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Semana de Unidad: A la Iglesia de Roma, que preside en el amor… (1Cor 13)

Jueves, 24 de enero de 2019

50616280_1158222727688251_7165707485137862656_nDel blog de Xabier Pikaza:

Seguimos celebrando la “semana de unidad” de los cristianos, como preparación para la fiesta de la Conversión o, mejor dicho, de Vocación de Pablo, que se sintió llamado por Dios para proclamar el evangelio o buena nueva de la comunión de todos los pueblos, en el amor de Cristo, en gratuidad, en libertad, no por ley, sino por Revelación de Amor, como indicaré comentando el texto clave de 1 Cor 13.

1 Cor 13 no niega en modo algunos los problemas que había en la comunidad cristiana de Corinto, más fuertes que todos los enfrentamientos que hoy (2019) se dice que existen en la comunidad cristiana de Roma: Luchas de poder, visiones enfrentadas de la Iglesia, formas distintas de entender la organización de los creyentes…

Pues bien, como respuesta a esos problemas ofreció 1 Cor 13 un programa de amor, entendido como ágape (poder de Vida que impulsa y unifica a los creyentes). En ese contexto, como iglesia primada de la cristiandad, la Iglesia de Roma ha de ser, ante todo, un iglesia “amoroso”: Que sepa amar y ser amado

Así lo dice de forma ejemplar la primera noticia intensa que encontramos sobre el orden y sentido de la Iglesia de Roma, hacia el año 110/120 d.C. (o un poco más tarde), el “obispo” Ignacio de Antioquía de Siria (imagen 2), en una carta apasionada escrita a los Romanos cuando le llevan allí atado para “echarle a los leones” (así, al pie de la letra).

50221181_1158214307689093_2931608998232719360_nDa la impresión de que en ese momento no existía todavía un obispo (papa) en Roma, pues la Iglesia estaba regida por un Colegio de Presbíteros, es decir de hombres de cierto prestigio, como supone la la Primera Carta de Pedro (es decir, escrita por un hombre que asume la herencia de Pedro, hacia el final del siglo I d.C.). Los obispos y los papas vendrán después. Entonces no existían todavía, pero había una iglesia importante.

Pues bien, en ese contexto, Ignacio escribe a la Iglesia de Roma (no a su obispo o papa, que no existía) una carta impresionante de humanidad, de compromiso cristiano cristiano en el amor …diciendo en su encabezado unas famosas palabras:

Ignacio… a la Iglesia que,
conforme al amor de Jesucristo, nuestro Dios,
preside (=se asienta) en la región de los romanos…
que preside (=prokathêmê…) en el amor (=agapê)…

51128878_1158215051022352_978289676244746240_nConforme a estas palabras, Ignacio concede a la Iglesia de Roma un primado o presidencia en el amor. No es una presidencia de puro honor, pero tampoco de organización política, sino un tipo de “la primacía en el amor”, de forma que ella (la Iglesia de Roma está (ha de estar) a la cabeza en la caridad(agape) entre las iglesias.

Ésta es la primera y la más importante de todas las palabras que el obispo de una iglesia que era por entonces quizá la más importante del mundo (Antioquía de Siria) dirige a la comunidad de Roma, a la que reconoce y concede una primacía en el amor

No le da una primacía de jurisdicción según Derecho, ni una primacía de organización o de poder (como han pretenden todavía los obispos de Roma), sino un primado de ejemplo y testimonio en el amor.

Esto ha de ser, por tanto, el Papa, que ha sido después (desde el siglo III) el obispo de la Iglesia de Roma: Un Primado personal en el amor, no para dominar sobre las restantes iglesias, sino para ofrecerles su testimonio de amor, que nunca se impone o exige por derecho, sino que se ofrece en gesto de solidaridad.

Éste ha de ser el sentido no sólo de la Iglesia de Roma, sino de su obispo, cuando exista (hoy es Francisco): Una iglesia, un hombre, que sepa “presidir” a las iglesias, un hombre o mujer que sea ejemplo y testimonio de amor entre los Romanos.

Así lo quiero recordar en esta “semana de la unidad de las iglesias”, recordando la función importante de primacía de amor que Ignacio de Antioquía concedió en su tiempo a la Iglesia de Roma, en un momento en que aún no había papa en Roma… una primacía de amor que queremos que Roma siga ofreciendo en solidaridad cristiana a todas las iglesias.

