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Archivo para Domingo, 9 de septiembre de 2018

Effetá… Ábrete

Domingo, 9 de septiembre de 2018
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Hoy, ante el drama humanitario que estamos viviendo en esta Europa sorda y muda, esta Palabra se hace realidad más que nunca… Una vez más, Jesús, María y José no encuentran posada… Mientras Herodes le persigue … otros ojos indiferentes no quieren ver la tragedia… Effeta, Ábrete…  ¿Qué más tiene que pasar para que, salvo honrosas excepciones, se pongan de acuerdo las autoridades europeas?

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Effetá

Ruidos.
Nos rodean.
Nos envuelven.
Nos aturden.
Tertulias, canciones,
opiniones,
discursos, eslóganes.
Anuncios, promesas,
noticias, debates,
conversaciones.
Ruido, ruido incesante,
que termina
atronando
a base de exceso
hasta que las palabras
ya no significan nada.
Mientras,
como un rumor de fondo,
la Palabra trata de hacerse oír.
Habla de justicia,
de amor verdadero,
de camino, verdad y vida.
Toca, Señor, nuestros oídos,
que se abran de nuevo
al rumor de tu presencia.
Sé la Voz que grita,
en el desierto
de los indiferentes,
de los que están de vuelta,
de los ensordecidos.
Voz que despierta
los anhelos más nobles
que llevamos escritos
en la sangre y la entraña.

*
José Mª Rodríguez Olaizola, sj

***

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En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos.

Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo:

“Effetá”, esto es “Ábrete”.

Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad.

Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían:

“Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.”

*

Marcos 7, 31-37

***

Para seguir a Jesús sería preciso abandonar las enseñanzas y actuar sólo como quisiéramos que obraran los otros. Sería menester reconocer, en verdad, que eso es precisamente lo que hace él. Tras haberle conocido de cerca, ahora sé que me ama, como ama a cualquiera de los ‘am ha’aresh que le siguen, sea un árabe, un griego, un romano o qué se yo. Más aún, ama a un extraño del mismo modo que ama a su madre, a sus parientes, a sus discípulos. Y cuando digo del mismo modo entiendo por ello que ya no existe diferencia alguna entre los que están unidos por este amor suyo universal. Ningún amor verdaderamente grande implica una gradación de valores; pues bien, su amor no parece tener límites. No puedo imaginar que sea capaz de negar nada a nadie, sea quien sea. La gente le pide milagros del mismo modo que pediría un préstamo que sabe ya por anticipado que no tendrá que devolver: y él se los concede. Los hace exaltando la misericordia, la bondad del Altísimo, o sea, señalando que todas las curaciones que a diario y en gran número realiza son una demostración evidente de que Adonai no puede obrar de otro modo con aquellos que confían en él.

        Parece decir: «Mira cómo es misericordioso y lo que puedes esperar aún de él. Esto debe mostrarte que puedes tener fe en él»

*

Jan Dobraczynski,
Cartas de Nicodemo,
Editorial Herder, Barcelona 1977

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“Curar la sordera”. 23 Tiempo Ordinario – B (Marcos 7,31-37)

Domingo, 9 de septiembre de 2018
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23-852859-300x235La curación de un sordomudo en la región pagana de Sidón está narrada por Marcos con una intención claramente pedagógica. Es un enfermo muy especial. Ni oye ni habla. Vive encerrado en sí mismo, sin comunicarse con nadie. No se entera de que Jesús está pasando cerca de él. Son otros los que lo llevan hasta el Profeta.

También la actuación de Jesús es especial. No impone sus manos sobre él como le han pedido, sino que lo toma aparte y lo lleva a un lugar retirado de la gente. Allí trabaja intensamente, primero sus oídos y luego su lengua. Quiere que el enfermo sienta su contacto curador. Solo un encuentro profundo con Jesús podrá curarlo de una sordera tan tenaz.

Al parecer, no es suficiente todo aquel esfuerzo. La sordera se resiste. Entonces Jesús acude al Padre, fuente de toda salvación: mirando al cielo, suspira y grita al enfermo una sola palabra: Effetá, es decir, «Ábrete». Esta es la única palabra que pronuncia Jesús en todo el relato. No está dirigida a los oídos del sordo, sino a su corazón.

Sin duda, Marcos quiere que esta palabra de Jesús resuene con fuerza en las comunidades cristianas que leerán su relato. Conoce bien lo fácil que es vivir sordos a la Palabra de Dios. También hoy hay cristianos que no se abren a la Buena Noticia de Jesús ni hablan a nadie de su fe. Comunidades sordomudas que escuchan poco el Evangelio y lo comunican mal.

Tal vez uno de los pecados más graves de los cristianos de hoy es esta sordera. No nos detenemos a escuchar el Evangelio de Jesús. No vivimos con el corazón abierto para acoger sus palabras. Por eso no sabemos escuchar con paciencia y compasión a tantos que sufren sin recibir apenas el cariño ni la atención de nadie.

A veces se diría que la Iglesia, nacida de Jesús para anunciar su Buena Noticia, va haciendo su propio camino, olvidada con frecuencia de la vida concreta de preocupaciones, miedos, trabajos y esperanzas de la gente. Si no escuchamos bien las llamadas de Jesús, no pondremos palabras de esperanza en la vida de los que sufren.

Hay algo paradójico en algunos discursos de la Iglesia. Se dicen grandes verdades, pero no tocan el corazón de las personas. Algo de esto está sucediendo en estos tiempos de crisis. La sociedad no está esperando «doctrina religiosa» de los especialistas, pero escucha con atención una palabra clarividente, inspirada en el Evangelio de Jesús, cuando es pronunciada por una Iglesia sensible al sufrimiento de las víctimas, y que sabe salir instintivamente en su defensa invitando a todos a estar cerca de quienes más ayuda necesitan para vivir con dignidad.

José Antonio Pagola

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“Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.” Domingo 9 se septiembre de 2018. Domingo 23º del tiempo ordinario

Domingo, 9 de septiembre de 2018
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49-ordinarioB23 cerezoDe Koinonia:

Isaías 35, 4-7a: Los oídos del sordo se abrirán, la lengua del mudo cantará.
Salmo responsorial: 145: Alaba, alma mía, al Señor.
Santiago 2, 1-5: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres para hacerlos herederos del reino?.
Marcos 7, 31-37: Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

El profeta Isaías es el profeta de la consolación. El pueblo en medio del dolor que ha generado el destierro, necesita de una voz de aliento y esperanza, por eso el profeta los invita a tener valor a que «no tengan miedo», es necesario confiar en Dios pues él va a salvar a su pueblo de la esclavitud.

