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La puerta estrecha: Gracia cara vs. Gracia barata…

Domingo, 25 de agosto de 2019
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La gracia barata es el enemigo mortal de nuestra Iglesia. Hoy combatimos en favor de la gracia cara

La gracia barata es la gracia considerada como una mercancía que hay que liquidar, es el perdón malbaratado, el consuelo malbaratado, el sacramento malbaratado, es la gracia como almacén inagotable de la Iglesia, de donde la toman unas manos inconsideradas para distribuirla sin vacilación ni límites; es la gracia sin precio, que no cuesta nada.

Porque se dice que, según la naturaleza misma de la gracia, la factura ha sido pagada de antemano para todos los tiempos. Gracias a que esta factura ya ha sido pagada podemos tenerlo todo gratis. Los gastos cubiertos son infinitamente grandes y, por consiguiente, las posibilidades de utilización y de dilapidación son también infinitamente grandes. Por otra parte, ¿qué sería una gracia que no fuese gracia barata?

La gracia barata es la gracia como doctrina, como principio, como sistema, es el perdón de los pecados considerado como una verdad universal, es el amor de Dios interpretado como idea cristiana de Dios. Quien la afirma posee ya el perdón de sus pecados.

La Iglesia de esta doctrina de la gracia participa ya de esta gracia por su misma doctrina. En esta Iglesia, el mundo encuentra un velo barato para cubrir sus pecados, de los que no se arrepiente y de los que no desea liberarse. Por esto, la gracia barata es la negación de la palabra viva de Dios, es la negación de la encamación del Verbo de Dios.

La gracia barata es la justificación del pecado y no del pecador.

Puesto que la gracia lo hace todo por sí sola, las cosas deben quedar como antes. «Todas nuestras obras son vanas». El mundo sigue siendo mundo y nosotros seguimos siendo pecadores «incluso cuando llevamos la vida mejor». Que el cristiano viva, pues, como el mundo, que se asemeje en todo a él y que no procure, bajo pena de caer en la herejía del iluminismo, llevar bajo la gracia una vida diferente de la que se lleva bajo el pecado. Que se guarde de enfurecerse contra la gracia, de burlarse de la gracia inmensa, barata, y de reintroducir la esclavitud a la letra intentando vivir en obediencia a los mandamientos de Jesucristo. El mundo está justificado por gracia; por eso -a causa de la seriedad de esta gracia, para no poner resistencia a esta gracia irreemplazable- el cristiano debe vivir como el resto del mundo.

Le gustaría hacer algo extraordinario; no hacerlo, sino verse obligado a vivir mundanamente, es sin duda para él la renuncia más dolorosa. Sin embargo, tiene que llevar a cabo esta renuncia, negarse a sí mismo, no distinguirse del mundo en su modo de vida.

Debe dejar que la gracia sea realmente gracia, a fin de no destruir la fe que tiene el mundo en esta gracia barata.

Pero en su mundanidad, en esta renuncia necesaria que debe aceptar por amor al mundo -o mejor, por amor a la gracia- el cristiano debe estar tranquilo y seguro (securus) en la posesión de esta gracia que lo hace todo por sí sola. El cristiano no tiene que seguir a Jesucristo; le basta con consolarse en esta gracia. Esta es la gracia barata como justificación del pecado, pero no del pecador arrepentido, del pecador que abandona su pecado y se convierte; no es el perdón de los pecados el que nos separa del pecado. La gracia barata es la gracia que tenemos por nosotros mismos.

La gracia barata es la predicación del perdón sin arrepentimiento, el bautismo sin disciplina eclesiástica, la eucaristía sin confesión de los pecados, la absolución sin confesión personal. La gracia barata es la gracia sin seguimiento de Cristo, la gracia sin cruz, la gracia sin Jesucristo vivo y encarnado.

La gracia cara

La gracia cara es el tesoro oculto en el campo por el que el hombre vende todo lo que tiene; es la perla preciosa por la que el mercader entrega todos sus bienes; es el reino de Cristo por el que el hombre se arranca el ojo que le escandaliza; es la llamada de Jesucristo que hace que el discípulo abandone sus redes y le siga.

La gracia cara es el Evangelio que siempre hemos de buscar, son los dones que hemos de pedir, es la puerta a la que se llama. Es cara porque llama al seguimiento, es gracia porque llama al seguimiento de Jesucristo; es cara porque le cuesta al hombre la vida, es gracia porque le regala la vida; es cara porque condena el pecado, es gracia porque justifica al pecador. Sobre todo, la gracia es cara porque ha costado cara a Dios, porque le ha costado la vida de su Hijo -«habéis sido adquiridos a gran precio»– y porque lo que ha costado caro a Dios no puede resultamos barato a nosotros. Es gracia, sobre todo, porque Dios no ha considerado a su Hijo demasiado caro con tal de devolvernos la vida, entregándolo por nosotros. La gracia cara es la encarnación de Dios.

La gracia cara es la gracia como santuario de Dios que hay que proteger del mundo, que no puede ser entregado a los perros; por tanto, es la gracia como palabra viva, palabra de Dios que él mismo pronuncia cuando le agrada. Esta palabra llega a nosotros en la forma de una llamada misericordiosa a seguir a Jesús, se presenta al espíritu angustiado y al corazón abatido como una palabra de perdón.

La gracia es cara porque obliga al hombre a someterse al yugo del seguimiento de Jesucristo, pero es una gracia el que Jesús diga: «Mi yugo es suave y mi carga ligera».

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Dietrich Bonhoeffer
El precio de la Gracia. El Seguimiento
Ediciones Sígueme, Salamanca 2004

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En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando.

Uno le preguntó:

“Señor, ¿serán pocos los que se salven?”

Jesús les dijo:

“Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: “Señor, ábrenos”; y él os replicará: “No sé quiénes sois.”

Entonces comenzaréis a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas.”

Pero él os replicará: “No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados.”

Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.

Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos.”

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Lucas 13, 22-30

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“Confianza sí, frivolidad no”. 21 Tiempo ordinario – C (Lucas 13,22-30)

Domingo, 25 de agosto de 2019
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21-TO-C-600x400La sociedad moderna va imponiendo cada vez con más fuerza un estilo de vida marcado por el pragmatismo de lo inmediato. Apenas interesan las grandes cuestiones de la existencia. Ya no tenemos certezas firmes ni convicciones profundas. Poco a poco, nos vamos convirtiendo en seres triviales, cargados de tópicos, sin consistencia interior ni ideales que alienten nuestro vivir diario, más allá del bienestar y la seguridad del momento.

Es muy significativo observar la actitud generalizada de no pocos cristianos ante la cuestión de la «salvación eterna» que tanto preocupaba solo hace pocos años: bastantes la han borrado sin más de su conciencia; algunos, no se sabe bien por qué, se sienten con derecho a un «final feliz»; otros ya no piensan ni en premios ni en castigos.

Según el relato de Lucas, un desconocido hace a Jesús una pregunta frecuente en aquella sociedad religiosa: «¿Serán poco los que se salven?». Jesús no responde directamente a su pregunta. No le interesa especular sobre ese tipo de cuestiones, tan queridas por algunos maestros de la época. Va directamente a lo esencial y decisivo: ¿cómo hemos de actuar para no quedar excluidos de la salvación que Dios ofrece a todos?

«Esforzados en entrar por la puerta estrecha». Estas son sus primeras palabras. Dios nos abre a todos la puerta de la vida eterna, pero hemos de esforzarnos y trabajar para entrar por ella. Esta es la actitud sana. Confianza en Dios, sí; frivolidad, despreocupación y falsas seguridades, no.