El sentido de esta primacía en el amor (es decir, de la primacía de Roma entre las iglesias) ha de entenderse a la luz del gran canto de de Pablo (1 Cor 13), un canto que quizá no es original de Pablo (como he dicho), pero ha sido incluido en su carta (¡quizá en la misma Antioquía de Ignacio), y ahora forma parte de su memoria en la Iglesia.

Introducción:

Con Ignacio de Antioquía yo quiero que la Iglesia de Roma goce por sí misma de la primacía en el amor entre las iglesias, no por ley, ni por imposición jurídica, sino por vida, en la línea de 1 Cor 13.

Este canto (1 Cor 13) existía y se cantaba en algunas comunidades. Un redactor posterior del “corpus” paulino (de la colección de cartas de Pablo) descubrió su importancia y lo incluyó en el lugar actual de 1 Corintios, en el centro de la gran disputa sobre autoridades y divisiones eclesiales(1 Cor 12-14), para re-interpretar así algunos de sus temas básicos desde el amor.

Como he dicho, las dificultas y ruptura que había en Corinto eran mayores que las que hoy existen normalmente en la Iglesia… Pues bien, para superarlas, para lograr la unidad en el amor (desde el primado del amor) introdujo un “redactor” de 1 Corintos este canto, que recoge la más honda experiencia de Pablo y de su Iglesia.

Donde no hay amor, pon amor

Son importantes otros problemas, empezando por los pobres y los expulsados de la sociedad. Pero en el fondo sólo de ellos solo hay un tema radical: La falta de amor, el amor es la respuesta. Por eso es necesaria en las iglesia las “presidencia del amor”, como decía Ignacio al dirigirse a los romanos

Donde no hay amor pon amor y sacaras amor, decía Juan de la Cruz; donde no hay agua pon agua, y encontrarás agua… agua penitencial como la del Miércoles de Ceniza del papa (13.02.13), agua que puede convertirse en vino de las fiestas, de las boda, de la Vida, en una tierra convertida en Caná de Galilea (evangelio del domingo pasado). Por eso, preparando la fiesta de la Conversión/Vocación de Pablo, en el centro de esta semana por la Unidad de los Cristianos, quiero comentar este Canto.

1 CORINTIOS 13

Texto del Canto

Introducción.
Estimad los dones más importantes. Y aún os voy a mostrar un camino más alto (12, 31)

Entorno [Sitúa el amor en los tres campos principales de la iglesia: oración, profecía y entrega personal].

(1) Si hablara las lenguas de los hombres y los ángeles, si no tengo amor (=ágape), sería como metal que resuena o címbalo que retiñe. (2) Y si tuviera profecía y viera todos los misterios y toda la gnosis, y si tuviera toda la fe, hasta para trasladar montañas, si no tengo amor, nada soy. (3) Y si repartiera todos mis bienes y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, nada sirve (13, 1-3)

Cualidades [No es una definición, sino una descripción de las notas básicas del amor que aparece como un poder divino que habita en los hombres]

(1) El amor tiene gran ánimo, el amor es bondadoso; (2) no tiene envidia, no se jacta, no se engríe, (3) no se porta indecorosamente, no busca su propio provecho, (4) no se irrita, no piensa en el mal; (5) no se alegra de la injusticia, sino que se alegra con la verdad; (6) todo lo cubre, todo lo cree, todo lo espera, (7) siempre permanece (13, 4-7)

Permanencia.
[El amor aparece como la realidad última o escatológica, en plano eclesial y sobre todo personal. El amor es la madurez humana en Dios].

Sentido básico
El amor nunca cae. La profecía desaparecerá; las lenguas cesarán, la gnosis desaparecerá. Pues sólo conocemos en parte y sólo en parte profetizamos, pero cuando llegue lo perfecto desaparecerá lo que es parcial. Cuando era niño hablaba como niño, sentía como niño, razonaba como un niño. Pero cuando me hice adulto abandoné lo que era de niño. Ahora vemos como en un espejo, en enigma (borrosamente); entonces, en cambio, veremos cara a cara. Ahora conozco sólo parcialmente, pero entonces conoceré como he sido conocido (por Dios). [Ratificación].Permanecen, pues, la fe, la esperanza y el amor, estas tres realidades, pero la más importante de todas es el amor (13, 8-13)

Conclusión.