El profeta evoca con sus palabras el recuerdo de la tierra de Palestina con sus riquezas naturales, torrentes y manantiales, una tierra fértil y espaciosa, un paraíso o una tierra prometida, que les espera después del exilio, a la que regresarán como en un nuevo éxodo. En esta tierra se volverán a instaurar y reconstruirán el Templo, la ciudad y la historia. Y vivirán en plenitud, llenos de vida y salud, con sus órganos de los sentidos completos, capaces de percibir lo que está pasando a su alrededor. En las mismas palabras del profeta, se puede descubrir la fuerza de Dios, que busca reanimar a los abatidos y transformar la tierra devastada. El profeta anuncia tantos bienes que parece la llegada de los tiempos mesiánicos.

La carta de Santiago es un reclamo fuerte a la fraternidad. El que hace distinción de personas en la asamblea, es decir, en la celebración litúrgica, no puede ser cristiano. Santiago en su carta nos habla de diferencias y desigualdades en el interior de la misma comunidad, paradójicamente donde se tendría que construir otro modelo que prefigure la relación que los seres humanos deben construir en la vida social. En una palabra: la fraternidad, como fruto del mandamiento del amor, empieza en la misma celebración litúrgica y se debe hacer realidad en las relaciones sociales de los miembros de la comunidad.

Cada vez que el cristiano celebra la eucaristía debe asumir el compromiso del amor real, un amor que se hace efectivo en las obras que enriquecen la vida y la llenan de contenidos de humanización. Ésta es una tarea que tenemos que asumir para hacer de la celebración cristiana un espacio de vida abundante y de experiencia profunda de amor.

El evangelio de hoy nos dice que los paganos también fueron destinatarios del anuncio del Reino de Dios por parte de Jesús. Que saliendo Jesús de nuevo de la región de Tiro se dirigió por Sidón hacia el mar de Galilea, por en medio de los límites de la Decápolis, todo en territorio pagano. Y le trajeron un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Es una de las poquísimas veces que vemos a Jesús fuera de su país; si creemos a los evangelios, Jesús, prácticamente, no viajó al extranjero. Es importante señalar que en aquel entonces, ir al «extranjero» es también ir al «mundo de los paganos»… no como hoy. En este fragmento del evangelio de Marcos observamos a Jesús pues en medio de gente de otra religión… Puede ser muy significativo para nosotros el comportamiento que tenga hacia esas personas que no creen en el Dios de Abraham que cree Jesús…

En efecto. Vemos en primer lugar cómo Jesús no está entre los gentiles o paganos con una actitud «apostólica», no lo vemos preocupado por catequizarles. Tampoco parece preocupado por hacer entre ellos proselitismo religioso: no trata de convertir a nadie a su religión, a la fe israelítica en el Dios de Abraham. Y tampoco vemos que Jesús aproveche su paso para «impartir la doctrina», «enseñar y divulgar las santas máximas de su religión». Más aún: observemos que ni siquiera predica, no da discursos religiosos. Más bien, simplemente «cura». Es decir: no teoría, sino práctica. Hechos, no dichos.

No podemos decir que Jesús pase por el territorio pagano con indiferencia, o con los ojos cerrados, como si no tuviera nada que hacer allí… Más bien diríamos que lo que considera es que no tiene mucho que decir. No lo vemos discurseando, ni dando su «servicio de la palabra», sino curando y sanando. No habla del Reino (lo que es su «profesión» y hasta su «obsesión» dentro de los límites de Israel); fuera de su territorio religioso calla sobre el Reino y «hace Reino». O como dice la gente al verle: «hace el bien», no habla sobre el bien. (Y ya sabemos que «ubi bonum, ibi Regnum», «donde se hace el bien, allí está el Reinado de Dios», una fórmula que nos hace caer en la cuenta de una cierta tautología que se da entre «bien» y «Reino»; ya lo decía la antífona-canto del salmo 71: «Tu Reino es Vida, tu Reino es Verdad, tu Reino es Justicia, tu Reino es Paz, tu Reino es Gracia, tu Reino es Amor…»).

Bien mirado, aunque Jesús no predica en esa región pagana, sí «ev-angeliza», en el sentido más exacto de la palabra: da la «buena noticia» («eu-angelo»). No «informa sobre ella», no trata de trasmitir «conocimientos salvíficos», ni siquiera de «poner signos» o de simplemente «anunciar-decir», sino de «hacer presente», de «poner ahí», de construir esos «hechos y prácticas» que son, por sí mismos, la «buena noticia». «Evangelización práctica», pues, sin teorías, ni palabras. (No estamos despreciando la teoría, la doctrina, la teología, la palabra… ni creemos que para Jesús no tuviera importancia… Lo que estamos queriendo decir -fijándonos en Él- es que también para nosotros, como para Él, el puesto de estas dimensiones «teóricas» es un puesto segundo; el primer puesto es para la Vida, para la acción, para la práctica del bien que identifica el Reino, no para la palabra que lo anuncia. Lo último que en definitiva perseguimos, es la práctica, los hechos, la realidad. La teoría, la palabra, la concienciación… también forman parte de la realidad, pero no como objetivos, sino como «instrumentos» para su consecución plena).

Excelente lección para nuestros tiempos de pluralismo religioso y de diálogo interreligioso. Tal vez nuestro histórico celo apostólico y misionero por la «conversión de los infieles», por la «llamada de los gentiles a la fe cristiana», por la «cristianización de las naciones de otra religión», o por «la expansión de la Iglesia» o su «implantación en otras áreas geográficas»… debieran mirar a Jesús y tomar nota de su peculiar conducta misionera. Tal vez hoy necesitaríamos, como Jesús, callar más y simplemente actuar. Es decir, dialogar interreligiosamente comenzando –como se suele decir técnicamente- con el «diálogo de vida»: juntarnos con los «otros» y conjugar nuestros esfuerzos en la construcción de la Vida (en la construcción del bien –«¡ibi Regnum!», ¡allí está el Reino!-). Porque si logramos estar unidos en la construcción del «Reinado de Dios» (no importa el nombre con que se designe, claro está), estaremos de hecho unidos en la adoración (práctica) del Dios del Reino. La doctrina, el dogma, la teología… vendrán después. Y caerán por su propio peso, como fruta madura, cuando el diálogo ya sea una realidad palpable en la práctica de la vida diaria.

«Todo lo hizo bien, hasta hace oír a los sordos y hablar a los mudos»; este versículo 37 tal vez sea una mala traducción, o una derivación de la exclamación que, más probablemente, brotó a los observadores de la conducta de Jesús: «Ha hecho todo el bien [que ha podido], hasta hace oír a los sordos y hablar a los mudos». O sea, sí que predicó Jesús a los gentiles, pero con «el lenguaje de los hechos», y no pidiendo una conversión “mental” a su religión, o a una nueva Iglesia que él no estaba pensando fundar, sino compartiendo con ellos su «conversión al Reino». Jesús no trataba de convertir a nadie a una nueva religión, sino de convertir a todos al Reino, dejando a cada uno en la religión en la que estaba. La conversión importante no es hacia una (u otra) religión, sino hacia el Reino, sea cual sea la religión en la que se dé.