Jesús insiste, sobre todo, en no engañarnos con falsas seguridades. No basta pertenecer al pueblo de Israel; no es suficiente haber conocido personalmente a Jesús por los caminos de Galilea. Lo decisivo es entrar desde ahora en el reino de Dios y su justicia. De hecho, los que quedan fuera del banquete final son, literalmente, «los que practican la injusticia».

Jesús invita a la confianza y la responsabilidad. En el banquete final del reino de Dios no se sentarán solo los patriarcas y profetas de Israel. Estarán también paganos venidos de todos los rincones del mundo. Estar dentro o estar fuera depende de cómo responde cada uno a la salvación que Dios ofrece a todos.

Jesús termina con un proverbio que resume su mensaje. En relación con el reino de Dios, «hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos». Su advertencia es clara. Algunos que se sienten seguros de ser admitidos pueden quedar fuera. Otros que parecen excluidos de antemano pueden quedar dentro.

José Antonio Pagola

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“Vendrán de oriente y occidente y se sentarán a la mesa en el reino de Dios”. Domingo 25 de agosto de 2019 21º domingo del Tiempo Ordinario

Domingo, 25 de agosto de 2019
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46-ordinarioC21 cerezoLeído en Koinonia:

Isaías 66, 18-21: De todos los países traerán a todos vuestros hermanos.
Salmo responsorial: 116: Id al mundo entero y proclamad el Evangelio.
Hebreos 12, 5-7. 11-13: El Señor reprende a los que ama.
Lucas 13, 22-30: Vendrán de oriente y occidente y se sentarán a la mesa en el reino de Dios

Jesús continua su viaje a Jerusalén, pasando por pueblos y aldeas en los que enseñaba. En este contexto alguien pregunta a Jesús: Señor, ¿son pocos aquellos que se salvarán? La pregunta como se ve, apunta al número: ¿Cuántos vamos a salvarnos, pocos o muchos? La respuesta de Jesús traslada la atención del “cuántos” al “cómo” nos salvamos.

Es la misma actitud que notamos a propósito de la parusía: los discípulos preguntan “cuándo” se producirá el retorno del Hijo del hombre y Jesús responde indicando “cómo” prepararse para ese retorno, qué hacer durante la espera (Mt 24,3-4). Esta forma de actuar de Jesús no es extraña ni poco cortés; es la forma de actuar de alguien que quiere educar a los discípulos y pasar del plano de la curiosidad al de la sabiduría, de las preguntas ociosas que apasionan a la gente, a los verdaderos problemas que sirven para el Reino. Entonces, en este evangelio Jesús aprovecha la oportunidad para instruir a los discípulos sobre los requisitos de la salvación. La cosa nos interesa naturalmente en sumo grado también a nosotros, discípulos de hoy que estamos frente al mismo problema.

Pues bien, ¿qué dice Jesús respecto del modo de salvarnos? Dos cosas: una negativa, otra positiva; primero, lo que no sirve y no basta, después lo que sí sirve para salvarse. No sirve, o en todo caso no basta para salvarse el hecho de pertenecer a determinado pueblo, a determinada raza o tradición, institución, aunque fuera el pueblo elegido del que proviene el Salvador: “Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas… No sé de dónde son ustedes”. En el relato de Lucas, es evidente que los que hablan y reivindican privilegios son los judíos; en el relato de Mateo, el panorama se amplía: estamos ahora en un contexto de Iglesia; aquí oímos a cristianos que presentan el mismo tipo de pretensiones: “Profetizamos en tu nombre (o sea en el nombre de Jesús), hicimos milagros… pero la respuesta de Señor es la misma: ¡no los conozco, apártense de mí! (Mt 7,22-23). Por lo tanto, para salvarse no basta ni siquiera el simple hecho de haber conocido a Jesús y pertenecer a la Iglesia; hace falta otra cosa.

Justamente esta “otra cosa” es la que Jesús pretende revelar con las palabras sobre la “puerta estrecha”. Estamos en la respuesta positiva, en lo que verdaderamente asegura la salvación. Lo que pone en el camino de la salvación no es un título de propiedad (no hay títulos de propiedad para un don como es la salvación), sino una decisión personal. Esto es más claro todavía en el texto de Mateo que contrapone dos caminos y dos puertas –una estrecha y otra ancha– que conducen respectivamente una al vida y una a la muerte: esta imagen de los dos caminos Jesús la toma de Deut 30,15ss y de los profetas (Jer 21,8); fue para los primeros cristianos, una especie de código moral. Hay dos caminos –leemos en la Didaché–, uno de la vida y otro de la muerte; la diferencia entre los dos caminos es grande. Al camino de la vida le corresponden el amor a Dios y al prójimo, el bendecir a quien maldice, perdonar a quien te ofende, ser sincero, pobre; en suma, los mandamientos de Dios y las bienaventuranzas de Jesús. Al camino de la muerte le corresponden, por el contrario, la violencia la hipocresía, la opresión del pobre, la mentira; en otras palabras lo opuesto, a los mandamientos y a las bienaventuranzas.

La enseñanza sobre el camino estrecho encuentra un desarrollo muy pertinente en la segunda lectura de hoy: “El Señor corrige al que ama…”. El camino estrecho no es estrecho por algún motivo incomprensible o por un capricho de Dios que se divierte haciéndolo de esa manera, sino que se puesto por medio el pecado, porque ha habido una rebelión, se salió por una puerta; el conflicto de la cruz es el medio predicado por Jesús e inaugurado por él mismo para remontar esa pendiente, revertir esa rebelión y “volver a entrar”

Pero, ¿porqué camino “ancho” y camino “estrecho”? ¿Acaso el camino del mal es siempre fácil y agradable de recorrer y el camino del bien siempre duro y cansador? Aquí es importante obrar con discernimiento para no caer en la misma tentación del autor del salmo 73. También a este creyente del primer testamento le había parecido que no hay sufrimiento para los impíos, que su cuerpo está siempre sano y satisfecho, que no se ven golpeados por los demás hombres, sino que están siempre tranquilos amasando riquezas, como si Dios tuviera, además, preferencia por ellos…; el salmista se escandalizó por esto, hasta el punto de sentirse tentado de abandonar su camino de inocencia para hacer como los demás. En este estado de agitación, entró en el templo y se puso a orar, y de repente vio con toda claridad: comprendió “cuál es su fin”, o sea el fin de los impíos, empezó a albar a Dios y a darle gracias con alegría porque todavía estaba con él. La luz se hace orando y considerando las cosas desde el fin, o sea, desde su desenlace.

Volvamos al hilo del discurso; Jesús rompe el esquema y lleva el tema al plano personal y cualitativo no sólo es necesario pertenecer a una determinada “comunidad” ligada a una serie de practicas religiosas que nos dan la garantía de la salvación. Lo importante es atravesar la puerta estrecha es decir el empeño serio y personal por la búsqueda del reino de Dios, esta es la única garantía que nos da la certeza que se está en el camino que nos conduce a la luz de la salvación. Jesús ha repetido muchas veces este concepto: “no todos los que me dicen Señor, Señor entraran en el Reino de los cielos, sino aquel que hace la voluntad de mi Padre que esta en los cielos”.

Comer y beber el cuerpo y la sangre de Señor, escuchar su Palabra, multiplicar las oraciones… es importante pero no es suficiente para alcanzar la salvación, porque como afirma Dios por boca del profeta Isaías: “no puedo soportar falsedad y solemnidad” (1,13). Al rito se debe unir la vida, la religión debe impregnar toda la vida la oración debe orientarse a la practica de la caridad, la liturgia debe abrirse a la justicia y al bien de otra manera como han dicho los profetas el culto es hipócrita y es incapaz de llevarnos a la salvación, y escucharemos las palabras de Jesús “aléjense de mí, operarios de iniquidad”. El acento está en las obras, expresión de una vida coherente con la fe que profesamos.

