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Juan Pablo I, papa mártir

Sábado, 26 de marzo de 2022
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se-reconocen-los-actos-cristianos-juan-pablo-i-1“Decidida la fecha, y adelantada parte del programa de los actos que enmarcarán la solemne beatificación canónica del papa Juan Pablo I, esbozo aquí y ahora algunas consideraciones”

“Destaco que en los últimos cien años de la historia de la Iglesia, se reseñan tales y tantas beatificaciones-canonizaciones de Romanos Pontífices. Coincidiendo con su actividad, el cúmulo de informaciones anti-religiosas generadas, compartidas y dolorosamente lloradas por el resto del pueblo de Dios jamás alcanzó cotas tan notorias”

“¿Se le reserva al ‘Papa de la Sonrisa’ su lugar, exactamente en la sección- apartado de los ‘mártires’, con toda su liturgia?

“Hoy son mayoría los católicos, apostólicos y romanos a quienes ni les convenció ni les convence la versión del Vaticano relativa a la muerte de Juan Pablo I”

“Por cierto, ¿en qué monasterio se refugió, o sigue refugiada, una monja, que tenía acceso a las estancias vaticanas, también a las privadas, del papa Luciani?”

Decidida la fecha, y adelantada parte del programa de los actos que enmarcarán la solemne beatificación canónica del papa Juan Pablo I, creo un deber profesional del informador y comentarista “religioso” esbozar aquí y ahora algunas consideraciones:

Y una de las preguntas tan acuciantes como sorprendentes formulada hoy en la Iglesia, relacionadas con Juan Pablo I, es esta: ¿en qué sección del santoral litúrgico habrá que situar el nombre del papa Juan Pablo I?¿En la de los “confesores “, o en la de los “mártires”? Beato o santo “confesor” no les parece catalogación congruente a muchos liturgista y hagiógrafos, dado que su vida, al igual que las de la inmensa mayoría de los cristianos, ordenados “in sacris”, o no, , sacerdotes, obispos, y aun cardenales , no parece haber sobresalido Albino Luciani, “el papa sonriente y efímero”, con méritos excepcionales como para ser ascendido al honor de los altares, con la circunstancia añadida de que en tan solo 33 días de su “breve pontificado”, pudiera haberse “santificado”. Bien es verdad que el ejemplo de la “beatífica sonrisa” que lo definió pudiera haber facilitado el ritmo del proceso canónico…

¿Se le reserva al “Papa de la Sonrisa” su lugar, exactamente en la sección- apartado de los “mártires”, con toda su liturgia? Esta apreciación parece abrirse camino expedito hoy, con honradez, historia y santo Evangelio en buena parte de cristianos, desde la diversidad de perspectivas en las que sus estudios sitúan el hecho de su muerte “súbita”. Más aún, hasta se llega a pensar que los silencios, secretos y misterios que rodearon las horas últimas de la vida terrenal del papa, ex cardenal de Venecia, de alguna manera pudieran contribuir a despejar tentaciones de sospechas, dudas, desconfianzas, inseguridades y contradicciones surgidas entonces, y que todavía perduran.

Hoy son mayoría los católicos, apostólicos y romanos a quienes ni les convenció ni les convence la versión contenida en el comunicado oficial emitido por el correspondiente organismo del Vaticano relativo a la muerte de Juan Pablo I. A ellos y a todos, les satisfará la esperanza que alientan de que en la elaboración de todos y cada uno de los capítulos del proceso canónico de su beatificación- canonización se desvelen razones que arrojen haces de luz, transparencia y veracidad para poner todo, o casi todo, evangélicamente claro, sin tenebrosidades elaboradas o consentidas por los “padrinos” de turno, eclesiásticos o no.

Y es que para ser considerado santo o beato oficialmente por parte de la Iglesia oficial, habrá de hacerse siempre presente la luz. Sin verdad y sin luz, retablos y hornacinas están de más en los templos y, por supuesto, en la eclesiología, y todo se profanaría. Con devoción, admiración y referencias sagrada e históricamente fiables, los ornamentos sagrados de las ceremonias y ritos, al igual que los símbolos, es posible que de los que se haga uso por exigencias de la liturgia, tengan que ser los de color rojo, que es el propio de los mártires.

Tiempos ha, la ejecución material de los mártires les estuvo encomendada a los leones de los circos romanos. Después, a expertos o aprendices en el oficio de la degollación. En las piras-hogueras rezaron el último “¿Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!”, no pocos cristianos. Por cierto, ¿en qué monasterio se refugió, o sigue refugiada, una monja, que tenía acceso a las estancias vaticanas, también a las privadas, del papa Luciani? Estas y otras preguntas, con sus correspondientes respuestas, ya están publicadas, sin haber sido desmentidas ni judicialmente sancionadas, por lo que titularlas de vulgares y anticlericales infundios, no sería procedente.

Fuente Religión Digital

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“A Pinocho: Cuando te enamores …”, por Albino Luciani (Juan Pablo I)

Miércoles, 14 de noviembre de 2018
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Cuando te enamores…

Querido Pinocho,

Tenía siete años cuando leí por primera vez tus Aventuras. No podría decirte cuánto me gustaron ni cuántas veces he vuelto a leerlas desde entonces. La verdad es que en ti, niño, me reconocía a mí mismo; en tu ambiente, mi ambiente.

