica. Pero no es menos cierto que somos socio-comunitarios.[2]

  1. Jesús se acerca a Tomás, al ser humano, con sus “heridas curadas”. Sus heridas (llagas) nos han curado (1Pedro 2,25)

Jesús no reprocha nada a Tomás, se acerca a su frustración y angustia, como se acerca a todo ser humano: a los dos de Emaús, a la hemorroísa, la samaritana, al ciego, leprosos, epilépticos, etc.

Jesús le muestra a Tomás sus “heridas sanadas”. Las heridas son el recuerdo de la redención y estamos sanados por sus heridas. Sus heridas nos han curado, (1Pedro 2,25).

         La herida de Tomás, como las viejas cuestiones familiares, las polémicas eclesiásticas, enfrentamientos políticos, etc., no estaban sanadas todavía.

         La herida está curada cuando ya no rezuma amargura y rencor y es fuente de luz y de paz.

Perdonar no es olvidar, sino que perdonar es recordar de otra manera. No perdamos la memoria. Sería una de las mayores violencias que podríamos cometer. Lo que nos constituye en personas es lo que decidimos olvidar y lo que decidimos recordar y el modo como decidimos recordarlo. No ser capaces de recordar es no saber quiénes somos. Pero no recordemos violenta y rencorosamente.[3]

         Las heridas de Cristo han sanado y nos han sanado desde el amor. No es sano –ni sabio- que las heridas, las viejas heridas históricas continúen hurgando nuestra existencia. Las heridas, las llagas pueden también hablar de reconciliación. Perdonar es recordar “lo que pasó”, pero desde el amor. Es más humanizador el amor que el odio.[4] La verdadera sanación no es pretender volver atrás, a “paraísos originales” perdidos definitivamente. Pedro amará al Señor siempre desde su pecado, sus negaciones, lo mismo que los demás discípulos y que nosotros.

         En el momento de nuestro pueblo (y de nuestra iglesia), estas cosas adquieren una relevancia política especial: la pacificación, el respeto, el pluralismo, el perdón, son valores decisivos.

         La iglesia prestaría un gran servicio político y evangélico a nuestro pueblo y a nuestras comunidades si nos acercásemos a nuestra memoria con la amabilidad de la paz, reconciliación y perdón, que es lo que creemos.

  1. Tomás llega a creer en Cristo: Señor mío y Dios mío

         Podríamos decir que este relato termina con la fe en Cristo de Tomás y del grupo.

         Creemos en Cristo que sana nuestra existencia y esa fe en Cristo nos sana y ayuda a vivir en paz, alegría, la ilusión (espíritu), la esperanza y la misericordia.

Señor mío y Dios mío

[1] F. Nietzsche, La ciencia gaya, n 125.

[2] En la vida eclesial se baraja con excesiva frivolidad y simplismo las ideas de comunión y obediencia, sin tener en cuenta otras dimensiones como son el pluralismo, la diversidad, las tradiciones varias, los estilos eclesiales y carismas, la armonía, que no van, ni mucho menos contra la vida comunitaria.

[3] Los jesuitas celebran el lunes de Pentecostés la fiesta de “la herida de San Ignacio en el sitio de Pamplona”. El de Loiola podía haber terminado siendo un cojo amargado para el resto de su vida, pero terminó siendo una gran persona y santo. La herida le sanó.

[4] Hay por ahí un refrán que dice: si quieres tener placer, véngate. Si quieres ser feliz, perdona.

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