La imagen que Jesús usa inicialmente es aquella de la “puerta estrecha”, que representa muy bien el empeño que es necesario para alcanzar la meta de la salvación, el verbo griego usado por Lucas agonizesthe es traducido por “esforzarse”. Indica una lucha, una especie de “agonía”; incluye fatiga y sufrimiento, que envuelve a toda la persona en el camino de fidelidad a Dios.

La vida cristiana es una vida de lucha diaria por elevarse a un nivel espiritual superior; es erróneo cruzarse de brazos y relajarse después de haber hecho un compromiso personal con Cristo. No podemos quedarnos estancados en nuestra fidelidad al reino de Dios.

Creer es una actitud seria y radical y no se reduce a ciertos actos de devoción. Éstos pueden ser signos de una adhesión radical; finalmente al Reino de Dios son admitidos todos los justos de la tierra que han luchado, amado y se han esforzado por su fe con sinceridad de corazón; esto significa que el cristianismo se abre a todas las razas, a todas las culturas, a todas las expresiones sociales y personales sin ninguna restricción. Leer más…

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25. 08.19. Domingo 21. Tiempo ordinario. Ciclo C. Lc 13, 22-30. “¿Cuántos se salvan? Entrad por la puerta estrecha”

Domingo, 25 de agosto de 2019
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hqdefaultDel blog de Xabier Pikaza:

El evangelio de Lucas recoge, en el contexto de la gran subida a Jerusalén, iniciada en 10, 51, una serie de dichos relacionados con la salvación. El texto ha sido retocado por el mismo Lucas, con materiales que provienen de la tradición del Documento Q (recogidos por Mateo en otro contexto: Mt 7, 13-14. 21-23). Tratan de la salvación, entendida en sentido fuerte y así quiero comentarlos hoy, de un modo sencillo, aplicándolos a nuestra situación social y eclesial. Queda en cursiva el texto de Lucas; el resto es comentario mío.

En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando.

 Ésta es la enseñanza del “camino”. La vida de Jesús, igual que nuestra vida, es un ascenso mesiánico.La meta es Jerusalén: el cumplimiento de las profecías, el lugar de la esperanza final. Así, mientras vamos de camino, acompañando con Jesús, van surgiendo las preguntas. Sólo en este contexto se entienden

Uno le preguntó: “Señor, ¿serán pocos los que se salven?”

             Da la impresión de que esa pregunta viene de un curioso que quiere saber por saber No es ¿voy a salvarme?, sino ¿se salvarán muchos? Es una pregunta  de gentes que se sitúan como desde fuera, una pregunta que se sitúa  en el ámbito de una Iglesia helenista, que ya no espera la llegada del Reino de Dios (como anunciaba Jesús), sino un tipo de salvación final, después de la historia.

Es la pregunta de alguien que está ya preocupado por el “número” de los que se salvan y así se lo pregunta a Jesús, a quien llama Kyrios, Señor divino. Él tiene que saberlo todo; tendrá que responder. Es una pregunta que, quizá, podría plantearse de otras formas:

¿tiene salida este mundo concreto que vamos haciendo y deshaciendo, un mundo amenazado por la bomba atómica y ecológica, por la gran violencia?¿cuántos podrán sobrevivir al gran desastre atómico?

¿cuántos hombres y mujeres podrán subsistir si sigue este tipo del capitalismo y de interés político de algunos… mientras mueran cada día miles y miles por hambre, en los mares de los barcos a la deriva mientras otro pasan a su lado en grandes cruceros de lujo?

68319315_1295231860654003_5093748303007318016_oJesús les dijo: Esforzaos en entrar por la puerta estrecha.

             Lógicamente, Jesús no responde de manera directa a la pregunta. No dice si el 10%, si el 50% o si el conjunto de los hombres y mujeres. La pregunta del curioso no puede responderse de esa forma.

Él ha preguntado en nombre de muchos que parecen mirar desde fuera.Jesús le (les) responde: ¡Vamos, poneos en marcha…, no preguntéis por el número, “esforzaos”.

La respuesta por el número no puede darla él, ni siquiera Dios; tenemos que darla nosotros, con nuestro “esfuerzo” (en griego “agonía”, de agón, lucha) por la salvación.

 En ese contexto alude al tema de la “puerta estrecha, aunque no lo desarrolla, como hace Mt 7, 13-14 con la alegoría de las dos puertas (de los dos caminos): una estrecha, otra ancha, una difícil otra fácil…

   Los que están de verdad en dificultad no son sólo los otros, aquellos a quienes no dejamos pasar entre las mallas de nuestra murallas de nuestras fronteras… Queremos cerrar el paso a los otros, y nos cerramos el paso a nosotros mismos.

Jesús habla de una “puerta estrecha”. El tema es conocido en otros contextos. Viene en muchos libros… Ésta es la puerta de la humanidad futura: si vamos por la puerta fácil de muchos… podremos perdernos.El camino implica un tipo de “selección”, un tipo de compromiso. Para aquellos que pueden escuchar (para aquellos que tienen la oportunidad de recibir el mensaje de Jesús) es necesario el esfuerzo, la agonía de la puerta estrecha, la puerta de la decisión de cada uno.

Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: “Señor, ábrenos”; y él os replicará: “No sé quiénes sois.”

f0132545            El evangelio nos sitúa ahora ante el tema de la casa inaccesible, de la puerta que se cierra (tema que Mt 25, 10-12 ha desarrollado con la alegoría de las vírgenes prudentes y las necias). Ha dicho antes que hay que esforzarse, pero ahora descubrimos que no basta el esfuerzo, pues habrá algunos que querrán e intentarán y no podrán, aunque vengan gritando: ¡Señor ábrenos!

En otro contexto ha dicho el mismo Jesús de Lucas que “a todo el que llama se le abrirá” (cf. Lc 11, 10). Aquí, en cambio, hay algunos que intentan, que llaman, que gritan y que, sin embargo, quedan fueran. Evidentemente, tienen que ser unas personas muy peculiares, personas que han equivocado el estilo de Jesús, personas que han rechazado de una forma radical su oportunidad. Dicen ¡Señor!, pero el Señor no les conoce.

Estamos, sin duda, ante personas que han querido manipular del evangelio, ante unos hombres y mujeres que conocen teología, que saben decir “Señor”, pero que utilizan el Mensaje del Reino para provecho propio, quedando así fuera del “conocimiento” de Jesús.

Éstos no son los “cojos-mancos-ciegos” a los que Jesús ha ofrecido su palabra, no son tampoco los pecadores que de alguna forma aguardan la salvación, ni los pobres que esperan el pan y la palabra… No son los millones y millones que sufren y buscan…

Jesús habla aquí para la buena Iglesia…. (para la Iglesia que se siente buena… pero no obra bien). Estos que dicen “Señor, Señor”, sin ser “conocidos por Jesús”, son, sin duda, unas personas que están desfigurando el Evangelio, para provecho propio, en contra del mismo Jesús, personas que no abren el camino para los demás.

Entonces comenzaréis a decir. “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas.” Pero él os replicará: “No sé quiénes sois. Alejaos de mí, obradores de injusticia.”