La misión del misionero cristiano se inspira en Jesús. El misionero -todos nosotros, en determinadas circunstancias- no debe buscar la conversión de los «gentiles» a la Iglesia, como su primer objetivo, sino su conversión al Reino (sea cual sea el nombre con el que el “otro” lo llame, y recordando que de nominibus non est quaestio, que «acerca de los nombres no hay que discutir»). Y esa conversión, claro está, no es de diálogo teórico, ni de predicación doctrinal solo… sino de «diálogo de vida» y de construcción del Reino. Leer más…

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9 09 18. Abrir los oídos, desatar la lengua. Jesús: el “sacramento” del effeta.

Domingo, 9 de septiembre de 2018
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9d770bdb-46b2-4887-bfd6-e77c2c0d416cDel blog de Xabier Pikaza:

23º domingo de tiempo ordinario, ciclo B, año impar.

El evangelio nos sitúa ante uno de los temas característicos de Marcos: muchos judíos de su entorno, y muchos cristianos de su iglesia, tienen los oídos tapados (no escuchan la palabra), tienen trababa la lengua (no pueden hablar). Por eso, Jesús viene para abrir sus oídos y desatar la lengua:Que se escuchen, que se hablen, que se comuniquen.

Lógicamente, para extender su mensaje, Jesús ha de empezar abriendo el oído, desatando la lengua de los que somos sordo-mudos… Para que hablemos todos, es decir, para que nos comuniquemos en amor que es vida. No se trata de decir cosas, de impartir órdenes unos sobre otros, sino de comunicarnos, viviendo todos en comunión de amor.

Ésta es la tarea que Jesús nos ha dejado en el camino de su Iglesia: Que todos podamos escuchar y compartir la palabra, celebrando así la fiesta de la vida como experiencia de comunicación intensa, de oídos y boca, de ojos y manos, de cuerpo y de pan… Son muchos los poderes que impide la comunicación, el gozo de compartir la vida, la riqueza del Dios que es Palabra transparente, dialogada.

Pero Jesús está empeñado en realizar de nuevo el gran milagro de la vida humana, haciéndonos capaces, entre todos, unos con otros, de escuchar y responde, de comunicarnos y de compartir la vida, de un modo gozoso, completo, liberador, viviendo así los unos en los otros.

La religión no es una imposición sacral, un tipo de poder más hondo (en nombre de Dios), para así dominarnos a todos con su terror sagrado, sino el más hondo principio y camino de comunicación: que todos podamos hablar, ser unos en, con, para los otros, de forma que la palabra viva, de todos con todos, nos haga existir en comunión, sin más autoridad que el mismo Dios de Cristo, es decir, la palabra compartida.Éste no es un camino de terror sagrado, ni de obediencia superior, sino de comunicación admirada y admirable de la vida.

Por eso, el primer “sacramento” del evangelio es que se abran los oídos y la lengua, que se abra, que se expanda, que se comparta la palabra. Éste es para Marcos, el primeros de todos los sacramentos de Cristo y de la Iglesia, el sacramento del Effeta, que quiere decir, ábrase, abramos todos la palabra y el camino de la comunicación.

La Iglesia posterior ha incluido este signo y sacramento del “effeta” dentro del sacramento oficial del bautismo, pero de esa forma ha corrido el riesgo de que pierda su sentido originario, su poder vital, en el principio del camino de Jesús… a quien podemos presentar como “el hombre del effeta”.

Buen domingo a todos.

Texto. Marcos 7, 31-37

En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua.

Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: “Effetá”, esto es “Ábrete”. Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.”

Milagro de comunicación

Es como un ritual o sacramento de iniciación a la palabra. Para entender la parte anterior del evangelio de Marcos y para acompañar a Jesús en el camino que se iniciará en Mc 8, 27, es necesario abrir oídos y lengua, aprendiendo a escuchar y decir. Este es un milagro que la iglesia ritualiza en forma de sacramento, abriendo los ojos y los oídos y la boca de los bautizados, para que estén atentos a la palabra.

Contexto

Jesús está haciendo el trayecto que lleva de Tiro (misión pagana) a sus raíces galileas, a través de la Decápolis (7, 31). Aún no ha llegado a Dalmanuza (lo hará en 8,10)… a través de un recorrido difícil de situar geográficamente pero humanamente muy significativo. Da la impresión de que a sus seguidores les cuesta comprender lo que hace. Es como si faltara un milagro, un giro epistemológico o cambio radical de paradigma: pasar de la comprensión nacional a la visión universal del ser humano.

Lógicamente, para visualizar este cambio de paradigma ofrece Marcos un milagro. Le traen un sordo (no escucha la nueva palabra) y tartamudo (tiene la lengua impedida y no puede expresarse). Es signo de aquellos que no entienden: prefieren mantenerse en sus esquemas viejos, escuchando sus palabras y razones, que en este caso son la razones de los fariseos de Mc 7, 1 s (estudiadas el domingo pasado).

Un enfermo de la comunicación

Este hombre es un enfermo de comunicación: no puede dialogar de verdad, sólo escucha lo sabido, sólo habla para dominar a los demás. En el fondo es un esclavo de su propia mudez y sordera: no logra entender lo que dicen, no puede decir lo que entiende. Así vive encerrado en una doble distorsión de lenguaje (de la escucha y habla), cautivo de su propia soledad hecha silencio. Estamos cerca del niño con demonio mudo de 9,14-29 y de las mujeres de 16,7-8 que por miedo no podrán decir lo que han visto.

Es enfermo de soledad pero no está completamente sólo: hay personas que le traen y ruegan a Jesús que le imponga las manos, en gesto de autoridad (que se repite con los niños en 10,16) y curación. Está enfermo de sordera, pero lo reconoce, en contra de los fariseos que se sienten sanos para escuchar y decir lo que quieren. Su curación se encuentra estratégicamente situada, al final del primer desarrollo de los panes. Para entender y decir el evangelio hay que abrir los oidos y la lengua. Jesús lo hace, en ritual de comunicación y/o una catequesis sacramental:


Gestos de Jesús

a. Toma al enfermo en privado, separándolo de la muchedumbre (7, 33), para destacar el contacto directo. Da la impresión de que el enfermo no ha recibido hasta ahora atención personal. Jesús se acerca, le toma consigo, le trata como hermano o amigo, iniciando una terapia de cercanía y conversación.