Buscad el amor, estimad los dones más importantes (14, 1a)

Presentación

El texto está enmarcado entre una introducción y una conclusión que se corresponden y sitúan el amor (ágape), como realidad más excelente, muestra que el amor, no es una tarea más, sino como el alma de todas las restantes. Leído desde el contexto (1 Cor 12-14), este amor puede situarse en cuatro planos complementarios.

(1) Amor de Iglesia, amor social. Pablo dialoga en amor con todos los hombres y mujeres (pues el amor une a todas las culturas y religiones), pero se está fijando de un modo especial en la iglesia, que él entiende como cuerpo de amor. Pero lo que él dice de la iglesia puede y debe decirse de todos los hombres, que por amor nacen, en amor crecen y maduran.

(2) Amor de Papa, Amor de los ministros de la iglesia. A lo largo de 1 Cor 12-14, Pablo ha tratado de los ministerios o tareas de la iglesia. Pues bien, ahora precisa el argumento y dice que la única jerarquía de la iglesia es el amor. Éste es pues el amor que ha de estar al fondo de las diversas tareas de la Iglesia. El Papa ha de ser un hombre de amor, le diría Pablo, si tuviera que terciar en los debates actuales sobre la sucesión de Benedicto XVI.

(3) Experiencia y amor de Dios. El texto no dice nada de Dios (de forma que puede aceptarlo un ateo), pero mirado desde el evangelio constituye una ‘teofanía’: es revelación de Dios que penetra por Cristo en la intimidad de los hombres, para que dialoguen y se amen mutuamente.

(4) Experiencia personal. Este canto puede haber sido compuesto en la misma iglesia de Corinto, con elementos tomados del evangelio y de la cultura del ambiente, pero es evidente que Pablo lo ha retomado y recreado, para presentarlo n este lugar como expresión de su más honda experiencia de Dios, de la iglesia y de la vida humana.

(1) 1 COR 13, 1-3. ENTORNO Y RIESGOS DEL AMOR: MÍSTICA, PROFECÍA, MARTIRIO.

Los psicólogos suelen distinguir cinco tipos de amor (paterno-materno, filial, erótico-matrimonial, de amistad y fraterno). Las religiones ponen de relieve diversos rasgos del amor: la compasión (budismo), la identidad cósmica (tao), la identificación mística (hinduismo), la misericordia (judaísmo e Islam)…

El cristianismo ha destacado la unidad de los dos mandamientos del amor (a Dios y al prójimo: Mc 12, 27-34) y ha insistido en el amor al enemigo (cf. Mt 5-7) y en la encarnación de Dios como amor (cf. Jn 1). Pues bien, desde su propia situación cristiana, Pablo relaciona el amor con tres grandes experiencias y riesgos de la vida humana: revelaciones, profecías, obras extraordinarias.

1. Si ‘yo’ hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles (13, 1). No quiero un Papa con visiones y dones de lengua

La primera ideología o falsedad del amor es la vinculada a una perfección mística, que parece importante, pero que es sólo una palabra vacía, propia de aquellos que dicen conocer y hablar las lenguas de los hombres (en plano de mundo) y de los ángeles (en plano de perfección espiritual). Éstos son los que todo lo dicen, dominando los lenguajes, con apariencia de verdad y superioridad, para sentirse a sí mismos perfectos, dejando en un segundo plano a los demás, pobres hombres de la baja tierra, que se sienten incapaces de comunicarse.

Estos ‘hablantes de lenguas’ son hombres y mujeres poderosos, en sentido psicológico o social. Pablo no discute en ningún momento sus capacidades, pero nos diría que ellas pueden interpretarse con medios psicológicos, para-psicológicos (de penetración mental), e incluso demoníacos (de posesión diabólica). Estos expertos en lenguas escuchan y hablan de un modo elevado, llegando incluso a tomar en serio lo que dicen (son ‘creídos’ en el sentido radical de la palabra). En nuestro tiempo se podría afirmar que controlan las redes informáticas y los canales de la propaganda, como si fueran dueños de la palabra que debe escucharse. Y en algún sentido lo son: la voz de sus falsas campanas parece la única que suena en todo el mundo. Pero es palabra de poder, al servicio de sí mismos.

En realidad, esos expertos en palabras sólo exteriores están vacíos, no tienen nada que decir, son como puro metal que suena sin contenido verdadero, o con el contenido de la violencia dominadora (de bronce de campana hecho cañón para la guerra). Éste no es sólo un peligro del mundo exterior, sino el peligro de la falsa mística, propia de aquellos que creen haber aprendido arriba, por visión, la esencia de las cosas, sin haber entrado en la dinámica del amor, que es encarnación de vida, entrega mutua, diálogo humilde de personas, en la línea de Jesús.

