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Estamos de retiro espiritual

Viernes, 28 de septiembre de 2018
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Desde hoy y hasta el próximo domingo, quienes administramos esta página estaremos de retiro espiritual, necesitamos cargar las pilas… Por ese motivo, la web sólo publicará la “migaja espiritual” y el artículo de espiritualidad diarios, así como los comentarios del domingo. esperamos que el martes podamos reanudar la normalidad.

Gracias por vuestra comprensión.

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“Escribo temblando… A Jesús”, por Albino Luciani (Juan Pablo I)

Viernes, 28 de septiembre de 2018
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Querido Jesús,

He sido objeto de algunas críticas. “Es obispo, es cardenal – dicen – ha trabajado agotadoramente escribiendo cartas en todas direcciones: a M. Twain, a Péguy, a Casella, a Penélope, a Dickens, a Marlowe, a Goldoni y a no sé cuántos más. ¡Y ni una sola línea a Jesucristo!

Tú lo sabes. Yo me esfuerzo por mantener contigo un diálogo continuo. Pero traducido en carta me resulta difícil: son cosas personales. ¡Y tan insignificantes! Además, ¿qué voy a escribirte a Ti, de Ti, después de tantos libros como se han escrito sobre Ti?

Por otra parte, tenemos el Evangelio. Como el rayo supera cualquier fuego, y el radio todos los demás metales; como un misil supera en velocidad la flecha del pobre salvaje, así el Evangelio supera todos los libros.

No obstante, he aquí mi carta. La escribo temblando, sintiéndome como un pobre sordomudo que hace enormes esfuerzos para hacerse entender, y con el mismo estado de ánimo que Jeremías, cuando, enviado a predicar, te decía, lleno de repugnancia: “¡No soy nada más que un niño, Señor, y no sé hablar!”

***

Pilato, al presentarte al pueblo, dijo: ¡He aquí al Hombre! Creía conocerte, pero no conocía siquiera una sola brizna de tu corazón, cuya ternura y misericordia mostraste cien veces de cien maneras diferentes.

Tu madre. Pendiente de la cruz, no quisiste marchar de este mundo sin darle un segundo hijo que cuidase de ella, y dijiste a Juan: He aquí a tu madre.

Los apóstoles. Vivías día y noche con ellos, tratándolos como verdaderos amigos, soportando sus defectos. Los instruiste con paciencia inagotable. La madre de dos de ellos te pide un puesto privilegiado para sus hijos y Tú le respondes: “A mi lado no han de buscarse honores, sino sufrimientos”. También los otros anhelan los primeros puestos y Tú les enseñas: “Hay que hacerse pequeños, ponerse en el último lugar, servir”.

En el Cenáculo los pusiste en guardia: “¡Tendréis miedo y huiréis!”. Protestan. El primero y el que más, Pedro, quien luego te negaría tres veces. Tú perdonas a Pedro y le dices tres veces: Apacienta mis ovejas.

En cuanto a los demás apóstoles, tu perdón resplandece sobre todo en el capítulo 21 de Juan. Pasan toda la noche en la barca. Antes de clarear el día, Tú, el Resucitado, estás a la orilla del lago. Y les haces de cocinero, de sirviente, encendiendo el fuego, cocinando y preparándoles pescado asado y pan.

Los pecadores. Tú eres el pastor que va en busca de la oveja descarriada y se alegra al encontrarla y lo celebra cuando la devuelve al redil. Tú eres aquel padre bueno que, cuando regresa el hijo pródigo, se le arroja al cuello y lo abraza durante largo tiempo. Escena repetida en todas las páginas del Evangelio: Tú te acercas a los pecadores y pecadoras, comes con ellos, te invitas Tú mismo, si ellos no se atreven a invitarte. Das la impresión – es la que yo tengo – de preocuparte más de los sufrimientos que el pecado causa a los pecadores que de la ofensa que hace a Dios. Infundiéndoles la esperanza del perdón, parece que les dices: “¡Ni siquiera os imagináis la alegría que me produce vuestra conversión!”