             Estas palabras aparecen también en Mt 7, 22-23, pero de un modo todavía más intenso, más doliente. Los que protestan ante el Señor, presentando sus credenciales y derechos, son líderes de las comunidades, personas que han profetizado en su nombre, que han hecho exorcismos y curaciones…

Lucas acentúa menos ese rasgo de liderazgo, pero destaca el de la “cercanía”. Los que protestan, sintiéndose excluidos, son personas que han comido y bebido con Jesús, que han escuchado su palabra en las plazas… Son los cristianos oficiales, los que piensan tener unos derechos mayores que los otros, los que apelan a “recomendaciones” de diverso tipo… Son aquellos que, en el fondo, han entendido la salvación como un “negocio” que puede resolverse con gestos externos y recomendaciones.

Ellos, los que se sienten el centro de la Iglesia, los que dicen conocer a Jesús (¡como si fueran sus parientes de siempre!) son los que reciben la respuesta más dura: ¡no os conozco…! Leer más…

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“Cuántos, cómo y quienes se salvan”. Domingo 21 ciclo C

Domingo, 25 de agosto de 2019
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los que se salvanDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

Durante siglos, a los israelitas no les preocupó el tema de la salvación o condena en la otra vida. Después de la muerte, todos, buenos y malos, ricos y pobres, opresores y oprimidos, descendían al mundo subterráneo, el Sheol, donde sobrevivían sin pena ni gloria, como sombras. Quienes se planteaban el problema de la justicia divina, del premio de los buenos y castigo de los malvados, respondían que eso tenía lugar en este mundo. Sin embargo, la experiencia demostraba lo contrario, y así lo denuncia el autor del libro de Job: en este mundo, los ladrones y asesinos suelen vivir felizmente, mientras los pobres mueren en la miseria.

            Con el tiempo, para salvar la justicia divina, algunos grupos religiosos, como los fariseos y los esenios, trasladan el premio y el castigo a la otra vida. Dentro de los evangelios, la parábola del rico y Lázaro refleja muy bien esta idea: el rico lo pasa muy bien en este mundo, pero su comportamiento injusto y egoísta con Lázaro lo condena a ser torturado en la otra vida; en cambio, Lázaro, que nada tuvo en la tierra, participa de la felicidad eterna.

            Entre los judíos que creen en la resurrección cabe otra postura, importante para comprender el comienzo del evangelio de hoy: sólo los buenos resucitan para una vida feliz, los malvados no consiguen ese premio, pero tampoco son condenados.

Una pregunta absurda: cuántos

            Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando.
Uno le preguntó:

            Señor, ¿serán pocos los que se salven?

            Bastantes cristianos actuales habrían formulado la pregunta de manera distinta: ¿serán muchos los que se condenen? Sin embargo, el personaje del que habla Lucas parece formar parte de ese grupo que sólo cree en la salvación. Jesús podría haber respondido con otra pregunta: ¿qué entiendes por “pocos”? ¿Cuatro mil? ¿Veinte millones? ¿Ciento cuarenta y cuatro mil, como afirman los Testigos de Jehová? La pregunta sobre pocos o muchos es absurda, aunque hay gente que sigue afirmando con absoluta certeza que se condena la mayoría o que se salvan todos.

Una enseñanza: cómo

            Jesús no entra en el juego. Ni siquiera responde al que pregunta, sino que aprovecha la ocasión para ofrecer una enseñanza general.

            Jesús les dijo:

            Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán.

            La imagen, tal como la presenta Lucas, no resulta muy feliz. Quienes no pueden entrar por una puerta estrecha son las personas muy gordas, y eso no es lo que está en juego. El evangelio de Mateo ofrece una versión más completa y clara: “Entrad por la puerta estrecha; porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella. ¡Qué estrecha es la puerta, qué angosto el camino que lleva a la vida, y son pocos los que dan con ella!” (Mateo 7,13-14).

            En cualquier caso, la exhortación de Jesús resulta tremendamente vaga: ¿en qué consiste entrar por la puerta estrecha? En otros momentos lo deja más claro.

            Al joven rico, angustiado por cómo conseguir la vida eterna, le responde: “No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, honrarás a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Son los mandamientos de la segunda tabla del decálogo, los que regulan las relaciones con el prójimo. Curiosamente (y a muchos judíos les resultaría blasfemo) para conseguir la vida eterna no es preciso observar el sábado.

            En el evangelio de Mateo, la parábola del Juicio Final indica los criterios que tendrá en cuenta Jesús a la hora de salvar y condenar: “porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era emigrante y me acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis, estaba enfermo y me visitasteis, estaba encarcelado y acudisteis”. Vivir esto equivale a pasar por una puerta estrecha, pero al alcance de todos.

Un final sorprendente y polémico: quiénes

            La pregunta sobre el número de los que se salvan ha provocado una respuesta sobre cómo salvarse; pero Jesús añade algo más, sobre quiénes se salvarán.

            El libro de Isaías contiene estas palabras dirigidas por Dios a los israelitas: “En tu pueblo todos serán justos y poseerán por siempre la tierra” (Is 60,21). Basándose en esta promesa, algunos rabinos defendían que todo Israel participaría en el mundo futuro; es decir, que todos se salvarían (Tratado Sanedrín 10,1). ¿Y los paganos? También ellos podían obtener la salvación si aceptaban la fe judía.

            Sin embargo, las palabras que pone Lucas en boca de Jesús afirman algo muy distinto. Empalmando con la idea de que muchos intentarán entrar y no podrán, nos sorprende con la siguiente descripción:           

            Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo:
– “Señor, ábrenos”.
-Y él os replicará: “No sé quiénes sois”.
Entonces comenzaréis a decir:
-“Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”.
Pero él os replicará:
-“No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados.”
Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.

            El amo de la casa es Jesús, y quienes llaman a la puerta son los judíos contemporáneos suyos, que han comido y bebido con él, y en cuyas plazas ha enseñado. No podrán participar del banquete del reino junto con los verdaderos israelitas, representados por los tres patriarcas y los profetas. En cambio, muchos extranjeros, procedentes de los cuatro puntos cardinales, se sentarán a la mesa.

            La conversión de los paganos ya había sido anunciada por algunos profetas, como demuestra la primera lectura (Is 66,18-21) que copio más abajo. Pero el evangelio es hiriente y polémico: no se trata de que los paganos se unen a los judíos, sino de que los paganos sustituyen a los judíos en el banquete del Reino de Dios. Estas palabras recuerdan el gran misterio que supuso para la iglesia primitiva ver cómo gran parte del pueblo judío no aceptaba a Jesús como Mesías, mientras que muchos paganos lo acogían favorablemente. Él es la puerta estrecha, por la que muchos contemporáneos se han negado a entrar.

Moraleja y matización

            Lucas termina con una de esas frases breves y enigmáticas que tanto le gustaban a Jesús (de hecho, el evangelio de Mateo la coloca en otro contexto muy distinto).

            Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos.

            En la interpretación de Lucas, los últimos son los paganos, los primeros los judíos. El orden se invierte. Pero los primeros, los judíos como totalidad, no quedan fuera del banquete, también son invitados a él. El mismo Lucas, cuando escriba el libro de los Hechos de los Apóstoles, presentará a Pablo dirigiéndose en primer lugar a los judíos, aunque en generalmente sin mucho éxito.

Primera lectura: Isaías 66, 18-21

            Así dice el Señor:

            Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua: vendrán para ver mi gloria, les daré una señal, y de entre ellos despacharé supervivientes a las naciones: a Tarsis, Etiopía, Libia, Masac, Tubal y Grecia, a las costas lejanas que nunca oyeron mi fama ni vieron mi gloria; y anunciarán mi gloria a las naciones. 

            Y de todos los países, como ofrenda al Señor, traerán a todos vuestros hermanos a caballo y en carros y en literas, en mulos y dromedarios, hasta mi monte santo de Jerusalén dice el Señor, como los israelitas, en vasijas puras, traen ofrendas al templo del Señor. De entre ellos escogeré sacerdotes y levitas dice el Señor.