2. Y si ‘yo’ tuviera profecía… (13, 2). No me hace falta un Papa profeta

En sentido externo, la profecía es algo que ‘se tiene’, como cualidad que adviene, sin identificarse con uno mismo. Por eso, acabará diciendo el texto, “el que tiene profecía y no ama no es persona”, es una profecía ambulante, pura máscara sin interioridad. Es evidente que los verdaderos profetas (como Jeremías o Juan Bautista, y el mismo Pablo, por no hablar de Jesús) habrían protestado, diciendo que no podían separar su entrega profética y su vida: para todos ellos, la profecía era amor hecho persona. Pero Pablo sabe también que puede haber, y hay con frecuencia, una profecía separada de la vida, hecha negocio, sin amor, como se ha dicho desde antiguo al hablar de los ‘falsos profetas’, condenados con gran fuerza por el evangelio (cf. Mt 7, 1; 24, 11 par).

Y si ‘yo’ viera todos los misterios y toda la gnosis… La profecía, especialmente en los apocalípticos (como en los libros de Daniel o Henoc apócrifo) está llena de revelaciones, de manera que, en tiempos de Jesús, los profetas eran considerados videntes que penetraban en los misterios (que expresaban lo que ha de ser al fin de los tiempos) y poseían la gnosis (que es el conocimiento del Dios escondido).

Si ‘yo’ tuviera fe hasta para trasladar montañas… Estrictamente hablando, este lenguaje no parece propio de Pablo, que no concibe la fe como algo que se tiene (posesión de la que uno puede estar orgulloso), sino como un modo de ser en Dios, en gratuidad y donación de vida. Pero aquí, lo mismo que en 1 Cor 12, 9, este Pablo habla de fe (pistis) como de un don especial, propio de algunos que pueden hacer cosas milagrosas, en el sentido de aquella fe que mueve montañas, de la que trató Jesús (Mt 17, 20 par). Pues bien, esa fe puede vaciarse de sí misma, volviéndose pura realidad externa sin amor, como sabe el mismo evangelio (cf. Mt 7, 22). Si eso sucediera, un milagro sin amor no serviría de nada, sino que sería destructivo.

3. Y si yo repartiera todos mis bienes… No me hace falta un papa que sólo se ocupe de cosas externas

De las lenguas (mística) y de la profecía (visiones poderosas) pasamos al nivel de la comunicación económico-personal. Muchos piensan que todo se arregla en el mundo con dinero o con obras externas. Pero el simple ‘dar’ material no es suficiente. Este es el lugar de la patología del amor, el lugar del engaño supremo de aquellos que parecen emplear medios mejores (más costosos) para así imponerse por encima de los otros.

¿No sería bueno que aquellos que tienen muchos bienes lo dieran todo para bien de los necesitados? ¡Evidentemente! Pero en el fondo de ese gesto puede esconderse una trampa: un deseo de dominio más alto, un egoísmo: Doy para adueñarme de la vida de aquellos a quienes aparentemente enriquezco.

Ésta es la trampa de un tipo de capitalismo que da para someter mejor. Pues bien, en contra de esa trampa, Pablo sabe que el dar verdadero, en un nivel de humanidad mesiánica, sólo tiene sentido cuando es gratuito, sin más finalidad que el dar, compartir y dialogar, en igualdad y amor. En este contexto evoca Pablo un tipo de martirio: “y si entregara mi cuerpo para ser quemado”.

Ciertamente, es bueno dar la vida, pero en el fondo de ese ‘don de la vida’ puede haber y hay a veces un engaño más alto, pues uno puede sacrificarse con el fin de mostrar su propia razón o su superioridad, no por el bien de los demás, en amor gozoso y desprendido. Esta patología martirial es más común de lo que se cree y así aparece en los penitentes que se buscan a sí mismos en su penitencia. Este es el sacrificio de aquellos familiares-funcionarios que viven de manera austerísima, pero luego pasan factura de aquello que han hecho y humillan a los receptores de sus beneficios…

(2) 1 COR 13, 4-7. CUALIDADES DEL AMOR. UN CANTO EMOCIONADO.