b. Mete sus dedos en el oído sordo (7, 33), en gesto que dramatiza una experiencia interior de limpieza auditiva y libertad, como diciendo que no tema las voces que llegan, que no rechace la palabra que viene, que no encierre su vida en el miedo de un silencio amargado, de una ley ya fija. Hay una sociedad hecha de mentiras y ocultamientos, sociedad donde sólo algunos pueden escuchar y saben lo que pasa, mientras otros, todos los restantes, se encuentran condenados, recibiendo solamente aquello que el sistema les impone. Evidentemente, el sordomudo es miembro de esa sociedad enferma, sin acceso a la palabra. Pues bien, Jesús abre con el dedo sus oídos, para que escuche la palabra.

c. Jesús toca con su propia saliva la lengua del mudo (7, 33). Parece que escupe en la mano, para después mojar la punta de su dedo y ungir así, con dedo ensalivado, la lengua sin palabra. La saliva es signo íntimo de la fuerza personal del ser humano, del cariño que cura, del beso que enriquece y vincula a los amantes. Pues bien, ungir con saliva la lengua muda significa fortalecer su palabra. Con ella transmite Jesús al enfermo su más hondo mensaje: que no tenga miedo, que escuche y confíe en los otros.

d. Finalmente, Jesús mira hacia el Cielo, suspira y dice (Ephatha! ¡Qué se abra! (7, 34). Que se abra evidentemente el Cielo (Dios), ofreciendo su gracia al enfermo, y que se abran (como el mismo texto indica luego: 7, 35) sus oídos y lengua cerrada. Todo el gesto sacramental (visualización sanadora) se condensa en este ruego de Jesús que actúa en realidad como creador de vida (en la línea de Gen 1) sobre la boca y oídos del enfermo.

Una sociedad de sordomudos

El sordomudo es reflejo de una sociedad que encierra al ser humano en su silencio, impidiéndole escuchar y decir, comunicarse. Vive en soledad enferma donde muchos resultan incapaces de acceder a la palabra. Leer más…

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¿Es Jesús un mago o el Mesías? Domingo 23. Ciclo B

Domingo, 9 de septiembre de 2018
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porta23-12Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

La dificultad de curar a un sordo

Cuando llegamos al final del capítulo 7 del evangelio de Marcos, Jesús ha curado ya a muchos enfermos: un leproso, un paralítico, uno con la mano atrofiada, una mujer con flujo de sangre; incluso ha resucitado a la hija de Jairo, aparte de las numerosas curaciones de todo tipo de dolencias físicas y psíquicas. Ninguno de esos milagros le ha supuesto el menor esfuerzo. Bastó una palabra o el simple contacto con su persona o con su manto para que se produjese la curación.

            Ahora, al final del capítulo 7, la curación de un sordo le va a suponer un notable esfuerzo. El sordo, que además habla con dificultad (algunos dicen que los sordos no pueden hablar nada, pero prescindo de este problema), no viene por propia iniciativa, como el leproso o la hemorroisa. Lo traen algunos amigos o familiares, como al paralítico, y le piden a Jesús que le aplique la mano. Así ha curado a otros muchos enfermos. Jesús, en cambio, realiza un ritual tan complicado, tan cercano a la magia, que Mateo y Lucas prefirieron suprimir este relato.

«Se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano sobre él. El, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua.  Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: «Effatá», que quiere decir: «¡Ábrete!». Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente. Jesús les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban. Y se maravillaban sobremanera y decían: “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.»

            Conviene advertir cada una de las acciones que realiza Jesús: 1) toma al sordo de la mano; 2) lo aparta de la gente y se quedan a solas; 3) le mete los dedos en los oídos; 4) se escupe en sus dedos; 5) toca con la saliva la lengua del enfermo; 6) levanta la vista al cielo; 7) gime; 8) pronuncia una palabra, effatá (se discute si hebrea o aramea), misteriosa para el lector griego del evangelio.

            Desde el punto de vista de la medicina de la época, lo único justificado sería el uso de la saliva, a la que se concede un poder curativo. Las otras acciones, el gemido, la palabra en lengua extraña, nos recuerdan al mundo de la magia.

            Sin embargo, los espectadores no piensan que Jesús sea un mago. Se quedan estupefactos, pero no relacionan el milagro con la magia sino con la promesa hecha por Dios en el libro de Isaías, que leemos en la primera lectura: «Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, y las orejas de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como ciervo, y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo.» La curación demuestra que con Jesús ha comenzado la era mesiánica, la época de la salvación.

La dificultad de curar a un ciego

Si la selección de los textos litúrgicos hubiera estado bien hecha (¡ojalá la Comisión de liturgia realice algún día su revisión!), dentro de dos o tres domingos habríamos leído un milagro parecido, de igual o mayor dificultad, y fundamental para entender el evangelio de hoy: la curación de un ciego. Como no se lee, recuerdo lo que cuenta Marcos en 8,22-26. Le presentan a Jesús un ciego y le piden que lo toque. Exactamente igual que ocurrió con el sordo.

            Jesús: 1) lo toma de la mano; 2) lo saca de la aldea; 3) le unta con saliva los ojos; 4) le aplica las manos; 5) le pregunta si ve algo; el ciego responde que ve a los hombres como árboles; 6) Jesús aplica de nuevo las manos a los ojos y se produce la curación total. Los relatos no coinciden al pie de la letra (aquí falta el gemido y la palabra en lengua extraña) pero se parecen mucho. No extraña que Mateo y Lucas supriman también este episodio.

La sordera y ceguera de los discípulos

            ¿Por qué detalla Marcos la dificultad de curar a estos dos enfermos? La clave parece encontrarse en el relato inmediatamente anterior a la curación del ciego, cuando Jesús reprocha a los discípulos: «¿Tenéis la mente embotada? Tenéis ojos, ¿y no veis? Tenéis oídos, ¿y no oís?» (Mc 8,17-18).

            Ojos que no ven y oídos que no oyen. Ceguera y sordera de los discípulos, enmarcadas por las difíciles curaciones de un sordo y un ciego. Ambos relatos sugieren lo difícil que fue para Jesús conseguir que Pedro y los demás terminaran viendo y oyendo lo que él quería mostrarles y decirles. Pero lo consiguió, como veremos el domingo 30, cuando Jesús cure al ciego Bartimeo.

1ª lectura: Las maravillas de la época mesiánica (Isaías 35,4-7)

            Ha sido elegida por la promesa de que «los oídos de los sordos se abrirán», que se ve realizada en el milagro de Jesús. De hecho, el texto del libro de Isaías se centra en la situación de los judíos desterrados en Babilonia, sin esperanza de verse liberados. Y, aunque se diese esa liberación, tienen miedo de volver a Jerusalén. Se consideran una caravana de gente inútil: ciegos, sordos, cojos, mudos, que deben atravesar un desierto ardiente, sin una gota de agua y con guarida de chacales. El profeta los anima, asegurándoles que Dios los salvará y cambiará esa situación de forma maravillosa. Estas palabras terminaron convirtiéndose en una descripción ideal de la época del Mesías y fueron muy importantes para los primeros cristianos.