¡Cuántas veces corrías por el bosque, a través de los campos, por la playa, por las calles! Y contigo corrían la Zorra y el Gato, el perro Medoro, los niños de la batalla de los libros. Parecían mis carreras, mis compañeros, las calles y los campos de mi aldea.

Corrías a ver los carromatos que llegaban a la plaza; también yo. Te quejabas, retorcías la boca, metías la cabeza bajo las sábanas antes de beber la amarga medicina; también yo. La rebanada de pan con mantequilla por los dos lados, el pastel de canela, el terrón de azúcar y, en algunos casos, hasta un huevo, una pera, o incluso sus mondaduras, representaban un manjar delicioso para ti, glotón y hambriento como estabas; lo mismo me pasaba a mí.

También yo, al ir y venir de la escuela, me veía enzarzado en “batallas”: con bolas de nieve en invierno; a puñetazos y patadas en todas las estaciones del año; unas veces “encajaba”; otras, daba, tratando siempre de equilibrar el “haber” con el “debe” y de no lloriquear en casa, donde, si me hubiera quejado, me habrían quizá dado “el resto”.

Y ahora has vuelto. Ya no hablas desde las páginas del libro, sino desde la pantalla de TV. Pero sigues siendo el mismo niño de otro tiempo.

Yo, en cambio, he envejecido. Me encuentro ya, si se puede hablar así, al otro lado de la barricada. Ya no me reconozco en ti, sino en tus consejeros: el maestro Gepeto, Pepe Grillo, el Mirlo, el Papagayo, la Luciérnaga, el Cangrejo, la Marmota.

Ellos intentaron – ¡ay!, sin éxito, excepto en el caso del Atún – darte consejos para tu vida de niño.

Yo intento dártelos para tu futuro de muchacho y de joven. ¡Mucho cuidado! ¡Ni se te ocurra tirarme a mí también el martillo, porque no estoy dispuesto a acabar como el pobre Pepe Grillo!

***

¿Te has dado cuenta de que no he nombrado al Hada entre tus “consejeros”? No me gusta su sistema. Cuando te persiguen los asesinos, llamas desesperado a su puerta; ella se asoma a la ventana con su rostro blanco, como una figura de cera, se niega a abrirte y deja que te cuelguen de un árbol.

Te libra, sí, más tarde, de la encina, pero luego te gasta la pesada broma de meter en tu cuarto de enfermo a aquellos cuatro conejos, negros como el betún, con un pequeño ataúd a sus espaldas.

Aún más. Escapado por milagro de la sartén del Pescador verde, vuelves a casa aterido de frío cuando la noche está ya entrada y el agua cae a cántaros sobre tus espaldas. El Hada hace que te encuentres con la puerta cerrada y, tras muchas llamadas desesperadas, te envía al Caracol, que tarda nueve horas en bajar desde el cuarto piso y en llevarte – medio muerto como estás de hambre – un pan de yeso, un pollo de cartón y cuatro melocotones de alabastro pintados al natural.

Bueno, no se trata así a los niños que se equivocan, sobre todo si están entrando, o han entrado ya, en la edad llamada preciosa o, también, difícil, que va de los 13 a los 16 años, y que de ahora en adelante será la tuya, Pinocho.

La probarás: edad difícil, tanto para ti como para tus educadores. Ya no eres un niño, y rechazarás la compañía, las lecturas, los juegos de los pequeños; pero tampoco eres un hombre, y te sentirás incomprendido y casi rechazado por los adultos.

Y mientras pasas por la extraña experiencia de un rápido crecimiento físico, tendrás la impresión de encontrarte de improviso con unas piernas kilométricas, unos brazos de Briareo y una voz extrañamente cambiada, insólita, irreconocible.

Sentirás una fuerte necesidad de afirmar tu yo: por una parte, entrarás en conflicto con el ambiente de la familia y del colegio; por otra, entrarás a velas desplegadas en la solidaridad de las “pandillas”. Por un lado, exiges independencia de la familia; por otro, tienes hambre y sed de ser aceptado por tus compañeros y de depender de ellos.

¡Cuánto miedo a ser distinto de los demás! Adonde va la pandilla, allí quieres ir también tú. Los chistes, el lenguaje y los pasatiempos de los demás los haces tuyos. Vistes como ellos visten: un mes, todos en sweater y vaqueros; al siguiente, todos con cazadoras de cuero, pantalones de color, cordones blancos sobre botas negras. En unas cosas, anticonformistas; en otras, sin daros siquiera cuenta, conformistas al cien por ciento.

¡Y de humor mudable! Hoy, tranquilo y dócil, como cuando tenías 10 años; mañana, arisco como un ulceroso de 70. Hoy quieres ser aviador, mañana estás decidido a ser actor de teatro. Hoy, audaz y despreocupado; mañana, tímido y casi ansioso. ¡Cuánta paciencia, cuánta indulgencia, cuánto amor y comprensión deberá tener contigo el maestro Gepeto!

Hay más: te volverás introspectivo, es decir, comenzarás a mirar dentro de ti y descubrirás cosas nuevas. Aflorará en ti la melancolía, la necesidad de soñar con los ojos abiertos, el sentimiento e incluso el sentimentalismo. Y hasta podrá ocurrir que, en séptimo u octavo de EGB, te “enamores”, como el joven David Copperfield, que decía: “Adoro a miss Shepherd. Es una chica de chaquetilla corta, cara redonda y cabellos rizados. Cuando estoy en la iglesia, no puedo leer el misal porque tengo que mirar a miss Shepherd. Pongo a miss Shepherd entre los miembros de la familia real…, en mi cuarto a veces me siento impulsado a exclamar: ‘¡Oh, miss Shepherd!’… Me gustaría saber por qué he regalado secretamente a miss Shepherd doce nueces. No son un símbolo de afecto… y, sin embargo, siento que es un regalo que le va bien. También doy a miss Shepherd insípidas galletas e innumerables naranjas… Miss Shepherd es la única visión que invade mi alma”.