Además del corazón, brilla en Ti la inteligencia práctica.

Apuntabas siempre al interior del hombre. Los fariseos tenían la cara demacrada a causa de los prolongados ayunos religiosos y Tú manifestaste: “No me gustan esos rostros. El corazón de estos hombres está lejos de Dios. Los impulsos nacen del interior y, por ello, el corazón sirve de módulo para juzgar a los hombres. Dentro del corazón humano salen los malos pensamientos: liviandades, latrocinios, asesinatos, adulterios, codicias, orgullo, vanidad”.

Tenías horror a las palabras inútiles: Sea vuestro hablar: sí, sí, no, no; todo lo que pasa de esto procede del mal. Cuando oréis, no multipliquéis las palabras.

Querías hechos reales y moderación: Si ayunas, lávate la cara y perfúmate la cabeza. Cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha. Al leproso cuando le ordenaste: No lo digas a nadie. A los padres de la muchacha resucitada les mandaste enérgicamente que no fueran anunciando a bombo y platillo el milagro ocurrido. Solías decir: Yo no busco mi gloria. Mi comida es hacer la voluntad de mi Padre.

En la cruz, antes de morir, dijiste: Todo está cumplido. Pero siempre te cuidaste de que las cosas no se hicieran a medias. Cuando los apóstoles te sugirieron: La gente nos sigue hace tiempo; enviémosla a su casa para que coman, Tú respondiste: No, démosle nosotros de comer. Cuando terminaron de comer los panes y los peces milagrosamente multiplicados, añadiste: Recoged las sobras; no está bien que se pierdan.

Querías que, al hacer el bien, se cuidaran hasta los menores detalles. Al resucitar a la hija de Jairo, aconsejaste: Ahora, dadle de comer. La gente proclamaba de Ti: ¡Ha hecho bien todas las cosas!

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¡Qué resplandor de inteligencia brotaba de tu predicación! Tus adversarios enviaron desde el templo de Jerusalén guardias para detenerte y estos volvieron con las manos vacías. “¿Por qué no lo habéis detenido?” Los guardias respondieron: ¡Jamás hombre alguno ha hablado como él! Hechizabas a la gente, la cual afirmó de Ti desde los primeros días: ¡Este sí que habla con autoridad! ¡Lo contrario de lo que hacen los escribas!

¡Pobres escribas! Encadenados a los 634 preceptos de la Ley, andaban diciendo que el mismo Dios dedicaba cada día un rato al estudio de la Ley y, desde el Cielo, pasaba revista a las opiniones de los escribas para estar al corriente de sus progresos.

Tú, por el contrario: Habéis oído que se dijo… Yo, en cambio, os digo… Reivindicabas el derecho y el poder de perfeccionar la Ley como Señor de la Ley. Con extraordinario coraje afirmaste: Soy mayor que el templo de Salomón; el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

Y no te cansabas nunca de enseñar en las sinagogas, en el templo, sentado en las plazas o sobre el campo, por los caminos, en las casas e incluso durante la comida.

***

Hoy todo el mundo pide diálogo, diálogo. He contado tus diálogos en el Evangelio. Son 86: 37 con los discípulos, 22 con gentes del pueblo y 27 con tus adversarios. La pedagogía actual exige la actividad común en torno a los centros de interés. Cuando el Bautista envió, desde la cárcel, a sus discípulos para que te preguntaran quién eras, no perdiste el tiempo en palabrerías. Curaste milagrosamente a todos los enfermos presentes y dijiste a los enviados: Id y decidle a Juan lo que habéis visto y oído.

Para los judíos de tu tiempo, Salomón, David y Jonás representaban lo que para nosotros son Dante, Garibaldi y Mazzini. Tú hablabas continuamente de David, Salomón, Jonás y otros personajes populares. Y siempre con valentía.