Aquí expone Pablo su canto al agapê, un amor que se abre a los enemigos, siendo, al mismo tiempo, muy cercano, propio del grupo de creyentes. Este es un amor totalmente gratuito (como lo muestra la entrega de Jesús), pero, al mismo tiempo, es amor que crea iglesia, unificando a los creyentes. Ese amor es lo más cercano y gratuito, siendo, al mismo tiempo, principio de unidad social de la comunidad cristiana, que se abre a todos los humanos. Estos son sus rasgos, que presentamos siguiendo el esquema de la traducción:

1. El amor tiene gran ánimo, el amor es bondadoso.

He querido mantener el sentido preciso de la primera palabra, que se dice en griego makro-thymía, que significa de thymos o ánimo grande. Según eso, el amor es animoso, longánime. Muchas traducciones ponen paciente, en el sentido de capaz de aguantar y mantenerse. Ambos matices el más activo (animoso, longánime) y el más receptivo (paciente), son apropiados y expresan la capacidad de aguante y la potencia creadora del amor, que se mantienen allí donde todas las restantes cualidades fallan o se acaban. Éste es un amor fuerte, que llega a ser exigente, en sentido máximo. En esa línea decimos que es bondadoso (khresteuetai), con el matiz de útil: aquello que siempre sirve y siempre vale.

2. No tiene envidia, no se jacta, no se engríe.

De las notas positivas (es animoso, bondadoso) pasamos a las negativas, que nos irán acompañando desde ahora, para indicar así los rasgos que el amor debe superar para expresarse plenamente. El primero es la envidia* (dsêlos), que consiste en enfrentarme a los demás, para apoderarme de lo que ellos tienen y, al mismo tiempo, destruirles. El amor, en cambio, es el descubrimiento gozoso del otro en cuanto distinto, y el gozo de que sea, de que viva, de que triunfe. E

n este sentido, el amor nos capacita para salir de nosotros mismos, transformando la envidia ‘mimética’ en comunión gratuita. Por eso, el amante no se jacta ni engríe, es decir, no se encierra en sí mismo, para imponerse ante los otros, en gesto de miedo perpetuo (tengo que elevarme siempre a mí mismo para sentirme seguro), sino que al gozarse en los otros reconoce también su propio valor y no tiene que luchar por mantenerse ni imponerse sobre los demás.

3. No se porta indecorosamente, no busca su propio provecho.

Portarse indecorosamente se dice en griego a-skhêmonein, romper el ‘esquema’ o la forma apropiado de existencia, quebrar el equilibrio de la vida, destruir una armonía que nos permite convivir. En sentido positivo, eso significa que el amor vincula, traza puentes, de manera que ofrece a cada uno un lugar en la vida, un espacio decoroso y digno, en humanidad, un lugar distinto para cada uno, apropiado para todos.

Según eso, el skhêma (=esquema o decoro) del amor, puede resultar distinto en las diversas circunstancias, de manera que lo que en un momento o lugar parece decoroso (que las mujeres vayan muy veladas en la calle o que no asuman trabajos públicos) resulta indecoroso en otros. Hay, sin embargo, un decoro fundamental, que se expresa en la segunda parte del texto: ‘no busca su provecho propio’. Esta es la melodía firme, esta la base del amor: que cada procure el bien de los otros, no el propio, que piense, sin cesar, en lo que al otro le conviene, no según mi esquema, sino según el suyo.

4. No se irrita, no piensa en el mal.

En el caso anterior se suponía que hay un orden o decoro, que se expresa allí donde cada uno busca el bien ajeno. Ahora se supone que la vida de los hombres se encuentra amenazada por una gran irritación, un paroxismós o paroxismo de violencia desatada. En aquel tiempo existía una gran irritación en el ambiente social. Pues bien, Pablo descubre que en contra de esa irritación sólo puede darse un remedio: el amor que se expresa y mantiene en forma de concordia, conforme a la experiencia de los frutos del Espíritu (amor, gozo, paz: Gal 5, 22). También nosotros vivimos en tiempos de irritación extrema. Necesitamos la calma poderosa del amor.