Decid a los pusilánimes: ¡Ánimo, no temáis! Mirad, es vuestro Dios; ya viene la venganza, la revancha de Dios; viene él mismo a salvaros. Entonces se abrirán los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos se abrirán. Saltará el cojo como un ciervo, la lengua del mudo gritará de júbilo, porque en el desierto brotarán corrientes de agua, y torrentes en la estepa; la tierra ardiente se trocará en estanque, el suelo sediento en hontanar de aguas; y el cubil donde yacían los chacales se volverá verdor de cañas y de juncos.

2ª lectura: Un milagro más difícil todavía (Carta de Santiago 2,1-5)

            Aunque sin relación con el evangelio, este texto puede leerse como una visión realista, nada milagrosa, de la época mesiánica. Aquí el pueblo de Dios no está formado por gente que se considera inútil y débil. Al contrario, está dividido entre personas con anillos de oro, elegantemente vestidas, y pobres con vestidos miserables. Y lo peor es que el presidente de la asamblea concede a los ricos el puesto de honor, mientras relega a segundo plano a los pobres. Como en el fastuoso funeral de Juan Pablo II, con tantas personalidades famosas en primer plano, mientras los fieles cristianos llenaban la plaza y la Via della Conciliazione. El nuevo milagro, la nueva época mesiánica, será cuando los cristianos seamos conscientes de que «Dios ha elegido a los pobres para hacerlos ricos en la fe».

Hermanos míos, no mezcléis con favoritismos la fe de nuestro Señor Jesucristo glorificado. Si entra en vuestra asamblea un hombre con anillo de oro y vestido elegantemente, y entra también un pobre con vestido miserable, y vosotros volvéis vuestra mirada al que viste elegantemente y le decís: «Tú, siéntate aquí, en el puesto de honor», y al pobre: «Tú estate de pie o siéntate aquí, a mis pies», ¿no hacéis así distinción entre vosotros mismos, y no juzgáis con pensamientos perversos? Mis queridos hermanos, escuchad. ¿No ha elegido Dios a los pobres según el mundo para ser ricos en la fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?

 

Reflexión final

Tomado por sí solo, en el evangelio de hoy destaca la reacción final del público: «Todo lo ha hecho bien». Recuerda las palabras que pronunciará Pedro el día de Pentecostés, cuando dice de Jesús que «pasó haciendo el bien». El público se fija en la promesa mesiánica; Pedro, en la bondad de Jesús. Ambos aspectos se complementan.

Pero quien desea conocer el mensaje de Marcos no puede olvidar la relación de este milagro con la curación del ciego. Debe verse reflejado en esos discípulos con tantas dificultades para comprender a Jesús, pero que siguen caminando con él.

La segunda lectura, en la situación actual de la Iglesia, cuando tantos escándalos parecen sumirla en un desierto sin futuro, supone una invitación a la esperanza. Pero el milagro será imposible mientras las personas que tienen mayor responsabilidad en la Iglesia sigan luchando por los primeros puestos, los anillos de oro y los capelos cardenalicios.

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Domingo XXIII del Tiempo Ordinario. 09 de septiembre de 2018

Domingo, 9 de septiembre de 2018
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d-xxiii

“Y mirando al cielo, suspiró y le dijo:

-Effetá (esto es, “ábrete”).

Y al momento se le abrieron los oídos,

se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad.”

(Mc 7, 31-37)

La escena que nos presenta el evangelio de hoy es de una gran fuerza. Cuando no podemos oír ni hablar se dificulta enormemente la relación con las demás personas. Basta pensar en lo difícil que resulta comunicarse con alguien que habla una lengua que no conocemos.

Aquí encontramos que le presentan a Jesús una persona sorda y que, además, apenas puede hablar. Pero lo que nos quiere mostrar no es un caso concreto, es, más bien, un icono, un símbolo.

El evangelio nos está presentando el mundo pagano. Aquellas personas que no conocen al Dios de Jesús, que no pueden escuchar Su Palabra. En esta persona sorda están representadas todas las personas que no pueden “oír” la Buena Noticia que trae Jesús.

Y Jesús se acerca, toma aparte esta realidad y “pierde el tiempo” con ella. Le toca. Y ora sobre ella: “mirando al cielo, suspiró y le dijo… -¡Effetá! (Ábrete!) Al oír esta palabra se nota como caen muchos muros internos. Se abren esas puertas blindadas. Y lo que era cerrazón se convierte en espacio.

Todos necesitamos que Jesús pronuncie sobre nuestra mente y sobre nuestro corazón un “¡effetá!” que destruya cualquier obstáculo.

Pero si volvemos al símbolo quizá nuestro mundo pagano de hoy son los países “enriquecidos”. ¡Cuánto necesitamos que se cure la sordera globalizada! Tienen que caer los muros, las alambradas y los puertos cerrados.

No pueden seguir existiendo fronteras que blindan riquezas injustas.

Oración

Grita, Jesús, sobre nuestro países enriquecidos injustamente. Que se caigan las barreras que nos hacen creer que las demás no tienen derecho a una vida como la nuestra. Borra el egoísmo que nos hace sordas al clamor de las empobrecidas.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Toda la palabra está ya en ti.

Domingo, 9 de septiembre de 2018
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jesus-curaMc 7, 31-37

El episodio que nos narra hoy Mc no tiene localización precisa como casi siempre. Solo dice que vuelve del Tiro al lago de Galilea, pasando por Sidón, atravesando la Decápolis. Podemos suponer que estamos en la Decápolis, tierra de paganos. Si alguno intentara marcar un recorrido geográfico lógico de los itinerarios de Jesús en el evangelio de Marcos, se encontraría con un galimatías indescifrable. Para Marcos la geografía no tiene ninguna importancia. Coloca a Jesús en cada momento donde más le interesa teológicamente.

En el AT, los tiempos mesiánicos se anunciaron como salvación para los marginados, los pobres, los que no tenían valedor en este mundo injusto. Seguramente hemos entendido demasiado literal­mente el anuncio hecho por los profetas de que, los sordos oirán, los mudos hablarán, los ciegos verán, los cojos saltarán… En realidad nunca se dice en toda la Biblia que el Mesías tuviera esa misión. También dicen los textos que nacerán fuentes en la estepa, que el león pacerá con el buey, que el niño cogerá la serpiente en la mano etc. y nadie espera que eso vaya a suceder en la realidad. Todo es signo del Reino, no el Reino.