“¿Cómo es posible que, en el espacio de unas pocas semanas, rompa con ella? Se dice por ahí que prefiere al señorito Jones… Un día miss Shepherd hace un gesto al pasar a mi lado y se ríe con su amiga. Todo ha terminado. La devoción de toda una vida ha desaparecido. Miss Shepherd sale de la función religiosa de la mañana dominical, y la familia real ya no la reconoce”.

Le pasó a Copperfield. Les pasa a todos. ¡Te pasará también a ti, Pinocho!

***

Pero ¿cómo te ayudarán tus “consejeros”?

Durante el “fenómeno de crecimiento”, tu nuevo Pepe Grillo debería ser el viejo Vittorino de Feltre, un pedagogo que quiso mucho a los niños de tu edad y que dio una gran importancia en la educación a los ejercicios al aire libre.

La equitación, el salto, la natación, la esgrima, la caza, la pesca, el tiro al arco, el canto. Pretendía, con estos medios, crear un ambiente sereno en su “Casa alegre” y dar una salida útil a la exuberancia física de sus jóvenes alumnos. De muy buen grado habría hecho suyo lo que más tarde diría Parini:

“¿Qué no podrá hacer un alma audaz

si tiene vida en miembros fuertes?”

Luego, tu amigo Atún, que te llevó sano y salvo a la orilla cuando saliste del vientre del tiburón podrá ayudarte, con su calma y fuerza persuasiva, en la próxima crisis de la autoafirmación de que te he hablado.

Hoy, el sueño de vosotros jóvenes no es sólo el automóvil. Vosotros soñáis con todo un garaje de autos morales: autoelección, autodecisión, autogobierno, autonomía. Hace muy poco, unos muchachos de Bolzano comenzaron una autoescuela dirigida por ellos mismos.

“Justo, diría con su típica calma el sabio Atún, llegar a la autodecisión. Pero poco a poco, paso a paso. No se puede pasar de repente de la total obediencia de niño a la plena autonomía de adulto”. Ni se puede usar hoy, para todo, el método duro de un tiempo. A medida que vayas creciendo en edad, Pinocho, crecerá en ti el deseo de autonomía. Pues, bien, haz que crezca también – con la ayuda externa de buenos educadores – la recta conciencia de tus derechos y deberes; haz que crezca el sentido de la responsabilidad, para usar bien de la tan deseada autonomía.

Escucha cómo eran educados, hace más de un siglo, los hermanos Visconti – Venosta. Uno de ellos, Giovanni, era escritor; el otro, Emilio, un político de nuestro Risorgimento: “Uno de los métodos de educación de mi padre consistía en estar con sus hijos el mayor tiempo posible, en exigirnos una confianza ilimitada, devolviéndonos mucha por su parte, y en considerarnos como personas un poco superiores a nuestra edad. Así inculcaba en nosotros el sentido de la responsabilidad y del deber. Nos trataba como a hombres pequeños, cosa que nos halagaba bastante. Por ello nos esforzábamos también por estar a la altura”.

***

En tu viaje hacia la autonomía, chocarás quizá, querido Pinocho, como casi todos los jóvenes entre los 17 y los 20 años, con un difícil escollo: el problema de la fe.

Respirarás, en efecto, objeciones antirreligiosas como se respira el aire, en el colegio, en la fábrica, en el cine, etc. Si tu fe es un montón de buen trigo, vendrá todo un ejército de ratones a tomarlo por asalto. Si es un traje, cien manos tratarán de desgarrártelo. Si es una casa, el pico querrá derribarla piedra a piedra. Tendrás que defenderte: hoy, de la fe sólo se conserva lo que se defiende.

Y ten presente dos cosas..

Primera: toda certeza merece estima, aunque no comparta la evidencia de la matemática. La existencia de Napoleón, César o Carlomagno no goza de la certeza del 2 + 2 = 4, pero no por ello deja de ser cierta con una certeza humana, histórica. Del mismo modo es también cierto que existió Cristo, que los apóstoles lo vieron muerto y luego resucitado.

Segunda cosa: al hombre le es necesario el sentido del misterio. De nada sabemos todo, decía Pascal. Sé muchas cosas de mí mismo, pero no todo. No sé exactamente qué es mi vida, mi inteligencia, el grado de mi salud, etc. ¿Cómo puedo entonces pretender comprender y saber todo de Dios?

Las objeciones más frecuentes que oirás irán dirigidas contra la Iglesia. Podrá quizá ayudarte una anécdota contada por Pitigrilli. En Londres, en Hyde Park, un predicador está hablando al aire libre. De cuando en cuando lo interrumpe un individuo despeinado y sucio. “La Iglesia existe desde hace ya dos mil años – salta de repente el individuo – y el mundo está todavía lleno de ladrones, de adúlteros, de asesinos”. “Tiene usted razón – responde el predicador -. Pero hace también dos millones de siglos que existe el agua en el mundo y mire cómo tiene usted el cuello”.