            El primer párrafo es el que está en relación con el evangelio: habla de la conversión de los paganos desde Tarsis (a menudo localizada en la zona de Cádiz-Huelva) hasta Turquía (Masac y Tubal), y con dos importantes regiones de África (Libia y Etiopía). El punto de vista es distinto al del evangelio: aquí sólo se habla de conversión, no de salvación en la otra vida (tema que queda fuera de la perspectiva del profeta).

Segunda lectura: cuando Dios nos mete por la puerta estrecha (Heb 12,5-7.11-13)

            Este breve fragmento de la carta a los hebreos no tiene nada que ver con el evangelio. Pero es una hermosa exhortación que lo complementa. En el evangelio se nos anima a «entrar por la puerta estrecha». Muchas veces es la vida la que se estrecha en torno a nosotros, como si Dios nos pusiera a prueba. El autor de la carta enfoca esos momentos difíciles como una reprensión o corrección del Señor. Pero es la corrección de un Padre que deseo lo mejor para su hijo, idea que debe consolarnos y fortalecernos.

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Domingo XXI del Tiempo Ordinario. 25 agosto, 2019

Domingo, 25 de agosto de 2019
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 “Esforzaos por entrar por la puerta estrecha.

(Lc 13, 22-30)

El de hoy es un evangelio “peligroso” que nos puede conducir a dos extremos contra puestos.

Por un lado, podemos quedarnos con la imagen de un dios exigente que lleva cuentas pormenorizadas de cada uno de nuestros pecados. Un dios riguroso, lleno de santidad y perfección. Lleno de poder que no se va a dejar manchar o corromper por la oscuridad y debilidad humana.

En el extremo opuesto, podemos caer en la trampa de pensar que al Dios de Jesús no le pega nada eso de “dejar fuera” a nadie y que su misericordia es una especie de salvoconducto que nos permite vivir sin ninguna responsabilidad. Que podemos hacer lo que queramos, lo que nos dé la gana.

Ambas posturas están equivocadas aunque tienen su parte de verdad. El Dios que vino a anunciarnos Jesús no es un juez castigador. No necesita de nosotras un expediente impecable. Pero tampoco podemos convertir la misericordia divina en la excusa perfecta para vivir de cualquier manera, porque en el Reino del Amor no vale todo. Por eso Jesús dice: “Esforzaos por entrar por la puerta estrecha.

El evangelio de hoy apela a nuestra responsabilidad personal. Solo aquello que nos hace crecer en amor y libertad nos abre las puertas del Reino, porque solo esas actitudes nos ponen en camino.

No es que Dios nos vaya a cerrar la puerta, pero tampoco nos va a obligar a entrar. La puerta del Reino es estrecha porque tenemos que acertar con ella desde nuestra propia libertad. Y la libertad nos da siempre a escoger, aunque no siempre lo más apetecible es realmente mejor.

 

Oración

Repite, Trinidad Santa, en nuestros corazones ese:

Esforzaos por entrar por la puerta estrecha”,

recuérdanos que necesitas de nosotras para llevarnos a tu Reino. Amén.

 

*

Fuente:  Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

***

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Si “alguien” quiere pasar, la puerta se cierra.

Domingo, 25 de agosto de 2019
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puerta-2Lc 13,22-30

El texto nos recuerda una vez más, que Jesús va de camino hacia Jerusalén, que será su meta. Sigue Lc con la acumulación de dichos sin mucha conexión entre sí, pero todos tienen como objetivo ir instruyendo a los discípulos sobre el seguimiento de Jesús. Jesús no responde a la pregunta, porque está mal planteada. La salvación no es una línea que hay que cruzar, es un proceso de descentración del yo, que hay que tratar de llevar lo más lejos posible. Trataremos de adivinar por qué no responde a la pregunta y lo que quiere decirnos.

No es fácil concretar en qué consiste esa salvación de la que hablan los evangelios. Hoy tenemos infinidad de ofertas de salvación. “Salvación” hace referencia, en primer lugar, a la liberación de un peligro o situación desesperada. El médico está todos los días curando en el hospital, pero se dice que ha salvado a uno, cuando estando en peligro de muerte, ha evitado ese final. Aplicar este concepto a la vida espiritual puede despistarnos. El mayor peligro para una trayectoria espiritual es dejar de progresar, no que se encuentren obstáculos en el camino. La salvación no sería librarme de algo sino desplegar al máximo la plenitud humana.

Podíamos hacernos infinidad de preguntas sobre la salvación: ¿Para cuándo la salvación? ¿Salvación aquí o en el más allá? ¿Salvación material o salvación espiritual? ¿Nos salva Dios? ¿Nos salva Jesús? ¿Nos salvamos nosotros? ¿Salvan las obras o la fe? ¿Salva la religión? ¿Salvan los sacramentos? ¿Salva la oración, la limosna o el ayuno? ¿Nos salva la Escritura? ¿Cómo es esa salvación? ¿Salvación individual o comunitaria? ¿Es la misma para todos? ¿Se puede conocer antes de alcanzarla? ¿Podemos saber si estamos salvados?

Resulta que es inútil toda respuesta, porque las preguntas están mal planteadas. Todas dan por supuesto que hay un yo que está perdido y debe ser salvado. Debemos darnos cuenta de que la salvación no es alcanzar la seguridad para mi yo individual, sino que consiste en superar toda idea de individualidad. La religión ha fallado al proponer la salvación del falso yo, que es el anhelo más hondo de todo ser humano. Salvarse es descubrir nuestro verdadero ser y vivir desde él la armonía y unidad con todos los demás seres.

En realidad todos se salvan de alguna manera, porque todo ser humano despliega algo de esa humanidad por muy mínimo que sea ese progreso. Y nadie alcanza la plenitud de salvación porque, por muchos que sean los logros de una vida humana, siempre podría haber avanzado un poco más en el despliegue de su humanidad. Todos estamos, a la vez, salvados y necesitados de salvación. Esta idea nos desconcierta, porque no satisface los deseos del ego.

Esforzaos por entrar por la puerta estrecha. Esta frase nos puede iluminar sobre el tema que estamos tratando. Pero la hemos entendido mal y nos ha metido por un callejón sin salida. El esfuerzo no debe ir encaminado a potenciar un yo para asegurar su permanencia incluso en el más allá. No tiene mucho sentido que esperemos una salvación para cuando dejemos de ser auténticos seres humanos, es decir para después de morir.

La salvación no consiste en la liberación de las limitaciones que no acepto porque no asumo mi condición de criatura y por lo tanto limitada. Esas limitaciones no son fallos del creador ni accidentes desagradables que yo he provocado sino que forman parte esencial de mi ser. La salvación tiene que consistir en alcanzar una plenitud sin pretender dejar de ser criatura y limitada. La verdadera salvación es posible a pesar de mis carencias porque se tiene que dar en otro plano, que no exige la eliminación de mis imperfecciones.

Ni el sufrimiento ni la enfermedad ni la misma muerte pueden restar un ápice a mi condición de ser humano. Mi plenitud la tengo que conseguir con esas limitaciones, no cuando me las quiten. Lo que se puede añadir o quitar pertenece siempre al orden de las cualidades, no es lo esencial. Pensar que la creación le salió mal a Dios y ahora solo Él puede corregirla y hacer un ser humano perfecto es una aberración que nos ha hecho mucho daño. La salvación no puede consistir en cambiar mi condición de ser humano por otro modo de existencia.