Para aquella cultura, el hecho de que una persona fuera sorda, o muda o ciega, no era un problema de salud sino un problema religioso. Esa carencia era signo de que Dios le había abandonado. Si Dios lo había abandonado, la institución religiosa estaba obligada a hacer lo mismo. Eran por tanto, marginados por la religión, que era la mayor desgracia que podía recaer sobre una persona. Jesús, con su actitud, manifiesta que Dios está más cerca de los marginados, de los que sufren. Al curar Jesús les está sacando de su marginación religiosa, demostrando que Dios no margina a nadie y que la religión no actúa en su nombre.

El relato está plagado de simbolismos que hacen imposible interpretarlo como crónica de unos hechos. En el capítulo siguiente se narra la curación del ciego de Betsaida, utilizando el mismo cliché: Es presentado por otros, le piden que lo toque (le imponga las manos), lo separa de la multitud, hace un tocamiento con su saliva, y les manda que guarden silencio. En los profetas, la ceguera y la sordera son símbolos de resistencia a la palabra de Dios. En el evangelio son símbolos de la incomprensión y resistencia al mensaje de Jesús. Los discípulos de Jesús no comprenden el mensaje y por lo tanto, no pueden trasmitirlo.

Sordo y mudo en el AT, era, simbólicamente, el que no quería escuchar la palabra de Dios, y por lo tanto, tampoco podía cumplirla o proclamarla. Si tenemos en cuenta que la religión judía está fundamentada en el cumplimiento de la Ley, descubriremos que, el que no puede oírla ni proclamarla, queda totalmente excluido. La imposición de manos era signo de la comunicación del Espíritu. La mirada al cielo era signo de relación íntima con Dios. Apartarlo de la gente era separarlo del mundo. El dedo hace referencia al dedo de Dios que actúa con fuerza. La saliva se consideraba como vehículo del Espíritu. Aparentemente Jesús actúa como cualquier sanador de la época. Pero los taumaturgos hacían sus curaciones con la máxima ostentación posible. Jesús quiere hacer ver a todos que su objetivo es muy distinto.

Jesús nunca identifica el Reino de Dios con una supresión de las limitaciones. Las bienaventuranzas dejan claro que el Reino de Dios está abierto a todos, a pesar de las circunstancias personales. Él dice expresamen­te que el Reino de Dios está dentro de vosotros. El Reino de Dios es una actitud vital de cada persona. Es un descubrimien­to de Dios en lo hondo del ser. Claro que una vez que la persona entra en esa dinámica, tiene que manifestarse después en la manera de actuar. La atención a los marginados no es el Reino de Dios, sino la manifesta­ción de que está presente y visible a todo el que lo quiera ver.

Si queremos llevar a los marginados el Reino de Dios, antes de haber entrado nosotros en él, caemos en la trampa de la programación. Mientras no cambiemos nosotros, por mucha atención que reciban los que sufren, no ha llegado el Reino de Dios, ni para nosotros ni para ellos. Para el mismo Jesús, desde una perspectiva del AT, la señal de que el Reino de Dios ha llegado es que los sordos oyen, los cojos andan, los ciegos ven, y los pobres son evangelizados. Aquí encontramos la clave de interpretación del relato.

El Reino consiste en que los que excluimos dejemos de hacerlo, y los excluidos dejen de sentirse excluidos a pesar de sus limitaciones. El objetivo de Jesús no es erradicar la pobreza o la enfermedad, sino hacer ver que hay algo más importante que la salud y que la satisfacción de las necesidades más perentorias. Sacar al pobre de su pobreza no garantiza que lo hemos introducido en el Reino. Pero salir de nuestro egoísmo y preocuparnos por los pobres sí garantiza la presencia del Reino y puede hacer que el pobre descubra el Reino.

No podemos pensar en un Reino de Dios puramente espiritual. Hemos dicho muchas veces que una relación auténtica con Dios es imposible al margen de una preocupación por los demás. Creer que podemos servir a Dios al margen de los demás es una ilusión. No hemos aprendido la lección, ni como individuos ni como iglesia. El ejemplo de Santiago, dentro de su simplicidad, es esclarecedor. ¿Quién de los aquí presentes aprecia más a un andrajoso que a un rico? ¿Qué sacerdote, incluyéndome a mí, trata mejor la los pobres que a los ricos? La conclusión es clara: el Reino de Dios aún no ha llegado a nosotros.

El mensaje de Jesús tendría que operar en nosotros los mismos efectos que tuvieron su saliva y su dedo en el sordomudo. Escuchar es la clave para descubrir cuál debe ser mi trayectoria en la vida. La postura de cerrarse a la Palabra, es mucho más común de lo que solemos pensar. El miedo a equivocarnos nos paraliza. Un proverbio oriental dice: si te empeñas en cerrar la puerta a todos los errores, dejarás inevitablemente fuera la verdad. El episodio de hoy nos debe hacer reflexionar. Tenemos que abrirnos a la verdad y tratar de comunicarla a todos, llevándoles un poco de esperanza e ilusión.

Jesús dijo en Jn 10, 9: “Yo soy la puerta, el que entre por mí quedará a salvo, podrá entrar y salir y encontrará pastos”. Pero, “puerta” se puede entender como el hueco que permite el acceso a una estancia o el elemento material que girando sobre unos goznes puede permitir o impedir el paso. El contexto de la cita deja claro que se trata de la apertura para entrar y salir. Pero por desgracia utilizamos a Jesús como el elemento giratorio que nosotros utilizamos para dejar entrar o para impedir el paso a la intimidad de Dios. Con mucha frecuencia, hemos cerrado la puerta y nos hemos guardado la llave.

No nos salva escuchar la palabra de Dios, pero es el instrumento que nos permite descubrir dentro de nosotros la salvación. Las frutas defienden la vida que está latente en la semilla de dos maneras: rodeándola con gran cantidad de pulpa o con un caparazón duro que la aísla del entorno. En los dos casos, lo aparente, que es lo que parece importante, no es más que un medio para conservar la semilla hasta la primavera siguiente. Entonces la cáscara desaparecerá para germine la semilla. En el caso de la manzana o el melón, pudriéndose. En el caso de la almendra o la nuez, separándose las dos partes para dejar paso al germen.

Meditación-contemplación

La clave de toda vida espiritual es la apertura.
Como una esponja debes dejarte empapar.
Pero para ello, no tienes más remedio que exprimirte.
Si te vacías de todo lo terreno que hay en ti,
Lo divino que también está en ti, te inundará.
En la medida que te vacíes te llenarás.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Abrirse a la verdad.