Sólo en este contexto se puede añadir: no piensa en el mal, no toma en cuenta el daño que le hacen. Esta formulación nos lleva al centro del Sermón de la Montaña, donde Jesús pide que no respondamos al mal con lo malo, sino que perdonemos a los enemigos (Lc 7, 27-36). El hombre que ama recupera de algún modo la inocencia primera del paraíso: ni siquiera piensa en el mal, pues es como si no existiera; piensa sólo en lo bueno y así goza, haciendo gozar a los otros

5. No se alegra de la injusticia, sino que se alegra con la verdad.

Al lado de la envidia, falta de decoro e irritación anterior, se eleva ahora la injusticia, como riesgo básico de un mundo amenazado por la mentira y la lucha de todos contra todos. Injusticia (a-dikia) es aquello que va en contra de la dikaiosyne, tanto en el sentido griego más extenso (orden social), como en el bíblico más hondo, que Pablo ha puesto de relieve, evocando la acción salvadora y gratuita de Dios. Alegrarse en la injusticia significa asumir la maldad de los hombres y aprovecharse de ella, para provecho propio.

Frente a esa alegría del mal, que extiende y ratifica sobre el mundo la violencia, se eleva aquí, ya en forma positiva, la alegría por la verdad, entendida como gozo más alto del amor. Lo opuesto a la injusticia no es ya la justicia, sino la verdad o fidelidad de Dios, que ama con alegría… para así hacer posible la justicia, con radicalidad. Un amor injusto no es amor.

6. Todo lo cubre, todo lo cree, todo lo espera.

Se ha solido decir ‘todo lo soporta’ y la traducción es bueno, pero he querido mantener el matiz de ‘cubrir’, vinculado al sentido originario de la palabra stegê (cubierta, tejado), de la que proviene el verbo que se emplea aquí (stegei). Igual que un tejado cubre la casa y permite que sus habitantes vivan al resguardo del viento y la lluvia, así el amor resguarda y cubre a los amantes, como una cobertura de Dios que nos mantiene libres de la irritación, en fe y en esperanza.

Por eso se añade que el mismo amor lo cree todo, todo lo espera. Fe y esperanza son, según eso, expansiones del amor, porque sólo el amor es capaz de confiar siempre (de ponerse en manos de Dios, estando en manos de los otros) y de mantenerse a la espera, sabiendo que la vida es camino de Dios. El texto ha repetido tres veces una palabra esencial (panta), que hemos traducido por todo, pero que, en sentido estricto, significa también siempre. En este sentido, creer es “crear vida”: Abrir espacios de comunicación confiada, unos en otros.

7. Siempre permanece.

En este último caso, que es conclusión y culmen del desarrollo anterior, debemos traducir el panta (todo) por siempre, diciendo que el amor permanece siempre, como realidad primera y final, que se identifica con Dios y que se expresa en forma de camino duradero, de plenitud, para los hombres.

Al decir que permanece (hypomenei) no estamos indicando simplemente que aguanta de un modo pasivo, sino que se mantiene firme, de manera activa, siempre y en todo (dando así el doble sentido a la palabra panta), como amor que hace amor, amor que hace “verdad” (Ef 4, 15, un texto que Benedicto XVI puso de relieve en su encíclica: Dios es amor).

Quizá pudiéramos añadir que el mismo amor es esa paciencia creadora, como en el Apocalipsis: en medio de la gran lucha de historia permanece y triunfa la paciencia de Dios, que se revela en los creyentes, es decir, en aquellos que mantienen fieles al Cordero sacrificado. Todas las realidades del mundo cambian, todas se acaban y mueren. Sólo la paciencia activa queda, como presencia y permanencia de un amor, que todo lo cubre, lo cree y lo espera, superando así el desgaste del tiempo y revelando en medio de esta vida de pruebas el rostro y gozo de Dios.

(3) 1 COR 13, 8-13. EL AMOR NUNCA SE DESTRUYE. EXILIO Y PATRIA.

Pasa incluso el Papado, el amor permanece

El canto anterior terminaba diciendo que el amor lo cubre todo (como tejado firme, que cobija lo que está bajo su amparo) y siempre permanece (porque tiene el poder de la paciencia duradera de Dios). El nuevo pasaje retoma ese motivo, para desarrollarlo de un modo consecuente. Por eso empieza con una frase programática, que condensa lo anterior e inicia lo que sigue: el amor nunca cae (oudepote piptei).

Las realidades de este mundo se derrumban, todas ceden con el tiempo, como sabe la apocalíptica, que emplea con gran abundancia ese verbo (piptô: caer, derrumbarse), cuando alude a la ‘catástrofe’ final. Todas las restantes cosas pasan y caen. Sólo el amor permanece sin derrumbarse.