Para tomar conciencia de dónde tenemos que poner el esfuerzo es imprescindible entender bien el aserto. Debemos desechar la idea de un umbral que debemos superar. No debemos hacer hincapié en la puerta sino en el que debe atravesarla. No es que la puerta sea estrecha, es que se cierra automáticamente en cuanto alguien pretende atravesarla. Solo cuando tomemos conciencia de que somos nadie, se abrirá de par en par. Mientras no captes bien esta idea, estarás dando palos de ciego en orden a tu verdadera salvación.

No estamos aquí para salvar nuestro yo, sino para desprendernos de él hasta que no quede ni rastro de lo que creíamos ser. Cuando mi falso ser se esfume, quedará de mí lo que soy de verdad y entonces estaré ya al otro lado de la puerta sin darme cuenta. Cuando pretendo estar seguro de mi salvación, o cuando pretendo que los demás vean mi perfección, en realidad estoy alejándome de mi verdadero ser y enzarzándome en mi propio ego.

En realidad no estamos aquí para salvarnos sino para perdernos en beneficio de todos. El domingo pasado decía Jesús: “He venido a traer fuego a la tierra, ¿qué más puedo pedir si ya está ardiendo? Todo lo creado tiene que transformarse en luz, y la única manera de conseguirlo es ardiendo. El fuego destruye todo lo que no tiene valor, pero purifica lo que vale de veras. Debo consumir lo que hay en mí de ego y potenciar lo que hay de verdadero ser.

Somos como la vela que está hecha para iluminar consumiéndose; mientras esté apagada y mantenga su identidad de vela será un trasto inútil. En el momento que le prendo fuego y empieza a consumirse se va convirtiendo en luz y da sentido a su existencia. Cuando nos pasamos la vida adornando y engalanando nuestra vela; cuando incluso le pedimos a Dios que, ya que es tan bonita, la guarde junto a Él para toda la eternidad, estamos renunciando al verdadero sentido de una vida humana, que es arder, consumirse para iluminar a los demás.

No sé quienes sois. Toda la parafernalia religiosa que hemos desarrollado durante dos mil años no servirá de nada si no me ha llevado a desprenderme de ego. El yo más peligroso para alcanzar una verdadera salvación es el yo religioso. Me asusta la seguridad que tienen algunos cristianos de toda la vida en su conducta irreprochable. Como los fariseos, han cumplido todas las normas de la religión. Han cumplido todo lo mandado, pero no han sido capaces de descubrir que en ese mismo instante, deben considerarse “siervos inútiles”.

Esta advertencia es mucho más seria de lo que parece. Pero no tenemos que esperar a un más allá para descubrir si hemos acertado o hemos fallado. El grado de salvación que hayamos conseguido se manifiesta en cada instante de nuestra vida por la calidad de nuestras relaciones con los demás. No se trata de prácticas ni de creencias sino de humanidad manifestada con todos los hombres. Lo que creas hacer directamente por Dios no tiene ninguna importancia. Lo que haces cada día por los demás es lo que determina tu grado de plenitud humana, que es la verdadera salvación.

Meditación

Mi falso yo, sustentado en lo material,
tiene que consumirse para que surja el verdadero ser.
Todo lo que trabajemos para potenciar la individualidad
será ir en dirección contraria a la verdadera meta.
Mientras más adornos y capisayos le coloque,
más lejos estaré de mi verdadera salvación.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Invitación a aprender.

Domingo, 25 de agosto de 2019
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desde-corazonEducar la mente sin educar el corazón, no es educación en absoluto (Aristóteles)

25 de agosto 2019.

DOMINGO XXI DEL TO

Is 66; 18-21

Pero yo vendré para reunir a las naciones, naciones de toda lengua: vendrán para ver mi gloria

Sal 116

Alabad al Señor todos los pueblos, alabadle todas las naciones

Lc 13, 22-30

Camino de Jerusalén, Jesús recorría ciudades y aldeas enseñando

En el salmo responsorial de la misa se dice: “Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio”. En ambos textos, se pone énfasis en la idea de que la doctrina de Jesús debería llegar al mundo entero, sin distinción alguna de pobres o de ricos: “ciudades y aldeas”.

El texto, escribe Jose Enrique Ruiz de Galarreta en Evangelios de Lucas y Juan, Jesús no contesta a lo que le preguntan, sino a lo que deberían haberle preguntado”. Perfecta estratagema.

En nosotros, congregados de todas las partes del mundo, se han cumplido todas las profecías, y nos hemos sentado a la mesa del reino. Pero no podemos quedarnos egoístamente  encerrados en nosotros mismos, sino que debemos sentirnos llamados a llevar a los demás cuanto tan generosa como gratuitamente hemos recibido. Banquete y alimentos que nos nutrirán satisfactoriamente el resto de los días.

En unos  versos de  la poesía china, Wang Wei nos lo dice de esta manera:

MANANTIAL DE LAS PEPITAS DE ORO 

If you drink every day of spring
gold nuggets,
live ten thousand at least.

Bebiendo diariamente de tan prodigioso manantial, jamás podría sucedernos lo que Mark Twain dice del primer hombre, en Diarios de Adán y Eva: “Me harta tener que preocuparme del asunto y, por otra parte, no sirve de nada”.

Dos vientos corren en el mismo sentido, pero cada uno de ellos tiene sus personales fronteras. Derribarlas, podría producir una tormenta, que arrasaría los propios sentimientos a su paso.

¿No es éste el camino que Jesús nos pedía recorriéramos? Al menos deberíamos intentarlo: Es lo que han hecho los grandes pedagogos de la Historia: enseñar desde el corazón, no desde los libros.

No me parecía descabellada la idea de que un día se presentara, con la teatralidad propia de un actor o un cantante de ópera, disfrazado de Lohengrin , cantando un aria solemne”, escribe Sándor Márai en La herencia de Eszter, queriéndonos decir con ello que hay que dejar que cada uno sea como Dios le hizo.

Khalil Gibran dijo en su libro El Profeta, que hay que predicar la palabra, pero sin imponerla a nadie. Todos tienen derecho a ser mutuamente respetados, a que nadie les expolie en sus derechos.

EL MAESTRO

Nuevamente Almitra habló y dijo:

“¿Qué tienes que decirnos del matrimonio, Maestro?”  Y esta fue su respuesta:

Nacisteis juntos y juntos permaneceréis siempre. Mas dejad que en vuestra unión crezcan los espacios, y dejad que los vientos del cielo dancen sobre vosotros. Amaos el uno al otro, pero no hagáis del amor una prisión. Mejor es que sea un mar que se meza entre las orillas de vuestra alma.

Llenaos mutuamente las copas, pero no bebáis solo de una. Compartid vuestro pan, más no comáis de la misma hogaza. Cantad y bailad juntos; alegraos, pero que cada uno de vosotros conserve la soledad para retirarse a ella a veces. Hasta las cuerdas de un laúd están separadas, aunque vibren con la misma música.

Ofreced vuestro corazón, pero no para que se adueñen de él. Y permaneced juntos, pero no demasiado, porque los pilares sostienen el templo, pero están separados. Y ni el roble ni el ciprés crecen el uno a la sombra del otro.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Respuestas últimas en las últimas.

Domingo, 25 de agosto de 2019
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evangile-s-2La pregunta por la salvación se ha vuelto el centro del mensaje cristiano. Si bien esto tiene su importancia no debemos olvidar que no siempre fue así. Si, durante mucho tiempo, en especial durante la larga Edad Media, se preguntaban por tratados esenciales como creación o cosmología, con el tiempo la pregunta por la salvación “individual” basada en una antropología dualista marcada por el bien y el mal se volvió el centro de la pregunta por la salvación (soteriología). Estas cuestiones marcaban no solo la teología sino toda la enseñanza y discusiones de la Iglesia. ¿Qué tenemos que hacer para salvarnos? ¿De qué nos salva Jesús? ¿Cómo nos salva?