En otras palabras: ha habido malos Papas, malos sacerdotes, malos católicos. Pero ¿qué significa eso? ¿Que se ha aplicado el Evangelio? No, todo lo contrario. En esos casos no se ha aplicado el Evangelio.

Pinocho mío, sobre los jóvenes hay dos frases famosas. Te recomiendo la primera, de Lacordaire: “Ten una opinión y hazla valer”. La segunda es de Clemenceau, y no te la recomiendo en absoluto: “No tiene ideas, pero las defiende con ardor”.

***

¿Puedo volver a David Copperfield? El recuerdo de miss Shepherd se ha alejado de él, desde hace algún tiempo, y David, ahora con 17 años, se vuelve a enamorar. Esta vez adora a la señorita Larkins. Se siente feliz con tal de poder hacerle una reverencia cada día. Sólo encuentra alivio si se pone los mejores trajes y se limpia continuamente los zapatos. Sueña: «¡Ay!, si mañana viniera Larkins padre y me dijera: ‘Mi hija me ha contado todo. Toma 20 mil libras esterlinas. Sed felices’». Sueña con su tía, que se emociona y bendice su matrimonio. Pero, mientras él sueña, la chica se casa con un cultivador de lúpulo.

David pasa dos semanas hundido: se quita el anillo, se pone los peores trajes, deja de darse brillantina, no se limpia ya los zapatos.

Más tarde llegó el flechazo de Dora: “Era un ser sobrehumano para mí. Era un hada, una sílfide… no sé qué era… todo lo que nadie ha visto jamás… Quedé engullido por un abismo de amor en un instante… precipitado, de cabeza, antes de haberle dicho una sola palabra”.

Son citas transparentes: a través de ellas se vislumbran los problemas del amor y del noviazgo, para el que deberás también prepararte, querido Pinocho.

Sobre este punto, algunos defienden hoy una moral muy permisiva. Pero, aún admitiendo que en el pasado se ha sido un poco demasiado rígidos en este tema, los jóvenes no deben aceptar esa permisividad. Su amor debe ser con A mayúscula, hermoso como una flor, precioso como una joya, y no vulgar como un fondo de vaso.

Conviene que acepten imponerse algún sacrificio y mantenerse alejados de personas, lugares y diversiones que les sirvan de ocasión de mal. “No tenéis confianza en mí”, dices, “Sí, la tenemos, pero no es desconfianza recordar que todos estamos expuestos a tentaciones. Y sí es, en cambio, amor quitar del camino, al menos, las tentaciones innecesarias”.

Mira a los automovilistas: encuentran policías de tránsito, semáforos, pasos peatonales, sentidos únicos, prohibiciones de estacionamiento, cosas todas que, a primera vista, parecen fastidios y límites contra el conductor, cuando en realidad están ahí en su favor, porque lo ayudan a conducir con mayor seguridad.

Y si un día tienes novia – Shepherd o Larkins o Dora -, respétala. Defiéndela de ti mismo. ¿Quieres que se conserve intacta para ti? Muy bien, pero tú consérvate del mismo modo para ella y no hagas caso de ciertos amigos que cuentan sus “hazañas”, alardeando y creyéndose “unos machotes” por sus aventuras con mujeres. El verdadero “machote”, el hombre fuerte, es el que sabe conquistarse a sí mismo y toma su puesto en las filas de los jóvenes, que son la aristocracia de las almas. Mientras se es novio, el amor debe procurar no tanto el placer sensual cuanto la alegría espiritual y sensible; ha de manifestarse de manera afectuosa, sí, pero correcta y digna.

Consejos parecidos han de impartirse también a la otra parte, con tal que sepa aguantar los “sermones”.

Querida Dora (o señorita Larkins o Shepherd) – le dice su madre -, déjame que te recuerde una ley biológica. La chica, por lo general, tiene mayor dominio de sí que el chico en el aspecto sexual. Si el hombre es más fuerte físicamente, la mujer lo es espiritualmente. Podría casi decirse que Dios decidió hacer depender la bondad de los hombres de la de la mujer. Mañana dependerán un poco de ti el alma de tu marido y las de tus hijos. Hoy, la de tus amigos y la de tu novio. Debes, pues, tener sentido común por dos y saber decir que no en ciertas cosas, incluso cuando todo parecería invitar a decir que sí. El novio mismo, si es bueno, te lo agradecerá en sus mejores momentos y se dirá: ‘Mi Dora tiene razón. Tiene una conciencia y la obedece. Mañana me será fiel’. La novia demasiado fácil, en cambio, no ofrece las mismas garantías y corre el riesgo de sembrar desde ahora, con su condescendencia demasiado despreocupada, semillas peligrosas, de las que brotarán en un futuro celos y sospechas por parte del marido”.

Aquí paro, Pinocho, pero no me salgas ahora con que no venía a cuento hablar de Dora. Cuando eras niño, tenías al Hada, primero como hermana y luego como madre. Ahora eres adolescente y joven; la única hada que puede hacerte compañía es una novia o una esposa. ¡A no ser que quieras meterte a cura!

¡Pero no te veo la vocación!

Junio 1972

Fuente Ilustrísimos Señores

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“Escribo temblando… A Jesús”, por Albino Luciani (Juan Pablo I)

Viernes, 28 de septiembre de 2018
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Querido Jesús,

He sido objeto de algunas críticas. “Es obispo, es cardenal – dicen – ha trabajado agotadoramente escribiendo cartas en todas direcciones: a M. Twain, a Péguy, a Casella, a Penélope, a Dickens, a Marlowe, a Goldoni y a no sé cuántos más. ¡Y ni una sola línea a Jesucristo!