El día en que enseñaste: Bienaventurados los pobres, bienaventurados los perseguidos, yo no estaba allí. Si hubiera estado junto a Ti, te hubiera susurrado al oído: “Por favor, cambia, Señor, tu discurso, si quieres que alguien te siga. ¿No ves que todos aspiran a las riquezas y a las comodidades? Catón prometió a sus soldados los higos de África, y César las riquezas de la Galia y, bien o mal, encontraron seguidores. Tú prometes pobreza, persecuciones. ¿Quién quieres que te siga?” Impertérrito, continúas y te oigo decir: Yo soy el grano de trigo que debe morir antes de fructificar. Es preciso que yo sea levantado sobre una cruz; desde ella atraeré a mí el mundo entero.

Ya se cumplió esta profecía: Te levantaron sobre la cruz. Tú la aprovechaste para extender los brazos y atraerte a la gente. ¿Quién podrá contar los hombres que han llegado hasta el pie de la cruz, para arrojarse en tus brazos?

***

Ante este espectáculo de las multitudes que, desde todas partes del mundo y durante tantos siglos, acuden incesantemente al crucificado, surge la pregunta: ¿Se trata solamente de un hombre extraordinario y bienhechor o de un Dios? Tú mismo diste la respuesta, y quien no tiene los ojos cegados por los prejuicios, sino ávidos de luz, la acepta.

Cuando Pedro proclamó: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, Tú no sólo aceptaste su confesión, sino también la premiaste. Siempre reivindicaste para Ti lo que los judíos consideraban exclusivo de Dios. A pesar de su escándalo, perdonaste los pecados, te manifestaste Señor del Sábado, enseñabas con suprema autoridad, y declaraste ser igual al Padre.

Muchas veces trataron de apedrearte como blasfemo, porque decías ser Dios. Finalmente, cuando te prendieron y te llevaron ante el Sanedrín, el sumo sacerdote te preguntó solemnemente: ¿Eres o no eres el Hijo de Dios? Tú respondiste: Lo soy. Y me veréis sentado a la diestra del Padre. Y aceptaste la muerte antes que retractar esta afirmación y negar tu esencia divina.

Estoy acabando de escribir esta carta. Nunca me he sentido tan descontento al escribir como en esta ocasión. Me parece que he omitido la mayoría de las cosas que podían decirse de Ti y que he dicho mal lo que debía haber dicho mucho mejor. Sólo me consuela esto: lo importante no es que uno escriba sobre Cristo, sino que muchos amen e imiten a Cristo.

Y, afortunadamente – a pesar de todo -, esto sigue ocurriendo también hoy.

Mayo 1974

Fuente Ilustrísimos señores

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En el 40 Aniversario del Papa Luciani (Juan Pablo I)

Viernes, 28 de septiembre de 2018
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9788899461171_0_0_0_75Hoy hace 40 años fallecía, de forma sorpresiva, el papa Juan Pablo I, de nombre secular Albino Luciani que fue el papa número 263.º de la Iglesia católica desde el 26 de agosto de 1978 hasta su muerte, ocurrida 33 días después. Su pontificado fue uno de los más breves de la historia, dando lugar al más reciente año de los tres papas… Tan solo 33 días que nos hicieron abrigar una esperanza que quedó truncada…

Braulio Hernández
Tres Canto (Madrid).