El texto del evangelio de Lucas que meditamos hoy plantea en parte estas preguntas. Y lo hace de un modo muy radical y hasta excluyente. La pregunta ¿son pocos los que se salvan? no parece agradar a Jesús. De hecho, se muestra vehemente y desafiante al contestar: “os quedaréis fuera”, “llamaréis, pero no se os abrirá”, “muchos vendrán del norte, del sur, del este y del oeste” (“pero vosotros seréis arrojados fuera”).

¿Quiénes son los que reciben esta contestación tan dura? La respuesta es clara: aquellos que en el presente “obráis injusticias”. Es una afirmación durísima sobre todo si consideramos lo difícil que resulta encontrar a alguien que pueda decir de sí mismo que no practica ninguna injusticia.

Si bien todas estas afirmaciones tan duras se matizan con la salvedad de quienes se esfuercen por “entrar por la puerta estrecha”, no podemos dejar de decir que Jesús responde a la pregunta sobre la salvación con una parábola que hace una distinción excluyente respecto a quienes obran la iniquidad o el mal. Da igual que hayan estado junto a él, que hayan comido con él, que lo hayan escuchado enseñar. Si las acciones son malas no se puede pasar por la “puerta estrecha”.

De todas maneras, la respuesta de Jesús no es directa, sino que cambia la pregunta. No dice la cantidad de los que se salvarán ni da respuesta a la pregunta por la salvación final. Por el contrario, hace un serio y rotundo llamado a practicar la justicia en el presente. Cambia así la respuesta esperada acerca del futuro a un llamado a vivir el presente. La salvación no es cosa del futuro, sino que linda con el presente y es consecuencia de practicar la justicia. Y eso es lo que debe preocupar al lector. No el futuro, que está en manos de Dios, sino el presente de las acciones justas o injustas.

El texto continúa en un tono difícil de entender, sobre todo porque se marca un momento que parece crucial a partir de la imagen de la puerta: si antes era estrecha, ahora se cierra. A partir de ese momento, cuando la puerta se cierre, las acciones cobrarán definitividad. No hay marcha atrás.

Por suerte para los lectores que llegan hasta aquí en la lectura, el final parece más alentador. Al principio del relato, quienes se salvan tienen que pasar por una puerta estrecha y con premura antes de que esta se cierre. Sin embargo, al final del discurso, se amplía la propuesta y “vendrán de los cuatro puntos cardinales a sentarse a la mesa”.

El final de este pasaje también resulta difícil de comprender y parece que más que un consejo se trata de una invitación abierta, a cambiar de modo de pensar, a cambiar la cosmovisión. Las palabras puestas en boca de Jesús hacen una afirmación tajante: los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos. ¿Qué significa esto en el contexto en el que estamos hablando? Parece indicar repetidamente que la lógica de Dios no es la nuestra (los primeros son los últimos, la puerta es estrecha…).

Tantos cambios de preguntas y tantas respuestas evasivas parecen indicar que la salvación es un misterio y que no corresponde buscar respuestas desde la inquietud humana sino desde los designios de Dios; por ello, las preguntas están mal formuladas. Quien las pregunte se llevará una respuesta exigente y dura, porque debe cambiar la mentalidad.  No se puede pretender controlar los designios de Dios ni comprender la salvación. Si son muchos o pocos los que se salvan es una pregunta que no nos pertenece, es una pregunta que solo se puede intuir desde la confianza y esperanza en el plan de Dios. A nosotros nos toca abrirnos a una comprensión de la vida como servicio, gratuidad, atención a los designios de Dios y contrariedad de las cosmovisiones propias y las que ofrece la cultura.

Y, si de la salvación se trata, la lógica del evangelio nos lleva siempre a buscar los últimos lugares, los que nadie quiere. Nos invita a buscar las respuestas últimas en las últimas personas, en quienes están en las últimas.

Se trata de buscar ser y estar con “los últimos”, de ir hacia atrás, de desconfiar de todo aquello que nos hace parecer más y estar en los primeros puestos. Porque la clave está en quienes parecen menos. Y, cuando nos experimentemos en lugares “últimos”, nos tocará reconocer allí las bienaventuranzas, las promesas de Dios.

El quid de la salvación final se reubica así en la solidaridad actual y en un cambio en la forma de comprender las cosas. Jesús acaba esta discusión pidiendo: “Mirad”, porque los últimos serán los primeros y los primeros los últimos. Quien pueda asumir esta afirmación, seguramente tenga alguna idea más clara de lo que es la salvación.

Paula Depalma

Fuente Fe Adulta

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La puerta que conduce a la vida es estrecha.

Domingo, 25 de agosto de 2019
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PuertaDomingo XXI del Tiempo Ordinario

25 agosto 2019

Lc 13, 22-30

Los sabios no son autocomplacientes ni vendedores de ilusiones. Conocedores, por propia experiencia, de la naturaleza paradójica del ser humano, saben que, aun siendo plenitud, podemos enredarnos con facilidad hasta quedar reducidos y encerrados en los estrechos límites del yo y de sus funcionamientos.

Somos Vida, pero la puerta que conduce a hacernos conscientes de la misma es estrecha. El apego a las formas nos atasca y fácilmente nos ciega. De ahí que todo maestro espiritual haya insistido en la necesidad de la desapropiación. Hablan así de desapego, desasimiento, desidentificación… Y saben bien que la desapropiación es uno de los signos decisivos para verificar la verdad o no de cualquier camino espiritual.

Donde hay ego (identificación con el yo), forzosamente habrá apego. Porque el primer mecanismo del yo, el que le permite la supervivencia, es justamente la apropiación. Por definición, el yo es apropiador. Pero la espiritualidad implica transcender el yo, porque hemos comprendido que no somos él.

La verdad, por tanto, del camino espiritual vendrá dada por la capacidad de soltar o desapropiarse. Como decía, se trata de algo que el yo no puede hacer. Incluso en el caso de que parece que “suelta” algo, está buscando obtener un beneficio por otro lado.

La desapropiación nace de la comprensión. Transcendida la consciencia de separatividad, comprendes que no eres nada de lo que puedas soltar, sino justamente Aquello que queda cuando sueltas todo.

De todos modos, la existencia no es sino un camino de pérdidas, en el que habremos de soltar todo aquello a lo que nos habíamos aferrado. De hecho, la muerte no es sino el soltar definitivo. Y nuestra existencia un aprendizaje continuo.

La comprensión nos permite ver que el soltar es fuente de libertad, al experimentar que somos esclavos de todo aquello con lo que nos identificamos y libres de todo aquello de lo que nos desidentificamos. Y no termina ahí: además de libertad, el soltar nos permite crecer en comprensión experiencial, al verificar que soy Aquello que permanece cuando suelto todo.

La puerta que conduce a la Vida es estrecha: ningún yo separado (inflado) puede entrar por ella. Para comprender que somos Vida y vivirnos en esa consciencia de unidad, se requiere cesar en la identificación con el yo separado y en sus modos de funcionar.

¿Cómo me muevo entre la apropiación y el soltar?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Si el infierno existe, está por estrenar

Domingo, 25 de agosto de 2019
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hijo-prodigo-DESTAQUEDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

Decía Urs von Baltahasar que: si el infierno existe, está por estrenar…

  1. Una nota previa del obispo de Roma, Francisco.

La Madre Vicaria de un convento italiano de Clarisas dijo cómo el papa Francisco en una visita que les hizo, les había contado esta historia:

“Nos ha contado una bella historia que nos ha hecho reír a todas, incluso a él mismo:

María está en el Paraíso; San Pedro no siempre abre la puerta cuando llegan los pecadores y por eso María sufre un poco, pero se queda quieta. Y en la noche, cuando se cierran las puertas del Paraíso, cuando nadie ve u oye nada, María abre la puerta del Paraíso y hace entrar a todos”.