Tú lo sabes. Yo me esfuerzo por mantener contigo un diálogo continuo. Pero traducido en carta me resulta difícil: son cosas personales. ¡Y tan insignificantes! Además, ¿qué voy a escribirte a Ti, de Ti, después de tantos libros como se han escrito sobre Ti?

Por otra parte, tenemos el Evangelio. Como el rayo supera cualquier fuego, y el radio todos los demás metales; como un misil supera en velocidad la flecha del pobre salvaje, así el Evangelio supera todos los libros.

No obstante, he aquí mi carta. La escribo temblando, sintiéndome como un pobre sordomudo que hace enormes esfuerzos para hacerse entender, y con el mismo estado de ánimo que Jeremías, cuando, enviado a predicar, te decía, lleno de repugnancia: “¡No soy nada más que un niño, Señor, y no sé hablar!”

***

Pilato, al presentarte al pueblo, dijo: ¡He aquí al Hombre! Creía conocerte, pero no conocía siquiera una sola brizna de tu corazón, cuya ternura y misericordia mostraste cien veces de cien maneras diferentes.

Tu madre. Pendiente de la cruz, no quisiste marchar de este mundo sin darle un segundo hijo que cuidase de ella, y dijiste a Juan: He aquí a tu madre.

Los apóstoles. Vivías día y noche con ellos, tratándolos como verdaderos amigos, soportando sus defectos. Los instruiste con paciencia inagotable. La madre de dos de ellos te pide un puesto privilegiado para sus hijos y Tú le respondes: “A mi lado no han de buscarse honores, sino sufrimientos”. También los otros anhelan los primeros puestos y Tú les enseñas: “Hay que hacerse pequeños, ponerse en el último lugar, servir”.

En el Cenáculo los pusiste en guardia: “¡Tendréis miedo y huiréis!”. Protestan. El primero y el que más, Pedro, quien luego te negaría tres veces. Tú perdonas a Pedro y le dices tres veces: Apacienta mis ovejas.

En cuanto a los demás apóstoles, tu perdón resplandece sobre todo en el capítulo 21 de Juan. Pasan toda la noche en la barca. Antes de clarear el día, Tú, el Resucitado, estás a la orilla del lago. Y les haces de cocinero, de sirviente, encendiendo el fuego, cocinando y preparándoles pescado asado y pan.

Los pecadores. Tú eres el pastor que va en busca de la oveja descarriada y se alegra al encontrarla y lo celebra cuando la devuelve al redil. Tú eres aquel padre bueno que, cuando regresa el hijo pródigo, se le arroja al cuello y lo abraza durante largo tiempo. Escena repetida en todas las páginas del Evangelio: Tú te acercas a los pecadores y pecadoras, comes con ellos, te invitas Tú mismo, si ellos no se atreven a invitarte. Das la impresión – es la que yo tengo – de preocuparte más de los sufrimientos que el pecado causa a los pecadores que de la ofensa que hace a Dios. Infundiéndoles la esperanza del perdón, parece que les dices: “¡Ni siquiera os imagináis la alegría que me produce vuestra conversión!”

Además del corazón, brilla en Ti la inteligencia práctica.

Apuntabas siempre al interior del hombre. Los fariseos tenían la cara demacrada a causa de los prolongados ayunos religiosos y Tú manifestaste: “No me gustan esos rostros. El corazón de estos hombres está lejos de Dios. Los impulsos nacen del interior y, por ello, el corazón sirve de módulo para juzgar a los hombres. Dentro del corazón humano salen los malos pensamientos: liviandades, latrocinios, asesinatos, adulterios, codicias, orgullo, vanidad”.

Tenías horror a las palabras inútiles: Sea vuestro hablar: sí, sí, no, no; todo lo que pasa de esto procede del mal. Cuando oréis, no multipliquéis las palabras.

Querías hechos reales y moderación: Si ayunas, lávate la cara y perfúmate la cabeza. Cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha. Al leproso cuando le ordenaste: No lo digas a nadie. A los padres de la muchacha resucitada les mandaste enérgicamente que no fueran anunciando a bombo y platillo el milagro ocurrido. Solías decir: Yo no busco mi gloria. Mi comida es hacer la voluntad de mi Padre.

En la cruz, antes de morir, dijiste: Todo está cumplido. Pero siempre te cuidaste de que las cosas no se hicieran a medias. Cuando los apóstoles te sugirieron: La gente nos sigue hace tiempo; enviémosla a su casa para que coman, Tú respondiste: No, démosle nosotros de comer. Cuando terminaron de comer los panes y los peces milagrosamente multiplicados, añadiste: Recoged las sobras; no está bien que se pierdan.

Querías que, al hacer el bien, se cuidaran hasta los menores detalles. Al resucitar a la hija de Jairo, aconsejaste: Ahora, dadle de comer. La gente proclamaba de Ti: ¡Ha hecho bien todas las cosas!

***

¡Qué resplandor de inteligencia brotaba de tu predicación! Tus adversarios enviaron desde el templo de Jerusalén guardias para detenerte y estos volvieron con las manos vacías. “¿Por qué no lo habéis detenido?” Los guardias respondieron: ¡Jamás hombre alguno ha hablado como él! Hechizabas a la gente, la cual afirmó de Ti desde los primeros días: ¡Este sí que habla con autoridad! ¡Lo contrario de lo que hacen los escribas!