Mueren las viejas culturas, los pueblos antiguos, y muchos piensan que la misma iglesia milenaria, en sus formas actuales, se encuentra herida de muerte, lo mismo que el tipo actual de religión (se cristiana o musulmana o budista). Pues bien, en este contexto de trance y gran acabamiento en el que muchos (una mayoría) repiten, quizá sin saberlo, las palabras viejas de ‘comamos y bebamos que mañana moriremos’ (1 Cor 15, 32), se eleva nuestro texto y dice: el amor nunca cae. .
Puede pasar un tipo de Papado, el amor permanece.

1. De la profecía imperfecta a la plenitud del conocimiento (13, 8-10).

El argumento anterior (1 Cor 12) y el que sigue (1 Cor 14) trata sobre la profecía y el don de lenguas. Pues bien, en ese contexto se indica aquí: «La profecía desaparecerá, las lenguas cesarán, la gnosis desaparecerá…». Todo el argumento se centra en la profecía, entendida en forma de conocimiento parcial. En ese sentido, también ella acaba. Sólo permanece el amor.

2. Ejemplo del niño que se hace mayor (13, 11).

«Cuando era niño hablaba como niño, sentía como niño, razonaba como un niño…». La profecía, como el don de lenguas y la gnosis, son experiencia y tanteo de niño, que no logra hacerse dueño de sí mismo, que vive a medias, bajo la ilusión de su conocimiento parcial, bajo el dominio de los mayores. Pues bien, en contra de eso, el amor viene a mostrarse como mayoría de edad, el descubrimiento y cultivo de la libertad al servicio de la vida.

Pablo utiliza aquí un lenguaje que después se ha hecho común en la filosofía de la ilustración: los hombres de otros tiempos eran menores de edad, incapaces de amar y de vivir en libertad; por eso se hallaban sometidos a los poderes políticos y sacrales que merecían y que ellos mismos habían suscitado; Jesús, en cambio, aporta el descubrimiento del amor adulto, la mayoría de edad para los hombres que se hallaban antes sometidos a un tipo de leyes infantiles (propias del judaísmo). En este sentido, el evangelio es la experiencia de la gracia que supera el un tipo de violencia de la Ley, para abrirnos al amor de la Ley que funda justicia, y nos permite vivir desde ahora en plenitud humana.

3. Vemos como en un espejo. Plenitud de Dios (13, 12-13).

Ahora las vemos como en un cristal de adivinar, que no nos deja descubrir el sentido más hondo de la realidad. Parecemos así condenados a un conocimiento parcial, como niños que quieren ser grandes para saber lo que ha sido y será, para volverse dueños de sí mismos. Pues bien, en medio de este mundo enigmático tenemos una seguridad superior, algo que es firme, la certeza del amor que nos permitirá conocer como somos conocidos, en comunión personal.

El amor es así la verdad del futuro y se expresa de dos formas vinculadas: veremos cara a cara, conoceremos como somos conocidos… Veremos cara a cara significa que encontraremos a Dios en amor, conforme a la imagen de las bodas finales que Ap 21-22 ha desarrollado: toda la historia ha sido un camino que lleva a ese encuentro, de manera que al final conoceremos como somos conocidos, es decir, veremos a Dios como él nos ve, penetraremos en el misterio de su conocimiento total, en comunión de amor.

(4). 1 COR 13, 13. SÍNTESIS Y CONCLUSIÓN:

«Permanecen, pues, la fe, la esperanza y el amor, estas tres realidades, pero la más importante de todas es el amor» (13, 13). Con estas palabras recoge Pablo el argumento anterior, poniendo de relieve el valor de las tres “virtudes cardinales”, pero destacando de un modo especial el amor.

El problema de los corintios, a quienes Pablo escribe esta carta, parece haber sido la disputa entre diversas tendencias (místicas, proféticas, organizativas…). Pablo responde buscando la unidad de todas ellas, pero en el plano superior del amor que puede vincularlas.

De esa forma aparece como un pedagogo del amor, moderando a unos, encauzando a otros, dirigiendo a todos al lugar donde es posible un encuentro superior, una humanidad más alta, en los barrios duros del puerto de Corinto, lleno de traficantes y prostitutas, trabajadores y parados. Precisamente allí, en la periferia de la gran ciudad de cruce, griega y romana, oriental y occidental, de maleantes y judíos, pudo crear Pablo una comunidad de amor que ha sido y sigue siendo ejemplo para las iglesias posteriores.

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