         Me imagino que más de cuatro “ultras” del asunto se habrán escandalizado y despreciarán lo que ha dicho Francisco, pero son palabras sencillas, algo ingenuas si se quiere, pero llenas de contenido.

         En el fondo es una respuesta a la pregunta que nos plantea hoy el Evangelio: ¿serán muchos o pocos los que se salven?:

María abre la puerta del Paraíso y hace entrar a todos

         A lo mejor -seguramente- habría que terminar aquí la homilía de hoy.

  1. ¿Son pocos o muchos los que se salven?

         ¡Qué verdad es que todo texto tiene un contexto!

Cuando nosotros nos imaginamos el contexto desde el que solemos leer e interpretar este evangelio suele ser como pasar el peaje de la autopista. La salvación comienza cuando nos morimos. El ticket del peaje es moral, más bien legal. Es una puerta estrecha, difícil. Hemos tenido que atravesar un “slalom” gigante lleno de puertas y leyes. Vamos a ver si pasamos el control.

         Con esta trama, hemos dinamitado el sentido del evangelio de hoy.

  1. La salvación y la vida.

         La salvación, la vida en su sentido más pleno, es el único problema serio, decisivo del ser humano. Porque somos débiles en todos los aspectos y porque somos mortales, el problema decisivo es la vida, la salvación.

Todas las religiones son un intento de dar respuesta a tal cuestión. Unas religiones (más bien ideologías) tratan de resolver la vida desde la economía, otras desde la revolución, no pocas desde una ascesis inhumana, en ocasiones desde un legalismo que supuestamente trata de aplacar la ira de Dios.

En el cristianismo nos salvamos y tenemos vida por el amor de Dios. En aquella polémica de Jesús acerca de la dificultad que suponen las riquezas para la vida, los discípulos le preguntan, ¿quién podrá salvarse? Jesús le contesta: Para Dios no hay nada imposible: (Mc 10,23-27). Es decir, aquí nos salvamos todos: ricos y pobres, divorciados e hijos pródigos, “magdalenas” y “zaqueos”, porque Dios nos quiere a todos y para él nada es imposible.

  1. Esforzaos por entra en la vida.

La salvación y la vida son un don.

La vida y la salvación son un don, una gracia. ¿Alguien de nosotros ha comprado la vida? Se nos ha dado gratis, (gracia).

El esfuerzo (esforzaos) no consiste en sumar puntos que te dan en Eroski con la tarjeta Travel, que sería el legalismo. El esfuerzo no es algo voluntarista y titánico, sino que el esfuerzo -esforzaos- es una experiencia mística que consiste en acoger la vida, el don que se nos da, acoger la misericordia y bondad de Dios.

No se trata de facilitar las cosas y pensar que, aunque peque, como Dios me quiere, no pasa nada. Eso es también una estupidez también legalista.

Acoger la bondad de otra persona sobrecoge nuestro interior, nuestra alma. La puerta estrecha es amplísima, porque es la misericordia de Dios. Quien acoge el amor de la vida, de Dios, del marido / mujer, de la vocación, del amigo supone recibir un espléndido don y una gozosa responsabilidad.

La vida y la salvación significan admitir que somos pobres, débiles, quizás estábamos perdidos y volvemos a la vida. La salvación es la muerte de toda presunción y prepotencia. La salvación no es un esfuerzo moral titánico, sino vivir la propia condición humana de debilidad in desesperar, confiando en Dios.

Por esta puerta no se pasa a base de peajes morales, sino de gratitud y compunción: gratitud por lo recibido, compunción por el dolor que nos causa ser hijos pródigos.

  1. ¿y el infierno?

¿Serán muchos o pocos los que se salven?

Nadie tiene fuerzas para salvarse. Uno sólo nos da la vida: Dios. Es inútil acompañarse de grandes títulos, medallas y victorias.

A la salvación se llega reconociendo la propia debilidad. Cuando soy débil es cuando soy fuerte, (2Cor 12,10) y al mismo tiempo acogemos la infinita misericordia del Señor.

         Por desgracia se ha predicado demasiado y demasiado justicieramente del infierno. Pero Jesús no fue un predicador del infierno.

¡Cuánto daño se ha hecho con el infierno, culpabilidades y condenación! No hay sistema de seguridad o del G7 más represivo que meter en la conciencia de la gente la posibilidad del infierno.

         El Infierno es la “piedra de toque” de toda la cristología: ¿Es posible que un hombre fracase totalmente?

         Dios no ha creado el infierno como una sala de torturas eterna en la que no puede actuar ni el mismo Dios, porque es “territorio comanche” del diablo, (¿). Todo lo cual no deja de ser un infantilismo. (El infierno ha funcionado como arma represiva de los cristianos y de la sociedad).

         Posiblemente el infierno lo creamos en esta vida ¡cuántas situaciones infernales en la vida familiar, social, pateras, en las relaciones de vida comunitaria, en odios inveterados por motivos políticos, bélicos, laborales!

Dos notas sobre el infierno

  1. Desde el lado humano, desde la libertad hay que pensar que el ser humano puede optar por el mal y por el mal absoluto (¿) y, por tanto, el ser humano podría optar por su propia destrucción, que es o sería el infierno.

Aunque también hay que preguntarse si alguien -en sus cabales- puede optar por el mal absoluto. Una libertad limitada, como es la humana, ¿puede elegir ante Dios el mal absoluto?

  1. quedan abiertas muchas cuestiones desde el lado de Dios:

+        Presentar por igual la revelación de la salvación y de la condenación es falsear el cristianismo. Dios nunca creó el infierno. No hay “dos estaciones Termini”: Dios solamente quiere y crea vida y salvación. Estamos, pues, en una historia de salvación y no de condenación.

+        Dios es bueno y solamente bueno.

+        Dios quiere que toda la humanidad se salve. (1Tim 2,3).

+        Dios no es neutral y quiere especialmente la salvación del pecador. Dios ya sabe quiénes y cómo somos, por eso como padre, busca siempre la vida del hijo perdido.

+        Cuando Dios quiere hacer justicia, lo que hace es querernos más; al menos el Dios de Jesús es pura bondad, que en muchos casos es diferente del Dios de la moral eclesiástica.

+        El mismo Dios que nos invita a nosotros perdonar siempre, incluso al enemigo, ¿No será capaz de perdonarnos en esas situaciones límite?

+        Nunca la iglesia ha dicho de nadie que se haya condenado, ni de Judas.

+        La posibilidad de un fracaso humano absoluto, ¿no sería el fracaso de la cristología y de la redención?

+        Decía el teólogo H. U. von  Balthasar que “si el infierno existe, está por estrenar”

+        Todos vivimos y morimos en la misericordia de Dios. Podemos confiar y esperar que en ese tránsito, que es la muerte, todos lo realizamos en la misericordia de Dios.

+        Mientras exista un condenado, Cristo sigue crucificado, (Orígenes).

  1. nos salvamos porque somos los últimos.

Sentirse pequeño y pobre es una actitud hondamente cristiana (humana) y llena de vida.

Vivir y salvarse es abrirse al amor de Dios Padre.

Y Dios nos quiere y quiere la vida para todos sus hijos.

Nuestro Dios es un Dios de la vida, (Lc 20,38)

Dios quiere que toda la humanidad se salve, (1Tim 2,4).

Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua, (1ª lectura, Isaías)

         Si alguien tiene la osadía de predicar sobre el infierno que lo haga desde la misericordia y desde la esperanza.

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