¡Pobres escribas! Encadenados a los 634 preceptos de la Ley, andaban diciendo que el mismo Dios dedicaba cada día un rato al estudio de la Ley y, desde el Cielo, pasaba revista a las opiniones de los escribas para estar al corriente de sus progresos.

Tú, por el contrario: Habéis oído que se dijo… Yo, en cambio, os digo… Reivindicabas el derecho y el poder de perfeccionar la Ley como Señor de la Ley. Con extraordinario coraje afirmaste: Soy mayor que el templo de Salomón; el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

Y no te cansabas nunca de enseñar en las sinagogas, en el templo, sentado en las plazas o sobre el campo, por los caminos, en las casas e incluso durante la comida.

***

Hoy todo el mundo pide diálogo, diálogo. He contado tus diálogos en el Evangelio. Son 86: 37 con los discípulos, 22 con gentes del pueblo y 27 con tus adversarios. La pedagogía actual exige la actividad común en torno a los centros de interés. Cuando el Bautista envió, desde la cárcel, a sus discípulos para que te preguntaran quién eras, no perdiste el tiempo en palabrerías. Curaste milagrosamente a todos los enfermos presentes y dijiste a los enviados: Id y decidle a Juan lo que habéis visto y oído.

Para los judíos de tu tiempo, Salomón, David y Jonás representaban lo que para nosotros son Dante, Garibaldi y Mazzini. Tú hablabas continuamente de David, Salomón, Jonás y otros personajes populares. Y siempre con valentía.

El día en que enseñaste: Bienaventurados los pobres, bienaventurados los perseguidos, yo no estaba allí. Si hubiera estado junto a Ti, te hubiera susurrado al oído: “Por favor, cambia, Señor, tu discurso, si quieres que alguien te siga. ¿No ves que todos aspiran a las riquezas y a las comodidades? Catón prometió a sus soldados los higos de África, y César las riquezas de la Galia y, bien o mal, encontraron seguidores. Tú prometes pobreza, persecuciones. ¿Quién quieres que te siga?” Impertérrito, continúas y te oigo decir: Yo soy el grano de trigo que debe morir antes de fructificar. Es preciso que yo sea levantado sobre una cruz; desde ella atraeré a mí el mundo entero.

Ya se cumplió esta profecía: Te levantaron sobre la cruz. Tú la aprovechaste para extender los brazos y atraerte a la gente. ¿Quién podrá contar los hombres que han llegado hasta el pie de la cruz, para arrojarse en tus brazos?

***

Ante este espectáculo de las multitudes que, desde todas partes del mundo y durante tantos siglos, acuden incesantemente al crucificado, surge la pregunta: ¿Se trata solamente de un hombre extraordinario y bienhechor o de un Dios? Tú mismo diste la respuesta, y quien no tiene los ojos cegados por los prejuicios, sino ávidos de luz, la acepta.

Cuando Pedro proclamó: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, Tú no sólo aceptaste su confesión, sino también la premiaste. Siempre reivindicaste para Ti lo que los judíos consideraban exclusivo de Dios. A pesar de su escándalo, perdonaste los pecados, te manifestaste Señor del Sábado, enseñabas con suprema autoridad, y declaraste ser igual al Padre.

Muchas veces trataron de apedrearte como blasfemo, porque decías ser Dios. Finalmente, cuando te prendieron y te llevaron ante el Sanedrín, el sumo sacerdote te preguntó solemnemente: ¿Eres o no eres el Hijo de Dios? Tú respondiste: Lo soy. Y me veréis sentado a la diestra del Padre. Y aceptaste la muerte antes que retractar esta afirmación y negar tu esencia divina.

Estoy acabando de escribir esta carta. Nunca me he sentido tan descontento al escribir como en esta ocasión. Me parece que he omitido la mayoría de las cosas que podían decirse de Ti y que he dicho mal lo que debía haber dicho mucho mejor. Sólo me consuela esto: lo importante no es que uno escriba sobre Cristo, sino que muchos amen e imiten a Cristo.

Y, afortunadamente – a pesar de todo -, esto sigue ocurriendo también hoy.

Mayo 1974

Fuente Ilustrísimos señores

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Juan Pablo I no murió asesinado… aunque los cardenales tuvieron serias dudas

Lunes, 20 de noviembre de 2017
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se-reconocen-los-actos-cristianos-juan-pablo-i-1Roma declarará las virtudes heroicas de Albino Luciani, paso previo a la beatificación

Una investigación desvela que el Papa sufrió un fuerte dolor en el pecho la noche antes de fallecer 

(J. Bastante/Agencias).- Juan Pablo I no murió asesinado… aunque los propios cardenales que eligieron a su sucesor tuvieran serias dudas. Estas son algunas de las principales conclusiones de la investigación ‘Papa Luciani. Crónica de una muerte’, de Stefania Falasca, vice-postuladora de la causa de canonización, que hoy sale a la venta en Italia, cuando todo parece indicar que la Congregación para las Causas de los Santos declarará las “virtudes heroicas” del Papa de la sonrisa.