Domingo, 9 de septiembre de 2018
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efata1El concepto del ser humano y solitario es realmente una contradicción (Desmond Tutu)

9 de septiembre. Domingo XXIII del TO

Mc 7, 31-37

Levantó la vista al cielo, suspiró y le dijo: Efattá, que significa ábrete (v 34)

Dios está en nuestro interior, pero está lejos cuando el amor no florece en nuestro corazón. Lo ilustra el místico y poeta sufí iraní Al-Hallaj (858-922) de este modo: “Eres tú el que le velas a tu corazón lo íntimo de Su Misterio; y si no fuese por ti, no estaría tu corazón sellado. Pero hoy un Secreto te he mostrado que tanto tiempo en ti estuvo oculto; una Aurora para ti se ha levantado; aunque un poco la entenebreces todavía”.

¡Cuantísima importancia dio Jesús a la Verdad y cuánto apunta con el índice de su mano conminatoriamente a los cerrados! Habría que aplicarles lo que Mateo nos dice en 11, 16-17: “¿Con qué compararé a esa generación? Son como niños sentados en la plaza que gritan a otros:

Hemos tocado la flauta
y no habéis bailado.
Hemos cantado endechas
y no habéis hecho duelo”.

El poeta y dramaturgo irlandés, William Butler Yeats, envuelto en halo de misticismo, dijo: “Podemos hacer que nuestras mentes sean tan semejantes a las aguas que permitan a los seres que se reúnen en torno a nosotros ver, quizás, sus propias imágenes, y así vivir por un momento una vida más clara, tal vez incluso más intensa, gracias a nuestra seriedad”.

Que nuestra existencia se abra a la verdad sin violencias, con serenidad. Y para eso, nada más importante que seguir el consejo de Majjhima Nikaya: “Desarrolla una mente que sea amplia como el espacio, donde tanto las experiencias agradables como las desagradables puedan parecer y desaparecer sin conflicto, sin lucha, sin sufrimiento.

Estar abierto a la verdad es dejar que los demás -todo lo demás- invadan nuestro propio territorio y lo enriquezcan. Con la mente y el modo de pensar de las estrellas, el flotar de las nubes sobre nuestras cabezas, y el agua clara que fluye del nevero en la cúspide de la montaña perdida junto al cielo, de las fuentes con fondo de bruñido espejo.

Cuando me asomo al fondo de las demás cosas y veo la inmensa riqueza que atesoran, me admiro del poder de la vida dando vida, y permitiendo que la vida sueñe y siga permitiendo a la vida seguir siendo dentro y fuera. Quiero encontrarme a mí mismo y encontrar a otros. No quiero ser el señor Duffy, personaje de James Joice, que vivía siempre a cierta distancia de su cuerpo.

Todo lo contrario de lo que proponía Desmond Tutu, Arzobispo Anglicano de Ciudad del Cabo (Sudáfrica) y Premio Nobel de la Paz en 1984: “El concepto del ser humano y solitario es realmente una contradicción”. Que pueda ser para los demás una luz, un árbol de milagros.

PLEGARIA

Que pueda ser un guardián para los que necesitan protección,
un guía para los que caminan,
un bote, una balsa, un puente para los que desean cruzar un río.

Que pueda ser una luz en la oscuridad,
un lugar de reposo para los que están agotados,
una medicina salvadora para los que están enfermos,
una vasija de abundancia, un árbol de milagros. 

Y para las innumerables multitudes de seres vivientes,
que pueda aportarles el sustento y la iluminación
perdurables como la tierra y el cielo,
hasta que todos los seres se liberen del sufrimiento
y todos estén despiertos.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Todo lo ha hecho bien.

Domingo, 9 de septiembre de 2018
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23ordinarioMc 7,31-37

En el breve evangelio de hoy se condensan varios aspectos que se nos ofrecen como luz para nuestro aquí y ahora:

“Dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón atravesando la Decápolis”: Encontramos a Jesús fuera de su país, atravesando tierra extranjera, un espacio habitado por paganos, por quienes no profesan la fe en el Dios de Israel. Jesús se hace cercano al diferente, a quien es rechazado por ser distinto, por no tener las mismas ideas, la misma religión, la misma cultura… Hoy, para encontrarnos con extranjeros, con extraños, no necesitamos salir del país. Acercarnos al diferente se nos hace posible en cada espacio público: autobús, trabajo, calle, bar… Jesús nos ofrece un modo claro de relación: encuentro, acogida, diálogo y curación. Rompe las fronteras y los prejuicios, se acerca y permite que se acerquen, ofreciendo en la relación lo mejor de sí mismo y lo mejor para la otra persona.

“Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar”: Nos dice el texto que la persona es sorda y con dificultades para hablar, pero no que esté incapacitada para ponerse por sí misma en movimiento. Por eso esta expresión es significativa. En ella se muestra el valor de la amistad, el poder y la fuerza del grupo o de la comunidad. ¡Cuánto nos necesitamos unos a los otros! ¡Cuánto bien nos podemos hacer los unos a los otros! Quienes presentan ante Jesús a este hombre con sordera aparecen de modo anónimo. No sabemos quiénes son, si son familiares o amigos, ni siquiera cuántos forman el grupo. Lo que podemos intuir es que estas personas buscan el mejor modo de ayudar a quien tiene dificultad y son capaces de organizarse para ello. No solicitan algo para sí mismos, sino el bien para quien está más herido por alguna causa.

Cada uno de nosotros sabe cuál es su sordera, la que le incapacita para escuchar las palabras y la Palabra, la que le cierra a la realidad que le rodea. Aquello que le incapacita o bloquea. También cada uno de nosotros somos conscientes del bien que podemos hacer a quienes nos rodean a través de ese gesto o palabra oportuna, del acompañamiento personal o del abrazo en el momento preciso.

Unas relaciones positivas requieren la capacidad para percibir y acoger cómo está el otro, pero también para dejarse ayudar y acompañar por los demás. Porque, a veces, uno mismo está tan bloqueado que no puede, por sí mismo, salir de la situación en la que se halla. Si el sordo fue presentado ante Jesús es porque también él se dejó presentar.

– “Effetá (esto es “ábrete”)”: Es la única palabra que Jesús pronuncia en este episodio. Pero lo hace junto a numerosos gestos significativos: saca a la persona del entorno en el que se ha mantenido sorda y con dificultades para hablar apartándola un poco del grupo; le toca los oídos, la lengua… esas partes de su cuerpo donde se manifiesta el bloqueo; eleva sus ojos al cielo como expresión de oración, de conexión permanente con su Abba. El texto, con ello, nos hace fijarnos en la corporeidad de Jesús. Nos habla de sus manos, de sus dedos, saliva, ojos, respiración… todo su ser al servicio del bien.

Sólo pronuncia una palabra y, sorprendentemente, no es “oye”, “escucha” o “habla”… Es “ábrete”. ¿A qué nos invita hoy Jesús a abrirnos? ¿Qué apertura necesitamos para salir de nuestras sorderas y enmudecimientos?