ECLESALIA, 07/09/18.- “Te escuchen o no te escuchen, tú sigue con el asunto” (Ez 2,7), es lo que viene a decirnos el profeta Ezequiel, aquel sacerdote que se hizo profeta incómodo. Una misión que se hace actual en quien ha asumido la difícil tarea (y la marginación institucional) de intentar esclarecer el asunto del papa Luciani (Juan Pablo I), de quien se acaba de cumplir, el pasado domingo 26 de agosto, el 40 aniversario de su elección papal y cuyo pontificado, que duró tan sólo 33 días, dejó muchos interrogantes en torno a su figura y muerte misteriosa. Es previsible que el Vaticano utilice el 40 aniversario de Juan Pablo I para beatificarlo, ‘por sus virtudes heroicas(una vez que se le ha reconocido un milagro en Brasil). Por otro lado, el retraso en la apertura de la causa de su beatificación, tal vez haya ido jugando a favor de la versión oficial (en torno a la causa de la muerte) al no tener en frente el testimonio de valiosos testigos de la línea caliente ya fallecidos.

Con ocasión de este 40 aniversario del ‘Papa de la sonrisa’, se han publicado tres libros con enfoques contradictorios. El primero, Papa Luciani. Crónica de una muerte, de Stefania Falasca, vicepostuladora del proceso de beatificación de Juan Pablo I. El segundo, Albino Luciani. Papa Giovanni Paolo I, la biografía oficial del proceso de beatificación. El tercero, que refuta los dos anteriores, Albino Luciani. Un caso abierto, del sacerdote y teólogo español Jesús López Sáez, quien ya lo había publicado en español y que ahora, en una nueva edición, ha sido publicado, el pasado 11 de julio, en italiano, tras haber estado años anunciado (sin salir a la luz) en la editorial italiana (LibreriadelSanto). El cura Jesús, inspirador y presidente de la Comunidad de Ayala de Madrid, vuelve a incidir sobre las situaciones y documentos que avivan las sospechas y plantea que una respuesta definitiva solo depende de que el Vaticano permita la exhumación del cadáver de Luciani. Si en 1988 el Vaticano analizó con un escáner el cadáver del Papa Celestino V, muerto, en extrañas circustancias, hacía la friolera de setecientos años, en 1296, (en el cráneo se detectó un clavo), ¿por qué no se hace lo mismo con un Papa reciente que tuvo una muerte sembrada de tantos interrogantes? Sor Vincenza, la monja que le atendía y encontró su cadáver, a la que se le obligó a guardar silencio, lamentaba la ausencia de un verdadero certificado médico oficial sobre la verdadera causa mortis del Papa Luciani, como sin embargo se había hecho con sus antecesores, el Papa Juan y con Pablo VI. Lo confesaba ante Camilo Bassotto, el periodista veneciano, el amigo fiel de Luciani y “la principal fuente veneciana”. Él fue recogiendo el testimonio de la línea caliente de testigos que, con el tiempo, empezaron a hablar.

En Albino Luciani. Un caso aperto el sacerdote Jesús López Sáez incluye un apéndice sobre la versión sostenida por la vicepostuladora Falasca en el que argumenta que se trata del “enésimo intento de corromper la verdad para hacer callar a todos aquellos que aún hoy, y son tantos también dentro de la Iglesia, tienen fuertes dudas sobre la muerte de Luciani”. Como paso previo, necesario, antes de declararle beato o santo a Juan Pablo I, urge reabrir el caso y que se esclarezcan, con independencia, las causas de su muerte. “Eso sería dejar hablar a la Ciencia”. De no ser así, podría ser una ‘beatificación viciada de raíz”. No es lo mismo declararlo beato por sus virtudes heroicas, o por ser un Papa bueno que por haber muerto “mártir por la purificación de la Iglesia”: por oponerse a los mercaderes del templo.

Son muchos los que mantienen las mismas sospechas que tuvo el cardenal Aloisio Lorscheider, de Brasil, cuando en 1998, rompiendo el silencio oficial, declaró: “Las sospechas siguen en nuestro corazón como una sombra amarga, como una pregunta a la que no se ha dado respuesta”. Seguimos ahí. “Te escuchen o no te escuchen, tú sigue con el asunto…”. O lo que es lo mismo: “lo que veas, escríbelo en un libro” (Ap 1.11)

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

Espiritualidad, Iglesia Católica

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