“Podemos decir, con toda la documentación, que Luciani murió por un ataque al corazón. Esta es la verdad desnuda y cruda”, subraya Falasca en una entrevista con Radio Vaticano. En el libro, prologado por el cardenal Parolin, la investigadora ha tenido acceso a toda la documentación clínica, a datos inéditos y a una entrevista con Sor Margherita, una de las religiosas que atendía al Pontífice y quien revela cómo, poco antes de cenar por última vez, Luciani sufrió una indisposición física a la que no dio importancia, pero que resultó vital para su muerte.

En la entrevista, sor Margherita desmiente que Juan Pablo I estuviera fatigado, o agobiado por el peso de la responsabilidad. “Siempre lo vi tranquilo, sereno, lleno de confianza, seguro”, relata. Ella entró, junto a sor Vincenza Taffarel, la religiosa que cuidó durante dos décadas del Papa veneciano, en la mañana del 29 de septiembre de 1978 a los aposentos papales.

Luciani “no seguía dietas particulares, comía lo que comían los demás“, según la religiosa, quien habla para el libro de Falasca de cómo fue el último día del Papa. “Estaba planchando en la habitación con la puerta abierta y lo vi pasar varias veces. Caminaba en el apartamento con varios folios en la mano que estaba leyendo. Recuerdo que viéndome planchar me dijo: ‘Hermana, os hago trabajar tanto… pero no se preocupe en planchar tan bien la camisa porque hace calor, sudo y tengo que cambiarla a menudo. Planche solo el cuello y los puños, que el resto no se ve…'”.

Tanto la monja como el ayudante de cámara, Angelo Gugel, declaran cómo el Papa sufrió esa misma noche una indisposición mientras cenaba con uno de sus secretarios, el irlandés John Magee. Así se relata en un documento inédito, encargado por la Curia, días después de la muerte del Pontífice. El informe, enviado a la Secretaría de Estado el 9 de octubre de 1979, desvela el episodio de dolor localizado en la parte superior de la región esternal, sufrido por el S. Padre hacia las 19.30 del día de la muerte, prolongado durante más de cinco minutos, que se verificó mientras el Papa estaba sentado y preparado para rezar con el padre Magee y retrocedió sin ninguna terapia“.

De hecho, sor Vicenza, que era enfermera, y que habló esa misma noche con el médico personal del Papa, Antonio Da Ros, no hizo ninguna referencia al malestar papal. La Farmacia Vaticana no tuvo que abrir y, por tanto, al Papa no se le suministró fármaco alguno, por más que Luciani sufriera un fuerte dolor en el pecho, que seguramente fue un síntoma del ataque esa misma noche acabó con su vida. Según Magee, fue el propio Papa quien no quiso advertir al doctor, quien solamente fue informado al día después. Ya era tarde.

Siguiendo el testimonio de sor Margherita, no fueron los secretarios quienes encontraron el cuerpo del Pontífice, sino ella y sor Vicenza. Al parecer, el Papano había tocado el café que le habían dejado en la sacristía y que siempre tomaba en torno a las 5,15 de la mañana. Sor Vicenza, relata la religiosa, entró en la habitación del Pontífice después de haber llamado varias veces a la puerta.

“Santidad, ¡usted no debería gastarme estas bromas!”, dijo la religiosa, que tenía problemas de corazón. “Me llamó impresionada -cuenta sor Margherita- entonces entré y le vi yo también… Toqué sus manos, estaban frías, y me llamaron la atención sus uñas un poco oscuras”.

Entre los documentos inéditos en el apéndice del libro están recogidos losregistros clínicos en los que se evidencia que ya en 1975, durante un ingreso hospitalario, le había sido diagnosticada la mínima patología cardiovascular tratada con anticoagulantes y considerada resuelta. E incluye las preguntas que los cardenales que quisieron hacer antes del nuevo cónclave, en la más absoluta discreción, a los médicos que habían atendido al Papa con motivo del embalsamiento.

En este sentido, los púrpurados querían saber si “el examen del cuerpo” permitía “excluir lesiones traumáticas de cualquier naturaleza”; si era correcto el diagnóstico de “muerte repentina” y finalmente preguntaron: “¿La muerte repentina es siempre natural?”. Y es que los cardenales, antes de entrar al Cónclave que eligió a Karol Wojtyla, tenían serias dudas acerca de si la muerte de Luciani fue provocada.

Fuente Religión Digital

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Juan Pablo I: ¿Una vía de beatificación equivocada?

Jueves, 22 de junio de 2017
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lucianiBraulio Hernández
Tres Cantos (Madrid).

ECLESALIA, 15/05/17.- “Pepe, ven enseguida aquí. Tienes que ir a Roma, al Vaticano. Tienes que llevar en persona esta carta a Albino Luciani. El Papa está en grave peligro”. El texto no está sacado de una película de ficción, ni de una novela de intrigas. Es la confesión de un octogenario, Giuseppe Pedullá, 85 años, quien durante décadas ha tenido que cargar con esa pesada losa por haberse negado a llevar, el 26 de septiembre de 1978, la carta de su amigo el Arzobispo Perantoni a Juan Pablo I que era amigo del arzobispo. “Te arrepentirás”, le reprochó el arzobispo al joven Giuseppe. Tres días después de aquella llamada telefónica de urgencia, el Papa Luciani era encontrado muerto en los aposentos papales en circunstancias extrañas.