“Todo lo ha hecho bien”Esta es la experiencia que Jesús nos ofrece. Al encontrarnos con Él su fuerza sanadora rompe nuestras ataduras y bloqueos. Así, como el hombre del evangelio, también nosotros experimentamos que se nos desata la lengua y podemos pronunciar nuestra propia palabra. Una palabra que se multiplica en el grupo. Todos, a pesar del deseo manifiesto de Jesús de que guarden silencio, no pueden dejar de proclamar que Jesús sana y libera, que todo lo hace bien.

Inma Eibe, ccv

Fuente Fe Adulta

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No es lo mismo oír que escuchar.

Domingo, 9 de septiembre de 2018
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effata-209x300Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01. LA SORDERA NO ES SIEMPRE CUESTIÓN FÍSICA. OÍR Y ESCUCHAR

No es lo mismo oír que escuchar.

El oído (audición) es un órgano físico por el que percibimos los sonidos, voces, etc.

La escucha es una actitud, una disposición personal para acoger lo que nos dice la vida o los demás.

Puede haber personas que tengan una mala audición fisiológica, pero están atentos, escuchan. Y hay personas que oyen muy bien, pero no escuchan nada.

Hay diversos tipos de sordera en la vida:

La física.

La del que no sabe escuchar;

La del que no quiere escuchar, (no hay peor sordo que el que no quiere oír).

La sordera inconsciente, del que va por ahí “a su bola” oyendo su propia melodía, bien sea autoalabanza o letanía de quejidos:

A veces hay sorderas porque ya no les cabe más, puesto que se lo saben todo, tienen el absoluto de la verdad y ya no les vale la pena escuchar más.

Hay audiciones de trámite: algunos obispos y superiores oyen a los Consejos diocesanos, a las personas y con ello cumplen el expediente jurídico-canónico, pero luego, hacen lo que quieren sin haber escuchado ni atendido a razones.

En la tradición profética, la sordera -como la ceguera- son figura de quien no quiere ver ni escuchar: tienen oídos pero no escuchan (Salmo 115,6) (Is 6,9; 42,18; Jer 20-23, etc.).

El ser humano por naturaleza es el que “está abierto” (Effatá) a toda palabra que se pronuncia en la historia. Ser humano y ser cristiano es vivir abiertos, vivir abiertos en el mundo (Es la idea central de K. Rahner en su pensamiento y en su obra: Oyente de la Palabra).Somos seres abiertos.

Hay sorderas que no se curan con audífonos, sino con una actitud de escucha.

02. LA SALIVA.

effataLa saliva en la Biblia es una materizalización–concreción del propio espíritu, Tanto negativa (un salivazo) como positivamente, la saliva es algo muy íntimo, muy personal.

Es evidente la alusión de esta escena de la saliva al Génesis:

Entonces Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente. (Génesis 2:7)

Este gesto lo repite Jesús con alguna frecuencia y es, por tanto, una alusión a la creación, a la nueva creación de la nueva humanidad. Jesús cura con su saliva: con su espíritu. La saliva significa el espíritu de una persona, en este caso el espíritu de Jesús. Es una escena muy semejante a la curación del ciego de Jericó: Jesús hace barro con su saliva: una nueva creación. (Jn 9). Jesús mirando al cielo -al poder de Dios- suspiró -como Dios creador en el Génesis-, infunde su espíritu a aquel sordo y exclama: Effatá, ábrete.

Es decir, Jesús vuelve a crear un hombre nuevo, abierto.

Cuando uno vive mirando a la ultimidad, a Dios, escucha, los pasos y palabras intermedias que se producen en la historia.

03. EFFATÁ: ÁBRETE.

El 25 de enero de 1959, Juan XXIII consultó y anunció a un grupo de cardenales la convocatoria y celebración del que sería el Concilio Vaticano II 1962-1965). Reunidos los cardenales, Juan XXIII mandó abrir algunas ventanas de la sala. Algún cardenal inquirió la razón por la que -en pleno invierno romano- se abrían las ventanas. Juan XXIII respondió: “para que salga el aire viciado y para que entre aire fresco”. (Effatá).

Casi hemos olvidado o perdido aquel rito que se hacía en el bautismo en el que se recordaba esta escena y se decía al niño: ¡Ábrete!

No se trata de una apertura clínica ni mágica. Es un abrirse personal. El niño poco a poco, se va abriendo a la vida, a la familia, a la convivencia, al idioma, a la cultura, al pueblo, a la fe.
Es sano y bueno vivir abiertos. Vivir enquistado es signo no solamente de egoísmo, sino de una psicología algo enfermiza. Es sano vivir abierto a los demás, a los amigos, a la cultura, a la teología.

¡Cuántas personas y movimientos eclesiales no se abrieron al Vaticano II! Sufren y hacen sufrir en las familias, en las comunidades religiosas, eclesiales. Ábrete a otros modos de pensar, a otras tradiciones eclesiales, a otras religiones y culturas, vivamos abiertos a la historia.

Hemos vivido y estamos viviendo en algunas diócesis tiempos de enorme cerrazón en la iglesia, que es lo contrario del effatá-ábrete. Todavía perdura ese estado de trincheras, sin ir más lejos, en nuestra propia diócesis.

Infunde ánimo y esperanza que el papa Francisco trate de crear una iglesia abierta, mejor es que tengamos un accidente a que nos intoxiquemos con el aire viciado que tenemos dentro para ver si esta iglesia deja de oler a formol y las ventanas abiertas (Juan XXIII) nos posibilitan respirar oxígeno puro.

La diferencia entre el modelo eclesial de Francisco respecto de posiciones anteriores y de algunos jerarcas y obispos actuales es que Francisco mira hacia delante, hacia fuera, (las periferias) y con bondad, mientras que algunos obispos miran hacia dentro, hacia atrás y hacia la doctrina, no a las personas.

Estas últimas semanas han recrudecido los embates y la cerrazón contra Francisco y contra la línea pastoral de Francisco. El caso del arzobispo y ex nuncio Viganò, es el ariete, la punta del iceberg de un gran sector de la jerarquía católica, así como de laicos y algunos movimientos religiosos contrarios a un Effatá evangélico.

04. SED FUERTES, NO TEMÁIS. (ISAÍAS 35,4-7A).

Puede que se cierren puertas y ventanas, puede que no se quieran abrir caminos y recorridos teológicos, nos está tocando vivir tiempos duros y sordos en nuestra iglesia diocesana. Esto produce mucha frustración y mina los cimientos de la existencia y de la esperanza Sin embargo: no temáis sed fuertes, (Isaías). La apertura hacia lo auténtico es un buen antídoto contra las cerrazones.

La saliva, el bautismo, el ESPÍRITU DE CRISTO nos hace seres nuevos y nos abre hacia el horizonte infinito.

¡ÁBRETE Y NO TEMAS: SÉ FUERTE EN LA VIDA! (ISAÍAS)

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