Cada vez van quedando menos testigos de la línea caliente en torno a la enigmática muerte de Juan Pablo I, producida sólo 33 días después de ser nombrado Papa. Es como si el tiempo corriera a favor de la versión oficial. Decía Santa Teresa de Jesús que “la verdad padece pero no perece”. Y el testimonio de Giuseppe Pedullá, en el otoño de su vida, es como un milagro patente. Apesadumbrado durante décadas por no haber podido salvar a Juan Pablo I (“no me sentí con fuerzas para hacerme portador de un mensaje tan espantoso, tuve miedo y pensé que el arzobispo Perantoni exageraba”), un buen día decidió liberarse de ese peso que le oprime y le impide dormir, y no llevarse el secreto a la tumba. Su confesión pública fue mostrada a la luz justo hoy hace dos años, el 26 de abril de 2015. Fue ante el periodista Stéfano Lorenzetto, en una larga entrevista, publicada en ‘Il Giornale’. Un extracto de la misma se puede ver en el escrito del cura Jesús López Sáez Pudo avisar a Juan Pablo I, en la página web de la Comunidad de Ayala, de Madrid.

Meses después de aquella entrevista, Giuseppe Pedullá se presentó en Madrid, para dar testimonio, en una eucaristía en la Comunidad de Ayala, y conocer en vivo y en directo a la persona que más se ha implicado en hacer justicia a la figura de Juan Pablo I: el sacerdote Jesús López Sáez (abulense como Teresa de Jesús) que desde 1985 viene manifestando a través de sus libros, artículos, conferencias y en la página web de la Comunidad de Ayala -de la que es presidente y fundador- que Juan Pablo I (de quien se dijo que estaba enfermo y que murió abrumado por el peso del papado) fue un Papa mártir: que su muerte no fue natural sino provocada. Por hacer frente a los mercaderes del templo (a los escándalos vaticanos del Instituto para las Obras de Religión -IOR-), a la masonería y a la mafia. El cura Jesús López ha sufrido el calvario de la marginación eclesial por apostar, desde el Evangelio, que “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Su viacrucis comenzó en 1985 cuando se publicó su Pliego “La incógnita Juan Pablo I” en la revista de información religiosa “Vida Nueva”, lo que provocó que el entonces Presidente de la Comisión de Enseñanza y Catequesis de la Conferencia Episcopal Española, Elías Yanes, le conminara a callar: “Sobre eso, ni una palabra más”, si quieres conservar tu puesto. Poco después el cura Jesús sería despedido de su brillante puesto como Responsable de Catequesis de Adultos en el Secretariado homónimo de la CEE. Y, años después, tras escribir, en edición privada, su segundo libro sobre el asunto: “El día de la cuenta. Juan Pablo II a examen”, el que fuera obispo de Ávila, Adolfo González, le amenazó con retirarle las licencias ministeriales si salía publicado en edición pública. Sea por lo que fuere, monseñor Adolfo fue trasladado poco después a Almería.

Por la información de que disponemos a día de hoy, se sabe que el proceso de beatificación de Juan Pablo I está muy avanzado. Desconocemos si se habrá tenido en cuenta los testimonios de personas valiosas, ya fallecidas, que aparecen en el libro (Venecia en el Corazón) del periodista veneciano Camilo Bassotto, amigo de Albino Luciani, a quien el cardenal argentino Eduardo Pironio (la misteriosa Persona de Roma) hizo entrega de un documento (quizá el testimonio más importante en palabras del cura Jesús) para que lo publicara, pero sin firma, conteniendo las confidencias que le confió el papa Juan Pablo I sobre los cambios, arriesgados, que pensaba hacer.

Si la causa de la beatificación se fundamenta en que ‘era un Papa bueno’, o “por sus virtudes heroicas” será una beatificación viciada de raíz, denuncia el cura Jesús en un nuevo Pliego: Justicia para Juan Pablo I. Beatificación viciada de raíz.  Porque su heroicidad “está en otra parte: tomar hasta el último respiro las decisiones oportunas y arriesgadas, ser mártir de la purificación y renovación de la Iglesia. No hacen falta milagros. Se trata de hacerle justicia”. Es decir, en el proceso de beatificación de Juan Pablo I hay que cambiar de agujas e ir por otra vía.

Y es que en la causa de beatificación se mantiene la versión oficial: que Juan Pablo I no gozaba de buena salud y que murió por causas naturales. Incluso un alto eclesiástico llegó a decir que su nombramiento como Papa “fue un descuido del Espíritu Santo”. Algo que contradice la versión de personas cercanas, testigos calientes, algunos ya fallecidos, entre ellos su médico personal el Dr. Da Ros quien, tras años de silencio, declaró que “Juan Pablo I estaba bien de salud”. En la misma línea se manifestó quien durante siete años fuera secretario personal de Albino Luciani, Mario Senigaglia: “Todos los años íbamos a Pietralba, cerca de Bolzano, y subíamos al Corno Bianco, desde los 1.500 hasta los 2.400 metros, a buena velocidad”. Y añade: “Albino Luciani no estaba enfermo del corazón. Un enfermo del corazón no escala montañas, como hacía el patriarca conmigo todos los años”. Según una en cuesta publicada en Italia (Ya, 8-10-1987) más de quince millones de italianos, el 33 por ciento de la población, se mostraban convencidos de que la muerte de Juan Pablo I fue provocada. En 1998 el cardenal brasileño Aloisio Lorscheider, rompiendo el silencio oficial, declaró: “Las sospechas siguen en nuestro corazón como una sombra amarga, como una pregunta a la que no se ha dado respuesta”

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